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Jueves, 22 de abril. 21:30 h


POLIZEIPRÄSIDIUM, HAMBURGO


Fabel estaba de pie frente al tablero de la investigación, apoyándose en la mesa que tenía delante. Miraba el tablero pero no encontraba lo que quería, lo que necesitaba ver allí. Werner era la única otra persona en el despacho y estaba sentado a una esquina de la mesa. Sus amplios hombros estaban encorvados y su rostro tenía un tono pálido, que exageraba la nitidez de los moretones de su cabeza.

– Creo que te conviene parar por hoy -dijo Fabel-. El primer día de regreso, y esas cosas.

– Me encuentro bien -dijo Werner, pero sin mucha convicción.

– Hasta mañana. -Fabel observó cómo Werner se marchaba y luego se volvió hacia el tablero. El asesino se había referido al hecho de que Jakob Grimm había obtenido conocimientos folklóricos de Dorothea Viehmann. Había dicho que él había tenido una experiencia similar. ¿Con quién? ¿Quién le había transmitido los relatos a él?

Examinó las imágenes de Weiss, Olsen y Fendrich que había colocado en el tablero. Mujeres ancianas. Madres. Weiss tenía una influyente madre italiana. Fabel no sabía nada sobre los progenitores de Olsen, pero estaba claro que Fendrich sí había mantenido una relación cercana con su madre hasta la muerte de ésta. Que se había producido poco antes de que comenzaran los asesinatos. Al parecer Weiss y Olsen ya no encajaban con las sospechas de Fabel, de modo que sólo le quedaba Fendrich. Pero apenas uno lo analizaba en detalle, no tenía el menor sentido. Fabel miró a los tres hombres. Tres hombres tan diferentes entre sí como era posible. Y parecía que ninguno de ellos era el que buscaba. En ese momento percibió la presencia de Anna Wolff a su lado.

– Hay una conexión. -La voz de Anna estaba tensa, con un entusiasmo contenido-. Olsen reconoció a Ungerer. Sabe quién es.


Olsen seguía sentado a la mesa de la sala de interrogatorios pero su actitud, todo su lenguaje corporal, había cambiado. Estaba entusiasmado, casi agresivo. Su abogado, sin embargo, no parecía tan alegre. Después de todo, ambos habían tenido que enfrentarse a la tenacidad de la pequeña Anna Wolff durante casi cuatro horas.

– Espero que se dé cuenta, Herr Kriminalhauptkommissar, de que si mi cliente trata de ayudarlo con su investigación se arriesga a incriminarse todavía más.

Fabel asintió con un gesto de impaciencia.

– Veamos qué tiene que decir Herr Olsen sobre su relación con Herr Ungerer.

– Yo no tenía ninguna relación con Ungerer -dijo Olsen-. Sólo lo he visto un par de veces. Era un vendedor. Un capullo que se pasaba el día haciendo la pelota a la gente.

– ¿Dónde lo viste? -preguntó Anna.

– En la Backstube Albertus. El vendía equipamiento para panaderías, algo italiano, muy sofisticado. Lo último de lo último. Llevaba meses persiguiendo a Markus Schiller, tratando de convencerlo de que comprara hornos nuevos. Él y Schiller se llevaban muy bien: dos bastardos pelotilleros juntos. Ungerer siempre invitaba a Schiller a comer, corriendo con todos los gastos, esa clase de cosas. Pero estaba tratando de convencer a la persona equivocada. La que decidía era la esposa de Schiller; ella tomaba las decisiones, manejaba el dinero y, por lo que me parece, era la que tenía las pelotas en esa relación.

– ¿Exactamente dónde y cuándo dices que lo viste?

– Sólo lo vi un par de veces cuando fui a buscar a Hanna a la panificadora.

– Pareces haber reunido bastante información sobre él, considerando que sólo lo viste de pasada.

– Hanna me lo contó todo. Él nunca le quitaba los ojos de encima. Cada vez que iba. Estaba casado y todo pero tenía fama de perseguir a las chicas. Era un pervertido, según la descripción de Hanna.

– ¿Nunca hablaste con él directamente?

– No. Sí que tuve ganas de… de tener una breve charla con él, si entiende a lo que me refiero. Pero Hanna me dijo que lo dejara estar. De todas maneras ella ya se había quejado a su jefe sobre Ungerer.

– Pero ¿Hanna no tuvo nada que ver con él, dentro o fuera del trabajo?

– No. Me dijo que él le ponía los pelos de punta, por la forma en que la miraba. Mire, yo jamás podría ver ninguna diferencia entre Ungerer y Markus Schiller. Los dos eran unos capullos falsos. Pero supongo que Hanna sí.

Fabel, que había dejado que Anna hiciera todas las preguntas hasta ese momento, se inclinó hacia delante en su silla.

– Peter, tú eres la conexión entre tres de las cinco víctimas de los asesinatos… -Buscó entre las fotografías que había sobre la mesa y colocó las imágenes de Paula Ehlers, Martha Schmidt y Laura von Klostertadt delante de Olsen-. ¿ Alguna de estas personas significa algo para ti? -Añadió nombres y lugares a las caras.

– La modelo. La conozco. Quiero decir, sé quién es, porque era famosa y todo eso. Pero no. No conozco a ninguna de las otras.

Fabel observó a Olsen mientras hablaba. O bien decía la verdad o era un mentiroso muy astuto. Y no creía que Olsen fuera tan hábil. El comisario dio las gracias a Olsen y a su abogado e hizo que Olsen volviera a su celda.

Se quedó en la sala de interrogatorios con Anna. Tenían una conexión. Al menos había una línea que podían seguir. La frustración era no poder encontrar el siguiente eslabón, la siguiente conexión que los llevaría más cerca de su presa.

Fabel telefoneó a su madre. Después de hablar con ella durante un minuto pidió que le pasara a Susanne. Le explicó a ella que le había mandado una copia de la carta al Institut für Rechtsmedizin, pero además se la resumió por teléfono, poniendo énfasis en la mención de Dorothea Viehmann y la firma del Märchenbruder y explicándole lo que Weiss le había dicho sobre esos dos elementos.

– Hay una posibilidad, supongo -dijo Susanne-. Podría ser que una madre o alguna otra mujer mayor sea o fuera una figura dominante dentro del contexto del asesino. Pero, de la misma manera, la referencia al Märchenbruder podría sugerir que un hermano ha desempeñado un papel importante en su vida, que ahora él le está transfiriendo a Weiss. Examinaré la carta en detalle el miércoles, cuando regrese, pero no creo que pueda sacarle mucho más. -Hizo una pausa-. ¿Tú te encuentras bien? Suenas cansado.

– Es sólo el viaje hasta aquí y la falta de sueño que me está afectando -dijo Fabel-. ¿Te estás divirtiendo?

– Tu madre es maravillosa. Y Gabi y yo estamos conociéndonos bastante. Pero te echo de menos.

Fabel sonrió. Era agradable que a uno lo echaran de menos.

– Yo también te echo de menos, Susanne. Nos veremos el miércoles -dijo.

Después de colgar se volvió hacia Anna, que estaba sonriendo de una manera que decía «Oh… qué dulce». Fabel no prestó atención a la sonrisa.

– Anna… -Su tono era contemplativo, como si la pregunta aún no estuviera del todo formada cuando él comenzó a hablar-. ¿Sabes si la madre de Fendrich está muerta?

– Sí.

– ¿Cómo lo sabes?

– Bueno… porque él me lo ha dicho. No lo verifiqué oficialmente… Quiero decir, ¿por qué mentiría? -Anna hizo una pausa, como si estuviera procesando la idea. Luego algo agudo brilló a través del cansancio de sus ojos-. Lo comprobaré, chef.

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