Razvan se aferró a la mano de Ivory mientras se acercaban a la caverna ceremonial. La convocatoria de Gregori los había alcanzado justo antes del amanecer, invitándolos a la ceremonia de nombramiento, y ambos se habían puesto nerviosos antes de sucumbir al sueño rejuvenecedor. Permanecieron tanto tiempo en la tierra recuperándose de las heridas, que ambos creían que el nombramiento ya se habría realizado, pero Gregori los había honrado al esperar, lo cual significaba que no tenían más opción que asistir.
– No van a registrarte ésta vez -bromeó Ivory-. Creo.
– Ésta vez, si lo intentan, el dragón en mí puede surgir sin más lanzando llamas. -Tomó su mano con más fuerza.
Ivory alzó la vista hacia su rostro. En vez de su calma habitual, parecía tenso. Ella sabía que no tenía nada que ver con la desconfianza de los antiguos Cárpatos y todo con ver a sus hijas y su hermana.
Se detuvo y tiró de él, girándolo hacia sí, alzando su palma para enmarcar el amado rostro.
– Eres hän ku pesä… el protector. Eres hän ku meke pirämet… el defensor. -Su voz se suavizó. Sus ojos se inundaron de amor-. Pero sobre todo, eres hän ku kuulua sívamet… el guardián de mi corazón.
Él le tomó el rostro entre las manos bajando la boca hasta la suya. No podía haber hablado. No con el amor sacudiéndolo y haciendo que le temblaran las manos, o con un nudo tan grande en la garganta que podría ahogarse. Sólo podía volcar todo lo que sentía por ella en su beso. Cuando levantó la cabeza, los ojos de ella se habían vuelto del color del oro añejo.
– Gracias. Necesitaba oírte decir que me amas.
Ella separó los labios para protestar. No había dicho eso exactamente, pero él ya estaba besándola hasta dejarla otra vez sin sentido, haciendo pedazos su inteligencia hasta que apenas podía recordar su propio nombre, y mucho menos lo que le había dicho.
– ¡Razvan! -Natalia se apresuró hasta ellos-. Habéis venido.
Apenas tuvieron tiempo de separarse antes de que se lanzara a los brazos de su hermano, golpeándolos tan fuerte que Ivory tuvo que agarrarse del brazo de Razvan para estabilizarse.
– Por supuesto que hemos venido. Gregori dijo que era una ceremonia de nombramiento. Nunca he estado en una. -Razvan dejó amablemente a su hermana sobre sus pies, revisándola en busca de lesiones. El tiempo que había pasado rejuveneciendo en la tierra le había hecho bien. Quedaba poca evidencia del encuentro con Xavier y Sergey.
– Tienes que venir a ver a Lara. Gregori le permitió levantarse para la ceremonia, aunque se encuentra débil y frágil. Dijo que gracias a lo que sea que haya hecho Ivory, Lara aún puede engendrar niños. -Los ojos de Natalya brillaban.
– Madre Tierra la salvó, no yo -protestó Ivory.
Natalya ignoró la protesta así como todo espacio personal, tomando a Ivory del brazo y tirando de ella hacia la caverna ceremonial.
– Date prisa. Todo el mundo está esperando adentro por ti.
– Dales una oportunidad de recobrar el aliento, Natalya -sugirió Vikirnoff con una sonrisita. La resguardó bajo su hombro. Aún lucía un par de marcas de quemaduras por haber escudado a Natalya.
– No deseo contrariar a Lara, especialmente en su frágil estado -objetó Razvan, deteniéndose abruptamente.
Ivory giró en redondo hacia él, su mano incluso rodeó la empuñadura del cuchillo. No tenemos que hacer esto. No iba a soportar que nadie… hermana, hija, antiguo… nadie, lo hiciera sentirse rechazado o menos de lo que ella creía que era: un gran héroe.
Sorprendentemente, Razvan se rió y el sonido fue despreocupado. Extendió su brazo alrededor de ella.
– Eres un tesoro, fél ku kuuluaak sívam belso… amada mía. Mi mayor tesoro. Creo que te interpondrías entre mí y…
– Cualquier cosa. Quienquiera que sea. -El color de sus ojos se hizo más profundo, pasando de su luminoso ámbar a ese oro añejo que siempre le hacía tambalear el corazón.
Él le dio un beso en la coronilla.
– Vamos a la ceremonia de nombramiento por el bien de Gregori. Él ha hecho mucho por nosotros, y si esto le complace, a nosotros no nos cuesta nada.
Natalya frunció el ceño.
– Lara quiere verte, Razvan. Y Nicolas se muere por ver a su maravillosa hermanita Ivory. Apenas puede creer lo que hiciste, lo que los dos habéis hecho. Qué alivio supone saber que Xavier ha abandonado este mundo.
– No del todo -advirtió Ivory-. Nadie debe olvidarse nunca de aquellos dos fragmentos que encontraron un anfitrión en un maestro vampiro. Estaba terriblemente herido, pero se alzará otra vez, y con la sombra de Xavier morando en él, será más malvado que nunca.
– Hemos advertido a la gente -le aseguró Vikirnoff-. Se ha enviado una partida de caza, pero no se encontraron rastros de Sergey. -Sus ojos encontraron los de Ivory-. Siento mucho lo de tu hermano. Una vez fue un gran guerrero.
Ivory forzó una sonrisa, y se sintió agradecida por la comprensión de Razvan. Él no la tocó, lo cual podría haber sido su perdición, sino que la rodeó de calidez.
– Mi hermano lleva mucho tiempo muerto. Lo que queda en su lugar es realmente maligno y no tiene semejanza con el hombre al que amaba, pero te agradezco por recordarlo.
El joven Travis llegó corriendo hasta ellos. Sus ojos brillaban otra vez, su caballo largo iba atado con un fino cordón de cuero.
– Gregori dice que sigáis avanzando.
Riendo, le siguieron hasta la entrada de la caverna, pero no fueron más allá. Una adolescente a la que Ivory reconoció como Skyler estaba de pie esperando justo al entrar. Cuadraba los hombros, y su mirada era insegura. Francesca la sanadora, su madre adoptiva, permanecía a su lado hombro con hombro, con la mano en la espalda de Skyler.
El corazón de Ivory saltó. No se podía negar que ésta jovencita era hija de Razvan. Era bellísima, pero en sus ojos, muy parecidos a los de Razvan, había demasiado conocimiento. La chica había estado en el infierno y regresado. Esto le rompería el corazón a Razvan. Ivory quiso rodearlo con sus brazos, salir de allí y llevárselo muy lejos, donde nadie más pudiera herirle.
– Ésta es mi hija, Skyler -dijo Francesca. Lucía una sonrisa, pero su expresión era tensa-. Recordarás que ayudó en la lucha contra la maldad de Xavier.
– Sí, por supuesto -dijo Ivory-. Estuviste increíble. Todos tienen muy buena opinión de ti, Skyler, obviamente por buenas razones. Soy Ivory y él es mi compañero, Razvan.
Ivory sintió el impacto cuando Razvan levantó la cabeza. El golpe a sus entrañas, duro y profundo. En realidad en aquel momento no había prestado atención a nada excepto a proteger a Ivory de la maldad de Xavier y tratar de mantener en calma a todo el mundo. Ahora no había manera de pasar por alto a esta niña. O al trauma que había sufrido. Tragó con dificultad, pero su expresión no cambió. Sólo Ivory percibió el terrible golpe.
– Así que soy una Buscadora de Dragones -dijo Skyler, con la barbilla levantada-. Es por eso que puedo sentir la tierra de la misma manera que Syndil, aunque ella no es una Buscadora de Dragones, sino que tiene el don de vincularse con la tierra como lo hacen ellos. Soy en parte Cárpato, aunque por alguna razón, y a diferencia de otros medio Cárpatos, yo no he necesitado sangre.
Razvan tomó aliento, lo expulsó. Ivory tomó su mano, y la aferró. No sabía cual de los dos necesitaba más del apoyo.
– Eres mi hija. -Lo dijo como una declaración, aunque no tenía recuerdos de su madre. Debían estar profundamente enterrados, suprimidos por Xavier cuando el mago fecundó a la mujer. Skyler se había salvado de ser secuestrada y hecha prisionera porque su sangre no había llamado a Xavier, el Buscador de Dragones en ella la ocultaba profundamente, probablemente presintiendo a un enemigo mortal. Eran sus ojos los que la delataban. Si Xavier la hubiera observado con atención, si no hubiera estado tan ávido por la sangre “correcta”, no habría permitido que Skyler y su madre escaparan tan fácilmente.
¿Qué le sucedió?, preguntó Razvan a su hermana. Cuando sintió su vacilación, pronunció con brusquedad la impaciente orden: Dímelo.
Ivory le puso la mano en el hombro. Era la primera vez que lo veía verdaderamente agitado. Lo sintió tensarse bajo su mano, pero no se apartó.
Natalya se mordió el labio y luego capituló. Su madre escapó cuándo ella era solo una pequeña. Durante años Skyler creyó que el hombre que se casó con su madre era su verdadero padre. Era un muy mal hombre y la vendió a otros. Francesca la rescató.
Razvan cerró los ojos brevemente. Sólo el toque de Ivory lo estabilizó. Sus hijos parecían destinados a vivir con dolor y sufrimiento aun cuando Xavier no lograra ponerles las manos encima. Abrió los ojos para mirar directamente a Francesca.
– Te estoy muy agradecido.
No tenía ni idea de qué decirle a ésta jovencita. Su hija. Una chica de la que no sabía nada, que había vivido un infierno y tenía un excesivo conocimiento sobre los monstruos del mundo.
– No sé qué palabras puedo ofrecerte, Skyler, más allá de decir que siento pesar por no haber estado presente en tu vida para protegerte de todos los horrores de este mundo. Si hubiera podido, lo habría hecho.
Ella se encogió de hombros, demasiado madura para su edad.
– Eso era a bastante imposible, dado que ni siquiera sabías que existía.
– Ahora lo sé -dijo Razvan- y espero que estés dispuesta a conocerme. Nunca ocuparé el lugar de tus padres, pero ciertamente deseo formar parte de tu vida, si tú quieres. Eres alguien de quien cualquier padre puede enorgullecerse. Te has mantenido firme contra el mal, y he oído decir que trabajas con Syndil para sanar la tierra. Eso solo ya es un milagro.
La tensión pareció abandonarla.
– Me alegro de que nos hayamos conocido. -Ella se agarró de la mano de Francesca, aparentemente sin percatarse de que lo hacía incluso mientras extendía la mano para tocar las cicatrices que se entrecruzaban sobre el brazo de él-. Tú destruiste a Xavier. Gregori nos dijo lo que sucedió.
– Sin los otros, Skyler, no hubiera sido capaz de hacerlo. Trabajamos juntos.
– Están esperando adentro por ti -dijo Francesca-. Quisiera examinaros a ti y a Ivory otra vez. Espero que os quedéis y nos permitáis sanaros tras la sesión inicial.
Razvan e Ivory intercambiaron una larga mirada. Había habido tanto dolor. El pueblo Cárpato se había reunido para ayudar a acelerar su curación, pero ninguno de los dos podía permanecer en tan cercana proximidad. Necesitaban su propia tierra sagrada y habían ido juntos a la cueva donde la Madre Tierra los rodeaba con su suelo más fértil. Ambos tenían aún cicatrices, pero, como en Vikirnoff y Natalya, ya se estaban desvaneciendo.
– Gracias, Francesca -dijo Razvan, con una pequeña reverencia formal-. Ambos apreciamos tu ayuda. Probablemente salvaste nuestras vidas.
– Lo dudo. -Francesca lideró el camino a través de la caverna hacia la cámara ceremonial donde todo el mundo aguardaba.
Descendió el silencio sobre la multitud al tiempo que ellos entraban. Ivory se acercó más a Razvan. Podía oler a salvia y lavanda. Las velas adornaban cada grieta y cada repisa imaginable, las parpadeantes luces creaban suaves sombras sobre las paredes. Por encima de sus cabezas, los cristales adornaban el techo, y las luces danzantes hacían centellear las gemas, que titilaban como una manta de estrellas. Ivory deslizó su brazo a lo largo del de Razvan, conmocionada con la cantidad de gente que rodeaba el recinto, clavando los ojos en ellos.
Mikhail se deslizó desde el centro de la cámara, cerrando la distancia entre ellos. Estrechó firmemente el brazo de Razvan a la manera formal de saludo entre dos cazadores respetados y experimentados.
– Pesäsz jeläbam ainaak… que permanezcas mucho tiempo en la luz. Gracias por el gran servicio que has prestado a nuestra gente.
Razvan no se movió. No habló. Se quedó con la mirada fija sobre el hombro de Mikhail aun después de que Mikhail se girase hacia Ivory y hubiera estrechado su brazo de la misma manera formal.
– Sívad olen wäkeva, hän ku piwtä… que tu corazón permanezca fuerte, cazadora -saludó Mikhail-. Tu gente te agradece el gran servicio que nos has prestado. -Dio un paso atrás y se inclinó en una prolongada, profunda y amplia reverencia que revelaba gran respeto.
Para conmoción de Ivory, el recinto entero se inclinó con él. La emoción la sofocaba, constriñendo su garganta, y lanzó una mirada hacia Razvan. Él no se había movido. No había cambiado de expresión, como si estuviera allí congelado, su cara esculpida en piedra. No había visto el formidable tributo. No había desviado los ojos de un punto al otro lado del recinto. Volvió la cabeza para seguir su mirada.
No había equivocación posible respecto a quién era la mujer sentada al lado de Nicolas De La Cruz… Lara. Ivory no pudo centrarse en su amado Nicolas, no cuando el corazón de Razvan se hacía trizas en un millón de fragmentos. Sencillamente se desmoronó por dentro. Por fuera, parecía distante y ajeno a todo. Por dentro, simplemente se disolvió. Su paz interior había desaparecido, destruida. No podía respirar; su corazón se aceleró hasta tal punto que temía pudiera explotar.
Cada recuerdo, cada horrendo detalle de la vida de esta niña, atestaba su cabeza. El aroma de su sangre. La sensación de sus dientes desgarrándole la carne, incapaz de detenerse, incapaz de hacer nada aparte de advertirla, de intentar hacerla escapar. Sin embargo no había ningún lugar al que pudiera escapar. Ningún lugar al que pudiera ir, y él era impotente para salvarla. La desesperada consternación y el peso de la espantosa culpabilidad lo hincaron de rodillas. Diminutas gotas rojas se arrastraron hacia abajo por su cara. Sus manos se mostraron inestables al intentar enderezarse.
Razvan estaba arrodillado a su lado, y por primera vez, Ivory sintió pánico. Él no estaba listo para esto. Nunca debió permitirle venir a este lugar. Se dejó caer de rodillas a su lado, rodeándole con los brazos a pesar de que él no quería que lo reconfortara. No sentía que lo mereciera. Había sido incapaz de proteger a su hija no sólo de Xavier, sino también de sí mismo, del monstruo que Xavier le había forzado a ser. Para Razvan, la posesión no era una excusa. Esta niña, su amada Lara, había nacido de él, pero como Skyler, ella había vivido entre de los monstruos.
La conocía. La amaba. Aun cuando no podía sentir emociones, éstas habían estado ahí, distantes, como un recuerdo. Su sentido de la familia, la sangre de los Buscadores de Dragones, llamándole, llamándola.
– ¿Padre? -La voz era la de una niña.
Razvan alzó la vista y allí estaba ella, directamente en frente de él, con lágrimas corriendo por su cara. Le envolvió con sus brazos y lo abrazó junto con Ivory.
– Todo está bien. De veras. Estoy bien. Nicolas me ha cuidado mucho, y ahora que estás aquí con nosotros, y sé que realmente estabas tratando de sacarme de allí, todo está bien.
– No te merezco.
Lara sonrió.
– Tampoco Nicolas, pero lo amo de todos modos. -La sonrisa se desvaneció y ella se puso seria-. Estoy orgullosa de ser tu hija.
Nicolás ayudó a Razvan a ponerse de pie.
– Y yo, de ser su hijo. -Sonrió con un toque de picardía, algo que sorprendió a Ivory al tiempo que él se inclinaba para darle un beso en la mejilla-. Hola, Madre.
Ivory fingió mirarlo con un ceño fruncido, pero la absurda broma valió la pena al sentir el alivio de la tensión en Razvan.
Razvan halló una sonrisa formándose en su corazón.
– Llévate a mi hija y sentaos donde ella pueda descansar -instruyó- tal vez así puedan comenzar.
Ivory tocó su mente otra vez. El terrible dolor había cedido, pero ella sabía que aún lo sentía. Lo rodeó fuertemente con el brazo y se aferró a él mientras el Príncipe caminaba hacia el medio de la cámara y el silencio volvía a caer.
Gregori y Savannah llevaron a sus bebés al centro del recinto. La multitud estalló de alegría, las paredes se expandieron como si no pudieran contener tanta felicidad. Razvan envolvió su brazo alrededor de la cintura de Ivory y la sostuvo cerca.
– Cada uno tomará el compromiso de amar y apoyar a estas niñas -dijo Ivory, recordando la ceremonia de su infancia-. Se espera de todos nosotros que las eduquemos, amemos y nos convirtamos en su familia a fin de que si cualquier cosa le ocurriera a sus padres, no se sientan solas en el mundo. -Le rozó un beso a lo largo de su mejilla-. Más hijos para ti.
Ante la risa en su voz, la espoleó con una promesa de represalia.
– Tendremos que tener al menos diez más.
Ivory tomó aliento y lo miró ceñuda. No sabía ni lo más elemental acerca de bebés… que le dieran una espada cualquier día a cambio.
Razvan profirió un pequeño sonido, como un resoplido, e incluso los lobos se agitaron como si estuvieran riéndose.
Gregori entregó su hija al Príncipe. El bebé le pareció increíblemente pequeño a Ivory, aunque tenía todos los dedos de las manitas y de los pies y la cabeza cubierta de espeso cabello oscuro, y estaba viva. Volvió la cabeza y sus ojos encontraron los de Ivory. Allí había entendimiento. La garganta de Ivory se apretó más.
– ¿Quién dará un nombre a esta niña? -preguntó Mikhail.
– Su padre -contestó Gregori.
– Su madre -proclamó Savannah.
– Su gente -coreó la multitud al unísono.
– Yo te nombro Anastasia Daratrazanoff -dijo Mikhail-. Nacida en la batalla, consagrada con amor. ¿Quién aceptará el compromiso del pueblo Cárpato de amar y criar a nuestra hija?
– Sus padres, con gratitud -contestaron formalmente Savannah y Gregori.
La segunda infante fue entregada a Mikhail con gran cuidado. Era visiblemente más pequeña y un poco más frágil, con el mismo cabello oscuro en la cabeza. Ella también miró a Ivory mientras Mikhail la sostenía en el aire, en lo alto, para que el pueblo Cárpato pudiera verla. El júbilo se extendió a través del recinto a la vista del pequeño bebé, una exaltación casi eléctrica que inundó de lágrimas los ojos de Ivory. Le sonrió a la bebé y se quedó atónita cuando la pequeñita le correspondió con una sonrisa.
– ¿Quién dará un nombre a esta niña? -preguntó Mikhail.
– Su padre -contestó Gregori. Su voz sonó ahogada, como si apenas pudiera hacer pasar las palabras a través del nudo en su garganta.
– Su madre -contestó Savannah, abrazando protectoramente a la pequeña Anastasia contra su cuerpo.
– Su gente -proclamó al unísono cada hombre, mujer y niño en la caverna.
– Yo te nombro Anya Daratrazanoff -anunció Mikhail-. Nacida en la batalla, consagrada con amor. ¿Quién aceptará el compromiso del pueblo Cárpato de amar y criar a nuestra hija?
– Sus padres, con gratitud -Gregori y Savannah aceptaron juntos el tremendo honor y compromiso.
La multitud irrumpió en coros y canciones, la alegría colmaba la cámara ceremonial. Estallaron risas. Ivory divisó a Travis abrazando a Falcon. Se le veía feliz y despreocupado. Se encontró sonriendo junto con el resto de ellos.
– Supongo que deberíamos jurar lealtad al Príncipe -susurró.
– Supongo que sí -convino Razvan-, pero no ahora. Ahora quiero llevarte a casa y comenzar con esos diez niños que vamos a tener.
Ivory se rió y puso la mano en la suya. Dudaba que el asunto de los diez niños fuera a suceder alguna vez, pero ciertamente no pondría objeciones a intentarlo.