La noche les dio la bienvenida, los espacios abiertos, el cielo ahora pesado con nubes nuevas. Ivory inhaló profundamente, arrastrando a sus pulmones el aire de la noche, y rió solo por la alegría de estar afuera donde se sentía libre.
– No volvamos a repetirlo -dijo.
Razvan le sonrió.
– Buena idea. Tú eres la de los buenos modales, insistiendo en dar las gracias a todo el mundo -dijo estirando sus brazos hacia las nubes grises e inhaló-. Creo que va a nevar sobre nosotros.
– ¿Debemos tomar a los niños e irnos a casa? -le preguntó ella con su lenta sonrisa equiparando la de él.
– ¿Volamos? ¿Corremos? -preguntó arqueando una ceja hacia ella.
Ivory realizó una lenta y cuidadosa mirada alrededor.
– Creo que por ahora deberíamos caminar.
Razvan lanzó sus sentidos a la noche, intentando captor lo que ella sentía. No dudaba que alguno de los cazadores Cárpatos pudiera haberlos seguido para asegurarse de que no se reunían con Xavier y le informaron de todo lo que habían hablado.
– Creen que soy un espía -dijo él-. ¿Te molesta?
– En realidad -lo corrigió-, creen que ambos lo somos -le envió una sonrisa divertida-. Pasé más de una vida humana pensando en la gente de los Cárpatos como traidores, y ellos me ven a mí como la espía.
– Porque estás conmigo -señaló-. Si lo deseas, cuando quieras visitar o hablar con ellos para reunir información, no lastimaría mis sentimientos que vayas sola al pueblo. Puedo pasar el tiempo con la manada en las afueras, esperándote.
Ella sacudió la cabeza.
– No es sólo por ti. Soy una Malinov. No puedo culparlos. Lo oportuno de nuestra llegada es muy sospechoso. Yo sospecharía.
Pero no estaba contenta con la hermana de él. Natalya debería haberle creído. Tenía miedo de hacerlo, más que de no creerle. Ivory no vocalizó su opinión porque Razvan simplemente aceptaba las sospechas de su hermana como aceptaba la mayoría de las cosas, pero si alguna vez tenía ocasión, tal vez tendría unas palabras con la mujer.
Razvan se rió en voz alta y le envolvió las manos con las de él.
– Todavía estoy en tu mente.
Ella se ruborizó, dándose cuenta de que ella también lo estaba.
– Se siente tan natural. No pretendía que lo escucharas.
– No me importa que des la cara por mí, pero en realidad, no es necesario. He aprendido a vivir sin la admiración de Natalya estos largos años. Sí me preocupa mi hija Lara. Espero que podamos aliviar sus problemas eliminando a Xavier, pero no tengo deseos de intervenir en su vida o la de Natalya, o siquiera en la de las tías. Estoy bien tal como estoy. Feliz de ser como soy.
Se puso la mano de ella contra su pecho mientras caminaban, acercándolos.
– Lara no vino a verme, lo que tú y yo sabemos que significa que no está lista para enfrentarse a mí. Me siento incómodo en presencia de muchos. Las emociones, a las que no estoy acostumbrado, pueden ser difíciles. Necesito paz en mi mente, y con la combinación de su duda y su culpa presionando sobre mí, me encuentro teniendo que trabajar para mantener calmada mi mente, lo cuál no había pasado en más años de los que puedo contar.
– Son tontos, Razvan, no entienden lo que sufriste por ellos. Por toda la gente de los Cárpatos.
– Mis tías les contarán una vez que emerjan de la tierra sanadora. Fueron mantenidas mucho tiempo hambrientas y Gregori ha pasado un tiempo considerable intentando ayudarlas a recuperarse -dijo-. Cuando compartimos mentes, las pude ver con claridad. -Sonrió y esta vez sus ojos contenían afecto-. Las observé como mujeres, como las vio él, no en la forma de dragones en las que estaban cautivas. Fue… increíble.
Ivory caminaba a través de la nieve, balanceando las manos entrelazadas con él, deseando haber prestado más atención a las variadas personas en la mente de Gregori. Si no habían pertenecido a la batalla o le habían parecido importantes, había tratado de ser cuidadosa con su privacidad. Ahora, apenas podía recordar a las dos mujeres que habían salvado la vida de Razvan convirtiéndolo completamente en Cárpato. Tenían la sangre de Rhiannon… la abuela de Razvan… fluyendo por sus venas. Y Rhiannon provenía de un linaje Cárpato muy poderoso.
– Buscador de Dragones -murmuró en voz alta-. Cuán a menudo ese nombre fue murmurado con sobrecogimiento y respeto. Llevas ese linaje y permaneces fiel a él.
Empezaron a caer los primeros copos. Pequeños cristales de enorme belleza. Razvan los observó mientras caminaban, sus rastros ligeros y luego, cuando Ivory lo deseaba, inexistentes. Todavía dejaban su esencia detrás, asegurándose de que cualquiera que los quisiera rastrear pudiera ver la curva amplia de una nueva dirección.
Razvan caminaba junto a ella, sintiéndose contento, ocasionalmente recogiendo nieve en su mano y formando una bola, solo para tirarla a un tronco de árbol mientras pasaban. Lo hacía sentir un poco como un niño otra vez, despreocupado y feliz, tal como cuando corría con los lobos.
– Tomas cada momento -dijo Ivory-, y lo vives bien.
Él se encogió de hombros.
– Descubrí que para poder sobrevivir, tenía que vivir el momento. Hago lo que sea con todo lo que soy. Lo disfruto, lo soporto, o lo sobrevivo -dijo mirando alrededor, a la nieve flotante y a los árboles cargados con sus formaciones de cristal-. Para mí esto es el paraíso.
– ¿Caminar por el bosque a través de la nieve, esperando perder a quien sea que nos rastrea? -rió ella, sacudiendo la cabeza-. En realidad eres un poquito particular. Me gusta, pero aún así eres raro.
La risa de Razvan fue alegre, el sonido profundo y puro, deslizándose por su cuerpo y haciendo que su corazón cantara. La hacía sentir un poco idiota, pero no le importaba; mantuvo en su rostro la sonrisa tonta.
– En este momento tenemos todo lo que podemos desear. Tú. Yo. La manada. Mira a tu alrededor. La nieve es hermosa, los árboles increíbles. Somos felices. Sea lo que sea que venga más tarde, ahora tenemos estos momentos. Justo aquí. Podemos aprovecharlos al máximo, porque nunca volverán.
Él le lanzó una bola de nieve. Aterrizó en su cabello y se rompió, cubriendo de copos las hebras negro azuladas. Él se alejó corriendo a toda velocidad.
Ivory jadeó y fue tras él, recogiendo nieve a la carrera, aplastándola y tirándola con tremenda velocidad y precisión, fruto de tirar su flechas.
Razvan se agachó, mirándola sobre su hombro y riendo. Le parecía tan bella, corriendo por la nieve con sus largas zancadas, sus músculos tensándose bajo la suave extensión de piel. Sólo el modo en que se movía era puro pecado. Los ojos de ella estaban enormes por la excitación. Los copos de cristal aterrizaban en sus pestañas, lo que la hacía batir las dos medialunas para sacársela de encima. El gesto era femenino, sexy más allá de cualquier medida, aunque absolutamente sin intención.
Él tomó ventaja y revirtió su dirección, corriendo rápido hacia ella, arrojando tres bolas de nieve para distraerla, sin importarle donde pegaban, mirando su boca, ese arco hermoso de su boca, curvado y suave y tan tentador. Bajó el hombro y la agarró desde debajo, levantándola y tirándola al suelo en un movimento suave.
Aterrizaron en la nieve, hundiéndose en el polvo helado. Razvan atrapó su muñeca antes de que le pudiera meter otra bola de nieve dentro de la camisa. Ella se rió, parecía tan bien como para comérsela. Antes de que poder aprovecharse y besarla, ella se empujó con los talones, soltándose lo suficiente para darles la vuelta a ambos y quedar encima, intentando inmovilizarlo. Lucharon en la nieve, los copos elevándose como un torbellino para encontrar a los que caían del cielo, sus risas revolviendo las agujas de los árboles. El viento llevó el sonido en la quietud de la noche.
Yacieron lado a lado, estirando los brazos y las piernas, como dos niños pequeños, haciendo figuras de nieve en el suelo y luego poniéndose de pie de un salto para otra salvaje batalla con bolas de nieve volando furiosamente.
Finalmente, Ivory saltó hacia él, abrazándolo por el cuello, las piernas envueltas alrededor de sus caderas en un esfuerzo por detener el alocado juego loco de reírse tanto hasta llorar.
– Estás loco -le dijo, sosteniéndolo apretadamente. Enterró su rostro contra su garganta, temiendo que verdaderamente pudiera estallar en lágrimas ante las emociones que la llenaban, amenazando con abrumarla.
Sabía que él pensaba que ella era alguna especie de milagro, pero en verdad, para ella él lo era. No tenía idea de cómo divertirse, y tampoco de cómo lo sabía él. En su vida no había habido diversión, sólo crueldad y tortura; ella por lo menos había jugado con su manada, pero era Razvan quién había traído nuevamente la diversión a su mundo.
– ¿Ivory? -le preguntó gentilmente.
Ella se negó a levantar la cabeza, sólo lo abrazó más fuerte, manteniendo su rostro presionado contra su garganta, escuchando el salvaje golpeteo del corazón de él y sintiendo el tranquilizador latido de su pulso.
Razvan apretó los brazos a su alrededor, meciéndola gentilmente como si la reconfortara, pero no dijo nada, sin pedir una explicación con respecto a la terminación de su juego. Ella cerró los ojos y lo saboreó. No era la fuerza física que Razvan poseía en abundancia lo que la arrastraba hacia él, era la fuerza pura de su personalidad, el pozo de la absoluta determinación de su espíritu profundamente en su interior. Era tan firme. Una roca. Para ella.
Levantó su cabeza y le sonrió, sin saber que el corazón le brillaba en los ojos.
– Eres mío, Buscador de Dragones. Mi roca.
La lenta sonrisa interrogante de él casi le detuvo el corazón.
– Eso eso lo que soy, hän ku kuulua sívamet… guardiana de mi corazón. Seré tu todo.
Ivory permitió que sus pies cayeran en la nieve.
– Vamos a casa.
Más que nada quería estar en casa con él. Quería su santuario privado para darle la bienvenida, para sentir como si él fuera más parte de la manada… de su hogar… como lo era de su corazón.
Razvan estiró su mano hacia ella. Ella echó una mirada al cielo, escaneando los árboles, dudando. Primero era una guerrera. Nunca podía perder eso de vista.
– Nunca vas a verte disminuída por lo que hay entre nosotros -le dijo él con suavidad.
Algo en ella se asentó. No podía imaginar verse disminuída por Razvan. Si acaso, sería mejor, más fuerte, más. Miró hacia la palma de él. Su mano era grande. Había cicatrices arriba y debajo de su muñeca y su antebrazo. Su corazón se agitó. Colocó su mano en la de él y observó como los dedos de él se cerraban sobre los suyos, vinculándolos de la misma manera que lo habían hecho las palabras rituales.
¿Recuerdas?
No podía decirlo en voz alta; significaba mucho. Ella era muy espiritual y creía, lo hicieran los demás o no, que habían sido creados para estar juntos, y esas palabras impresas en él desde el nacimiento los habían hecho uno.
Razvan atrajo la mano de ella hasta su pecho y se detuvo cerca, cepillándole la nieve de los mechones de cabello que le caían alrededor del rostro, separadas de su gruesa trenza en su batalla salvaje.
– Recuerdo cada palabra, Ivory, y las dije en serio. Deseaba el vínculo entre nosotros. No fue desesperación. Y no fue la necesidad de salvarme.
Él inclinó su cabeza oscura de esa forma lenta tan suya. Todavía tenía copos de nieve en las pestañas. Mientras se movía, una calor espeso se deslizó como melaza por sus venas. La boca de él se cerró sobre la suya y estuvo segura de que la nieve se derritió alrededor de ella. Juró que podía ver el vapor levantándose del suelo y sentir acumulándose en su mismo núcleo, líquido derretido como magma espeso.
Se presionó contra él, derritiéndose como la nieve. Se sentía en el borde de un gran precipicio, tambaleándose, sabiendo que iba a caer y que era muy tarde para salvarse. A decir verdad, no quería salvarse; en realidad se moría por saborearlo, el relámpago blanco y caliente trazó un arco a través de su cuerpo, chisporroteando en su mente, produciendo un largo cortocircuito en su cerebro, cuando estaban en campo abierto.
Cuando él levantó la cabeza, ella se tomó un momento para ahogar la intensidad de su deseo. Tomando un profundo y tembloroso aliento, Ivory se alejó de la tentación.
– Eres el hombre más letal que conozco.
– Lo tomaré como un cumplido. -La besó nuevamente-. A ti te gusta lo letal.
Él sabía como besar. Largo, suave y delicioso. Un calor lento y ardiente que abrasaba desde el interior. Se encontró sonriéndole otra vez cuando él levantó su cabeza.
– Sí, supongo que sí.
Aunque a ella le asustaba preocuparse tanto por alguien otra vez.
Caminaron a través de la nieve amontonada durante muchos kilómetros hasta que los copos empezaron a parecer una manta blanca cayendo del cielo. Podría haber sido por el mundo silencioso en el que se encontraban, extraño y blanco, y tan callado que hasta sus respiraciones parecían muy altas en el vasto silencio, pero Ivory se empezó a sentir incómoda. Otro kilómetro y sus lobos se revolvieron. Sintió la picazón extenderse sobre su piel cuando Raja levantó la cabeza de su espalda y desnudó los dientes en un gruñido.
Lo sé, lo calmó. Tenemos compañía.
Ivory miró hacia Razvan.
– Nos están siguiendo -le dijo con un hilo de voz, tan silencioso y callado como la nieve.
Una pequeña sonrisa de diversión inesperada encendió el rostro de Razvan.
– Bueno, me imagino que tendremos un poco de diversión.
Ella le frunció el ceño.
– ¿Diversión? Razvan, no es el no-muerto el que nos sigue. No podemos dejar que encuentre nuestro refugio, ni tampoco queremos enredarnos en una batalla si son Cárpatos como sospecho.
La sonrisa de él se amplió.
– Estaba bastante seguro de que alguien podía intentar seguirnos. Le estuve prestando un poco de atención mientras caminábamos, trabajando en un plan.
La mirada ámbar de Ivory se entrecerró mientras le recorría el rostro. Parecía más joven. Más feliz. Ella había logrado eso pero…
– Confía en mí, Ivory. No soy el luchador experimentado que eres tú, pero soy muy bueno en planear batallas y estrategias. Esta es una situación hecha a mi medida.
Ella envió sus sentidos velozmente a la noche, procurando información, buscando algún espacio en blanco que pudiera indicar a un vampiro. Los cazadores estaban bien escondidos, tanto que no estaba segura de tener razón, pero Raja nunca se equivocaba y él había emitido una advertencia.
– ¿Qué quieres hacer?
– Deberíamos ir hacia el valle de las nieblas. Allí es donde desapareceremos totalmente y los dejaremos atrás. Pero mientras tanto, me parece que se merecen una pequeña lección ¿no?
– ¿Lección? -repitió débilmente. Había demasiada diversión en la voz de él.
– Tienen que aprender un poco de respeto por mi mujer. Eres una guerrera, igual a ellos y a pesar de eso, te tratan como si fueras una novata. Ni siquiera nos brindaron el respeto de emfrentarnos cara a cara. Puede ser bueno para ellos saber que no son tan buenos como piensan.
– No creo que sean niños los que nos siguen. Son guerreros Cárpatos experimentados, posiblemente antiguos que tienen miles de batallas a sus espaldas.
La sonrisa de gallito lo hacía parecer más aniñado cuando en realidad no había nada infantil en él.
– Tal vez, pero entonces, podemos hacerlos recordar su infancia.
– ¿Qué creeís que estáis haciendo? -exigió Gregori mientras caía sobre el pequeño grupo de cazadores Cárpatos.
Vikirnoff tuvo la elegancia de parecer incómodo.
– No somos niños para ser reprendidos, Gregori -le contestó.
Las cejas de Gregori se elevaron.
– No, no lo sois. Eres un cazador antiguo, más experimentado que yo. Ni tampoco he venido a reprenderte. Pregunté qué estabais haciendo para ver si necesitais algún tipo de ayuda.
Los otros se miraron entre ellos. A Gregori no le sorprendió que el hemano de Vikirnoff, Nicolae, viajara con él. Los hermanos se habían guardado las espaldas durante cientos de años. Los otros cuatro guerreros también eran antiguos, que habían retornado a las montañas de los Cárpatos para establecer lazos con el Príncipe. A Gregori se le ocurrió que todos estos cazadores antiguos no conocían en realidad a Mikhail y tanían razones para preocuparse por sus juicios. Tenían de lejos más años y más experiencia que el Príncipe, estaban acostumbrados a contar únicamente con su propio juicio.
Tariq Asenguard había venido de los Estados Unidos. Con el pasar de los años había amasado una enorme fortuna personal, la cual a menudo entregada a otros Cárpatos. Poseía muchos negocios. Alto, como casi todos los machos Cárpatos, llevaba el cabello largo, pero sus ojos eran de un azul medianoche, casi parecían gemas. Tariq era un hombre acostumbrado a hacer las cosas a su modo y la idea de que un libro antiguo estuviera en manos de Razvan y una Malinov, era suficiente para estar dispuesto a viajar rápido para ver por sí mismo qué tramaba ese par.
André se movía a través de los países como un fantasma, parando sólo para presentar sus respetos y prometer su alianza. Hombre de pocas palabras, permanecía distante como la mayoría de los cazadores antiguos, sus ojos incansables, con ganas de seguir moviéndose, el impulso de buscar a su compañera era incesante mientras se acercaba al final de su tolerancia. Era uno de los machos en los que Gregori tenía puesta una firme mirada, ya que ambos, Tariq y André, parecían cercanos a convertirse.
Mataias, Lojos y Tomas nunca estaban lejos unos del otros. Como la mayoría de los trillizos criados juntos, habían formado un vínculo para vigilarse entre ellos a través de los tiempos oscuros. Provenían de una larga línea de famosos guerreros, una familia respetada que producía múltiples niños, pero que raramente daban a luz. Habían nacido dos niñas después de los varones, pero no vivieron más allá de su segundo año. Un maestro vampiro se había cobrado la vida de sus padres mientras la madre estaba embarazada de trillizos. Los hermanos habían cazado al vampiro a través de dos continentes, sin cesar nunca en su propósito hasta que destruyeron al no-muerto, exigiendo justicia para sus padres y hermanos y ganándose una buena reputación.
Gregori cruzó los brazos y los contempló a todos, asegurándose de no mostrar diversión ni exasperación. Estos hombres eran algunos de los antiguos más respetados. Eran cazadores experimentados, cada uno de ellos. Aunque lo que estaban haciendo era muy tonto y más que un poco peligroso, y ellos deberían haberlo sabido.
– ¿Habéis considerado que estáis siguiendo a una pareja a la que vuestro Príncipe ha prometido un pasaje seguro? -les preguntó, manteniendo la voz suave y sin crítica.
Vikirnoff se encogió de hombros, igualemente casual.
– Es un camino peligroso. Seríamos negligentes si no vigiláramos a los invitados del Príncipe.
Las cejas de Gregori se alzaron aún más.
– Ya veo. ¿No os importa si me uno y me aseguro de que estéis a salvo, verdad?
Una impaciencia veloz cruzó por el rostro de Vikirnoff.
– Dudo que necesitemos protección, pero eres bienvenido. Sólo asegúrate de enmascarar tu presencia. Les di sangre a ambos así que no tengo problemas para seguirlos.
– Será interesante. Yo también les di sangre. Entre los dos, no tendremos problema.
Andre y Tariq intercambiaron una larga mirada y luego miraron a través de la nieve. Ésta caía cada vez más rápido.
– ¿Hay algo acerca de esta pareja que debamos saber, Gregori? -preguntó Tariq. Todavía retenía un ligero acento europeo debajo del americano.
Gregori sacudió la cabeza.
– Estoy seguro que ninguno de vosotros habría venido a semejane misión sin tener una idea clara de a quién estáis persiguiendo.
– A una mujer -dijo André-. Sólo a una mujer y a su compañero. Un compañero sin demasiadas habilidades.
Gregori siguió a los demás a través de la nieve.
– Para ser justos, tuvieron un encuentro con un maestro vampiro y salvaron a cuatro humanos.
André señaló alrededor.
– Jugaban como niños en el bosque, mientras llevaban un libro de inmensa importancia.
– ¿Lo llevan? ¿Un libro de inmensa importancia?
Vikirnoff lo fulminó con la mirada.
– Gregori, ya es suficiente. Eliges mostrarte divertido ante la situación, pero no viste lo que vi yo cuando Natalya recuperó el libro. Es peligroso. Muy peligroso para andar por ahí sin gurdias, en manos de gente a la que no conocemos y con enemigos acechándonos.
– Oh, te aseguro, Vikirnoff, que diversión no es lo que estoy sintiendo.
Gregori se alejó a grandes zancadas antes de maldecirlo por ser tan cabeza dura. Se quedó atrás, permitiendo que los otros tomaran la delantera, sabiendo que los siete cazadores subestimaban a sus presas. De hecho, perseguir a la pareja en su propio territorio era probablemente la peor idea que alguien había tenido en mucho tiempo, pero se negaba a desperdiciar el aliento.
Nicolae levantó la mano y todos se agacharon, se separaron y automáticamente emborronando sus cuerpos para que fueran más difíciles de ver en la espesa tormenta de nieve. Una ligera brisa sopló a través de los árboles por lo que pudieron captar visiones de figuras… muchas… más allá en la pradera. Grandes. Altas. Bajas. Robustas. Los brazos sobresalían en extrañas formas como ramas, los dedos estaban extendidos como si buscaran algo.
– ¿Qué es eso? -preguntó Vikirnoff-. Esos no son ellos.
– ¿Ghouls? ¿Un ejército de ghouls? -sugirió André.
Gregori puso los ojos en blanco.
– Lo dudo mucho.
Mientras miraban, intentando asomarse a través del pesado velo de nieve, las figuras cambiaron, moviéndose afanosamente de un lado a otro, agachándose, formando y contruyendo una estructura baja.
– ¿Una pared? -susurró Tariq.
– Está creciendo muy rápido. Demasiado rápido para que sea otra cosa aparte de magia -advirtió Mataias. Hizo una seña a sus hermanos y estos se separaron, aproximándose al prado desde tres puntos de ataque diferentes.
Los cazadores se acercaron lentamente, utilizando los árboles para enmascarar su presencia, con todos los sentidos alerta. Lo que fuera que estuviera protegiendo a la pareja no dejaba aroma, ni absolutamente ninguna huella. Era como si la pareja se hubiera esfumado, y la tierra misma estaba prístina de nieve.
– Una fortaleza -siseó Lojas advitiéndolos.
El ataque se produjo con rapidez. Los misiles silbaron a través del aire, un bombardeo, el aire se espesó con bolas cubiertas de blanco que golpeaban con precisión mortal, pegando en los Cárpatos, en los árboles y en todo demás que estuviera en la zona de batalla.
– ¡Ácido! -siseó Tomas.
Los hombres se disolvieron y entraron a la carga al campo de batalla, cada uno frente a uno de los ghouls que atacaban, golpeando a través del pecho para llegar a sus corazones marchitos, otros cortando cuellos para seccionar la cabeza de las marionetas del vampiro.
Gregori se cruzó de brazos, se apoyó contra el grueso tronco de un árbol y observó la lucha frenética y caótica, la batalla rabiaba furiosamente mientras unos ghouls continuaban arrojando los misiles y otros continuaban construyendo afanosamente hasta que la estructura empezó a tener un techo, ahora rodeándolos a todos por los cuatro costados, confinándolos en el interior de las paredes.
– Es una trampa -advirtió Tariq a los demás-. Encima de vosotros.
Los siete cazadores Cárpatos dieron un salto para alejarse de sus oponentes, cada uno tratando de estudiar la estructura que los encerraba rápidamente.
Gregori sacudió la cabeza, puso los ojos en blanco mientras pasaban los minutos y los ghouls se hacían más abundantes y los misiles se duplicaban.
Vikirnoff se las arregló para atravesar el campo de batalla hasta llegar a su lado.
– ¿Te importaría ayudar?
– Me sentiría una poco ridículo luchando contra muñecos de nieve, pero ve tú -dijo con una pequeña reverencia elegante hacia el cazador antiguo.
Vikirnoff miró alrededor, con un ceño en el rostro. Todo se ralentizó un poco mientras intentaba mirar con todos sus sentidos. La feroz batalla continuaba, pero ahora los ghouls eran blancos e inflados y sospechosamente redondeados en el cuerpo y la cabeza. Los brazos parecían ser nada más que ramas y viejas ramitas. Los misiles eran bolas de nieve, salpicando contra sus pechos y rostros.
Vikirnoff tomó aliento y lo dejó escapar.
La escena estaba completamente clara y enfocada. El color subió por su cuello inundando su rostro.
– Creo que te han dado unos azotes -dijo Gregori-. Y lo ha hecho una chica.
– Terád keje… así te achicharres, Gregori -exclamó Vikirnoff-. Es una ilusión -les dijo a los otros-. Es buena con la magia. Esto es sólo una táctica dilatoria. Saben que los estamos siguiendo.
La pelea se hizo más lenta y luego se detuvo cuando los cazadores se dieron cuenta lentamente de que habían sido embaucados. A su alrededor, los hombres de nieve yacían caídos, acuchillados, las cabezas rodando con rostros sonrientes, riéndose hacia ellos.
– No puedo creer que hayamos picado -dijo Tariq-. Ella es mejor de lo que creía No sentí, ni por un momento, la oleada de energía.
Los cazadores se miraron unos a otros. Fue Lojas, célebre por ser un gran guerrero, quién expresó su apreciación.
– No sólo no hubo oleada de energía, la ilusión fue absolutamente fluída. No fue realizada por novatos. Incluso la habilidad para la lucha de los hombres de nieve era magnífica.
Si hubiera podido sentir admiración, esta se habría mostrado en su voz, pero sus emociones hacía tiempo que se habían desvanecido y todo lo que pudo hacer fue expresar su reconocimento ante tamaña pericia.
– Vikirnoff, recoge el rastro -dijo Mataias con propósito incesante-. No dejaron ni siquiera un débil rastro atrás. Tendremos que usar la llamada de tu sangre para rastrearlos.
Ante eso Gregori sonrió con suficiencia.
– Sí, Vikirnoff. Hazlo. Estoy seguro en que no tendrás problemas en encontrarlos.
La nieve caía con tanta fuerza que casi no podía ver el rostro de Vikirnoff, pero bien valía el esfuerzo extra por ver la expresión de exasperación del cazador.
– Si tu compañera hubiera sido engañada repetidamente por alguien, no serías tan raudo en confiar en él -lo acusó Vikirnoff.
– Tal vez no, pero habría confiado en mi Príncipe.
Vikirnoff se alejó ofendido, liderando al grupo de cazadores a través del prado lleno de hombres de nieve y de vuelta hacia el bosque. El aroma era tan débil, aún con la llamada de su propia sangre, como si alguien lo hubiera diluído. Ahora cautelosos esperando trampas, tenían que moverse mucho más lentamente, desplegados en un patrón estándar de búsqueda, todos los sentidos alertas. No había huellas, ni signos visibles del paso de Ivory y Razvan. Por dos veces Vikirnoff tuvo que retroceder y seguir un camino sinuoso a lo más profundo del bosque donde los árboles eran más altos y estaban más juntos.
La canopia tejía un paraguas sobre sus cabezas, bloqueando lo peor de la nevada, por lo que las capas en el suelo no eran tan profundas, aunque las ramas sobre ellos se agrupaban alto y en cada espacio abierto había altos amontonamientos.
Tariq se quitó una telaraña de la cara mientras se infiltraban en lo más recóndito y oscuro del bosque. Las telarañas eran más abundantes, como pasaba a menudo en las áreas menos transitadas.
– No parece que hayan venido en esta dirección -les advirtió-. Las telarañas están intactas.
Los cazadores se detuvieron, manteniendo al menos un metro y medio entre ellos. Inspeccionaron todas las telarañas que se extendían de árbol a árbol. Brillando como diamantes a causa de los cristales de hielo que bañaban las intrincadas hebras, las redes en realidad formaban pliegues sobre muchos de los árboles y se estiraban entre ellos en laberintos de caminos astutamente conectados. Ya habían visto con anterioridad a las arañas de hielo elaborar telas, más que nada en cuevas profundas debajo del suelo, pero de vez en cuando eran insólitamente vistas durante un invierno prolongado.
– Estas telas han permanecido intactas durante muchas semanas -agregó André, deteniéndose cerca de una de las más largas para estudiar a los insectos atrapados en ella. Incluso unos cuantos lagartos desafortunados y pájaros habían quedado atrapados por las resistentes telas-. Dudo que hayan pasado por aquí.
– ¿Tal vez como niebla? -sugirió Mataias-. Tal vez se hayan podido deslizar a través.
– No en una telaraña de hielo -objetó Lojos-. Todos saben que no puedes traspasarlas sin más.
– Las arañas de hielo son pequeñas pero feroces -les recordó Tomas-. Si te tropiezas con una colonia en las cuevas mejor teme por tu vida. Esto parece una colonia.
– Sin duda -estuvo de acuerdo Nicolae-. Si vamos a atravesar eso, mejor nos preparamos para quemarlas. Aún con todo mojado, podríamos destruir este bosque.
Vikirnoff lanzó una mirada incómoda a Gregori. El sanador no había hecho sugerencias, simplemente se había quedado de pie a un lado y los observaba intentar encontrar el rastro. Su rostro no tenía expresión, ni indicaba en qué podía estar pensando.
– Cuidaos de una emboscada -los previno Nicolae-, pero mirad alrededor. Tienen que haber venido por aquí. Si encontraron una forma de pasar, nosotros también.
– No perturbéis las telas -les advirtió Vikirnoff mientras los cazadores comenzaban la búqueda de señales.
El aroma de la sangre era débil, y Vikirnoff estaba seguro de que la pareja había pasado por el territorio de las arañas de hielo. Las telas parecían abarcar muchos kilómetros de bosque, una barrera espesa que se estiraba como un cerco entre los árboles. Si la pareja la había bordeado en vez de atravesar la colonia, les hubiera llevado mucho más tiempo, y el aroma de la sangre no llevaba hacia ese camino. Para evitar problemas con las peligrosas y muy agresivas arañas, tendrían que encontrar una forma de atravesar la zona sin desgarrar las telas. El aroma era ahora tan débil, que temía que si elegían la ruta más larga perderían completamente a la pareja.
– Creo que sé como lo que hicieron -dijo Lojos-. Tienen que haber reparado cualquier daño a las telas a medida que pasaban. Si pudieron tejer lo suficientemente rápido para mantener lo bastante intacta cada tela para no despertar la ira de las arañas, pueden haberlo logrado sin provocar una batalla.
Tariq asintió.
– Esa es la única explicación lógica. Sepáraos. Nadie es tan bueno como para reparar una tela de arañas de hielo exactamente como las tejen las arañas. Tienen que haber dejado señales.
Vikirnoff llanzó a Gregori una mirada eufórica, y éste simplemente se encogió de hombros, lo cual irritó al cazador aún más. Los siete cazadores antiguos se dispersaron a través de los árboles, deteniéndose cerca de las telas, casi presionando su nariz contra ellas en un intento de encontrar algún signo de borde irregular donde los cristales colgaban de las hebras sedosas.
Vikirnoff echó una mirada a Nicolae, con su ceño profundizándose.
– Aquí no veo nada, pero nadie pasa por el corazón de las telarañas de hielo. Pueden proseguir durante kilómetros y sería demasiado arriesgado. No sólo es muy peligroso, el cuidado que tendrían que tener ciertamente los retrasaría.
Mirando hacia su hermano, se movió desde los árboles del exterior hacia el centro del bosque. Dio un paso y su pie se hundió casi diez centímetros en la nieve, a pesar de haber hecho su cuerpo ligero. A su vez, unas hebras sedosas se alzaron y lo rodearon, encerrándolo en una red que brotaba desde el suelo hasta arriba en el aire, la red apretada, sin los diminutos huecos que permitían que pasara el vapor.
Vikirnoff luchó, pero como todas las trampas de arañas de hielo, las telas se apretaban más cuanto más luchara, rodeándolo hasta que estuvo atado como un pavo. Se obligó a quedarse quieto, la furia carcomía su calma habitual. Se encontró alto en la canopia, pendiendo a muchos metros en el aire. Su hermano lo miraba desde la tela donde estaba envuelto como una momia y atrapado en el interior de una red sedosa y cristalina. Alrededor de ellos, los demás cazadores habían encontrado el mismo destino.
Vikirnoff no se atrevió a mirar a Gregori.
– Bájanos -le ladró.
Gregori suspiró.
– Si me muevo, puedo pisar en una de las numerosas trampas que yacen por ahí. Primero tengo que estudiar la situación. No me haría ningún bien acabar de la misma manera.
– Las arañas nunca podrían hacer esto -dijo Lojos-. Aquí está obrando alguna magia.
– ¿Te parece? -Nicolae fue sarcástico-. Nos están haciendo quedar como tontos.
– O quizás smplemente estéis comportándoos como tontos -le ofreció Gregori.
Vikirnoff le gruñó.
– Di lo que quieras, pero si no tienen nada que ocultar, no habrían ido tan lejos para esconderse de nosotros.
Mientras hablaba las ramas sobre su cabeza empezaron a agitarse, lloviendo copos de nieve cuando las arañas corrieron a toda prisa a lo largo de la intrincada red. Una empezó a bajar hacia Vikirnoff, atraída por su voz.
Gregori, colocando los pies cuidadosamente en el campo obviamente minado de trampas, se acercó más, por si era necesaria su ayuda.
La araña se detuvo a nivel de los ojos de Vikirnoff. Se miraron mutuamente durante un largo momento. Él podía ver los colmillos empapados con veneno. La araña empezó a tejer otra tela, esta vez formando palabras como si estuviera programada. Le llevó un cierto tiempo conectar las líneas sedosas.
No temáis… Preparé un pasaje seguro a través del territorio de las arañas.
Vikirnoff sintió que sus entrañas se apretaban. Pasaje seguro. Como si fueran niños incapaces de atravesar el territorio de las arañas de hielo por sus propios medios. El golpe a su orgullo fue deliberado. Una bofetada en el rostro.
Estuvo tentado a quemar a la colonia entera llamando al relámpago.
– Yo no lo haría -dijo Gregori-. Si Ivory y Razvan utilizaron magia y se hicieron amigos de estas arañas, lo más probable es que hayan dejado protecciones para ellas. Entregaría algo a cambio de vuestro pasaje seguro.
– No pedimos su ayuda -gruñó él, apretando los dientes.
Por encima de sus cabezas los árboles paracían vivos mientras miles de arañas corrían y se movían. Vikirnoff deseaba en primer lugar no haberse puesto en camino, pero no iba a decírselo a Gregori. Conteniendo su rabia, inclinó la cabeza para aceptar cualquier acuerdo que Ivory y Razvan hubieran hecho.
– Espero que tengas razón con respecto a ellos y que no hayan cambiado su pasaje seguro por entregarnos a las arañas como su comida de invierno.
– No permitiría que eso pasara.
Eso eran casi tan difícil de tragar como que la pareja hubiera arreglado su pasaje seguro. Vikirnoff maldijo en silencio. Ahora no tenían opción. Tenían que continuar hacia delante, y sabía que el sanador tenía esa sonrisita particularmente molesta.
Fueron bajados al suelo casi a paso de tortuga, haciendo que deseara gritar de frustración. Otra táctica para demorarlos. Y luego uno por uno fueron desenrrollados, con lo cual las sedosas hebras fueron preservadas, otra absolutamente humillante tortura para cazadores experimentados. Y si Gregori mencionaba otra vez los azotes iba a matarlo y al diablo con las consecuencias. Mientras los cazadores eran desenrrollados como salchichas, se preparó una abertura a través de las telas de forma que cuando los siete cazadores estuvieron de nuevo de pie junto a Gregori, había un camino abierto a través del tupido bosque.
Ahora incómodo, el grupo continuó siguiendo a Vikirnoff mientra éste rastreaba a Ivory y Razvan por el interior oscuro y salía por el otro lado. Se encontraron en el peor lugar posible y las arañas trabajaron rápidamente para cerrar el pasaje detrás de ellos.
El Valle de la Niebla yacía entre dos altos picos montañosos, alzándose abruptamente hasta casi ángulos verticales. El desfiladero era estrecho y traicionero, casi siempre lleno de niebla espesa y helada, las partículas lo suficientemente pequeñas como para congelar los pulmones cuando inhalaban. Nadie, ni siquiera los Cárpatos, podían ver a través del pesado velo de niebla que colgaba como nubes. La nieve y el hielo a menudo se deprendían de los precipicios angulares, y las avalanchas eran frecuentes en la zona.
A menudo el viento bajaba de los picos más altos en una corriente de aire en espiral para aullar a través de los cañones a velocidades suicidas, llevando voces, causando estragos en los sentidos auditivos. Unos pocos animales podían vivir en el valle; reinaban los leopardos de las nieves, pero aún ellos permanecían lejos de la base de las montañas donde la nieve y el hielo caían con un fuerte estruendo.
Los cazadores escucharon el sonido de la risa de una mujer y figuras moviéndose en la niebla. Tomas lanzó una mirada a sus hermanos, se adelantaron sólo cuatro pasos en el valle y desaparecieron.
Vikirnoff miró a Gregori.
– Persiguen fantasmas, ¿verdad?
Él se encogió de hombros.
– Imagino que sí.
Vikirnoff cerró los ojos y envió su mente en buscar del rastro de sangre. Se perdía en la niebla. No quedaba ni el más mínimo rastro.
– Probablemente se disolvieron en niebla y estén mezclados en esa sopa espesa. Puedo pasar meses intentando rastrearlos.
– No los encontrarás -dijo Gregori.
Tomas, Mataias y Lojos regresaron.
– Estamos persiguiendo fantasmas. Juegan con nosotros, pero ya no están por aquí.
Vikirnoff sacudió la cabeza.
– Gregori, espero que tu Príncipe sepa lo que está haciendo.
– Nuestro Príncipe -dijo Gregori-. Cada uno de vosotros le ha jurado lealtad.
Esta vez no había diversión. Ninguna. Los ojos plateados destellaron hacia cada uno de los cazadores como si los estuviera marcando.
– Ivory y Razvan rechazaron la oferta del libro. Mikhail les enfrentó a todo tipo de pruebas y pasaron cada una de ellas. No puedo decir lo mismo de vosotros.
Simplemente se disolvió y se alejó velozamente, subió y pasó por encima del bosque con su colonia de arañas, de vuelta hacia territorio Cárpato, dejando que los demás lo siguieran.