Capítulo 3

Atlanta, lunes, 29 de enero, 8.45 horas.


Alex se detuvo frente a la puerta de entrada de la Di visión de Investigación del GBI y rezó por que el agente Daniel Vartanian resultara de más ayuda que el sheriff Loomis de Dutton. «Diríjase a Peachtree-Pine», le había espetado Loomis cuando ella lo había telefoneado por quinta vez al despacho el domingo por la mañana en un intento por conseguir que alguien le facilitara información sobre Bailey. Al buscar en Google descubrió que Peachtree-Pine era un centro de acogida para muchas personas sin hogar de Atlanta. Si estaba equivocada… «Por favor, Dios mío, haz que esté equivocada.» Si estaba equivocada y la víctima no era Bailey, Peachtree-Pine sería el siguiente lugar al que se dirigiría.

Sin embargo, con los años Alex se había vuelto realista y sabía que había muchas posibilidades de que la mujer hallada en Arcadia fuera Bailey. El hecho de que la hubieran encontrado en el mismo estado que a Alicia… Ante el temor, un escalofrío le recorrió la espalda y se tomó un momento para tranquilizarse antes de abrir la puerta del edificio. «Concéntrate en la oscuridad. Sé fuerte.»

Al menos se sentía cómoda con la ropa que llevaba puesta. Lucía el traje negro que había incluido en la maleta por si tenía que presentarse en el juzgado para conseguir la custodia de Hope. O por si encontraban a Bailey. El traje le había servido para unos cuantos funerales a lo largo de los años. Mientras rezaba para no tener que asistir a otro, se preparó para lo peor y abrió la puerta.

Sobre el mostrador había una placa que rezaba Leigh Smithson, secretaria. La joven rubia de detrás del mostrador levantó la cabeza del ordenador y esbozó una amable sonrisa.

– ¿En qué puedo ayudarla?

– He venido a ver al agente Vartanian. -Alex alzó la barbilla, como desafiando a la mujer a prohibírselo.

La sonrisa de la joven se desvaneció.

– ¿Ha concertado una cita?

– No, pero es importante. Se trata de un artículo de un periódico. -Extrajo el Dutton Review de su maletín cuando la joven la miró con ojos que echaban chispas.

– El agente Vartanian no tiene ningún comentario para su periódico. Ustedes los periodistas… -masculló.

– No soy periodista y no quiero información sobre el agente Vartanian -soltó Alex a su vez-. Quiero información sobre la investigación. -Tragó saliva, consternada al comprobar que se le quebraba la voz. Se controló y alzó la barbilla-. Creo que la víctima es mi hermanastra.

La mujer cambió de cara al instante y estuvo a punto de caerse de la silla.

– Lo siento. Daba por sentado que… ¿Cómo se llama, señora?

– Alex Fallon. Mi hermanastra es Bailey Crighton. Desapareció hace dos días.

– Le diré al agente Vartanian que está aquí, señora Fallon. Por favor, tome asiento. -Señaló una hilera de sillas de plástico y descolgó el teléfono-. La atenderá enseguida.

Alex estaba demasiado nerviosa para sentarse. Caminó de un lado para otro mientras contemplaba la pared cubierta de dibujos de policías, ladrones y cárceles hechos por colegiales. Pensó en Hope y sus lápices rojos. ¿Qué habría visto aquella criatura? «¿Serías tú, a tu edad, capaz de afrontarlo si lo supieras?»

Omitió un paso; el pensamiento la había pillado desprevenida. ¿Sería capaz de afrontarlo? Tenía que hacerlo, por el bien de Hope. La pequeña no tenía a nadie. «Esta vez tienes que ser capaz de afrontarlo, Alex.» Claro que en su fuero interno era consciente de que de momento no lo estaba llevando nada bien.

La noche anterior había soñado lo de siempre. Todo estaba oscuro y el grito desgarrador era tan fuerte y prolongado que se había despertado empapada en sudor frío y temblando con tal fuerza que incluso había temido despertar a Hope. Sin embargo la niña no se inmutó. Alex se había preguntado si Hope soñaba, y qué veía.

– ¿Señorita Fallon? Soy el agente especial Vartanian.

La voz era sonora, profunda y apacible, pero aun así se le desbocó el corazón. «Ya está. Te dirá que se trata de Bailey. Tendrás que afrontarlo.»

Se dio la vuelta despacio y durante una fracción de segundo se encontró mirando un atractivo y anguloso rostro de frente ancha, labios serios y ojos de un azul tan intenso que la dejaron sin respiración. Entonces esos ojos se abrieron mucho y Alex vislumbró en ellos un destello de sorpresa antes de que la boca se entreabriera y el rostro perdiera su color.

«Así que se trata de Bailey.» Alex frunció los labios; esperaba que no le fallaran las piernas. Sabía cuál sería la respuesta. Aun así, había acudido allí con la esperanza…

– ¿Agente Vartanian? -musitó-. ¿Es esa mujer mi hermanastra?

Él escrutó su rostro mientras, poco a poco, recobraba el color.

– Por favor -dijo, con voz ahora baja y tensa. Extendió el brazo y le indicó que pasara delante de él. Alex se esforzó por mover los pies e hizo lo que le indicaba-. Mi despacho está por aquí -dijo-, a la izquierda.

Se trataba un espacio austero, con un escritorio y unas sillas propias de un organismo oficial. En la pared había colgados mapas, además de unas cuantas placas. No se veía ni una foto, en ninguna parte. Alex tomó el asiento que el agente le ofrecía y él ocupó el propio, detrás del escritorio.

– Tengo que disculparme, señorita Fallon. Me ha recordado a otra persona y me he… sobresaltado. Por favor, hábleme de su hermanastra. La señorita Smithson me ha dicho que se llama Bailey Crighton y que lleva dos días desaparecida.

El agente la miraba con tal intensidad que Alex se sentía desconcertada. Decidió mirarlo con igual fijeza y descubrió que eso la ayudaba a concentrarse.

– El viernes por la tarde recibí una llamada del Departamento de Servicios Sociales. Bailey no había acudido a trabajar y una compañera encontró a su hija en casa sola.

– Así que ha venido para hacerse cargo de la hija.

Alex asintió.

– Sí. Se llama Hope y tiene cuatro años. He intentado hablar con el sheriff de Dutton pero insiste en que es probable que Bailey se haya marchado de casa.

La mandíbula de él se tensó con tal sutileza que a Alex el gesto le habría pasado desapercibido de no haber estado mirándolo con tanta intensidad como él la miraba a ella.

– Así, ¿vivía en Dutton?

– Siempre ha vivido allí.

– Ya. ¿Podría describirla, señorita Fallon?

Alex entrelazó con fuerza los dedos en su regazo.

– Hace cinco años que no la veo. La última vez consumía drogas y estaba demacrada y envejecida. Pero me han dicho que las dejó al nacer su hija y que no ha vuelto a consumirlas. No sé qué aspecto tiene ahora y no tengo ninguna fotografía suya. -No se las había llevado consigo cuando se marchó con Kim y Steve hacía trece años, y luego… Alex no quiso ninguna foto de la drogadicta Bailey. Resultaba demasiado doloroso ver su imagen, por no hablar de las grabaciones en vídeo-. Tiene más o menos mi misma estatura, un metro setenta. La última vez que la vi estaba muy delgada, puede que pesara unos cincuenta y cinco kilos. Tiene los ojos grises. Entonces llevaba el pelo rubio, pero es peluquera, o sea que es muy posible que ahora lo lleve de cualquier otro color.

Vartanian tomaba notas. Levantó la cabeza.

– ¿Rubio qué? ¿Platino? ¿Panocha?

– Bueno, no tan claro como el suyo. -Vartanian tenía el pelo del color del trigo y tan grueso que todavía se apreciaban los surcos por donde se había pasado los dedos. La miró y sus labios esbozaron una leve sonrisa, y ella notó el rubor en las mejillas-. Lo siento.

– No se disculpe -respondió él con amabilidad. Aunque seguía mirándola con la misma intensidad de antes algo había cambiado en su conducta, y por primera vez Alex dio rienda suelta a la esperanza.

– ¿Es rubia la víctima, agente Vartanian?

Él negó con la cabeza.

– No. ¿Se le ocurre algo que permita identificar a su hermanastra?

– Llevaba un tatuaje en el tobillo derecho. Una oveja.

Vartanian pareció sorprenderse.

– ¿Una oveja?

Alex volvió a ruborizarse.

– De hecho es un corderito. Se trataba de una broma que compartíamos Bailey, mi hermana y yo. Las tres… -Se interrumpió. Se estaba yendo por las ramas.

Él volvió a pestañear, muy sutilmente.

– ¿Su hermana?

– Sí. -Alex bajó la vista al escritorio de Vartanian y descubrió la copia del artículo publicado esa mañana en el Dutton Review. De repente comprendió la exagerada reacción del agente al verla por primera vez, y no sabía muy bien si debía sentirse aliviada o enfadada-. Ya ha leído el artículo, así que conoce el paralelismo entre la muerte de mi hermana y la de la mujer que encontraron ayer. -Él no respondió y Alex se decidió por el enfado-. Por favor, agente Vartanian, estoy cansadísima y muy asustada. No me engañe.

– Lo siento, señorita Fallon, no tenía ninguna intención de engañarla. Hábleme de su hermana. ¿Cómo se llamaba?

Alex se mordió la parte interior de las mejillas.

– Alicia Tremaine. Por el amor de Dios, seguro que ha visto alguna fotografía suya. Al verme ha reaccionado como si hubiera visto un fantasma.

Él volvió a pestañear, esa vez molesto consigo mismo.

– Se parecen mucho -dijo con voz débil.

– Si se tiene en cuenta que éramos gemelas idénticas, a mí no me resulta nada extraño. -Alex consiguió no alterar el tono, pero le costó bastante-. Dígame, agente Vartanian, ¿esa mujer es Bailey o no?

Él se puso a juguetear con el lápiz y a Alex le entraron ganas de saltar sobre el escritorio y arrancárselo de la mano. Por fin él se decidió a hablar.

– No es rubia y no tiene ningún tatuaje.

Alex se sintió mareada de puro alivio y tuvo que esforzarse por contener las lágrimas que de pronto amenazaban con arrasarle los ojos. Cuando hubo recobrado el control, exhaló un lento suspiro y lo miró. Él, sin embargo, no parecía tan aliviado como ella.

– Entonces no puede ser Bailey -respondió en tono tranquilo.

– Los tatuajes pueden eliminarse.

– Pero eso tiene que dejar algún tipo de marca. El forense podría comprobarlo.

– Y me encargaré personalmente de que lo haga -repuso él, y por su tono Alex supo que lo siguiente que haría sería prometerle que la avisaría en cuanto supieran algo. No estaba dispuesta a esperar, así que reaccionó con decisión.

– Quiero ver a la víctima. Necesito saberlo. Bailey tiene una hija, Hope, y ella también necesita saberlo. Necesita saber que su madre no la ha abandonado.

Alex sospechaba que Hope sabía perfectamente qué había sucedido pero se guardó esa información para sí.

Vartanian negó con la cabeza; sin embargo su mirada se había suavizado hasta tornarse casi compasiva.

– No puede verla. Le dieron una paliza y está irreconocible.

– Soy enfermera, agente Vartanian. He visto otros cadáveres. Si se trata de Bailey, lo sabré. Por favor, de una u otra forma tengo que saberlo.

Él vaciló unos instantes y acabó por asentir.

– Llamaré a la forense. Tenía previsto ponerse con la autopsia a las diez, así que supongo que aún estamos a tiempo de avisarla antes de que empiece.

– Gracias.


Lunes, 29 de enero, 9.45 horas.


– Esta es la sala de identificación de cadáveres. -La doctora Felicity Berg se hizo a un lado cuando Daniel entró detrás de Alex Fallon-. Si le apetece sentarse, hágalo, por favor.

Daniel observó a Alex Fallon peinar la sala con la mirada y luego sacudir la cabeza.

– Gracias pero prefiero quedarme de pie -respondió-. ¿Está la víctima a punto?

Era una tipa dura, la tal Alex Fallon. Y le había dado el mayor susto de su vida.

«Es ella» fue todo cuanto Daniel pudo pensar cuando Alex levantó la cabeza y lo miró. Se sintió afortunado de no haberse puesto más en evidencia. Al decirle que parecía haber visto un fantasma, Alex había dado en el clavo. Daniel aún notaba el pulso alterado cada vez que la miraba, pero no parecía poder remediarlo.

Cuando la observó mejor se dio cuenta de que su rostro era distinto al de la sonriente imagen de su hermana. Claro que tenía trece años más, pero no se trataba de eso. Algo en sus ojos era distinto. Los tenía de color whisky, idéntico al de los de su hermana, por supuesto. Sin embargo, los ojos de Alex Fallon carecían del brillo risueño que había observado en los de Alicia Tremaine.

Había sufrido dos traumas, uno trece años atrás y otro ahora; tal vez en otro tiempo su mirada también fuera traviesa y juguetona. Pero en la actualidad Alex Fallon era una persona fría y circunspecta. Había descubierto en ella fugaces atisbos de emoción: miedo, enfado y alivio; todos controlados con rapidez. Al observarla de pie frente al cristal cubierto por la cortina, se preguntó qué estaría pasando por su mente.

– Lo comprobaré -respondió Felicity. Y cerró la puerta tras de sí dejándolos solos.

Alex permaneció quieta y en silencio, con los brazos pegados al cuerpo. No obstante, tenía los puños cerrados con fuerza y Daniel se sintió impulsado a separarle los dedos.

Era una mujer muy bella, pensó. Por fin podía mirarla sin que ella lo mirara a su vez. Sus ojos lo habían atravesado; parecía haber visto en él más de lo que a él le habría gustado. Tenía unos labios carnosos, aunque de gesto serio. Estaba delgada pero su traje negro, a pesar de ser discreto, revelaba ciertas curvas. Su pelo era del mismo color caramelo oscuro que el de su hermana y le caía suelto hasta media espalda formando unas ondas gruesas y sedosas.

Ante la idea de tocarle el pelo, de acariciarle la mejilla… Ante la idea que ya había cruzado su mente, Daniel introdujo las manos en los bolsillos. En cuanto se movió, ella dio un respingo. Estaba pendiente de él a pesar de no mirarlo.

– ¿Dónde vive, señorita Fallon?

Ella se volvió, lo imprescindible para poder verlo por encima del hombro.

– En Cincinnati.

– ¿Y allí hace de enfermera?

– Sí, trabajo en urgencias.

– Un trabajo difícil.

– Como el suyo.

– No usa el apellido Tremaine.

Un músculo de su garganta se movió al tragar saliva.

– No. Me lo cambié.

– ¿Al casarse? -preguntó él, y se percató de que estaba conteniendo la respiración.

– No estoy casada. Mis tíos me adoptaron cuando murió mi hermana. -Su tono le indicaba que no se atreviera a ir más allá, así que dio un giro a la conversación.

No estaba casada. Eso daba igual. Sin embargo, a él le importaba. En el fondo sabía que le importaba mucho.

– Ha dicho que su hermanastra tenía una hija. La ha llamado Hope.

– Sí. Tiene cuatro años. La asistente social la encontró escondida en un armario el viernes por la mañana.

– ¿La policía de su localidad cree que Bailey abandonó a su hija?

Ella apretó la mandíbula, igual que los puños. Incluso en la penumbra Daniel vio sus nudillos tornarse blancos.

– Eso creen. Los maestros de Hope en cambio opinan que Bailey nunca la habría dejado.

– Así que ha venido de inmediato para hacerse cargo de la niña.

Esa vez sí que lo miró, con una mirada fija y prolongada. Daniel era consciente de que no podría apartar sus ojos de ella aunque lo intentara. Alex Fallon tenía una fuerza interior, una resolución… Fuera por el motivo que fuese, exigía su atención.

– Sí. Hasta que encuentren a Bailey. En uno u otro estado.

Daniel sabía que no era una buena idea; aun así tomó la mano de Alex y le estiró los dedos. Sus uñas pulcras y sin esmaltar habían dejado profundas marcas en la delicada piel de su palma. Él las frotó suavemente con los pulgares.

– ¿Y si no la encuentran? -musitó.

Ella bajó la vista a las manos que él tomaba con las suyas y luego volvió a mirarlo a los ojos, y entonces él sintió un impulso nervioso que se propagaba en cadena y le abrasaba la piel. Allí había una conexión, un lazo, una afinidad que nunca antes había experimentado.

– Entonces Hope se convertirá en mi hija y nunca más volverá a quedarse sola ni a pasar miedo -dijo en tono suave pero decidido, sin que a él le quedara la menor duda de que cumpliría su promesa.

De pronto se sorprendió tragando saliva.

– Espero que pronto pueda dar el asunto por concluido, señorita Fallon.

La adusta línea que formaban los labios de ella se suavizó, aunque no llegaron a dibujar una sonrisa.

– Gracias.

Él sostuvo su mano unos segundos más y la soltó en el momento en que Felicity regresaba a la sala.

Felicity paseó la mirada de Daniel a Alex Fallon y entornó ligeramente los ojos.

– Estamos a punto, señorita Fallon. No le mostraremos su rostro, ¿de acuerdo?

Alex Fallon asintió.

– Lo comprendo.

Felicity retiró la cortina unos dos tercios del recorrido. Malcolm Zuckerman se encontraba al otro lado del cristal. Felicity se inclinó sobre el altavoz.

– Empezamos.

Malcolm retiró la sábana hacia un lado, dejando al descubierto la parte derecha del cuerpo de la víctima.

– El agente Vartanian me ha dicho que su hermanastra tiene un tatuaje -dijo Felicity en tono quedo-. Lo he comprobado con mis propios ojos y no he visto ninguna cicatriz. No hay nada que indique que en ese tobillo hubiera un tatuaje.

Ella volvió a asentir.

– Gracias. ¿Pueden mostrarme la parte interior del brazo?

– Tampoco he visto ninguna señal de aguja -dijo Felicity a la vez que Malcolm hacía lo que pedía.

Por fin relajó los hombros y se estremeció de forma visible.

– No es Bailey. -Miró a Daniel a los ojos y él vio en los suyos una explosiva mezcla de compasión, arrepentimiento y alivio-. Sigue teniendo una víctima sin identificar, agente Vartanian. Lo siento.

Él sonrió, aunque con tristeza.

– Me alegro de que no sea su hermanastra.

Felicity corrió la cortina sobre el cristal.

– En unos minutos empezaré la autopsia, Daniel. ¿Te espero?

– Si no te importa, sí. Gracias, doctora. -Aguardó a que Felicity se hubiera marchado y se puso en pie con las manos en los bolsillos. Alex Fallon seguía temblando y se sintió tentado de atraerla hacia sí y abrazarla hasta que volviera a estar en condiciones de presentarse en público-. ¿Se encuentra bien, señorita Fallon?

Ella asintió sin convicción.

– Sí, pero Bailey sigue desaparecida.

Daniel comprendió lo que le estaba pidiendo.

– Yo no puedo ayudarle a buscarla.

Ella lo miró con ojos centelleantes.

– ¿Por qué no?

– Porque el GBI no puede hacerse cargo de casos que competen a la policía local. Tienen que solicitarlo ellos.

Ella apretó la mandíbula y su mirada se tornó fría.

– Ya. Bueno, ¿podría al menos indicarme cómo llegar a Peachtree-Pine?

Daniel la miró perplejo.

– ¿Cómo dice?

– He dicho Peachtree-Pine. -Subrayó las palabras-. El sheriff Loomis de Dutton me ha dicho que la busque allí.

«Joder, Frank -pensó Daniel-, eso es una falta de delicadeza y de responsabilidad.»

– Estaré encantado de indicarle el camino, pero es posible que tenga más suerte si acude al caer la tarde, aunque no se lo recomiendo. No es de la ciudad y no conoce qué zonas son seguras.

Ella alzó la barbilla.

– No me queda alternativa. El sheriff Loomis no quiere ayudarme y usted no puede hacerlo.

Él tenía otra opinión, pero decidió guardársela para sí. Bajó la vista a sus pies y luego volvió a mirarla.

– Si espera a las siete, yo la llevaré.

Ella entornó los ojos.

– ¿Por qué?

– Porque a las seis tengo una reunión que no acabará hasta las siete.

Ella sacudió la cabeza.

– No me engañe, Vartanian. ¿Por qué?

Daniel decidió contarle una pequeña parte de la verdad.

– Porque a la víctima la encontraron exactamente igual que a su hermana, y el mismo día en que ella murió su hermanastra desapareció. Se trate o no de un asesino que imita a otro, la coincidencia es demasiado grande para desestimarla. Y… ahora usted está aquí, señorita Fallon. ¿Se le ha ocurrido pensar que podría ser también uno de los objetivos del asesino?

El rostro de Alex palideció.

– No.

– No quiero asustarla, pero lo prefiero a verla ahí tendida.

Ella asintió con gesto trémulo y Daniel vio que había logrado su objetivo.

– Se lo agradezco -musitó-. ¿Dónde quiere que lo espere a las siete?

– ¿Qué le parece aquí mismo? No se ponga ese traje, ¿de acuerdo? Es demasiado elegante.

– De acuerdo.

Volvieron a invadirlo las ganas de rodearla con el brazo, pero las apartó de sí.

– Venga, la acompañaré a la puerta principal.


Lunes, 29 de enero, 10.45 horas.


«Estoy viva.» Hizo un esfuerzo por despertarse y levantó un poco los párpados, incapaz de abrir los ojos del todo. Daba igual, estaba tan oscuro que, en cualquier caso, no habría podido ver nada. Era de día, lo sabía únicamente porque oía el canto de los pájaros.

Trató de moverse y soltó un gemido ante el latigazo que recorrió todo su cuerpo. Le dolía muchísimo.

Ni siquiera sabía por qué. Bueno, para ser exactos lo sabía en parte, tal vez del todo, pero no permitía que su cerebro reconociera que contenía esa información. En los momentos de debilidad podría revelársela, y entonces él la mataría.

No quería morir. «Quiero marcharme a casa, quiero estar con mi niña.» Se permitió pensar en Hope y se estremeció ante el escozor producido por la lágrima que rodó por su mejilla. «Por favor, Dios mío, cuida de mi pequeña.» Rezó por que alguien se hubiera percatado de su desaparición, por que alguien hubiera acudido en busca de Hope. «Que alguien me busque.» Rezó por que alguien la considerara importante.

Fuera quien fuese. «Por favor.»

Oyó un ruido de pasos y dio un pequeño suspiro. Se estaba acercando. «Dios mío, ayúdame. Ya viene. No permitas que me asuste.» Y se obligó a dejar la mente en blanco, a no pensar en nada. «En nada.»

La puerta se abrió de golpe y ella crispó el rostro ante la tenue luz procedente del vestíbulo.

– Muy bien -dijo él arrastrando las palabras-. ¿Estás dispuesta a contarme dónde está?

Ella apretó los dientes y se preparó para el golpe. Aun así soltó un grito cuando la punta de su bota le alcanzó la cadera. Miró aquellos ojos negros que en otro tiempo le ofrecieron confianza.

– Bailey, cariño, llevas todas las de perder. Dime dónde está la llave y te dejaré marchar.


Dutton, lunes, 29 de enero, 11.15 horas.


Seguía allí, pensó Alex al mirar la casa de Bailey desde la calle.

«Vamos, entra. Compruébalo. No seas tan cobarde.» No obstante, se quedó sentada, mirando hacia arriba, mientras su corazón latía con fuerza y rapidez. Antes temía por Bailey. La aterrorizaba entrar en su casa. Ahora, gracias a Vartanian, temía también por su propia vida.

Tal vez estuviera del todo equivocado, pero si estaba en lo cierto… Necesitaba protección. Necesitaba un perro, un perro grande. Y una pistola. Entró en el coche de alquiler y estaba a punto de ponerse en marcha cuando un golpecito en la ventanilla la hizo gritar.

Clavó los ojos en el cristal, desde el que le sonreía un joven vestido con uniforme militar. No había oído el grito. Nadie los oía nunca. Sus gritos solo se producían en sus pensamientos. Dio un suspiro trémulo, y bajó un dedo la ventanilla.

– ¿Sí?

– Siento molestarla -dijo él en tono agradable-. Soy el capitán Beardsley, del ejército estadounidense. Estoy buscando a Bailey Crighton. He pensado que tal vez usted sepa dónde puedo encontrarla.

– ¿Por qué la busca?

Él volvió a sonreír con amabilidad.

– Eso es algo entre la señorita Crighton y yo. Si la ve, ¿podría decirle que el padre Beardsley ha pasado por aquí?

Alex frunció el entrecejo.

– ¿Es sacerdote o militar?

– Las dos cosas. Soy capellán del ejército. -Sonrió-. Que tenga un buen día.

– Espere. -Alex aferró su teléfono móvil y marcó el número de Meredith mientras el hombre aguardaba junto a la ventanilla. Llevaba una cruz en la solapa. Tal vez fuera realmente un sacerdote.

O tal vez no. Vartanian la tenía obsesionada. Claro que lo cierto era que Bailey había desaparecido y que una mujer había muerto.

– ¿Qué? -preguntó Meredith sin preámbulos.

– No es Bailey.

Meredith exhaló un suspiro.

– Por una parte me alegra oírlo y por otra… no.

– Ya lo sé. Escucha, he pasado por casa de Bailey para ver si encontraba algo…

– Alex. Me habías prometido que esperarías a que yo fuera contigo.

– No he entrado. Solo quería saber si era capaz de hacerlo. -Miró hacia la casa y empezaron a revolvérsele las tripas-. No puedo. Pero mientras estaba sentada se me ha acercado un tipo.

– ¿Qué tipo?

– El padre Beardsley. Dice que está buscando a Bailey. Es capellán del ejército.

– ¿Un capellán del ejército busca a Bailey? ¿Para qué?

– Eso es lo que pienso averiguar. Solo quería que alguien supiera que he estado hablando con él. Si en diez minutos no vuelvo a llamarte, avisa al 911, ¿de acuerdo?

– Alex, me estás asustando.

– Estupendo. Empezaba a acumular demasiado miedo y necesitaba compartirlo. ¿Cómo está Hope?

– Igual. Tenemos que sacarla de esta habitación, Alex.

– Veré lo que puedo hacer. -Colgó y salió del coche. El capitán Beardsley la miró preocupado.

– ¿Le ha ocurrido algo a Bailey?

– Sí. Ha desaparecido.

La preocupación de Beardsley se tornó estupefacción.

– ¿Cuándo desapareció?

– El pasado jueves por la noche, hace cuatro días.

– Santo Dios. ¿Quién es usted?

– Me llamo Alex Fallon. Soy la hermanastra de Bailey.

El hombre arqueó las cejas.

– ¿Alex Tremaine?

Alex tragó saliva.

– Ese es mi antiguo apellido, sí. ¿Cómo lo sabe?

– Me lo dijo Wade.

– ¿Wade?

– El hermano mayor de Bailey.

– Ya sé quién es Wade. ¿A qué viene que le hablara de mí?

Beardsley ladeó la cabeza para escrutar el rostro de Alex.

– Murió.

Alex pestañeó, perpleja.

– ¿Murió?

– Sí. Lo siento. Creía que se lo habrían comunicado. El teniente Wade Crighton cayó mientras se encontraba de servicio en Iraq, hace aproximadamente un mes.

– No éramos consanguíneos, imagino que por eso el gobierno no se ha puesto en contacto conmigo. ¿Para qué busca a Bailey?

– Le envié una carta que me dictó su hermano justo antes de morir. El teniente Crighton resultó herido durante el bombardeo de un poblado de las afueras de Bagdad. Algunos lo consideraban una misión suicida.

Un sentimiento de satisfacción invadió a Alex y la hizo avergonzarse.

– ¿Llegó a buen puerto la misión? -preguntó con mucha prudencia.

– En parte. La cuestión es que a Wade lo hirieron durante un bombardeo con morteros y cuando los médicos llegaron ya era demasiado tarde. Me pidió que escuchara su confesión.

Alex frunció el entrecejo.

– Wade no era católico.

– Yo tampoco. Soy pastor luterano. Muchos de los hombres que me piden que escuche su última confesión no son católicos, y de hecho cualquier sacerdote puede hacerlo, no es necesario que sea católico.

– Lo siento, ya lo sabía. En urgencias hemos tenido todo tipo de sacerdotes. Solo es que me ha sorprendido que Wade se confesara. ¿Suele visitar a las familias de los fallecidos?

– No siempre. Me dirigía a casa para disfrutar de unos días de permiso y he pasado por Fort Benning. Me pillaba de camino, así que he decidido parar. Todavía llevo encima una de las cartas de Wade. Me pidió que escribiera tres, una para su hermana, una para su padre y otra para usted.

El grito empezó a formarse de nuevo en su mente y Alex cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, Beardsley la estaba observando con una preocupación de que ella hizo caso omiso.

– ¿Wade me escribió? ¿A mí?

– Sí. Envié por correo las cartas de Bailey y de su padre a esta dirección, pero no sabía dónde encontrarla a usted. Buscaba a Alex Tremaine.

De la carpeta que llevaba bajo el brazo, Beardsley extrajo un sobre y su tarjeta de visita.

– Llámeme si necesita hablar.

Alex tomó el sobre y Beardsley se dispuso a alejarse.

– Espere. Wade envía una carta a Bailey y ella desaparece el mismo día en que encuentran a una mujer asesinada y tirada en una zanja.

Él la miró perplejo.

– ¿Han asesinado a una mujer?

– Sí. Yo creía que se trataba de Bailey, pero no es ella. -Abrió el sobre y ojeó la carta dictada por Wade. Luego levantó la cabeza-. En esta carta no hay nada que me diga adónde ha ido Bailey. Solo pide que le perdone. Ni siquiera explica por qué pide perdón. -Aunque Alex estaba bastante segura de saberlo. Sin embargo, aquello no tenía nada que ver con el secuestro de Bailey-. ¿A usted se lo contó?

– En la carta no decía nada de eso.

Alex reparó en la tensa mandíbula de Beardsley.

– Pero se lo contó en su confesión. Le será fiel a Wade hasta el final y no me dirá lo que le contó, ¿verdad?

Beardsley negó con la cabeza.

– No puedo. Y no me venga con que no soy católico, para mí una confesión es igualmente sagrada. No se lo diré, señorita Fallon. No puedo.

Primero Vartanian y ahora Beardsley. «No puedo.»

– Bailey tiene una hija pequeña, Hope.

– Ya lo sé. Wade me habló de ella. Adoraba a esa niña.

A Alex le costaba trabajo creerlo, pero no pensaba discutir.

– Pues entonces cuénteme algo que me ayude a devolverle a Hope a su madre. Por favor. La policía no va a ayudarme, dicen que Bailey no es más que una drogadicta y que es probable que se haya marchado de casa. ¿Dijo Wade algo que no estuviera dentro de su confesión?

Beardsley bajó la cabeza y luego la miró a los ojos.

– «Simon.»

Alex sacudió la cabeza, frustrada.

– ¿«Simon»? ¿Qué se supone que quiere decir eso?

– Es un nombre. Lo dijo justo en el momento de morir. «Te veré en el infierno, Simon.» Lo siento, señorita Fallon. Tendrá que contentarse con eso, no puedo decirle nada más.


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