TYRION

La cadena de eslabones en forma de manos de Lord Tywin centelleaba dorada sobre el terciopelo granate oscuro de su túnica. Los señores Tyrell, Redwyne y Rowan se reunieron en torno a él cuando entró. Los saludó por turno, habló un momento en voz baja con Varys, besó el anillo del Septon Supremo y la mejilla de Cersei, estrechó la mano del Gran Maestre Pycelle y ocupó el lugar del rey en la presidencia de la mesa larga, entre su hija y su hermano.

Tyrion había exigido el antiguo lugar de Pycelle, al otro extremo de la mesa, y se había apuntalado entre cojines para poder ver a todos los reunidos. El despojado Pycelle se había situado junto a Cersei, tan lejos del enano como le fue posible sin ocupar el asiento del rey. El Gran Maestre parecía un esqueleto, caminaba tembloroso arrastrando los pies y tenía que apoyarse en un bastón retorcido. En lugar de la otrora frondosa barba blanca apenas unos cuantos pelos canosos le salían del largo cuello de pollo. Tyrion lo miró sin asomo de remordimiento.

Los demás tuvieron que repartirse el resto de los asientos: Lord Mace Tyrell, un hombre recio y robusto con cabello castaño rizado y una barbita en forma de pica en la que se veían abundantes canas; Paxter Redwyne del Rejo, flaco y encorvado, con unos mechones de pelo naranja alrededor de la cabeza calva; Mathis Rowan, señor de Sotodeoro, afeitado, grueso y sudoroso; el Septon Supremo, un hombrecillo frágil con una escasa barbita blanca.

«Demasiadas caras nuevas —pensó Tyrion—. Demasiados jugadores nuevos. Mientras me pudría en la cama el juego ha cambiado y nadie me va a explicar las reglas.»

Oh, sin duda los señores se habían mostrado sumamente corteses, aunque notaba que les incomodaba mirarlo.

—Aquella idea vuestra de la cadena fue de lo más ingenioso —le había dicho Mace Tyrell en tono jovial.

—Desde luego —asintió Lord Redwyne en tono igual de jovial —, desde luego, mi señor de Altojardín habla en nombre de todos.

«Pues contádselo a los habitantes de esta ciudad —pensó Tyrion con amargura—. Decídselo a esos cabrones de los bardos, con sus canciones sobre el fantasma de Renly.»

Su tío Kevan era el que más amable se había mostrado, llegó incluso a darle un beso en la mejilla.

—Lancel me ha dicho lo valiente que fuiste, Tyrion —dijo—. Cuenta cosas maravillosas de ti.

«Más le vale, o yo empezaré a contar algunas cosas sobre él.»

—Mi querido primo es demasiado generoso —dijo, forzando una sonrisa—. Espero que su herida esté mejorando.

—Unos días parece más fuerte y otros… —Ser Kevan frunció el ceño—. Estamos muy preocupados. Tu hermana lo visita a menudo para levantarle la moral y para rezar por él.

«Sí, pero ¿reza pidiendo que viva o que muera?» Cersei había utilizado a su primo sin el menor pudor, tanto dentro como fuera de la cama; sin duda esperaba que Lancel se llevara el secreto a la tumba, dado que ya tenía allí a su padre y no necesitaba al muchacho. «Pero ¿iría tan lejos como para asesinarlo?» Al verla aquel día nadie habría imaginado que Cersei era capaz de semejante crueldad. Era todo encanto; coqueteaba con Lord Tyrell mientras hablaban del festín de bodas de Joffrey, dedicaba cumplidos a Lord Redwyne por el heroísmo de sus hijos gemelos, dulcificaba al hosco Lord Rowan con bromas y sonrisas, y se mostraba recatada y piadosa al dirigirse al Septon Supremo.

—¿Empezamos por los preparativos de la boda? —preguntó Cersei cuando Lord Tywin ocupó el asiento.

—No —replicó su padre—. Por la guerra. Varys.

—Tengo noticias deliciosas para vosotros, mis señores. —El eunuco les dedicó una sonrisa sedosa—. Ayer de madrugada nuestro valiente Lord Randyll alcanzó a Robett Glover en las afueras del Valle Oscuro y lo acorraló contra el mar. Hubo muchas pérdidas en ambos bandos, pero al final nuestros leales vencieron. Según los informes, Helman Tallhart ha muerto, junto con otro millar de hombres. Robett Glover encabeza la huida de los supervivientes hacia Harrenhal, sin imaginar que por el camino se encontrará con el valeroso Ser Gregor y los suyos.

—¡Loados sean los dioses! —exclamó Paxter Redwyne—. ¡Una gran victoria para el rey Joffrey!

«¿Qué habrá tenido que ver Joffrey con esto?», pensó Tyrion.

—Y una derrota terrible para el norte, no cabe duda —señaló Meñique—. Pero Robb Stark no ha tomado parte de ella. El Joven Lobo sigue imbatido en el campo de batalla.

—¿Qué sabemos de los planes y movimientos de Stark? —preguntó Mathis Rowan, siempre brusco y al grano.

—Ha abandonado los castillos que había tomado en el este y ha vuelto a Aguasdulces con su botín —anunció Lord Tywin—. Nuestro primo Ser Daven está reagrupando los restos del ejército de su difunto padre en Lannisport. Cuando esté preparado, se unirá a Ser Forley Prester en el Colmillo Dorado. En cuanto el joven Stark emprenda la marcha hacia el norte, Ser Forley y Ser Daven caerán sobre Aguasdulces.

—¿Estáis seguro de que Lord Stark planea partir hacia el norte? —quiso saber Lord Rowan—. ¿A pesar de que los hombres del hierro están en Foso Cailin?

—¿Hay mayor sinsentido que un rey sin reino? —preguntó Mace Tyrell tomando la palabra—. No, es evidente, el chico tiene que abandonar las tierras de los ríos, volverá a unir sus fuerzas con Roose Bolton y lanzará todo su ejército contra Foso Cailin. Es lo que haría yo en su lugar.

Tyrion tuvo que morderse la lengua para no decir nada. Robb Stark había ganado más batallas en un año que el señor de Altojardín en veinte. La reputación de Tyrell se basaba en una victoria nada decisiva sobre Robert Baratheon en Vado Ceniza, en una batalla que en realidad había ganado la vanguardia de Lord Tarly antes de que el grueso del ejército tuviera siquiera tiempo de llegar. El asedio de Bastión de Tormentas, en el que Mace Tyrell estaba de verdad al mando, duró más de un año sin resultado alguno y, después de los combates del Tridente, el señor de Altojardín rindió su estandarte con docilidad ante Eddard Stark.

—Debería escribirle una carta a Robb Stark y ponerme firme con él —estaba diciendo Meñique—. Tengo entendido que su hombre, Bolton, tiene a las cabras en mis salones, no me parece nada bien.

Ser Kevan Lannister carraspeó para aclararse la garganta.

—Ya que hablamos de los Stark, Balon Greyjoy, que ahora se hace llamar Rey de las Islas y del Norte, nos ha escrito para ofrecernos los términos de una posible alianza.

—Lo que debería ofrecernos es lealtad —restalló Cersei— ¿Con qué derecho osa nombrarse rey?

—Por derecho de conquista —replicó Lord Tywin—. El rey Balon ha cerrado sus dedos en torno al Cuello. Los herederos de Robb Stark han muerto, Invernalia ha caído y los hombres del hierro tienen Foso Cailin, Bosquespeso y buena parte de la Costa Pedregosa. Los barcos del rey Balon controlan el mar del Ocaso, y están bien situados para amenazar Lannisport, Isla Bella y hasta Altojardín, en caso de que los provocáramos.

—¿Y si aceptáramos su alianza? —inquirió Lord Mathis Rowan—. ¿Cuáles son los términos que propone?

—Quiere que lo reconozcamos como rey y le otorguemos todos los territorios al norte del Cuello.

—¿Y qué hay al norte del Cuello que pueda interesar a un hombre en su sano juicio? —Lord Redwyne se echó a reír—. Si Greyjoy quiere cambiar espadas y velas por piedras y nieve, propongo que aceptemos, nos podemos considerar afortunados.

—Cierto —asintió Mace Tyrell—. Es lo mismo que haría yo. Que el rey Balon acabe con los norteños mientras nosotros acabamos con Stannis.

—También hay que ocuparse de Lysa Arryn —dijo Lord Tywin, su rostro no dejaba traslucir sus sentimientos—. La viuda de Jon Arryn, hija de Hoster Tully, hermana de Catelyn Stark… cuyo esposo conspiraba con Stannis Baratheon en el momento de su muerte.

—Bah —replicó Mace Tyrell con tono desenfadado—, las mujeres no tienen agallas para la guerra. Que se quede donde está, no representa ningún problema para nosotros.

—Estoy de acuerdo —dijo Redwyne—. Lady Lysa no ha tomado partido en la guerra, ni ha cometido ningún acto manifiesto de traición.

—Me arrojó a una celda y me juzgó para matarme —señaló con cierto rencor Tyrion moviéndose en la silla—. No ha regresado a Desembarco del Rey para jurar lealtad a Joff, como se le ordenó. Mis señores, dadme los hombres necesarios y yo me encargaré de Lysa Arryn.

No había nada que le apeteciera más, excepto quizá estrangular a Cersei. En ocasiones todavía tenía pesadillas con las celdas bajo el cielo del Nido de Águilas y se despertaba empapado en un sudor frío.

La sonrisa de Mace Tyrell era jovial, pero Tyrion percibió el desprecio que subyacía.

—Será mejor que dejéis la guerra para los guerreros —dijo el señor de Altojardín—. Hombres mejores que vos han perdido grandes ejércitos en las Montañas de la Luna, o los han estrellado contra la Puerta de la Sangre. Ya conocemos vuestra valía, mi señor, no hace falta que sigáis tentando al destino.

Tyrion saltó de los cojines, rabioso, pero su padre intervino antes de que pudiera decir nada.

—Tengo preparadas otras misiones para Tyrion. Creo que tal vez Lord Petyr tenga la llave del Nido de Águilas.

—Desde luego —respondió Meñique—. La tengo aquí, entre las piernas. —Sus ojos color gris verdoso brillaban de malicia—. Mis señores, con vuestro permiso, tengo intención de viajar al Valle y conquistar a Lady Lysa Arryn. Una vez sea su consorte os entregaré el Valle de Arryn sin que se haya derramado ni una gota de sangre.

—¿Creéis que Lady Lysa os aceptará? —Lord Rowan no parecía muy seguro.

—Ya me ha aceptado unas cuantas veces, Lord Mathis, y hasta el momento no he tenido ninguna queja.

—Acostarse con un hombre no es lo mismo que casarse con él —dijo Cersei—. Hasta una estúpida como Lysa Arryn puede ver la diferencia.

—No me cabe duda. No sería posible que una hija de Aguasdulces se casara con alguien tan inferior a ella. —Meñique mostró las palmas de las manos—. Pero claro… un matrimonio entre la Señora del Nido de Águilas y el señor de Harrenhal no es tan inimaginable, ¿verdad?

Tyrion advirtió la mirada que se intercambiaron Paxter Redwyne y Mace Tyrell.

—Puede que dé resultado —dijo Lord Rowan—. Siempre y cuando estéis seguro de que esa mujer será leal al rey.

—Mis señores —intervino el Septon Supremo—, el otoño se cierne sobre nosotros, y todos los hombres de buen corazón están cansados de guerras. Si Lord Baelish puede devolver el Valle a la paz del rey sin más derramamiento de sangre, sin duda los dioses lo bendecirán.

—La clave está en si puede —dijo Lord Redwyne—. El hijo de Jon Arryn, Lord Robert, es ahora el señor del Nido de Águilas.

—No es más que un niño —señaló Meñique—. Me encargaré de que crezca como el más leal súbdito de Joffrey y como fiel amigo de todos nosotros.

Tyrion examinó atentamente al hombre esbelto de la barba puntiaguda y los irreverentes ojos gris verdoso.

«¿Señor de Harrenhal, un título vacío? Y una mierda, padre. Aunque jamás en la vida pusiera el pie en el castillo, ya la condición posibilita este compromiso, y eso lo ha sabido desde el principio.»

—No nos faltan enemigos —dijo Kevan Lannister—. Si podemos mantener el Nido de Águilas al margen de la guerra, mejor que mejor. Estoy deseando ver los logros de Lord Petyr.

Tyrion sabía por experiencia que Ser Kevan era la vanguardia de su hermano en el Consejo. Jamás tenía una idea que a Lord Tywin no se le hubiera ocurrido antes.

«Todo esto estaba ya acordado de antemano —dedujo—, y la discusión no es más que una puesta en escena.»

Las ovejas balaban sus asentimientos, sin saber con cuánta destreza las habían esquilado, de manera que a Tyrion le correspondía poner objeciones.

—¿Cómo pagará la corona sus deudas sin Lord Petyr? Él es nuestro mago de las monedas y no hay nadie capaz de sustituirlo.

—Mi menudo amigo es demasiado bondadoso —dijo Meñique sonriendo—. Como solía decir el rey Robert, yo lo único que hago es contar calderilla. Cualquier comerciante avispado lo haría igual de bien… Y un Lannister, bendecido con el toque dorado de Roca Casterly, sin duda me superará con creces.

—¿Un Lannister? —Aquello dio mala espina a Tyrion.

—Creo que estás muy bien dotado para esa tarea. —Los ojos con motas doradas de Lord Tywin estaban clavados en los dispares de su hijo.

—¡Sin duda! —apoyó Ser Kevan con entusiasmo—. No me cabe duda de que serás un consejero de la moneda excepcional, Tyrion.

—Si Lysa Arryn os acepta como esposo —dijo Lord Tywin girándose hacia Meñique— y vuelve a la paz del rey, restituiremos a Lord Robert el honor de Guardián del Este. ¿Cuándo podríais poneros en marcha?

—Mañana al amanecer, si los vientos son propicios. Hay una galera de Braavos anclada al otro lado de la cadena, los botes la están cargando. La Rey Pescadilla. Pediré un camarote a su capitán.

—Os perderéis la boda del rey —señaló Mace Tyrell.

—Las mareas y las novias no esperan a nadie, mi señor. —Petyr Baelish se encogió de hombros—. Una vez comiencen las tormentas otoñales el viaje será mucho más peligroso. Si me ahogo, mi encanto como prometido potencial se verá seriamente mermado.

—Cierto —dijo Lord Tyrell con una risita—. Será mejor que no os demoréis.

—Que los dioses os proporcionen vientos favorables —le deseó el Septon Supremo—. Todo Desembarco del Rey rezará para que vuestra misión tenga éxito.

—¿Podemos volver al tema de la alianza con Greyjoy? —preguntó Lord Redwyne dándose golpecitos en la nariz—. En mi opinión tiene muchos aspectos favorables. Los barcos de Greyjoy, una vez sumados a mi flota, nos darían fuerza naval suficiente para atacar Rocadragón y poner fin a las pretensiones de Stannis Baratheon.

—Por el momento los barcos del rey Balon están ocupados —dijo Lord Tywin con educación—. Igual que nosotros. Greyjoy exige la mitad del reino como pago por su alianza, pero ¿qué hará para ganársela? ¿Luchar contra los Stark? Eso ya lo está haciendo. ¿Por qué vamos a pagar a cambio de algo que nos ha entregado sin ningún coste? En mi opinión, con respecto a nuestro señor del Pyke, lo mejor que podemos hacer es… no hacer nada. Tiempo al tiempo, se nos presentará una opción mejor. Una que no exija que el rey ceda la mitad de su reino.

Tyrion miró a su padre con atención. Recordó las importantes cartas que Lord Tywin había estado escribiendo la noche en que Tyrion le exigió Roca Casterly. «¿Qué me dijo en aquella ocasión? Que unas batallas se ganan con lanzas y espadas, y otras con plumas y cuervos.» Se preguntó cuál sería la «opción mejor», y qué precio tendría.

—Deberíamos tratar ya el tema de la boda —dijo Ser Kevan.

El Septon Supremo habló de los preparativos que se estaban llevando a cabo en el Gran Sept de Baelor, y Cersei detalló los planes que tenía para el banquete. Habría un millar de comensales en el salón del trono, pero también muchísimos más en los patios. Los intermedios y los exteriores se cubrirían con tiendas de seda, y habría mesas con comida y barriles de cerveza para todos los que no cupieran en el interior.

—Alteza, ahora que habláis del número de invitados —intervino el Gran Maestre Pycelle—, nos ha llegado un cuervo de Lanza del Sol. En estos momentos, trescientos dornienses cabalgan en dirección a Desembarco del Rey y esperan llegar antes de la boda.

—¿Cómo es eso? —preguntó Mace Tyrell en tono seco—. No han solicitado permiso para cruzar mis tierras.

Tyrion advirtió que se le había enrojecido el grueso cuello. Los de Dorne y los de Altojardín no se habían tenido nunca en gran estima. A lo largo de los siglos se habían enfrentado en guerras infinitas por asuntos fronterizos, e incluso en tiempos de paz tenían escaramuzas en las montañas. La enemistad se había aplacado un poco después de que Dorne pasara a formar parte de los Siete Reinos… Hasta que el príncipe de Dorne al que llamaban Víbora Roja dejó tullido en un torneo al joven heredero de Altojardín.

«Esto puede ser espinoso», pensó el enano, a la expectativa del enfoque que le iba a dar su padre.

—El príncipe Doran viene invitado por mi hijo —dijo Lord Tywin con calma—, no sólo para acompañarnos en la celebración, sino también para reclamar su asiento en este Consejo, así como la justicia que Robert le negó por el asesinato de su hermana Elia y los hijos de ésta.

Tyrion observó los rostros de los señores Tyrell, Redwyne y Rowan, preguntándose si alguno de los tres tendría el valor de decir: «Pero, Lord Tywin, ¿no fuisteis vos mismo quien entregó los cadáveres a Robert, por cierto, envueltos en capas Lannister?». Ninguno de los tres lo hizo, pero sus rostros los delataban. «A Redwyne le importa un pimiento —pensó—, pero Rowan parece a punto de vomitar.»

—Cuando el rey esté casado con vuestra Margaery, y Myrcella con el príncipe Trystane, seremos una misma casa —recordó Ser Kevan a Mace Tyrell—. Las enemistades del pasado deben quedar ahí, en el pasado, ¿no creéis, mi señor?

—Estamos hablando de la boda de mi hija…

—Y de la de mi nieto —lo interrumpió Lord Tywin con firmeza—. Estaréis de acuerdo en que aquí no tienen cabida viejas rencillas.

—No tengo nada pendiente con Doran Martell —insistió Lord Tyrell, aunque de muy mala gana—. Si quiere cruzar el Dominio en paz, sólo tiene que pedirme permiso.

«Eso no te lo crees ni tú —pensó Tyrion—. Subirá la Sendahueso, girará al este cerca de Refugio Estival, y vendrá por el camino real.»

—Trescientos dornienses no tienen por qué alterar nuestros planes —dijo Cersei—. Podemos dar de comer a los soldados en el patio, meteremos unos cuantos bancos más en la sala del trono para los señores menores y los caballeros de noble cuna, y le buscaremos un puesto de honor al príncipe Doran en el estrado.

«Más vale que no sea a mi lado», leyó Tyrion en los ojos de Mace Tyrell. Pero la única réplica del señor de Altojardín fue un gesto de asentimiento brusco.

—Vamos a pasar a un tema mucho más grato —dijo Lord Tywin—. Hay que dividir los frutos de la victoria.

—¿Habrá algo más dulce? —preguntó Meñique, que ya había devorado su porción de fruta, Harrenhal.

Cada señor tenía sus exigencias: este castillo y aquella aldea, parcelas de tierras, un río, un bosque, la custodia de ciertos niños que habían perdido a sus padres en la batalla. Por fortuna los frutos eran abundantes, y había huérfanos y castillos para todos. Varys tenía listas. Cuarenta y siete señores menores y seiscientos diecinueve caballeros habían perdido la vida bajo el amparo del corazón llameante de Stannis y su Señor de la Luz, junto con varios miles de soldados de baja cuna. Como todos eran traidores, sus herederos fueron desposeídos, y sus tierras y castillos pasaron a manos de los que se habían mostrado leales.

Altojardín se llevó lo más granado de la cosecha. Tyrion observó el amplio vientre de Mace Tyrell. «Este hombre tiene un apetito insaciable», pensó. Tyrell exigió las tierras y castillos de Lord Alester Florent, su propio vasallo, que había tenido el mal criterio de apoyar primero a Renly y luego a Stannis. Lord Tywin satisfizo su demanda de buena gana. La fortaleza de Aguasclaras, junto con todas sus tierras y rentas, pasaron a manos del segundo hijo de Lord Tyrell, Ser Garlan, que se convirtió en un gran señor en un abrir y cerrar de ojos. Por supuesto, su hermano mayor heredaría el propio Altojardín.

Se otorgaron parcelas de menor importancia a Lord Rowan y se reservaron otras para Lord Tarly, Lady Oakheart, Lord Hightower y otras personalidades ausentes de la sala. Lord Redwyne sólo pidió una exención de treinta años de los impuestos que Meñique y sus agentes vinícolas habían cargado sobre las mejores cosechas del Rejo. Cuando le fue concedida, se declaró satisfecho y sugirió que mandaran a buscar un barril de vino dorado del Rejo, para brindar por el buen rey Joffrey y su sabia y benévola Mano. Aquello fue lo que colmó la paciencia de Cersei.

—Lo que Joff necesita son espadas, no brindis —restalló—. Su reino sigue plagado de aspirantes a usurpadores y falsos reyes.

—No por mucho tiempo, no por mucho tiempo —dijo Varys con voz melosa.

—Quedan unos cuantos puntos más, mis señores. —Ser Kevan consultó sus notas—. Ser Addam ha encontrado algunos cristales de la corona del Septon Supremo. Ya es seguro que los ladrones los arrancaron y fundieron el oro.

—Nuestro Padre, en las alturas —dijo el Septon con tono devoto—, sabe quiénes son los culpables y los juzgará por ello.

—No me cabe duda —dijo Lord Tywin—. Pero aun así tenéis que lucir una corona en la boda del rey. Cersei, convoca a tus orfebres, hay que hacer una nueva. —No aguardó la respuesta de su hija, sino que se volvió hacia Varys—. ¿Tenéis informes?

—Se ha divisado un kraken cerca de los Dedos —dijo sacándose un pergamino de la manga. Dejó escapar una risita—. No un Greyjoy, no, un kraken de verdad. Atacó un ballenero de Ibb y lo hundió. Hay combates en los Peldaños de Piedra, y parece probable que empiece una nueva guerra entre Tyrosh y Lys. Ambos bandos buscan aliarse con Myr. Marineros procedentes del mar de Jade informan de que un dragón de tres cabezas ha anidado en Qarth, y es el asombro de la ciudad…

—No me interesan los krakens ni los dragones, tengan las cabezas que tengan —interrumpió Lord Tywin—. ¿Por casualidad han encontrado vuestros informadores alguna pista del hijo de mi hermano?

—Por desgracia —dijo Varys, que parecía a punto de echarse a llorar—, nuestro amado Tyrek, ese pobre y valiente joven, ha desaparecido.

—Tywin —intervino Ser Kevan antes de que Lord Tywin tuviera ocasión de poner de manifiesto su evidente insatisfacción—, algunos capas doradas que desertaron durante la batalla han vuelto a los barracones, creen que pueden reincorporarse. Ser Addam quiere saber qué debe hacer con ellos.

—Su cobardía puso en peligro la vida de Joff —saltó Cersei al instante—. Quiero que los ajusticien.

—Sin duda merecen la muerte, Alteza —suspiró Varys—, eso nadie lo puede negar. Pero, de todos modos, tal vez lo mejor sería enviarlos a servir en la Guardia de la Noche. En los últimos tiempos hemos recibido mensajes muy preocupantes procedentes del Muro. Hay movimiento entre los salvajes…

—Salvajes, krakens y dragones. —Mace Tyrell soltó una risita—. ¿Queda alguien que no se esté moviendo?

—Los desertores nos servirán para dar una lección —dijo Lord Tywin, haciendo caso omiso del comentario—. Que les rompan las rodillas a martillazos. No volverán a salir huyendo. Tampoco lo hará ningún hombre que los vea mendigar por las calles. —Recorrió con la mirada a los presentes para ver si alguno de los otros señores se mostraba en desacuerdo.

Tyrion recordó su visita al Muro y los cangrejos que había compartido con el anciano Lord Mormont y sus oficiales. Recordó también los temores del Viejo Oso.

—A lo mejor podríamos romperles las rodillas a unos cuantos para dejar clara nuestra posición. A los que mataron a Ser Jacelyn, por ejemplo. A los demás se los podríamos enviar a Marsh. La Guardia está muy mermada, y si el Muro cayera…

—Los salvajes invadirían el norte —terminó su padre—, y los Stark y los Greyjoy tendrán otro enemigo que combatir. Por lo visto ya no quieren estar sometidos al Trono de Hierro, así que, ¿con qué derecho piden nuestra ayuda? Tanto el rey Robb como el rey Balon quieren el norte. Muy bien, pues que lo defiendan si pueden. Y si no, tal vez ese Mance Rayder resulte un aliado poderoso. —Lord Tywin miró a su hermano—. ¿Alguna cosa más?

—Hemos terminado —dijo Ser Kevan con un gesto de negación—. Mis señores, sin duda Su Alteza el rey Joffrey querría daros las gracias a todos por vuestra sabiduría y vuestros buenos consejos.

—Quiero hablar en privado con mis hijos —dijo Lord Tywin mientras los demás se levantaban para salir—. También contigo, Kevan.

Obedientes, el resto de los consejeros se despidieron y fueron saliendo, Varys en primer lugar, y Tyrell y Redwyne los últimos. Cuando en la sala sólo quedaron los cuatro Lannister, Ser Kevan cerró la puerta.

—¿Consejero de la moneda? —dijo Tyrion con voz tensa—. ¿Podéis decirme a quién se le ha ocurrido semejante idea?

—A Lord Petyr —respondió su padre—, pero nos conviene tener el tesoro en manos de un Lannister. Has pedido que se te encomendara un trabajo importante. ¿Tienes miedo de no estar a la altura de esta tarea?

—No —replicó Tyrion—. Tengo miedo de que haya una trampa. Meñique es sutil y ambicioso. No confío en él. Tú tampoco deberías.

—Nos ha conseguido la alianza de Altojardín… —empezó Cersei.

—Sí, y a ti te entregó a Ned Stark, ya lo sé. Lo mismo le daría vendernos a nosotros. En malas manos, una moneda es tan peligrosa como una espada.

—Para nosotros, no. —Su tío Kevan lo miraba con gesto extraño—. El oro de Roca Casterly…

—No es más que estiércol en el suelo. El oro de Meñique brota del aire, sólo tiene que chasquear los dedos.

—Una excelente habilidad —ronroneó Cersei con la dulce voz impregnada de malicia—, mucho más útil que cualquiera de las tuyas, mi querido hermano.

—Meñique es un mentiroso…

—Y negro, dijo el cuervo al grajo.

—¡Basta ya! —exclamó Lord Tywin dando un palmetazo sobre la mesa—. No quiero oír ni una discusión más. Los dos sois Lannisters, comportaos como tales.

Ser Kevan carraspeó para aclararse la garganta.

—Prefiero ver a Petyr Baelish al frente del Nido de Águilas que a ningún otro de los pretendientes de Lady Lysa. Yohn Royce, Lyn Corbray, Horton Redfort… son hombres peligrosos, cada uno a su manera. Y también orgullosos. Puede que Meñique sea astuto, pero no es de noble cuna, ni diestro con las armas. Los señores del Valle no lo aceptarán. —Miró a su hermano. Al ver que Lord Tywin asentía, siguió hablando—. Además, Lord Petyr nos ha demostrado su lealtad una y otra vez. Ayer mismo nos trajo la nueva de un complot para llevar a Sansa Stark a Altojardín para una «visita», y una vez allí casarla con el hijo mayor de Lord Mace, Willas.

—¿Que Meñique trajo la noticia? —Tyrion se inclinó sobre la mesa—. ¿No fue el amo de los susurros? Qué interesante.

—Sansa es mi rehén. —Cersei miraba a su tío incrédula—. No irá a ninguna parte sin mi consentimiento.

—Consentimiento que te verás obligada a otorgar si Lord Tyrell te lo solicita —señaló su padre—. Negárselo sería lo mismo que declarar que no confiamos en él. Lo tomaría como una ofensa.

—Pues que lo tome. ¿A nosotros qué nos importa?

«Estúpida de mierda», pensó Tyrion.

—Querida hermana —explicó con paciencia—, si ofendes a Tyrell ofendes también a Redwyne, a Tarly, a Rowan y a Hightower, y quizá empiecen a preguntarse si Robb Stark no sería más receptivo a sus deseos.

—No permitiré que la rosa y el huargo estén juntos en la cama —declaró Lord Tywin—. Tenemos que anticiparnos a él.

—¿Cómo? —preguntó Cersei.

—Mediante matrimonios. Para empezar, el tuyo.

Fue tan repentino que Cersei se quedó helada un instante. Luego, sus mejillas enrojecieron como si la hubieran abofeteado.

—No. Otra vez no. Me niego.

—Alteza —dijo Ser Kevan con toda cortesía—, sois una mujer joven, todavía hermosa y fértil. Sin duda no querréis pasaros el resto de la vida sola. Además, un nuevo matrimonio pondría fin de una vez por todas a esas habladurías sobre incestos.

—Mientras sigas sin casarte, darás pie a que Stannis siga difundiendo esos rumores repugnantes —dijo Lord Tywin a su hija—. Debes aceptar en tu lecho a un nuevo marido, y engendrar más hijos.

—¡Tres hijos son más que suficientes! ¡Soy la reina de los Siete Reinos, no una yegua para aparearme! ¡Soy la reina regente!

—Eres mi hija, y harás lo que te ordene.

—No me quedaré aquí sentada escuchando… —dijo Cersei poniéndose en pie.

—Te quedarás —dijo Lord Tywin con tranquilidad—, si es que quieres dar tu opinión sobre quién será tu marido.

Cuando la vio titubear un instante y volver a sentarse, Tyrion supo que estaba derrotada, pese a su declaración.

—¡Me niego a volver a casarme!

—Te casarás y tendrás hijos. Cada hijo que engendres dejará por mentiroso a Stannis. —Los ojos de su padre parecían tener el poder de clavarla en la silla—. Mace Tyrell, Paxter Redwyne y Doran Martell están casados con mujeres más jóvenes que ellos y que, probablemente, los sobrevivirán. La esposa de Balon Greyjoy es anciana y frágil, pero un matrimonio así nos comprometería a una alianza con las Islas de Hierro, y todavía no sé si es lo que más nos conviene.

—No —dijo Cersei, sin apenas mover los labios blancos—. No, no, no.

Tyrion casi no podía ocultar la sonrisa que le afloraba al rostro ante la sola idea de enviar a su hermana a Pyke.

«Justo cuando iba a dejar de rezar, algún dios bondadoso me hace este regalo.»

—Oberyn Martell sería un buen partido, pero los Tyrell lo tomarían como un insulto —siguió Lord Tywin—. Así que tenemos que tomar en cuenta a los hijos. ¿Puedo dar por supuesto que no te opones a casarte con un hombre más joven que tú?

—Me opongo a casarme con ningún…

—He tenido en cuenta a los gemelos Redwyne, a Theon Greyjoy, a Quentyn Martell y a muchos otros. Pero nuestra alianza con Altojardín fue la espada que derribó a Stannis. Hay que templarla y fortalecerla. Ser Loras ha vestido el blanco, y Ser Garla está casado con una Fossoway, pero queda el hijo mayor, el muchacho al que planean casar con Sansa Stark.

«Willas Tyrell.» Tyrion sentía un perverso placer ante la furia impotente de Cersei.

—¿Te refieres al tullido? —señaló.

Su padre lo paralizó con una mirada.

—Willas es el heredero de Altojardín y, según todos los informes, se trata de un joven plácido y cortés, aficionado a leer libros y a contemplar las estrellas. Su pasión es la cría de animales y posee los mejores sabuesos, halcones y caballos de los Siete Reinos.

«La pareja ideal —rió Tyrion para sus adentros—. Cersei también es una apasionada de la cría.» Compadecía al pobre Willas, y no sabía si reírse de su hermana o llorar por ella.

—El heredero de los Tyrell es el perfecto para mí —concluyó Lord Tywin—, pero si prefieres a otro, escucharé tus motivos.

—Es muy amable por tu parte, padre —replicó Cersei con cortesía gélida—. La elección que me presentas es difícil. ¿Con quién es mejor que me acueste, con el viejo pulpo o con el tullido chico de los perros? Tendré que pensármelo unos días. ¿Me das tu permiso para retirarme?

«Tú eres la reina —le hubiera gustado decir a Tyrion—, el que te debería pedir permiso es él.»

—Te lo doy —respondió su padre—. Hablaremos de nuevo cuando hayas recuperado la compostura. Recuerda cuál es tu deber.

Cersei salió de la estancia caminando deprisa, rígida, rabiosa.

«Pero acabará por acatar la voluntad de nuestro padre. —Ya lo había hecho con Robert—. Aunque ahora hay que tener en cuenta a Jaime.» Su hermano había sido mucho más joven en el momento del primer matrimonio de Cersei; tal vez no accediera con tanta facilidad al segundo. El desdichado Willas Tyrell era el candidato ideal a contraer una letal enfermedad causada por una espada en las tripas, cosa que sin duda daría al traste con la alianza entre Altojardín y Roca Casterly. «Tendría que decir algo, pero ¿qué? ¿Algo como “Perdona, padre, pero con quien Cersei quiere casarse es con nuestro hermano"?»

—Tyrion.

—Me ha parecido oír al heraldo llamándome a la liza. —Sonrió con aire resignado.

—Esa afición que tienes por las putas es tu debilidad —dijo Lord Tywin sin preámbulos—, pero puede que parte de la culpa me corresponda a mí. Como tienes la estatura de un niño, me resulta sencillo olvidar que en realidad eres un adulto, con las necesidades viles de un hombre. Ya deberías haberte casado.

«Estuve casado, ¿no te acuerdas?» Tyrion retorció la boca, y el sonido que emitió estaba a medio camino entre una carcajada y un gruñido.

—¿Te hace gracia la perspectiva de casarte?

—No, sólo me estaba imaginando qué novio más guapo voy a resultar.

Tal vez una esposa fuera justo lo que necesitaba. Si le aportaba tierras y un castillo, eso le proporcionaría un lugar en el mundo lejos de la corte de Joffrey… y de Cersei, y de su padre.

Por otro lado estaba Shae.

«Esto no le va a hacer la menor gracia, por mucho que diga que se conforma con ser mi puta.»

Pero, desde luego, no era un asunto que plantearle a su padre, de manera que Tyrion se incorporó lo más alto que pudo en su asiento.

—Pretendes que me case con Sansa Stark —dijo—. Pero ¿no crees que los Tyrell tomarán el compromiso como una afrenta, ya que tienen otros planes para esa niña?

—Lord Tyrell no sacará a colación el tema de la joven Stark hasta después de la boda de Joffrey. Si Sansa contrae matrimonio antes, ¿cómo se puede sentir afrentado? No nos había dado ningún indicio de sus intenciones.

—Así es —dijo Ser Kevan—. Y si persiste algún atisbo de resentimiento, se olvidará cuando ofrezcamos a Cersei para su Willas.

Tyrion se frotó los restos de su nariz. En ocasiones la cicatriz reciente le picaba de manera insoportable.

—Su Alteza la pústula real ha hecho desgraciada a Sansa hasta límites horribles desde el día en que murió su padre, y ahora que por fin se ve libre de Joffrey os proponéis casarla conmigo. Me parece de una crueldad inaudita. Incluso para ti, padre.

—¿Por qué, tienes intención de maltratarla? —En la voz de su padre había más curiosidad que preocupación—. La felicidad de esa cría no es mi objetivo, ni tampoco debería ser el tuyo. En el sur, nuestras alianzas son tan sólidas como Roca Casterly, pero aún tenemos que ganar el norte, y la llave del norte es Sansa Stark.

—No es más que una niña.

—Tu hermana asegura que ya ha florecido, de modo que es una mujer, y se puede casar. Tienes que quitarle la virginidad, de modo que nadie pueda decir que el matrimonio no ha sido consumado. Después, si quieres esperar un año o dos antes de volver a acostarte con ella, estarás en tu derecho como esposo.

«Shae es la mujer a la que necesito ahora mismo —pensó—, y digas lo que digas, Sansa no es más que una niña.»

—Si tu objetivo es apartarla de los Tyrell, ¿por qué no se la devuelves a su madre? Tal vez eso convencería a Robb Stark de que se arrodillara ante el rey.

—Si la envío a Aguasdulces —le espetó Lord Tywin con una mirada despectiva—, su madre la emparejará con un Blackwood o un Mallister para cimentar las alianzas de su hijo en el Tridente. Si la envío al norte, antes de un mes estará casada con algún Manderly o con un Umber. Pero aquí en la corte no es menos peligrosa, como ha demostrado este problema con los Tyrell. Se tiene que casar con un Lannister, cuanto antes.

—El hombre que se case con Sansa Stark tendrá derechos sobre Invernalia —intervino su tío Kevan—. ¿No se te había ocurrido?

—Si tú no te quieres casar con ella, se la ofreceré a cualquiera de tus primos —dijo su padre—. Kevan, ¿crees que Lancel tendrá fuerzas para casarse?

—Si llevamos a la niña junto a su lecho, podrá pronunciar el juramento… —Ser Kevan titubeó un instante—. Pero de consumarlo, ni hablar… No, propondría a uno de los gemelos, pero los Stark los tienen prisioneros en Aguasdulces. También tienen a Tion, el hijo de Genna, que sería otro posible candidato.

Tyrion dejó que siguieran con la comedia. Sabía que la estaban representando sólo para él.

«Sansa Stark», caviló. Sansa, de palabras tan gentiles y de fragancia tan dulce, que adoraba las sedas, las canciones, la galantería y a los caballeros altos y gráciles de rostros hermosos. Se sintió como si estuviera de nuevo en el embarcadero, con el muelle meciéndose bajo sus pies.

—Me pediste que te recompensara por tu valor en la batalla —le recordó Lord Tywin con energía—. Ésta es tu oportunidad, Tyrion, la mejor que vas a tener jamás. —Tamborileó con los dedos sobre la mesa, impaciente—. Hubo un tiempo en que quise casar a tu hermano con Lysa Tully, pero Aerys hizo a Jaime miembro de su Guardia Real antes de que llegáramos a un acuerdo. Cuando propuse a Lord Hoster que Lysa se casara a cambio contigo, me replicó que quería a un hombre entero para su hija.

«De modo que la casó con Jon Arryn, que tenía edad para ser su abuelo.» Dado lo que había llegado a ser Lysa Arryn, Tyrion sentía más gratitud que rencor.

—Cuando te ofrecí a Dorne, me dijeron que la mera propuesta era un insulto —siguió Lord Tywin—. En los años siguientes recibí respuestas similares de Yohn Royce y Leyton Hightower. Acabé por caer tan bajo como para sugerir que aceptarías a la chica de la casa Florent, la que Robert desvirgó en el lecho de bodas de su hermano. Pero su padre prefirió entregarla a uno de los caballeros de su propia casa.

»Si no quieres a la joven Stark, te buscaré otra esposa. Sin duda en algún lugar del reino habrá un señor menor que de buena gana entregaría a una hija para ganarse la amistad de Roca Casterly. La misma Lady Tanda nos ha ofrecido a Lollys…

Tyrion sintió un escalofrío.

—Antes me la corto y se la echo de comer a las cabras.

—Pues haz el favor de abrir los ojos. La pequeña Stark es joven, amable, de noble cuna y todavía virgen. No le faltan atractivos. ¿Por qué dudas?

«Eso, ¿por qué?»

—Manías mías. Aunque suene raro, preferiría una esposa que me deseara en la cama.

—Si crees que tus putas te desean en la cama es que eres aún más idiota de lo que pensaba —replicó Lord Tywin—. Me estás decepcionando, Tyrion. Pensaba que este compromiso te haría feliz.

—Sí, ya sabemos todos cuánto te importa mi felicidad, padre. Pero hay una cosa que no entiendo. ¿Dices que es la llave del norte? Ahora el norte está en poder de los Greyjoy, y el rey Balon tiene una hija. ¿Por qué Sansa Stark, y no ella?

Miró fijamente los fríos ojos de su padre, verdes con brillantes reflejos dorados. Lord Tywin entrelazó los dedos bajo la barbilla.

—Balon Greyjoy piensa en términos de saqueador, no de rey. Dejemos que disfrute de una corona de otoño y que sufra un invierno del norte. Sus súbditos no le tendrán mucha estima. Cuando llegue la primavera, los norteños tendrán las barrigas llenas de krakens. Cuando te presentes allí con el nieto de Eddard Stark para reclamar la herencia que le corresponde por derecho, tanto los señores como el pueblo llano se unirán para sentarlo en el trono de sus antepasados. Supongo que serás capaz de dejar embarazada a una mujer, ¿no?

—Creo que sí —replicó, airado—. Aunque la verdad es que no tengo pruebas. Pero no se puede decir que no lo haya intentado. Planto mis semillitas tan a menudo como me es posible…

—En zanjas y alcantarillas —terminó Lord Tywin—, y en tierras comunales donde sólo pueden enraizar bastardos. Ya va siendo hora de que tengas un jardín propio. —Se puso en pie—. Te aseguro que Roca Casterly no será para ti jamás. Pero si te casas con Sansa Stark, es posible que algún día consigas Invernalia.

«Tyrion Lannister, Lord Protector de Invernalia.» La sola idea le produjo un extraño escalofrío.

—Muy bien, padre —dijo, remarcando cada palabra—, pero hay una cucaracha muy gorda en tu alfombra. Hay que suponer que Robb Stark es tan «capaz» como yo, y se ha comprometido con una de esas fértiles Frey. Y una vez que el Joven Lobo tenga una camada, los cachorros de Sansa no tendrán derecho a heredar nada.

—Te doy mi palabra de que Robb Stark no engendrará hijos con esa fértil Frey. —Lord Tywin no parecía preocupado—. Hay ciertas noticias que no me ha parecido conveniente compartir con el Consejo, aunque no me cabe duda de que los señores se enterarán tarde o temprano, seguramente temprano. El Joven Lobo se ha desposado con la hija mayor de Gawen Westerling.

—¿Quieres decir que rompió su juramento? —preguntó Tyrion, incrédulo. Pensaba que no había oído bien a su padre—. ¿Que ha rechazado a los Frey por…? —Se quedó sin palabras.

—Por una doncella de dieciséis años llamada Jeyne —dijo Ser Kevan—. Lord Gawen me la había propuesto para Willem o para Martyn, pero tuve que negarme. Gawen es un buen hombre, pero su mujer es Sybell Spicer. No tendría que haberse casado con ella. Los Westerling siempre han tenido más honor que sentido común. El abuelo de Lady Sybell era un comerciante de azafrán y pimienta, casi tan plebeyo como ese contrabandista que va con Stannis. Y la abuela era una mujer que se trajo del este. Una vieja horrorosa, supuestamente era una sacerdotisa. La llamaban maegi. Nadie era capaz de pronunciar su verdadero nombre. Medio Lannisport acudía a ella en busca de remedios, pociones amorosas y cosas por el estilo. —Se encogió de hombros—. Hace mucho que murió, claro. Y Jeyne parecía una chiquilla muy dulce, sí, aunque sólo la vi en una ocasión. Pero con una sangre tan dudosa…

Tyrion, que había estado casado con una prostituta, no podía compartir del todo el espanto que sentía su tío ante la idea de contraer matrimonio con una muchacha cuyo bisabuelo había comerciado con clavos de olor. Pese a todo… «Una chiquilla muy dulce», había dicho Ser Kevan, pero muchos venenos también eran dulces. Los Westerling eran una estirpe antigua, pero tenían más orgullo que poder. No le sorprendería que Lady Sybell hubiera aportado al matrimonio más riquezas que su noble esposo. Las minas de los Westerling estaban agotadas desde hacía años, habían vendido o perdido sus mejores tierras, y el Risco era más una ruina que una fortaleza.

«Aunque una ruina romántica, que se alza valerosa sobre el mar.»

—Estoy desconcertado —tuvo que reconocer Tyrion—. Creía que Robb Stark tenía más sentido común.

—Es un muchacho de dieciséis años —dijo Lord Tywin—. A esa edad el sentido común importa poco, comparado con la lujuria, el amor y el honor.

—Renegó de su promesa, humilló a un aliado y violó su palabra. ¿Dónde está el honor?

—Eligió el honor de la chica por encima del suyo propio —le respondió Ser Kevan—. Una vez la hubo desvirgado, no le quedó otra opción.

—Habría sido mejor para ella que la dejara con un bastardo en la barriga —replicó Tyrion con brusquedad.

Los Westerling iban a perderlo todo: sus tierras, su castillo, sus mismas vidas.

«Un Lannister siempre paga sus deudas.»

—Jeyne Westerling es hija de su madre —dijo Lord Tywin—, y Robb Stark es hijo de su padre.

La traición de los Westerling no parecía haber airado a su padre tanto como Tyrion habría podido suponer. Lord Tywin no toleraba deslealtad alguna en sus vasallos. Cuando aún era casi un niño había aniquilado a los orgullosos Reyne de Castamere y a los antiquísimos Tarbeck de Torre Tarbeck. Los bardos incluso habían llegado a componer una canción un tanto macabra al respecto. Años más tarde, cuando Lord Farman de Castibello se puso beligerante, Lord Tywin le envió un emisario que, en vez de una carta, llevaba un laúd. Una vez oyó en sus salones «Las lluvias de Castamere», Lord Farman no volvió a causar problemas. Y por si no bastara con la canción, los derruidos castillos de los Reyne y los Tarbeck se alzaban aún como testimonio mudo del destino que aguardaba a los que osaran despreciar el poderío de Roca Casterly.

—El Risco no está tan lejos de Torre Tarbeck y Castamere —señaló Tyrion—. Cabría suponer que los Westerling han pasado por allí y deberían haber aprendido la lección.

—Puede que así haya sido —dijo Lord Tywin—. Te aseguro que saben bien qué pasó en Castamere.

—¿Acaso los Westerling y los Spicer son tan estúpidos como para creer que el lobo puede derrotar al león?

Muy de tarde en tarde, Lord Tywin Lannister amenazaba con esbozar una sonrisa. No llegaba a hacerlo, pero la mera amenaza era un espectáculo pavoroso.

—A veces, los más grandes estúpidos son más astutos que los que se ríen de ellos —dijo—. Te casarás con Sansa Stark, Tyrion. Y muy pronto.

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