29

Lunes, 29 de marzo. 8:40 h

Stadtpark, Winterhude, Hamburgo


Fabel levantó la mirada y contempló el edificio que asomaba entre los árboles que lo bordeaban, cerniéndose por encima de la amplia zona abierta que se desplegaba delante de él. Los altísimos arcos de la fachada de ladrillos rojos parecían estirados, como si una mano invisible tirara de toda la estructura hacia arriba. Las nubes pasaron por encima del inmenso techo abovedado. Siempre le había fascinado aquel edificio; si uno no sabía cuál había sido su función original cuando lo construyeron, y si no tuviera su función actual grabada en la fachada, encima de los altos arcos, en letras de un metro de altura, podría pasar horas tratando de adivinar para qué servía. Fabel siempre había pensado que era como un templo importante de alguna religión perdida de la Antigüedad: parte egipcio, parte griego, parte alienígena.

El Planetario, en un principio, había sido construido como nada más que una torre de agua. Pero en la época en que se construyó estaba generándose una confianza cada vez mayor en una Alemania que acababa de unirse y en el amanecer de un nuevo siglo, combinada en aquel entonces con un fervor casi religioso por la ingeniería civil. Ahora, un siglo más tarde, el edificio permanecía allí como testigo del fracaso del siglo anterior y de la división y nueva reunificación de Alemania. La monumental torre de agua se había convertido en el Planetario y en el edificio más famoso de Winterhude.

Fabel contempló la amplia zona ajardinada que se extendía delante del Planetario. A doscientos metros de distancia se desplegaba una valla temporal hecha de postes metálicos y cintas de escena del crimen. A un lado había una fila de policías; al otro, una multitud cada vez mayor.

– Parece que ya ha corrido el rumor de la identidad de la víctima -dijo Maria Klee, acercándose a Fabel en la escalinata del edificio-. No hay duda de que pronto tendremos aquí a la prensa y la televisión.

Fabel bajó al área del césped. Habían montado una gran carpa forense para proteger el escenario del crimen, y Fabel y Maria se pusieron los chanclos protectores que les entregó el técnico forense de la SpuSi antes de correr la lona y pasar al interior de la tienda. Holger Brauner estaba inclinado encima del cuerpo y se incorporó cuando ellos entraron. Había una mujer joven desnuda sobre el césped, con las piernas juntas y las manos dobladas sobre los pechos. Su cabello tenía un sorprendente color dorado y se lo habían cepillado y desplegado a su alrededor como un sol. Fabel notó que había una pequeña parte del cabello que alguien había cortado deliberadamente, dejando un agujero. Incluso en la muerte, la belleza del rostro de esa mujer y las formas perfectas de su cuerpo eran extraordinarias. Tenía los ojos cerrados, una rosa roja entre las manos dobladas y el pecho y daba toda la impresión de estar dormida. Fabel contempló a esa mujer, esa perfecta estructura de carne y hueso, una arquitectura que no tardaría en desmoronarse y convertirse en polvo. Pero, por ahora, la palidez de la muerte en su cara no hacía otra cosa que otorgarle a la piel la perfección de la porcelana.

– Entiendo que no necesitas presentación -dijo Holger Brauner, volviéndose a agachar junto al cuerpo.

Fabel lanzó una risita amarga. Le había costado muchísimo establecer la identidad de la primera víctima; no tendría ningún problema con ésta. En Hamburgo, podría reconocerla casi cualquiera. Apenas le vio la cara, Fabel supo que estaba mirando a Laura von Klostertadt, la supermodelo que aparecía en carteles y revistas de toda Alemania. Como el Von sugería, Fabel sabía que Laura provenía de una familia aristocrática. Pero la notoriedad de los Von Klostertadt no se debía a la fatigada nobleza de la familia sino a su muy contemporánea presencia comercial y política. Las cosas iban a ponerse difíciles, y Fabel lo sabía. Estaba avecinándose una tormenta mediática fuera de la tienda que protegía el escenario del crimen y el radar de Fabel ya podía percibir a altos cargos abalanzándose sobre él a gran velocidad.

– Dios mío -dijo por fin-. Odio los homicidios de celebridades.

– ¿Y qué piensas de una celebridad asesinada por un asesino en serie que tú estás buscando? -Brauner le entregó a Fabel una bolsa de pruebas transparente. Contenía una minúscula tira de papel amarillo.

– Oh, por Dios, no -dijo Fabel-. Dime que no es el mismo.

– Me temo que sí. -Brauner se puso de pie-. Le sobresalía un poco de la mano. Por eso sugerí a los primeros policías que llegaron aquí que te llamaran. Es el tipo que buscas, Jan.

Fabel examinó el papel a través del plástico. El mismo papel. La misma letra minúscula, obsesiva, meticulosa, en tinta roja. Esta vez había una sola palabra: «Dornröschen».

– ¿La rosa con espinas? -Maria se había acercado para examinar la nota.

– Un cuento de los hermanos Grimm. Más conocido en la actualidad como «La bella durmiente», en su versión hollywoodense.

– Mira esto… -Brauner señaló la mano de la mujer muerta, que sostenía la rosa. Una de las espinas estaba clavada profundamente en la parte más carnosa del pulgar-. No hay sangre. Esto se hizo deliberadamente, post mortem.

– Así fue como durmieron a Rosa con espinas, o la Bella Durmiente. Se pinchó el pulgar.

– Pensé que era con una rueca, no con una rosa -intervino Maria.

Fabel volvió a ponerse de pie. Laura von Klostertadt permaneció inmóvil, aunque Fabel casi esperó que soltara un satisfecho suspiro de sueño y que girara a un costado.

– Está mezclando las metáforas, o condensando elementos de distintos relatos, como prefieras. La Bella Durmiente se pinchó el dedo con una rueca, en su cumpleaños número quince, pero mientras dormía ella y su castillo quedaron rodeados por rosas con espinas, una defensa hermosa pero impenetrable. Supongo que el Planetario representa el castillo. -Se volvió hacia Brauner-. ¿ Puedes darme una causa de muerte estimativa?

– Todavía no. Hay muy pocas señales de violencia, salvo unos mínimos moretones en el cuello, pero no basta para sugerir estrangulación. Möller podrá darte más datos cuando haga la autopsia.

Fabel señaló vagamente el abanico formado por el cabello dorado.

– ¿Qué piensas del pelo? El hecho de que le cortara una parte. No veo ninguna relación con la historia de la Bella Durmiente.

– No tengo la menor idea -dijo Brauner-. Tal vez fuera un trofeo. No cabe duda de que esta mujer tenía un cabello hermoso, y tal vez él vea ese elemento como algo característico de ella.

– No… No, no lo creo. ¿Para qué empezar a coger trofeos ahora? No se llevó nada de los otros cuerpos.

– Nada que nosotros sepamos -dijo Brauner-. Pero tal vez esto del pelo sea otra cosa. Alguna especie de mensaje.


El cielo estaba un poco más despejado cuando Fabel y María salieron de la tienda y los ladrillos rojos del Planetario se veían lavados por la lluvia y brillantes bajo la luz fría.

– Este bastardo está volviéndose arrogante, Maria. Por supuesto que hay un mensaje en esto. -Fabel señaló con la mano un grupo de árboles, pero su gesto sugería que estaba mirando más allá de ellos-. Este sitio prácticamente puede verse desde el PolizeiPräsidium. Estamos justo al sur de aquí. De hecho, la cúpula del Planetario es claramente visible desde las plantas superiores del Präsidium. Está alardeando delante de nosotros… literalmente.

Maria cruzó los brazos e inclinó un poco la cabeza.

– Bueno, el principal sospechoso hasta la fecha es Olsen, y nos acercamos mucho a él. Tal vez la elección del sitio sea un mensaje suyo. Nosotros nos acercamos a él, de modo que él se acerca a nosotros. Como dices, prácticamente a la vista del departamento de policía.

– Podría ser. O podría ser que la elección de la ubicación tenga algo que ver con su historia.

– ¿La historia del Stadtpark?

Fabel negó con la cabeza.

– No específicamente, sino la de este lugar, Winterhude. Ésta es una zona muy antigua, Maria. Muy anterior a cuando Hamburgo empezó a crecer a su alrededor. Aquí hubo un asentamiento en la edad de piedra. Supongo que si hay un significado más profundo éste es secundario al hecho de que lo hiciera tan cerca del Präsidium, pero tal vez algo en la historia del lugar esté relacionado. -En la época en que Fabel asistía a la universidad, había pasado muchas horas de verano en ese sitio, el Stadtpark, con una pila de libros a un lado. Nadie sabía con seguridad de dónde venía el nombre de Winterhude, pero «Hude» era una palabra del antiguo bajo alemán que significaba «lugar protegido». Él siempre había sentido una peculiar comodidad cuando se encontraba en aquel terreno, que llevaba seis mil años de ocupación continua. Era como si lo conectara con la historia que estaba estudiando.

– O bien -dijo Maria- podría ser simplemente que concordara con la clase de ubicación que necesitaba para llevar a cabo su fantasía.

Fabel estaba a punto de contestar cuando vio un gran Mercedes todoterreno que se subía al césped y paraba junto al cordón policial. Dos hombres salieron del vehículo. Fabel los reconoció instantáneamente.

– Mierda… -El hecho de que su radar de «altos cargos» fuera tan preciso no le generó ninguna satisfacción-. Lo que nos faltaba.

Los dos hombres del todoterreno se acercaron hacia Fabel y Maria. El primero tenía alrededor de cincuenta y cinco años. Su pelo, cortado al rape, era blanco casi en su totalidad, así como la barba, salvo por algunas escasas insinuaciones de un pasado rubio muy claro. Estaba vestido con un traje gris claro que, como siempre, conseguía llevar como si fuera un uniforme de la SchuPo.

– Buenos días, Herr Kriminaldirektor -le dijo Fabel a su jefe, Horst van Heiden. El segundo hombre era más pequeño y más rollizo, con una piel rosada y cuidada; Fabel reconoció al ministro del Interior del Senado de Hamburgo y le hizo un leve saludo con la cabeza-. Herr innensenator Ganz…

– Buenos días, Herr Kriminalhauptkommissar Fabel. -Van Heiden señaló la tienda con un movimiento de cabeza-. ¿Es cierto?

– ¿Qué es cierto, Herr Kriminaldirektor? -Fabel sabía exactamente qué quería saber Van Heiden, pero no estaba de ninguna manera dispuesto a divulgar información del caso delante de Ganz. Ya había tenido que enfrentarse a Ganz antes; era un político de carrera y, como el ministro responsable del crimen y la seguridad en Hamburgo, siempre parecía responsabilizar personalmente a la policía por cualquier caso importante que despertara los temores del público o que avergonzara al gobierno municipal o provincial.

La cara de Van Heiden, que nunca era precisamente cordial, se oscureció.

– ¿ Es cierto, Herr Kriminalhauptkommissar, que el cuerpo descubierto esta mañana es el de Laura von Klostertadt, la modelo y prominente miembro de la alta sociedad?

– Aún no hemos realizado ninguna identificación fehaciente, Herr Kriminaldirecktor. -Fabel miró a Ganz con una expresión harto significativa-. Y desde luego, no deseo que se emita ningún anuncio público antes de que la llevemos a cabo.

La tez ya rubicunda de Ganz enrojeció aún más.

– Me encuentro aquí en calidad tanto personal como profesional, Herr Fabel. Soy un antiguo amigo de la familia. De hecho, este mismo sábado asistí a la fiesta de cumpleaños de Laura. Conozco a Peter von Klostertadt desde hace muchos años. Si ésta sí es su hija, me gustaría transmitirle la noticia a la familia personalmente. -Reflexionó un momento. Había algo semejante a la incomodidad en su expresión-. Yo podría identificar el cuerpo, si lo desea.

– Lo siento, Herr Innensenator, este lugar sigue siendo el escenario del crimen. Estoy seguro de que lo entiende. De todas maneras, su presencia allí dentro podría ser considerada… bueno, inapropiada.

– Fabel… -El tono de Van Heiden era más de ruego que de reproche.

Fabel suspiró.

– Sí, daría la impresión de que el cuerpo es el de Laura von Klostertadt. No sabemos la causa ni la hora precisa de su muerte, pero no hay duda de que fue un crimen. -Hizo una pausa-. De hecho, estamos prácticamente seguros de que ha sido víctima de un asesino en serie que ya ha acabado con tres vidas, tal vez cuatro, además de ésta.

La expresión de Van Heiden se oscureció todavía más. Ganz negó con la cabeza con incredulidad.

– ¿Cómo puede pasar algo así? ¿Cómo puede haberle pasado a Laura?

– No estoy seguro de entender lo que quiere decir, Herr Ganz. ¿Insinúa que lo extraño es que le sucediera a alguien tan conocido? ¿En lugar de alguna anónima cajera de supermercado?

– ¡Es suficiente! -Fabel había logrado hacer saltar el fusible notoriamente corto de Van Heiden. Ganz levantó la mano para tranquilizar al Kriminaldirektor.

– Está bien, Horst. -No había animosidad en ese rostro rollizo y rubicundo-. No es eso, Herr Fabel. No es eso para nada. Yo soy, era, el padrino de Laura. La conocía desde que era una niña.

– Lo siento, Herr Ganz. Me he excedido. ¿Decía que la vio el sábado?

– Sí. En su fiesta de cumpleaños. Cumplía treinta y uno. En su mansión de Blankenese.

– ¿Había mucha gente?

– Oh, sí. Diría que más de cien invitados. Tal vez ciento cincuenta.

– ¿Ocurrió algo especial? ¿Algún incidente?

Ganz lanzó una risita.

– Era un acontecimiento de la alta sociedad, Herr Fabel. Ese tipo de encuentros están cuidadosamente planeados y organizados. Todos los que están allí van con un propósito, desde ser vistos junto a las personas adecuadas hasta hacer negocios. De modo que no, no hubo ningún «incidente».

– ¿Ella tenía alguna pareja? ¿Algún novio?

– No. Ningún novio. Ninguna pareja. O, mejor dicho, ninguno significativo que yo pueda recordar. A pesar de toda su belleza y de su riqueza, la pobre Laura era una persona muy solitaria. Yo diría que la persona más cercana a ella era Heinz. Heinz Schnauber, su agente.

– ¿ Tenían una relación?

Ganz soltó una risita.

– No. Nada de eso. Heinz es un miembro de la brigada Schwul ist Cool.

– ¿Gay?

– Mucho. Pero un gran amigo de Laura. Va a quedar devastado cuando se entere de esto.

Junto al cordón policial había llegado una cuadrilla de televisión y Fabel se dio cuenta de que muchos fotógrafos de la prensa habían enfocado sus teleobjetivos sobre ellos, como francotiradores esperando el momento del mejor disparo.

– Creo que estamos empezando a atraer demasiada atención. Herr Ganz, me gustaría hablar con usted un poco más sobre Fräulein von Klostertadt, pero en algún sitio menos público. Mientras tanto, le agradecería que se lo comunicara a la familia. Y si puedo hacer una sugerencia, Herr Kriminaldirektor, creo que sería una buena idea que usted estuviera presente.

Van Heiden asintió. Fabel observó cómo los dos hombres regresaban al Mercedes todoterreno. Notó que Ganz, por lo general amable con la prensa, alejaba a los periodistas con la misma irritada convicción con que lo hacía Van Heiden. En la última ocasión en que Fabel y Ganz se habían cruzado se había producido una fricción considerable. En aquella ocasión, Ganz había considerado que el asesino en serie que Fabel estaba persiguiendo generaba titulares embarazosos; pero esta vez la muerte había tocado a Ganz demasiado de cerca como para que se preocupara por la mala publicidad.

Fabel levantó la mirada hacia el inmenso edificio de la torre del Planetario. Había un mensaje allí. Y él no conseguía captarlo.

Загрузка...