CATELYN

Robb se despidió tres veces de su joven reina. La primera en el bosque de dioses, junto al árbol corazón, ante los ojos de los hombres y los dioses. La segunda bajo el rastrillo, donde Jeyne sólo lo dejó partir tras un largo abrazo y un beso más largo todavía. Y la tercera y última a una hora de distancia del Piedra Caída, cuando la muchacha llegó al galope en un caballo agotado para suplicar a su joven rey que la llevara con ella.

Catelyn se dio cuenta de que Robb estaba conmovido, pero también avergonzado. Era un día húmedo y gris, había empezado a lloviznar, y lo que menos falta le hacía era detener la marcha para quedarse a la intemperie consolando a una muchacha llorosa delante de la mitad de su ejército.

«Habla a Jeyne con dulzura —pensó al verlos juntos—, pero en el fondo está enfadado.»

Mientras el rey hablaba con la reina, Viento Gris no dejó de dar vueltas en torno a ellos, se detenía sólo para sacudirse el agua del pelaje y mostrar los colmillos a la lluvia. Cuando por fin Robb dio un último beso a Jeyne, la envió de vuelta a Aguasdulces escoltada por una docena de hombres y volvió a montar a caballo, el huargo salió disparado como una flecha que un arquero acabara de lanzar.

—Es evidente que la reina Jeyne tiene un corazón tierno —dijo Lothar Frey el Cojo a Catelyn—. Me recuerda mucho al de mis hermanas. Je, seguro que en este momento Roslin está bailando por Los Gemelos, canturreando «Lady Tully, Lady Tully, Lady Roslin Tully». Antes de mañana habrá conseguido muestras de tejido del rojo y el azul de Aguasdulces y se las pondrá junto a las mejillas para imaginarse lo bonita que estará con su capa de desposada. —Se volvió en la silla para dirigir una sonrisa a Edmure—. En cambio vos estáis muy callado, Lord Tully. ¿Cómo os sentís?

—Más o menos como en el Molino de Piedra justo antes de que sonaran los cuernos de batalla —respondió Edmure, bromeando sólo a medias.

Lothar se echó a reír de buena gana.

—Roguemos por que vuestro matrimonio tenga un final igual de venturoso, mi señor.

«Los dioses nos protejan si no es así.» Catelyn espoleó a su caballo para dejar a solas a su hermano con Lothar el Cojo.

Había sido ella la que se empecinó en que Jeyne permaneciera en Aguasdulces, aunque Robb habría preferido no separarse de su esposa. Lord Walder podría interpretar la ausencia de la reina en la boda como una afrenta más, pero su presencia habría sido otro tipo de insulto, como echar sal en la herida del anciano.

—Walder Frey tiene la lengua afilada y demasiada memoria —había advertido a su hijo—. No dudo de tu fuerza, sé que soportarías los reproches del viejo con tal de mantener la alianza, pero te pareces demasiado a tu padre como para quedarte sentado mientras insulta a Jeyne a la cara.

Robb no pudo negar que tenía razón.

«Pero, pese a todo, me guarda rencor —pensó Catelyn, agotada—. Ya echa de menos a Jeyne, y en cierto modo me culpa por su ausencia, aunque sabe que le di un buen consejo.»

De los seis Westerling que habían llegado del Risco con su hijo, sólo uno quedaba ya a su lado, Ser Raynald, hermano de Jeyne, el portaestandarte real. Robb había enviado al tío de Jeyne, Rolph Spicer, a entregar al joven Martyn Lannister en el Colmillo Dorado, el mismo día en que recibió el mensaje de Lord Tywin según el cual accedía al intercambio de prisioneros. Fue una maniobra muy hábil. Su hijo ya no tenía por qué temer por la vida de Martyn, Galbart Glover se sintió aliviado al saber que su hermano Robett viajaba ya en un barco que había zarpado de Valle Oscuro, Ser Rolph tenía una misión importante y honorable… y Viento Gris volvía a estar al lado del rey. «Que es donde debe estar.»

Lady Westerling se había quedado en Aguasdulces con sus hijos; Jeyne, su hermana pequeña Eleyna y el joven Rollam, el escudero de Robb, que había protestado hasta hartarse al ver que lo dejaban allí. Pero también eso era una maniobra sensata. Olyvar Frey ya había sido escudero de Robb, y sin duda estaría presente el día de la boda de su hermana; exhibir a su sustituto ante él no sería buena idea, ni tampoco una actitud elegante. En cuanto a Ser Raynald, se trataba de un caballero joven y alegre que decía que ningún insulto de Walder Frey conseguiría provocarlo. «Esperemos que sólo tengamos que enfrentarnos a insultos.»

Pero Catelyn también albergaba temores a ese respecto. Su señor padre jamás había confiado en Walder Frey después de la batalla del Tridente, y ella no lo olvidaba. La reina Jeyne estaría más segura tras las altas y fuertes murallas de Aguasdulces, bajo la protección del Pez Negro. Robb había creado un título nuevo, Guardián de las Fronteras del Sur. Si alguien podía defender el Tridente, ése era Ser Brynden.

Pero a la vez, Catelyn sabía que echaría de menos el rostro arrugado de su tío, y Robb también echaría de menos sus consejos. Ser Brynden había formado parte de todas las victorias que su hijo había obtenido. Galbart Glover estaba ahora al mando de los exploradores y la avanzadilla; era un hombre bueno, leal y firme, pero carecía de la genialidad del Pez Negro.

Tras el escudo de exploradores de Glover, la columna de Robb se extendía a lo largo de varios kilómetros. El Gran Jon iba al mando de la vanguardia. Catelyn viajaba en la columna principal, rodeada de caballos de batalla, cuyos cascos levantaban salpicaduras de barro, montados por hombres con armaduras. Detrás iba la caravana de equipamiento, una procesión de carromatos cargados de alimentos, forraje, suministros para el campamento, regalos de boda y aquellos heridos demasiado débiles para caminar, todo bajo la mirada atenta de Ser Wendel Manderly y sus caballeros de Puerto Blanco. La seguían los rebaños de ovejas, cabras y vacas huesudas, y detrás, un pequeño grupo de seguidores de campamento con los pies llenos de ampollas. Por último iba Robin Flint al mando de la retaguardia. No tenían enemigos a la espalda en cientos de leguas, pero Robb no quería correr el menor riesgo.

Eran tres mil quinientos hombres, tres mil quinientos hombres que habían sangrado en el Bosque Susurrante, que habían manchado de sangre sus espadas en la batalla de los Campamentos, en Cruce de Bueyes, en Marcaceniza, en el Risco y en las doradas colinas al oeste de los dominios de los Lannister. Aparte del modesto séquito de amigos de su hermano Edmure, la mayoría de los señores del Tridente se habían quedado para defender las tierras de los ríos mientras el rey reconquistaba el norte. Por delante los aguardaba la esposa de Edmure y la próxima batalla de Robb…

«Y a mí me esperan dos hijos muertos, un lecho vacío y un castillo lleno de fantasmas. —No era una perspectiva prometedora—. Brienne, ¿dónde estás? Tráeme a mis hijas, Brienne. Tráemelas sanas y salvas.»

La llovizna bajo la que habían emprendido la marcha se transformó hacia el mediodía en una lluvia constante, que continuó hasta entrada la noche. Durante el día siguiente los norteños no vieron el sol; cabalgaron bajo cielos plomizos con las capuchas puestas para que el agua no les entrara en los ojos. Era una lluvia fuerte, densa, que convertía los caminos en barrizales y los campos en ciénagas, que hacía crecer los ríos y arrancaba las hojas de los árboles. El repiqueteo constante dificultaba las conversaciones banales y el esfuerzo no valía la pena, de manera que los hombres sólo hablaban cuando tenían algo que decir, cosa que no sucedía muy a menudo.

—Somos más fuertes de lo que parecemos, mi señora —dijo Lady Maege Mormont mientras cabalgaban.

Catelyn había acabado por sentir un gran afecto hacia Lady Maege y su hija mayor, Dacey; los días le habían demostrado que eran mucho más comprensivas que la mayoría con respecto a lo sucedido con Jaime Lannister. La hija era alta y delgada; la madre, baja y recia; pero ambas vestían igual, cotas de mallas y corazas, con el oso negro de la Casa Mormont en escudos y jubones. A Catelyn le resultaban atuendos extraños para una dama, pero tanto Dacey como Lady Maege parecían cómodas como guerreras y como mujeres, cosa que nunca le había sucedido a la joven de Tarth.

—He luchado en todas las batallas al lado del Joven Lobo —comentó Dacey Mormont en tono alegre—. Todavía no ha perdido ninguna.

«No, pero ha perdido todo lo demás», pensó Catelyn, aunque jamás lo diría en voz alta. A los norteños no les faltaba valor, pero estaban lejos de su hogar y no tenían gran cosa que los mantuviera en pie aparte de la fe en su joven rey. Una fe que había que proteger a cualquier precio. «Tengo que ser más fuerte —se dijo—. Tengo que ser fuerte, por Robb. Si desespero, la pena me consumirá.» Aquel matrimonio iba a ser el factor decisivo. Si Edmure y Roslin se gustaban, si conseguían aplacar al Tardío Lord Frey y volvía a unir sus fuerzas a las de Robb… «Aun así, ¿qué posibilidades tendremos, atrapados entre los Lannister y los Greyjoy?» Era un tema sobre el que Catelyn no se atrevía a pensar mucho, aunque en la cabeza de Robb apenas si había sitio para otra cosa. Lo veía estudiar los mapas cada vez que montaban el campamento en busca de algún plan que le permitiera recuperar el norte.

Su hermano Edmure tenía otras preocupaciones.

—Me imagino que no todas las hijas de Lord Walder se parecerán a él, ¿verdad? —comentó una vez sentado en la alta tienda de lona a rayas, con Catelyn y sus amigos.

—Hay tantas madres diferentes que seguro que alguna de las hijas ha salido bonita —señaló Ser Marq Piper—, pero ¿por qué os iba a entregar una guapa ese viejo canalla?

—Claro, no tiene por qué —asintió Edmure con tono sombrío.

—Cersei Lannister es atractiva —le espetó de repente Catelyn, que ya no lo pudo soportar más—. Sería más inteligente por tu parte rezar por que Roslin sea fuerte y saludable, y tenga un corazón bondadoso y leal.

Y sin más, se levantó y los dejó solos.

Edmure no lo encajó bien. Al día siguiente evitó cruzarse con ella durante la marcha, prefirió en su lugar la compañía de Marq Piper, Lymond Goodbrook, Patrek Mallister y los jóvenes Vance.

«Ellos no le hacen ningún reproche que no sea en broma —se dijo Catelyn cuando transcurrió la tarde sin que intercambiaran palabra—. Siempre he sido demasiado dura con Edmure, y ahora el dolor afila cada una de mis palabras.» Lamentaba haberlo reprendido. Ya hacía bastante frío con la lluvia que caía del cielo sin necesidad de que ella enfriara todavía más el ambiente. ¿Y de verdad era tan espantoso querer una esposa bonita? Recordó la decepción infantil que había sufrido la primera vez que vio a Eddard Stark. Se lo había imaginado como su hermano Brandon en joven, pero estaba equivocada. Ned era más bajo y tenía un rostro más corriente, además, siempre parecía sombrío. Cuando hablaba era cortés, pero bajo las palabras se percibía una frialdad que no tenía nada que ver con Brandon, cuyas carcajadas retumbaban tanto como sus accesos de rabia. Hasta cuando la tomó por primera vez, en su amor había más deber que pasión. «Pero aquella noche engendramos a Robb; aquella noche hicimos un rey. Y después de la guerra, en Invernalia, tuve más amor que ninguna mujer cuando descubrí el corazón dulce y generoso que palpitaba bajo la apariencia solemne de Ned. No hay motivo para pensar que Edmure no descubrirá lo mismo con Roslin.»

Como si se tratara de un designio de los dioses, la ruta los llevó a través del Bosque Susurrante donde Robb había obtenido su primera gran victoria. Siguieron el curso del riachuelo serpenteante que cruzaba el angosto valle, igual que habían hecho los hombres de Jaime Lannister aquella desventurada noche.

«Entonces hacía más calor —recordó Catelyn—, los árboles aún estaban verdes y el arroyo no bajaba tan crecido.» En aquel momento las hojas caídas ahogaban su curso y se enredaban en húmedas marañas entre las rocas y las raíces, y los árboles que entonces habían servido de escondrijo al ejército de Robb habían cambiado su vestidura verde por hojas color oro viejo, con motas castañas y rojas que le recordaban al óxido y a la sangre seca. Sólo las piceas y los pinos soldado mostraban aún copas verdes que apuntaban hacia las nubes barrigonas como largas lanzas oscuras.

«No sólo han muerto árboles desde entonces», reflexionó. La noche del Bosque Susurrante, Ned todavía estaba vivo en su celda bajo la Colina Alta de Aegon, y Bran y Rickon se encontraban a salvo tras las murallas de Invernalia. «Theon Greyjoy peleó al lado de Robb y alardeó de lo cerca que había estado de cruzar su espada con la del Matarreyes. Ojalá hubiera sido así. Si hubiera muerto Theon en lugar de los hijos de Lord Karstark, ¿cuántos males se habrían evitado?»

Al atravesar el campo de batalla, Catelyn divisó rastros de la carnicería que había tenido lugar allí; un yelmo abandonado lleno de agua, una lanza astillada, los huesos de un caballo… Sobre los cadáveres de los caídos habían colocado piedras a modo de sepulturas, pero los animales carroñeros ya habían pasado por allí. Entre las rocas caídas se veían ropas de colores vivos y trozos de metal brillante. También divisó un rostro que la miraba; la forma del cráneo empezaba a emerger por debajo de la carne oscura y podrida.

Aquello la hizo pensar en dónde estaría descansando Ned. Las hermanas silenciosas se habían llevado sus huesos al norte, con la escolta de Hallis Mollen y una pequeña guardia de honor. ¿Habría llegado Ned a Invernalia, lo habrían enterrado junto a su hermano Brandon en las criptas oscuras bajo el castillo? ¿O se habrían cerrado las puertas en Foso Cailin antes de que pasaran Hal y las hermanas?

Tres mil quinientos jinetes avanzaban por el valle a través del Bosque Susurrante, pero Catelyn Stark pocas veces se había sentido tan sola. Cada legua que recorría la alejaba más y más de Aguasdulces, y no pudo evitar preguntarse si volvería a ver el castillo. Tal vez lo había perdido para siempre como tantas otras cosas.

Cinco días más tarde los exploradores regresaron para avisarles de que la crecida de las aguas se había llevado el puente de madera en Buenmercado. Galbart Glover y dos de sus hombres más osados habían intentado cruzar con sus monturas la turbulenta corriente del Forca Azul en el Vado de los Carneros: dos de los caballos y uno de los jinetes se ahogaron; el propio Glover tuvo que agarrarse a una roca hasta que lograron sacarlo.

—El río no bajaba tan crecido desde la última primavera —dijo Edmure—. Y si sigue lloviendo, las aguas subirán todavía más.

—Hay un puente corriente arriba, cerca de Piedrasviejas —recordó Catelyn, que había cruzado aquellas tierras a menudo con su padre—. Es más viejo y más pequeño, pero si sigue en pie…

—Ya no existe, mi señora —dijo Galbart Glover—. La corriente se lo llevó antes que el de Buenmercado.

—¿Hay algún otro puente? —preguntó Robb a Catelyn mirándola.

—No. Y los vados estarán intransitables. —Trató de hacer memoria—. Si no podemos cruzar el Forca Azul, tendremos que rodearlo, cruzar Sietecauces y el Pantano de la Bruja.

—Cenagales y malos caminos, y eso cuando los hay —avisó Edmure—. La marcha será lenta, pero en fin, al menos avanzaremos.

—Seguro que Lord Walder nos esperará —dijo Robb—. Lothar le envió un pájaro desde Aguasdulces, ya sabe que estamos en camino.

—Sí, pero es susceptible y desconfiado por naturaleza —dijo Catelyn—. Se puede tomar esta demora como un insulto deliberado.

—Muy bien, le pediré perdón también por el retraso. Menudo rey pareceré, disculpándome cada dos palabras. —Robb hizo una mueca—. Espero que Bolton consiguiera cruzar el Tridente antes de que empezaran las lluvias. El camino real va directo hacia el norte, su marcha será más sencilla. Aunque vayan a pie, llegarán a Los Gemelos antes que nosotros.

—Y una vez sus hombres se reúnan con los tuyos y mi hermano esté casado, ¿qué harás? —preguntó Catelyn.

—Ir al norte. —Robb rascaba a Viento Gris detrás de una oreja.

—¿Por el camino alto? ¿Contra Foso Cailin?

—Es una posibilidad —dijo el muchacho con una sonrisa enigmática, y por su tono Catelyn supo que no le sacaría ni una palabra más.

«Un rey sabio no dice lo que piensa», se recordó.

Llegaron a Piedrasviejas tras ocho días más de lluvia constante y acamparon en la cima de la colina desde la que se divisaba el Forca Azul, en el interior de las ruinas de una fortaleza de los antiguos Reyes del Río. Los cimientos seguían entre la maleza y mostraban dónde se habían alzado las murallas y torreones, pero la gente de la zona se había llevado la mayor parte de las piedras hacía ya tiempo para edificar graneros, septos, refugios… Pero, en el centro de lo que en el pasado fuera el patio del castillo, quedaba todavía un sepulcro medio oculto entre hierbas que llegaban a la cintura.

La tapa del sepulcro estaba tallada con la semblanza del hombre cuyos huesos yacían en el interior, pero la lluvia y el viento la habían erosionado. El rey había llevado barba, eso todavía se veía, pero por lo demás el rostro era liso y sin rasgos, con apenas vagos indicios de la boca, la nariz, los ojos y la corona que le había ceñido las sienes. Tenía las manos cruzadas sobre el mango de un martillo de combate que le descansaba sobre el pecho. Seguramente el martillo tuvo en su momento runas con su nombre e historia, pero los siglos las habían borrado. La propia piedra estaba agrietada y desmenuzada, decolorada aquí y allá por manchas de musgo y líquenes, y las rosas silvestres que crecían a los pies del rey le llegaban casi hasta el pecho.

Allí fue donde Catelyn encontró a Robb, de pie, sombrío en el ocaso, con Viento Gris por única compañía. La lluvia había cesado por el momento, y el muchacho llevaba la cabeza descubierta.

—¿Cómo se llama este castillo? —le preguntó en voz baja cuando Catelyn se le acercó.

—Cuando yo era niña el pueblo lo llamaba Piedrasviejas, pero no me cabe duda de que tendría otro nombre cuando aquí vivían reyes.

En cierta ocasión había acampado allí con su padre, camino de Varamar. «Petyr también iba con nosotros…»

—Había una canción —recordó Robb—. «Jenny de Piedrasviejas, con flores en el cabello.»

—Al final no somos más que canciones. Y eso si tenemos suerte.

Aquel día había jugado a ser Jenny, hasta se había puesto flores en el pelo. Y Petyr fingía ser su Príncipe de las Libélulas. Catelyn no tendría más de doce años, Petyr era un chiquillo.

—¿De quién es esta tumba? —preguntó Robb examinando el sepulcro.

—Aquí yace Tristifer, el cuarto de su nombre, Rey de los Ríos y las Colinas. —Su padre le había contado una vez su historia—. Su reino se extendía desde el Tridente al Cuello, eso fue miles de años antes de Jenny y de su príncipe, en los tiempos en que los reinos de los primeros hombres caían uno tras otro ante las acometidas de los ándalos. Lo llamaban «Martillo de Justicia». Luchó en cien batallas y venció en noventa y nueve, o eso dicen los bardos, y cuando erigió este castillo era el más fuerte de Poniente. —Puso una mano en el hombro de su hijo—. Murió en su centésima batalla, cuando siete reyes ándalos unieron sus fuerzas contra él. El quinto Tristifer no estuvo a su altura y no tardó en perder el reino, luego el castillo y, por último, el linaje. Con Tristifer el quinto de su nombre murió la Casa Mudd, que había reinado en las tierras de los ríos durante mil años antes de que llegaran los ándalos.

—Su heredero le falló. —Robb pasó una mano por la áspera piedra desgastada—. Habría querido dejar a Jeyne embarazada… Lo intentamos muchas veces, pero no estoy seguro…

—No siempre se consigue a la primera. —«Aunque en tu caso fue así»—. Ni siquiera en la que hace cien. Los dos sois muy jóvenes.

—Soy joven y soy rey —dijo—. Todo rey necesita un heredero. Si muriera en la próxima batalla el reino no debería morir conmigo. Según la ley Sansa es la siguiente en la línea de sucesión, de manera que Invernalia y el norte pasarían a sus manos. —Apretó los labios—. A las suyas y a las de su señor esposo, Tyrion Lannister. No lo puedo permitir. No lo voy a permitir. Ese enano no debe ser jamás dueño del norte.

—No —asintió Catelyn—. Debes nombrar a otro heredero hasta el momento en que Jeyne te dé un hijo. —Meditó un instante—. Tu señor padre no tenía hermanos, pero su padre tenía una hermana que contrajo matrimonio con uno de los hijos menores de Lord Raymar Royce. Tuvieron tres hijas, y las tres se casaron con señores menores del Valle. Una con un Waynwood y otra con un Corbray, de ésos estoy segura. La más pequeña… puede que fuera con un Templeton, pero…

—Madre. —El tono de Robb era brusco—. Te olvidas de una cosa. Mi padre tuvo cuatro hijos.

—Un Nieve no es un Stark. —Catelyn no lo había olvidado; no lo había querido ver, pero allí estaba.

—Jon es más Stark que cualquier señor menor del Valle que jamás ha visto Invernalia.

—Jon es un hermano de la Guardia de la Noche, ha jurado no tomar esposa y no poseer tierras. Los que visten el negro hacen votos de por vida.

—Igual que los caballeros de la Guardia Real. Eso no impidió que los Lannister les quitaran las capas blancas a Ser Barristan Selmy y a Ser Boros Blunt cuando ya no les eran útiles. Si envío a la guardia un centenar de hombres que ocupen el lugar de Jon, seguro que se les ocurrirá alguna manera de liberarlo de su juramento.

«Ya lo ha decidido.» Catelyn sabía lo testarudo que podía llegar a ser su hijo.

—Los bastardos no pueden heredar.

—No a menos que un decreto real los legitime —replicó Robb—. Sobre eso hay más precedentes que sobre liberar de sus votos a un hermano juramentado.

—Precedentes —replicó ella con amargura—. Sí, Aegon el Cuarto legitimó a todos sus bastardos en su lecho de muerte. ¿Sabes cuánto dolor desató, cuántas guerras se libraron y cuánta sangre se derramó por eso? Sé que confías en Jon, pero ¿puedes confiar en sus hijos? ¿O en los hijos de sus hijos? Los Fuegoscuro aspiraban al trono y causaron problemas a los Targaryen durante cinco generaciones, hasta que Barristan el Bravo mató al último de su estirpe en los Peldaños de Piedra. Si legitimas a Jon no hay vuelta atrás, no hay manera de volver a convertirlo en un bastardo. Si se casa y tiene hijos, los que tengas tú con Jeyne jamás estarán a salvo.

—Jon jamás haría daño a un hijo mío.

—¿Igual que Theon Greyjoy no haría daño a Bran ni a Rickon?

Viento Gris saltó sobre la cripta del rey Tristifer y enseñó los dientes. El rostro de Robb era una máscara gélida.

—Eso ha sido tan cruel como injusto. Jon no es Theon.

—Eso quieres creer. ¿Y has pensado en tus hermanas? ¿Qué pasa con sus derechos? Estamos de acuerdo en que el norte no puede quedar en manos del Gnomo, pero ¿qué pasa con Arya? Según la ley va después de Sansa… Es tu propia hermana, es hija legítima…

—Y está muerta. Nadie ha visto a Arya desde que le cortaron la cabeza a mi padre. ¿Por qué te sigues engañando? Hemos perdido a Arya, igual que a Bran y a Rickon, y también matarán a Sansa en cuanto le dé un hijo al enano. El único hermano que me queda es Jon. Si muero sin herederos, quiero que me suceda como Rey en el Norte. Tenía la esperanza de que me apoyaras en esta elección.

—No puedo —dijo—. En todo lo demás estoy contigo, Robb. En todo. Pero en esto no, es una locura. No me pidas mi aprobación.

—No tengo por qué. Soy el rey.

Robb se dio la vuelta y se alejó, Viento Gris saltó de la tumba y trotó en pos de él.

«¿Qué he hecho? —pensó Catelyn, agotada, al quedarse sola junto al sepulcro de piedra de Tristifer—. Primero he hecho enfadar a Edmure y ahora a Robb, pero lo único que hago es decir la verdad. ¿Tan frágiles son los hombres que no soportan oírla?» Se habría echado a llorar si el cielo no le hubiera tomado la delantera. Lo único que pudo hacer fue caminar de vuelta a su tienda y quedarse allí sentada, en silencio.

En los días siguientes Robb estuvo en todas partes a la vez; cabalgaba al frente de la vanguardia con el Gran Jon, exploraba con Viento Gris, retrocedía para ver a Robin Flint en la retaguardia… Los hombres decían con orgullo que el Joven Lobo era el primero en levantarse cada amanecer y el último en irse a dormir por las noches, pero Catelyn no estaba segura de que durmiera.

«Está tan huesudo y famélico como su huargo.»

—Mi señora —le dijo una mañana Maege Mormont mientras cabalgaban bajo una lluvia constante—, estáis muy sombría. ¿Pasa algo?

«Mi señor esposo está muerto, y también mi padre, han entregado a mi hija a un enano perjuro para que engendre a su repulsiva progenie, mi otra hija ha desaparecido y probablemente haya muerto, y el último hijo varón que me queda y mi único hermano están furiosos conmigo. ¿Qué puede pasar?» Pero sin duda Lady Maege no querría oír tantas verdades.

—Es esta lluvia funesta —dijo en su lugar—. Hemos sufrido mucho y nos aguardan más peligros y más pesares. Tendríamos que hacerles frente con gallardía, haciendo sonar los cuernos y ondeando los estandartes. Pero la lluvia nos derrota. Los estandartes están empapados, y los hombres se arrebujan en sus capas, apenas si hablan unos con otros. Sólo una lluvia funesta nos helaría los corazones cuando más necesitamos que ardan con calor.

—Yo prefiero que me llueva agua en vez de flechas —dijo Dacey Mormont alzando la vista hacia el cielo.

—Mucho me temo que sois más valiente que yo. —Catelyn sonreía muy a su pesar—. ¿Todas las mujeres de vuestra Isla del Oso son así de guerreras?

—Somos osas, sí —dijo Lady Maege—. Hemos tenido que serlo. En los viejos tiempos los hombres del hierro nos atacaban en sus barcos, o a veces eran salvajes de la Costa Helada. Lo más común era que los hombres hubieran salido a pescar. Las esposas que dejaban atrás tenían que defenderse y defender a sus hijos, o dejar que las raptaran.

—En nuestra puerta hay un grabado —intervino Dacey—. Es una mujer vestida con una piel de oso, lleva en un brazo a un niño al que amamanta. En la otra mano tiene un hacha de batalla. No se puede decir que sea una verdadera dama, pero siempre me ha encantado.

—Mi sobrino Jorah nos trajo a casa en cierta ocasión a una verdadera dama —dijo Lady Maege—. La había ganado en un torneo. Ella aborrecía ese grabado.

—Sí, y todo lo demás —señaló Dacey—. Se llamaba Lynesse y tenía unos cabellos como hebras de oro. Su piel era blanca como la leche. Pero tenía manos blandas, no valían para sujetar un hacha.

—Y sus tetas no valían para dar de mamar —agregó su madre sin miramientos.

Catelyn sabía de quién hablaban; Jorah Mormont había llevado a su segunda esposa a Invernalia a algunos banquetes, y en cierta ocasión se quedaron quince días como invitados. Recordó que Lady Lynesse le había parecido muy joven, muy hermosa y muy desdichada. Una noche, después de varias copas de vino, llegó a confesar a Catelyn que el norte no era lugar para una Hightower de Antigua.

—Hubo una Tully de Aguasdulces que hace mucho tiempo pensaba lo mismo —le respondió con cariño, en un intento de consolarla—, pero con el tiempo descubrió que aquí había muchas cosas a las que podía llegar a amar.

«Ahora ya no queda nada —reflexionó—. Invernalia, Bran, Rickon, Sansa, Arya… los he perdido a todos. Sólo me queda Robb. —Tal vez en ella había demasiado de Lynesse Hightower y demasiado poco de los Stark—. Si hubiera sabido manejar un hacha tal vez los habría podido proteger mejor.»

Tras un día amanecía otro, y la lluvia seguía cayendo. Cabalgaron todo el trayecto Forca Azul arriba, más allá de Sietecauces, donde los ríos se desenmarañaban en una confusión de arroyos y riachuelos, y atravesaron el Pantano de la Bruja, donde centelleantes estanques verdes aguardaban para engullir al incauto y el suelo blando sorbía los cascos de los caballos como un bebé hambriento aferrado al pecho de su madre. La marcha era peor que lenta. Tuvieron que abandonar entre las ciénagas la mitad de los carromatos y redistribuir su carga entre mulas y caballos.

Lord Jason Mallister les dio alcance entre las ciénagas del Pantano de la Bruja. Cuando llegó a caballo con su columna todavía quedaba más de una hora de luz, pero Robb dio la orden de acampar al instante, y Ser Raynald Westerling fue a buscar a Catelyn para acompañarla a la tienda del rey. Su hijo estaba sentado ante un brasero con un mapa desplegado sobre el regazo. Viento Gris dormía a sus pies. Lo acompañaban el Gran Jon, Galbart Glover, Maege Mormont, Edmure y alguien más a quien Catelyn no conocía, un hombre gordo y calvo de aspecto acobardado.

«No es ningún señor, ni siquiera un señor menor —supo nada más verlo—. No, ni siquiera es un guerrero.»

Jason Mallister se levantó para ceder su asiento a Catelyn. El señor de Varamar tenía casi tantos cabellos blancos como castaños, pero seguía siendo un hombre atractivo, alto, esbelto, de rostro anguloso bien afeitado, pómulos altos y brillantes ojos color azul grisáceo.

—Siempre es un placer veros, Lady Stark. Espero traeros buenas noticias.

—Las necesitamos con desesperación, mi señor. —Se sentó bajo el repiqueteo de la lluvia que se estrellaba contra la lona sobre ellos.

Robb esperó a que Ser Raynald cerrara el faldón de la tienda.

—Los dioses han escuchado nuestras plegarias, mis señores. Lord Jason nos ha traído al capitán de la Myraham, una galera mercante que partió de Antigua. Capitán, contadles lo mismo que me habéis dicho a mí.

—Como Su Alteza ordene. —Se lamió los gruesos labios en gesto nervioso—. El último puerto en que atraqué antes de poner proa hacia Varamar fue Puerto Noble, en Pyke. Los hombres del hierro me retuvieron allí medio año, nada menos. Por orden del rey Balon. Sólo que, bueno, para abreviar, que está muerto.

—¿Balon Greyjoy? —Por un instante a Catelyn se le detuvo el corazón—. ¿Decís que Balon Greyjoy ha muerto?

El menudo y desastrado capitán asintió.

—Ya sabéis cómo es Pyke, parte se alza en tierra firme y parte en rocas e islas más allá de la orilla, toda la estructura está unida por puentes. Por lo que oí en Puerto Noble, soplaba viento del oeste, llovía y tronaba cuando el viejo rey Balon cruzó uno de esos puentes, lo azotó una ráfaga y lo hizo caer. El mar lo devolvió a la orilla dos días después, todo hinchado. Dicen que los cangrejos se le comieron los ojos.

—Vaya con los cangrejos, se pegaron un banquete digno de un rey, ¿eh? —El Gran Jon se echó a reír.

—Sí —asintió el capitán con un gesto—, pero eso no es todo, ¡qué va! —Se inclinó hacia delante—. El hermano ha vuelto.

—¿Victarion? —preguntó Galbart Glover, sorprendido.

—Euron. Lo llaman Ojo de Grajo, el pirata más negro que jamás haya izado vela. Llevaba años fuera, pero antes de que se enfriara el cadáver de Lord Balon allí estaba, anclando su Silencio en Puerto Noble. Velas negras, casco rojo y una tripulación de mudos. Tengo entendido que había estado en Asshai. En fin, estuviera donde estuviera el caso es que ahora está en casa, se fue directo a Pyke a acomodar el trasero en la Silla de Piedramar, y cuando Lord Botley le puso objeciones lo ahogó en un barril de agua de mar. Entonces corrí de vuelta a la Myraham y levé anclas con la esperanza de largarme mientras durase la confusión. Lo conseguí, y aquí estoy.

—Capitán —dijo Robb al ver que había terminado—, os doy las gracias y os aseguro que no quedaréis sin recompensa. Lord Jason os llevará de vuelta a vuestro barco en cuanto terminemos. Os ruego que aguardéis afuera.

—Así haré, Alteza. Así haré.

En cuanto salió del pabellón real el Gran Jon soltó una carcajada, pero Robb lo hizo callar con sólo mirarlo.

—Si la mitad de lo que nos contaba Theon sobre él es cierto, Euron Greyjoy es lo menos parecido a un rey que se pueda imaginar. Theon es el heredero legítimo, a menos que haya muerto… Pero Victarion está al mando de la Flota del Hierro. No me puedo creer que se quede en Foso Cailin mientras Euron Ojo de Grajo ocupa el Trono de Piedramar. Tiene que regresar.

—También hay una hija de por medio —le recordó Galbart Glover—. Es la que se ha apoderado de Bosquespeso y de la esposa y el hijo de Robett.

—Si se queda en Bosquespeso no obtendrá nada más —señaló Robb—. Lo que se aplica a los hermanos se aplica también a ella y en mayor medida. Tendrá que poner rumbo a su tierra para expulsar a Euron y reclamar el trono. —Su hijo se volvió hacia Lord Jason Mallister—. ¿Tenéis una flota en Varamar?

—¿Una flota, Alteza? Media docena de barcoluengos y dos galeras de combate. Lo justo para defender mis orillas de los agresores, pero jamás podría enfrentarme en batalla contra la Flota del Hierro.

—Ni yo os lo pediría. Estoy seguro de que los hijos del hierro estarán preparándose para volver a Pyke. Theon me contó cómo piensan los suyos. Cada capitán es el rey de su barco. Todos querrán opinar en el tema de la sucesión. Mi señor, necesito que dos de vuestros barcoluengos rodeen el cabo de Águilas y suban por el Cuello hasta la Atalaya de Aguasgrises.

—Hay una docena de arroyos que cruzan el bosque húmedo —dijo Lord Jason, dubitativo—, todos superficiales y cenagosos, no aparecen en los mapas. Ni siquiera llegan a ríos. Los canales siempre están cambiando. Hay incontables bancos de arena, remolinos y marañas de raíces podridas. Y la Atalaya de Aguasgrises se mueve constantemente. ¿Cómo la van a encontrar mis naves?

—Iréis río arriba ondeando mi estandarte. Los lacustres os encontrarán. Quiero que sean dos barcos para duplicar las posibilidades de que mi mensaje llegue a Howland Reed. Lady Maege irá en una y Galbart en la otra. —Se volvió hacia los dos mentados—. Llevaréis cartas para los señores vasallos que me quedan en el norte, pero las órdenes que escribiré en ellas serán falsas por si tenéis la desgracia de caer prisioneros. Si ello sucediera deberéis decirles que navegabais hacia el norte. De vuelta a la Isla del Oso o hacia la Costa Pedregosa. —Dio unos golpecitos en el mapa con el dedo—. La clave es Foso Cailin. Eso lo sabía bien Lord Balon, y por eso envió allí a su hermano Victarion con el grueso de las fuerzas de los Greyjoy.

—Con o sin disputas sobre la sucesión, los hijos del hierro no serán tan idiotas como para abandonar Foso Cailin —señaló Lady Maege.

—No —reconoció Robb—. Seguramente Victarion dejará allí la mayor parte de su guarnición. Pero cada hombre que se lleve será un hombre menos contra el que tendremos que luchar. Y seguro que quiere a su lado a muchos de sus capitanes. Los líderes. Si quiere ocupar el Trono de Piedramar necesitará de esos hombres.

—No tendréis intención de atacar desde el camino alto, Alteza —dijo Galbart Glover—. Los accesos son demasiado angostos. No hay manera de desplegar un ejército. Nadie ha conseguido jamás tomar el Foso.

—Desde el sur —apuntó Robb—. Pero si atacamos a la vez desde el norte y desde el oeste, y tomamos a los hombres del hierro por la retaguardia mientras piensan que se están enfrentando al ataque principal en el camino alto, tendremos posibilidades de victoria. Una vez me reúna con Lord Bolton y con los Frey contaré con más de doce mil hombres. Mi intención es dividirlos en tres frentes y ponernos en marcha por el camino alto con medio día de diferencia. Si los Greyjoy tienen vigilantes al sur del Cuello, lo que verán es que mi ejército entero se dirige hacia Foso Cailin.

»Roose Bolton irá al frente de la retaguardia, y yo me encargaré del grupo central. Gran Jon, vos dirigiréis la vanguardia contra Foso Cailin. Debéis lanzar un ataque tan fiero que los hijos del hierro no tengan tiempo para preguntarse si alguien va a caer sobre ellos por el norte.

El Gran Jon se echó a reír.

—Más vale que los lentos os deis prisa, de lo contrario mis hombres saltarán los muros y conquistarán el Foso antes de que aparezcáis. Os lo tendré envuelto para regalo cuando lleguéis del paseo.

—No me importaría recibir un regalo así —dijo Robb.

—Decís que atacaremos a los hombres del hierro por la retaguardia —intervino Edmure con el ceño fruncido—, pero ¿cómo vamos a situarnos al norte de ellos, señor?

—En el Cuello hay caminos que no aparecen en los mapas, tío. Caminos que sólo conocen los lacustres, senderos angostos entre los pantanos, rutas de agua entre los juncos que sólo se pueden seguir en bote. —Se volvió hacia los dos mensajeros—. Decid a Howland Reed que debe enviarme guías al batallón central, el que llevará ondeando mi enseña, dos días después de que emprendamos la marcha por el camino alto. De Los Gemelos saldrán tres huestes, pero a Foso Cailin sólo llegarán dos. Mi batallón desaparecerá en el Cuello y reaparecerá en el Fiebre. Si nos movemos deprisa después del matrimonio de mi tío, podemos estar situados en nuestras posiciones antes de que acabe el año. Caeremos sobre el Foso desde tres puntos a la vez el primer día del nuevo siglo, cuando los hombres del hierro se estén despertando con martillazos en las cabezas tras pasarse la noche anterior bebiendo aguamiel.

—Me gusta el plan —dijo el Gran Jon—. Me gusta pero que mucho.

—Tiene sus riesgos. —Galbart Glover se frotó los labios—. Si los lacustres os fallan…

—Estaremos como al principio. Pero no me fallarán. Mi padre conocía bien la valía de Howland Reed. —Robb enrolló el mapa y sólo entonces miró a Catelyn—. Madre.

—¿Qué quieres que haga yo? —preguntó poniéndose tensa.

—Quiero que estés a salvo. Nuestro viaje por el Cuello será peligroso, y en el norte sólo nos aguardan batallas. Pero Lord Mallister ha tenido la bondad de ofrecerse a cuidar de ti en Varamar hasta que acabe la guerra. Sé que allí contarás con todas las comodidades.

«¿Es mi castigo por oponerme a él en lo de Jon Nieve? ¿O por ser mujer, y peor todavía, por ser madre?» Tardó un segundo en darse cuenta de que todos los ojos estaban clavados en ella. Comprendió que habían conocido la idea desde el principio. No tendría que haberse sorprendido. Al liberar al Matarreyes no se había granjeado muchas amistades y había oído decir al Gran Jon en más de una ocasión que el campo de batalla no era sitio para una mujer.

La ira se le debía de reflejar en el rostro, porque Galbart Glover se apresuró a hablar antes de que ella dijera nada.

—Su Alteza tiene razón, mi señora. Sería mejor que no vinierais con nosotros.

—Varamar se iluminará con vuestra presencia, Lady Catelyn —intervino Lord Jason Mallister.

—Voy a ser vuestra prisionera —replicó.

—No, señora, seréis una honorable invitada —insistió Lord Jason.

—No quisiera ofender a Lord Jason —dijo Catelyn con rigidez volviéndose hacia su hijo—, pero si no puedo seguir contigo preferiría regresar a Aguasdulces.

—En Aguasdulces he dejado a mi esposa. Prefiero que mi madre esté en otro lugar. Guardar juntos todos los tesoros sólo sirve para poner las cosas fáciles a quien los quiere robar. Después de la boda irás a Varamar, lo ordena el rey. —Robb se levantó, y el destino de Catelyn quedó sellado. El muchacho cogió una hoja de pergamino—. Una cosa más. La herencia de Lord Balon ha sido un caos, y ahí radica nuestra esperanza. No quiero que lo mismo me suceda a mí. Aún no tengo hijos, mis hermanos Bran y Rickon están muertos, y a mi hermana la han casado con un Lannister. He meditado mucho sobre quién podría ser mi sucesor. Sois mis leales señores y como tales os ordeno que pongáis vuestros sellos en este documento como testigos de mi decisión.

«Rey de los pies a la cabeza», pensó Catelyn, derrotada. Su única esperanza era que la trampa que Robb había planeado para Foso Cailin funcionara tan bien como la que le había tendido a ella.

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