Razvan despertó con la manada acurrucada alrededor de él y con Ivory abrazada a su cuerpo como si tratara de encontrar un refugio en él. Abrió la tierra para poder alzar la vista hacia las estrellas en lo alto, una sensación de paz deslizándose sobre él. Este era el momento que adoraba. Despertar temprano en la noche, cuando los prismas de las gemas incrustadas en la abertura permitían que la luz de la luna se derramara dentro de la cámara y sobre el rostro de Ivory.
Cada vez que la miraba, dolía. Una pequeña sonrisa de Ivory era suficiente para elevarle el espíritu. Una caricia hacía desaparecer cada recuerdo de las torturas y la depravación de su pasado. No tenía idea de cómo lo hacía, ni de por qué cuando estaba con ella el mundo era un lugar tan diferente, lleno de risa, belleza y cosas en las que nunca había soñado.
Raja se removió y alzó la cabeza, frotando su barbilla sobre el brazo de Razvan a modo de saludo. Razvan hundió los dedos entre el grueso pelaje, un milagro en sí mismo. Su corazón ya había aceptado a cada una de éstas criaturas con sus distintas personalidades. Nunca hubiera soñado enterrar su rostro en el suave pelaje, tener un lobo como guardián y que éste tratara de curarle las heridas.
Lleva a la manada a la cámara contigua. Deseo estar con mi compañera.
La respuesta de Raja fue una sonrisa, pasó la lengua a lo largo del brazo de Razvan, un gesto inusitado para Raja. Razvan saludó a cada lobo a medida que despertaban y los observó trotar hacia la siguiente cámara, dejándolo solo con Ivory. Se giró hacia ella, deslizando el brazo alrededor de su cintura, acercando su cuerpo mientras estudiaba de nuevo su rostro. Sus sombras y valles, su exquisita estructura ósea. El pelo se le había soltado de la gruesa trenza y sus dedos ansiaban quitarle el lazo y desplegar esa masa sedosa por todos lados. Amaba su boca. Apenas sonreía, pero tenía una boca hecha para sonreír, y para amar.
De ningún modo podría hablarle del orgullo que arrasaba a través de él, del nudo en la garganta, de la manera en que hacía cantar a su corazón, ni del terrible miedo que le invadió al verla combatir con aterrador coraje la maldad de Xavier. Sabía mejor que nadie que había sido verdaderamente difícil. Había visto a otros magos luchar y perder contra los hechizos de Xavier. Los microbios mutantes eran la culminación de su malvado plan contra sus más odiados enemigos. Ella había elegido bien su armamento; cada artículo que iba a utilizar había sido limpiado y preparado con antelación, todo planeado meticulosamente, tal como planeaba sus batallas. Sin embargo al final, como suele suceder, todo había ido mal y en vez de intentar un ensayo, había luchado por las vidas de las pequeñas y a pesar de todo había triunfado. Su mejor momento.
Sabía que nunca se vería a sí misma como la veía él, o tal vez como ningún otro lo hubiera hecho. Había estado magnífica. Lo embargó el orgullo. Alta, con un suave y curvilíneo cuerpo de mujer, y esbeltos brazos esculpidos con músculos y tendones, y el rostro alzado hacia la pequeña tajada de luna que brillaba a través del conducto de la abertura de la caverna.
Algunas veces cuando la miraba, como ahora, se sentía abrumado, cada uno de sus sentidos tan agudizado, sobrecargado, la sangre tronando en sus venas, llenando su ingle hasta reventar de lujuria en un cruel puñetazo a su vientre. Hacía que se le erizara la piel. Un clavo martillando a través de su cráneo y la falta de su contacto se sentía como un hueco tan profundo, tan ancho, que cortaba directamente a través de su alma. Con un ademán hizo que una sábana de seda se deslizara debajo de los dos.
Razvan inclinó la cabeza y respiró dentro de su boca. Awaken, fél ku kuuluaak sívam belso… amada mía. Ven a mí. Porque la necesitaba. Necesitaba ver sus ojos dilatarse hambrientos por él, del modo en que sabía que los suyos lo hacían por ella.
Le proporcionó ese primer dulce aliento de aire, luego tomó uno de ella para inhalarlo hondo dentro de sus pulmones. Las pestañas de ella se agitaron, se alzaron y en respuesta al repentino salto de su corazón su miembro se sacudió. Abrió los ojos y descubrió que toda la emoción que alguna vez podría querer estaba justo frente a él. Sus ojos ambarinos eran enormes, llenos desde sus hondas profundidades de amor solo por él. Un abismo sin fondo. Allí estaba. Todo.
Le sonrió, con una hambrienta sonrisa depredadora, mientras yacía tendida como un banquete ante él. Esta noche podría ser su última noche juntos, e iba a hacer que fuera especial para ella. Se disolvió directamente de entre sus brazos, transformando su cuerpo en un cálido líquido, en una manta de calor y fluido efervescente, fluyendo sobre ella como un millón de lenguas, burbujeando contra su delicada piel, separándole con gentileza las piernas para envolverse a su alrededor, recorrerlas y explorar amorosamente la unión entre ellas.
Ella se retorcía a merced de sus atenciones, su aliento siseando al exhalar un prolongado y lento ¿qué…? sorprendido. Las burbujas tanteaban sus senos y los erectos pezones que lo tentaban a volver a la forma física. Se resistió, deseando que ella igualara su fervorosa necesidad. El cálido líquido cubrió su cuerpo, suspendiéndola en un estanque de agua burbujeante, que buscaba en cada valle, en cada hendidura, y llenaba los espacios calientes con líquido más caliente aún.
Gritó cuando el agua comenzó a darle lengüetazos, gentilmente al principio, tentando su clítoris, burbujeando dentro de ella, por delante y por detrás hasta que se encontró jadeando, gritando debido a los inquisidores dedos de agua tanteando dentro y fuera de ella. Más dedos tiraban de sus pezones y las burbujas reventaban sobre y dentro de cada abertura imaginable, llevándola a un acceso de locura. Manipuló el líquido otra vez, ahora aspirando, burbujeando y sondeando hasta que parecieron mil bocas atormentándola.
Razvan. Susurró su nombre al tiempo que entraba en una serie de orgasmos, cada uno más fuerte que el anterior, y se encontró extendiéndose hacia él, intentando encontrar un ancla mientras el mundo hacía erupción en una bruma roja a su alrededor.
Él rió suavemente, cambiando con facilidad, dejándola clavar los dedos en su piel y sostenerse allí.
Los brazos de ella se deslizaron alrededor de su cuello y sonrió.
– Adoro despertar para ti.
Presionó la frente contra la de ella.
– Eso es bueno, mujer guerrera, porque si despertaras con algún otro, el mundo como lo conocemos llegaría a su fin.
Ella le hizo una mueca y se inclinó hacia delante para darle mordisquitos en una línea a través del mentón hasta la comisura de su boca.
– Lo dudo. Eres el hombre más calmado y tolerante que haya conocido jamás.
Sus senos resbalaron contra el pecho de él, llenos, suaves y tentadores. Pequeñas llamas chispearon sobre sus pesados músculos dondequiera que sus cuerpos hacían contacto. Solo tocar aquella piel suave lo conmocionaba. Le besó cada ojo y pasó rozando con su boca sobre la comisura de la de ella.
– Soy un Buscador de Dragones, fél ku kuuluaak sívam belso… amada mía. Escupimos fuego bajo ciertas circunstancias. Encontrarte con otro macho sería una de esas circunstancias.
Sus dientes le mordisquearon el labio inferior. Una vez. Y otra. Capturó ese suave arco y tiró gentilmente, deseando devorarla, tomarla para cenar. Se sentía tenso por la necesidad, y con solo la gentil fricción del cuerpo de ella restregándose a lo largo del suyo, se incrementó su deseo más de lo que hubiera pensado que fuera posible.
– Dudo que tengas nada de que preocuparte. Eres muy… imaginativo.
La mano de ella vagó hacia el interior de su muslo, se deslizó más arriba, entre sus piernas, para ahuecarla bajo su pesada erección. Fue incapaz de no reaccionar, empujando las caderas contra su mano, pulsante y caliente, hinchándose contra su palma hasta que su puño fue un ceñido guante rodeando tanto de él como le era posible. Su pulgar trazaba caricias sobre la ancha y sensible cabeza con forma de champiñón, untando una tentadora gota perlada sobre la punta suave y caliente. Ella observó, con calor en los ojos, un estremecimiento desplazándose a través de él, mirándola de una forma que disparó su temperatura incluso más alto.
Los dedos de ella sobre su piel se sentían celestiales, el roce de sus caricias borraba cada atroz recuerdo del pasado, de manera que allí solo existía Ivory y su universo era ella. Táctil. Erótico. Sensual. El universo instantáneamente se convirtió en uno de sensaciones. Su boca se movió sobre la de ella. Bebió de su sabor como néctar dulce con un toque de especias.
– Tal vez me gustaría verte escupir fuego -susurró ella dentro de su boca.
La lengua de ella se enredó con la suya y su miembro se sacudió y se hinchó aún más contra el apretado puño de esa mano. Profundizó el beso, el hambre florecía con tan urgente demanda que se sentía al límite y un poco desesperado por ella. Tal vez tenía algo que ver con el modo en el que su mano se movía sobre la pesada erección y su boca le succionaba la lengua como si esta fuera su miembro.
– No, no te gustaría, fél ku kuuluaak sívam belso… amada mía. Te gusto tal como soy.
Ella rió suavemente, un sonido bajo y travieso, y ya lo estaba besando bajando por su garganta y pecho, empujándolo hacia atrás, levantándose sobre él para mordisquearle el abdomen con pequeños dientes afilados. El aliento se le entrecortó en la garganta. Esa larga, gruesa y sedosa trenza se arrastraba sobre su cuerpo, sumándose a las sensuales sensaciones, robándole el aliento y la razón. Se extendió hacia arriba y tiró del lazo para soltarla y poder dejar que su cabello cayera en cascada sobre su cuerpo.
Era tan sexy, con su cabello algo salvaje y despeinado, toda piel suave y exuberantes curvas, con ese maravilloso acero fluyendo por debajo. La combinación siempre lo excitaba más allá de la cordura. El cuerpo le dolía y su pesada erección se engrosaba y endurecía, tocando alguna parte en ese pequeño espacio entre el dolor y el máximo placer, mientras se movía sobre él, su tacto masajeando sobre la piel caliente como terciopelo.
La lengua de ella lamía a lo largo de su piel, como un gato bebiendo crema a lengüetazos, al tiempo que sus dedos friccionaban y acariciaban, exprimiendo su esencia. El aliento era cálido sobre la cabeza de su miembro y sintió cada uno se sus músculo tensarse, pero no se permitió moverse. Resistió el impulso de cogerla de la cabeza y bajarla sobre su feroz y candente erección. La anticipación de la boca de ella, suave, caliente y celestial, se sumaba a la tensión de su cuerpo y a la necesidad creciente como una adicción en su sangre.
Adoraba ver en sus ojos esa mirada vidriosa y aturdida que le decía que ella estaba cayendo dentro de ese mismo pozo de hambre y necesidad, y sin embargo estaba aún un poco impresionado y sorprendido de que pudiera estar tan perdidamente enamorada. Las manos le temblaban solo un poco, y mientras sus senos se movían, suaves, deliciosos y tan tentadores, dedos de excitación tentaban sus muslos y danzaban sobre su miembro.
Él esperó. Conteniendo el aliento. El cabello de ella se derramó sobre sus caderas y muslos. Cerró los ojos mientras sentía el calor de su aliento bañando la pulsante erección, la gratificante sacudida en reacción, hinchándolo aún más. Indulgente y pausado. Adoraba su generosidad. El modo en que ella lo amaba, no con palabras, sino de éste modo, brindándole placer, sencillamente entregándose a sí misma. Eso era lo que más lo excitaba, aquél máximo regalo en el que se daba completa y generosamente, ella deseaba su placer tanto o más de lo que deseaba el suyo propio.
La lengua le dio un rápido golpecito y él gimió; sin poder evitarlo elevó las caderas, buscando su caliente boca, pero ella se retiró. Su palma le acunó las doloridas pelotas, las estimuló e hizo rodar entre sus dedos; su lengua enviaba descargas de fuego que le vibraban a través del cuerpo mientras ella le prodigaba su atención, lamiendo un camino de vuelta hacia su miembro.
Dejó de respirar. Su corazón se saltó un latido, y luego comenzó a palpitar. El estruendo en su cabeza se incrementó y juraría que en ella aporreaba un martillo neumático. Su ingle se sentía como una espiga de acero. Gruñó un suave, ronco sonido que pareció compelerla a actuar. Ella se agarró de su cadera con una mano, los dedos clavándose a fondo, mientras los dedos de la otra mano se envolvían a su alrededor como un torno. Oyó el corazón de ella ajustarse a su propio y palpitante latido. Percibió el flujo de su sangre atravesándole las venas como el oleaje en un maremoto. Juró en la antigua lengua, su voz no era la suya, sino ronca, desesperada, y hambrienta de necesidad.
Ella lo lamió. Lamió la ancha cabeza con forma de seta, girando la lengua en espiral sobre esa firme, suave y aterciopelada punta y saboreando las gotas perladas que fluían en anticipación. Su cuerpo entero se tensó, se estremeció, y ésta vez gruñó un sonido bajo y lleno de lujuria, al tiempo que su visión se hacía borrosa.
– O köd bels…¡que las tinieblas me tomen! ¡Ivory, me matarás!
Tenía que estar en su boca, en aquel paraíso húmedo, apretado y secreto. Agarró un puñado de su cabello y le atrajo la cabeza hacia él, necesitándola desesperadamente, e incapaz de esperar un momento más.
Ivory le sostuvo la mirada, observando los cambios en él, impregnándose de ellos, deleitándose en su habilidad para trastornar su calma habitual. Adoraba cuando se ponía todo endemoniado con ella, gruñendo y agarrando manojos de su cabello, arrastrándola más cerca, empujando sus caderas sin poder resistirse. Se deleitaba en el modo en que sus ojos cambiaban del azul medianoche a un intenso negro. El modo en que las franjas de su pelo se acentuaban. Había algo muy estimulante e intensamente sexy con respecto a los gruñidos que reverberaban en su pecho, el músculo contrayéndose en su mandíbula, ese pequeño tic que le hacía saber que se encontraba completamente en otro reino.
Esta noche saldrían a cazar al enemigo más peligroso que el pueblo Cárpato, que el mundo, hubiera conocido jamás, y tal vez nunca regresarían. La determinación de mostrarle cómo se sentía, lo que significaba para ella, lo que le brindaba, se veía en cada roce cautivador de su lengua y en cada caricia de sus dedos. Devoró su miembro completamente, atrayéndolo profundamente, ahuecando la mejillas para ajustar la succión alrededor de la carne firme.
Él gimió cuando sus dientes rasparon gentilmente y su lengua giró en espiral subiendo por el miembro para tentar el ultra sensitivo punto debajo de la cabeza acampanada. Echó la cabeza hacia atrás hasta que sus labios rozaban apenas por encima de él, estudiándolo, observando sus ojos dilatarse de placer, observándolo respirar de forma irregular con ásperos jadeos.
– Ivory. -Había exigencia en su voz.
Su amante tranquilo y pausado había desaparecido, aquel que se tomaba su tiempo para llevarla una y otra vez más allá del límite, siempre en completo control, siempre el que daba tan generosamente y la llevaba más allá de lo que hubiera conocido nunca. La dicha la atravesó y se lo tragó, tomándolo profundamente, sintiendo reaccionar su cuerpo entero, sintiéndolo estremecerse otra vez mientras un intenso placer vibraba a través de él.
Los músculos de sus muslos saltaron de excitación, su estómago se contrajo en reacción, los pesados músculos de su pecho se tensaron mientras sus brazos se flexionaban. Pero fue su miembro, moviéndose y pulsando en su boca, volviéndose aún más grueso de lo que nunca hubiera estado, lo que la emocionó. Adoraba cómo extendían sus labios, se deleitaba en como su caliente longitud se sentía sobre su lengua, incluso la manera en que empujaba con cortas ráfagas en staccato profundamente dentro de su garganta donde sus músculos exprimían, masajeaban y ordeñaban.
Ella había planeado éste momento, este regalo para él, ésta conquista, deseando para él este crudo placer, la impotencia, el éxtasis gratuito donde no tuviera que preocuparse por ella o por sus sentimientos, sino solamente por tomar lo que le entregara, lo que le ofrecía. El calor llameó a través de ella cuando expuso los dientes como un lobo hambriento.
Él se desplazó, haciéndolos flotar hasta el suelo, sus manos sujetaban inmóvil la cabeza de ella mientras se empujaba hasta el fondo de su boca, con los ojos entrecerrados observaba su garganta trabajándolo, observaba la belleza de la mujer que estaba a sus pies, de rodillas, suplicante, con los ojos fijos en los suyos.
No apartes la mirada de mí, ordenó.
No tenía intención de apartar la mirada, o de retirarse de su mente. Quería que esta sensación exquisita continuara para siempre. Sus propios muslos estaban húmedos, la unión entre sus piernas pulsaba por la necesidad de ser llenada por él, pero por nada del mundo iba a detenerse. Quería tomarlo profundamente en su garganta, ser todo para él, ser usada por él, darle éste regalo perfecto para que se sintiera envuelto por su amor.
La lengua de ella le acarició y frotó sobre su punto más sensible y oyó un grito estrangulado escapar de su garganta. Los ojos se le volvieron de un azul tan oscuro que parecían negros, sin pupilas. Ella sintió su reacción. Se quemaba vivo. Se prendía en llamas de la punta de los pies a la coronilla. Llamas que lamían su piel. Su sangre corría como lava ardiente, espesa, casi demasiado espesa para pasar a través de sus venas.
Más duro. El susurro estaba en su mente. ¡Oh, Kucak… ¡Oh estrellas! ¡Ivory, más duro! Su voz era áspera. Ronca. Estimulante. ¡Andasz éntölem irgalomet!… ¡Ten misericordia, no pares!
Nada podría haberla detenido. Ardía por él. Se sentía vacía por dentro sin él. Estaba desesperada por él, por este arrebato salvaje y sexy. Incrementó la succión al tiempo que él tomaba el control, mientras su cuerpo lo perdía. Utilizó su cabello, sujetándole la cabeza mientras tomaba su boca, guiando su cabeza contra él hasta que sintió la violenta sacudida. La dilatación. Oyó su propio rasgado grito de gozo y éxtasis mientras explotaba, el caliente flujo lanzándose a chorros al fondo de la garganta de ella.
No lo dejó marchar, sintió sus temblores mientras continuaba succionándolo, ahora con gentileza, con los ojos fijos en los de él. Se meció hacia atrás sobre sus talones y finalmente le permitió resbalar de su boca. Su lengua dio una lenta y sensual pasada a sus labios llenos, hinchados.
Ivory observó como los ojos de él cambiaban, iban de ese oscuro azul medianoche a la insondable profundidad de un recóndito abismo oceánico. Tan hambriento. Tan centrado. Todo por ella. Su corazón brincó. Algunas veces su hambre podía inquietarla, como ahora, cuando su cuerpo se mostraba agresivo y podía sentir el acero corriendo a través de sus músculos. Tanto la atraía como la repelía, la incitaba y la asustaba. Razvan tenía siempre tanto control que cuando lo perdía, tal como adoraba que hiciera, su intensidad resultaba aterradora… y gratificante.
De pronto su puño la agarró del cabello otra vez para arrastrarla hacia arriba. Tiró de su cabeza hacia atrás, exponiéndole el cuello. Su corazón brincó. Se le fundieron los huesos. Sintió que los pulmones le ardían en busca aire. Él hundió los colmillos profundamente, y un absoluto éxtasis se abalanzó a través de su cuerpo como un tsunami, inundándola. Los ojos se le cerraron. ¿Cómo podría mantener sus sentidos intactos cuando ese delicioso placer se extendía a través de ella como una oleada de calor? Bebió de ella como si estuviera famélico, absorbiendo la esencia de la vida dentro de su cuerpo, como si no pudiera obtener bastante.
Adoraba cuando estaba al borde de su control, con la boca moviéndose sobre ella con desenfrenada pasión, el éxtasis que sentía no era nada comparado con aquel que le brindaban el cuerpo y el sabor de ella. Adoraba tocar su mente y alimentar la caótica pasión masculina, la necesidad y la lujuria alzándose tan afiladas y terribles que apenas podía contenerse para no devorarla. Sus colmillos causaban pequeñas punzadas de dolor que solo agregaban otra dimensión a las capas de deseo y calor que se propagaban y la consumían.
En cada alzamiento era así, la necesidad de fusionarse, de sentirse completamente uno, del calor y el fuego de su unión. Se estremeció de placer mientras tomaba un último trago indulgente y pasaba la lengua sobre los pinchazos para cerrar la pequeña herida. Su boca succionó allí por un momento, marcándola, otro privilegio que nunca antes se había tomado. Sentía… parte de él. Parte de su corazón. Parte de su alma.
La lengua de él lamió las gotas de sangre rojo rubí que se arrastraban hacia abajo por la garganta hacia el seno. Su lengua dio un golpecito al pezón y ella inspiró profundamente, pero sus manos le cogieron la cabeza para contenerlo. Sin embargo no había forma de contener a Razvan en su talante actual. Le gruñó algo y tomó su pecho dentro de su boca, mordiéndole el pezón y tirando de él hasta que la hizo gritar de placer.
Succionó con fuerza, causando estragos en su cuerpo, haciéndolo suyo. Tomó su placer de ella, pero se lo devolvió multiplicado por diez, como si él también supiera que éste podía ser su último momento juntos. Ninguno lo expresó, ninguno lo reconoció, pero cuando la llevó hasta el suelo de la cámara, estaba tan frenética como él.
Sus manos le recorrieron la espalda, las uñas clavándose hondo mientras él le bañaba los senos, enviando esos deliciosos destellos de relámpagos disparados a través de ella. Su lengua dio golpecitos a la dura cima con calientes y lentas pasadas de la lengua que la dejaron fuera de sí. Su boca adoptó un rítmico movimiento que se acompasaba con el empuje de sus caderas contra las de ella. Podía sentir su larga longitud yaciendo como un hierro de marcar contra su muslo. Cada lento roce de su cuerpo a lo largo del suyo, solo hacía que se volviera más caliente y más grueso.
Mientras ella respiraba con dificultad, arcos de electricidad parecieron chispear de excitación entre sus pieles. Él iba saltando una y otra vez entre dientes, lengua y boca tan ardientes, como un hombre poseído, dejándola sin sentido. No había nada en el mundo excepto Razvan, su duro cuerpo, su masculina esencia de pecado y sexo llenando el aire alrededor de ella, ardiendo en sus pulmones en vez del aire.
Levantó la cabeza, pequeñas llamas ardían a través del penetrante azul de sus ojos.
– Toma mi sangre, Ivory. Ahora. Justo ahora.
La levantó con manos firmes, acomodándola en su regazo, frente a él, a horcajadas sobre él, de modo que sentía la dura longitud, agresiva y caliente, contra su húmeda y resbaladiza abertura. Sus ásperos jadeos solo intensificaron el poder de su hechizo. Se sentía fascinada cuando estaba así, tan desesperado por su sabor y su contacto. Sus manos nunca dejaron de moverse sobre su piel, reclamando cada centímetro de ella para sí mismo. Amaba la euforia de ser suya.
Levantó la cabeza para lamer el pecho masculino y subir hacia su garganta. Su estómago se ondeó. Se contrajo. Su miembro, aquella terrible y maravillosa vara de acero, latía y le pulsaba contra el muslo, esperando una oportunidad. Ella se lamió los labios. Lo saboreó a él. Su esencia. Le permitió sentir lo que le hacía, profundo en su mente, en su cuerpo.
La lengua de Ivory trazó espirales sobre su pulso mientras acariciaba con la nariz su cálida garganta. Amaba el tacto masculino de él, su calor. Sus dientes lo mordisquearon y su cuerpo se movió sin descanso contra del suyo, un tentador incentivo, tan intenso, tan fundamental, que ella temblaba de necesidad. Alzó el rostro para besarlo, deseando, no, necesitando su boca. Esa gloriosa boca que podía hacer que su cuerpo resbalara al borde de un gran precipicio, demasiado cerca del borde, de aquel abismo insondable, o empujarla al otro lado, precipitándola dentro de un pandemonio de placer mas allá de nada que hubiera soñado jamás.
Su boca se fundió con la de él. Se fusionaron. Se fundieron. Tanto calor. Un calor abrasador llenaba su cuerpo entero, haciendo que su delicada piel blanca como porcelana tomara un tenue color. Levantó la vista hacia su cara, tallada con duros bordes, un rostro masculino, de ojos semientornados, posesivos. Lo besó otra vez, consumiéndolo, dejando que el ímpetu la golpeara con fuerza antes de besar un camino hacia la comisura de su boca. Lamiendo. Saboreando. Mordiendo su barbilla con pequeños mordisquitos y de regreso a sus labios. Estirando. Tentando. Deseando.
– Podrías matarnos a ambos -advirtió él.
Ella movió su cuerpo deslizándose sensualmente sobre el caliente hierro de marcar que era su muy dura erección, frotándose hacia atrás y hacia adelante, tratando de atraerlo dentro de ella.
Él gimió y su cuerpo se sacudió. Sus dedos le ciñeron el cabello, tirando de su cabeza hacia atrás para poder mirarla fijamente a los ojos.
– Toma ahora de mi sangre, Ivory. -La voz se le había hecho profunda. Severa. Más hambrienta. Más sensual.
El corazón le dio un salto. Casi explotó. Se le estrechó la garganta. Su lengua ya podía saborearlo, aquel dulce, seductor, erótico sabor de él. Sintió formarse su saliva. Se le alargaron los colmillos. Besó su terca mandíbula, dejó una senda de besos sobre su cuello donde el pulso se encontraba cálido, vivaz e invitador. Sus dientes le arañaron la piel.
Razvan aspiró profundamente.
– Kucak… Estrellas, Ivory. -El sudor brillaba sobre su cuerpo-. No se si podré soportar esto.
Giró la cabeza y guió la de ella hacia su hombro, hacia la vena exacta de donde quería que tomara su sangre. Los ojos se le cerraron mientras levantaba las caderas, se colocaba en posición y la dejaba caer sobre sí de modo que lo enfundara completamente.
Su avidez creció hasta que no pudo pensar en nada excepto en su esencia y sabor. Los latidos del corazón de él igualaban los de ella. La adrenalina corrió a través suyo como una bola de fuego. Sus dientes se hundieron profundamente y él gruñó y estampó su cuerpo dentro de ella llegando a casa. No se movió, simplemente la llenó, empujando en su camino a través de estrechos y abrasadores pliegues para situarse completamente dentro de ella.
Ella absorbió las primeras dulces gotas de sangre caliente dentro de su boca, las dejó estallar sobre su lengua, su cuerpo asimilando la esencia de él. Las manos de él le tomaron la cabeza, sosteniéndola contra su hombro, inclinándole el cuello cálido y suave. Su lengua lamió a lo largo de la vena.
El cuerpo de ella explotó a su alrededor. Pulsaba. Ondeaba de vida. Su corazón saltaba. Cada músculo en el cuerpo se le tensó, apretándose sobre él como un torno de terciopelo. Jadeó inhalando con brusquedad. La lamió otra vez. Permitió que sus dientes le rozaran el cuello. Su respuesta fue otro orgasmo, éste más intenso que el primero.
Ella inspiró en un jadeo, intentando elevar la cabeza, pero él le sostuvo la nuca en su palma con todo ese glorioso cabello negro-azulado, y la forzó a beber. Sus colmillos le perforaron el cuello, hundiéndose profundamente. Ella gimió, el sonido vibró a través de él, rodeando su erección, acariciándolo, ordeñándolo, bañándolo en rica y caliente crema.
Bebió de ella mientras la conducía a otro orgasmo. Y a otro. Cada vez su erección se engrosaba más. Más caliente. Más larga. Mientras, bebió hasta saciarse y ella también, sus orgasmos los sacudieron ambos. Cuando los dos estuvieron satisfechos, cerraron los pinchazos y cuidaron uno del otro.
Razvan se movió primero, inclinándose para capturarle la boca con la suya, la sangre palpitándole en las venas y la ingle tan llena, dura y dolorida, que sabía que un movimiento más, un ligero espasmo del cuerpo de ella a su alrededor, y olvidaría quién era. En el momento en que sus labios tocaron los de ella, sucedió. Ella apretó los músculos de esa exquisita vaina femenina y él gimió, puso fin al beso y le cogió las caderas en sus manos.
Empezó a moverse machacando en ella como un pistón, embistiendo profundamente en ella, tirando de ella hacia abajo sobre su regazo mientras se impulsaba hacia arriba. Sus senos rebotaban contra él, la fricción enviaba flechas disparadas como dardos a su ingle. El largo cabello que rozaba contra sus muslos lo excitaba más aún, de modo que usó la enorme fuerza de sus piernas para empujarse dentro de ella.
Su boca se abrió. Sus ojos se ampliaron. Él sintió la primera onda, intensa, como un temblor, ondulándose a través de ella desde sus senos a su funda y entonces ella se ciñó sobre él, extrayendo su semilla. Chorro tras chorro de caliente semen se vertieron hasta que estuvo drenado y vacío, y sus deliciosos gritos hicieron eco alrededor de él.
Fue Ivory la que los hizo flotar de regreso a la relativa seguridad del suelo rejuvenecedor. Yacieron juntos, unidos, brazos, piernas, su cuerpo profundamente dentro de ella, mientras se miraban fijamente a los ojos. Ella le sonrió lentamente. Una sonrisa satisfecha. Un poco atónita.
– Nunca dejas de sorprenderme, Razvan.
Él lamió una pequeña gotita de sangre carmesí de donde había quedado tras deslizarse inadvertida desde el cuello al pecho durante el momento de pasión. Ella se estremeció en reacción, produciendo otra nueva oleada de crema líquida, caliente e insoportablemente sensual mientras se apretaba otra vez, drenando las últimas gotas restantes que el cuerpo de él pudiera producir.
– Siempre que te apetezca, fél ku kuuluaak sívam belso…amada mía.
A regañadientes aflojó su agarre sobre ella y dejó caer las piernas de donde las tenía envueltas alrededor de sus caderas. El movimiento provocó otro estremecido pulso a través de ambos. Ella rodó alejándose y se tendió con los brazos extendidos, el cuerpo aún jadeando en busca de aire.
– Creo que has acabado conmigo. Mis pulmones, al menos, están deshechos. Y aún estoy experimentando estos pequeños, diminutos y tremendamente increíbles orgasmos. ¿Cómo lo haces?
Él giró la cabeza para brindarle una sonrisa descarada.
– Resulta que es mi trabajo mantenerte satisfecha, y me tomo la tarea muy en serio.
Los dedos de ella encontraron los suyos. Ivory cerró los ojos y simplemente lo disfrutó. Estar con él.
– Quiero que sepas algo, Razvan. Es muy difícil para mí hablar de lo que guardo en mi corazón. Me hace sentir tonta decirlo en voz alta pero tienes que saberlo. -Abrió los ojos, fijó su mirada en la de él y se puso una mano sobre el corazón-. Por si las cosas van mal, y ambos sabemos que existe la posibilidad de que así sea, éstos han sido los mejores momentos de mi vida. No me arrepiento de ningún momento pasado contigo. Has hecho que me sienta viva de nuevo. Me has recordado porqué he conservado el recuerdo de mis hermanos en mi alma. Y me has dado el supremo regalo de tu corazón. Quiero que sepas que atesoro ese regalo. Te amo sin medida.
El reconocimiento significaba aún más porque sabía que era verdaderamente difícil para ella expresar emociones intensas.
– Yo también te amo. -Aquello no era lo bastante bueno, no en lo que a él concernía. Le envió la emoción. Intensa. Devoradora. La inundó con ella. La ahogó en ella. Le dejó ver dentro de su corazón y mente y en su alma misma.
– Me conmueves como ningún otro podría -dijo ella y tragó con dificultad, parpadeando para contener las lágrimas. Suspiró-. Tenemos que alimentarnos bien. Nosotros y también la manada. Ésta es nuestra mejor oportunidad para destruir al alto mago. Estará mas débil debido a lo que hicimos la pasada víspera.
– Estás segura de que quieres hacerte cargo de ésta tarea.
Ella sonrió y esta vez su sonrisa fue serena, igualando la suya.
– No he cambiado de parecer, tampoco te dejaría ir sin mí, como estás pensando hacer. Si vamos a triunfar, me necesitas, tal como yo te necesito a ti. Tenemos una mejor oportunidad juntos que separados.
– No podemos perder ésta noche entonces, fél ku kuuluaak sívam belso… amada mía -dijo Razvan-. Vayamos a escoger nuestras armas y llamemos a la manada. Si se nos escapa pasará un buen tiempo antes de que nosotros, o cualquier otro, tenga de nuevo ésta oportunidad.
– No se nos escapará -dijo Ivory, y había acero en su voz.