TYRION

El eunuco tarareaba para sus adentros una melodía sin palabras cuando cruzó la puerta vestido con amplias túnicas de seda color melocotón y dejando a su paso una estela de fragancia a limón. Al ver a Tyrion sentado junto al fuego, se detuvo y permaneció allí sin moverse.

—Mi señor Tyrion —graznó con una risita nerviosa.

—Vaya, ¿os acordáis de mí? Empezaba a preocuparme.

—Es magnífico veros tan fuerte y saludable. —Varys le ofreció su sonrisa más devota—. Aunque debo confesar que nunca pensé que fuera a encontraros en mis humildes aposentos.

—Son humildes. En verdad, excesivamente humildes. —Tyrion había esperado a que su padre llamara a Varys antes de colarse allí para hacerle una visita. El alojamiento del eunuco era pequeño y austero, sólo tres habitaciones sin ventanas bajo la muralla norte, cómodas y acogedoras—. Esperaba descubrir enormes cestas llenas de secretos jugosos para acortar la espera, pero aquí es imposible encontrar un papel. —También había buscado salidas secretas porque sabía que la Araña tendría formas de ir y venir sin ser visto, pero tampoco había podido dar con ellas—. Había agua en vuestra jarra, los dioses son misericordiosos —prosiguió—, vuestro dormitorio no es más ancho que un ataúd, y esa cama… ¿realmente está hecha de piedra, o sólo da esa impresión?

Varys cerró la puerta y pasó el cerrojo.

—Tengo muchos dolores de espalda, mi señor, y prefiero dormir sobre una superficie dura.

—Os consideraba adicto a los lechos de pluma.

—Soy una caja de sorpresas. ¿Estáis enfadado conmigo por haberos abandonado tras la batalla?

—Eso me hizo consideraros como de la familia.

—No fue por falta de amor, mi buen señor. Tengo un espíritu muy delicado, y vuestra cicatriz es horrorosa… —Tembló con exageración—. Vuestra pobre nariz…

—Quizá debería mandarme hacer una nueva, de oro —dijo Tyrion, irritado, frotándose la costra—. ¿Qué tipo de nariz me aconsejáis, Varys? ¿Una como la vuestra, para olfatear secretos? ¿O debo decirle al herrero que quiero la nariz de mi padre? —Sonrió—. Mi noble padre trabaja con tanta diligencia que apenas puedo verlo. Decidme, ¿es verdad que ha devuelto su puesto en el Consejo Privado al Gran Maestre Pycelle?

—Es cierto, mi señor.

—¿Debo dar gracias por ello a mi dulce hermana?

Pycelle era un hombre de su hermana; Tyrion le había quitado el puesto, la barba y la dignidad, y lo había hecho encerrar en una celda oscura.

—En absoluto, mi señor. Agradecedlo a los archimaestres de Antigua, que insistieron en que se devolviera su puesto a Pycelle basándose en que sólo el Cónclave podía nombrar o revocar a un Gran Maestre.

«Idiotas de mierda», pensó Tyrion.

—Creo recordar que el verdugo de Maegor el Cruel cesó a tres con su hacha.

—Cierto —asintió Varys—, y el segundo Aegon alimentó a su dragón con el Gran Maestre Gerardys.

—Vaya, y yo sin dragones. Supongo que pude haber sumergido a Pycelle en fuego valyrio para que ardiera. ¿Habría preferido eso la Ciudadela?

—Bueno, hubiera sido algo más acorde con la tradición. —El eunuco soltó una risita ahogada—. Por suerte, se impuso el sentido común, y el Cónclave aceptó el cese de Pycelle y se dedicó a buscar un sucesor. Tras considerar detenidamente al maestre Turquin, el hijo del cordelero, y al maestre Erreck, el bastardo del caballero errante, demostrando de esa manera, para su total satisfacción, que en su orden el talento vale más que el nacimiento, el Cónclave estuvo a punto de mandarnos al maestre Gormon, un Tyrell de Altojardín. Cuando se lo dije a vuestro padre, actuó de inmediato.

El Cónclave se reunía en Antigua, a puertas cerradas, como Tyrion sabía; supuestamente, sus deliberaciones eran secretas.

«Así que Varys también tiene pajaritos en la Ciudadela.»

—Ya veo. Mi padre decidió cortar la rosa antes de que floreciera. —Se rió—. Pycelle es un sapo. Pero es mejor un sapo Lannister que un sapo Tyrell, ¿no?

—El Gran Maestre Pycelle siempre ha sido un buen amigo de vuestra Casa —dijo Varys con dulzura—. Quizá os sirva de consuelo saber que también han rehabilitado a Ser Boros Blount.

Cersei había despojado a Ser Boros de la capa blanca por no haber muerto defendiendo al príncipe Tommen cuando Bronn capturó al chico en la carretera a Rosby. El hombre no era amigo de Tyrion, pero después de aquello, había odiado a Cersei casi con la misma intensidad que él.

«Supongo que eso es algo.»

—Blount es un cobarde jactancioso —dijo en tono amistoso.

—¿De veras? Cielos. De todos modos, los caballeros de la Guardia Real según la tradición sirven durante toda la vida. Quizá Ser Boros demuestre ser más valiente en el futuro. Sin duda, será muy leal.

—A mi padre —apuntó intencionadamente Tyrion.

—Ya que estamos tratando el tema de la Guardia Real… Me pregunto si vuestra maravillosa e inesperada visita tendrá algo que ver con el hermano caído de Ser Boros, el galante Ser Mandon Moore. —El eunuco se acarició la mejilla empolvada—. Ese hombre vuestro, Bronn, manifiesta mucho interés por él últimamente.

Bronn había sacado a la luz todo lo que había podido sobre Ser Mandon, pero sin duda Varys sabía muchas más cosas… y ojalá quisiera compartirlas.

—Al parecer, ese hombre no tenía amigos —dijo Tyrion con precaución.

—Es una lástima —repuso Varys—, una verdadera lástima. Si removéis suficientes piedras en el Valle podríais encontrar algún pariente, pero aquí… Fue Lord Arryn quien lo trajo a Desembarco del Rey, y Robert le puso la capa blanca, pero me temo que ninguno de ellos lo apreciaba mucho. Tampoco era de los que el pueblo llano aclama en los torneos, a pesar de su indudable destreza. Ni siquiera sus amigos de la Guardia Real lo trataban con cariño. Una vez se oyó a Ser Barristan decir que el hombre no tenía otros amigos que su espada, ni otra vida que el servicio… Pero debéis saber que no creo que lo dijera como alabanza. Lo que, sopesándolo bien, es extraño, ¿no os parece? Se podría decir que ésas son ni más ni menos las cualidades que buscamos en nuestra Guardia Real, hombres que no viven para sí, sino para su rey. Bajo esa luz, nuestro valiente Ser Mandon era el perfecto caballero blanco. Y pereció como debe hacerlo un caballero de la Guardia Real, con la espada en la mano, defendiendo a un hombre que lleva la sangre del rey. —El eunuco le sonrió con delicadeza y lo miró fijamente.

«Querrás decir intentando matar a un hombre que lleva la sangre del rey.» Tyrion se preguntó si Varys sabía mucho más de lo que le contaba. Nada de aquello le resultaba nuevo: Bronn le había pasado la misma información. Necesitaba un vínculo con Cersei, una señal de que Ser Mandon había sido el instrumento de su hermana. «No siempre lo que obtenemos es lo que queremos», reflexionó amargamente, lo que le recordó…

—Pero no he venido aquí por Ser Mandon.

—Desde luego. —El eunuco cruzó la habitación hasta la jarra de agua—. ¿Os sirvo, mi señor? —preguntó, mientras llenaba una copa.

—Sí. Pero no una copa de agua. —Juntó las manos—. Quiero que me traigáis a Shae.

—¿Será eso sensato, mi señor? —Varys bebió un sorbo—. Pobre niña… Sería una lástima que vuestro padre la colgara.

No lo sorprendió que Varys lo supiera.

—No, no es sensato, es una locura de mierda. Quiero verla una última vez antes de mandarla lejos. No puedo soportar tenerla tan cerca.

—Lo comprendo.

«¿Cómo podrías comprenderlo?» Tyrion la había visto el día anterior subiendo los peldaños de la escalera de caracol con una tina de agua. Había visto cómo un joven caballero se ofrecía para llevar la pesada carga. La forma en que ella le había tocado el brazo y le había sonreído hizo que a Tyrion se le hiciera un nudo en las entrañas. Se cruzaron a pocos centímetros uno del otro, él bajando y ella subiendo, tan cerca que pudo oler el aroma fresco y limpio de su cabello.

—Mi señor —le había dicho Shae con una leve reverencia, y él sintió el deseo de estirar la mano, agarrarla y besarla en ese mismo lugar, pero lo único que pudo hacer fue una rígida inclinación de cabeza antes de seguir adelante.

—La he visto varias veces —le dijo a Varys—, pero no me atrevo a hablarle. Sospecho que vigilan todos mis movimientos.

—Sospechar eso es una señal de sensatez, mi señor.

—¿Quién?

—Los Kettleblack informan regularmente a vuestra dulce hermana.

—Cuando recuerdo cuánto dinero les pagué a esos canallas… ¿Creéis que hay alguna posibilidad de apartarlos de Cersei con mucho más dinero?

—Siempre existe esa posibilidad, pero yo no apostaría por eso. Ahora los tres son caballeros, y vuestra hermana les ha prometido puestos aún mejores. —De los labios del eunuco salió una risita malvada—. Y el mayor, Ser Osmund, de la Guardia Real, sueña también con otros… favores… No me cabe duda de que podríais igualar la oferta de la reina moneda a moneda, pero ella tiene un segundo cofre que es casi inagotable.

«Por los siete infiernos», pensó Tyrion.

—¿Estáis insinuando que Cersei se folla a Osmund Kettleblack?

—Oh, por supuesto que no, eso sería peligrosísimo, ¿no os parece? No, la reina sólo deja entrever… quizá mañana, o cuando se haya celebrado la boda… Y basta con una sonrisa, un susurro, un chiste vulgar… un seno que roza levemente la manga de él cuando se cruzan… Eso parece suficiente. Pero claro, ¿qué sabe un eunuco de tales cosas?

La punta de su lengua acarició su labio inferior como un tímido animalito rosado.

«Si pudiera empujarlos a que llegaran más allá de una caricia cauta y arreglarlo todo de tal forma que nuestro padre los pescara juntos en la cama…» Tyrion se acarició la costra de la nariz. No tenía ni idea de cómo hacerlo, pero quizá más adelante se le ocurriría algún plan.

—¿Los Kettleblack son los únicos?

—Ojalá fueran sólo ellos, mi señor. Temo que hay demasiados ojos que os vigilan. Vos sois… ¿cómo expresarlo? ¿Conspicuo? Y aunque me resulte triste decirlo, no os quieren. Los hijos de Janos Slynt os delatarían con gusto sólo para vengar a su padre, y nuestro querido Lord Petyr tiene amigos en la mitad de los burdeles de Desembarco del Rey. Si sois tan insensato como para visitar alguno de ellos, él lo sabrá de inmediato y poco después lo sabrá vuestro padre.

«Es todavía peor de lo que me temía.»

—¿Y mi padre? ¿A quién ha mandado para espiarme?

Esa vez el eunuco se rió en voz alta.

—Pues a mí, mi señor.

Tyrion lo acompañó en las carcajadas. No era tan tonto como para confiar en Varys más de lo necesario, pero el eunuco ya sabía lo bastante sobre Shae para que la colgaran sin remedio.

—Me traeréis a Shae por los muros, a escondidas de todos esos ojos. Como lo habéis hecho en otras ocasiones.

—Oh, mi señor, nada me gustaría más, pero… —Varys se retorcía las manos—. El rey Maegor no quería ratas dentro de sus muros, si captáis lo que os quiero decir. Necesitaba una vía secreta de escape, en caso de que lo rodearan sus enemigos, pero esa puerta no conecta con ningún otro pasaje. Puedo apartar a Shae de Lady Lollys un momento, sin duda, pero no tengo manera de conducirla hasta vuestro dormitorio sin que nos vean.

—Entonces llévala a alguna otra parte.

—¿Adónde? No hay ningún sitio seguro.

—Lo hay —Tyrion hizo una mueca burlona—. Aquí. Ha llegado la hora de darle un mejor uso a esa cama de piedra, digo yo.

El eunuco abrió la boca. A continuación, soltó una risita.

—Últimamente Lollys se cansa con facilidad. Está embarazada y ha engordado. Me imagino que estará bien dormida cuando salga la luna.

—Sea entonces cuando salga la luna. —Tyrion se incorporó de un salto—. Acordaos de dejar algo de vino. Y dos copas limpias.

—Como ordene mi señor —dijo Varys, con una reverencia.

El resto del día pareció transcurrir tan despacio como un gusano que se arrastrara por melaza. Tyrion subió a la biblioteca del castillo e intentó distraerse con la Historia de las guerras rhoynienses, de Beldecar, pero con la sonrisa de Shae en su mente apenas lograba ver los elefantes. Llegó la tarde, dejó el libro a un lado y pidió que le prepararan el baño. Se frotó bien hasta que el agua se enfrió y luego hizo que Pod le recortara las patillas. Su barba era una tortura, una maraña de pelos gruesos amarillos, blancos y oscuros apelmazados en mechones, casi impresentable, pero servía para ocultarle parte del rostro y eso era lo que le hacía falta.

Cuando estuvo tan limpio, rosado y acicalado como era posible, revisó su guardarropa y escogió unos calzones ceñidos de satén, del color carmesí propio de los Lannister, y su mejor jubón, el de terciopelo grueso con la cabeza de león bordada. Se hubiera puesto también la cadena de manos doradas si su padre no se la hubiera robado mientras él yacía agonizando. Hasta que estuvo totalmente vestido no comprendió la magnitud de su locura.

«Por los siete infiernos, enano, ¿acaso has perdido la inteligencia junto con la nariz? Todo el que te vea se preguntará por qué te has puesto el traje de la corte para visitar al eunuco. —Maldiciendo, Tyrion se desnudó y volvió a vestirse con ropa más sencilla: calzones de lana negra, una vieja camisa blanca y un jubón de cuero marrón descolorido—. No importa —se dijo para sus adentros mientras esperaba a que saliera la luna—. No importa qué te pongas, seguirás siendo un enano. No serás nunca tan alto como ese caballero de las escaleras, con largas piernas, vientre duro y anchos hombros viriles.»

La luna asomaba por encima del castillo cuando le dijo a Podrick Payne que iba a visitar a Varys.

—¿Durante mucho tiempo, mi señor? —preguntó el chico.

—Oh, eso espero.

Con tanta gente en la Fortaleza Roja, Tyrion no contaba con pasar inadvertido. Ser Balon Swann estaba de guardia en la puerta, y Ser Loras Tyrell en el puente levadizo. Se detuvo para intercambiar saludos con ambos. Era curioso ver al Caballero de las Flores vestido todo de blanco, cuando antes había sido tan vistoso como un arco iris.

—¿Cuántos años tenéis? —le preguntó Tyrion.

—Diecisiete, mi señor.

«Diecisiete años, es apuesto y, además, ya es una leyenda. La mitad de las chicas de los Siete Reinos quieren llevárselo a la cama, y todos los chicos quieren ser como él.»

—Si me perdonáis la pregunta, ser, ¿por qué alguien con diecisiete años decide ingresar en la Guardia Real?

—El príncipe Aegon, el Caballero Dragón, hizo sus votos a los diecisiete años —respondió Ser Loras—, y vuestro hermano Jaime a una edad inferior.

—Sé por qué lo hicieron. ¿Cuáles son vuestros motivos? ¿El honor de servir junto a caballeros ejemplares tales como Meryn Trant y Boros Blount? —Miró al muchacho con expresión burlona—. Por proteger la vida del rey, renunciáis a la vuestra. Habéis renunciado a vuestras tierras y títulos, y abandonado la esperanza de casaros y tener hijos…

—La Casa Tyrell perdurará a través de mis hermanos —dijo Ser Loras—. Para el tercer hermano, ni casarse ni procrear es necesario.

—No es necesario, pero hay quien lo considera un placer. Y el amor, ¿qué?

—Cuando el sol se pone, no hay vela que pueda remplazarlo.

—¿Es una canción? —Tyrion ladeó la cabeza, sonriendo—. Sí, tenéis diecisiete años, ahora me doy cuenta.

—¿Os burláis de mí? —Ser Loras se puso tenso.

«Vaya, qué susceptible.»

—No. Si os he ofendido, perdonadme. Yo también tuve un gran amor, y también teníamos una canción.

«Amé a una doncella hermosa como el verano, con la luz del sol en el cabello.»

Deseó buenas noches a Ser Loras y siguió andando.

Cerca de las perreras, un grupo de hombres de armas hacía pelear a un par de perros. Tyrion se detuvo lo suficiente para ver cómo el animal más pequeño le destrozaba la mitad de la cara al más grande, y se ganó unas cuantas risotadas groseras al señalar que el perdedor se parecía a Sandor Clegane. Después, con la esperanza de haber disipado las sospechas de los hombres, siguió hasta la muralla septentrional y bajó el corto tramo de escaleras hasta los humildes aposentos del eunuco. Cuando levantaba la mano para llamar, se abrió la puerta.

—¿Varys? —Tyrion entró—. ¿Estáis ahí?

Sólo una vela disipaba las penumbras y llenaba el aire con el perfume del jazmín.

—Mi señor. —Una mujer entró en la zona iluminada; era corpulenta, fofa, con aspecto de matrona y cabello negro largo y ondulado—. ¿Falta algo? —preguntó.

Se dio cuenta, asombrado, de que se trataba de Varys.

—Durante un momento horrible pensé que me habíais traído a Lollys en lugar de Shae. ¿Dónde está?

—Aquí, mi señor. —Desde atrás, le cubrió los ojos con las manos—. ¿Podéis adivinar que ropa llevo puesta?

—¿Ninguna?

—Oh, sois tan listo —susurró, apartando las manos—. ¿Cómo lo sabíais?

—Estás muy guapa cuando no llevas nada.

—¿De veras? ¿En serio?

—Claro que sí.

—Entonces, ¿no deberíais follarme en lugar de hablar conmigo?

—Tenemos antes que deshacernos de Lady Varys. No soy de esos enanos que necesitan público.

—Se ha ido —dijo Shae.

Tyrion se volvió. Era verdad. El eunuco había desaparecido, con falda y todo.

«Hay puertas secretas en algún sitio, seguro.» Eso fue todo lo que pudo pensar antes de que Shae le volviera la cabeza para besarlo. Tenía la boca húmeda y ansiosa, y no pareció ver la cicatriz ni la reciente costra que ocupaba el lugar de su nariz. La piel de ella era seda tibia bajo los dedos de él. Cuando el pulgar le acarició el pezón izquierdo, éste se endureció enseguida.

—Apresuraos —lo urgió entre besos, cuando él comenzó a desabrocharse la ropa—, oh, apresuraos, os quiero dentro de mí, dentro, dentro.

Tyrion no tuvo tiempo de desnudarse del todo. Shae le sacó la polla de los calzones, lo empujó al suelo y se le puso encima. Cuando el miembro la penetró, dejó escapar un gemido y comenzó a cabalgarlo salvajemente.

—¡Mi gigante, mi gigante, mi gigante! —gritaba cada vez que se dejaba caer sobre él. Tyrion estaba tan excitado que estalló al quinto envite, pero eso no pareció importarle a Shae, que sonrió con picardía al sentir cómo él eyaculaba y se inclinó hacia delante para besarle las cejas cubiertas de sudor—. Mi gigante Lannister —murmuró—. Quedaos dentro de mí, por favor. Me encanta sentiros ahí.

Tyrion no se movió, excepto para rodearla con los brazos.

«Es tan maravilloso abrazarla y que me abrace… —pensó—. ¿Cómo puede ser esto un crimen por el que merezca que la ahorquen?»

—Shae, cariño —le dijo—, ésta puede ser la última vez que estemos juntos. Es demasiado peligroso. Si mi señor padre te descubre…

—Me gusta vuestra cicatriz —dijo mientras la recorría con el dedo—. Hace que parezcáis muy fuerte y fiero.

—Querrás decir muy feo —se rió Tyrion.

—Mi señor no será nunca feo para mis ojos —dijo Shae y le besó la costra que cubría el muñón destrozado de la nariz.

—No es mi cara lo que debe preocuparte, sino mi padre…

—Él no me asusta. ¿Mi señor va a devolverme ahora mis joyas y mis sedas? Cuando os hirieron en la batalla le pregunté a Varys si podía dármelos, pero no quiso. ¿Qué destino habrían tenido si hubierais muerto?

—No he muerto. Aquí estoy.

—Lo sé. —Shae se meneó encima de él, sonriendo—. Exactamente donde debéis estar. —Frunció los labios en un gesto infantil—. ¿Y cuánto tiempo debo quedarme con Lollys, ahora que estáis bien?

—¿Me has oído? —dijo Tyrion—. Puedes quedarte con Lollys si lo deseas, pero lo mejor sería que abandonaras la ciudad.

—No quiero marcharme. Me prometisteis que me llevarías de nuevo a una casona después de la batalla. —Le dio un leve apretón con el coño y él comenzó a endurecerse de nuevo dentro de ella—. Dijisteis que un Lannister siempre paga sus deudas.

—Shae, malditos sean los dioses, olvídate de eso. Escúchame. Tienes que marcharte. La ciudad está llena de hombres de Tyrell y me vigilan muy de cerca. No tienes ni idea del peligro…

—¿Puedo ir al banquete de bodas del rey? Lollys no irá. Le dije que nadie la iba a violar en el salón del trono del rey, pero es tan estúpida… —Cuando Shae se apartó de él, su polla salió del cuerpo de la chica con un suave sonido húmedo—. Symon dice que habrá un torneo de bardos, otro de malabaristas y hasta uno de bufones.

Tyrion había olvidado casi por completo al bardo de Shae, tres veces maldito.

—¿Cómo conseguiste hablar con Symon?

—Le hablé a Lady Tanda de él, y ella lo tomó a su servicio con el fin de que tocara para Lollys. La música la tranquiliza cuando el bebé comienza a dar patadas. Symon dice que habrá un oso bailarín en la fiesta y vinos del Rejo. No he visto nunca bailar a un oso.

—Lo hacen peor que yo. —Lo que le preocupaba era el bardo, no el oso. Una palabra descuidada dicha junto al oído equivocado y ahorcarían a Shae.

—Symon dice que habrá setenta y siete platos y cien palomas que hornearán dentro de un enorme pastel —contó Shae muy animada—. Cuando se parte la corteza, se alborotan y salen volando.

—Y después se posarán en sus perchas y dejarán caer una lluvia de mierda sobre los invitados.

Tyrion había sufrido antes a causa de semejantes pasteles. A las palomas les encantaba cagarse sobre él en particular, o al menos era lo que siempre había sospechado.

—¿No podría ponerme mis sedas y terciopelos, e ir como una dama y no como una criada? Nadie se dará cuenta de que no soy una dama.

«Todo el mundo se dará cuenta de que no lo eres», pensó Tyrion.

—Lady Tanda podría preguntarse de dónde ha sacado tantas joyas la doncella de Lollys.

—Dice Symon que habrá mil invitados. Seguro que ni me ve. Buscaré un sitio en una esquina oscura, entre la gente de rango más bajo, pero siempre que vayáis a la letrina podré reunirme con vos. —Le agarró la polla con las dos manos y se la acarició suavemente—. No llevaré ropa interior bajo el vestido, para que mi señor no tenga que desatar nada. —Las manos de ella, arriba y abajo, lo volvían loco—. O si lo deseáis podría haceros esto… —Y se metió el miembro en la boca.

Tyrion estuvo listo al momento. Aquella vez duró mucho más. Cuando terminó, Shae se arrastró hacia él y se le acurrucó desnuda bajo el brazo.

—Me dejaréis ir, ¿verdad?

—Shae —gruñó—, es muy peligroso.

Durante un rato no dijo absolutamente nada. Tyrion intentó hablar de otras cosas, pero chocó contra una muralla de malhumorada cortesía, tan gélida e impenetrable como el Muro por el que caminara una vez en el norte.

«Benditos sean los dioses —pensó, fatigado, mientras contemplaba cómo la vela ardía hasta el final y comenzaba a derretirse—, ¿cómo he podido dejar que esto vuelva a ocurrir, después de lo que pasó con Tysha? ¿Soy tan tonto como cree mi padre?» Le habría hecho con gusto la promesa que ella quería oír, de buena gana la habría llevado del brazo a su propio dormitorio para que se pusiera las sedas y los terciopelos que tanto le gustaban. Si hubiera podido elegir, ella se sentaría a su lado en el banquete nupcial de Joffrey y bailaría con todos los osos que quisiera. Pero no podía permitir que la ahorcaran.

Cuando la vela se consumió, Tyrion se separó de ella y encendió otra. Entonces, recorrió las paredes, golpeándolas, en busca de la puerta escondida. Shae lo observaba con las piernas recogidas entre los brazos.

—Están debajo de la cama —dijo por fin—. Los escalones secretos.

—¿De la cama? —Él la miró, incrédulo—. La cama es de piedra maciza. Pesa media tonelada.

—Hay un lugar donde Varys presiona, y se levanta. Le pregunté qué ocurría y dijo que era magia.

—Sí. —A Tyrion no le quedó más remedio que reírse—. Un conjuro de contrapesos.

—Tengo que irme. —Shae se levantó—. A veces el bebé da pataditas, Lollys se despierta y manda a por mí.

—Varys volverá dentro de poco. Seguro que está oyendo cada palabra que decimos.

Tyrion bajó la vela. En la parte delantera de los calzones tenía una mancha húmeda, pero en la oscuridad no se vería. Le dijo a Shae que se vistiera y esperara al eunuco.

—Lo haré —prometió—. Sois mi león, ¿no es verdad? ¿Mi gigante Lannister?

—Lo soy. Y tú eres…

—Vuestra puta. —Colocó un dedo sobre los labios de él—. Lo sé. Sería vuestra dama, pero no podré. O, si no, vos mismo me llevaríais al banquete. No tiene importancia. Me gusta ser vuestra puta, Tyrion. Sólo os pido que me cuidéis, nada más, león mío, cuidadme y protegedme.

—Lo haré —prometió.

«Tonto, tonto —gritaba una voz dentro de él—. ¿Por qué has dicho eso? Viniste aquí para mandarla lejos.» En lugar de eso, volvió a besarla.

El camino de regreso le pareció largo y solitario. Podrick Payne dormía en su yacija, al pie del lecho de Tyrion, pero lo despertó.

—Bronn —dijo.

—¿Ser Bronn? —Pod se frotó los ojos para espantar el sueño—. Oh. ¿Debo traerlo ahora, mi señor?

—Pues no, te he despertado para que pudiéramos charlar un poco sobre su forma de vestir —dijo Tyrion, pero su sarcasmo fue inútil. Pod se limitó a mirarlo, confuso, hasta que él levantó las manos y dijo—: Sí, tráelo. Tráelo ahora mismo.

El chico se vistió presuroso y salió del dormitorio casi a la carrera.

«¿De veras soy tan horrible?», se preguntó Tyrion, mientras se ponía un batín y se servía un poco de vino.

Iba ya por la tercera copa y había transcurrido la mitad de la noche cuando Pod volvió seguido por el caballero mercenario.

—Espero que el chico tuviera un buen motivo para hacerme salir de la casa de Chataya —dijo Bronn mientras tomaba asiento.

—¿Estabas en la casa de Chataya? —preguntó Tyrion, asombrado.

—Ser caballero es estupendo. No hay que meterse en el burdel más barato de la calle. —Bronn sonrió—. Ahora Alayaya y Marei se acuestan en el mismo lecho de plumas, con Ser Bronn en el centro.

Tyrion se vio obligado a tragarse su asombro. Bronn tenía tanto derecho a acostarse con Alayaya como cualquier otro hombre, pero de todos modos…

«Por mucho que quisiera hacerlo, no la toqué nunca, pero Bronn no podía saber eso. Debió mantener su polla fuera de ella.» No se atrevía a visitar a Chataya. Si lo hiciera, Cersei se ocuparía de que su padre se enterara, y Yaya sufriría algo más que unos azotes. Para disculparse, le mandaría a la chica una gargantilla de plata y jade, y un par de brazaletes a juego, pero aparte de eso… «Esto no tiene sentido.»

—Hay un bardo que dice llamarse Symon Pico de Oro —dijo Tyrion con cansancio, dejando a un lado su culpa—. A veces toca para la hija de Lady Tanda.

—¿Qué pasa con él?

«Mátalo», debió haber dicho, pero el hombre no había hecho nada más que cantar unas cuantas canciones. «Y llenarle a Shae la cabeza de fantasías sobre palomas y osos bailarines.»

—Encuéntralo —dijo, por el contrario—. Encuéntralo antes de que otro lo haga.

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