Capítulo 26

Atlanta, viernes, 2 de febrero, 17.45 horas.


– Alex. -Meredith se puso en pie cuando Alex cruzó corriendo la puerta de la sala de urgencias-. Dios mío, Alex. -La rodeó con los brazos y ella la sostuvo con fuerza contra sí.

– Todo ha terminado -musitó-. Todos han muerto.

Meredith se retiró un poco, visiblemente temblorosa.

– Estás herida. ¿Dónde te han herido?

– La sangre no es mía. Es de Daniel, y sobre todo de Granville. ¿Han entrado a Daniel?

– El helicóptero llegó hace unos veinte minutos.

Alex se dirigió al puesto de las enfermeras y Meredith la acompañó.

– Soy Alex Fallon. ¿Podría…?

– Es por aquí -la interrumpió la enfermera mientras un numeroso grupo de periodistas se apiñaba a su alrededor. Ella los guió hasta una pequeña sala de espera-. El agente Chase Wharton nos ha dicho que iba a venir. Quiere hablar con usted.

– Yo con quien quiero hablar es con el médico de Daniel Vartanian -insistió ella-. Y con el de Bailey Crighton.

– Ahora el médico está atendiendo al señor Vartanian -explicó la enfermera con amabilidad, y miró a Alex más de cerca-. Usted estuvo aquí hace unos días, vino a visitar a la monja que murió.

– Sí. -Alex se paseó por la pequeña sala, hecha un manojo de nervios.

– Es enfermera de urgencias. -La enfermera arqueó las cejas-. Ahora lo entiendo. Menudo trabajo ha hecho con Vartanian.

Alex dejó de pasearse y miró a la mujer a los ojos.

– ¿Lo he hecho bien?

La enfermera asintió.

– Eso parece.

Alex exhaló un suspiro de alivio.

– ¿Puedo ver a Bailey?

– Venga conmigo.

Alex asió la mano de Meredith con fuerza mientras caminaban detrás de la enfermera.

– ¿Dónde está Hope?

– Con el agente Shannon y con Riley, todavía en la casa de incógnito. Hemos pensado que era mejor no traerla a ver a Bailey hasta que haya hecho limpieza. Alex, he visto a Bailey cuando ha entrado. Está muy mal.

– Pero está viva -repuso la enfermera. Señaló la sala donde tenían lugar los exámenes médicos-. Solo unos minutos.

A pesar de que la habían advertido, Alex se estremeció al ver a Bailey.

– Bailey, soy yo, Alex.

Los párpados de Bailey se levantaron y se cerraron varias veces cuando ella se esforzó por abrir los ojos.

– No te preocupes -la tranquilizó Alex-. Tienes que descansar. Estás a salvo; y Hope también.

Las lágrimas brotaron de los hinchados ojos de Bailey.

– Has venido. Y has salvado a mi niña.

Alex tomó su mano con suavidad y observó los cardenales y las uñas en carne viva.

– Es una niña preciosa. Meredith se ha ocupado de ella.

Bailey se esforzó por abrir los ojos, y miró a Alex y a Meredith.

– Gracias.

A Meredith se la oyó tragar saliva.

– Hope está bien, Bailey. Te echa de menos. Y Alex no ha dejado de confiar en que seguías viva.

Bailey se pasó la lengua por los labios, resecos y cortados.

– ¿Y Beardsley? -preguntó con voz ronca.

Alex dio unos toques en la boca a Bailey con un paño húmedo.

– Está vivo. También a mí me ha salvado la vida. Me ha dicho que vendría a visitarte. Bailey, la policía ha encontrado a tu padre.

A Bailey le temblaron los labios.

– Tengo que hablar contigo. Wade… hizo cosas horribles. Y mi padre lo sabía.

– Ya lo sé. Al final me he permitido recordar. Craig mató a mi madre.

Bailey se estremeció.

– No lo sabía.

– ¿Recuerdas que ese día me tomé un bote de pastillas? ¿Me lo dio Craig?

– Creo que sí, pero no lo sé seguro. Alex… Wade… Creo que él mató a Alicia.

– No, no lo hizo. Hizo otras cosas horribles pero no la mató.

– ¿La violó?

Alex asintió.

– Sí.

– Hay más.

Alex sintió escalofríos. Granville había dicho lo mismo.

– ¿Te refieres a la carta que Wade te envió? La hemos encontrado, con ayuda de Hope.

– Eran siete. Wade y seis más.

– Ya lo sé. Excepto Garth Davis, todos están muertos, y a Garth lo han detenido.

Bailey volvió a estremecerse.

– ¿Garth? Pero él… Dios mío, qué estúpida he sido.

Alex recordó la llamada de Sissy y al hombre con quien se suponía que Bailey se había encontrado la noche anterior a su secuestro.

– ¿Teníais una aventura?

– Sí. Vino a verme después de que Wade muriera y me dio el pésame como el alcalde que era. -Cerró los ojos-. Una cosa llevó a la otra. Y mira que Wade me lo advirtió. «No te fíes de nadie.»

– ¿Te preguntó Garth por las pertenencias de Wade? -preguntó Meredith en tono quedo.

– Unas cuantas veces, pero no me planteé por qué; entonces todavía no había recibido las cartas de Wade. Estaba tan contenta de que alguna persona de la ciudad me tratara bien… Garth estaba buscando la puta llave; igual que él. Era por lo único que él me preguntaba, por la puta llave.

– ¿Quién te preguntaba por la llave? -quiso saber Alex, y Bailey se echó a temblar.

– Granville. -Lo dijo con amargura-. ¿Qué abría la llave?

– Una caja de seguridad -respondió Alex-. Pero estaba vacía.

Bailey levantó la cabeza, perpleja y desolada.

– Entonces, ¿por qué me ha hecho esto?

Alex miró a Meredith.

– Es una buena pregunta. Daniel y Luke creían que el séptimo hombre tenía un juego de llaves, pero me parece que Granville no lo tenía.

– O bien fue él quien sacó las fotos de la caja de seguridad -observó Meredith.

– Es posible -dijo Luke desde la puerta-. Puede que Granville sacara las fotos de allí hace años. Todavía no lo sabemos. Pero el hecho de que al cabo de todos esos años resultara que Simon seguía con vida los puso a todos nerviosos. Si Daniel encontraba la llave de Simon y Bailey la de Wade, habrían empezado a hacer preguntas, y Granville no quería que eso sucediera. -Se acercó a la cama de Bailey-. Chase quiere hablar contigo, Alex. ¿Cómo te encuentras, Bailey?

– Me pondré bien -dijo Bailey con denuedo-. Tengo que ponerme bien. ¿Cómo está la chica a quien encontré?

– Inconsciente -respondió Luke.

– Es posible que eso sea lo mejor -musitó Bailey-. ¿Cuándo podré ver a Hope?

– Pronto -le prometió Meredith-. Sufrió un gran trauma cuando te dieron la paliza, no quiero que vuelva a asustarse. Te lavaremos el pelo y trataremos de ocultar algunas cicatrices antes de traer a Hope a que te vea.

Bailey asintió con aire abatido.

– Alex, le conté a Granville que te había enviado la llave a ti. ¿Te hizo daño?

– No. La sangre de la blusa es casi toda suya. Está muerto.

– Bien -soltó Bailey con acritud-. ¿Ha sufrido?

– No lo suficiente. Bailey, ¿a quién más viste mientras estabas encerrada?

– Solo a Granville y alguna vez a Mansfield. A veces a los guardias. ¿Por qué?

– Por saberlo. -Alex esperaría un poco antes de contarle a Bailey que Granville había dicho que había más, y también esperaría antes de contarle que Craig había asesinado a la hermana Anne-. Ahora duerme. Luego volveré.

– Alex, espera. No quería decirle que tú tenías la llave, y él… -Sus ojos se llenaron de lágrimas al señalar las marcas recientes del brazo producidas por la aguja-. Me pinchó.

Alex se quedó mirando las marcas de la aguja, horrorizada.

– No.

– Llevaba cinco años sin probar nada. Lo juro.

– Ya lo sé. Hablé con Desmond y con todos tus amigos.

– Ahora tengo que volver a desengancharme. -A Bailey se le quebró la voz y a Alex se le partió el corazón.

– No tendrás que hacerlo sola esta vez. -Alex besó a Bailey en la frente-. Ahora duerme. Yo tengo que hablar con la policía. Querrán que les cuentes lo de las chicas.

Bailey asintió.

– Diles que les ayudaré en todo lo que pueda.


Atlanta, sábado, 3 de febrero, 10.15 horas.


Daniel se despertó y encontró a Alex durmiendo en una silla al lado de su cama. Pronunció su nombre tres veces antes de conseguir hacerlo lo bastante alto para despertarla.

– Alex.

Ella levantó la cabeza y pestañeó para prestarle atención de inmediato.

– Daniel. -Sus hombros se hundieron y por un momento él pensó que iba a echarse a llorar. El pánico se adueñó de él.

– ¿Qué? -La mera palabra le arrancó la piel de la garganta.

– Espera. -La pastilla refrescante que ella le introdujo en la boca le sentó de maravilla-. Acaban de retirarte el tubo de respiración, así que te dolerá la garganta unas horas. Aquí tienes un cuaderno y un bolígrafo; no hables.

– ¿Qué? -repitió él, ignorando sus palabras-. ¿Estoy muy mal?

– Dentro de unos cuantos días podrás salir del hospital. Has tenido suerte, la bala no te ha afectado ningún órgano vital. -Lo besó junto a los labios-. Ni siquiera han tenido que operarte. La herida está cicatrizando sola. Dentro de unas semanas o como mucho un mes estarás recuperado del todo y podrás volver al trabajo.

Aun así, había algo que iba mal.

– ¿Qué les ha ocurrido a Mansfield y a Granville?

– Mansfield, Granville y O'Brien están muertos. Y Frank Loomis también. Lo siento, Daniel. Probablemente murió pocos minutos después de que le dispararan. Pero Bailey está viva.

– Bien -dijo con tanto entusiasmo como pudo-. ¿Qué ocurrió allí, Alex? -preguntó con voz ronca-. Luke y tú… Os oí hablar, dijisteis algo de unas chicas.

– Granville estaba metido en una historia horrenda -dijo ella en tono quedo-. Encontramos los cadáveres de cinco adolescentes. Las había tenido prisioneras. Beardsley dice que debía de haber una docena en total. Granville empezó a sacarlas de allí, pero no tenía tiempo de llevárselas a todas y mató a las que quedaron.

Daniel trató de tragar saliva, pero no pudo. Alex deslizó otra pastilla refrescante en su boca, pero esta vez no le sirvió de ayuda.

– Una de las chicas consiguió escapar con la ayuda de Bailey. Está inconsciente, así que aún no ha podido contarnos nada. Luke dice que una de las chicas muertas le suena del caso que llevaba con anterioridad. -Suspiró con aire cansino-. Supongo que no olvida sus caras, igual que tú no olvidas las caras que aparecen en las fotos de Simon. Una de las chicas que encontramos aparecía en una de las páginas de pornografía infantil que el equipo de Luke clausuró hace ocho meses.

A Daniel se le revolvió el estómago.

– Dios.

– Llegamos una hora tarde. -Alex le acarició la mano con suavidad-. Daniel, antes de morir Granville dijo que él era el maestro de Simon, pero que había más. Qué él se debía a otra persona.

– ¿Quiénes son los demás?

– No lo dijo.

– ¿Y Mack O'Brien?

– El equipo de Chase ha descubierto el lugar en el que vivía.

– ¿En la nave que Rob Davis construyó en las tierras de su familia?

– Has acertado a medias. Vivía en una de las naves que el editor del Review destinaba a almacén. El coche de Delia estaba equipado con GPS y los hombres de Chase siguieron la señal y dieron con los otros coches que Mack tenía guardados. Luke encontró los emails en el ordenador de Mack. Pensaba vender el Porsche de Delia, el Z4 de Janet y el Mercedes de Claudia. Y pintó de nuevo el Corvette de Gemma. Parece que ese pensaba quedárselo.

– Espera. ¿Mack vivía en el almacén donde guardaban las copias del Review? ¿Por qué?

– El trabajaba para el Review, Daniel. Mack era el repartidor de periódicos. El martes estuve charlando con él en la puerta de casa como si tal cosa.

A Daniel se le formó un nudo en el estómago al pensar que Mack O'Brien había estado tan cerca de ella.

– Mierda. ¿Y nadie lo reconoció? -preguntó con voz áspera.

– Marianne lo contrató; se encargaba de todos los trabajos administrativos del periódico. Pero ella no lo conocía. Mack debía de ser aún pequeño cuando vosotros estudiabais en la escuela secundaria. Repartía los periódicos cuando casi todo el mundo dormía y el resto del tiempo andaba de un lado para otro con la furgoneta de Marianne, observándolo todo. Mack observaba mucho.

– ¿A quién observaba?

– A todos ellos. Tenía fotos de Garth entrando en casa de Bailey, de Mansfield llevando a las chicas al bunker de Granville, de Mansfield…

– Espera. ¿Mansfield también estaba implicado en eso?

– Sí. Todavía no sabemos hasta qué punto, pero tomaba parte en el negocio de Granville.

Daniel cerró los ojos.

– Joder. Quiero decir… Santo Dios, Alex.

– Ya lo sé -musitó ella-. Por suerte parece que Frank no tenía nada que ver con eso. Ayer recibió un mensaje de texto en el que le decían dónde encontraría a Bailey. Él creyó que era de Marianne, pero lo envió Mack desde su móvil.

– Pero Frank falsificó las pruebas en el caso del asesinato que le imputaron a Fulmore. -Su voz sonaba como un graznido, y Alex le introdujo otra pastilla refrescante en la boca con una mirada de reproche.

– Utiliza el cuaderno y el bolígrafo. Sí, entonces Frank falseó las pruebas, pero no creo que ayer quisiera traicionarte. Bailey me ha contado que Frank la ayudó a escapar.

Daniel imaginó que eso suavizaba un poco las cosas. Aun así…

– Ojalá supiera por qué. Necesito saber por qué.

– Puede que estuviera protegiendo a alguien. Puede que lo chantajearan. -Le acarició la mejilla-. Espera a volver a estar fuerte. Entonces lo investigarás y con un poco de suerte darás con algunas respuestas.

Con un poco de suerte. Daniel sabía que tal vez no llegara a conocer nunca los motivos de Frank, pero quería creer que los tenía.

– ¿Qué más?

Alex suspiró.

– Mansfield contrató a Lester Jackson, el hombre que quiso atropellarme y que mató a Sheila y al joven agente de Dutton en Presto's Pizza. Chase encontró un móvil desechable en el bolsillo de Mansfield y los números coincidían con los de las llamadas que Lester Jackson recibió en su móvil el día en que trató de atropellarme.

– ¿Y los diarios?

– Chase los encontró con las cosas de Mack. Annette tenía razón en todo lo que dijo. Mack llevaba un mes siguiendo a Garth, a Rob Davis y a Mansfield. Creo que él tampoco estaba seguro de quién era el séptimo porque al principio guardó fotos de muchos de los hombres de la ciudad. Pero entonces vio a Granville en la puerta del bunker y desde entonces todas las fotos pasaron a ser de Toby, Garth, Randy y Rob Davis. Rob estaba liado con Delia, que supongo que Mack imaginó que cargándosela mataba dos pájaros de un tiro. Por una parte se vengaba de Delia por haber hablado mal de su madre y por la otra le hacía más daño a Rob Davis.

»Mack tenía fotos de cuando Mansfield mató a Rhett Porter. -Vaciló-. Y de nosotros dos juntos. -Sus mejillas se encendieron-. El jueves por la noche estaba enfrente de tu casa con la furgoneta. Nos fotografió a través de la ventana. No parece que las haya descargado en el ordenador. O en ninguna parte. -Se encogió de hombros-. Quería cerrar el círculo conmigo.

Ella lo dijo como la cosa más natural del mundo pero a Daniel le hervía la sangre.

– Qué hijo de puta -dijo entre dientes, y ella le frotó la mano-. ¿Qué hay de la caja de seguridad?

– Si Rob Davis sabe algo, no lo ha contado. Garth se ha puesto en manos de su abogado. Es posible que acabe dando alguna respuesta más, pero solo lo hará si a cambio interceden por él ante la fiscalía del estado.

– ¿Y Hatton?

Ella sonrió.

– Se pondrá bien. Es posible que no pueda ejercer de agente durante bastante tiempo, pero sobrevivirá. Dice que, de todos modos, le queda poco para jubilarse.

– ¿Y Crighton? -preguntó él, y la sonrisa de Alex se desvaneció.

– Encontraron sus huellas en el dormitorio de la hermana Anne; eran huellas de la sangre de la hermana, así que con eso podrían detenerlo por su asesinato. Chase dice que aunque Craig no confiese, podríais arrestarlo por el asesinato de mi madre o por conspirar con Wade para ocultar un delito.

– ¿Y lo de tus pastillas?

– No lo sabré nunca. No pienso ir a suplicarle que me lo cuente.

– ¿Lo has visto?

Ella se puso tensa.

– No.

– Yo te acompañaré -dijo.

Ella se relajó y Daniel se dio cuenta de que le daba miedo ir sola.

– Bailey cree que Wade y él me obligaron a tomar las pastillas, por algunos comentarios que hizo Wade entonces. Pero no tenemos pruebas.

– ¿Bailey está consciente?

Ella asintió.

– Llevo un rato paseándome de habitación en habitación -dijo con una ligera sonrisa-. Os he visto a ti, a Bailey, a Beardsley, a Hatton y a la chica a quien Bailey salvó. Bailey dice que una de las cosas que recuerda del día en que murió Alicia es que ella me echó algo en la sopa a la hora de comer para que me doliera el estómago. Esa noche pensaba ir a una fiesta y no quería que yo la acompañara. Seguía enfadada conmigo por lo del tatuaje y por haberles contado a los profesores que nos hacíamos pasar la una por la otra en los exámenes. Es probable que su cabreo me salvara la vida.

Él le asió la mano con más fuerza.

– ¿Y Hope?

– Sabe que Bailey está viva, pero todavía no la ha visto. Aún tiene muy mal aspecto. Daniel, Granville le pinchó heroína para obligarla a hablar. -A Alex le tembló la voz-. Llevaba cinco años sin probarla. Ahora tendrá que volver a pasar por todo eso. Él era médico.

– Un cabrón de lo más cruel, eso es lo que era. -Daniel se esforzó por pronunciar las palabras. Ella suspiró.

– Eso también. Bailey tenía una aventura con Garth, pero no está claro si él sabía que Mansfield y Granville la habían secuestrado o no. Como te he dicho, Garth se ha puesto en manos de su abogado. Luke ha intentado interrogarlo, pero hasta ahora no ha pronunciado palabra. Así es como están las cosas en resumen.

– ¿Y Suze?

– Todavía está aquí. Ha estado haciéndoos compañía a ti y a la víctima desconocida. -Al ver que él arqueaba una ceja, Alex añadió-: La chica a quien Bailey ayudó a escapar. No sabemos cómo se llama. Daniel, he estado pensando.

A él lo invadió el temor, pero enseguida lo apartó de sí. Era posible que ella acabara marchándose, pero no iba a dejarlo en aquel estado. De eso estaba seguro.

– ¿En qué?

– En ti. En mí. En Bailey y Hope. Tú cuando salgas estarás bien, pero Bailey… Le queda mucho camino por recorrer. Necesitará que alguien la ayude a cuidar de Hope.

– ¿Dónde? -preguntó.

– Aquí. Todos sus amigos están aquí. No voy a arrancarla de todo esto. Me quedaré aquí con ella. Tendré que buscar una casa donde podamos vivir Bailey, Hope y yo, pero…

– No -soltó él con aspereza-. Tú te vendrás a vivir conmigo.

– Pero tendré que cuidar de Hope cuando Bailey entre en rehabilitación.

– Tú te vendrás a vivir conmigo -repitió él-. Y Hope también. Bailey se podrá quedar a vivir con nosotros todo el tiempo que le haga falta. -Le entró un arranque de tos y ella le acercó un vaso de agua a los labios.

– Poco a poco -le ordenó cuando lo vio dispuesto a bebérsela de golpe-. Da un sorbito.

– Sí, señora. -Él se recostó y la miró a los ojos-. Tú te vendrás a vivir conmigo.

Alex sonrió.

– Sí, señor.

Él no apartó la mirada.

– Antes he querido decir lo que he dicho.

Ella no titubeó.

– Yo también.

Daniel exhaló un suspiro de alivio.

– Bien.

Ella le dio un beso en la frente.

– Ahora ya sabes todo lo que tienes que saber. Deja de hablar y duerme. Luego volveré.


Atlanta, sábado, 3 de febrero, 12.30 horas.


– Bailey.

Quiso levantar los párpados ante la voz familiar y, de pronto, el corazón le dio un vuelco. Todavía estaba allí, la evasión no había sido más que un sueño. Entonces notó la mullida cama bajo su espalda y supo que la pesadilla había terminado. Por lo menos una de ellas. La pesadilla de su adicción acababa de volver a empezar.

– Bailey.

Se esforzó por abrir los ojos y le entraron palpitaciones.

– Beardsley. -Se encontraba sentado en una silla de ruedas junto a su cama. Ahora estaba limpio. Tenía un enorme corte en una mejilla, pero estaba limpio. Su pelo era rubio y lo llevaba muy corto, tal como correspondía a un militar. Resaltaban sus gruesos pómulos y su barbilla prominente. Sus ojos eran castaños y cálidos, tal como recordaba. Tenía los labios agrietados, pero se veían resueltos y bien proporcionados. Todo en él era resuelto y bien proporcionado.

– Creía que había muerto -musitó ella.

Él sonrió.

– No; soy más duro que todo eso.

Ella así lo creía. Era más corpulento que tres como ella.

– He visto a Alex.

– Yo también. Ha efectuado la ronda para comprobar cómo estábamos. Tienes una hermanastra muy fuerte, Bailey. Y ella también tiene una hermanastra fuerte.

Su cumplido la hizo sentirse mejor.

– Me ha salvado la vida. ¿Cómo podré agradecérselo?

Él arqueó sus cejas rubias.

– Ya nos pondremos de acuerdo en eso más tarde. ¿Cómo te encuentras?

– Como si me hubieran tenido prisionera una semana.

Él volvió a sonreír.

– Lo has hecho muy bien Bailey. Deberías sentirte orgullosa.

– No sabe lo que dice. Usted no sabe lo que he hecho.

– Sé lo que te he visto hacer.

Ella tragó saliva.

– He hecho cosas horribles.

– ¿Lo dices por las drogas?

– Y por otras cosas. -Sus labios se curvaron con tristeza-. No soy una chica a quien nadie quiera presentar en casa de sus padres.

– ¿Lo dices porque eras una prostituta y te acostabas con hombres?

Ella abrió los ojos, anonadada.

– ¿Lo sabía?

– Sí. Wade me habló de ti antes de morir. Estaba muy orgulloso de que hubieras dado un giro a tu vida.

– Gracias.

– Bailey, no me entiendes. Yo lo sé todo, y no me importa.

Ella miró sus cálidos ojos, de nuevo se sentía nerviosa.

– ¿Qué quiere de mí?

– Aún no lo sé, pero me gustaría descubrirlo. No nos apresaron juntos sin motivo, y quiero que sepas que ahora que ese episodio ha terminado no pienso marcharme así como así.

Ella no sabía qué decir.

– Tengo que volver a entrar en rehabilitación.

Sus ojos castaños centellearon de ira.

– Y solo por eso, con gusto lo mataría otra vez.

– Beardsley, él… -La palabra le atoró la garganta.

Él apretó la mandíbula; sin embargo, cuando habló lo hizo en tono amable.

– Eso también lo sé. Bailey, hoy has cruzado aquella puerta por tu propio pie. No mires atrás.

Ella cerró los ojos y notó que las lágrimas le resbalaban por las mejillas.

– Ni siquiera sé cuál es su nombre de pila.

Él le cubrió la mano con la suya.

– Ryan. Soy el capitán Ryan Beardsley, del ejército de Estados Unidos, señora.

Los labios de Bailey se curvaron en una sonrisa.

– Es un placer, Ryan. ¿Es ahora cuando debemos decir que este es el comienzo de una bella amistad?

Él le devolvió la sonrisa.

– ¿No es esa la mejor forma de comenzar? -Él se inclinó hacia delante y la besó en la mejilla-. Ahora duerme. Y no te preocupes. En cuanto estés preparada, traerán a Hope para que te vea. También me gustaría conocerla a ella, cuando a ti te parezca oportuno permitírmelo.


Atlanta, sábado, 3 de febrero, 14.45 horas.


– ¿Cómo está la chica?

A Susannah no le hizo falta mirar para saber que quien estaba detrás de ella era Luke Papadopoulos.

– Se ha despertado, pero enseguida ha vuelto a quedarse dormida. Supongo que es su forma de evitar el dolor durante un rato.

Luke entró en la pequeña sala de urgencias y tomó la otra silla.

– ¿Ha dicho algo al despertarse?

– No. Se ha limitado a mirarme como si fuera Dios, o algo así.

– Usted la sacó del bosque.

– Yo no hice nada. -Tragó saliva. Nunca se había pronunciado mayor verdad que esa.

– Susannah. Usted no ha sido la causante de todo esto.

– Resulta que yo no estoy de acuerdo.

– Cuéntemelo todo.

Ella se volvió a mirarlo. Tenía los ojos más oscuros que había visto jamás; eran más negros incluso que la noche. Y justo en esos momentos hervían con turbulencia. Sin embargo el resto de su semblante aparecía sereno. Por la emoción que su rostro traslucía, bien podría haber sido una estatua.

– ¿Por qué?

– Porque… -Él encogió un hombro-. Porque quiero saberlo.

Una de las comisuras de los labios de ella se curvó en lo que sabía que muchos consideraban un gesto de desdén.

– ¿Qué es lo que quiere saber, agente Papadopoulos?

– Por qué cree que todo esto es culpa suya.

– Porque lo sabía -dijo sin alterarse-. Lo sabía y no dije nada.

– ¿Qué es lo que sabía? -preguntó con naturalidad.

Ella apartó la mirada y la fijó en la chica sin nombre, que seguía contemplándola como si fuera Dios.

– Sabía que Simon era un violador.

– Creía que Simon no había violado a nadie, que se limitó a tomar las fotos.

Ella recordó la fotografía que Simon le había mostrado.

– Violó a una persona como mínimo.

Oyó que Luke tomaba aire.

– ¿Se lo contó a Daniel?

Ella se dio la vuelta para mirarlo.

– No. Y usted tampoco se lo dirá.

Su interior estaba lleno de furia, una furia que hervía y borbotaba y amenazaba con irrumpir todos los días de su vida. Ella sabía muy bien lo que había hecho y lo que no. Daniel solo había llegado a atisbar las fotos en las que no podía identificarse a los violadores. Ella, en cambio, no podía decir lo mismo.

– Si hubiera sabido que de haber hablado podría haberse evitado todo esto… -Pasó con suavidad la mano por la barandilla de la cama de hospital-. Tal vez ahora ella no estaría aquí.

Luke guardó silencio un buen rato, y juntos contemplaron a la chica respirar mientras cada uno se sumía en sus pensamientos. Susannah sentía admiración por un hombre que sabía cuándo debía respetar el silencio. Al fin él habló.

– He reconocido a una de las víctimas.

Ella se volvió a mirarlo, anonadada.

– ¿Cómo es posible?

– Hace ocho meses estuve trabajando en un caso. -Un músculo de la mejilla le tembló-. No fui capaz de proteger a esa chica; no fui capaz de conseguir que se hiciera justicia con el sádico que agredía sexualmente a niños. Quería forzar la cosa un poco más.

Ella examinó su rostro, el gesto de su boca. No creía haber visto en su vida a un hombre más serio.

– Granville está muerto.

– Pero hay alguien más; la persona que movía los hilos. La persona que enseñó a Granville los secretos de la profesión. Quiero llegar hasta él. -Se volvió para mirarla a los ojos y ella estuvo a punto de caerse de espaldas ante la energía que irradiaba su ser-. Quiero arrojarlo al infierno y lanzar la llave muy lejos.

– ¿Por qué me dice todo esto?

– Porque creo que usted quiere lo mismo que yo.

Ella se volvió hacia la víctima desconocida y la rabia que llevaba dentro borbotó con mayor fuerza. Sentía rabia hacia Simon, hacia Granville, hacia quienquiera que fuera ese misterioso hombre… y hacia sí misma. En aquel momento no hizo nada, pero las cosas iban a cambiar.

– ¿Qué quiere que haga?

– Todavía no lo sé, pero la llamaré cuando lo tenga claro. -Se puso en pie-. Gracias.

– ¿Por qué?

– Por no decirle a Daniel lo de Simon.

Ella se lo quedó mirando.

– Gracias a usted por respetar mi decisión.

Permanecieron mirándose a los ojos unos instantes. Luego Luke Papadopoulos la saludó con un movimiento de cabeza y se alejó. Susannah se volvió hacia la chica sin nombre.

Y en ella se vio a sí misma.


Atlanta, lunes, 5 de febrero, 10.45 horas.


Hacía tres días que Mansfield había disparado a Daniel y había hecho caer las fichas del dominó. Hacía tres días que Alex había matado a un hombre y había observado a dos más morir ante sus ojos. Y sin embargo el sentimiento seguía sin aflorar. O tal vez fuera que no lo sentía en absoluto.

Alex se inclinaba más bien por lo segundo.

Empujó la silla de ruedas de Daniel hasta cruzar la puerta del centro penitenciario y entrar en la sala donde iba a tener lugar el encuentro.

– Esto es una pérdida de tiempo, Daniel.

Daniel se levantó de la silla y se acercó a la mesa por su propio pie. Estaba más delgado y aún se le veía pálido, pero se estaba recuperando bien. Dejó la silla fuera y se sentó junto a Alex.

– Sígueme la corriente. Puede que a ti no te haga falta esto para dar el asunto por concluido pero a mí sí.

Ella miró la pared.

– No quiero verlo.

– ¿Por qué?

Ella movió los hombros con incomodidad.

– Tengo cosas que hacer; cosas importantes. Por ejemplo, tengo que conseguir que Bailey ingrese en un centro de rehabilitación, y también tengo que encontrar una escuela para Hope y buscarme un trabajo.

– Todo eso es muy importante -convino él en tono afable-. Pero ¿cuál es el verdadero motivo?

Ella se volvió y le lanzó una mirada furibunda, pero la ternura que observó en sus ojos la obligó a tragar saliva.

– He matado a un hombre -musitó.

– No te sentirás culpable por Mansfield. -Era más una afirmación que una pregunta.

– No. De hecho, es al revés. Me alegro de haberlo matado. Me siento…

– ¿Poderosa? -apuntó él, y ella asintió.

– Sí, supongo que es eso. Es como si en ese momento tuviera la responsabilidad de arreglar algo que iba horriblemente mal en el mundo.

– Lo hiciste. Pero eso te asusta.

– Sí; me asusta. No puedo ir por la vida disparándole a la gente, Daniel. Craig no querrá hablar conmigo y me sentiré impotente. Me gustaría dispararle a él también, y no puedo hacerlo.

– Bienvenida a mi mundo -soltó Daniel con una sonrisa cargada de ironía-. Pero evitándolo no hallarás la respuesta, cariño. El hecho de evitar enfrentarte a la realidad solo te llevó a oír gritos y a tener pesadillas.

Ella sintió ganas de replicar, aunque sabía que tenía razón. Se olvidó de toda discusión en cuanto la puerta se abrió y un guardia hizo entrar a Craig Crighton en la sala, con grilletes en los brazos y en las piernas. El guardia lo sentó en una silla y sus cadenas tintinearon.

Pasó un minuto entero antes de que Alex se percatara de unas cuantas cosas. Estaba cabizbaja y se miraba las manos, igual que le había sucedido aquel día en el hospital, hacía tantos años. Nadie habló. Y en su mente no había gritos, solo un silencio escalofriante.

Daniel le cubrió las manos con la suya y se las estrechó un poco, y eso le dio fuerzas para levantar la cabeza y alzar la barbilla hasta encontrarse mirando directamente a los ojos a Graig Crighton.

Se le veía viejo. Demacrado. Todos esos años consumiendo drogas y viviendo en la calle habían apagado su mirada. No obstante, la miró igual que lo había hecho Gary Fulmore, y Alex se dio cuenta de que a quien veía era a Alicia. O tal vez incluso a su madre.

– Craig -dijo en tono neutral, y él, sobresaltado, dio un respingo.

– Tú no eres ella -musitó.

– No; no lo soy. Sé lo que hiciste -dijo con igual serenidad, y Craig entornó los ojos.

– Yo no hice nada.

– Agente Vartanian. -Alex se volvió hacia un joven con un traje azul que se encontraba sentado junto a una elegante rubia vestida con un traje chaqueta negro. El joven fue quien habló. Alex reconoció a la mujer; era Chloe Hathaway, la fiscal del estado. La conocía de las veces que había visitado a Daniel en el hospital. Sus sospechas de que el joven era el abogado de Craig pronto se vieron confirmadas-. ¿Qué espera de esta reunión? A mi cliente lo han acusado del asesinato de la hermana Anne Chambers. A buen seguro no espera que se declare culpable de otro asesinato.

– Solo quiero hablar con él -dijo Daniel con naturalidad-. Tal vez consigamos aclarar algunos puntos turbios del pasado.

– Sé que su cliente mató a mi madre -terció Alex, satisfecha de oír que no le temblaba la voz-. Y, aunque me encantaría que recibiera su castigo, estoy segura de que no lo admitirá. Sin embargo, quiero saber qué sucedió después.

– Te tomaste un bote de pastillas -soltó Craig con frialdad.

– A mí me parece que no -repuso Alex-. Si me las diste tú, me gustaría saberlo.

– Si se las hubiera dado él -empezó el abogado con suavidad-, estaría declarándose culpable de intento de homicidio. No espere que admita eso tampoco.

– No presentaré cargos -dijo Alex.

– No podría aunque quisiera -aseguró Chloe Hathaway-. Si el señor Crighton trató de matarla con una sobredosis de pastillas, yo tendría que hacerme cargo del caso.

– Pero siempre podrías idear algo, ¿verdad Chloe? -preguntó Daniel.

– ¿Como rebajarle los cargos por lo de la monja? -apuntó el abogado de Craig en tono cauteloso, y Alex perdió los nervios.

Se puso en pie. Ahora sí que temblaba, pero era de cólera.

– No, en absoluto. No permitiré que deje de hacerse justicia con la hermana Anne para satisfacer mi orgullo. -Se inclinó sobre la mesa hasta situar los ojos a la altura de los de Crighton-. Tú mataste a mi madre y tu hijo violó a mi hermana. También trató de violarme a mí y no moviste un dedo para evitarlo. No me avergüenzo de haber tomado esas pastillas. Entonces me arrebataste todo lo que más quería, pero ahora no me despojarás de mi amor propio. -Miró a Chloe Hathaway-. Siento que haya tenido que molestarse en venir hasta aquí. Hemos terminado.

– Alex -musitó Daniel-. Siéntate, por favor. -Le posó su gran mano en la espalda y la empujó hasta que se sentó-. ¿Chloe?

– Le concedo inmunidad en lo del intento de homicidio pero nada respecto al asesinato de la monja.

El abogado de Craig se echó a reír.

– O sea que se trata de una buena acción. No, gracias.

Daniel lanzó a Craig su mirada más glacial.

– Considérelo la penitencia por haber matado a una monja.

Guardaron silencio hasta que Alex no pudo soportarlo más. Se puso en pie.

– Mi madre no te mató cuando tuvo la oportunidad de hacerlo. Llamémoslo miedo, pánico o clemencia, el resultado es el mismo. Tú estás aquí y ella no, y todo porque temías que se descubriera tu secreto. Pero ¿sabes qué? Que tarde o temprano habría acabado sabiéndose de todos modos. Con los secretos suele pasar eso. Yo perdí a mi madre y tú también perdiste cosas. Perdiste a Bailey y a Wade, y la vida que llevabas hasta entonces. Yo tengo una vida. Por mucho que tu abogado consiga sacarte de aquí algún día, tú nunca recuperarás la tuya. Con saber eso ya tengo suficiente.

Se dirigía a la puerta cuando Craig la hizo detenerse.

– No te tomaste las pastillas por voluntad propia; te las di yo.

Ella se volvió despacio.

– ¿Cómo? -preguntó con el tono más neutro de que fue capaz.

– Las trituramos y las disolvimos en agua. Cuando recobraste el conocimiento, te las dimos a beber.

– «¿Te las dimos?»

– Wade y yo. Él no quería hacerlo; vale la pena que lo sepas.

Alex retrocedió hasta la mesa para mirarlo a los ojos.

– ¿Y las pastillas que me pusiste en la mano el día en que Kim vino a llevarme consigo? -preguntó, y él bajó la cabeza.

– Esperaba que o bien te las tomaras o bien Kim las descubriera y me delatara. Eso es todo.

Era suficiente.

– Si alguna vez sales de aquí, no se te ocurra acercarte a Bailey ni a Hope.

Él asintió una vez.

– Llevadme a la celda.

El guardia se llevó a Craig de la sala y su abogado los siguió. Chloe Hathaway dirigió a Alex una mirada de aprobación.

– No le habría concedido nada de nada respecto a lo de la monja. Lo digo para que lo sepa.

Alex sonrió débilmente.

– Gracias por lo de la inmunidad. Es bueno saber la verdad.

Cuando la fiscal se hubo marchado, Alex se volvió hacia Daniel.

– Gracias también a ti por hacerme venir. Lo cierto es que necesitaba saberlo.

Él se levantó y la rodeó con el brazo.

– Ya lo sé. A mí me daba igual que vinieras o no, pero necesitabas saberlo. Ahora, de todos los secretos ya no queda ninguno. Vámonos a casa.

«A casa.» A la casa de Daniel, con su acogedora sala de estar, la mesa de billar y el rincón con la barra de bar y el cuadro Perros jugando al póquer; y el dormitorio con la gran cama. Sería la primera vez que Daniel entrara en casa desde que le dispararan, y una calidez invadió a Alex por dentro al pensar que no volvería a dormir sola en aquella cama.

Luego se acordó del estado en que había dejado la casa y se estremeció.

– Mmm, puestos a sincerarnos, tengo que confesarte un detalle. Hope le dio de comer a Riley.

– ¿Dónde? -gruñó Daniel.

– En la sala de estar. He llamado a la madre de Luke y me ha dicho que enviaría a su primo a por la alfombra. Como la tintorería es suya, seguramente para cuando volvamos ya la habrá limpiado.

Él se dejó caer en la silla de ruedas con un suspiro.

– ¿Algún secreto o alguna confesión más?

Ella soltó una carcajada, y al oírla se sorprendió a sí misma.

– No, creo que nos portamos bastante bien. Vámonos a casa.

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