Capítulo 10

Mientras siguen las airadas protestas de la rubia de la puerta, Richard Curry entra en el auditorio. Docenas de cabezas se giran en la parte posterior de la sala. La mirada de Curry recorre la audiencia y enseguida se dirige al escenario.

– Este libro -continúa Taft al fondo, totalmente ajeno a la conmoción- es quizás el más grande misterio de la impresión occidental.

De todas partes surgen miradas incómodas que escrutan al intruso. El aspecto de Curry es desordenado: la corbata suelta, la americana en la mano, la mirada dislocada en sus ojos. Paul comienza a abrirse paso a través de una pequeña multitud de estudiantes.

– Fue publicado por la imprenta más famosa de toda la Italia renacentista, pero incluso la identidad de su autor sigue debatiéndose fuertemente.

– ¿Qué hace ese tipo? -susurra Charlie.

Gil sacude la cabeza.

– ¿No es Richard Curry?

Ahora Paul está en la fila posterior, tratando de llamar la atención de Curry.

– Muchos lo consideran no sólo el libro más malinterpretado del mundo, sino también, acaso superado sólo por la Biblia de Gutenberg, el más valioso.

Paul se detiene junto al hombre. Le pone una mano sobre la espalda, casi con cautela, y le dice algo en voz baja, pero el viejo niega.

– He venido -dice Curry, en voz tan alta que la gente de la primera fila se da la vuelta para echar un vistazo- para dar mi opinión.

Taft ha dejado de hablar. Todos los espectadores miran al extraño. Curry se pasa una mano por el pelo. Mirando desafiante a Taft, vuelve a hablar.

– ¿El lenguaje de la violencia? -Dice con voz aguda y desconocida-. Yo ya he escuchado esta conferencia. Hace treinta años, Vincent, cuando me tenías por un espectador. -Se gira hacia el público y abre los brazos, dirigiéndose a todos los presentes-. ¿Os ha hablado de san Lorenzo? ¿De san Quintín? ¿De san Elmo y el cabrestante? ¿Es que no ha cambiado nada desde hace treinta años, Vincent?

Los murmullos recorren la sala de butacas a medida que la gente conoce la burla de Curry. En una esquina, alguien ríe.

– Este hombre, amigos míos -dice Curry, señalando el escenario-, es un pirata. Un estúpido y un ladrón. -Se gira para concentrarse en Taft-. Hasta un charlatán puede engañar dos veces a la misma persona, Vincent. Pero ¿tú? Tú te aprovechas de los inocentes. -Se lleva los dedos a la boca y da un beso-. Bravissimo, il Fraudolento! -Con los brazos levantados, anima al público a que se ponga de pie-. Por favor, amigos míos, una ovación. Tres hurras por san Vicente, santo patrón de los ladrones.

Taft se enfrenta a la intrusión con tono forzado.

– ¿Por qué has venido, Richard?

– ¿Se conocen? -susurra Charlie.

Paul intenta distraer a Curry diciéndole que se detenga, pero Curry continúa.

– ¿Por qué has venido tú, viejo? ¿Qué es todo esto, un montaje o una conferencia erudita? ¿Qué robarás esta vez, ahora que el libro del capitán se te ha ido de las manos?

Ante esto, Taft se inclina hacia delante y grita:

– No sigas. Pero ¿qué haces?

Pero a Curry se le escapa la voz como un espíritu exorcizado.

– ¿Dónde has puesto el pedazo de cuero del diario, Vincent? Dímelo y me iré. Podrás seguir adelante con esta farsa.

Las sombras de la sala de conferencias se reflejan angustiosamente en el rostro de Curry. Al fin, la profesora Henderson se incorpora de un salto y ruge:

– ¡Que alguien llame a los de Seguridad!

Un vigilante llega a tener a Curry al alcance de la mano, pero Taft le hace la señal de que se aleje. Ha recuperado el dominio de sí mismo.

– No -gruñe el ogro-. Dejad que se marche. Se irá solo, ¿no es así, Richard? ¿Antes de que se te lleven a rastras?

Curry permanece incólume.

– Míranos, Vincent. Veinticinco años y todavía estamos librando la misma guerra. Dime dónde está el plano y no volverás a verme. Nada más hay entre nosotros. El resto -el brazo de Curry barre el auditorio, abarcándolo todo- no vale nada.

– Vete, Richard -dice Taft.

– Ambos lo hemos intentado y ambos hemos fracasado -continúa Curry-. ¿Cómo lo dicen los italianos? «No hay peor ladrón que un mal libro». Portémonos como hombres y quitémonos de en medio. ¿Dónde está el plano?

Hay susurros por todas partes. El vigilante se coloca entre Paul y Curry pero, para mi sorpresa, éste baja repentinamente la cabeza y comienza a caminar hacia el pasillo del extremo opuesto. El vigor ha desaparecido de su rostro.

– Viejo estúpido -dice, dirigiéndose a Taft aunque le esté dando la espalda al escenario-. Sigue actuando.

Los estudiantes que están apoyados en la pared se abren paso hacia el frente del auditorio, manteniendo la distancia. Paul se queda clavado en el suelo mientras observa cómo se marcha su amigo.

– Vete, Richard -ordena Taft desde el podio-. Y no vuelvas.

Todos seguimos el lento avance de Curry hacia la salida. La estudiante de la puerta lo observa con ojos grandes y asustados. Al cabo de unos pocos segundos, ha cruzado el umbral, ha entrado en el vestíbulo y se ha perdido de vista.


En cuanto desaparece, un murmullo intenso se adueña de la sala de conferencias.

– ¿Qué diablos ha sido eso? -pregunto con la mirada fija en la entrada. En nuestra esquina, Gil se ha acercado a Paul.

– ¿Te encuentras bien?

– No lo entiendo… -titubea Paul.

Gil le pone una mano en el hombro.

– ¿Qué le has dicho?

– Nada -dice Paul-. Tengo que ir a buscarlo. -Las manos le tiemblan; todavía lleva el diario entre ellas-. Necesito hablar con él.

Charlie empieza a protestar, pero Paul está demasiado alterado para discutir. Antes de que podamos insistir en lo contrario, se da la vuelta y se dirige a la puerta.

– Iré con él -le digo a Charlie.

Asiente. Al fondo, la voz de Taft ha comenzado a retumbar de nuevo; cuando me vuelvo hacia el escenario, el gigante parece estar mirándome directamente. Desde su silla, Katie me hace señas. Mueve los labios; es una pregunta sobre Paul, pero no logro entender lo que me dice. Me subo la cremallera de la chaqueta y salgo del auditorio.

En el patio, las carpas se tambalean como esqueletos en la oscuridad, balanceándose sobre las clavijas. El viento ha cesado, pero la nieve continúa, más fuerte que antes. Al doblar la esquina escucho la voz de Paul.

– ¿Te encuentras bien? -pregunta.

Al asomarme, veo a Richard Curry, a menos de tres metros, con su chaqueta sacudiéndose al viento.

– ¿Qué ocurre? -pregunta Paul.

– Vuelve adentro -dice Curry.

Me acerco para oír más, pero la nieve cruje bajo mis pies. Curry me mira y la conversación se detiene. Espero que dé muestras de haberme reconocido, pero es en vano. Tras poner una mano en el hombro de Paul, Curry se aleja lentamente.

– ¡Richard! ¿No podemos ir a hablar a algún sitio?

Pero el viejo se aleja más rápido ahora, metiendo los brazos en la americana. No contesta.

Tardo un segundo en recuperarme y acercarme a Paul. Juntos vemos cómo Curry desaparece bajo la sombra de la capilla.

– Necesito averiguar dónde encontró Bill el diario -dice.

– ¿Ahora mismo?

Paul asiente.

– ¿Dónde está Bill?

– En el despacho de Taft, en el Instituto.

Miro hacia el extremo opuesto del patio. El único medio de transporte que tiene Paul es un viejo Datsun que compró con el estipendio de Curry. El Instituto queda lejos de aquí.

– ¿Por qué has salido de la conferencia?

– He pensado que necesitarías ayuda.

Me tiembla el labio inferior. La nieve se acumula en el pelo de Paul.

– Estaré bien -dice.

Pero no lleva abrigo.

– Ven. Podemos ir juntos.

– Tengo que hablar con él a solas -dice Paul, mirándose los zapatos.

– ¿Seguro?

Asiente.

– Al menos coge esto -le ofrezco, al tiempo que me quito el abrigo.

– Gracias -dice sonriendo.

– Llámanos si necesitas algo.


Paul se pone el abrigo y se mete el diario bajo el brazo. Después de un instante comienza a alejarse, caminando entre la nieve.

– ¿Seguro que no necesitas ayuda? -le grito antes de que esté demasiado lejos para oírme. Él se da la vuelta y se limita a asentir-. Buena suerte -digo, hablando casi para mí mismo.

Y sé, mientras el frío penetra por el cuello de mi camisa, que no hay nada que hacer. Cuando Paul desaparece en la distancia, decido volver a entrar.

De camino al auditorio paso junto a la rubia sin decir palabra y veo que Gil y Charlie no se han movido de su sitio en la parte posterior de la sala de conferencias. No me hacen ningún caso; Taft ha acaparado su atención. Su voz es hipnótica.

– ¿Todo bien? -susurra Gil.

Le digo que sí. No quiero entrar en detalles.

– Algunos intérpretes modernos -está diciendo Taft- se han contentado con aceptar que el libro responde a muchas de las convenciones de un viejo género renacentista, el romance bucólico. Pero si la Hypnerotomachia es tan sólo una historia de amor convencional, ¿por qué hay sólo treinta páginas dedicadas al romance entre Polifilo y Polia? ¿Por qué las otras trescientas cuarenta páginas forman un laberinto de tramas subsidiarias, extraños encuentros con figuras mitológicas, disertaciones sobre temas esotéricos? Si tan sólo una de cada diez palabras se refiere al romance, ¿cómo explicamos el otro noventa por ciento del libro?

Charlie se gira nuevamente hacia mí.

– ¿Tú sabes todo esto?

– Sí. -Oí la misma conferencia docenas de veces en el comedor de casa.

– En resumen, esto no es una simple historia de amor. La «búsqueda de amor en medio de un sueño» de Polifilo (es así como la define el título en latín) es mucho más compleja que un simple chico-conoce-chica. Durante quinientos años, los estudiosos han aplicado sobre este libro las más poderosas herramientas interpretativas de su época, y ninguno de ellos ha encontrado la salida del laberinto.

» ¿Hasta qué punto es difícil la Hypnerotomachia? Considerad la suerte que han corrido sus traductores. El primer traductor francés condensó la primera frase del libro, que tenía originalmente más de setenta palabras, en menos de una docena. Robert Dallington, un contemporáneo de Shakespeare que intentó una traducción más fiel, simplemente perdió toda esperanza.

»Se dio por vencido antes de llegar a la mitad del texto. Desde entonces nadie ha intentado traducir el libro al inglés. Casi desde el momento mismo de su publicación, el libro ha sido considerado por los intelectuales de Occidente como sinónimo de oscuridad. Rabelais se burló de él. Castiglione aconsejó a los hombres del Renacimiento que no hablaran como Polifilo cuando cortejaran a una mujer.

» ¿Por qué, entonces, resulta el libro tan difícil de entender? Porque está escrito no sólo en latín e italiano, sino en griego, hebreo, árabe, caldeo, y además en jeroglíficos egipcios. El autor escribió en varios de estos idiomas al mismo tiempo, y a veces de forma intercambiable.

»Cuando estas lenguas no eran suficientes, se inventaba sus propias palabras.

»Además, el libro está rodeado de misterios. Para empezar, hasta hace muy poco nadie sabía quién lo había escrito. El secreto de la identidad del autor estaba tan celosamente guardado que ni siquiera el gran Aldus, el impresor, supo quién había compuesto su libro más célebre. Uno de los editores de la Hypnerotomachia escribió una introducción para el libro en la que pide a las Musas que le revelen el nombre del autor. Las Musas se niegan. Le explican que "mejor es ser cauteloso, para evitar que cosas divinas sean devoradas por celos vengativos".

»La pregunta que os hago, entonces, es la siguiente: ¿por qué habría decidido el autor pasar por todo esto si no tenía otra intención que escribir un romance bucólico? ¿Por qué tantas lenguas? ¿Por qué doscientas páginas sobre arquitectura? ¿Por qué dieciocho páginas sobre un templo de Venus, o doce sobre un laberinto submarino? ¿Por qué cincuenta páginas sobre una pirámide? ¿O esas otras ciento cuarenta páginas sobre gemas y metales, ballet y música, comidas y cubiertos, flora y fauna?

»Y lo que tal vez sea más importante: ¿qué ciudadano romano podía saber tanto de tantos temas, dominar tantas lenguas y convencer al mayor impresor de Italia de que publicara su misterioso libro sin ni siquiera mencionar su nombre?

»Sobre todo, ¿cuáles eran esas "cosas divinas" a las que se alude en la introducción y que las Musas se negaron a revelar? ¿Cuáles eran los celos vengativos que temían que esas cosas inspiraran?

»La respuesta es que esto no es un romance. La intención del autor debió ser muy distinta: una intención que nosotros, los especialistas, no hemos logrado entender. Pero ¿dónde comenzar a buscarla?

»No pretendo responder esta pregunta aquí. Pero os plantearé una adivinanza, para que meditéis sobre ella. Resolvedla, y estaréis un paso más cerca de entender lo que la Hypnerotomachia significa.

Al terminar, Taft acciona el proyector de diapositivas golpeando el mando a distancia con la palma de la mano. En la pantalla aparecen tres maravillosas imágenes en blanco y negro.

– Se trata de tres grabados de la Hypnerotomachia que describen una pesadilla que sufre Polia al final del relato. Mientras Polia narra la pesadilla, el primer grabado muestra un niño que entra en un bosque montado en una carroza de fuego tirada por dos mujeres a las que azota como bestias. Polia lo observa todo escondida entre los árboles.

»El segundo grabado muestra al niño liberando a las mujeres, cortando las cadenas al rojo vivo con una espada de hierro. Enseguida las atraviesa con la espada y una vez que están muertas, las desmiembra.

»En el último grabado, el niño ha arrancado los corazones aún latientes de los cadáveres de las mujeres y se los ofrece a unas aves de presa. Las entrañas se las da a las águilas. Luego, tras descuartizar los cuerpos, echa el resto a los perros, lobos y leones que se han acercado.

»Cuando Polia despierta de su sueño, su nodriza le explica que el niño es Cupido, y las mujeres son jóvenes doncellas que lo ofendieron negándose a aceptar los afectos de sus pretendientes. Polia deduce que se ha equivocado al rechazar a Polifilo.

Taft hace una pausa y por un instante le da la espalda al auditorio mientras contempla las enormes imágenes, que parecen flotar en el aire.

– ¿Pero qué ocurre si suponemos que el significado explícito no es el significado real? -Dice, todavía dándonos la espalda, con una voz incorpórea que resuena a través del micrófono del pecho-. ¿Y si la interpretación que da la nodriza del sueño no fuera, en realidad, la correcta? ¿Y si usáramos el castigo infligido a estas dos mujeres para descifrar cuál fue el crimen que en verdad cometieron?

»Consideremos un castigo legal por alta traición que existió en ciertas naciones europeas siglos antes y después de la redacción de la Hypnerotomachia. Un criminal condenado por alta traición era, en primer lugar, arrastrado, es decir, atado a la cola de un caballo que lo llevaba a rastras por toda la ciudad. De esta forma, el criminal era llevado a la horca, donde era ahorcado, no hasta su muerte, sino hasta que estuviera medio muerto. Entonces el verdugo le abría el cuerpo, le sacaba las entrañas y las quemaba frente a él. Le sacaba el corazón, que después se exhibía ante la


multitud presente. Enseguida el verdugo decapitaba el cadáver, descuartizaba los restos y exponía las partes sobre picas colocadas en lugares públicos, para que sirvieran como disuasión a los futuros traidores.

Al decir esto, Taft vuelve a fijarse en los espectadores para ver su reacción. Ahora regresa a las diapositivas.

– Con esto en mente, volvamos a nuestras imágenes. Vemos que muchos de los detalles corresponden al castigo que acabo de describir. Las víctimas han sido arrastradas al lugar de su muerte, o mejor, de manera un tanto irónica, son ellas mismas quienes arrastran el carro del verdugo. Aparecen desmembradas y sus extremidades expuestas ante la multitud presente, que en este caso está compuesta de animales salvajes.

»En lugar de ahorcarlas, sin embargo, a las mujeres se las mata con una espada. ¿Cómo debemos interpretar esto? Una explicación posible es que la decapitación, con hacha o con espada, era un castigo reservado a ciudadanos de alto rango, para los cuales la horca era considerada demasiado innoble. Quizás, pues, podamos inferir que éstas eran damas distinguidas.

»Finalmente, los animales que aparecen entre la multitud os traerán a la memoria las tres bestias del primer canto del Inferno de Dante, o del sexto verso de Jeremías.

La mirada de Taft recorre la sala de conferencias.

– Estaba a punto de decir exactamente eso -susurra Gil con una sonrisa. Para mi sorpresa, Charlie le indica que se calle.

– El león significa el pecado del orgullo -continúa Taft-. Y el lobo representa la codicia. Éstos son los vicios de la alta traición, la de un Satán o un Judas, tal como parece sugerir el castigo. Pero aquí la Hypnerotomachia se desmarca, pues la tercera bestia de Dante es un leopardo, que representa la lujuria. En cambio Francesco Colonna hace aparecer un perro en lugar de un leopardo, sugiriendo que la lujuria no es uno de los pecados por los cuales las dos mujeres han sido castigadas. -Taft hace una pausa, permitiendo que el público digiera lo que acaba de decir-. Así pues -comienza de nuevo-, lo que estamos empezando a leer es el vocabulario de la crueldad. A pesar de lo que muchos de vosotros podáis pensar, no se trata de un lenguaje puramente primitivo. Como todos nuestros rituales, está lleno de significado. Simplemente tenemos que aprender a leerlo. En ese sentido, os ofreceré una información adicional que podéis utilizar para interpretar la imagen. Enseguida formularé una pregunta y os dejaré el resto a vosotros.

»La última pista que os daré es un hecho que probablemente conocéis pero habéis pasado por alto. Es éste: podemos darnos cuenta de que Polia se ha equivocado al identificar al niño simplemente advirtiendo el arma que éste lleva. Pues si el niño de la pesadilla hubiera sido en realidad Cupido, como afirma Polia, su arma no habría sido la espada. Habría sido el arco y la flecha. -Hay murmullos de asentimiento en el público, cientos de estudiantes que comienzan a ver el día de San Valentín con otros ojos-. Por lo tanto os pregunto: ¿quién es este niño que blande una espada, obliga a unas mujeres a arrastrar su carro de guerra a través de un bosque agreste y luego las masacra como si fueran culpables de traición?

Espera un instante, como si se preparara para dar la respuesta, pero en cambio dice:

– Resolved esto y empezaréis a comprender la verdad oculta de la Hypnerotomachia. Tal vez también empecéis a comprender el significado no sólo de la muerte, sino de la forma que la muerte adopta cuando llega. Todos nosotros, los que tenemos fe y los que carecemos de ella, nos hemos acostumbrado demasiado al signo de la cruz para comprender el verdadero significado del crucifijo. Pero la religión en general, y el cristianismo en particular, ha sido siempre la historia de la muerte en vida, de los sacrificios y los martirios. Esta noche, esta noche en especial, mientras conmemoramos el sacrificio del más famoso de esos mártires, éste es un hecho que debemos resistirnos a olvidar.


Tras quitarse las gafas y doblarlas para guardárselas en el bolsillo del pecho, Taft inclina la cabeza y dice:

– Esto es lo que os confío. Pongo mi fe en vosotros. -Da un paso lento y pesado hacia atrás y añade-: Gracias a todos y buenas noches.


Los aplausos estallan en cada esquina del salón, al principio forzados, pero luego elevándose en un fuerte crescendo. A pesar de la interrupción, el público se ha sentido seducido por este hombre extraño, cautivado por su fusión de intelecto y entrañas.

Taft hace pequeñas venias y se dirige arrastrando los pies a la mesa que hay junto al podio, con la intención de sentarse, pero el aplauso continúa. Algunos asistentes se ponen de pie y siguen aplaudiendo.

– Gracias -dice Taft de nuevo, todavía de pie, las manos apoyadas en el espaldar de la silla. En ese mismo instante, la vieja sonrisa regresa a sus facciones. Es como si hubiera sido él quien observara al público durante todo este tiempo, y no al revés.

La profesora Henderson se levanta y camina hacia el atril, acallando el aplauso.

– Como es tradición -dice-, esta noche ofreceremos un refrigerio en el patio que hay entre este auditorio y la capilla. Me parece que los equipos de mantenimiento han colocado un cierto número de calentadores bajo las mesas. Por favor, acompañadnos. -Entonces se dirige a Taft, y añade-: Dicho lo cual, permitidme darle las gracias al doctor Taft por esta memorable conferencia. Nos ha causado usted una fuerte impresión.

Sonríe, pero guardando una cierta compostura. El público aplaude de nuevo y luego, lentamente, comienza a filtrarse a través de la salida.

Taft observa la salida del público; yo, a mi vez, lo observo a él. Vive tan recluido que ésta es una de las pocas veces que le he visto. Ahora comprendo por fin por qué le resulta tan magnético a Paul. Aunque sepas que está jugando contigo, te es imposible quitarle los ojos de encima.

Lentamente comienza a cruzar el escenario, pesado como una mole. La pantalla blanca se repliega mecánicamente en el interior de una ranura del techo, y en ese momento las tres diapositivas se transforman en un vago rumor gris sobre las pizarras de la pared. Apenas puedo distinguir los animales salvajes que devoran los restos de las mujeres, el niño que se va flotando en el aire.

– ¿Vienes? -pregunta Charlie, que se ha entretenido un instante detrás de Gil, junto a la salida.

Me doy prisa para alcanzarlos.

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