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Domingo, 11 de abril. 2:45 h


PÖSELDORF, HAMBURGO


Fabel estaba acostado, escuchando la respiración constante y profunda de Susanne. Su presencia le resultaba cada vez más reconfortante; al parecer los sueños no se aparecían con tanta frecuencia cuando ella estaba a su lado. Era como si el hecho de que ella se encontrara allí lo consolara y le permitiera dormir más profundamente. Pero esta noche su mente corría a toda velocidad. Había tanto que hacer… El caso estaba creciendo, extendiéndose, como un oscuro tumor, invadiendo los escasos espacios que Fabel había reservado para su vida privada. Eran muchas las cosas que quedaban por resolver en su lista mental. Su madre estaba envejeciendo. Su hija estaba creciendo. A ninguna de las dos les dedicaba el tiempo que se merecían, el tiempo que Fabel quería dedicarles. Su relación con Susanne estaba bien, pero no estaba asumiendo ¡a forma definitiva que debería tener en esa etapa y él sabía que no estaba prestándole la atención que necesitaba. Le sorprendió la aguda punzada de dolor que sintió en el pecho cuando pensó que tal vez podría perderla.

Fabel había telefoneado a su madre varias veces en los últimos días, pero necesitaba encontrar tiempo para regresar a Norddeich a verla. Lex había sucumbido a las presiones comerciales de su empresa y había tenido que volver a Sylt para hacerse cargo de su restaurante. Su madre había insistido en que ella era más que capaz de cuidar de sí misma, pero Fabel quería verla para estar seguro.

Se levantó y se sentó un momento en el borde de la cama. Daba la impresión de que donde fuera que mirase había muchísimas cosas que exigían su atención. Al menos había cubierto la brecha en su equipo, pero incluso eso estaba causando problemas. Anna estaba explicándole el funcionamiento a Henk Hermann, pero las poco ortodoxas estrategias de reclutamiento de Fabel siempre habían molestado a los burócratas dentro de la Polizei de Hamburgo. Técnicamente tendría que haber sido fácil sacar a Hermann de las filas de la SchuPo uniformada; como Polizeikommissar, Hermann ya había pasado por el entrenamiento requerido en la Landespolizeihochschule, junto al Präsidium. Pero a la rama uniformada de Hamburgo siempre le faltaban agentes, y Fabel sabía que le costaría bastante transferir a Hermann a la Kriminalpolizei de manera permanente. Hasta entonces, Fabel había trasladado «temporalmente» a Hermann a la Mordkommission hasta que el caso estuviera resuelto, momento en el cual Hermann podría incorporarse mediante el procedimiento habitual. Siempre había un período de tensión cuando un equipo nuevo comenzaba a conocerse y a Fabel también le preocupaba la manera en que Anna Wolff reaccionaría a la idea de un nuevo compañero. En muchos aspectos Anna era la más difícil de controlar del grupo, por esa impulsividad que había quedado claramente demostrada en su veloz persecución de Olsen en motocicleta. Por otra parte, Fabel tampoco intentaba desalentar mucho esa característica de Anna, puesto que ese enfoque intuitivo e impulsivo con frecuencia le daba una perspectiva sobre los casos que a los otros se les escapaba. Pero necesitaba un contrapeso y, hasta su muerte, Paul Lindemann había cumplido ese propósito. Aunque incluso en aquella relación hubo fricciones al principio. Fabel albergaba esperanzas de que ahora que Anna era más experimentada y más madura la transición con Henk Hermann fuera más fácil. Pero teniendo en cuenta su hosca reacción a la noticia del reclutamiento de Hermann, se daba cuenta de que tendría que tener una conversación seria con ella. Nadie era más importante que el equipo.

Había muchos aspectos de ese caso que Fabel sentía que se le iban de las manos. Olsen parecía haber desaparecido de la faz de la tierra; llevaba ya una semana evadiendo el arresto. Los primeros tres asesinatos habían despertado el típico interés de los medios, en especial el doble homicidio en el Naturpark. Pero todo había cambiado con el asesinato de Laura von Klostertadt. En vida, Laura tenía un alto estatus social, celebridad y belleza. Como víctima de un homicidio, esos elementos se habían combinado como una especie de fisión nuclear que estalló hasta convertirse en la noticia principal de los medios de prensa de Hamburgo. Por lo tanto, y como era inevitable, la férrea seguridad con que Fabel había intentando rodear el caso se había puesto en peligro. El sospechaba que sus temores de que Van Heiden transmitiera tanta información a Ganz ya se habían justificado. No era que Ganz quisiera avivar las llamas de la opinión pública, pero estaba demostrando ser poco juicioso a la hora de escoger confidentes. La verdad era que la filtración podría haberse producido a través de cien fuentes diferentes. Fuera cual fuese el origen, pocos días antes Fabel había sintonizado las noticias en la televisión y había visto el anuncio de que la Polizei de Hamburgo estaba persiguiendo al «Märchenmörder», el «Asesino de los Cuentos de Hadas». Al día siguiente vio cómo entrevistaban a Gerhard Weiss en el Hamburger journal de la NDR. Al parecer las ventas del libro de Weiss se habían disparado de la noche a la mañana y ahora él estaba anunciando al público que la Polizei de Hamburgo ya le había pedido consejo sobre los últimos homicidios.

Fabel se puso de pie, salió del dormitorio y pasó a la sala. Los ventanales de su apartamento enmarcaban el resplandeciente paisaje nocturno del lago Aussenalster y, más allá, las luces de Uhlenhorst y Hohenfelde. Incluso a esa hora, pudo ver el recorrido de los faros de una pequeña embarcación que cruzaba el Alster. Esa vista siempre conseguía calmarlo. Pensó en Laura von Klostertadt, nadando hacia su propia vista panorámica. Pero mientras Fabel adoraba ese paisaje, porque le daba una sensación de conexión con la ciudad que lo rodeaba, Laura había gastado una fortuna en una arquitectura de lejanía, creando una panorámica del cielo y desconectándose del entorno, distanciándose de la gente. ¿Qué era lo que había hecho que una joven tan bella e inteligente se aislara de esa manera?

Fabel imaginó a Laura, nadando hacia el cielo; aquel cielo nocturno enmarcado por esos inmensos ventanales. Pero sólo pudo verla a ella. Sola. Todo lo que había en su casa sugería aislamiento, un retiro de una vida delante de las cámaras y de la opinión pública. Una mujer hermosa y solitaria haciendo olas pequeñas y silenciosas en las sedosas aguas mientras nadaba hacia el infinito. Nadie más. Pero alguien más tuvo que haber estado allí, en el agua, junto a ella. La autopsia había revelado que se había ahogado en aquella piscina, y los moretones inmediatos post mórtem daban a entender que la habían sujetado debajo del agua. Möller, el patólogo, había sugerido que había sido una sola mano, que los moretones correspondían a un pulgar extendido de un lado y al apretón de los dedos del otro. Pero había aclarado que tenía que haber sido una mano inmensa.

Manos grandes. Como las de Olsen. Pero también como las de Gerhard Weiss.

«¿Quién ha sido, Laura? ¿Quién estaba en la piscina contigo? ¿Por qué aceptaste compartir el aislamiento que habías construido tan cuidadosamente?» Fabel contempló el paisaje que se extendía ante él mientras formulaba en su cabeza preguntas a una mujer muerta; su familia no había podido contestarlas. Fabel visitó a sus padres en su enorme finca en los Altes Land. Fue una experiencia perturbadora. Hubert, el hermano de Laura, estuvo presente y presentó a Fabel a sus padres. Peter von Klostertadt y su esposa Margarethe fueron el epítome de la frialdad aristocrática. Peter, sin embargo, parecía un poco ajado; la combinación del desfase horario y de la pena se le notaba en los ojos y en el embotamiento de sus acciones. Pero Margarethe von Klostertadt mantuvo una compostura helada. Su falta de emoción le recordó a Fabel las primeras impresiones que había tenido de Hubert. Estaba claro que Laura había heredado su belleza de su madre, pero en el caso de Margarethe se trataba de una belleza dura, inflexible y cruel. Tal vez tuviera poco más de cincuenta años, pero su figura y la firmeza de su piel habrían causado la envidia de una mujer de la mitad de su edad. Fabel tuvo la sensación de que los trataba a Maria y a él con una especie de estudiada altanería, hasta que se dio cuenta de que, incluso en reposo, sus rasgos siempre tenían la misma expresión, como una máscara. Aquella mujer le cayó mal desde el momento en que la vio. También le perturbó lo poderoso que era su atractivo sexual. El encuentro no le sirvió para mucho, tan sólo para apuntar a Fabel en la dirección de Heinz Schnauber, el agente de Laura, quien probablemente había sido su confidente más íntimo y que estaba totalmente devastado por la muerte de Laura. Lo que, según la descripción de Margarethe von Klostertadt, era previsible.

Fabel percibió la presencia de Susanne a sus espaldas. Ella le rodeó la cintura con los brazos y descansó el mentón sobre su hombro mientras compartía la vista sobre el Alster, y él sintió el calor de ese cuerpo femenino contra su espalda.

– Lo siento -dijo él con su voz de las tres de la mañana-. No quería despertarte.

– Está bien. ¿Qué ocurre? ¿Otra pesadilla?

Él volvió la cabeza y la besó.

– No. Tan sólo cosas que se me ocurren.

– ¿Qué?

Fabel se dio la vuelta, la tomó en sus brazos y le dio un largo beso en los labios. Luego dijo:

– Me gustaría que vinieras a Norddeich conmigo. Me gustaría que conocieras a mi madre.

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