54

Viernes, 23 de abril. 10:15 h

Hamburg Hafen, Hamburgo


Maria, Werner, Henk Hermann y los dos oficiales trasladados del SoKo, el departamento de delitos sexuales, llegaron al puesto Schnell-Imbiss de Dirk Stellamann, en el muelle, unos diez minutos después de Fabel y Anna. El cielo se había nublado y el aire parecía denso, pesado, con una tensión que sólo podía aliviarse con el estallido de una tormenta. Detrás y a los lados de la inmaculada caseta y su puñado de mesas cubiertas con sombrillas, se cernía un bosque de grúas de astilleros contra un cielo gris metalizado. Dirk, ex miembro de la SchuPo de Hamburgo, era frisón como Fabel, y los dos charlaron brevemente en su lengua natal antes de que Fabel pidiera café para su equipo.

Se acomodaron en torno a un par de las mesas altas y mencionaron como de pasada el aspecto poco prometedor del cielo y la probabilidad de que pudieran terminar el café antes de que empezara la tormenta. Luego Fabel fue directo al grano.

– ¿Qué significa esto? Aparece otra víctima, asesinada de la misma manera, pero la encontramos sobre la tumba de la madre de uno de nuestros sospechosos, aunque como sospechoso no es muy firme. Me gustaría oír vuestras opiniones al respecto.

– Bueno -dijo Anna-. Al menos me ahorró el trabajo de llamar a la oficina de registros para verificar si la madre de Fendrich estaba realmente muerta. Las autoridades del Friedhof confirmaron que Emelia Fendrich sí fue enterrada hace seis meses y la dirección que tenían es la del domicilio de su hijo, en Rahlstedt.

Henk hizo un gesto de asentimiento. Rahlstedt estaba cerca del Friedhof, en el límite de Ohlsdorf.

– Entonces ¿qué hacemos? -preguntó-. ¿Traemos a Fendrich para interrogarlo sobre este último asesinato?

– ¿Con qué argumento? -Anna hizo una mueca cuando bebió un sorbo demasiado caliente de café-. ¿Que su madre realmente está muerta y que por lo tanto no nos mintió?

Henk restó importancia al sarcasmo de Anna encogiéndose de hombros.

– Bueno, supongo que podría ser una coincidencia. Pero haz tú misma las cuentas: doscientas ochenta mil tumbas posibles en las que dejar el cuerpo, y éste aterriza justo sobre una ocupada por la madre de uno de los tres sospechosos. Y sabemos que este tipo se comunica con nosotros a través de cada elemento que deja en estos escenarios.

– Como mínimo, tendremos que hablar con Fendrich -dijo Maria-. Necesitamos verificar su paradero una vez que confirmemos la hora exacta de la muerte.

– Holger Brauner consiguió sonsacarle una hora aproximada a nuestro estimado patólogo, Herr Doktor Möller, cuando éste llegó al escenario -dijo Fabel-. Entre las ocho y las doce de la noche. Y es cierto: necesitamos saber dónde se encontraba Fendrich en ese lapso. Pero tenemos que ser extremadamente diplomáticos cuando lo encaremos. No quiero que empiece a gritar nada sobre acoso policial.

– Yo me ocuparé de ello -dijo Anna. Todos la miraron fijamente-. ¿Qué? Puedo ser diplomática.

– De acuerdo -dijo Fabel, añadiendo una deliberada carga de duda en su tono-. Pero no te pases.

– ¿Por qué no? -preguntó Henk-. Fendrich tiene que estar en el primer lugar de la lista ahora. Quiero decir, si el cuerpo apareció sobre la tumba de su madre…

– No necesariamente -dijo Anna-. La desaparición de Paula Ehlers salió publicada en todas partes. No es ningún secreto que a Fendrich lo entrevistó la policía. Tenemos que recordar que es muy probable que este asesino haya secuestrado y matado a Paula. De modo que habrá estado al tanto de los acontecimientos que se produjeron después del secuestro. De todas maneras, puedo aseguraros ahora mismo que Fendrich no tendrá ninguna coartada.

– ¿Por qué? -preguntó Fabel.

– Porque no sabe que le hace falta. Y porque es un tipo solitario.

Fabel sorbió su café y miró al cielo. La lámina color gris acero estaba manchada de nubes más oscuras. Sintió que la presión del aire se manifestaba bajo la forma de un desagradable dolor en sus sienes, lo que siempre le pasaba antes de una tormenta.

– Tú crees que Fendrich no es responsable de esto, ¿verdad, Anna?

– No me parece que su relación con Paula Ehlers fuera del todo limpia, pero no. El no es el que buscamos.

Fabel se masajeó la frente con el pulgar y el índice.

– Creo que tienes razón. Creo que nos están desviando adrede. Todo lo que este tipo hace está conectado. Cada asesinato relaciona un cuento de hadas con otro. Está bailando con nosotros. Pero él es quien marca el paso. Hay orden en lo que hace. Es tan organizado como creativo, y lo tiene todo planeado desde hace mucho tiempo. Tengo la sensación de que estamos acercándonos al final. Comenzó con Paula Ehlers, de quien no nos proporcionó ningún dato, sino que usó la identidad de la chica para el segundo asesinato, tres años más tarde. Luego, con Martha Schmidt, la chica de Blankenese, lo único que nos dio fue una identidad falsa. No fue hasta el asesinato de Laura von Klostertadt cuando nos dimos cuenta de que había ubicado a Martha Schmidt «debajo» de Laura. Y ha seguido así, siempre dándonos un poco más. Quiere que adivinemos lo que hará a continuación, pero necesita tiempo para hacerlo. Por eso está tratando de que nos fijemos en Fendrich.

– ¿Y si te equivocas, chef? -Werner apoyó los codos sobre la mesa del Schnell-Imbiss-. ¿Y si resulta que Fendrich sí es nuestro hombre y quiere que lo paremos? ¿Y si nos está diciendo que él es el asesino?

– Entonces Anna averiguará la verdad cuando ella y Hermann lo interroguen.

– Preferiría ir sola, chef -dijo Anna. Henk Hermann no pareció ni sorprendido ni enfadado.

– No, Anna -dijo Fabel-. Fendrich sigue siendo un sospechoso y tú no vas a entrar sola a su casa.

– No te preocupes, Frau Wolff-dijo Henk-. No abriré la boca durante la entrevista.

– Mientras tanto -continuó Fabel-, necesitamos analizar los mensajes que este tipo está enviándonos. -El cielo relampagueó detrás de la nube, en algún lugar hacia el norte. Pasaron varios segundos hasta que los primeros ecos duros y estruendosos del trueno llegaron hasta ellos-. Creo que deberíamos volver al Präsidium.


Lo primero con que Fabel se encontró a su regreso al Präsidium era la orden de que se presentara en el despacho del Kriminaldirektor Horst van Heiden. No le sorprendió. Los medios ya estaban publicando titulares o presentando noticias principales sobre «el asesino de los cuentos de hadas», y Fabel sabía que los periodistas y los fotógrafos ya habían empezado a sortear el Presseabteilung y estaban acosando a Van Heiden directamente. Un equipo de televisión llegó a interceptar al Kriminaldirektor cuando éste estaba volviendo a su casa desde el Präsidium, algo impensable incluso diez años antes. El «modelo anglosajón» parecía estar adquiriendo una fuerza cada vez mayor en Alemania, apartándola de su tradición de cortesía y respeto. Y, como siempre, los medios representaban la vanguardia de los cambios. Van Heiden estaba furioso y necesitaba echar la culpa a alguien. Cuando entró en el despacho del Kriminaldirektor, Fabel se preparó para lo peor.

Pero resultó que en realidad Van Heiden estaba más desesperado por alguna noticia buena que enfadado. Fabel se recordó a sí mismo en el último escenario del crimen, casi rogándole a Holger Brauner que produjera alguna pista. Van Heiden no estaba solo en su oficina cuando Fabel llegó. También se encontraba allí el Innensenator Hugo Ganz, así como el Leitender Oberstaatsanwalt Heiner Goetz, el fiscal de Hamburgo. Goetz se puso de pie, le dirigió una cálida sonrisa a Fabel cuando éste entró y le estrechó la mano. Fabel había cruzado su espada con la de Goetz en numerosas ocasiones, en especial porque Goetz era un fiscal tenaz y metódico que se negaba a tomar atajos. A pesar de las ocasionales frustraciones que le había hecho sentir a Fabel, entre los dos habían conseguido unas cuantas condenas importantes y habían cultivado un fuerte respeto mutuo y algo que se acercaba a la amistad.

Ganz también estrechó la mano de Fabel, aunque de una manera significativamente menos cálida. «Vaya -pensó Fabel- la luna de miel ha terminado.» Supuso que la visita a Margarethe von Klostertadt había molestado a ¡os sentimientos aristocráticos de ésta y que Ganz había recibido una llamada. Tenía razón.

– Herr Hauptkommissar -intervino Ganz antes incluso de que Heiden pudiera hablar-. Entiendo que usted tomó la decisión de volver a entrevistar a Frau Von Klostertadt, ¿verdad?

Fabel no respondió, sino que miró con una expresión de interrogación a Van Heiden, quien guardó silencio.

– Estoy seguro de que usted puede comprender -continuó Ganz- que éste es un momento muy angustioso para la familia Von Klostertadt.

– También es un momento muy angustioso para las familias Schmidt y Ehlers. Pero me parece que usted no tiene ningún problema en que vuelva a entrevistarlos a ellos.

La cara rosada de Ganz se puso todavía más rosada.

– Escúcheme, Herr Fabel, ya le he explicado que soy amigo de la familia Von Klostertadt desde hace ya mucho tiempo…

Fabel lo interrumpió.

– Y yo tengo que decirle que eso no me interesa en absoluto. Si usted ha venido aquí en calidad de Innensenator de Hamburgo y desea discutir este caso objetivamente y a fondo, entonces estaré encantado en hacerlo. Pero si ha sido enviado aquí porque la aristocrática sensibilidad de Frau Von Klostertadt se ha visto alterada porque he tenido que hacerle algunas preguntas personales sobre su hija, entonces le sugiero que se retire de inmediato.

Ganz contempló a Fabel con algo cercano a la furia en sus ojos. Una furia impotente, porque no podía negar lo que Fabel acababa de decir. Se puso de pie, se volvió hacia Van Heiden y bramó:

– Esto es escandaloso. No voy a quedarme aquí para que uno de tus agentes subalternos venga a darme lecciones de protocolo.

– Herr Erster Hauptkommissar Fabel no es precisamente un oficial subalterno -fue lo único que dijo Van Heiden. Ganz agarró su maletín y salió corriendo del despacho.

– Por el amor de Dios, Fabel -dijo Van Heiden cuando Ganz ya se había marchado-. Podrías, por lo menos, tratar de facilitarme las cosas. No es conveniente para la Polizei de Hamburgo que te pelees con el Innensenator de la ciudad.

– Lo siento, Herr Kriminaldirektor, pero lo que dije era cierto. Ganz ha sido enviado aquí porque yo averigüé que Laura von Klostertadt abortó hace diez años, a instancias de, para ser honesto, la perra insensible de su madre. Había quedado embarazada de Leo Kranz, el fotógrafo. Pero antes de que se hiciera famoso, de modo que no aparecía en el radar social de Margarethe von Klostertadt.

– ¿Cree que es un dato relevante? -preguntó Heiner Goetz.

– No directamente. Pero sí podría sugerir que el asesino tenía un conocimiento cercano de la familia Von Klostertadt. Porque toda la historia de Rapunzel tiene que ver con embarazos y con ilegitimidad. Y me reservo el derecho de seguir todas las pistas y cualquiera de ellas.

– Comprendido, Herr Fabel -dijo Van Heiden melancólicamente-. Pero tal vez podrías tratar de distinguir entre los sospechosos y los políticos de alto rango de Hamburgo en lo que respecta a cómo te acercas a la gente. A propósito, ¿qué sabemos de este último asesinato? Todo este asunto se está convirtiendo rápidamente en la noticia número uno de Hamburgo.

Fabel resumió todo lo que se sabía hasta el momento, incluyendo la elección de la tumba que había hecho el asesino y las razones por las que Fabel suponía que era una cortina de humo deliberada.

– Creo que tienes razón en no ser demasiado agresivo con Fendrich -dijo Heiner Goetz-. He hablado con el Staatsanwaltschaft de Schleswig-Holstein. Nunca tuvieron nada contra Fendrich salvo la sospecha de un agente de policía. No quiero que esto termine con él persiguiéndonos por los tribunales por acoso policial.

Van Heiden se reclinó en la silla y apoyó las manos, con los dedos estirados y los brazos cruzados, sobre la amplia superficie de madera de cerezo de su escritorio. Era una postura intensa, como si estuviera a punto de realizar una acción física muy dinámica. Miró a Fabel, pero era como si estuviera en otro momento y lugar.

– Cuando era pequeño, me encantaban los cuentos de los hermanos Grimm. El pájaro que habla, el árbol que canta, esa clase de cosas. Creo que lo que más me atraía era que siempre parecían mucho más oscuros que los cuentos de hadas habituales. Más violentos. Por eso a los niños les gustaban. -Van Heiden se inclinó hacia delante-. Tienes que encontrarlo, Fabel. Y pronto. Al ritmo que está matando este maníaco, no podemos darnos el lujo de tardar varias semanas o meses en arrestarlo. Esto está creciendo demasiado rápido.

Fabel negó con la cabeza.

– No… No está creciendo, Herr Kriminaldirektor. No hay frenesí aquí. Todos estos asesinatos han sido planeados en detalle, posiblemente con años de anticipación. Él trabaja con un calendario preestablecido.

Fabel dejó de hablar, pero su tono daba a entender que no había dicho todo lo que tenía que decir. Van Heiden lo captó.

– De acuerdo, Fabel, suéltalo.

– Es sólo una sensación que tengo. Otra razón por la que debemos atraparlo pronto. Creo que lo que hemos visto hasta ahora es sólo el preludio. Tengo la sensación de que está preparando algo realmente grande. Un final. Algo espectacular.

Una vez de regreso en su oficina, Fabel volvió a coger el bloc de dibujo. Dio la vuelta a la página en la que había resumido el estado de la investigación hasta la fecha y empezó una nueva. El papel en blanco lo miró invitándolo a volcar en él un nuevo proceso de deducción. En la parte superior apuntó los nombres de cada uno de los cuentos de hadas que el asesino había imitado hasta el momento. Debajo, escribió palabras que él relacionaba con cada cuento. Como había previsto, cuanto más se acercaba al homicidio más reciente, el de Caperucita Roja, más cosas escribía: temas, nombres, relaciones. Abuela. Madrastra. Madre. Bruja. Lobo. Todavía estaba avanzando por los cuentos cuando sonó el teléfono de su escritorio.

– Hola, chef. Soy Maria. ¿Podrías venir a verme al Instituí für Rechtsmedizin? La Wasserschutzpolizei acaba de sacar un cuerpo del Elba. Ah, chef, yo que tú cancelaría cualquier cita para almorzar.

Cualquiera que muera en Hamburgo sin cita previa va a parar al depósito de cadáveres del Institut für Rechtsmedizin. Todas las muertes repentinas sin certificado de defunción por parte de un médico se recogen en ese edificio. Un cuerpo al que se le ha agregado un peso y arrojado al Elba es un candidato principal para obtener alojamiento.

Tan pronto Fabel entró en el depósito, sintió la acostumbrada carga de repugnancia y temor. Aquel olor. No sólo el olor de la muerte, sino del desinfectante, del limpiador de suelos; un cóctel nauseabundo que nunca era abrumador pero que siempre estaba presente. Un asistente hizo pasar a Fabel y Maria y al Kommissar de la lancha patrulla de la Wasserschutzpolizei que había encontrado el cuerpo al frío depósito, revestido de gabinetes de acero. Fabel notó con inquietud que el policía portuario daba la decidida impresión de no querer avanzar cuando se acercaron al sitio en el que el asistente se detuvo y apoyó las manos sobre el tirador del gabinete correspondiente. Aquel policía, desde luego, ya había visto el cuerpo cuando lo sacaron del río y estaba claro que no le hacía ninguna gracia tener que volver a mirarlo de frente.

– Este huele bastante mal. -El asistente esperó un momento a que todos registraran la advertencia; luego hizo girar el pomo, abrió la puerta y deslizó hacia fuera la bandeja de metal que sostenía el cuerpo. Un fuerte hedor los inundó en una oleada nauseabunda.

– ¡Mierda! -Maria dio un paso atrás y Fabel percibió que el Wasserschutz Polizeikommissar se tensaba a sus espaldas. Por su parte, él mismo debió esforzarse por controlar su repulsión, y su estómago, que se revolvió pesadamente ante la visión y el olor del cadáver que tenía delante.

Había un hombre desnudo sobre la bandeja. Tendría cerca de un metro setenta y cinco de estatura. Era difícil decir cuál había sido su complexión, incluso su etnia, porque el cuerpo se había distendido y había perdido su color en el agua. La mayor parte del hinchado torso estaba cubierto de complicados tatuajes que habían empalidecido ligeramente al estirarse a través de la piel hinchada y llena de manchas. Consistían, en su mayoría, en dibujos y diseños intrincados, en lugar de las habituales mujeres desnudas, corazones, calaveras, dagas y dragones. Una profunda hendidura le recorría todo el contorno del torso hinchado, corno una inmensa arruga, y la piel, demasiado tensa, se había roto. El muerto tenía el pelo largo, que estaba poniéndose gris, apartado de la frente y atado atrás en una coleta.

Le habían cortado la garganta. Fabel vio vestigios de un tajo recto en la parte lateral, aunque en el resto del corte la piel y la carne parecían desgarradas.

Pero el verdadero horror se encontraba en la devastación que había sufrido su rostro. La carne alrededor de las cuencas de los ojos y la boca estaba arrancada y rasgada. Podía verse el brillo de los huesos a través de las tiras de piel violeta y carne rosada. Los dientes de la víctima sonreían en una mueca sin labios.

– Dios mío… ¿Qué demonios le ha pasado a la cara? -preguntó Fabel.

– Anguilas -dijo el Wasserschutz Kommissar-. Siempre buscan las heridas en primer lugar. Por eso creo que le quitaron los ojos antes de arrojarlo al agua. Las anguilas se encargaron del resto. Sencillamente, encontraron la entrada más fácil a la cabeza y una importante fuente de proteínas. Lo mismo con la herida de la garganta.

Fabel recordó haber leído, en El tambor de hojalata de Günter Grass, la historia de un pescador que usaba la cabeza de un caballo muerto para pescar anguilas, y la sacaba del agua con las cuencas de los ojos rebosantes de esa clase de pez. De pronto imaginó el momento en que habrían izado al muerto, con las anguilas agarradas a su preciosa fuente de alimento, y sintió que su náusea se intensificaba. Cerró los ojos un momento y se concentró en mantener a raya la sensación de que algo le subía en el pecho antes de volver a hablar.

– La deformación alrededor del torso. ¿Tiene alguna idea de qué la causó?

– Sí -dijo el Kommissar portuario-. Tenía una cuerda atada muy fuerte en torno al cuerpo. Recuperamos una buena parte. Suponemos que le añadieron un peso antes de tirarlo al agua. Da la impresión de que la cuerda se rompió o el peso se separó de alguna manera. Eso es lo que lo trajo a la superficie.

– ¿Y él estaba así? ¿Desnudo?

– Sí. Sin ropa, sin carné de identidad, nada.

Fabel hizo un gesto hacia el asistente, quien deslizó el cadáver de vuelta en el gabinete y cerró la puerta. Su espíritu seguía presente en el depósito bajo la forma del hedor de la putrefacción.

– Si no les molesta -les dijo a los otros dos agentes-, creo que deberíamos salir.

Fabel hizo pasar a Maria y al policía portuario hacia el aire libre del aparcamiento. Nadie dijo palabra hasta que llegaron a un espacio abierto y cada uno de ellos respiró profundamente, como para limpiarse.

– Por Dios, qué duro -dijo Fabel por fin. Abrió su teléfono móvil y llamó a Holger Brauner. Le explicó el hallazgo y le pidió que efectuara una verificación de ADN para ver si el otro par de ojos que habían encontrado en el Friedhof concordaba con el cuerpo del río. Después de colgar, le dio las gracias al policía portuario. Cuando estuvieron solos, se volvió hacia Maria.

– ¿Sabes lo que significan la cuerda y el peso añadido?

– Sí -respondió ella-. Que no estaba previsto que encontrásemos a éste.

– Exacto. Supongamos por un momento que este cuerpo concuerda con el par de ojos. Eso convertiría a la víctima en nada más que un donante; lo mataron solamente por los ojos.

– Supongo que es posible.

– Tal vez. Pero ¿tener un segundo par de ojos para «posar sobre Gretel» mejora tanto el retablo? ¿Por qué no usó los ojos de Ungerer? O, si vas a poner más de un par de ojos, ¿por qué sólo uno más? ¿Por qué no media docena?

Maria frunció el ceño.

– ¿Qué quieres decir?

– Simplemente, esto. Estoy en el mismo lugar que cuando Olsen era nuestro principal sospechoso: podíamos achacarle un motivo para matar a Grünn y a Schiller, pero no conseguíamos relacionarlo con ninguno de los otros. -Señaló el Instituí für Rechtsmedizin con un movimiento de la cabeza-. Aquel hombre no murió sólo por los ojos. Fue asesinado por una razón. Es un desvío que nuestro hombre se vio obligado a tomar. Y por eso no quería, o no necesitaba, que encontráramos el cuerpo.

– ¿Por qué? -El ceño de Maria siguió fruncido-. ¿Por qué tuvo que matar a este tipo?

– Tal vez porque la víctima sabía quién era el autor de los asesinatos. O tal vez sencillamente porque poseía una información que el asesino no quería que llegara hasta nosotros. -Fabel apoyó las manos sobre la cintura y levantó la cara hacia el cielo gris. Cerró los ojos y volvió a frotarse la frente-. Haz que los tipos del SpuSi traten de conseguir alguna huella digital decente y que tomen fotografías de los tatuajes. No me importa si tenemos que visitar a todos los tatuadores de Hamburgo… Hemos de averiguar su identidad.


Cuando regresaban al Präsidium, la tormenta, que había amenazado con descargarse todo el día en ese clima pesado, estalló.

Загрузка...