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Bajo el cielo estrellado de una noche cálida y sin nubes, el Kaikoura hiende perezosamente el océano. Y él está solo en la cubierta superior del viejo navío, respirando la brisa caliente del Atlántico. Piensa con desdén en el extranjero que no ha sabido leer las señales dejadas por él en su sanguinario rastro. Sonríe. Reconoce que ha jugado con las cartas trucadas. En Inglaterra, las notas musicales de la escala diatónica se designan siempre con letras. Para aquel inglés estúpido, las cuerdas del violín que él nunca ha tenido el valor de tocar en público son G, D, A, E, mientras para los latinos son el SOL, RE, LA, MI . Eufórico, deletrea a los cuatro vientos, en la soledad de la madrugada:

– MI, de Miguel; SOL , de Solera; LA, de Lara; RE, de Rincón[2] de Afrodita.

Rincón de Afrodita, el nombre de su librería. Y se dice que ése sí que es un verdadero golpe de genio. Afrodita. Está visto que el obtuso investigador no se acordaba de la diosa mitológica. El bárbaro sajón no sabía que la hija de Urano, nacida de las espumas espérmicas de los órganos genitales cercenados de su padre, era venerada por las putas y protectora dé todas las rameras. Afrodita, entronizada en su concha. El estúpido detective ignora que a la vagina la llaman concha. Concha, cona[3], «cunt » en inglés. El ríe ante tal juego de palabras. La concha, la vulva, donde él iba dejando las cuerdas del violín, endulzadas por el sudor del pánico, en aquella pelambre de pecado. Bueno, y luego las orejas. Tan evidentes. Prorrumpe de nuevo en carcajadas. En el fondo, siempre había sabido que aquel británico tonto nunca le relacionaría con ellas. Orejas. Orejas de libro. Libro, librero. Miguel Solera de Lara. El pobre tonto sabía bien la lengua, pero la hablaba como un lusitano, para quien esas orejas son abas [4]. El saca un pañuelo del bolsillo y contempla los cartílagos resecos, amputados a sus cuatro víctimas. Se asoma a la amurada y tira al mar los últimos vestigios de su crimen impune. Se siente, por fin, en paz. El, la Bestia redimida; él, el Angel avieso; él, Miguel Solera de Lara; él, el Oluparun. Un pensamiento inquietante perturba su armonía: ¿y si la Mesalina oculta en alguna falda hiciera surgir de nuevo en él el Avatar apaciguado'? Se encoge de hombros, displicente. Bueno, da igual. Lleva consigo el puñal de los ritos paganos de su infancia. La hoja fría, guardada junto al vientre, le apacienta el espíritu. Mira, por última vez, a lo lejos, el país-continente donde nació, minúsculo ahora en la distancia, casi una sombra sin contornos. Adiós, Brasil, adiós, tierra del Sol. Ahora le esperan las brumas de Albión.


THE STAR

LONDRES, 2 DE SEPTIEMBRE DE 1888


WHITECHAPEL. Nunca se había visto un asesinato tan brutal. El cuchillo, probablemente largo y afilado, penetró en la mujer por la parte inferior del abdomen y se le hincó hacia arriba, no una, sino dos veces. El primer corte torció en ángulo hacia la derecha, cortándole la ingle y pasando sobre la cadera izquierda; y el segundo subió en línea directa por el centro del cuerpo, alcanzándole el esternón. Tal barbaridad sólo puede ser obra de un demente.


THE TIMES

LONDRES, 4 DE OCTUBRE DE 1888


Al Jefe

Central News Office

London City

Estimado Jefe:

No hago más que oír que la policía me ha cogido, pero lo cierto es que todavía no ha dado conmigo. Me hace mucha gracia verles hacerse los expertos y decir que tienen una pista segura…

…Estoy reventando a las putas, y pienso seguir así hasta que me cojan. Buen trabajo el que hice la última vez. La madama en cuestión no tuvo tiempo ni de gritar. ¿Cómo van a dar conmigo ahora? Adoro mi trabajo, y quiero recomenzar.

No tardarás en oír hablar nuevamente de mí y de mis bromitas.

En mi próximo servicio, y sólo por gracia, pienso cortarle las orejas a la moza y mandárselas a la policía…

Firmado: Jack el Destripador.

Londres, a 3 de octubre de 1888.


Ésta es una obra de ficción, incluso los personajes históricos que aparecen en ella están tratados de forma ficticia.

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