Viernes, 19 de marzo. 15:30 h
NORDDEICH, FRISIA ORIENTAL
Fabel no había dormido bien. Había soñado con Hilke Tietjen adolescente corriendo por la playa de Norddeich, incitándolo a que la siguiera. Ella desapareció detrás de una duna pero, cuando Fabel la alcanzó, no era Hilke la que yacía en la arena sino otra adolescente de otra playa que lo miraba con ojos celestes sin parpadear.
Esa mañana Lex y él fueron en coche a Norden para visitar a su madre. Les informaron de que ella se encontraba lo bastante bien como para darle de alta, pero que organizarían visitas a domicilio cada día durante casi una semana. Mientras volvían hacia el coche Fabel pensó, con dolor, en lo frágil que se había vuelto su madre. Lex le había sugerido a ella que Fabel regresara a Hamburgo y había ofrecido quedarse un par de días más; luego le había explicado que Fabel tenía un caso muy importante entre manos. Fabel agradeció a su hermano que le quitara de encima esa carga pero se sentía culpable por marcharse.
– No hagas un escándalo de ello -había dicho su madre-. Ya sabes cómo detesto los escándalos. Voy a estar bien. Puedes venir a visitarme el próximo fin de semana.
Apenas entró en la Autobahn A28, Fabel llamó a Werner al Präsidium. Después de que éste le preguntara por su madre, se pusieron a discutir el caso.
– Hemos recibido la confirmación del Institut für Rechtsmedizin -le dijo Werner-. El ADN de la chica de la playa no concuerda con las muestras tomadas a Frau Ehlers. Más allá de quién sea esta chica, es seguro que no se trata de Paula Ehlers.
– ¿Anna ha hecho algún progreso en la averiguación de su verdadera identidad?
– No. Ha ampliado su búsqueda centrándose en un par que parecían prometedoras, pero resultó que finalmente no concordaban. Se ha dedicado de pleno a ello desde que te marchaste… Dios sabe a qué hora salió del Präsidium anoche. Oh,.1 propósito, cuando Möller llamó con los resultados de ADN dijo que quería hablar contigo para discutir sobre la autopsia. Use bastardo presumido se negó a hablarme a mí de ello. Dijo que el informe estará sobre tu escritorio cuando regreses. Pero yo insistí en que tú querrías que yo te transmitiera los puntos más importantes.
– ¿Qué te dijo?
El tono de Werner daba a entender que estaba revisando sus anotaciones mientras hablaba.
– La chica muerta tiene alrededor de quince o dieciséis años, según Möller. Hay señales de abandono durante la infancia: malos dientes, rastros de un par de fracturas antiguas, esa clase de cosas.
– Entonces tal vez haya sido sometida a malos tratos durante mucho tiempo -dijo Fabel-. Lo que podría significar que el asesino era un padre o tutor.
– Y eso concordaría con el hecho de que a Anna le resulte tan difícil rastrearla como persona desaparecida -respondió Werner-. Si fue uno de sus padres, es posible que se demoraran en informar de su desaparición, o directamente se abstuvieran de hacerlo, para que no pudiéramos seguirles la pista.
– Por ahora, tiene sentido. -Fabel hizo una pausa para procesar la información que Werner le había suministrado-. El único problema es que los chicos se mueven más allá de los confines de sus familias. Tiene que haber una escuela en alguna parte que se pregunte por su ausencia. Seguramente tendría amigos o parientes que la echarían de menos.
– Anna te lleva mucha ventaja, chef. Ha estado hurgando en los registros de asistencia de las escuelas. Pero no ha conseguido nada hasta el momento. Y puedes añadir un posible novio a la lista. Möller dice que la chica era sexualmente activa, pero no hay señales de contacto sexual en los dos días previos a su muerte.
Fabel suspiró. Se dio cuenta de que ya había atravesado Arnmerland y había pasado la señal que indicaba la salida hacia Oldenburg. Su vieja universidad. Acababa de salir de Frisia Oriental, pero ya estaba regresando al fango de lo que los seres humanos son capaces de hacerse entre sí, o a sus hijos.
– ¿Algo más?
– No, chef. Salvo que Möller dice que la chica no había comido mucho en las cuarenta y ocho horas anteriores a la muerte. ¿Vas a volver al Präsidium?
– Sí. Estaré allí en un par de horas.
Después de colgar, Fabel puso la radio. Estaba sintonizada en NDR Eins. Un académico estaba criticando a un escritor que había escrito una especie de novela literaria muy polémica. Fabel se había perdido una buena parte del debate, pero por lo que pudo inferir, el novelista había usado la premisa ficticia que acusaba a un personaje histórico conocido de haber sido un asesino de niños. A medida que el debate avanzó, tuvo claro que el personaje era uno de los hermanos Grimm, los filólogos del siglo XIX que habían recopilado relatos folklóricos, cuentos de hadas, mitos y leyendas de toda Alemania. El académico estaba cada vez más indignado, mientras que el autor mantenía una calma imperturbable. Fabel logró deducir que el nombre del autor era Gerhard Weiss, y el título de su novela era Die Märchenstrasse, (La ruta de los cuentos de hadas). La novela estaba escrita en forma de un reisetagebuch -diario de viajes- apócrifo de Jakob Grimm. El presentador del programa explicó que, en ese relato de ficción, Jakob Grimm acompañaba a su hermano Wilhelm compilando los cuentos que más tarde publicarían en Kinder und Hausmarchen (Cuentos de hadas de los hermanos Grimm) y en Deutsche Sagen (Sagas alemanas). El punto en que la novela se apartaba de los hechos era cuando retrataba a Jakob Grimm como un asesino en serie de niños y mujeres adultas que cometía sus homicidios en los pueblos y aldeas que visitaba con su hermano, reflejado en cada crimen uno de los relatos que habían compilado. En la novela, la racionalidad demente de Grimm consistía en, según él, mantener viva la veracidad de esos relatos. El Jakob Grimm de la ficción terminaba creyendo que los mitos, leyendas y fábulas eran esenciales para dar voz a la oscuridad del alma humana.
– Es una alegoría -explicó el autor, Gerhard Weiss-, un recurso literario. No hay, ni ha habido jamás, ninguna evidencia, o ni siquiera sugerencia, de que Jakob Grimm fuese pedófilo o asesino de ninguna clase. Mi libro Die Märchenstrasse es un relato imaginario. Escogí a Jakob Grimm porque él y su hermano se dedicaron a compilar y estudiar los relatos folklóricos alemanes, además de analizar los mecanismos del idioma alemán. Los hermanos Grimm comprendían como nadie el poder del mito y del folklore. Hoy tenemos miedo de que nuestros hijos jueguen fuera de nuestra vista. Vemos amenazas y peligros en todos los aspectos de la vida moderna. Vamos al cine para aterrorizarnos con mitos modernos y nos convencemos de que esos mitos son un reflejo de la vida y la sociedad de hoy. El hecho es que el peligro siempre ha estado presente. El asesino de niños, el violador, el homicida demente han sido elementos constantes en la experiencia humana. Lo único que ha cambiado es que cuando antes acostumbrábamos a asustarnos con los cuentos orales del lobo grande y malo o de la bruja malvada, del mal que se esconde en la oscuridad del bosque, en la actualidad nos horrorizamos con mitos cinematográficos como el asesino en serie de inteligencia superior, el acosador malévolo, el alienígena, el monstruo creado por la ciencia… Lo i mico que hemos hecho es reinventar al lobo grande y malo. No son más que alegorías modernas que representan terrores perennes…
– ¿Y eso le da a usted la justificación de manchar la reputación de un gran alemán? -preguntó el académico. Su tono era una mezcla de ira e incredulidad.
Una vez más, la voz del autor permaneció impasible. «Una calma perturbadora», pensó Fabel. Casi carente de emoción.
– Soy consciente de que he enfurecido a gran parte del establishment literario alemán, así como a los descendientes de Jakob Grimm, pero no he hecho más que cumplir con mi obligación como autor de fábulas modernas. Como tal, tengo la responsabilidad de continuar la tradición de asustar al lector con los peligros exteriores y la oscuridad interior.
La siguiente pregunta estuvo a cargo del presentador.
– Pero lo que más ha enfurecido a los descendientes de Jakob Grimm es la forma en que usted, aunque ha dejado claro que su retrato de Jakob Grimm como un asesino es totalmente ficticio, ha utilizado esta novela para promocionar su teoría de «ficción como verdad». ¿Qué significa eso? ¿Es ficticio o no?
– Como usted ha dicho -respondió Weiss en el mismo tono sereno y sin emoción- mi novela no se basa en hechos. Pero, como ocurre con tantas obras de ficción, no tengo ninguna duda de que las generaciones futuras probablemente crean que hay algo de verdad en ella. Un futuro menos educado y más perezoso recordará la ficción y la aceptará como si fuera verdad. Es un proceso que lleva siglos perfeccionándose. Fíjese en el retrato del rey escocés Macbeth hecho por Shakespeare. En la realidad, Macbeth fue un rey querido por sus súbditos, respetado y exitoso. Pero debido al deseo de Shakespeare de complacer al que por entonces era el monarca británico, Macbeth fue demonizado en una obra de ficción. Hoy en día Macbeth es una figura monumental, un icono de la ambición inescrupulosa, un hombre avaro, violento y sediento de sangre. Pero ésas son las características del personaje shakesperiano, no la realidad histórica de Macbeth. No pasamos simplemente de la historia a la leyenda y al mito: inventamos, elaboramos, falsificamos. El mito y la fábula pasan a ser la verdad perdurable.
El académico respondió desechando la teoría del autor y repitiendo su repudio a la forma en que la novela ponía en duda la reputación de Jakob Grimm, y el debate concluyó cuando se acabó el tiempo de emisión del programa. Fabel apagó la radio. Se dio cuenta de que estaba reflexionando sobre lo que había dicho el escritor. Que siempre habían existido los mismos males entre los hombres; que la violencia y las muertes crueles y azarosas siempre habían estado presentes. El monstruo enfermo que había estrangulado a la chica y había abandonado su cuerpo en la playa no era más que el último de un largo linaje de mentes psicóticas. Por supuesto que Fabel siempre había sabido que eso era cierto. Una vez había leído algo sobre Giles de Rais, el noble francés del siglo xvi cuyo poder absoluto sobre su feudo le permitió secuestrar, violar y asesinar a niños pequeños con impunidad durante muchos años; el recuento estimado de víctimas llegaba a varios centenares, aunque bien podrían haber sido miles. Pero Fabel también había tratado de convencerse a sí mismo de que el asesino en serie era un fenómeno moderno, el producto de un orden social en desintegración, de mentes enfermas forjadas por los malos tratos y alimentadas por la disponibilidad de pornografía violenta en la calle o en Internet. En esa creencia se escondía, de alguna manera, una débil esperanza: si nuestra sociedad moderna había creado esos monstruos, entonces nosotros mismos podríamos, tal vez, resolver el problema. Aceptar que era una constante fundamental de la condición humana equivalía casi a abandonar toda esperanza.
Fabel puso un CD en el reproductor. Cuando la voz de Herbert Groenemeyer llenó el coche, y mientras los kilómetros pasaban, Fabel trató de apartar sus pensamientos del mal perenne que acechaba en el bosque.
Lo primero que hizo Fabel cuando regresó a su oficina fue telefonear a su madre. Ella lo tranquilizó diciéndole que seguía sintiéndose bien y que Lex estaba ocupándose de ella y preparándole manjares deliciosos. Su voz en el teléfono pareció restablecer el equilibrio en el universo de Fabel. A la distancia de una línea telefónica, su peculiar acento y su timbre pertenecían,i una madre más joven. Una madre cuya presencia él siempre había considerado como una constante inmutable e inamovible de su vida. Después de colgar, llamó a Susanne, le contó que ya estaba de regreso, y quedaron en que ella iría a su apartamento después del trabajo.
Anna Wolff golpeó la puerta y entró. Su rostro parecía aún más pálido bajo la mata de pelo negro y en contraste con el oscuro delineador de los ojos. El lápiz labial demasiado rojo también parecía arder con furia contra la cansada palidez de su piel. Fabel le hizo el gesto de que tomara asiento.
– No tienes aspecto de haber dormido bastante -dijo.
– Tú tampoco, chef. ¿Cómo se encuentra tu madre?
Fabel sonrió.
– Está mejorando, gracias. Mi hermano se quedará con ella un par de días. Entiendo que la búsqueda de la identidad de la chica se te ha hecho cuesta arriba.
Anna asintió.
– He inferido, a partir de los resultados de la autopsia, que sufrió abandono y probablemente malos tratos cuando era más pequeña. Es posible que se fugara de su hogar hace muchos años y que viniera de algún otro lugar de Alemania, o incluso del extranjero. Pero sigo en ello. -Hizo una pausa, como si no estuviera segura cómo se tomaría Fabel lo que pensaba decir a continuación-. Espero que no te moleste, chef, pero también he estado revisando muy de cerca el caso de Paula Ehlers. Es sólo que mi instinto me dice que estamos buscando al mismo tipo para las dos chicas.
– ¿Basándote en la identidad falsa que dejó en la mano de la chica muerta?
– En eso y en el hecho de que, como tú mismo has señalado, las dos chicas eran tan similares en su apariencia que ello daría a entender que él conoció a Paula Ehlers cuando estaba viva, no sólo a partir de la fotografía que apareció en los periódicos. Quiero decir, nosotros mismos tuvimos que tomar muestras de ADN para descartar con toda seguridad que la chica muerta fuera Paula Ehlers.
– Entiendo lo que dices. Entonces ¿en qué te has fijado?
– He revisado las notas del caso junto a Robert Klatt.
– Maldición -dijo Fabel-. Me olvidé por completo del Kommissar Klatt. ¿Cómo está acomodándose?
Anna se encogió de hombros.
– Bien. Es un buen tío, supongo. Y parece estar entusiasmado con la idea de trabajar en la Mordkommission. -Abrió la carpeta y continuó-. En cualquier caso, he estado revisando esto junto a él. Volvimos a la cuestión de Fendrich. ¿Lo recuerdas? Heinrich Fendrich, el profesor de alemán de Paula.
Fabel hizo un leve gesto de asentimiento. Recordaba que Anna le había hablado sobre Fendrich en el café de la gasolinera de camino a casa de los Ehlers.
– Bien. Como sabes, Klatt tenía sus sospechas. Admite que sus fundamentos para sospechar de Fendrich no eran muy firmes… Más bien una combinación de instinto, prejuicio y una falta total de otras pistas.
Fabel frunció el ceño.
– ¿Prejuicio?
– Fendrich es un poco ermitaño. Tiene alrededor de treinta V cinco años… Bueno, casi cuarenta ahora, supongo. Sigue soliera y vive con su anciana madre. Aunque, al parecer, en aquella época tenía una novia, una relación que se interrumpía y volvía a empezar. Pero creo que aquello terminó más o menos en la misma época de la desaparición de Paula.
– De modo que el Kommissar Klatt buscaba desesperadamente a algún sospechoso y encontró a un tipo al estilo de Norman Bates -dijo Fabel. Anna parecía desconcertada-. El personaje de la película Psicosis,
– Oh, sí, desde luego. Bueno, sí, supongo que hasta cierto punto es cierto. Pero ¿quién podría culparlo? Había una chica desaparecida, presumiblemente muerta a esas alturas, y estaba este profesor con quien ella al parecer tenía una buena relación y que, admitámoslo, no daba la impresión de haber tenido relaciones normales. Además los compañeros de escuela de Paula sostenían que Fendrich le dedicaba a Paula un tiempo desproporcionado en la clase. Para ser honesta, nosotros mismos habríamos presionado un poco a Fendrich.
– Supongo que sí, pero es igual de posible que el secuestrador y probable asesino de Paula fuera un típico hombre de familia. En cualquier caso, ¿qué siente Klatt sobre Fendrich ahora?
– Bueno… -Anna estiró la palabra para enfatizar su inseguridad-. Me da la impresión de que ahora cree que estaba equivocado. Después de todo, Fendrich al parecer tenía una buena coartada para el momento de la desaparición de Paula.
– ¿Pero?
– Pero Klatt sigue sosteniendo que tiene un «presentimiento» sobre Fendrich. Que es posible que hubiera algo menos que apropiado en su relación con Paula. Sugirió que tal vez valdría la pena echarle otra ojeada a Fendrich, aunque dijo que no conviene que él participe. Al parecer, Fendrich estuvo a punto de amenazarlo con una orden de alejamiento y una demanda por acoso.
– Entonces ¿dónde lo encontramos? ¿Sigue en la escuela?
– No -respondió Anna-. Se ha trasladado a otra escuela. Esta vez en Hamburgo. -Anna consultó el expediente-. En Rahlstedt. Pero al parecer todavía vive en la misma casa que hace tres años. También está en Rahlstedt.
– De acuerdo -dijo Fabel, mirando su reloj y levantándose de la silla-. Herr Fendrich ya debe de haber regresado del trabajo hace bastante rato. Me gustaría averiguar si tiene una coartada para el momento en que fue asesinada la chica de la playa. Hagámosle una visita.
La casa de Fendrich en Rahlstedt era un chalet bastante grande y sólido, un poco alejado de la calle en una hilera de cinco edificaciones similares. En alguna época habían aspirado a una fracción del prestigio de las residencias más suntuosas de Rotherbaum y Eppendorf, pero después de sobrevivir a los bombarderos británicos de la guerra y a los planificadores de los años cincuenta, presentaban un aspecto discordante en medio de las viviendas que, siguiendo el plan habitacional de posguerra, se habían construido en Rahlstedt a gran velocidad para albergar a la población del centro de Hamburgo que había quedado sin hogar debido a los bombardeos.
Fabel aparcó al otro lado de la calle. Cuando Anna y él se acercaron a la hilera de chalés, Fabel se dio cuenta de que, mientras los otros edificios se habían dividido en dos o más apartamentos, la vivienda de Fendrich ocupaba uno entero. El edificio tenía un aire desvaído y melancólico; el pequeño jardín de la parte delantera estaba descuidado y había atraído los desechos indeseados de los que pasaban por allí.
Fabel apoyó la mano en el brazo de Anna cuando ella empezaba a subir la media docena de escalones de piedra hacia la puerta principal. Le señaló el punto en que la pared de la casa le encontraba con el abandonado jardín; había dos ventanas pequeñas y poco profundas con un cristal sucio. Fabel pudo ver la difusa silueta de tres barrotes detrás de cada una de ellas.
– Un sótano… -dijo Anna.
– Un lugar donde podrías tener a alguien «bajo tierra»…
Subieron los escalones y Fabel presionó el antiguo botón de porcelana del timbre.
– Haz las preguntas tú, Anna. Yo intervendré si siento que hay alguna otra cosa que quiera saber.
La puerta se abrió. A Fabel le dio la impresión de que Fendrich parecía más cercano a los cincuenta años que a los cuarenta. Era alto y delgado, de tez grisácea. Su descolorido pelo rubio era ralo y lacio y la luz del vestíbulo le hacía brillar el cuero cabelludo en la parte superior de su cabeza ovoide. Fendrich recorrió con la mirada a Anna y a Fabel con una expresión de curiosidad e indiferencia. Anna le enseñó la placa ovalada de la Kriminalpolizei.
– KriPo de Hamburgo, Herr Fendrich. ¿Podríamos hablar ion usted?
La expresión de Fendrich se endureció.
– ¿ De qué se trata?
– Pertenecemos a la Mordkommission, Herr Fendrich. Antes de ayer se halló el cuerpo de una joven en la playa de Blankenese…
– ¿Paula? -interrumpió Fendrich-. ¿Era Paula? -Su expresión volvió a cambiar: esta vez era más difícil de descifrar, pero Fabel reconoció algo parecido al pavor en ella.
– Si pudiéramos conversar dentro de la casa, Herr Fendrich… -sugirió Fabel en un tono quedo y tranquilizador. Fendrich pareció confundido durante un momento; luego, resignado, se hizo a un lado para dejarlos pasar. Después de cerrar la puerta, señaló la primera habitación contigua a la sala, a la izquierda.
– Pasen a mi estudio.
La habitación era grande y desordenada y parecía inhóspita bajo la cruda luz de un tubo fluorescente demasiado fuerte que pendía incongruente de un elaborado rosetón. Había estanterías en todas las paredes excepto en la que tenía una ventana que daba a la calle. Un gran escritorio ocupaba casi exactamente el centro de la sala; su parte superior estaba llena de más libros y papeles y una cascada de cables y enchufes que salían del ordenador y la impresora que descansaban en él. Había pilas de revistas y periódicos atados con hilos y apilados, como bolsas de arena, debajo de la ventana. Parecía un completo caos, pero después de mirar toda la habitación, Fabel percibió una especie de desorden organizado; daba la impresión de que Fendrich probablemente podía localizar lo que quisiera en un instante y con mayor facilidad que si todo estuviera cuidadosamente catalogado y clasificado. Había algo en la sala que sugería concentración, como si buena parte de la vida de su ocupante -una vida monótona y funcional- tuviera lugar allí. Fabel sintió la urgencia de revisar el resto de esa gran casa, de ver qué había más allá de ese pequeño centro.
– Siéntense -dijo Fendrich, liberando dos sillas de su carga de libros y papeles. Antes de que lo hicieran, volvió a preguntar-: La chica que encontraron… ¿era Paula?
– No, Herr Fendrich, no lo era -dijo Anna. La tensión en el rostro de Fendrich se aplacó, pero Fabel no lo describiría como alivio. Anna continuó-: Pero tenemos razones para creer que hay una conexión entre la muerte de esta chica y la desaparición de Paula.
Fendrich sonrió agriamente.
– De modo que han venido a acosarme nuevamente. Ya he tenido bastante de eso con sus colegas de Norderstedt. -Se sentó detrás del escritorio-. Ojalá me creyeran: no tuve nada que ver con la desaparición de Paula. Ojalá me dejaran en paz de una vez.
Anna levantó la mano en un gesto apaciguador y lo desarmó con una sonrisa.
– Escuche, Herr Fendrich. Sé que usted tuvo algunas… situaciones difíciles con la investigación de la policía de Norderstedt hace tres años, pero nosotros somos la Polizei de Hamburgo, y somos investigadores de homicidios. No estamos investigando el caso de Paula Ehlers salvo para tratar de averiguar si hay alguna conexión con la chica muerta. Nuestro interés en hablar con usted está relacionado con una investiga ción totalmente diferente. Tal vez posea alguna información que podría ser relevante para este nuevo caso.
– ¿Está diciéndome que no soy para nada sospechoso en ninguno de los dos casos?
– Usted sabe que no podemos afirmar algo como eso de una manera absoluta, Herr Fendrich -dijo Fabel-. Aún no sabemos a quién buscamos. Pero nuestro interés en usted en este momento es como testigo, no como sospechoso.
Fendrich se encogió de hombros y se echó hacia atrás en la silla.
– ¿Qué quieren saber?
Anna resumió los hechos básicos sobre Fendrich. Cuando ella le preguntó si su madre seguía viviendo con él, Fendrich la miró como si le hubiera dado un golpe.
– Mi madre ha muerto -dijo, apartando los ojos de Anna por primera vez-. Murió hace seis meses.
– Lo lamento. -Fabel miró a Fendrich y sintió una empatía verdadera por él, al recordar el susto que él acababa de sufrir respecto a su propia madre.
– Estuvo enferma mucho tiempo -suspiró Fendrich-. Ahora vivo solo.
– Usted se trasladó a otra escuela después de la desaparición de Paula -dijo Anna, como si quisiera asegurarse de que la entrevista no perdiera impulso-. ¿Por qué sintió la necesidad de cambiar?
Otra risa irónica.
– Después de que su colega, Klatt, se llamaba… Después de que Klatt dejara muy claro que yo era un sospechoso, la idea quedó grabada en la gente. Padres, estudiantes, incluso mis colegas… Podía verlo en sus ojos. Esa duda cruel. Incluso recibí un par de amenazas por teléfono. De modo que me marché.
– ¿No le pareció que eso aumentaría las sospechas? -preguntó Anna, con una sonrisa compasiva.
– No me importaba. Ya había tenido bastante. Nadie reparó ni por un momento en que yo también estaba profundamente consternado. Le tenía mucho cariño a Paula. Pensaba que tenía un potencial enorme. Nadie pareció tomar en cuenta eso. Salvo su colega Klatt, que de alguna manera consiguió que ello sonara… -Fendrich se esforzó por encontrar la palabra justa-… corrupto.
– Usted le enseñaba a Paula lengua alemana y literatura, ¿es así? -preguntó Anna.
Fendrich asintió.
– Dice que ella prometía en sus estudios… Que ésa era la razón de su interés en ella.
Fendrich echó la cabeza hacia atrás en un gesto de desafío.
– Así es.
– Sin embargo, ninguno de los otros profesores parecía tener conciencia de ello. Y según sus registros escolares ella tenía un rendimiento medio en casi todas las asignaturas.
– Ya he pasado por todo esto sabe Dios cuántas veces. Yo sí veía potencial en ella. Tenía un talento natural para el alemán. Es como la música. Se puede tener oído para ello. Paula tenía buen oído. Además podía expresarse maravillosamente cuando quería. -Se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre el atestado escritorio y clavando una mirada firme en Anna-. Paula era una de esas típicas alumnas que no rendía al nivel de su capacidad. Tenía todo el potencial para convertirse en alguien y estaba en peligro de convertirse en nadie, de perderse en el sistema. Admito que otros profesores de la escuela no se dieron cuenta. Y sus padres tampoco fueron capaces de notarlo. Por eso yo dedicaba tanto tiempo a ayudarla. Me di cuenta de que Paula tenía una verdadera oportunidad de escapar de los confines de las limitadas expectativas de su familia.
Fendrich volvió a recostarse en la silla y abrió las manos como si hubiera terminado de hacer un alegato en un tribunal. Luego las dejó caer con fuerza sobre el escritorio, como si ya no le quedara energía. Fabel lo observó pero permaneció callado. Había algo en el entusiasmo -casi la pasión- con que Fendrich había hablado de Paula que lo perturbaba.
Anna cambió de tema y pasó a los detalles de la coartada de Fendrich para la época de la desaparición de Paula. Las respuestas eran exactamente las mismas que había dado tres años antes y que constaban en el expediente. Pero, durante el interrogatorio de Anna, Fendrich se puso cada vez más impaciente.
– Yo pensé que esto era sobre un caso nuevo -dijo cuando ella terminó-. Hasta ahora lo único que han hecho es volver sobre lo mismo. Creía que se trataba de otra chica. De un asesinato.
Fabel le pidió a Anna con un gesto que le pasara la carpeta. Sacó una gran fotografía en papel brillante tomada en el lugar en que habían descubierto a la chica muerta. La puso directamente delante de Fendrich, manteniendo los ojos fijos en la cara del profesor para calibrar su reacción. Fue una reacción significativa. Fendrich murmuró: «Oh, por Dios…» y se llevó una mano a la boca. Luego se quedó inmóvil, con la mirada cla-v.ida en la imagen. Se inclinó hacia delante y recorrió la fotografía con los ojos, como si estuviera examinando cada pixel. Tor fin su cara se relajó de alivio. Miró a Fabel.
– Creí que…
– ¿Creyó que era Paula?
Fendrich asintió.
– Lo siento. Ha sido un duro golpe. -Volvió a contemplar In fotografía-. Por Dios, se parece mucho a Paula. Es mayor de edad, evidentemente, pero muy parecida. ¿Por eso creen que hay una conexión?
– Es más que eso -explicó Anna-. El asesino dejó algo para confundirnos sobre la identidad de la chica muerta. Para hacernos creer que era Paula.
– ¿Puede contarnos cuáles fueron sus movimientos desde el lunes por la tarde hasta el martes por la mañana, Herr Fendrich?
Fendrich frunció los labios y exhaló a través de ellos mientras consideraba la pregunta de Fabel.
– No hay mucho que contar. Fui a trabajar como siempre, ambos días. El lunes a la noche vine directamente a casa, corregí algunos trabajos, leí. El martes… compré algunas cosas en el minimercado de camino a casa. Llegué a eso de las cinco, cinco V media… Luego me quedé aquí toda la noche.
– ¿Alguna otra persona puede confirmarlo?
Un brillo metálico y pétreo cruzó los ojos de Fendrich.
– Ya veo… No pudieron achacarme la desaparición de Paula, y ahora están tratando de implicarme en esto.
– No es así, Herr Fendrich. -Una vez más, Anna intentó taimarlo-. Necesitamos verificar todos los hechos; en caso contrario, parecería que no hacemos bien nuestro trabajo.
La tensión en los hombros angulosos de Fendrich se aplacó y el desafío de sus ojos se suavizó, pero de todas maneras no parecía del todo convencido. Volvió a mirar la fotografía de la chica muerta. La contempló durante un rato largo y silencioso.
– Es el mismo hombre -dijo por fin. Anna y Fabel se miraron entre sí.
– ¿Qué quiere decir? -preguntó Anna.
– Lo que quiero decir es que ustedes tienen razón… Hay una conexión. Dios mío, esta chica podría ser su hermana, el parecido es sorprendente. Quienquiera que matara a esta chica debía de conocer a Paula. Conocerla muy bien. -Los ojos opacos de Fendrich volvieron a brillar de dolor-. Paula está muerta, ¿verdad?
– No lo sabemos, Herr Fendrich…
– Sí. -Fabel interrumpió la respuesta de Anna-. Sí, mucho me temo que lo está.