Escena 1
El guerrero de la sombra se dio la vuelta, la espada destelló, cortando directamente hacia la garganta de Vikirnoff. Él se agachó y la paró, las chispas llovieron mientras los bordes de metal chocaban con enorme fuerza.
– ¿Te diviertes, cariño? -gritó Natalya-. Pareces un poco lento. Tienes a un trío acercándose por tu derecha. -Cruzó los brazos y dio golpecitos con el pie mientras tres guerreros más se apresuraban al combate.
Vikirnoff se enderezó, saltando en el aire, pateando a uno.
– Que guay, tesoro, estoy tan impresionada con ese movimiento. ¡Muy a lo Jackie Chan! -Se abanicó-. Mi corazoncito está revoloteando.
– Bueno, ya lo he entendido, ven aquí y ayúdame. -Vikirnoff le frunció el ceño por encima del hombro, esquivó otra espada que venía hacia él, girando para llevarlo hacia las filas de guerreros de humo, sus movimientos los alejaban de su compañera.
Natalya se agarró el costado y aleteó las pestañas.
– Creo que estoy ovulando y este es el momento óptimo. ¿Podemos conseguir un tiempo muerto para que puedas hacer guarradas y darme un niño?
Uno de los guerreros de sombra se dirigió con fuerza contra Vikirnoff. El Cárpato se elevó corriendo por la pared de hielo, saltó al aire y atravesó con la espada el pecho del guerrero. Eso debería decapitado a su adversario, pero como el guerrero de sombra ya estaba muerto, la hoja cortó por el aire.
Natalya aplaudió.
– ¡Oye! Si fueras más bajo y verde, te podríamos llamar Yoda. ¿No le enseñó ese movimiento a Luke Skywalker?
– Natalya -replicó Vikirnoff rechinando los dientes-. No eres graciosa. Tengo cinco de esos guerreros viniendo a por mí y tú sólo te quedas ahí parada.
– Pero parezco bonita. Tienes que admitir que tengo buen aspecto aquí parada. Y te estoy vitoreando, cariño. -Unos pompones aparecieron en sus manos y de repente estuvo llevando una faldita. Hizo una pequeña demostración para él-. Vamos Vik, vamos, destruye a esos chicos malos.
Ella dejó de moverse cuando uno de los guerreros de sombra giró la cabeza hacia ella. El movimiento siempre les atraía.
Vikirnoff luchó entre las filas hasta que colocó su cuerpo entre su compañera y los guerreros. Su espada destelló dentro y fuera cuando giró elegantemente, cayendo, levantándose y manteniendo un movimiento giratorio que hacía imposible anticiparlo.
– ¡Deja de bromear!
– ¿Vas a ir ante el concilio de los guerreros y decirles que crees que las mujeres se les debería permitir luchar? Porque parece como si pudieras necesitar un poco de ayuda. Pero puedo quedarme aquí parada trenzándome el pelo si prefieres que no participe.
¡O jelä peje terád, que el sol te queme, Natalya!
Ella levantó una ceja.
– ¿Acabas de maldecirme? Yo sólo sigo los deseos de mi hombre. -Lo fulminó con la mirada-. Como Donna Reed.
– Que el sol abrase al consejo de guerreros. Y que el sol queme a Donna Reed también.
– Eso no es tan agradable cuando Donna Reed es tu chica de ensueño.
– La princesa guerrera es mi chica favorita y mejor que ponga su espectacular trasero en marcha. -Vikirnoff paró dos espadas que venían hacia él, giró y la parte plana de la espada le cruzó el hombro.
Esto le hizo tambalear, pero siguió moviéndose rápidamente, agachándose y deslizándose entre las filas de guerreros para quitarse de en medio.
Natalya se estremeció, dio dos pasos hacia Vikirnoff y luego se forzó a parar.
– Parece que eso ha dolido. Te ayudaría, pero sabes que me estropearía el esmalte de uñas. Es tan bonito y rosa.
– Voy a zurrarte cuando salga de esto.
– No estoy segura de que vayas a salir de esto sin algo de ayuda, pero desafortunadamente para ti, creo que estoy ovulando en este momento. Nosotras las mujeres tenemos que quedarnos en casa y ser embarazadas.
– ¿Qué me va a costar?
– Cambiar tu posición sobre las mujeres que luchan, oh dictador poderoso. -Pero ella ya estaba levantando los brazos al aire, preparada para asumir el mando de los guerreros de sombra. Porque no iba a permitir que mataran a su hombre, aunque fuera un idiota.
Oírme ahora, oscuros, grandes guerreros arrancados de vuestros lugares de descanso, mientras llamo a la tierra, al viento, al fuego, al agua y al espíritu.
Esperó a que los guerreros semitransparentes pararan y bajaran las espadas, pero ellos continuaron luchando con Vikirnoff.
– Humo sagrado, Batman, no me están escuchando. -Natalya sacó su espada y saltó al combate, espalda contra espalda con Vikirnoff-. Ya no tengo sangre de mago. Tenemos un pequeño problema aquí.
Vikirnoff la fulminó con la mirada por encima del hombro.
– ¿Tú crees?
Escena 2
Lara se estremeció mientras se arrastraba sobre las manos y las rodillas por el retorcido y estrecho tubo de hielo que se dirigía desde el interior de la cueva al mundo exterior. Por lo menos, esperaba que se dirigiera afuera, porque no había nada excepto muerte para ella dentro de la cueva. El hielo crujía y gemía continuamente, siempre vivo, siempre en movimiento, nunca quieto, nunca silencioso. El frío se le filtraba en los huesos, aunque regulara su temperatura corporal.
Las capas de hielo, blancas y azules, eran difíciles de ver sin la luz de los candelabros que iluminaban las grandiosas cámaras de su abuelo. Generalmente, tenía la excelente visión nocturna de su padre pero estaba llorando tanto, que las lágrimas lo enturbiaban todo y el temor componía figuras oscuras que no estaba realmente allí. Con el frío punzante, podía decir que las lágrimas se convertían en hielo en su cara, congelándole la piel
Los gritos de los dragones se apagaron y se esforzó inconscientemente por oírlos. No deseaba que sus tías murieran. Vaciló, pensando en regresar a ayudarlas, pero ¿qué podría hacer ella? Estremeciéndose, se acurrucó en el tubo de hielo, asustada de avanzar, aterrorizada de volver.
La montaña tembló, sacudiéndose a su alrededor. Por un momento los pulmones se paralizaron, ardiendo en busca de aire. Oyó el grito del dragón, un chillido lleno de dolor que se alzó por las cavernas, y luego la respuesta cuando el segundo dragón bramó en angustia.
Se cubrió la cara con las manos. No había vuelta atrás ahora. Las tías no habían huido y Xavier las castigaba. Sus castigos eran terribles. Ella no tenía la menor idea de que le esperaba adelante en el mundo exterior, ninguna idea de que esperar, pero tenía que ser mejor que vivir de la manera en que había estado viviendo.
La muñeca latió y se la frotó, forzándose a mirar hacia delante, no detrás de ella. Estaba aterrorizada de que el sol la quemara como Xavier siempre le había dicho. El sol era una masa inmensa de magma ardiente, agitado y terrible, esperando para prenderle fuego. Se estremeció y comenzó a arrastrarse otra vez.
Casi inmediatamente oyó el inicio de los cuchicheos. Voces. Amortiguadas. Persistentes. Feas. Los monstruos te comerán. El sol te freirá. Tu piel se fundirá con tus huesos.
Ella se empujó para continuar, avanzando centímetro a centímetro. Advirtió el frío que se le filtraba en el cuerpo, destruyendo su capacidad de pensar claramente y se forzó a tratar de regular su temperatura corporal. Cuanto más se alejaba de la cueva de hielo y de Xavier, más se daba cuenta de que su padre debía haber estado ayudándola a mantener su calor corporal.
La subida a la superficie era interminable, las rodillas estaban arañadas y manchadas de sangre cuando alcanzó el siguiente nivel. El tubo se separaba en dos direcciones. No tenía la menor idea de por dónde ir. Encima de su cabeza la montaña gimió y crujió con la presión del peso del hielo. Por todas partes, el hielo se rompía y caían fragmentos sobre ella. Se sentó en el empalme del túnel y trató de resolver qué camino seguir. No podía sentarse ahí. Xavier enviaría algo terrible detrás de ella. Estaba segura de que ya lo había hecho.
Araña, amiga araña, quien es brillante,
Araña, araña, ayúdame esta noche
Necesito dirección, tengo dudas
Araña, araña, muéstrame la salida
Las diminutas arañas del hielo, mortales, con colmillos venenosos, se apresuraron por las grietas de hielo, dejándose caer hacia abajo consolarla. Se abrieron en abanico, sus cristalinas y sedosas telarañas chispeaban en la oscuridad, captando la luz de una fuente que ella no podía ver y la deslumbraban con muestras de color mientras corrían por las paredes del túnel, tejiendo redes para mostrarle el camino por el tubo de la mano izquierda.
Oyó arañar detrás de ella y supo que estaba a minutos de ser capturada. Su corazón latía demasiado rápido, golpeando con fuerza en su pecho, la sangre rugía como el sonido del hielo rompiéndose en sus oídos.
Araña, araña, ayúdame ahora
Aparta la amenaza a mí de algún modo.
Un ejército de arañas se apartó del cuerpo principal para correr detrás de ella, tejiendo telarañas rápidamente, construyendo una barrera a través del túnel, gruesa, fuerte y brillante con hilos tóxicos.
Lara trepó detrás de las otras arañas, siguiendo los deslumbrantes hilos sedosos por las paredes. Sin tener que preocuparse por lo que había adelante, o a donde iba, viajó más rápido, arrastrándose con un ritmo rápido acompasado con el latido del corazón. El túnel se orientó hacia mientras se serpenteaba de aquí para allá en varias direcciones, llevándola de vuelta al camino de donde venía y luego bruscamente girando en dirección opuesta. Se abrían aberturas en todas direcciones, era un laberinto por el que sabía que nunca habría podido maniobrar sola. Las arañas lo hacían fácilmente, iluminando el camino con sus hilos brillantes.
El viento le tocó la cara. Las escamas heladas de hielo le mordieron la piel expuesta. Tiritando sin parar y con los dientes castañeteando se arrastró hasta que tuvo poca carne en las rodillas y palmas de las manos. Delante de ella vio luz. Al principio pensó que los ojos le estaban engañando, pero cuando continuó adelante, más luz se derramó en el túnel. Las paredes se ampliaron y el techo fue mucho más alto.
Se detuvo, el cuerpo dolorido y con lágrimas congeladas en la piel. Corrió, cantando.
Araña, araña, gracias a todas,
Os lo debo, lo recordaré
Pedídmelo cuando tengáis gran necesidad
Araña, araña, os haré caso.
Lara aprovechó el ímpetu, corriendo más y más rápido, asustada que ahora que estaba tan cerca, Xavier encontrara un modo de detenerla. La apertura se asomó ante ella y corrió hacia allí, sin ver la caída. Sus pies descalzos y manchados de sangre golpearon el espacio vacío y cayó con un chillido agudo y asustado, cayendo como una piedra a la nieve de abajo.
Aterrizó con fuerza, el aire se escapó de sus pulmones, abrió los ojos de par en par con terror cuando un animal grande se encabritó, golpeando con las patas el aire por encima de su cabeza. Un hombre corrió alrededor del animal, calmándolo con una mano apacible y la miró a la aterrorizada cara manchada de sangre. Su expresión cambió a una de bondad y preocupación. Como si ella fuera un animal asustado, se inclinó lentamente hacia ella y levantó su cuerpo en el calor de sus brazos, canturreando en un idioma que ella no comprendía.
Apareció una mujer, vestida con una falda larga, la atrajo y la envolvió en su chal apretando el tembloroso cuerpo de Lara, hablando con su marido en el mismo lenguaje. Él la llevó de vuelta al colorido carromato donde viajaban.
Escena 3
Lara estaba de pie en lo alto de los precipicios, el corazón le latía con fuerza. Miró a través de la extensión de rocas a Nicolas con el corazón en la garganta.
– ¿Estás segura de querer hacer esto, Lara? Puedo hacerlo por ti -ofreció Nicolas.
Ella sacudió la cabeza.
– Terry y Gerald eran mis amigos, la cosa más cercana a una familia que tenía. He pasado por mucho siendo niña, tenía problemas con el concepto de confianza y compañerismo. Un equipo de espeleólogos expertos fue formado para realizar un estudio en Groenlandia. Buscaban extremofilos para que la Universidad los estudiara y tanto Terry como Gerald formaban parte de un equipo que estudiaba el calentamiento global.
Nicolas estudió la cara demacrada. Ella necesitaba esto, tanto si a él le gustaba como si no.
– Las condiciones eran extremadamente frías y muy peligrosas, los vientos eran terribles. A diferencia de los Cárpatos que pueden cambiar y flotar hacia abajo por los túneles, nosotros tenemos que bajar por una cuerda delgada, aterrorizados de que la cuerda vaya a helarse. Cuando haces eso con alguien, cuando tu vida depende de ellos, ellos se convierten en importantes. Gerald y Terry eran como yo. Tampoco tenían a nadie y nos sentábamos juntos, apiñados en una tienda, escuchando ese viento atroz. Terry contaba las historias más graciosas.
Sintiendo la pesada piedra que la abrumaba, la pena y la culpa que la empujaban, Nicolas le enmarcó la cara con las manos.
– Tú no hiciste esto, Lara.
– Honestamente no creía que mi niñez fuera real. Parecía un sueño tan nebuloso, pero seguí buscando y seguí llevándolos conmigo.
– No puedes entrar en una cueva de hielo sola -indicó él-. Necesitas compañeros de escalada.
Lara miró las dos urnas, ambas contenían las cenizas de sus dos amigos. La explicación de Nicolas no quitaría la culpa que sentía, no durante mucho tiempo -si acaso alguna vez. Ambos habían sufrido terriblemente antes de morir. Cuándo Terry se arrancó la cabeza de la serpiente del tobillo, había descargado una masa entera de parásitos en su sistema. Gregori había luchado larga y duramente para quitárselos y todos pensaron que él estaba bien, que sólo necesitaba descansar. Gerald había vuelto a su cuarto para ducharse y nadie le había comprobado. Pero ella debería haberlo hecho. Debería haberse preocupado con su pasado apareciendo y con Nicolas reclamándola, cambiando su vida para siempre.
– No hay excusa… no para ninguno de nosotros -dijo Lara-. Ellos eran hombres buenos. Hombres valientes. Descendían ciento cincuenta metros en cambiantes cuevas rápidamente para conseguir lo que fuera necesario para la investigación. Y ambos eran tan graciosos. Realmente no sabía cómo divertirme hasta que los encontré.
Nicolas le acarició la coronilla.
– Estoy contento que los tres os encontrarais. Tú probablemente realzaste sus vidas tanto como ellos la tuya. -Deseó no haber estado tan celoso, su lado primitivo negándose a compartirla, sin pensar en verificar a sus amigos. Mikhail tenía razón al pensar que necesitaban reclutar la ayuda de humanos, ampliar su círculo de amigos de confianza. Su familia tenía una relación simbiótica con una familia humana y la había tenido durante muchos siglos, pero no confiaban en los demás. Si iban a sobrevivir a la guerra venidera con Xavier, el pueblo Cárpato tendría que conseguir aliados.
– Las bandas azules y blancas en las cuevas indican la edad, los veranos y los inviernos, como los anillos en un árbol. Con el paso de años, las bandas se comprimen en estas líneas muy delgadas. Gerald estaba obsesionado con contarlas -se rió suavemente al recordarlo-. Una vez estábamos en un agujero que cambiaba rápidamente. Habíamos medido las paredes y sabíamos que las condiciones empeoraban mucho más rápido de lo que habíamos anticipado. Terry y yo corríamos por nuestras vidas. Las paredes crujían y gemían y caían fragmentos de hielo sobre nosotros como en una ducha. Terry estaba empezando a sentir claustrofobia. Y allí estaba Gerald, contando tranquilamente las bandas, como si tuviéramos todo tiempo del mundo. Finalmente, Terry sujetó un carabinero a su aparejo y dio un tirón como una correa atada a un perro para conseguir que Gerald se moviera. Yo me reía con tanta fuerza que apenas podía escalar.
Se frotó la muñeca, un hábito que al parecer no podía romper.
– El mundo de hielo es hermoso, con un color increíble, pero tan frío. Incluso esperando las condiciones correctas, acurrucados en una tienda con el viento azotando alrededor y las manos tan entumecidas que no puedes agarrar nada, ir simplemente al baño es peligro. El hielo estalla a tu alrededor y llueve fragmentos y astillas. Sólo te tienes uno al otro.
Nicolas la tiró a sus brazos.
– Mantendremos algunas de sus cenizas en nuestra cueva. A ellos les gustaría eso. Podemos encontrar un nicho para ellos y tú puedes tener un monumento allí, pero permíteme hacer esto contigo. En vez de cambiando y tratar de sujetar las urnas, déjame llevarte a través de los cielos. Volaré sobre las montañas que ellos adoraron tanto y si deseas dispersar algunas de las cenizas, podrás hacerlo, si no, nosotros las enviaremos a los cielos.
– Los dos siempre quisieron volar. Escalaban mucho, pero abrían los brazos sentados en una cuerda y fingían que volaban. Quiero darles eso.
Nicolas asintió.
– Cambiaré, sube a mi espalda.
Él ya estaba cambiando, las plumas se esparcían por su cuerpo, su forma se transformaba, las alas bajaron para permitirla subir. Lara se enjuagó las lágrimas de la cara y recogió las urnas. No podía traerlos de vuelta, pero podía darles su sueño.