Atlanta, martes, 30 de enero, 14.15 horas.
Había guardado su bolso en el maletero del coche y se había llevado las llaves. Alex se removió en la silla de la sala de espera de la oficina del GBI mientras trataba de no enfadarse ante los torpes intentos de Daniel por protegerla, consciente de que se le estaba acabando el tiempo.
Meredith se marcharía al cabo de pocas horas y ella todavía no había podido ir al parvulario de Hope ni hablar con Sissy, la amiga de Bailey. Al día siguiente no tendría ninguna posibilidad de buscar a su hermanastra. De momento no había llegado a ninguna conclusión, excepto que la gente de Atlanta adoraba a Bailey. En cambio la gente de Dutton la odiaba. La última persona que la había visto era Hope, y no hablaba.
El último lugar donde habían visto a Bailey era su antigua casa. «Tienes que entrar, Alex -se dijo-. Da igual lo que te cueste. Eres idiota por no haber entrado antes.»
Claro que alguien había tratado de matarla y no pensaba desatender la advertencia de Daniel en cuanto a no acudir sola a casa de los Crighton. «No soy una cobarde obsesiva pero tampoco soy imbécil.»
Sin embargo, llegaba tarde.
– Perdón -dijo a Leigh, la secretaria-. ¿Sabe cuánto tardará el agente Vartanian? Tiene las llaves de mi coche.
– No lo sé. Había tres personas esperándolo cuando ha llegado y dentro de unos minutos está prevista una conferencia de prensa. ¿Quiere que le traiga un vaso de agua o algo de comer?
A Alex le sonaron las tripas al oír mencionar la comida y recordó que no había tomado nada desde primera hora de la mañana.
– La verdad es que me muero de hambre. ¿Hay alguna cafetería cerca?
– A estas horas está cerrada, hace más de una hora que ya no sirven comida. Tengo unas barritas de queso y unos cuantos botellines de agua en mi escritorio. No es gran cosa, pero vale más eso que nada.
Alex estuvo a punto de rechazar el ofrecimiento, pero la sensación del estómago vacío pudo más que su intención.
– Gracias.
Leigh deslizó el agua y las barritas por encima del mostrador con una sonrisa.
– No vaya diciendo por ahí que la tenemos a pan y agua, ¿de acuerdo?
Alex le devolvió la sonrisa.
– Prometido.
La puerta se abrió tras ella y un hombre alto y delgado con gafas de montura metálica se dirigió a los despachos sin detenerse.
– ¿Ha vuelto Daniel?
– Sí, pero… Espera, Ed. -Leigh lo interrumpió-. Está con Chase y -dirigió una mirada a Alex-… unas cuantas personas más. Tienes que esperarte aquí.
– Esto no puede esperar. Yo… -dejó la frase sin terminar-. Usted es Alex Fallon -dijo, extrañado.
Alex asintió mientras tenía la impresión de ser la última adquisición del zoológico.
– Sí.
– Yo soy Ed Randall, de la policía científica. -Se estiró por encima del mostrador para estrecharle la mano y entonces se percató del vendaje-. Por lo que se ve ha tenido un accidente.
– A la señorita Fallon ha estado a punto de atropellada un coche esta tarde -explicó Leigh en tono quedo, y la expresión de Ed Randall cambió de repente.
– Dios mío. -Apretó la mandíbula-. Pero no está herida, ¿no? Aparte de lo de las manos, quiero decir.
– No. Un desconocido con buenos reflejos me apartó de en medio de un empujón.
Leigh desenroscó el tapón de la botella de agua para Alex.
– No tardarán en terminar, Ed. Tienen una conferencia de prensa en menos de veinte minutos. Si yo fuera tú, esperaría; en serio.
Alex tomó las barritas y el agua, y volvió a sentarse para dejar que aquel par se despachara a sus anchas. No había reconocido al hombre que estaba esperando cuando entraron. No paraba de andar de un lado a otro, nervioso, y estuvo a punto de abalanzarse sobre Daniel exigiendo «respuestas».
Se abrió una puerta por detrás del mostrador y por ella salieron Daniel y su jefe con el hombre nervioso y dos más. El hombre nervioso tenía un aspecto ceniciento, de lo que se deducía que las noticias no eran precisamente buenas.
– Lo siento, señor -dijo Daniel-. Lo llamaremos en cuanto tengamos más información. Ya sé que en estos momentos eso no le sirve de consuelo, pero estamos haciendo todo cuanto podemos.
– Gracias. ¿Cuándo podré…? -La voz del hombre se quebró y por primera vez en todo el día las lágrimas afloraron a los ojos de Alex. Apretó los labios y se esforzó por ocultar la súbita oleada de compasión que la invadía.
– Les entregaremos el cuerpo en cuanto nos sea posible -dijo con amabilidad el jefe de Daniel-. Lo sentimos mucho, señor Barnes.
El señor Barnes se dirigía a la puerta cuando se detuvo en seco y se quedó mirando a Alex, y el poco color que quedaba en sus mejillas desapareció.
– Es usted -apenas musitó.
Alex miró a Daniel con el rabillo del ojo. No tenía ni idea de qué decir.
– Señor Barnes -dijo Daniel avanzando hacia él-. ¿Qué ocurre?
– Ayer su foto estaba en los periódicos, mi Claudia la vio.
«Alicia.» La noticia del caso de Arcadia se había difundido con mucha rapidez, y también su conexión con el asesinato de Alicia. «La foto que vio ese hombre fue la de Alicia, no la mía.» A Alex empezaron a temblarle las rodillas y abrió la boca para contestar sin tener ni idea de qué decir.
– ¿Qué le explicó su esposa de la foto? -preguntó el jefe de Daniel.
– Que conocía a la chica, que recordaba el caso. Claudia era pequeña cuando sucedió, pero lo recordaba. Le afectó mucho. Anoche estuvo a punto de quedarse en casa, pero no, tuvo que ir a esa jodida fiesta. Tendría que haberla acompañado, tendría que haber estado con ella. -Barnes miró a Alex; sus ojos denotaban horror e incredulidad-. Y usted, ¿quién es? Se supone que está muerta.
Alex alzó la barbilla.
– La foto que vio es de mi hermana, Alicia. -Los labios le temblaban y los tensó-. Su esposa, ¿conocía a mi hermana? ¿Era de Dutton?
El hombre asintió.
– Sí. Su apellido de soltera era Silva.
Alex se llevó una mano vendada a la boca.
– ¿Claudia Silva?
– ¿La conocías, Alex? -preguntó Daniel con amabilidad.
– Hice de canguro a Claudia y a su hermana pequeña. -Cerró los ojos y se concentró en acallar los gritos que se abrían paso en su mente. «Me estoy volviendo loca.» Abrió los ojos y se situó más allá del ruido para concentrarse en aquel hombre y su dolor-. Lo siento muchísimo.
Él asintió con torpeza, luego se volvió hacia el jefe de Daniel.
– Quiero en este caso a todos los hombres que pueda dedicar, Wharton. Conozco a gente…
– Rafe -musitó uno de los otros hombres-. Dejemos que hagan su trabajo.
Se llevaron a Barnes de la sala y tras de sí dejaron un profundo silencio.
Alex miró a Daniel a los ojos.
– Dos mujeres de Dutton han muerto y Bailey sigue sin aparecer -dijo con aspereza-. ¿Qué narices está pasando aquí?
– No lo sé -respondió Daniel con expresión severa-. Pero te juro por lo que más quieras que lo averiguaremos.
Ed Randall se aclaró la garganta.
– Daniel, tenemos que hablar. Ahora mismo.
Daniel asintió.
– De acuerdo. Espera un poquito más, Alex; te acompañaré a casa.
Los dos hombres se dirigieron a los despachos del fondo de la sala y dejaron solas a Alex y a Leigh.
Alex se hundió en la silla.
– De algún modo me siento… responsable.
– Implicada -la corrigió Leigh-. Responsable, no. Usted también es una víctima en todo esto, señorita Fallon. Debería pensar en solicitar protección.
Alex pensó en Hope.
– Lo haré. -Entonces se acordó de Meredith. Hacía bastante rato que no llamaba a su prima. Imaginó que estaría pasando por una especie de infierno tras enterarse de la última desaparición-. Tengo que hacer una llamada. Estaré en el vestíbulo.
Ed se apoyó en el borde del escritorio de Daniel.
– Es posible que hayamos averiguado la procedencia de las mantas.
Daniel revolvió el cajón en busca de un bote de aspirinas. ¿Y?
– Las compraron en una tienda de deportes que hay a tres manzanas de aquí.
– En nuestras propias narices -observó Daniel-. ¿Expresamente?
– No podemos descartarlo -dijo Chase-. ¿Tienen cámaras de seguridad en la tienda?
Ed asintió.
– Sí. Las compró un chico, de unos dieciocho años. Es de raza blanca, mide un metro setenta y cinco, y pesa setenta kilos. Miró hacia la cámara, o sea que sabemos qué cara tiene. Pagó en metálico. La cajera lo recuerda porque era mucho dinero.
Daniel se tragó dos aspirinas a palo seco.
– Claro que pagó en metálico. -Guardó el bote en el cajón-. Temo preguntártelo pero ¿cuántas mantas compró, Ed?
– Diez.
Chase dio un silbido.
– ¿Diez?
Daniel notó el sabor de la bilis en la garganta.
– Tenemos que pasar su retrato a todas las unidades.
– Ya lo hemos hecho -explicó Ed-. Sin embargo, no parece que ese chico tenga nada que esconder. Me da la impresión de que es un simple recadero, es probable que le pagaran para comprar las mantas. No hizo nada ilegal.
– Pero puede decirnos quién se lo encargó -concluyó Chase con firmeza-. ¿Es todo? La conferencia de prensa empieza dentro de cinco minutos.
– No, hay más. -Ed colocó la bolsa de plástico que contenía el pelo sobre el escritorio de Daniel-. Este es el pelo que habéis obtenido de la víctima esta mañana.
– De Claudia Barnes -aclaró Chase.
– No es suyo.
– Ya lo sabemos -dijo Daniel-. Claudia era rubia y el pelo es castaño.
– Lo he comparado con el colorímetro. -Ed extrajo una cola de caballo postiza recogida en forma de lágrima de una bolsa de papel-. He traído la muestra que más se parece de las que tenemos.
Daniel tomó la muestra de pelo con mala cara al haber adivinado enseguida adónde quería ir a parar Ed. Era de color caramelo, como el de Alex.
– Mierda.
– Lo juro por Dios, Danny. He echado un vistazo a Alex Fallon ahí afuera y he vuelto a comprobarlo. El asesino ha dejado un pelo que, si no es suyo, se le parece mucho.
Daniel entregó la muestra a Chase mientras se esforzaba por contener la ira.
– Ese tipo está jugando con nosotros. -Y con Alex.
Chase sostuvo el pelo a contraluz.
– ¿Podría ser que el pelo fuera de un postizo, como tu coleta? Es parecido a los que tienen en las tiendas donde venden tinte.
– No. Es auténtico, y sin duda es de una persona -afirmó Ed-. Y es de hace unos cuantos años.
El miedo se instaló en el estómago de Daniel.
– ¿Cuántos?
– Uno de los técnicos del laboratorio es experto en análisis capilares y cree que este pelo tiene al menos cinco años, puede que incluso diez.
– ¿O trece? -preguntó Daniel, y Ed se estremeció.
– Puede ser. Tendría que analizarlo, pero si lo hago no quedará gran cosa para la prueba de ADN.
– Pues haz primero la prueba de ADN -dijo Chase con determinación-. Daniel, pídele una muestra de pelo a Alex, quiero que los analicen a la vez.
– Tendré que explicarle para qué lo necesitamos.
– No. Dile lo que quieras pero no le expliques el motivo. Todavía no.
Daniel frunció el entrecejo.
– No es sospechosa, Chase.
– No, pero tiene relación con el caso. Ya se lo dirás, si el resultado confirma las sospechas. Si no, ¿para qué preocuparla?
A Daniel le pareció lógico.
– De acuerdo.
Chase se arregló el nudo de la corbata.
– La función está a punto de empezar. Yo me encargo de sortear las preguntas.
– Espera un momento -protestó Daniel-. El caso lo llevo yo. Yo sortearé las preguntas.
– Ya sé que es tu caso, pero recuerda lo que ocurre cuando en la misma frase aparecen «Vartanian» y «Dutton». El jefe quiere que lidie yo con la prensa. Eso no afecta en nada a todo lo demás.
– Muy bien -musitó Daniel, y se detuvo al llegar al escritorio de Leigh. Alex no estaba-. ¿Adónde ha ido? -Se llevó la mano al bolsillo, las llaves de su coche seguían allí. Podría haber tomado un taxi pero seguro que no era tan estúpida. Si…
– Tranquilízate, Danny -lo interrumpió Leigh-. Está en el vestíbulo, haciendo una llamada.
Daniel notó un latigazo en la base del cuello.
– Gracias.
– Daniel. -Chase sujetaba la puerta abierta-. Vamos.
Daniel vio a Alex al fondo del vestíbulo mientras él avanzaba junto con Chase y Ed en sentido opuesto. Estaba hablando por el móvil, encorvada, con un brazo cruzado sobre el pecho como si quisiera protegerse con él. Sus hombros se agitaban y Daniel se sobresaltó al percatarse de que estaba llorando.
Se detuvo en seco; la opresión que sentía en el pecho casi le impedía respirar. A pesar de todo lo que le había ocurrido en los últimos dos días, hasta ese momento no la había visto llorar. Ni una sola vez.
– Daniel. -Chase lo aferró por el hombro y tiró de él-. Llegamos tarde. Vamos. Necesito que te concentres, ya hablarás con ella después. No puede marcharse, tú tienes sus llaves.
Ed le dirigió a Daniel una mirada llena de sorpresa y compasión, y este se dio cuenta de que todo lo que sentía debía de reflejarse en su semblante. Se esmeró por adoptar una expresión hierática y dejó a Alex llorando en el vestíbulo.
Haría su trabajo. Encontraría al asesino que pretendía burlarse de ellos dejando llaves y pistas varias. Tenía que asegurarse de que ninguna otra mujer acabara tirada en una zanja. Tenía que proteger a Alex.
Atlanta, martes, 30 de enero, 14.30 horas.
– Lo siento, señorita Fallon -se disculpó Nancy Barker. La asistente social parecía tan deshecha como la propia Alex-. No sé qué más decirle.
– ¿Está segura? -insistió Alex. Se enjugó las mejillas con el dorso de su mano vendada. Detestaba la flaqueza de las lágrimas, no servían de nada. Llevaba días preparándose para recibir la noticia de la muerte de Bailey, pero no estaba preparada para… eso. No lo esperaba. Además, si lo sumaba a todo lo ocurrido durante el día… Alex supuso que todo el mundo tenía un límite, y ella había llegado al suyo.
– Sé que es duro, pero ya sabía que Bailey era drogadicta. Los adictos a la heroína tienen muchas más probabilidades de reincidir. Usted es enfermera, no le estoy diciendo nada que no supiera ya.
– Lo sé, solo que a juzgar por la vida que llevaba Bailey últimamente todo parecía indicar que había superado la adicción.
– Tal vez se encontrara en una situación tensa y no pudiera soportarlo más. Hay motivos muy diversos por los que los drogadictos vuelven a las andadas. Todo cuanto sé es que ha llamado al departamento y ha dejado un mensaje para, literalmente, «Quien tenga a mi hija, Hope Crighton». La compañera que lo ha recibido sabía que Hope era uno de mis casos y ha enviado el mensaje a mi extensión.
– O sea que, de hecho, nadie ha llegado a hablar con Bailey. -La impresión inicial empezaba a remitir y la mente de Alex volvía a estar activa-. ¿Cuándo ha dejado el mensaje?
– Hace una hora.
Una hora. Alex miró sus manos vendadas. Daniel había dicho que no creía en la casualidad.
– ¿Podría hacer llegar el mensaje a mi teléfono?
– No lo sé. Tenemos un sistema de llamadas internas.
Alex percibió el tono de desaprobación de la asistente social.
– Señorita Barker, no estoy tratando de poner trabas ni de negar la realidad, pero dos mujeres han muerto en la ciudad de Bailey. No puede culparme por dudar de una llamada que supuestamente ha hecho Bailey en la que dice que se ha marchado de casa y que deja a Hope en manos de los servicios sociales.
– ¿Dos mujeres? -se extrañó Barker-. Leí que habían matado a una chica de Dutton, la hija del congresista. Así, ¿hay otra?
Alex se mordió el labio.
– Todavía no se ha hecho público. -Aunque a la sazón Daniel estaba dando una conferencia de prensa, o sea que no tardaría en saberse-. Espero que comprenda mis reservas.
– Supongo que la cosa tiene su lógica -accedió Barker, pensativa-. La cuestión es que no sé cómo enviar un mensaje a un teléfono externo, pero puedo grabárselo.
– Me haría un gran favor. ¿Puedo tener la cinta hoy mismo?
– Mañana, tal vez. La burocracia es la burocracia, ya sabe.
La mujer habló sin demasiada convicción, así que Alex la presionó más.
– Señorita Barker, justo antes de que recibieran esa llamada alguien ha tratado de atropellarme en la calle. Si no fuera porque un hombre me ha apartado, a estas horas estaría muerta.
– Dios mío.
– Por fin lo comprende.
– Dios mío -repitió Barker, anonadada-. Hope podría estar en peligro.
La idea de que alguien pudiera tocar a Hope dejó a Alex helada. Aun así, habló con confianza.
– Voy a pedir protección policial, y, si es necesario, me llevaré a Hope de la ciudad.
– ¿Con quién está Hope ahora?
– Con mi prima. -Meredith había quedado afectada en extremo por la noticia del intento de atropello. Alex estaba hablando con ella por teléfono cuando vio la llamada en espera de Barker-. Ejerce de psicóloga infantil en Cincinnati. Hope está en buenas manos.
– Muy bien. La llamaré en cuanto tenga grabado el mensaje.
Alex volvió a telefonear a Meredith mientras se preparaba para la invectiva, y no hizo mal.
– Vendrás conmigo -le ordenó Meredith saltándose el saludo.
– No, no iré contigo. Mer, la llamada era de la asistente social. Alguien que se hace pasar por Bailey ha telefoneado para decir que acababa de salir de un colocón y que quería asegurarse de que alguien se estaba haciendo cargo de Hope. También ha dicho que podían quedársela, que no pensaba volver.
– Puede que de verdad sea Bailey, Alex.
– La llamada es de hace una hora, justo cuando ese coche ha tratado de acabar con mi vida. Alguien quiere que deje de buscar a Bailey.
Meredith guardó silencio unos instantes, luego suspiró.
– ¿Se lo has dicho a Vartanian?
– Todavía no. Está en una conferencia de prensa. Voy a pedir protección pero no sé si me la concederán. Puede que tengas que llevarte a Hope a Ohio.
– No, aún no. Es posible que hayamos conseguido algo. Tenía miedo de encender el televisor porque siguen hablando de los crímenes, así que he conectado el órgano y he tocado el «brilla, brilla, linda estrella». No me he puesto en serio, solo lo he tocado con un dedo para evitar darle vueltas a la cabeza.
¿Y?
– Y Hope me ha mirado de una forma muy extraña. Me han entrado escalofríos, Alex.
– ¿Dónde está ahora?
– Tocando el maldito órgano, lleva así dos horas. Yo he salido al porche; necesitaba un descanso, de lo contrario me habría puesto a chillar. Toca una melodía de seis notas y la repite una y otra vez, sin parar. Casi preferiría que hiciera montañitas de puré de patata.
– ¿Qué canción es? -Alex escuchó con concentración mientras Meredith tarareaba-. No la había oído nunca. ¿Y tú?
– No, pero si hace con el órgano lo mismo que con los colores, me parece que tenemos canción para rato.
Alex se quedó pensativa unos instantes.
– Hazme un favor, llama al parvulario y pregunta si conocen la canción. A lo mejor la cantaban allí.
– Buena idea. ¿Te han dicho algo en el parvulario del autismo de Hope?
– Todavía no he llamado. Lo tengo en la lista de tareas para esta tarde.
– Les preguntaré yo cuando llame. Si las conductas repetitivas son inherentes a Hope en lugar de haber sido producidas por el trauma, estoy actuando de forma incorrecta. ¿Cuándo piensas volver?
– En cuanto Daniel acabe. Tiene las llaves de mi coche.
Meredith ahogó una risita.
– Supongo que ha encontrado la forma de que le hagas caso.
– Yo siempre le hago caso -protestó Alex.
– Pues entonces házmelo a mí también y ve a donde tengas que ir. -Exhaló un suspiro-. No puedo marcharme.
– ¿Qué quieres decir? ¿Te quedas?
– Unos días más. Si me voy y te sucede algo, no me lo perdonaría nunca.
– Sé cuidarme sola, Meredith -dijo Alex, que se debatía entre la gratitud y el enojo-. Llevo años haciéndolo.
– No, no es cierto -repuso Meredith en tono quedo-. Llevas años cuidando de otra persona, no de Alex. Vuelve pronto, necesito dejar de oír esa cancioncilla.
Martes, 30 de enero, 14.30 horas.
El Jaguar se detuvo a su lado y al bajarse el cristal de la ventanilla apareció el semblante enojado del conductor.
– ¿Qué coño ha pasado?
Supo que se encontraba en apuros desde el momento en que recibió la llamada para reunirse en pleno día. El punto de encuentro era un lugar apartado y no estaba previsto que ninguno de los dos bajara del vehículo, pero la mera posibilidad de que los vieran juntos…
– Me aseguraste que dejaría de preguntar por Bailey. En cambio mi hombre dice que hoy ha ido al juzgado provincial. Le había ordenado que le parara los pies si se acercaba demasiado.
– ¿Y dejaste en manos de «tu hombre» la decisión de cuándo y cómo hacerlo?
Sin duda, se le había ido la mano.
– Tienes razón.
– Pues claro que tengo razón, joder. ¿Sabes al menos qué ha ido a hacer al juzgado?
– No. Mi hombre no ha podido seguirla. Lo habrían… reconocido.
Alzó sus ojos oscuros en señal de exasperación.
– Por el amor de Dios, ¿quieres decir que has contratado a un animal cuya foto aparece colgada en el juzgado provincial porque la policía lo está buscando? Joder, esta ciudad está plagada de capullos. Ya te dije que me encargaba yo de Bailey.
Él alzó la barbilla, no estaba dispuesto a que lo tacharan de capullo.
– Hace casi una semana que la tienes. Dijiste que conseguirías la puta llave en un par de días. Si hubieras cumplido tu misión, la hermanastra no habría empezado a meter las narices porque yo también habría cumplido la mía y a estas horas ya habrían encontrado a Bailey Crighton tirada en un contenedor de las afueras de Savannah.
Sus ojos oscuros emitieron un peligroso destello.
– Lo que has hecho podría costarle un gran disgusto a alguien, y te aseguro que no será a mí. Joder. Si pensabas contratar a un criminal, ¿por qué no has buscado a uno más hábil? ¿Te parece normal pretender atropellar a alguien y darse a la fuga en pleno día? Tu hombre raya en la imbecilidad supina. Ahora pueden seguirle la pista, así que deshazte de él.
– ¿Cómo?
– Eso me da igual. Hazlo y punto. Y no la cagues. Luego averigua por qué Alex Fallon ha ido al juzgado. Solo nos falta que empiece a pedir actas judiciales.
– En las actas judiciales no encontrará nada.
– Sí, claro, también se suponía que iba a creerse que su hermanastra no era más que una colgada que se había largado de la ciudad, pero no se lo ha tragado. No me fío de que no encuentre nada.
Como él tampoco estaba seguro de lo que Alex Fallon podría encontrar, se centró en lo que consideraba un error mayor.
– ¿Qué piensas hacer con Bailey Crighton?
La sonrisa de cobra del hombre le erizó el pelo de la nuca.
– Ha vuelto a beber del néctar.
Eso le sorprendió. Bailey llevaba cinco años sin consumir.
– ¿Por voluntad propia?
Su siniestra sonrisa se acentuó.
– ¿Dónde estaría entonces la diversión? Mañana suplicará el próximo chute, como en los viejos tiempos. Me dirá lo que quiero saber. Pero Bailey y su hermanastra no son el motivo de mi llamada. Quiero saber de qué va lo de la muerte de esa mujer.
Él pestañeó.
– Yo creía…
– ¿Creías que había sido yo? Mierda, eres más idiota de lo que pensaba.
Sus mejillas se sonrojaron.
– Pues yo no he sido, ni los demás tampoco.
– ¿Y por qué estás tan seguro?
– Bluto no tiene huevos para matar a nadie y en cuanto a Igor no es más que un puto gallina. Se le va la fuerza por la boca; no para de llamar a Bluto, lo cita en el parque a todas horas y a la vista de media ciudad. Ese tío va a joderlo todo.
– Tendrías que habérmelo dicho antes.
Pronunció las palabras en voz baja, maliciosa.
El estómago se le encogió al percatarse con exactitud de lo que acababa de hacer.
– Espera un momento.
Sus ojos oscuros pasaron a denotar regocijo.
– Estás metido en esto hasta el cuello, Arvejilla. Ya no puedes echarte atrás.
Era cierto, estaba de mierda hasta el cuello. Se pasó la lengua por los labios.
– No me llames así.
– Lo de los motes fue idea tuya, yo no tengo la culpa de que el tuyo no te guste. -La sonrisa burlona desapareció-. Eres tonto. Mira que preocuparte por un mote cuando no sabes quién se ha cargado a esas mujeres… Así que crees que Igor lo joderá todo, y que Alex Fallon es un peligro con sus preguntas. Pues todo eso no es nada comparado con el daño que pueden hacernos esos asesinatos. La prensa ha empezado a relacionar los casos y anoche todos los canales difundieron la foto de Tremaine. ¿Qué es lo que sabes?
La boca se le secó de golpe.
– Al principio pensé que alguien se dedicaba a imitarnos, tal vez algún chalado que se había enterado del caso después de todo lo que pasó con Simon en el norte.
– No me importa lo que pienses. Te he preguntado qué es lo que sabes.
– La segunda víctima es Claudia Silva. La encontraron con una llave atada al pie.
Él dio un respingo. Encendió una cerilla y empezaron a salir nubes de humo del Jaguar.
– ¿Ha encontrado Daniel la llave de Simon?
La llave de Simon. El acicate con que Simon Vartanian los tentaba, incluso desde la tumba; esta vez, la auténtica tumba. Al menos Daniel había hecho bien una cosa.
– Si la tiene, no ha dicho nada.
– No va a decírtelo a ti. ¿Ha vuelto a su casa?
– Después del funeral, no.
– Y tú, ¿la has registrado?
– He ido a casa de los Vartanian diez veces.
– Pues que sean once.
– Ya sabes que sin la llave también puede abrir la caja.
– Claro, pero puede que ni siquiera sepa que existe. En el momento en que encuentre la llave, empezará a buscar la caja. Eso si no lo ha hecho ya. El cabrón que ha matado a esas mujeres sabe lo de la llave, y quiere que la policía lo descubra, así que asegúrate de que Daniel no encuentre la llave de Simon.
– No ha estado en el banco, eso lo sé seguro. Pero sale con Fallon. Anoche media ciudad lo vio morrearla en el porche de su casa, le metió la lengua hasta el cuello.
Otra vez la sonrisa de cobra.
– Encárgate de eso. Después de acabar con Igor.
La sangre se le heló en las venas.
– No voy a matar a Rhett Porter. -Llamó a Igor por su auténtico nombre con la esperanza de que, con el impacto, el curso de la conversación recobrara la lógica. Pero su esfuerzo fue en vano porque la sonrisa de cobra volvió a acentuarse.
– Pues claro que lo harás, Arvejilla. -La ventanilla se cerró y el jaguar empezó a alejarse.
Él se quedó mirándolo. Claro que lo haría, como la última vez que le habían ordenado que matara a alguien, porque estaba de mierda hasta el cuello. Tenía que matar a Rhett Porter. Obligó a su estómago revuelto a asentarse. Después de todo, ¿qué importaba uno más?
Atlanta, martes, 30 de enero, 15.25 horas.
– Así que la asistente social me está grabando el mensaje -concluyó Alex. Sentada en la silla frente al escritorio de Daniel paseó la mirada de este a Chase Wharton, cuyo lenguaje corporal indicaba que estaba tenso pero cuyo semblante mostraba una esmerada falta de expresión. Con el rabillo del ojo miró a Ed Randall, quien la observaba con tal minuciosidad que la hizo sentir como si estuviera expuesta en un escaparate. Chase se volvió hacia Daniel.
– Llama a Papadopoulos. Asegúrate de que la grabación esté bien hecha para que podamos eliminar todo el ruido de fondo.
– ¿Quién es Papadopoulos? -preguntó Alex mientras entrelazaba las manos. El hecho de que ni siquiera llegaran a insinuar que Bailey podría haber efectuado la llamada la puso nerviosa.
– Luke -respondió Daniel-. Lo has conocido antes, es quien ha conducido tu coche.
– Ya que sacas el tema -empezó Alex, y ante la mirada de advertencia que Daniel lanzó en su dirección casi sintió ganas de que se la tragara la tierra-, necesito que me devuelvas las llaves. No puedo quedarme aquí todo el día. Tengo que hablar con el personal del parvulario de Hope; se comporta de forma extraña y hace cosas que no comprendemos. Y en algún momento necesito pasar por casa de Bailey. Si Loomis y su equipo no se encargan de ello, tendré que hacerlo yo.
Chase se volvió hacia Ed.
– Envía un equipo a casa de Bailey Crighton. Que lo registren todo. Alex, si quiere puede ir con ellos.
Alex posó las manos sobre su regazo al notar que sus pulmones se negaban a expulsar el aire y que empezaba a oír los gritos. Esta vez eran más fuertes. Seguro que se debía a los nervios que había pasado durante toda la tarde. «Silencio. Silencio. -Cerró los ojos y se concentró-. Haz el favor de comportarte como una adulta, Alex. No es más que una casa.» Miró a Chase Wharton con aire resuelto.
– Gracias, sí que iré.
– Me encargaré de reunir al equipo -dijo Ed-. ¿Quiere venir en mi coche, señorita Fallon?
Observó la severa mirada de Daniel. Aún tenía miedo, pensó.
– Preferiría ir en mi coche, pero me sentiré más segura si me sigue hasta que salgamos de Dutton. Y creo que el agente Vartanian también se quedará más tranquilo, ¿verdad?
Vio que Ed se aguantaba la risa y pensó que el hombre le caía bien a pesar de la extraña forma en que la miraba.
– La avisaré cuando esté a punto -dijo, y al salir cerró la puerta tras de sí.
– Daniel me ha contado lo de la niña. ¿Qué son esas cosas tan raras que hace? -quiso saber Chase.
– Toca una melodía en el viejo órgano de la casa que he alquilado. Son seis notas y las repite una y otra vez. A nosotras no nos suena de nada.
– Puede que la hermana Anne la conozca -dijo Daniel, pensativo-. Podemos preguntárselo esta noche, cuando vayamos con Hope al centro de acogida.
Alex abrió los ojos como platos.
– Creía que estarías demasiado ocupado.
Él le dirigió una mirada que expresaba a la vez fastidio y tolerancia.
– Puede que no llegue a tu casa a la hora de cenar pero tenemos que llevar a Hope a ver a la hermana Anne. Si la niña vio algo, tenemos que saberlo. Bailey guarda relación con todo esto, es posible que incluso fuera una testigo presencial.
– Estoy de acuerdo -convino Chase-. Señorita Fallon, estamos tramitando la protección policial para usted y su sobrina. No la tendrá las veinticuatro horas del día porque no contamos con recursos suficientes, pero la acompañarán en coche a donde haga falta. Además, le facilitaremos una lista con todos nuestros móviles por si hay alguna emergencia. No dude en llamarnos si cree que está en peligro.
– Así lo haré. Gracias. -Se puso en pie y extendió la mano-. ¿Y mis llaves?
Con una mueca de fastidio, Daniel se sacó las llaves del bolsillo.
– Llámame. Y no te separes de Ed.
– No soy estúpida, Daniel. Tendré cuidado. -Se volvió hacia la puerta del despacho-. ¿Y mi bolso?
Él entrecerró sus ojos azules.
– No corras riesgos inútiles, Alex.
– ¿Me lo traerás luego?
– Claro. Luego -casi gruñó.
– ¿Traerás también a Riley?
Una de las comisuras de sus labios se arqueó.
– También llevaré a Riley.
Ella le sonrió.
– Gracias.
– Te acompañaré hasta la salida. Es por aquí. -La guió hasta un pequeño y oscuro vestíbulo; luego le levantó la barbilla y escrutó su rostro-. Antes te he visto llorar. ¿De verdad estás bien?
A Alex se le encendieron las mejillas y tuvo que esforzarse para no ceder al impulso de apartarse de su perspicaz mirada.
– Lo he pasado mal hablando con la asistente social. Ya sabes, hay momentos en que la adrenalina se dispara y no puedes pensar con claridad. Pero ahora estoy bien, en serio.
Él le acarició el labio inferior con el pulgar. De repente, le cubrió la boca con la suya, y una natural sensación de tranquilidad invadió a Alex a pesar de la súbita fuerza con que había empezado a latirle el corazón.
Él apartó la cabeza lo justo para permitirle tomar aire.
– ¿Hay alguna cámara? -preguntó ella, y notó los labios de él curvarse contra los suyos.
– Es probable. Bueno, así les daremos de qué hablar. -Y ella se olvidó de la cámara e incluso de respirar cuando él la besó con más intensidad y más pasión que nadie en toda su vida. De repente, él se apartó y tragó saliva-. Me parece que tienes que marcharte.
Ella asintió con vacilación.
– Me parece que sí. Te veré luego. -Cuando se volvió para marcharse, su rostro se crispó de dolor-. ¡Ay! -Se frotó la cabeza y bajó la vista a la manga de él-. Qué daño.
Él recogió los cabellos que se habían enredado en el botón y la besó en la coronilla.
– Qué mujer, un coche ha estado a punto de atropellada y se queja por un tirón de pelo.
Ella se echó a reír.
– Te veré esta noche. Llámame si las cosas se complican y no puedes venir.
Chase se encontraba todavía en su despacho cuando Daniel regresó. Se sentó y se hundió en la silla, consciente de la mirada con que Chase lo estaba evaluando abiertamente.
– Va, suéltalo ya -dijo.
– ¿Que suelte ya el qué? -El tono de Chase expresaba cierto regocijo.
– Que me estoy implicando demasiado, que me estoy dejando llevar por las emociones, que voy demasiado deprisa… Suelta el sermón.
– Lo deprisa que vayas en tu vida personal es asunto tuyo, Daniel. Lo que todo el mundo dice es que cuando ciertos sentimientos se despiertan, no puede hacerse gran cosa por evitarlo. ¿Tú crees que te estás implicando demasiado?
– No tengo ni idea. De momento lo que me importa es que ella siga con vida. -Con la sensación de no estar a la altura, Daniel depositó los cabellos de Alex junto al postizo-. Mierda, se parecen mucho.
Chase ocupó una de las sillas del despacho de Daniel.
– ¿Qué le has dicho?
Daniel hizo una mueca.
– No le he dicho nada.
Chase lo miró con los ojos desorbitados.
– ¿Se los has arrancado sin más?
– No exactamente, he sido un poco más hábil. -Si ella llegaba a descubrir el motivo, le dolería más que un simple tirón de pelo. Pero ya se ocuparía de salvar la situación cuando fuera necesario.
Chase se encogió de hombros, inquieto.
– Ya encontrarás la manera de decirle la verdad cuando llegue el momento. Por ahora, como bien has dicho, vamos a centrarnos en que siga con vida, y para eso tenemos que encontrar al asesino que se ha cargado a esas dos mujeres y que se dedica a imitar un crimen de hace trece años. Quiero saber a qué viene eso. ¿Será simplemente por lo que se ha llegado a hablar de Dutton durante la última semana?
«Te veré en el infierno, Simon.» Daniel se mordió el labio inferior, consciente de que debía contar lo que sabía.
– Tiene que ver con Simon.
Chase lo miró con los ojos entornados.
– Me parece que no me va a gustar, ¿verdad?
– No, pero es posible que sea importante. -Le contó a Chase lo de las cartas que había escrito el hermano de Bailey y lo de la visita del capellán del ejército. «Te veré en el infierno, Simon.»
Chase frunció el entrecejo.
– ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes, Daniel?
«Diez años.» No, no era cierto. Tal vez las fotos no tuvieran nada que ver con los crímenes, ni con el de trece años atrás ni con los de esa semana. «Te estás engañando a ti mismo.»
– Me enteré anoche -respondió-. Lo que no sé es qué relación guardan Simon y Wade con esos dos crímenes.
«Díselo.» Pero en cuanto lo hiciera, lo apartarían del caso. No quería correr ese riesgo, así que contó solo aquello de lo que tenía absoluta certeza.
– Lo que sí sé es que Simon no ha asesinado a Janet ni a Claudia, y que tampoco ha raptado a Bailey ni ha intentado matar a Alex.
Chase dio un resoplido.
– Joder, qué listo. Te daré más cuerda, a ver si averiguas algo interesante. Pero no se te ocurra colgarte, ¿eh?
El alivio resultó palpable.
– Voy a casa de los Barnes. El vigilante del aparcamiento le ha dicho al señor Barnes que había visto a Claudia salir ayer por la noche en su Mercedes, pero que no regresó. Puede que la acometiera allí mismo.
– Y ¿qué hay del coche de Janet Bowie?
– No hemos obtenido resultados con la orden de busca. Leigh ha investigado la tarjeta de crédito de Janet y ha descubierto a qué empresa alquiló la furgoneta en la que el jueves fue a Fun-N-Sun. No la devolvió. Dejó a los chicos en la escuela a las siete y cuarto y llamó a su novio a las ocho y seis minutos.
– O sea que el asesino solo contó con un margen de cincuenta minutos para secuestrarla. ¿Dónde estaba ella cuando ocurrió?
Daniel examinó los faxes que Leigh le había dejado sobre el escritorio mientras se encontraba en la conferencia de prensa.
– Aquí hay algo de la compañía de telefonía móvil. Les he pedido que investigaran la llamada de Janet a Lamar. Lo telefoneó desde el aparcamiento que hay aproximadamente a un kilómetro y medio de la empresa de alquiler de vehículos, que a su vez está a una media hora en coche de la escuela.
– Eso le dejó un margen de veinte minutos para raptarla. ¿Dónde y cuándo fue? ¿Dónde está la furgoneta? ¿La despeñó? ¿La escondió?
– Y ¿dónde está el coche de Janet? -musitó Daniel-. ¿Lo dejó en el aparcamiento de la compañía de alquiler de vehículos al ir a recoger la furgoneta? ¿Entregaría la furgoneta en algún otro sitio? Llamaré para averiguarlo.
Chase se puso en pie y se estiró.
– Necesito un café. ¿Quieres uno tú también?
– Sí, gracias. Esta noche solo he dormido una hora.
Daniel buscó el teléfono de la empresa de alquiler de vehículos, habló con el responsable y ya colgaba cuando Chase regresó con los cafés y unos paquetes de galletas de la máquina expendedora.
– ¿Avena o chocolate? -preguntó.
– Chocolate.
Daniel cogió el paquete y al abrirlo hizo una mueca.
– Tengo restos de comida de la madre de Luke en la nevera pero nunca me acuerdo de traerlos.
– Podríamos robarle la comida a Luke.
– Ya ha comido. Vale, Janet dejó el Z4 frente a la compañía de alquiler a primera hora del jueves y cuando el personal entró a trabajar el viernes por la mañana ya no estaba. En el aparcamiento hay una cámara de seguridad. Pasaré por allí y pediré las grabaciones desde el jueves por la tarde hasta el viernes por la mañana.
– Comprueba también la zona que cubre la señal. A lo mejor tenemos suerte y descubrimos que donde la atacó también hay una cámara.
– Lo haré. -Masticó la galleta mientras pensaba-. Janet llama a su novio, casi seguro que bajo coacción. Hoy Bailey llama para decir que se ha largado de la ciudad y que abandona a su hija.
– ¿Podrá Alex identificar la voz de Bailey cuando recibamos la grabación de Servicios Sociales?
– Hace cinco años que no habla con ella, así que lo dudo. Preguntaré en la peluquería donde trabajaba Bailey. Ellos están más familiarizados con su voz.
– La cosa no pinta bien para Bailey -opinó Chase-. Ya hace cinco días que desapareció.
– Lo sé. Pero ella es el vínculo. Con suerte Ed encontrará algo en su casa. He telefoneado al pastor que fue a verla ayer, pero no me ha devuelto la llamada.
– No conseguirás nada del capellán y lo sabes. Preocúpate de hacer hablar a la niña, tráela y preséntasela a Mary McCrady. Si vio algo, cuanto antes nos enteremos, mejor.
Daniel se estremeció. Mary era la psicóloga del departamento.
– No podemos tratar a la niña como si fuera una delincuente, Chase.
Chase alzó los ojos en señal de exasperación.
– Ya sabes lo que quiero decir. Suavízalo para Fallon, pero quiero a la niña en el despacho de Mary mañana por la mañana. -Se dirigió a la puerta y se volvió, turbado-. Cuando supe lo ocurrido en Filadelfia, pensaba que por fin los fantasmas que te asaltan desde que te conozco habían desaparecido, pero no es así, ¿verdad?
Daniel negó con la cabeza, despacio.
– No.
– ¿Te he dado bastante cuerda para que al menos los mantengas a raya?
Daniel se echó a reír a pesar suyo.
– O lo consigo, o me cuelgo.
Chase no sonrió.
– No permitiré que te cuelgues. No sé qué crees que tienes que demostrar, pero eres un buen agente y no permitiré que eches a perder tu carrera.
Dicho esto se marchó y dejó a Daniel con un montón de papeles y unos cuantos cabellos de Alex Fallon.
«Ponte manos a la obra, Vartanian.» Los fantasmas le llevaban ventaja.