– Creo que tienes una mente tortuosa -dijo Ivory una vez reasumió su forma física, de pie en la habitación memorial de su refugio-. Guiar a los guerreros al valle de la Niebla y luego ir por debajo del suelo en vez de a través de la niebla fue un golpe de genialidad. No había forma de que pudieran rastrearnos, ni siquiera a través de la llamada de la sangre.
– La tierra nos da la bienvenida y cubre todo rastro. Sabía que nunca podrían seguir nuestro aroma, ni siquiera con la llamada de la sangre -le sonrió-. Me hubiera gustado estar ahí cuando se dieron cuenta de que estaban atrapados en una ilusión y luchando contra muñecos de nieve y no contra ghouls -irrumpió en carcajadas.
Ella estiró bien los brazos para permitir que los lobos tomaran su forma normal.
– No hicimos ningún amigo.
– No los necesitamos. En cualquier caso, si no tienen emociones, no les importaría de todos modos -dijo, frunciendo el ceño-. No envidio el trabajo de Mikhail.
– Especialmente intentado destruir ese libro. No tiene idea de las cosas malvadas que hay ahí adentro.
Razvan se quedó callado durante un largo momento.
– Debería haber hablado más con él acerca del libro y su destrucción. Me desagrada la idea de que mis tías tengan que lidiar con cualquier cosa que involucre a Xavier, pero ellas, mejor nadie, podrían saber cuál es la mejor manera de destruirlo.
La preocupación en su voz la emocionó. El hombre tenía más compasión y más impulso de proteger a los que amaba que cualquier persona que hubiera conocido. Ivory se giró hacia él, su mirada lo recorrió lentamente. Ocupaba mucho espacio allí, en los confines de su hogar. Sus hombros eran anchos y su físico muy masculino. Había poca suavidad en Razvan, aunque mostraba la naturaleza más serena y calmada con la que se había encontrado como regla. Él levantó la vista y la atrapó mirándolo.
El corazón de Ivory dio un salto. Había hambre cruda y desnuda en sus ojos, brillando hacia ella, devorándola, bebiéndola. Su boca se secó. Se humedeció los labios. Deseándolo. Casi necesitándolo. El miedo la atrapó.
– Razvan.
Su nombre le salió ronco, con voz temblorosa.
La sonrisa de él fue lenta, su voz tan espesa como la melaza.
– Ivory.
La forma en que pronunció su nombre hizo que su cuerpo se calentara y humedeciera y su corazón palpitara más. No había vuelta atrás. Con él era todo o nada, lo sabía. Una vez la tocara, la reclamara, la hiciera parte de él, estaría perdida. Completamente. ¿Cuánto de ella desaparecería? Anhelaba por esto. A él. Estaba en llamas. Casi desesperada, cuando la desesperación no era parte de su carácter.
Levantó una mano temblorosa antes de que él pudiera dar un paso hacia ella.
– Si alguna vez me traicionas, te mataré. Tienes que saberlo. No habrá perdón. No he confiado en otra persona en siglos. Los otros no importan, pero tú… tú sí.
– No esperaría menos de mi mujer.
Una sonrisa lenta y sexy curvaba su boca y brillaba en sus ojos. El hambre le devolvía la mirada. Deseo. Lujuria. Todas cosas con las que se podía arreglar. Pero había amor, puro y honesto y tan real que le robó el aliento, sacudiéndola hasta su mismo núcleo. Algo dentro de ella surgió. Se rompió. Se abrió para él. Por él. Por este único hombre. Si lo aceptaba, su amor por él podía consumirla. Tenía tanto para dar, pero había estado sola tanto tiempo…
Él extendió la mano hacia ella.
– Yo también he estado solo.
Quería que él entendiera la enormidad de la decisión. ¿Sabía lo que le costaría a ella? ¿Sabía cuán aterrorizada estaba? ¿Tenía alguna idea de cuán mala era en cuanto a las relaciones?
La sonrisa de él se amplió, proporcionándole un vistazo de sus dientes blancos. Se inclinó y le rozó un beso gentil sobre la boca. No había manera de salvarse de su propio corazón traicionero. Ya se había comprometido con él. Había caído a causa de su sonrisa. De su naturaleza gentil. De su voluntad de acero. Todo en él la arrastraba. Hasta su veta testaruda y su juvenil sentido del humor. Todo.
Había más peligro para ella aquí, en este hombre, en este momento, del que podría haber en el más poderoso maestro vampiro imaginable, o en las batallas más feroces. Amarlo demasiado, como lo haría… tal vez como ya lo hacía… podría destruirla. Podría volver a unir su cuerpo físico, pero no su corazón, no su alma… ni la misma esencia de quién era.
– Querida, confía en mí. Sé que te estoy pidiendo más de lo que cualquiera se atrevería a pedirte, pero mira en el alma que compartimos y confía en mí.
Ivory mantuvo su mirada fija en la de él. En sus ojos. En sus espléndidos ojos, salvajes y de color medianoche, que contenían demasiado. Todo por ella. Sólo por ella. Tanta hambre. Tanto deseo. Tanto amor. La boca le tembló cuando colocó su mano en la de él y dejó que la guiara al interior de su dormitorio.
Razvan cerró la puerta a los lobos, dejando que se acomodaran en la gran habitación memorial. Ondeó el brazo para encender luces parpadeantes en cientos de velas en miniatura, colocadas en pequeñas hendiduras en la pared. Las llamas danzaron, lanzando sombras a través del rostro de Ivory. Su piel parecía de porcelana, suave como el pétalo de una rosa e invitantora. Sus ojos eran enormes, de oro bruñido, líquidos y asustados como los de una criatura salvaje atrapada por un depredador, mirándolo con una mezcla de anhelo e inocencia que era a la vez intoxicante e irresistible.
Se estiró hasta detrás de ella y atrajo su gruesa trenza sobre su hombro, para liberar la atadura, enterró los dedos haciendo un túnel a través de las hebras sedosas para aflojar el recogido y que el cabello le colgara alrededor del rostro y cayera como una cascada por su espalda. La textura tan suave de su cabello, y las hebras deslizándose entre la yema de su pulgar y sus dedos, llevaron a las brasas que ardían lentamente a incendiarse. Ella no se sobresaltó o se alejó de él, ni bajó la mirada.
Había coraje en Ivory, abundancia de él. Coraje que sabía que era una enorme parte de lo que ella era. Ivory no se rendía. Si se comprometía con él se le daría todo, sin guardarse nada. La amaba aún más por ese rasgo, esa característica inquebrantable que la convertía en una cazadora peligrosa, pero también podía convertirla en una socia fieramente leal y una amante de fantasía.
Quería tomarse su tiempo, explorar cada centímetro de ella, cada sombra y hueco secreto, cada curva femenina, intrigante y misteriosa. Apenas podía respirar por el deseo. Sus manos fueron hasta los broches del chaleco. Conocía cada uno íntimamente, habiéndoles dedicado recuerdos más temprano… las correas de cuero con dos orificios… las diminutas cruces incrustadas en el acero de cada cierre de metal y los tres remaches a cada lado del broche y la correa, también incrustada con una cruz… la cual representaba su fe y su alma brillante.
Por supuesto que cualquiera de ellos podría haber quitado las ropas de ella con un simple pensamiento, pero deseaba el placer de desenvolverla. Deseaba tomarse su tiempo y ofrecerle cada uno de los momentos de placer que pudiera… construir su necesidad de una brasa ardiendo lentamente a una rugiente tormenta de fuego.
Ella no se movió, pero él sintió su brusca inspiración y los pechos se elevaron y cayeron contra sus nudillos mientras abría las correas y le empujaba el material por los hombros para una lenta revelación de su magnífico cuerpo. Sus senos se soltaron. Suaves. Tentadores. Tanto que ahuecó el suave peso en sus palmas, todo el tiempo observando el rostro de ella.
Vio el veloz placer que la rebasaba, el arrebato de color, el ligero tinte vidrioso de sus ojos mientras los pulgares rozaban los tensos picos de sus pezones. Sostener los suaves montes gemelos en las palmas se sentía como un milagro, una sensación más allá de sus fantasías. Había renunciado a esos sueños hacía mucho tiempo… tanto que ni siquiera podía recordar si alguna vez los había tenido… sin embargo, ella estaba frente a él, sus suaves curvas femeninas eran un peso ligero en sus manos y sus enormes ojos lo miraban con tal turbación… y anticipación.
Rozó un beso sobre su frente, luego bajó hasta la esquina de su ojo izquierdo. Un pequeño estremecimiento pasó a través del cuerpo de ella. Él besó la punta de su nariz y las comisuras de su boca. Los labios de ella se separaron ligeramente. El hambre brotó en ella, inundándolo, por lo que por un momento la boca de él se cernió a unos escasos centímetros de ella mientras Razvan luchaba por controlarse.
Primero le tomó el aliento, arrastrándolo profundamente a sus pulmones, y luego le tomó la boca, sus labios posándose sobre los de ella, absorbiendo la forma y la textura, la suave firmeza, el calor que se acumulaba. La lengua de él se deslizaba por esos ribetes levemente separados, en una pequeña invitación.
El aliento de Ivory se detuvo en su garganta. Él la guiaba hacia una senda desconocida de tentación, y ella estaba simplemente ya muy lejos para resistir. Su beso era pecaminoso, su boca una malvada excitación que la llenaba con tal necesidad que no podía contener sus respuestas. Él le susurró algo sexy, casi imperceptible, mientras su lengua recorría el interior de su boca, explorando los cálidos huecos, corriendo seductoramente sobre sus dientes y reclamando su cuerpo para él.
Sabía qué era eso. Una reclamación. Tomar su cuerpo y hacerlo suyo. Los pulgares de él rozaban sus pezones y ella casi gritó, el sonido estrangulado a causa del nudo de su garganta. Vetas de fuego corrían desde sus senos hasta su clítoris y su útero se tensó. La besó una y otra vez hasta que se sintió delirar, pero una parte de ella siempre estaba concentrada en sus manos. En la espera. En la necesidad.
Ella estaba allí de pie con él totalmente vestido, su cabello oscuro y veteado atado, por lo que parecía mantener el control mientras ella estaba desnuda desde la cintura para arriba con el cabello cayendo por todas partes, un montón salvaje de nervios que por fin entendían que este hombre era su destino. Este viaje que emprendía con él, no importaba cuán atemorizador fuera, no lo hacía sola. Él le había permitido liderar el camino en el campo de la fuerza. Ahora le pedía que se rindiera a él, de la misma manera que él lo había hecho a ella.
Él quería su confianza. Toda. Quería que ella le diera todo lo que era o sería, sin orgullo ni ego, confiando que él apreciaría su regalo por toda la eternidad. Su beso había sido una cerilla, prendiendo algo bien profundo dentro de ella que ahora llameaba, algo femenino, vivo y necesitado más allá de lo que se pudiera creer. Quería complacerlo. Quería ser su consuelo. Su placer. Su todo.
La lengua de ella se deslizó por la de él, danzando y provocando, mientras presionaba sus pechos doloridos más profundamente en sus palmas, necesitando ese próximo roce de fuego. Los besos de él eran adictivos, quemando hasta que supo que la pasión estaba estirando su control y su mente estuvo confusa por el deseo. Él le mordió el labio inferior y el escozor envió un relámpago a golpear chisporroteando a través de su vientre, directo hasta su canal femenino.
Los dientes de él rasparon a lo largo de su mentón, su lengua remolineando sobre la pequeña hendidura que había allí y viajó hacia abajo por su garganta. Se tomó su tiempo, aún cuando ella se estaba derritiendo allí mismo, en el suelo. Su boca se movió sobre la garganta, esos dientes malvados raspando suavemente, enviando un pecaminoso latigazo de calor en espiral que se deslizó desde el vientre hasta los muslos.
Apenas podía respirar, esperando. Sabiendo. En las garras de un deseo demasiado fuerte para siquiera soportarlo. Él bajó la boca y tomó su pecho con el mismo calor lento con el que había tomado su boca. Primero llegó su aliento tibio, que sintió todo el camino hasta el seno y profundamente bajo la piel. La respiración de ella simplemente se detuvo mientras se inclinaba hacia él. La lengua tiró de su pezón y ella lloriqueó. Luego la boca la atrajo más profundamente, chupando, y haciendo que gritara, con la cabeza hacia atrás, los brazos acunándole la cabeza hacia ella, sosteniéndolo cerca. Los dedos se le cerraron en puños, agarrando un mechón del cabello de él mientras los dedos de los pies se enroscaban en una acción refleja de la anterior.
El deseo golpeaba bajo y con fiereza, mientras él capturaba su otro pezón y lo giraba y tiraba de él al ritmo de su boca. Otro llanto se le escapó cuando un relámpago blanco rasgó a través de su cuerpo, directo desde sus pechos, atravesando su abdomen hasta su mismísimo núcleo y aún más abajo, extendiéndose por sus muslos hasta que chispas eléctricas chisporroteaban a su alrededor.
La sangre rugía en sus oídos, palpitaba en su corazón y por sus venas mientras él atraía el apretado pezón contra el techo de su boca y lo acariciaba y apretaba. Lo necesitaba de una forma en que nunca había necesitado a nadie en su vida. Él era como la estrella más brillante, como la luz de la luna derramándose plateada a través de la nieve reciente. Creaba, de un mundo horrible, uno decente y hermoso y la hacía recordar que era una mujer.
La boca de él era como terciopelo negro, oscuro e intoxicante, sus manos le envolvían los senos mientras sus dientes y lengua avivaban el fuego. Cuando él levantó su cabeza pudo ver su hambre feroz, aunque con esos mismos movimientos sin apuro, sus dedos inteligentes pasaron rozándole el vientre desnudo. Le aferró la caja torácica entre sus palmas e inclinó la cabeza para marcar un rastro de fuego sobre cada costilla y más abajo hasta el ombligo, donde su lengua trazó un remolino hasta que ella se aferró al cabello de él para mantenerse recta.
Los ojos de él se encontraron con los suyos y sus manos cayeron hasta el cinturón que ella tenía en la cintura, abriendo el cierre y tirando armas y la pistolera al suelo. Sintió el roce de sus dedos contra el bajo vientre mientras él tiraba de las ataduras de cuero y rápidamente las abría. Estuvo tentada a simplemente sacarse de encima la ropa, su cuerpo estaba en llamas a causa del deseo, pero los ojos de él contenían una advertencia, una mirada de posesión que encontró un poco emocionante… vale, quizás bastante. Él disfrutaba de desenvolverla y ella quería darle esa alegría. Se encontró sintiéndose inesperadamente sexy cuando él le bajó los pantalones por las piernas y con una mano en la cadera la urgía a dar un paso para salir de ellos.
Ivory contuvo el aliento. Estaba totalmente desnuda, cada línea y curva expuesta a su hambrienta mirada. Él simplemente se quedó allí, con las manos en las curvas de sus caderas, su mirada moviéndose sobre ella, absoluta y totalmente concentrada en ella de ese modo en que solía hacerlo todo, como si no viera nada más, como si no fuera consciente de nada más. Sólo Ivory. Posó la mano en el pecho de él, justo sobre su corazón, y lo sintió latiendo con fuerza. Un deseo crudo irradiaba de él… por ella.
Nunca había habido un hombre que la mirara así. Ciertamente Draven la había deseado, pero no con amor tallado en cada línea de su rostro. No con su cuerpo temblando y su corazón golpeteando como un martillo. Nunca la había mirado con tan febril necesidad, con su mente abierta a la de ella y su corazón totalmente entregado a ella. Nadie la había hecho sentir como si fuera la mujer más hermosa del mundo, totalmente deseada, completamente amada… hasta ahora.
– Ivory.
Su nombre salió estrangulado de la garganta masculina. Una suave sinfonía que le rozó la piel tan efectivamente como sus manos.
La atrajo nuevamente hacia él, tomando su boca, esta vez en medio de una fiebre de deseo, quemándola con su calor abrasador mientras la acercaba más, por lo que su pesada erección presionaba contra el suave vientre justo sobre la tela de su pantalones. Ivory escuchó su propio gemido estrangulado mientras su boca se apresuraba sobre la de ella, esta vez sin ese lento quemar. Esta vez tan salvaje y caliente que la chamuscó. La había vuelto loca de tal forma que el deseo era lo único que conocía, y se derritió en él, casi ciega por el hambre de su toque.
La lengua de él se enredó con la suya mientras sus manos volvían a los senos sensibles, sus dedos tirando y haciendo girar los pezones hasta que la tuvo jadeando, respirando con dificultad y dejando escapar pequeños lloriqueos. La piel de él se sentía caliente bajo la camisa, mientras ella le clavaba las uñas profundamente en los hombros. Un estremecimiento bajó por el cuerpo de Razvan. Su boca era adictiva, ese gusto a pecado oscuro y rico y a sexo, que ella encontraba intoxicante. Su cuerpo era duro y poderoso, moviéndose contra ella, controlado, ahora agresivo, inflamándola más. Podía sentir cada músculo definido tensándose debajo de su piel, su cuerpo tenso por el deseo mientras sus besos enviaban chispas de electricidad a través de las venas de Ivory, directamente hasta el canal femenino dejándola húmeda, necesitada, y gimiendo en su boca.
No podía dejar de tocarlo, su cabello, su cuello, su garganta, deslizando las manos por sus brazos y los músculos que allí había, arrancando roncos gruñidos masculinos, crudos y desde la garganta a causa de la pasión. El sonido la inflamaba más, hasta que pensó que se estaba quemando, su cuerpo moviéndose casi compulsivamente contra el de él.
Él emitió un sonido. Oscuro. Peligroso. Intoxicante. Simplemente condujo sus caderas hacia arriba, contra la unión de los muslos de ella, presionando apretadamente mientras se mecía allí. El movimiento urgente fue increíblemente sexy, provocando un rayo de deseo, dulce y caliente, que se clavó en su núcleo, y ella enterró el rostro contra su cuello, acariciándolo con la lengua, mordisqueándolo con los dientes, deleitándose en la forma en que el cuerpo de él se estremecía en reacción.
Los dedos de Razvan encontraron el interior de sus muslos. Acariciaron. Robando el aliento de su cuerpo. Las piernas de él obligaron a sus muslos a separarse para él, la tela áspera de los pantalones rozaba contra su piel mientras ella corcoveaba inútilmente contra él, casi llorando por la necesidad.
– ¿Estás húmeda para mí, fél ku kuuluaak sívam belső… amada?
Su voz fue una negra seducción aterciopelada en su oído. Una flagrante y malvada tentación.
– ¿Lo estás? -Sonaba a pecado puro.
Ella le tiró frenéticamente de la camisa, desesperada por llegar hasta él, mientras la necesidad le clavaba las garras. Le dolía, su canal femenino se apretaba por la tensión que se construía, frenética por la liberación, porque él llenara el vacío que la tenía en sus garras. Se las arregló para quitarle la camisa y es que no podía soportar nada entre ellos, ni siquiera durante otro segundo. Lo desvistió con magia, con frenesí, casi con violento apuro.
Con una mano cerrada en el cabello de ella, le echó hacia atrás la cabeza para exponerle la garganta y rasparla suavemente con los dientes. La mordió y su útero se apretó. Dejó un rastro de besos feroces sobre el cuello, y al momento su boca estaba saqueando los pechos, sus dientes y lengua enviando fuego fundido a través de la sangre de Ivory. Las manos de él se deslizaron sobre sus muslos, acariciando y apretando la suave piel interior, moviéndose más arriba, los nudillos rozando el monte húmedo en la unión de allí.
Ivory inhaló bruscamente. Se quedó absolutamente quieta. Con su aliento atrapado en los pulmones. Se quedó congelada allí sin más, ardiendo y desnuda. Razvan retiró la cabeza hacia atrás y la miró a los ojos. Ella se ahogó allí. Manteniendo su mirada cautiva, él hundió los dedos en el canal mojado y apretado. Ivory abrió los ojos de par en par. Escuchó su propio gemido de sorpresa escapando de su garganta, mareada por el shock.
Razvan entró en su mente para poder sentir su respuesta, sus reacciones guiándolo aún más. Ella no sabía si podría soportar sentirlos a ambos, el hambre feroz, y el fuego construyéndose y saltando entre ellos.
Todavía mirándola, Razvan se puso de rodillas. Bajó la mirada en un lento y posesivo estudio de su cuerpo, observando su rubor por la excitación, todo mientras los dedos se introducían más profundamente. El aroma de ella lo llamaba mientras montaba su mano, casi sollozando. Muy lentamente retiró los dedos y se los lamió, saboreando el sabor exótico de ella. Ella gimió y el sonido vibró a través de su pesada erección, que empezó a pulsar con urgente necesidad. Ignoró las reacciones de su propio cuerpo, desesperado por el sabor de ella.
Desesperado. Estaba desesperado por su sabor. Sólo eso era suficiente para deshacerla, que ese hombre, arrodillado a sus pies, luciendo como un ángel caído, pudiera estar tan desesperado por su sabor, por la crema caliente que se derramaba para darle la bienvenida.
Él le mantuvo los muslos separados con las manos y la tomó con la boca, su lengua deslizándose a través del calor suave como el satén. Ella tembló. Aferró su cabello con ambos puños y tiró, el dolor la mordió y puso aún más dura el asta de él. El nombre de él salió estrangulado, y luego se apagó al perder ella la capacidad de respirar cuando la lamió como un lobo hambriento.
El contacto áspero su lengua fue demasiado. Sus rodillas se debilitaron y su cuerpo se tensó aún más, ardía muy caliente, apretándose y tensándose con sorprendente intensidad. Gritó su nombre, intentando decir basta, pero sin querer que esto terminara nunca. Importaba poco; él estaba más allá de escucharla, la sangre le atronaba en los oídos, el sabor de ella estaba volviéndolo loco. Se la comía como un lobo hambriento, su lengua golpeando, lamiendo y luego chupándole el clítoris, insertándose profundamente y luego revolviéndose sobre el duro nudo mientras ella se ondulaba y empujaba contra su boca en una explosión fiera y sin sentido.
Ivory gritó. Nunca había gritado en su vida. Ni cuando Draven la atrapó. Ni cuando los vampiros la habían atacado. Nunca. Ni una vez. Pero el placer bordeaba el éxtasis, rugiendo a través de su vientre y rasgando a través de su útero, ola tras ola, por lo que se colgó de los hombros de él en busca de apoyo mientras un maremoto rompía a través de ella.
Entonces Razvan se levantó, tomándola en brazos, llevándola hasta la suave cama del dormitorio, tejiendo una sábana de seda que fue flotando hasta la cama para poderla posar allí. Él bajó con Ivory, separándole las piernas por segunda vez, su boca pegándose a la de ella. Su lengua acuchillando profundamente para hacerla llegar una segunda vez. Ella lloró, clavándole las uñas en la espalda, intentando desesperadamente sostenerse en la cordura mientras él la elevaba rápidamente. Se escuchó rogando, sin saber siquiera por qué, y entonces él se elevó sobre ella, su rostro era una máscara de áspero deseo en crudo contraste con el amor fiero y sin vergüenza que había en sus ojos.
Lo sintió presionar la cabeza ancha de su erección contra su entrada, y el tiempo se detuvo. El sonido se detuvo. Sólo quedó la sensación del cuerpo de él exigiendo la entrada al suyo. Había relámpagos blancos destellando sobre su piel, por su cuerpo, golpeando a través de su torrente sanguíneo mientras él empezaba a invadirla, su asta gruesa empujando a través de los pliegues apretados de su cuerpo. Entre sus muslos, su asta era como una marca caliente, mientras la estiraba lentamente en un exquisito tormento de placer.
La voz de él era áspera mientras le murmuraba en la antigua lengua, algo entre un juramento y un rezo, tal vez ambos. La sangre tronaba en sus oídos ahogando las palabras. Él estaba tratando de aliviarla, permitiendo a su cuerpo tiempo para que se acomodara a su longitud y circunferencia, pero ella no podía permanecer quieta, ni siquiera cuando las manos de él le sujetaron las caderas y la sostuvieron. El placer era demasiado. Se impulsó hacia arriba, usando los talones para hacer palanca, justo cuando él se deslizaba otra vez fácilmente hacia delante.
Un latigazo de dolor acompañó al placer que se vertió sobre ella cuando su cuerpo se impulsó más profundamente en el de ella. Los dedos de él se apretaron en sus caderas… clavándose… forzándola a quedarse quieta.
– Para, Ivory. No te muevas. -Su aliento era tan áspero como su voz, irregular y desparejo-. Ambos vamos a estallar llamas. Estás tan apretada.
Ivory podía ver como él apretaba los dientes y sus músculos se tensaban y apretaban. Ese calmado control había desaparecido. Adoraba ser ella la única capaz de arreglárselas para sacudir su calma. Podía sentir su palpitante necesidad, el hambre oscura, ver el alargamiento de sus dientes, justo esa pizca de peligro que hacía que su corazón saltara y su cuerpo se inundara con más crema líquida. Clavó sus uñas en él, sus pechos le pesaban, desesperada por más, desesperada porque se moviera.
– Por favor, Razvan, por favor.
La urgencia que había en ella lo llevó más allá del límite. Atrapó sus caderas y atrajo sus piernas sobre sus propios brazos, nivelándose para montar sobre su clítoris, y luego se introdujo profundamente, la fricción casi intolerable, el placer tan intenso que tuvo miedo de perderse completamente en Razvan. Él se echó hacia atrás y empezó un ritmo áspero, profundo, fuerte y rápido, tan profundo que atravesaba su útero, la caliente longitud llenándola, vinculándolos.
La mente de él se movió en la suya haciendo que sintiera el fuego que corría a través de su cuerpo, la forma en que la funda apretada lo arrastraba y ordeñaba, abrasándolo, suave como el terciopelo, un exquisito placer y dolor que lo sacudía hasta el alma. La tensión en el cuerpo de ella se acumulaba, enroscándose cada vez más apretada, hasta que se retorció frenéticamente debajo de él, su aliento saliendo en jadeos salvajes, su cabeza moviéndose de un lado al otro, sus uñas arañándole la espalda.
– Razvan -lloriqueó su nombre. Una súplica. Una orden. Ella necesitaba… ¡Necesitaba!
– Lo sé, Ivory -lanzó suavemente entre dientes-. Déjate ir. Toda. Vamos, fél ku kuuluaak sívam belső… amada. Yo te cogeré.
Ella se sintió consumida por el fuego. Aterrorizada de que pudiera desaparecer entre las llamas. La tensión se enroscó tan apretada, aunque no podía dejarse ir, no podía obligarse a dar ese último salto de fe. Sollozó nuevamente, apretándolo más, sin querer que este momento terminara, pero temiendo que si no se detenían estaría perdida.
Él se introdujo nuevamente en ella, su asta como una espada de acero, clavándose en su útero y su corazón, tomando una parte de ella en él, así como una parte de él estaba profundamente en su interior.
– Ya es demasiado tarde -susurró él, y su voz fue la de un ángel oscuro. Un susurro de terciopelo, un latigazo de calor.
Era muy tarde para salvarse; su cuerpo ya estaba perdido, por siempre necesitaría el de él. La había conducido tan alto que tendría que volar. La atrajo más cerca y se inclinó sobre ella, su cuerpo todavía invadiéndola, una y otra vez, un pistón que nunca se detenía, nunca se ralentizaba, hasta que pensó que podría gritar nuevamente ante tal maravilla. Sentía su cuerpo tenso. Y más tenso. Agarrándolo. Apretándolo. Podía escuchar los sonidos que hacían sus cuerpos juntos, el duro golpe de la carne; sentir el poder de él moviéndose en su interior. El cuerpo de él se inclinó una vez más y arrastró la larga longitud de su dura asta sobre su clítoris sensibilizado.
Su cuerpo se puso rígido. No pudo respirar por un momento. No podía pensar. Su cuerpo se apretó alrededor de esa gruesa asta, sujetándolo casi dolorosamente mientras las sensaciones desgarradoras empezaban a convertirse en un maremoto gigante, extendiéndose por su cuerpo como un fogonazo, blanco y caliente y poderoso. Ola tras ola. Sin terminar nunca. Un shock que puso a su sistema en sobrecarga. Lloró con la fuerza de su liberación, por su belleza y magnificencia, mientras sentía su cuerpo tomar el de él, forzándolo a ircon ella, escuchando su grito ronco cuando su semilla caliente se vació en su interior.
Ivory sintió el mordisco, el doloroso placer de ello, y su cuerpo se apretó y desgarró una y otra vez mientras él tomaba su sangre en un erótico intercambio. Arqueó la espalda, empujándose hacia arriba con las caderas mientras su cuerpo seguía sufriendo espasmos, apretándolo, ordeñando cada gota de él. Razvan pasó la lengua por la hinchazón de los senos, cerrando los pinchazos y mirando hacia abajo, hacia ella, con sus ojos sexys.
Sólo con su mirada hizo que su cuerpo reaccionara de nuevo, y otra ola los bañó. Ella levantó la cabeza para capturar su boca, besándolo, sosteniéndolo contra ella y trazando un camino de besos hacia su garganta. Sintió que su erección se ponía rígida de nuevo así de rápido, llenándola y estirándola mientras le lamía el pulso. Un gruñido áspero escapó de él.
Sus dientes mordisquearon la piel y sintió la instantánea sacudida de la erección. Lo mordió y él golpeó duro con las caderas, enterrándose profundamente, sosteniéndole el trasero con una mano, forzándola a aceptar su salvaje cuerpo zambulléndose. Sintió el sabor de él explotando en su interior, llenándola con su esencia. Nunca se había sentido tan completa. Tan amada. Pasó la lengua por los pinchazos de su garganta y dejó que su cuerpo explotara una vez más, esta vez sin resistencia.
Podía escuchar sus propios jadeos suaves, oler sus aromas combinados mientras las olas rompían una y otra vez antes de que él encontrara su propia liberación.
Yacieron juntos, sus brazos alrededor del otro, sus cuerpos unidos, ninguno queriendo moverse. Fue muchos minutos después cuando Razvan encontró fuerzas para moverse, rodando de encima de ella para mirar al cielo brillante, con los dedos entrelazados detrás de la cabeza.
– Dame un par de minutos y te llevaré en brazos hasta la piscina.
Giró la cabeza con una sonrisa tierna, enviando a su corazón a hacer un salto mortal. Parecía diferente. Más joven. Más feliz. Esa misma serenidad estaba allí, pero esta vez había amor devolviéndole la mirada con felicidad y alegría pura e indisoluble. Ivory deseó poder compartir en voz alta sus emociones con él, pero se contentó con rodearlo con los más profundos sentimientos que sentía por él, amor aplastante, tanto que no podía ponerlo en palabras, ni siquiera telepáticamente.
Los dedos de él se movieron sobre los suyos, trazando una pequeña caricia hasta que ella unió sus dedos con los de él.
– Gracias, Ivory.
– ¿Por qué? -Se le escapó una sonrisa-. Me parece que soy yo la que debería agradecertelo.
La sonrisa de él se amplió.
– Me has brindado la experiencia más hermosa de toda mi vida. Pase lo que pase, siempre tendré el recuerdo de cómo te brindaste a mí.
– Estaba asustada -le confesó en voz baja.
– Lo sé -dijo él suavemente-, lo que hace que tu regalo sea más atesorable.
– ¿Realmente me vas a llevar en brazos hasta la piscina?
– No suenes tan asustada -se burló-. De alguna manera me las arreglaré para encontrar la fuerza. Lo prometo, no te dejaré caer.
Ella apretó sus dedos alrededor de los de él.
– Lo sé. Simplemente me sentiría tonta.
– Ivory, no hay nadie aquí salvo nosotros -le señaló, su tono más tierno que nunca.
Otra vez sintió su corazón retorcerse. Podía hacerlo tan fácil para ella. Conmoverla. Hacer que se derritiera. No era su cuerpo increíble ni el modo en que la llevaba a tales alturas, era el amor perdurable que parecía sentir por ella. Una roca. Un cimiento. Fuerte y comprensivo, haciéndola sentir que siempre podía contar con él.
– Lo sé.
– ¿Crees qué pensaré menos de ti?
Ella se quedó callada, considerando su pregunta, dándole vueltas una y otra vez en su mente. Seimpre se sentía ridícula sintiendo lo que sentía por él de la forma en que lo hacía. ¿Por qué no podía dejarse llevar como hacía él?
– Creo que no sé cómo ser una mujer.
No sabía de qué otra manera decirlo.
Razvan se puso de lado y se apoyó en un codo.
– Ivory, eres mí mujer. No tienes que ser como ninguna otra. No quiero a ninguna otra. No hay comparación. Sé quién eres. No te disculpes, desde luego no conmigo. -Una sonrisita curvó su boca y se inclinó hacia delante para rozar un beso sobre su boca-. Adoro tu forma de ser, esa pequeña renuencia que tienes a decirme que soy el mejor hombre del mundo.
Su risa suave le acarició la piel. Sonaba tan parecido a un muchachito, hasta despreocupado, desinhibido por primera vez en su vida.
Se las arregló para ponerse de pie y levantarla, acunándola entre sus brazos como si fuera ligera como un bebé.
– Me has agotado, mujer guerrera.
Ivory no pudo evitar reírse.
– Si fueras verdaderamente el mejor hombre del mundo, no estarías para nada agotado. Estarías listo para ocuparte de cada una de mis necesidades.
Las cejas de él se elevaron.
– Creo que eso es un desafío. -Cerró su boca contra la de ella mientras la llevaba a la siguiente habitación donde el agua se derramaba desde la pared de roca hacia una charca tranquila-. Estoy más que dispuesto a ocuparme de cada una de tus necesidades -susurró las palabras contra su boca, su lengua moviéndose rápidamente sobre los labios, deleitándose con su sabor.
– ¿Sí? Yo no estoy tan segura -le dijo utilizando su tono más altivo.
La dejó caer al agua. Ella salió a la superficie farfullando para encontrarlo parado allí, con las manos en las caderas y el agua lamiendo sus muslos.
– Eso ha sido tan mezquino.
– Te lo merecías.
– Tal vez sí -estuvo de acuerdo, riéndose.
Él le estaba enseñando como divertirse. Como jugar. A tomar cada momento que tuvieran juntos y vivirlo plenamente. Con ánimo de aprender, envió hacia él una columna de agua con precisión mortal. El agua impactó sobre su rostro y salpicó hacia su pecho.
– Creí que podrías necesitar un pequeño enfriamiento.
La ceja de él se elevó. La diversión encendía sus ojos.
– Creo que me has declarado la guerra.
Ella elevó la barbilla.
– Me parece que sí.
La guerrilla de agua fue rápida y furiosa. El agua se elevaba como un géiser casi hasta el techo y salpicaba contra la pared. Por dos veces él se lanzó hacia ella, llevándola hacia abajo como haría un cocodrilo con su presa, haciéndola rodar bajo el agua antes de que ella pudiera alejarse y alcanzar la superficie para atacar nuevamente.
Se lanzó contra él, sus brazos rodeándole el cuello, y su cuerpo golpeándolo, conduciéndolos a ambos bajo el agua y cuando emergieron, descansaron a un lado de la piscina tibia y dejaron que las burbujas rompieran contra sus pieles.
Ella se frotó el brazo y echó una mirada hacia arriba como si fuera capaz de ver el cielo.
– Siempre puedo decir cuando el sol está por elevarse. La piel me pica y la siento incómoda. La mayoría de los Cárpatos pueden permanecer afuera en las primeras horas de la mañana pero yo no.
– ¿Nada de nada?
Ella descansó una cadera contra la suave pileta y se retorció el cabello.
– Mi piel es muy blanca, por todos los años que pasé en la tierra lejos incluso de la luz de la luna mientras estaba sanando, y me quemo. Se parece más bien a una quemadura solar, me imagino, pero me ampollo bastante fácil -le sonrió mientras le venía un recuerdo-. Una vez, encontré un frasco de protección solar que había tirado un excursionista. Lo probé.
Él le metió el cabello detrás de la oreja.
– Me lo tomo como que no salió muy bien.
– No, en realidad no.
– ¿Has intentado permanecer más tiempo despierta mientras estás aquí, bajo el suelo?
Ella se frotó nuevamente los brazos, temblando un poco.
– Algunas veces cuando estoy trabajando en experimentos con nuevos elementos químicos para retener al vampiro, no percibo la sensación durante un rato, pero la mayor parte del tiempo, me siento tan incómoda que acudo a la tierra.
– Tu fórmula para cubrir tus armas es brillante.
Ella le lanzó una rápida sonrisa de placer, un poco tímida cuando le hacía cumplidos.
– Todavía estoy trabajando en ella. Tiene que aguantar un poco más antes de que su sangre se la coma. Cuanto más tiempo me proporciono, evitando que cambien, más margen tengo.
– Tenemos -la corrigió.
Ella asintió.
– Tenemos -estuvo de acuerdo.
– ¿En este momento te duele la piel? -le preguntó Razvan, preparado claramente para volver a llevarla a su dormitorio.
– En realidad, no. Aunque el amanecer está cerca. Muy cerca.
Le gustaba estar con él. No había creído que fuera a pasar. Llevaba sola tanto tiempo que creía que iba a ser incómodo compartir su espacio con él, pero disfrutaba de su sentido del humor. Era un hombre inteligente, perspicaz aunque no prestaba atención a su ego, y hubiera sido difícil para alguien como ella estar con un compañero así. Él transmitía paz, y a menudo se encontraba deseando simplemente estar a su lado, para sentir la forma en que la serenidad irradiaba de él para rodearla y sostenerla. A decir verdad, lo encontraba sexy y bastante intoxicante.
Razvan le sonrió.
– Estoy leyendo tu mente.
Ella sacudió la cabeza.
– No leas demasiado de lo que sea que esté pensando.
Razvan se metió bajo el agua, metiendo la cabeza y luego saliendo rápido justo al lado de ella, sus manos le rozaron los muslos, sobre las curvas de las caderas, a lo largo de la marcada cintura y más arriba por la caja torácica hasta que estuvo sosteniendo en sus palmas el peso suave de los senos.
– Pues yo creo que deberías leer mi mente.
Antes de que pudiera responder, él agachó la cabeza y atrajo un pezón profundamente dentro de su boca. Poco importaba que le hubiera hecho el amor dos veces, y que su cuerpo estuviera satisfecho. Instantáneamente sintió el calor inundarla. El cabello húmedo de él se deslizó por su abdomen y jugueteó con su montículo mientras tiraba y provocaba y chupaba.
Ella lo sostuvo allí por un momento, saboreando el placer que la llenaba y luego hundió los dedos bajo el agua y encontró su erección ya firmemente crecida. Al tacto de sus dedos el asta se sacudió y pulsó. Ella sonrió con suficiencia, reparando en el poder de su toque mientras acariciaba esa dura longitud antes de envolver los dedos alrededor de él para encerrar su dura carne en un puño apretado.
Razvan levantó la cabeza y la miró con ojos oscuros y hambrientos.
– ¿Qué estás haciendo?
– Un poco de exploración por mi cuenta.
Él se reclinó hasta que sus caderas rozaron la pared de la charca para afirmarse. El toque de ella lo dejaba débil, su cuerpo se estremecía de deseo.
– Siempre puedes sentarte -le sugirió Ivory con voz sedosa-, ya que esto puede llevar un tiempo. Soy muy concienzuda cuando exploro.
Tragando con dificultad, Razvan se sentó en el borde de la roca lisa, permitiendo que sus piernas colgaran en la piscina. Su erección pulsaba contra su estómago, dura como una roca y creciendo más a medida que pasaba el tiempo. Cuando ella agarró sus pelotas y se inclinó para su primer lametón tentativo, la respiración explotó de sus pulmones. Cuando la boca lo tomó, quedó perdido en el cuerpo de ella, en su mente, en todo lo que ella significaba para él.
Razvan cerró sus manos en el cabello de ella y se sostuvo, sabiendo que este era el comienzo de un viaje salvaje con su amada compañera.