Capítulo 19

Tuliptree Hollow, Georgia, jueves, 1 de febrero, 7.00 horas.


Daniel se acercó a la zanja con el Review debajo del brazo. Ed ya había bajado y observaba cómo Malcolm y Trey colocaban el último cadáver sobre unas angarillas.

– Ed, sube -lo llamó Daniel-. Tengo que enseñarte una cosa.

Ed subió por la rampa de madera que habían apoyado en un lateral de la zanja.

– Estoy hasta los huevos de encontrar cadáveres envueltos con mantas -renegó. Miró hacia el coche de Daniel, donde Alex aguardaba arropada con uno de los abrigos de Daniel-. ¿Cómo lo lleva?

Daniel volvió la cabeza.

– Se repondrá. -Le tendió a Ed el periódico-. Mira.

Al instante Ed abrió los ojos como platos.

– Mierda. Es el chico que compró las mantas.

– Y que se llevó el Z4 de Janet. -Daniel tamborileó sobre la página-. Adivina quién firma el artículo.

Ed le lanzó una mirada feroz.

– Está en ese árbol. He pensado que te gustaría ocuparte de hacerlo bajar.

– Será un placer. Fíjate en el nombre del chico.

– Sean Romney, de Atlanta. ¿Y?

– Pues que, según Woolf, el tal Sean Romney es el nieto de Rob Davis de Dutton, el propietario del Banco de Dutton. Eso quiere decir que Romney era primo segundo de Garth Davis, el alcalde de Dutton. ¿Te parecen suficientes referencias a Dutton? No quiero hacer acusaciones en vano -añadió Daniel con un susurro-, pero Garth Davis se graduó un año antes que Simon y Wade, solo que en la academia Bryson.

Ed dio un resoplido.

– ¿El alcalde? Será divertido tener que probar eso.

– Hablaremos más en el despacho. Ahora voy a hacer bajar a Woolf del árbol.

Woolf ya bajaba cuando Daniel se le acercó.

– Joder, Jim. ¿Qué te pasa? No paras de subirte a los árboles como si tuvieras doce años.

Woolf se encogió de hombros.

– Estoy en territorio público, o sea que no puedes echarme. La historia es fascinante, Daniel. Merece la pena difundirla.

«Fascinante.» La ira estalló dentro de Daniel como un volcán.

– A la mierda contigo y tu historia fascinante. Di eso a las víctimas y a sus familias. Tú tomas las fotos desde lo alto de un árbol; qué aséptico, qué delicadeza. Ven conmigo, vas a ver a una víctima de cerca, alguien con nombre y apellidos. -Se echó a andar y al momento se volvió. Woolf no se había movido del sitio. Daniel entrecerró los ojos-. No me obligues a arrastrarte, Jim.

Poco a poco Woolf lo siguió con una mezcla de curiosidad y aprensión en el rostro. Malcolm y Trey estaban levantando el cadáver de las angarillas para colocarlo dentro de la bolsa sobre la camilla.

– Retira la manta, Malcolm -ordenó Daniel con brusquedad. Malcolm hizo lo que le pedía.

– Está igual. Tiene la cara destrozada y cardenales alrededor de la boca.

– Lleva bastante quincalla -dijo Trey-. Tiene las dos orejas llenas de pendientes, lleva un aro en la nariz y un piercing en la lengua. -Señaló el hombro de la víctima-. Y también lleva un tatuaje. VYDV. Vive y deja vivir.

Detrás de ellos se oyó un ruido sordo. Daniel se volvió y descubrió que Jim Woolf se había quedado pasmado y su cámara había caído al suelo. De pronto, tuvo muy claro quién era aquella mujer. Tendría que haberse sentido culpable por obligar a Jim a mirarla pero todo cuanto sentía era lástima por la pobre chica cuya vida habían segado, por todas las mujeres cuyas vidas habían segado. Pensó con amargura que las cosas habían dado un giro «fascinante».

– ¿Jim?

Woolf abrió la boca en silencio, horrorizado. No dijo nada, solo miraba.

Daniel suspiró.

– Ed, ¿puedes acompañar al señor Woolf a tu coche? La víctima es su hermana, Lisa.


Atlanta, jueves, 1 de febrero, 8.35 horas.


Daniel y Ed se dejaron caer en sendas sillas junto a la mesa de reuniones. Chase y Luke ya estaban allí. Talia se había marchado a interrogar a las víctimas de violación que habían identificado gracias a los anuarios. Daniel esperaba que tuviera más suerte que él.

– Tenemos dos cadáveres más -anunció Daniel-. Sean Romney y Lisa Woolf. Al ver a su hermana en semejante estado, a Jim se le ha soltado un poco la lengua. Me ha dicho que en los casos de Janet y Claudia lo telefoneó un hombre pero que todos los otros avisos los ha recibido a través de mensajes de texto en un móvil desechable. No estaba registrado a su nombre, así que no lo habíamos incluido en la orden de rastreo.

– Y es imposible descubrir la procedencia de ninguno de los mensajes recibidos -observó Ed con un suspiro.

– Puede que ahora que su hermana es una de las víctimas deje de interesarle tanto difundir las proezas del asesino -soltó Chase con sarcasmo.

Luke estaba leyendo la portada del Dutton Review que Daniel había llevado consigo.

– ¿Quién es ese Romney?

– La policía de Atlanta ha recibido una llamada anónima informando de que el chico estaba muerto en un callejón -explicó Daniel-. Lo han encontrado con una bala en la cabeza. Al parecer no lo han identificado con la foto que llevaban en el parasol porque había demasiada sangre. No han conseguido identificarlo hasta que esta mañana, alrededor de las cinco, lo han llevado al depósito de cadáveres y lo han limpiado. Han avisado a Chase, y Chase me ha avisado a mí.

– Solo tenía dieciocho años -observó Luke-. Iba al parvulario cuando mataron a Alicia y violaron a esas chicas. Y se había criado en Atlanta.

– Pero tenía relación con Dutton -puntualizó Daniel en tono cansino-. Sean era el nieto de Rob Davis, el propietario del Banco de Dutton. Rob Davis es el tío de Garth Davis. El padre de Garth fue el alcalde durante años y es el mejor amigo del congresista Bowie. Creo que lo de Sean es algo parecido a lo de las llaves que ata en el pie de las víctimas, un claro mensaje.

– Y crees que el mensaje va dirigido a Garth Davis -aventuró Chase.

Daniel asintió, turbado.

– Garth tiene la edad apropiada, solo es un año mayor que Simon y Wade. Además, conocía a Simon, y no podemos obviar que todo esto está relacionado con las fotos de Simon.

– Tú conoces a Garth -dijo Ed-. ¿Es capaz de cometer actos tan depravados como los de las fotos?

– Yo diría que no, y espero tener razón. Yo estaba en el último curso cuando él entró en la escuela, o sea que tampoco lo conozco tanto. Recuerdo que vino unas cuantas veces a casa a buscar a Simon. No es que fueran exactamente amigos, pero a veces salían juntos.

Luke sacudió la cabeza.

– Una cosa es que conociera a Simon y otra que haya matado a esas mujeres.

Daniel se concentró en el presente.

– Es imposible que Garth haya matado a Claudia. Estaba en casa del congresista Bowie el lunes por la noche, en la franja horaria en que Felicity dice que ella murió. Pero él es la primera persona a quien podemos relacionar tanto con Simon como con una de las víctimas.

– No, Jim Woolf tiene relación con todas las víctimas -lo corrigió Chase-. Ha tomado fotos de todas para su puto periódico y le han servido todas las pistas en bandeja. El asesino debe de saber que estamos vigilando a Woolf. ¿Por qué iba a seguir informándolo de todo si sabe que nosotros lo seguiremos? -Arqueó las cejas-. A menos que quiera que lo investiguemos.

– Lo ha enviado incluso a la tumba de su hermana -dijo Ed-, lo cual es de lo más impactante.

– Ese tipo ha tenido que superar muchos obstáculos para llegar hasta Lisa Woolf -dijo Daniel, pensativo-. Ella estudiaba en la universidad de Athens. O bien ha tenido que desplazarse hasta allí o bien ha tenido que atraerla a ella hasta aquí. He pedido que rastreen las llamadas de la chica y he llamado al departamento de policía de Athens. Van a registrar su piso y a interrogar a sus amigos. Puede que alguien lo viera seguirla anoche.

Chase señaló el Review.

– Quiero saber cómo ha conseguido Woolf esa foto. El agente que le pisa los talones dice que anoche estuvo en su despacho desde las nueve hasta las dos. ¿Cómo pudo desplazarse hasta Atlanta para tomar la foto de Romney? Tuvo que enviar a otra persona.

– No debe de confiar en cualquiera -opinó Daniel-. Me apuesto cualquier cosa a que la amiga Marianne tiene algo que ver. Es la esposa de Jim. Claro que él ha omitido mencionar eso cuando me ha abierto su pecho.

Ed seguía mirando el periódico con atención.

– Espera. La policía de Atlanta ha identificado al chico hacia las cinco de la mañana, después de que limpiaran el cadáver en el depósito, pero Woolf tenía que tener listo el artículo a la hora de cerrar la edición, lo cual incluso para una birria de periódico como el Review debe de ser alrededor de la medianoche. El periódico se reparte sobre las seis de la mañana.

Daniel recordó la llegada del repartidor de periódicos la mañana anterior, mientras Alex y él jadeaban y se estremecían en el sofá. Notó que le ardían las mejillas.

– A las cinco y media -puntualizó-. O sea que de algún modo Jim Woolf se enteró de quién era Romney antes que la policía. Eso no es un mero soplo. Podría estar confabulado con el asesino.

– Tienes razón -convino Chase-. Vamos a buscarlo. Puede que la amenaza real de ir a la cárcel le suelte la lengua un poco más. Daniel, ¿hablarás con la tal Marianne?

– En cuanto terminemos. ¿Sabemos algo de Koenig y Hatton?

Chase asintió.

– Koenig ha llamado hace aproximadamente una hora y media. Dice que han buscado a Crighton toda la noche pero que no lo han encontrado. Iban a probar en los centros de acogida durante el desayuno, pero estaban cansados y han decidido marcharse a dormir y volver a intentarlo esta noche.

– Joder. -Daniel tensó la mandíbula-. Estoy deseando detener a ese hijo de puta.

– Anoche volví a ver la grabación que hicimos de Alex y McCrady -dijo Ed-, y me dio que pensar. Alex recordaba a Crighton decir que Alicia se lo había buscado, con tanto pantalón corto y tanto top. Parece que supiera lo de la violación.

– Tienes razón -convino Daniel-. Dijo que Wade no había matado a Alicia, pero es obvio que fue él. Si Wade violó a Alicia, es probable que fuera eso lo que le confesara al reverendo Beardsley antes de morir, y puede que también lo dijera en las cartas que envió a Bailey y a Crighton.

– He investigado sobre Crighton -dijo Luke-. Después de la muerte de Alicia y de asesinar a la madre de Alex, empezó a ir de mal en peor. Antes tenía un buen trabajo, pero lleva trece años desaparecido. No tiene ingresos, no hay rastro de que haya utilizado las tarjetas de crédito. Nada.

– Se ha dedicado a vivir en la calle y tocar la flauta por las esquinas -dijo Daniel con desdén-. Y a apalear a las pobres monjas.

– Ah. -Ed sacudió la cabeza con fuerza-. La flauta. He echado un vistazo a la relación de cosas que encontramos en casa de Bailey y hay un estuche de flauta vacío. Parece muy viejo, da la impresión de que nadie lo haya utilizado en muchos años. Todos los huecos y las bisagras están llenos de polvo, pero la parte interior está limpia, como si acabaran de abrirlo. ¿Bailey también toca la flauta?

Daniel frunció el entrecejo.

– Supongo que Alex lo habría mencionado, pero se lo preguntaré.

– ¿Le has dicho lo del pelo? -preguntó Chase.

– Sí. Esta mañana, de camino al escenario, le he preguntado qué había pasado con las cosas de Alicia. Dice que su tía Kim lo envió todo a Ohio y que las cajas han permanecido en un almacén desde entonces. También me ha dicho que Bailey, Alicia y ella se prestaban la ropa, el maquillaje y los cepillos del pelo, y que Bailey y Alicia compartían habitación cuando esta murió, porque se había enfadado con Alex. Es posible que el pelo lo hayan obtenido de casa de Bailey hace poco.

– No lo creo -repuso Ed-. Si llevara tanto tiempo enroscado en un cepillo, no estaría recto. Además, está limpio. Lo guardaban en algún sitio cerrado.

– Puede que sea un recuerdo de la violación -apuntó Chase, despacio-. Mierda.

– Ah, y hay una cosa más. -Ed colocó una bolsa de plástico sobre la mesa.

Daniel la sostuvo a contraluz.

– Un anillo con una piedra azul. ¿De dónde lo has sacado?

– Del dormitorio que Alex dijo que solía ocupar; estaba justo debajo de la ventana.

– Ella se miró las manos cuando Gary Fulmore mencionó el anillo de Alicia -dijo Daniel en tono quedo-. Gary aseguró que Alicia lo llevaba puesto cuando la envolvió con la manta, pero Wanda, la secretaria del sheriff, dice que lo encontraron en el bolsillo de Fulmore.

– Si llevaba el anillo en el dedo cuando descubrieron el cadáver, quiere decir que la policía de Dutton manipuló las pruebas -dijo Chase, en el mismo tono quedo.

Daniel suspiró.

– Ya lo sé. Tenemos que averiguar si el anillo estaba o no en el dedo de la víctima cuando la encontraron. Viajaré a Dutton esta mañana para hablar con Garth y con su tío sobre la muerte de Sean Romney. De camino, pasaré por casa de los Porter. Ellos fueron quienes encontraron a Alicia. Veré si consigo que se acuerden del anillo. Luke, ¿te encargas de investigar todos los nombres que Leigh ha encontrado en los anuarios?

Luke miró con mala cara los listados que la secretaria había impreso el día anterior.

– ¿Por dónde quieres que empiece?

– De momento, céntrate en la escuela pública a la que fueron Simon, Wade y Rhett, y en la escuela privada en la que nos graduamos Garth y yo. Comprueba si alguien está fichado o tiene antecedentes de conducta violenta, si alguien… yo qué sé, está implicado en alguna historia rara.

Luke lo miró con reservas.

– Alguna historia rara. Muy bien.

– Yo llamaré a todas las personas susceptibles de convertirse en víctimas con las que ayer no pude hablar -dijo Chase con un suspiro-. A ver si tenemos suerte y lo atajamos antes de que se cargue a alguien más.


Dutton, jueves, 1 de febrero, 8.35 horas.


Llegó al porche de la entrada molido después de pasarse otra noche vigilando a Kate. De hecho, había acabado quedándose dormido en algún momento después de las cuatro. Cuando se despertó ya brillaba el sol y Kate salía con su coche camino del trabajo. Había estado a punto de descubrirlo, y entonces habría tenido que darle explicaciones. Puesto que en esos días habían muerto tres mujeres, podría haberle dicho simplemente que estaba preocupado, pero Kate era demasiado lista para tragarse el anzuelo. Habría sospechado que se trataba de algo más.

Aquello tenía que terminar pronto, de una forma u otra. Su esposa salió a recibirlo a la puerta. Tenía los ojos rojos por haber llorado y a él se le disparó el corazón.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Tu tío Rob está aquí. Lleva esperándote desde las seis. Sean ha muerto.

– ¿Qué? ¿Sean es el que ha muerto? ¿Cuándo? ¿Cómo?

Ella lo miro; le temblaban los labios.

– ¿Quién creías tú que iba a morir?

Él dejó caer la cabeza. Estaba demasiado cansado para pensar.

– Kate.

La mujer exhaló un quedo suspiro.

– Rob está en el despacho.

Su tío se encontraba sentado junto a la ventana, con el rostro grisáceo y ojeroso.

– ¿Dónde estabas?

Él ocupó la silla contigua.

– Vigilando a Kate. ¿Qué ha ocurrido?

– Lo han encontrado en un callejón -Su voz se quebró-. Al principio ni siquiera han podido identificarlo, tenía demasiada sangre en la cara. La policía dice que estaban buscando a Sean, que su foto había salido en las noticias. Mi nieto, en las noticias.

– ¿Por qué lo buscaban?

Los ojos de Rob se llenaron de ira.

– Porque dicen que tenían pruebas de que estaba ayudando al asesino de Claudia Silva, Janet Bowie y Gemma Martin -dijo entre dientes.

– Y Lisa Woolf -añadió su esposa desde la puerta-. Acabo de verlo en la CNN.

Rob se volvió hacia él, todos sus rasgos estaban teñidos de amargura.

– Y Lisa Woolf. Así que dime todo lo que sabes. Dímelo ahora mismo.

Él sacudió la cabeza.

– No sé nada.

Rob se puso en pie de golpe.

– ¡Mientes! ¡Sé que estás mintiendo! -Lo señaló con su dedo trémulo-. El martes por la noche ingresaste cien mil dólares en una cuenta de un paraíso fiscal y ayer alguien acudió al banco para abrir la caja fuerte de Rhett Porter.

Notó que su rostro palidecía. Aun así, alzó la barbilla.

– ¿Y?

– Y que al terminar me dijo: «Dile a Garth que ya la tengo». ¿Qué quiso decir?

– ¿Has pagado cien mil dólares? -El semblante de su esposa denotaba sorpresa y aturdimiento-. No tenemos tanto dinero, Garth.

– Lo sacó del fondo para los estudios de los chicos -soltó Rob con frialdad.

Su esposa se quedó boquiabierta.

– Eres un cerdo. Te he aguantado muchas cosas durante todos estos años, pero lo que me faltaba por oír es que les robas a tus propios hijos.

Se estaba descubriendo todo el pastel.

– Amenazó a Kate.

– ¿Quién? -preguntó Rob.

– Quien está matando a esas mujeres. Amenazó a Kate y a Rhett. Le pagué para salvarle la vida a Kate. A la mañana siguiente Rhett estaba muerto. -Intentó tragar saliva, pero tenía la boca demasiado seca-. Y para salvar a Kate, volveré a pagar.

– No lo harás -chilló su esposa-. Por Dios, Garth, ¿te has vuelto loco?

– No -respondió él con voz queda-, no me he vuelto loco. Rhett está muerto.

– Y crees que ese tipo lo mató -dijo Rob con calma-. Igual que a Sean.

– No sabía nada de Sean -se justificó-. Lo juró. No me mandó ninguna foto de Sean.

Rob se dejó caer poco a poco en la silla.

– Te ha enviado fotos -dijo con un hilo de voz.

– Sí. De Kate. Y de Rhett. -Vaciló-. Y de otras personas.

Su esposa se sentó despacio en una butaca.

– Tenemos que avisar a la policía -dijo.

Él se echó a reír con amargura.

– Por supuesto que no.

– Podría atacar a nuestros hijos. ¿Te lo has planteado?

– Sí, en los últimos cinco minutos. Antes de saber lo de Sean no lo había pensado.

– Tú sabes por qué el asesino está haciendo todo eso -soltó Rob con frialdad-. Y vas a decírmelo. Ahora mismo.

Él negó con la cabeza.

– No, no te lo diré.

Rob entornó los ojos.

– ¿Por qué no?

– Porque no sé quién mató a Rhett.

– Garth, ¿qué está pasando aquí? -musitó su esposa-. ¿Por qué no podemos avisar a la policía?

– No voy a decírtelo. Créeme, estás más segura si no lo sabes.

– A ti te da igual si estoy segura o no. Te has metido en algún follón que me afecta a mí y, aún peor, a tus hijos, así que no me vengas con… sandeces. Dímelo o ahora mismo me voy derechita a la policía.

Hablaba en serio. Iba a ir a hablar con la policía.

– ¿Te acuerdas de Jared O'Brien?

– Desapareció -dijo Rob, con voz distante e inexpresiva.

– Sí, bueno. Seguramente se emborrachó y una noche se salió de la carretera y… -Palideció-. Como Rhett. Dios mío, Garth. ¿Qué has hecho?

Él no respondió. No podía.

– Sea lo que sea, está claro que alguien te acosa por ello -concluyó Rob-. Si solo fuera a por ti, dejaría que hiciera lo que le diera la gana, pero, por Dios, se está cargando a mi familia. Todos sabemos que Sean no era tan listo como vosotros, seguro que lo ha utilizado. Lo ha utilizado y lo ha matado para avisarte. -Se puso en pie-. Esto se acabó, Garth.

Él miró a su tío.

– ¿Qué vas a hacer?

– Aún no lo sé.

– ¿Vas a avisar a la policía? -preguntó la mujer, que ahora lloraba.

Rob soltó un resoplido.

– A la de esta ciudad, seguro que no.

Garth se levantó y miró a su tío a los ojos.

– Si yo fuera tú, no diría nada, Rob.

Rob entrecerró los ojos hasta transformarlos en pequeñas rendijas.

– ¿Ah, no? ¿Por qué no?

– ¿Puedes dedicarme unas horas? De hecho, solo me llevará unos minutos. Con un par de llamadas tendrás a un inspector en el banco en menos que…

El rojo de la ira salpicó el pálido rostro de Rob.

– ¿Tienes el valor de amenazarme?

– Tengo el valor de hacer lo que sea necesario -respondió él con calma.

Su esposa se llevó la mano a la boca.

– No me creo lo que está pasando. Esto es una pesadilla.

Él asintió.

– Tienes razón. Pero mantén la cabeza gacha y la boca cerrada, y puede que sigamos con vida para poder despertarnos cuando termine.


Atlanta, jueves, 1 de febrero, 9.15 horas.


En la pequeña sala con la luna de efecto espejo reinaba el silencio mientras permanecían sentadas esperando a la doctora McCrady. Alex apoyó el codo en la mesa y la mejilla en el dorso de la mano y observó a Hope colorear.

– Al menos ahora utiliza más colores -musitó.

Meredith levantó la cabeza y la miró con una sonrisa triste.

– El negro y el azul. Vamos progresando.

Algo dentro de Alex la hizo saltar.

– Pero no lo suficiente. Tenemos que presionarla, Mer.

– Alex… -la advirtió Meredith.

– Tú no has visto cómo sacaban a esa mujer de la zanja esta mañana -le espetó Alex, con la voz temblando de ira-. Yo sí. Dios mío. Contando a Sheila, ya han muerto cinco mujeres. Esto tiene que terminar. Hope, tengo que hablar contigo y necesito que me escuches. -Le tiró de la barbilla hasta que la niña dejó de mover la mano y la miró con sus enormes ojos grises-. Hope, ¿viste quién le hizo daño a tu mamá? Por favor, corazón; necesito saberlo.

Hope apartó la vista y Alex volvió a atraer su rostro hacia sí mientras la desesperación le atoraba la garganta.

– Hope, la hermana Anne me ha contado que eres muy lista, que sabes muchas palabras y que hablas muy bien. Necesito que hables conmigo. Eres lo bastante lista para saber que tu mamá no está. No la encuentro. -La voz de Alex se quebró-. Tienes que hablar conmigo para que podamos encontrarla. ¿Viste al hombre que se llevó a tu mamá?

Hope asintió despacio.

– Estaba oscuro -susurró con su vocecilla.

– ¿Estabas en la cama?

Hope dijo que no con la cabeza y el sufrimiento invadió su mirada.

– Me levanté.

– ¿Por qué?

– Porque oí al hombre.

– ¿Al hombre que le hizo daño?

– Se fue y ella lloraba.

– ¿Le pegó?

– Se fue y ella lloraba -volvió a decir-. Y tocaba.

– ¿Qué tocaba? -preguntó Alex.

– La flauta. -Las palabras fueron apenas un susurro.

Alex frunció el entrecejo.

– Tu madre tocaba la trompa. Es grande y brillante, muy diferente de una flauta.

Hope apretó la boca con tozudez.

– La flauta.

Meredith colocó una hoja de papel en blanco delante de la niña.

– Dibújame una flauta, cariño.

Hope tomó el lápiz negro y dibujó una cara con trazos infantiles. Le añadió los ojos, la nariz y un rectángulo estrecho que sobresalía al bies de donde debería haber estado la boca. Luego tomó el lápiz plateado de la caja y pintó el rectángulo.

Miró a Alex.

– Flauta -dijo.

– No puede negarse que es una flauta -opinó Meredith-. Es un dibujo muy bien hecho, Hope.

Alex abrazó a Hope.

– Es un dibujo precioso. ¿Qué pasó con la flauta?

Hope volvió a bajar la vista.

– Tocó la canción.

– La canción del yayo. ¿Qué pasó luego?

– Nos fuimos corriendo. -Sus palabras apenas se oían.

A Alex el corazón empezó a latirle con fuerza.

– ¿Adónde fuisteis?

– Al bosque -susurró Hope, y se encogió todo cuanto pudo.

Alex la sentó sobre su regazo y la meció.

– En el bosque, ¿estabas con tu mamá?

Hope empezó a llorar; era un débil lloriqueo que partió el corazón a Alex.

– Yo estoy contigo, Hope. No dejaré que te hagan nada malo. ¿Por qué fuisteis corriendo al bosque?

– Por el hombre.

– ¿Dónde os escondisteis?

– En el árbol.

– ¿Os subisteis a un árbol?

– Debajo de las hojas.

Alex respiró hondo.

– ¿Tu mamá te tapó con hojas?

– Mamá. -Era una pequeña súplica llena de miedo.

– ¿Le hizo daño a tu mamá? -susurró Alex-. ¿El hombre le hizo daño a tu mamá?

– Se fue corriendo. -Las manos de Hope aferraron la blusa de Alex con desesperación-. Él venía y ella se fue corriendo. La co… cogió y le pegó y le pegó y… -Hope se mecía al ritmo de las palabras. Ahora que había empezado a hablar parecía no poder parar.

Incapaz de seguir escuchándola, Alex asió a Hope por detrás de la cabeza y le presionó la boca contra su hombro mientras la niña sollozaba. Meredith la rodeó con los brazos y las dos permanecieron allí sentadas escuchando los sollozos ahogados de Hope.

– Bailey escondió a Hope para que no la encontraran -susurró Alex-. Me pregunto cuánto tiempo estuviste debajo de las hojas, cariño.

Hope no dijo nada, solo se mecía y sollozaba hasta que por fin se quedó quieta y respiró hondo. Tenía la frente perlada de sudor y las mejillas completamente mojadas. La pechera de la blusa de Alex estaba empapada y la niña seguía aferrándola con los puños. Alex la apartó un poco, le soltó las manos y la acunó.

Tras ellas se abrió la puerta, y Daniel y Mary McCrady entraron, muy serios.

– ¿Lo habéis oído? -dijo Alex, y Daniel asintió.

– Justo entraba en la sala contigua cuando ha empezado a dibujar la flauta, y he avisado a Mary.

– Yo también estaba de camino. -Mary le pasó la mano por el pelo a Hope-. Sé que te ha costado mucho, Hope, pero estoy muy orgullosa de ti. Y tu tía Alex también.

Hope enterró el rostro en el pecho de Alex y ella la abrazó más fuerte con gesto protector.

– ¿Podemos dejarla de momento?

– Sí -dijo Mary con expresión compasiva-. Quédate con ella un rato. Pero tampoco esperaremos mucho, ¿de acuerdo? Creo que ahora podríamos conseguir algo con el retratista.

– Espera un poco más -insistió Alex. Miró a Daniel, cuyos ojos la acariciaban casi de forma tangible.

Él extendió su amplia mano sobre la pequeña espalda de Hope con tanta ternura que Alex se quedó sin respiración.

– Lo has hecho muy bien, Hope -dijo con voz suave-. Pero, escucha, cariño, tengo que preguntarte una cosita más. Es importante -añadió, casi más para sí que para Hope, pensó Alex.

La niña asintió sin apartar el rostro del pecho de Alex.

– ¿Qué le pasó a la flauta de tu mamá?

Hope se estremeció.

– Está en las hojas -dijo, con la voz amortiguada.

– Muy bien, corazón -la animó Daniel-. Eso es todo lo que necesitaba saber. Tengo que enviar a Ed a registrar esa zona del bosque otra vez. Enseguida vuelvo.


Atlanta, jueves, 1 de febrero, 9.15 horas.


Daniel apenas había colgado el teléfono tras hablar con Ed cuando Leigh apareció en la puerta de su despacho.

– Daniel, tienes visita. Es Michael Bowie, el hermano de Janet. No se le ve muy contento.

– ¿Dónde está Chase? Se supone que él tenía que encargarse de hablar con la gente.

– Está en una reunión con el comisario. ¿Quieres que le diga a Bowie que no estás?

Daniel sacudió la cabeza.

– No, hablaré con él.

Michael Bowie parecía exactamente lo que era: un hombre a cuya hermana habían asesinado con saña hacía tan solo unos días. Dejó de caminar de un lado a otro cuando Daniel apareció junto al mostrador.

– Daniel.

– Michael, ¿en qué puedo ayudarte?

– Podrías decirme que has encontrado al asesino de mi hermana.

Daniel irguió la espalda.

– No, no puedo. De momento, estamos siguiendo pistas.

– Hace muchos días que dices lo mismo -masculló Michael.

– Lo siento. ¿Has pensado en alguien que detestara a Janet lo bastante como para hacerle una cosa así?

La furia de Michael pareció amainar.

– No. Había veces en que Janet era egoísta y arrogante. Otras veces era taimada e incluso mezquina. Pero nadie la odiaba. Ni a ella, ni a Claudia, ni a Gemma. No eran más que unas chicas. No habían hecho nada para merecerse una cosa así.

– Yo no digo que se lo mereciera, Michael -puntualizó Daniel con amabilidad-. Lo que está claro es que alguien quería matarla, a ella y a sus amigas. -«Pero no son más que cabezas de turco»-. Si te viene a la cabeza alguien, cualquier persona a quien hubiera molestado…

Michael emitió un sonido de frustración.

– ¿Quieres que te haga una lista? Las chicas eran unas consentidas y es probable que todos los días de su vida jodieran a alguien. Pero una cosa así… No hicieron nada para merecérselo.

Michael estaba plañéndose de la muerte de su hermana, y Daniel lo sabía. Que las chicas no se merecían lo que les había ocurrido era de una lógica tan aplastante que todavía no era capaz de asimilarlo. Con el tiempo acabaría haciéndolo. Las familias de las víctimas solían hacerlo.

– No puedo decirte lo que quieres oír, Michael. Todavía no. Pero lo detendremos.

Michael asintió con tirantez.

– ¿Me llamarás?

– En cuanto tenga alguna noticia que darte. Te lo prometo.


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