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Domingo, 21 de marzo. 9:15

Naturpark Harburger Berge, sur de Hamburgo


Maria ya llevaba un tiempo en la escena cuando Fabel llegó, lira más un descampado que un aparcamiento, y Fabel sospechó que servía para dos propósitos; de día, un punto de partida para senderistas; de noche, un lugar discreto para relaciones ilícitas. Aparcó el BMW junto a uno de los coches verdes y blancos con la insignia de la SchuPo y salió del coche. Era una resplandeciente y ventosa mañana de primavera y los tupidos bosques que rodeaban el aparcamiento parecían respirar con la brisa y el canto de las aves.

«In the midst of life.…» -dijo en inglés a Maria cuando ella se le acercó, abarcando los árboles y el cielo con un gesto de la mano. Ella pareció desconcertada-. «En medio de la vida, estamos en la muerte»… -repitió él, traduciendo sus palabras. Maria se encogió de hombros-. ¿Dónde están? -preguntó Fabel.

– Allí… -Maria señaló una pequeña abertura en el borde de los árboles-. Es un Wanderweg, un sendero para caminantes. Atraviesa directamente el bosque, pero hay un pequeño claro con una mesa de picnic unos trescientos metros más adentro. En coche sólo puedes llegar hasta aquí. -Fabel notó que la mitad del aparcamiento, la más próxima a la entrada del Wanderweg, había sido acordonada.

– ¿Vamos? -Fabel le hizo a Maria el gesto de que se adelantara. Cuando avanzaron por el sendero desparejo y ligeramente embarrado, Fabel notó que el equipo forense Spurensicherung había puesto cubiertas protectoras a intervalos irregulares. Miró a Maria con un gesto de interrogación.

– Marcas de neumáticos -explicó ella-. Y un par de huellas que hay que verificar.

Fabel se detuvo y escudriñó el sendero por el que habían entrado.

– ¿Bicicletas de montaña?

Maria negó con la cabeza.

– Motocicleta. Podría no tener ninguna relación con el caso, y lo mismo podría ocurrir con las huellas de pisadas.

Siguieron caminando. Fabel observó los árboles que se cernían a ambos lados del sendero. Los espacios que había entre ellos se oscurecían a medida que avanzaban, formando cuevas verdes a las que no llegaba la luz del día. Volvió a pensar en la entrevista de la radio. La oscuridad del bosque en pleno día: la metáfora del peligro que se oculta en la vida cotidiana. El sendero se curvó y desembocó abruptamente en un pequeño claro. Había alrededor de una docena de policías y forenses moviéndose por el espacio. El centro de sus actividades era una mesa de picnic de madera con bancos adosados, ubicada a la derecha del camino principal. Dos cuerpos, un hombre y una mujer, estaban sentados en el suelo, apoyados a un extremo de la mesa. Ambos observaron a Fabel y Maria con la mirada desinteresada de la muerte. Estaban ubicados lado a lado, cada uno con un brazo extendido, como si estuvieran tratando de alcanzarse; las manos, flojas, se tocaban, pero no se agarraban. Entre ellos había un pañuelo, cuidadosamente desplegado y plano. La causa de la muerte era evidente: ambas gargantas presentaban cortes profundos y anchos. El hombre tenía casi cuarenta años, el pelo oscuro muy corto para disimular la incipiente calvicie en la parte más elevada del cráneo; su boca estaba abierta, con un color rojo oscuro por la sangre que había surgido en forma de espuma desde la garganta atacada en los últimos segundos de su vida.

Fabel se acercó y examinó la ropa de la víctima masculina. Aquélla era una de las cosas más perturbadoras para él de la escena de un crimen: la forma en la que la muerte instalaba su propio orden del día, cómo se negaba a reconocer las triviales sutilezas que incorporamos en nuestras vidas. El traje gris claro V los zapatos color habano del hombre eran evidentemente caros, algo comprado para que en vida se percibieran como indino de nivel, de buen gusto, de su lugar en el mundo. Pero allí el traje era un trapo arrugado, manchado de barro y sangre. La camisa estaba teñida de rojo bajo el oscuro tajo que atravesaba la garganta. Uno de los zapatos se había salido y yacía a medio metro del pie que apuntaba hacia él, como si quisiera recuperarlo. El calcetín gris de seda se había desenrollado a medias, dejando al descubierto la piel pálida y manchada de la plan-i a del pie.

Fabel volcó su atención en la mujer. En comparación con el hombre, tenía bastante menos sangre en la ropa. La muerte había sido más rápida y más fácil para ella. Había una salpicadura diagonal en los muslos de los pantalones. Tenía poco más de veinte años y un largo cabello rubio que el viento había arras-irado hasta el tajo de la garganta y que se había quedado pecado en la sangre. Fabel notó que, aunque los colores y el corte habían sido cuidadosamente escogidos y demostraban buen gusto, la ropa de la chica estaba en una categoría de precio muy distinta a la del hombre. Llevaba una camiseta verde claro y sus vaqueros eran nuevos, pero de una alternativa más barata a los téjanos de marca cuyo estilo imitaban. No eran una pareja. O, al menos, una pareja establecida. Fabel se inclinó hacia delante y examinó el pañuelo; tenía pequeños trozos de pan. Se I tuso de pie.

– ¿Alguna señal de la hoja que se utilizó? -le preguntó a Maria.

– No… Y tampoco hay manchas de sangre en el suelo, en la mesa o en ningún otro lugar de aquí. Hola, Jan… -Holger Brauner, el jefe del equipo forense del Präsidium, se acercaba.

Fabel sonrió. En el momento en que había visto la salpicadura de sangre en los vaqueros de la mujer se había dado cuenta de que ése no era el escenario principal del crimen: los homicidios habían tenido lugar en alguna otra parte.

– Has llegado rápido… -le dijo a Brauner.

– Nos ha llamado un Kommissar local, que decidió que no iba a esperar a que el Lagedienst me informara. Supongo que es el mismo que te ha llamado a ti. Un tal Kommissar… -Brauner se esforzó por recordar el nombre.

– Hermann. -Maria completó la frase-. Es aquel de allí. -Señaló a un hombre alto y uniformado de unos treinta años. Estaba de pie con un grupo de SchuPos, pero cuando se dio cuenta de que se había transformado en el foco de interés hizo un gesto de disculpa a sus colegas y avanzó hacia los agentes de la Mordkommission. Sus movimientos eran firmes y decididos y, al acercarse, Fabel se dio cuenta de que su apariencia ordinaria, su pelo color arena y su piel manchada y pálida no concordaban con el entusiasmo y la energía que ardían en sus ojos color verde claro. Su aspecto le recordaba a Paul Lindemann, el oficial que había perdido, pero cuando el uniformado se acercó un poco más Fabel se dio cuenta de que el parecido era sólo superficial.

El SchuPo saludó a Maria con un gesto y extendió la mano, primero a Fabel, luego a Brauner. Fabel notó que tenía una única estrella plateada de Kommissar en los galones de la chaqueta corta de piel de su uniforme.

Maria lo presentó.

– El Kommissar Henk Hermann, de la Polizeidirektion local.

– ¿Por qué, específicamente, nos ha llamado a nosotros, Herr Kommissar? -preguntó Fabel con una sonrisa. La función habitual de la Schutzpolizei consistía en asegurar el escenario del homicidio y mantener a los curiosos fuera del perímetro delimitado, mientras la Kriminalpolizei se encargaba de la escena del crimen propiamente dicha. La Lagendiest era responsable de informar a la KriPo, y la Mordkommission investigaba cualquier muerte repentina.

Una sonrisa de incertidumbre estiró todavía más los delgados labios de Hermann.

– Bueno… -Dirigió la mirada hacia los cuerpos, más allá de Fabel-. Bueno, sé que su equipo se especializa en, bueno, esta clase de cosas…

– ¿Qué clase de cosas? -preguntó Maria.

– Bueno, está claro que no es un suicidio. Y éste no es el escenario principal del crimen…

– ¿Por qué piensa eso?

Hermann vaciló un momento. Era poco común que un SchuPo aportase alguna opinión en la escena de un homicidio, e in-i luso menos común que un KriPo, mucho menos un agente de le Kriminalpolizei del rango de Fabel, la escuchara. Rodeó al grupo para tener una visión más clara de los cadáveres, pero manteniendo la distancia suficiente como para asegurarse de que no se contaminara la escena. Se arrodilló, mantuvo el equilibrio sobre las plantas de los pies, y señaló la garganta lacerada del hombre.

– Es obvio que sin mover los cuerpos no puedo verlo con mucha claridad, pero a mí me parece que el hombre fue asesinado de dos golpes. El primero fue a un costado del cuello, lo que hizo que se desangrara rápido. El segundo le seccionó la tráquea. -Hermann señaló a la víctima mujer-. Tengo la impresión de que la chica murió de un solo tajo en la garganta. Esta sangre de aquí… -Señaló la amplia salpicadura en los pantalones de la mujer-… no es de ella. Es casi seguro que proviene de la víctima masculina. Ella estaba en una posición muy próxima a él cuando éste fue atacado y debió de recibir la salpicadura arterial del cuello de él. Pero no hay ninguna cantidad de sangre significativa en ningún otro sitio de esta escena… lo que indica que no es el escenario principal del crimen. También sugiere que el asesino los trasladó hasta aquí. Y eso, a su vez, me hace creer que nuestro asesino o bien es un hombre grande… o, al menos, físicamente fuerte. Hay pocas marcas de arrastre, aparte de las que hizo cuando ubicó a la víctima masculina en su sitio y se salió el zapato. No se puede llegar hasta aquí en vehículo, lo que significa que debió de cargar a las víctimas.

– ¿Alguna otra cosa? -preguntó Fabel.

– Son sólo suposiciones, pero yo diría que nuestro asesino se ocupó primero del hombre. Tal vez con un ataque por sorpresa. De esa forma sigue el camino de la menor resistencia. La segunda víctima no tiene la misma fuerza ni representa la misma amenaza que el hombre.

– Una suposición peligrosa -dijo Maria, con una sonrisa irónica. Hermann se puso de pie y se encogió de hombros.

– Usted acaba de describir el modo utilizado en este homicidio -dijo Fabel-. Pero aún no ha explicado por qué pensó que esto era algo para mi equipo, específicamente.

Hermann dio un paso hacia atrás y movió la cabeza levemente a un costado, como si estuviera delante de un cuadro o de una pieza de una exposición que estuviera evaluando.

– Ésa es la razón… -dijo-. Fíjese…

– ¿Qué? -preguntó Fabel.

– Bueno… Éste no es sólo el lugar en el que el asesino decidió deshacerse de los cadáveres. Podría haberse internado veinte metros más en el bosque y tal vez hubiésemos tardado semanas o meses para encontrarlos. Esto es un mensaje. Nos dice algo: la elección del lugar, la posición de los cuerpos, el pañuelo, los pedacitos de pan. Todo esto es para nosotros. Es una pose.

Fabel dirigió la mirada a Holger Brauner, quien sonrió con un gesto de complicidad.

– Una pose… -repitió Hermann, que claramente comenzaba a sentirse frustrado-. Esto ha sido dispuesto con mucho cuidado. Y eso significa que hay un plan psicópata detrás de estos asesinatos, lo que a su vez significa que potencialmente nos enfrentamos a un asesino en serie. Y ésa es la razón por la que me pareció que debía informárselo a usted directamente y sin perder tiempo, Herr Erster Hauptkommissar. -Se volvió hacia Holger Brauner-. Y la razón por la que lo llamé a usted, Herr Brauner, es porque pensé que podría descubrir algo en esta escena que tal vez nuestro equipo pasara por alto. He seguido su trabajo con interés y he asistido a varios de sus seminarios.

El rostro de Brauner se iluminó con una sonrisa bondadosa y asintió con un gesto de burlona humildad.

– Y es obvio que ha prestado atención, Herr Kommissar.

En la cara de Fabel también se dibujó una amplia sonrisa.

– Lo siento, Herr Hermann, no estaba sugiriendo que nos hiciera perder el tiempo. Todo lo que usted ha dicho sobre la escena del crimen es cierto… Incluyendo el hecho de que éste es un escenario secundario, no el principal. Sólo quería escuchar su razonamiento.

La expresión tensa en la cara insulsa de Hermann se relajó levemente, pero la dureza de pedernal de sus ojos verdes no cambió.

– La cuestión a la que nos enfrentamos ahora -continuó Fabel- es cuál es el escenario principal… Dónde se encuentra la verdadera escena del crimen.

– Tengo una teoría al respecto, Herr Hauptkommissar -interrumpió Hermann antes de que algún otro pudiera decir algo. Brauner se echó a reír.

– Me pareció que la tendría.

– Como ya he dicho, creo que los cuerpos fueron trasladados hasta aquí. Hay huellas en el sendero. Huellas grandes, lo que sugiere que pertenecen a un hombre alto. Han dejado una marca profunda en la tierra, que está blanda, pero no embarrada. Eso me da a entender que estaba cargando algo pesado.

– Tal vez lo que estaba cargando era, sencillamente, demasiado peso -intervino Brauner-. Podría ser alguien que hubiera salido a dar un paseo en el bosque para quemar algunas calorías.

– En ese caso, es muy eficaz -respondió Hermann-, porque tenemos al menos dos grupos de huellas, unas que van y otras que vienen. Las que se dirigen hacia el aparcamiento no han dejado una marca igual de profunda. Y eso me hace pensar que esta persona trajo algo pesado hasta este punto, al menos una vez, y regresó hacia el aparcamiento sin trasladar nada de peso.

– Entonces ¿usted sugiere que la escena del crimen fue el aparcamiento? -preguntó Fabel.

– No, no necesariamente. Podría haberlos matado allí, pero hasta ahora no hemos encontrado ninguna evidencia forense que lo indique. Por eso he acordonado la mitad del aparcamiento que está más próxima al Wanderweg. Mi idea es que las víctimas fueron asesinadas en algún otro lugar y traídas hasta aquí en coche. O tal vez fueran asesinadas en un coche cuando aún estaba en el aparcamiento. Pero si las trajo hasta aquí, yo creería que ha aparcado su propio coche lo más cerca posible del sendero.

Fabel hizo un gesto de aprobación. Brauner lanzó una carcajada que parecía un ladrido y palmeó a Hermann con afecto en el hombro. Un gesto que Hermann no pareció apreciar demasiado.

– Estoy de acuerdo, Herr Kollege. Aunque tengo que decir que falta bastante hasta que identifiquemos estas huellas como pertenecientes a nuestro asesino. Pero ha hecho usted un muy buen trabajo. No muchos habrían pensado en preservar la escena del aparcamiento.

– ¿ El aparcamiento estaba vacío cuando se encontraron los cuerpos? -preguntó Fabel.

– Sí -dijo Hermann-. El único vehículo que había era el Opel azul del paseante que encontró los cuerpos hacia las 7:30 de esta mañana. Lo que me lleva a creer que el vehículo que era nuestro escenario del crimen o que se usó para transportar los cuerpos ha desaparecido hace un buen rato. Incluso es posible que fuera abandonado o incendiado en algún otro sitio para destruir las pruebas. -Señaló el Wanderweg en la dirección opuesta a la que habían tomado-. Este sendero lleva a otro aparcamiento, a unos tres kilómetros de aquí. Mandé un coche para verificarlo, por si acaso, pero no había nada.

De pronto Fabel se dio cuenta de que Maria había guardado silencio durante toda la conversación. Se había aproximado a los cuerpos y su mirada parecía atraída como por un imán por la mujer muerta. Fabel hizo un gesto a los otros, dijo «disculpen» y se acercó a ella.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó. Maria giró la cara repentinamente hacia él y lo contempló sin expresión alguna durante un momento, como si estuviera mareada. Su piel parecía tensa y tirante sobre la angulosa arquitectura de su cara, como la piel más blanca alrededor de los nudillos.

– ¿Qué? Oh… sí-Luego, con más determinación-: Sí. Estoy bien. No se me está despertando el estrés postraumático, si a eso te refieres.

– No, Maria, no me refería a eso. ¿Qué es lo que ves?

– Estaba tratando de deducir qué es lo que él intenta decirnos con esto. Hasta que les miré las manos.

– Sí… cogidos de la mano. Está claro que el asesino los puso de modo que pareciera que están cogidos de la mano.

– No… No es eso -dijo Maria-. Las otras manos. La derecha de él y la izquierda de ella. Están apretadas en un puño. No parece correcto. Parece parte de la pose.

Fabel se volvió abruptamente.

– Holger… ven a echar un vistazo a esto. -Brauner y Hermann se acercaron y Fabel señaló lo que había notado Maria.

– Creo que tienes razón, Maria… -dijo Brauner-. Parece que las cerraron post mórtem pero antes del rigor mor-lis… -De pronto, Brauner se puso como si le hubieran dado un golpe. Miró a Fabel con gesto adusto-. Por Dios, Jan… la chica de la playa…

Brauner buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó un paquete cerrado de guantes quirúrgicos. Se puso un guante de látex y sacó una sonda del bolsillo delantero. Había una actitud de urgencia en cada uno de sus actos. Se adelantó y giró la mano de la chica. El rigor mortis le dificultó la tarea y pidió ayuda a Hermann al tiempo que le alcanzaba el paquete de guantes.

– Póngaselos antes de tocar el cuerpo. Necesito que sostenga la mano vuelta hacia arriba.

Hermann obedeció. Brauner trató sin éxito de usar la sonda como palanca para abrir los dedos de la mujer. Finalmente tuvo que apartarlos con los suyos. Se volvió hacia Fabel y le hizo un sombrío gesto de asentimiento, antes de meter un par de pinzas quirúrgicas en la palma y extraer un pedazo pequeño y muy enrollado de papel amarillo. Metió el papel en una bolsa transparente para evidencias y lo desenrolló delicadamente. Se puso de pie y, con cuidado, volvió sobre sus pasos alejándose de los cadáveres.

– ¿Qué dice?

Brauner le entregó la bolsa de pruebas a Fabel. Éste sintió un escalofrío en la médula de los huesos. Se trataba, otra vez, de una tira rectangular del mismo papel amarillo, de unos diez (vatímetros de ancho por cinco de largo. Se dio cuenta de que la letra, pequeña, regular, hecha con tinta roja, era la misma de la nota hallada en la mano de la chica muerta en la playa de Blankenese. Esta vez había una sola palabra escrita: «Gretel». Fabel le enseñó el papel a Maria.

– Mierda… Es el mismo tipo. -Ella volvió a mirar los cuerpos. Brauner ya estaba abriendo el puño apretado de la víctima masculina.

– Y éste, al parecer, es «Hänsel» -dijo Brauner cuando se puso de pie, metiendo otro pedazo de papel amarillo en una bolsa de evidencias.

Fabel sintió una rigidez en el pecho. Levantó la mirada hacia el cielo azul claro, luego la bajó hacia el sendero que daba al aparcamiento, recorrió con ella el verde sepulcro del bosque y a continuación volvió a mirar al hombre y la mujer que yacían con las gargantas destrozadas hasta la columna dorsal, sentados con las manos tocándose y un gran pañuelo lleno de migas de pan abierto sobre el pasto entre ambos. «Hänsel y Gretel.» El cabrón creía que tenía sentido del humor.

– Ha hecho bien en llamarnos, Kommissar Hermann. Tal vez haya reducido la distancia entre nosotros y un asesino en serie de quien sabemos que ya ha matado por lo menos una vez antes, quizá dos. -Hermann sonrió de satisfacción; Fabel no le devolvió la sonrisa-. Lo que necesito que haga ahora es que reúna a todo su equipo en el aparcamiento para darles instrucciones. Tenemos que revisar toda la zona en busca de huellas digitales. Y después debemos encontrar el escenario principal. Es necesario saber quiénes son estas personas y por qué las asesinaron.

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