Capítulo XVIII



La comida de Derek

Derek Kettering se dirigió directamente al Negresco y pidió dos cócteles que bebió en un santiamén. Después contempló malhumorado el azul resplandeciente del mar. Apenas si veía a los transeúntes: una desagradable muchedumbre mal vestida y muy poco interesante; cada vez resultaba más difícil ver algo atractivo. Sin embargo, rectificó enseguida aquella impresión al ver a una dama que ocupó una de las mesas próximas. Llevaba un precioso vestido naranja y negro, y un sombrerito que dejaba su rostro en la sombra. Derek pidió un tercer cóctel mientras fijaba de nuevo su mirada en el mar. De repente, se estremeció. Un perfume que le era familiar llegó a su nariz y, al alzar la mirada, vio a la mujer del vestido naranja y negro de pie a su lado. Ahora le vio el rostro y la reconoció. Era Mirelle, que le sonreía con aquella sonrisa insolente y seductora, que él conocía tan bien.

—¡Derek! —murmuró—. Te alegras de verme, ¿verdad?.

Se sentó caer en la silla, al otro lado de la mesa.

—Pero salúdame, estúpido —añadió burlona.

—Es un placer inesperado —dijo Derek—. ¿Cuándo saliste de Londres?.

Ella se encogió de hombros.

—¿Hace un día o dos?.

—¿Y el Parthenon?.

—Ya los mandé... ¿cómo se dice...?, a paseo.

—¿De veras?.

—No eres nada amable conmigo, Derek.

—¿Esperas que lo sea?.

Mirelle encendió uncigarrillo y fumó en silencio unos instantes, antes de decir:

—¿Te parece imprudente que nos vean juntos tan pronto?.

Derek la miró, se encogió de hombros y preguntó muy formal:

—¿Comerás aquí?.

—Mais oui. Comeré contigo.

—Lo siento muchísimo —dijo Derek—, pero tengo una cita muy importante.

—Mon Dieul Los hombres sois unos verdaderos chiquillos. Sí, sí, te portas como un niño malcriado desde aquel día que te marchaste enojado de mi casa. ¡Ah, mais c'est inoui!.

—Mi querida niña, no sé de qué me hablas —replicó Derek—. Quedamos de acuerdo en Londres en que las ratas abandonan el barco que se hunde. Eso es todo lo que tenemos que decirnos.

A pesar del tono despreocupado, su rostro se veía tenso y macilento. De pronto, Mirelle se inclinó hacia él.

—A mí no me puedes engañar —murmuró—. Yo sé... lo que has hecho por mí.

La miró fijamente; algo en su voz le había llamado la atención. La bailarina asintió.

—¡Ah!, no tengas miedo, soy discreta. ¡Eres magnífico!. Tienes muchísimo coraje, pero de todos modos fui yo la que te sugirió la idea aquel día en Londres al decirte que a veces ocurren accidentes. ¿Y no estás en peligro?. ¿No sospecha de ti la policía?.

—¿Qué diablos...?.

—Chisss... —Ella levantó una delgada mano morena en cuyo meñique brillaba una enorme esmeralda—. Tienes razón, no debía hablar así en público. No volveremos a hablar de este asunto, pero nuestros problemas se han acabado. Nuestra vida juntos será maravillosa, ¡maravillosa!.

Derek se echó a reír de pronto con una sonrisa dura, desagradable.

—Asique las ratas vuelven al barco, ¿eh?. Dos millones marcan la diferencia, claro que sí. Tendría que haberlo sabido —rió de nuevo—. Te gustaría ayudarme a gastar esos dos millones, ¿verdad, Mirelle?. Lo harías mejor que ninguna otra mujer. —Se echó a reír otra vez.

—Chisss... —dijo la bailarina—. ¿Qué te pasa, Derek?. La gente se da la vuelta para mirarte.

—¿A mí?. Voy a decirte lo que me ocurre. He terminado contigo, Mirelle. ¿Lo oyes bien?. ¡Se acabó!.

Mirelle lo tomó como se esperaba. Le miró durante unos instantes y luego sonrió con dulzura.

—¡Qué chiquillo eres!. Te enfadas, gritas, todo porque soy práctica. ¿No te he dicho siempre que te adoro? —se inclinó hacia él—. Pero yo te conozco, Derek. Mírame, soy yo, Mirelle. Te quería y ahora te querré cien veces más. Te haré la vida muy feliz; para eso Mirelle es única.

Lo miró con ojos ardientes. Vio como palidecía y contenía el aliento, y sonrió para sí misma satisfecha, segura del poder y la magia que ejercía sobre los hombres.

—Ya se te ha pasado, ¿verdad? —dijo lentamente. Y se echó a reír—. Ahora, Derek, ¿me invitarás a comer?.

—No.

Kettering inspiró con fuerza y se puso de pie.

—Lo siento, pero ya te lo he dicho: tengo un compromiso.

—¿Comes con alguien?. ¡Eso sí que no me lo creo!.

—Como con aquella señorita que está allí.

Se dirigió bruscamente hacia una mujer vestida de blanco que acababa de entrar, y le habló casi con emoción.

—¿Quiere usted comer conmigo, miss Grey?. Nos conocimos en la fiesta de lady Tamplin, ¿me recuerda?.

Katherine le miró unos instantes con aquellos pensativos ojos grises que tanto decían.

—Gracias —respondió después de una breve pausa—. Acepto encantada.

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