Jueves, 25 de marzo. 16:30 h
Hospital Stadtkrankenhaus, Wilhelmsburg, Hamburgo
Maria Klee estaba de pie junto a la ventana. Llevaba un traje pantalón gris oscuro con una blusa de lino negro debajo. Tenía el pelo rubio apartado de la cara y sus ojos grises emitían un brillo frío bajo la dura luz del hospital. Maria siempre parecía un poco excesivamente elegante, tanto en su aspecto como en su tamaño y su vestimenta, para ser una Kriminaloberkommissarin. Allí, en aquella habitación de hospital acompañando a sus colegas cansados y heridos, el contraste era todavía más marcado.
– Bueno… -dijo, sonriendo y golpeando sus dientes perfectos con la punta de su bolígrafo- considerando las circunstancias, creo que podríamos decir que todo salió bien. La próxima vez que necesitéis entrevistar a alguien, creo que será mejor que os acompañe.
Fabel se rio sin alegría. Estaba desplomado en una silla contigua a la cama de Werner. Todavía llevaba puesta la cazadora Jaeger con el hombro desgarrado. Werner se había incorporado un poco, hasta quedar medio sentado, medio acostado. Tenía una hinchazón grotesca en un costado de la cara, que comenzaba a decolorarse. Ni las radiografías ni las tomografías habían revelado alguna fractura o inflamación en el cerebro, pero a los médicos les preocupaba la posibilidad de que los moretones ocultaran alguna fisura delgada. El policía yacía en una tierra de nadie entre la vigilia y el sueño; le habían dado algo para calmarle el dolor que había tenido un efecto más sedante que la llave inglesa de Olsen. Anna, que llevaba una bata de hospital y una inmensa almohadilla sujeta al muslo, estaba sentada en una silla de ruedas al otro lado de la cama de Werner.
– Hasta aquí ha llegado mi carrera de modelo de trajes de baño -había dicho cuando la entraron en la habitación. La persecución a alta velocidad y su espectacular clímax le habían hecho correr su característico maquillaje y lápiz de labios, y una de las enfermeras le había dado toallitas para que se los quitara del todo: ahora su cara estaba totalmente carente de productos cosméticos y su piel tenía un brillo casi traslúcido. Fabel nunca había visto a Anna sin maquillaje y quedó asombrado al ver lo joven que parecía en comparación con los veintisiete años de edad que tenía. Y lo hermosa que era. Tenía un aspecto que no concordaba con la agresividad con que cumplía con sus obligaciones. Una agresividad que Fabel había tenido que controlar en más de una ocasión.
Fabel se levantó fatigosamente de la silla y se unió a Maria junto a la ventana, delante de Anna y Werner. Estaba claro que tenía algo que decir, y, como Werner estaba presente más en cuerpo que en espíritu, sus palabras estuvieron dirigidas específicamente a Anna, y también a Maria.
– No necesito explicaros que esto no está nada bien. -Su tono sugería que lo que estaba a punto de decir no sería muy bien aceptado-. Básicamente hemos quedado sólo tú y yo, Maria. Werner no se reincorporará hasta dentro de un mes. Anna, tú no estarás lista para el trabajo hasta dentro de una o dos semanas.
– Me encuentro bien, chef. Puedo volver…
Fabel la interrumpió levantando la mano.
– No me sirves de nada, Kommissarin Wolff, si no tienes una movilidad total. Pasará al menos una semana hasta que estés en condiciones para el servicio. Los médicos ya te han explicado que, aunque ahora no lo sientas, te va a doler muchísimo cuando todos los músculos que se te han desgarrado empiecen a sanar. A eso hay que añadirle que eres afortunada de no necesitar un injerto de piel en la pierna.
– Lo único que hice fue tratar de impedir que Olsen se escapara.
– No he condenado tus acciones, Anna -explicó Fabel con una sonrisa-. Aunque a Herr Brauner no le agradó mucho el hecho de que encajaras una prueba forense debajo de un coche. Pero la cuestión es que no puedo trabajar en este caso sólo con Maria.
La expresión de Anna se oscureció. Sabía adonde quería ir Fabel con todo esto.
– Hay otros equipos en la Mordkommission de los que podemos sacar gente.
– Anna, sé que tú y Paul erais íntimos. -Paul Lindemann había sido el compañero de Anna. Paul y Anna habían sido, en muchos aspectos, opuestos, pero juntos habían formado una pareja íntima y muy eficaz-. Pero necesito que el equipo permanente rinda al máximo. Voy a reclutar a un nuevo miembro.
La expresión de Anna no se animó.
– ¿Y esa persona será un nuevo compañero para mí?
– Sí.
Maria enarcó las cejas. Tanto ella como Anna sabían que Fabel era muy selectivo cuando reclutaba gente para el equipo. Ellas mismas habían sido escogidas personalmente por él. Estaba claro que alguien había causado una muy buena impresión en Fabel.
– ¿Vas a pedirle al Kommissar Klatt que se sume al equipo? ¿Al tipo de la policía de Norderstedt?
Fabel sonrió lo más enigmáticamente que le permitieron su cansancio y el dolor del hombro.
– Tendréis que esperar para averiguarlo.