Capítulo 14

Dutton, miércoles, 31 de enero, 6.15 horas.


– ¿Le sirvo un poco más de café, agente Hatton? -preguntó Alex. Él estaba sentado a la mesa, se le veía tranquilo y sosegado. Su compañero se había marchado con Daniel.

Hatton negó con la cabeza.

– No, señora. Mi mujer solo me deja tomar una taza al día.

Alex arqueó las cejas.

– ¿Escucha a su mujer? ¿De verdad? Muy pocos hombres de los que vienen a urgencias lo hacen. Precisamente por eso acaban en urgencias.

Él asintió con seriedad.

– Yo escucho todo lo que me dice.

– ¿Y, además de escucharla, le hace caso? -bromeó Meredith desde la cocina.

Hatton esbozó una sonrisa burlona.

– Ya le he dicho que escucho todo lo que me dice.

– Me lo imaginaba -concluyó Meredith, y le llenó la taza de todos modos.

Hatton saludó a Meredith levantando la taza y volvió a dejarla en la mesa.

– Hola.

Hope estaba de pie en la puerta de su dormitorio y miraba a Hatton.

– Este es el agente Hatton. -Alex tomó a Hope de la mano-. Agente Hatton, esta es mi sobrina Hope. -Alex observó cómo Hope tocaba la barba suave y gris de Hatton.

Éste se inclinó hacia delante para que Hope llegara mejor.

– Todo el mundo dice que con la barba me parezco a Santa Claus -dijo. Extendió los brazos y, para sorpresa de Alex, Hope se subió a su regazo. Empezó a acariciarle la barba con las palmas de las manos.

Meredith soltó un pequeño gemido.

– Otra vez no.

Alex miró a Hatton con impotencia.

– Hope tiene tendencia a obsesionarse con las cosas.

– Bueno, no está haciendo nada malo así que de momento déjela -accedió Hatton, y se ganó la simpatía de Alex de por vida.

Alex se sentó junto a ellos.

– ¿Tiene hijos, agente Hatton?

– Seis hijas. La mayor tiene dieciocho años y la pequeña, ocho.

Meredith miró el órgano y luego se volvió hacia Alex.

– Puede que él conozca la canción.

– No quiero que vuelva a empezar con eso -dijo Alex, y suspiró-. Vale, tenemos que intentarlo.

– ¿Qué canción? -preguntó Hatton.

Meredith la tarareó y Hatton frunció el entrecejo.

– Lo siento, señoritas, no puedo ayudarlas. -Miró el reloj-. Vartanian me ha dicho que tenían que encontrarse con la doctora McCrady y los retratistas a las ocho. Tenemos que empezar a ponernos en marcha.

Decepcionada porque él tampoco había reconocido la canción, Alex se puso en pie. Las rodillas aún le escocían de la caída del día anterior.

– Tengo que sacar al perro de Daniel.

Hatton sacudió la cabeza.

– Ya lo saco yo, señorita Fallon. -Se volvió hacia Hope-. Tienes que ir a arreglarte, a las chiquillas les lleva tiempo acicalarse.

– Ya veo que es cierto que tiene seis hijas -dijo Meredith en tono irónico.

Hope presionó con las palmas de las manos la suave barba de Hatton y de súbito su pequeño rostro adoptó una expresión vehemente.

– Yayo.

Era la primera palabra que pronunciaba; tenía una vocecilla dulce.

Hatton pestañeó y sonrió a Hope.

– ¿Tu yayo tiene una barba como la mía?

– ¿La tiene? -preguntó Meredith, y Alex trató de imaginar el rostro de Craig Crighton.

«Silencio. Cierra la puerta.»

Cuando fue capaz de pensar, negó con la cabeza.

– Que yo recuerde, nunca ha llevado barba. -Rodeó con la mano la mejilla de Hope-. ¿Has visto a tu yayo?

Hope asintió, sus grandes ojos grises denotaban tanta tristeza que Alex sintió ganas de echarse a llorar. Pero se esforzó por sonreír.

– ¿Cuándo, cariño? ¿Cuándo has visto al yayo?

– ¿No dijiste que la monja del centro de acogida te contó que Bailey no había encontrado a su padre? -preguntó Meredith.

– La hermana Anne dijo que creía que no lo había encontrado. -Alex frunció el entrecejo-. Ya sabes, Daniel no me ha dicho que haya vuelto a ver a la hermana Anne; ni a Desmond.

– Sé que anoche pasó por allí. Lo comprobaré mientras ustedes se preparan -se ofreció Hatton. Bajó a Hope al suelo y alzó su pequeña barbilla-. Ve con tu tía -dijo, y la obediente Hope le dio la mano a Alex.

– Tiene que quedarse aquí -dijo Meredith señalando a Hatton-. Sabe tratar a Hope.

– Podemos pedirle que nos deje su varita mágica -repuso Alex en tono burlón, y de pronto Hope levantó la cabeza, horrorizada. Alex miró a Meredith y, haciendo caso omiso del dolor de las rodillas, se agachó para mirar a Hope a los ojos.

– Cariño, ¿qué es la varita mágica?

Pero Hope no dijo nada. Estaba petrificada, aterrada. Alex la rodeó con los brazos.

– Hijita -susurró enterrando el rostro en sus rizos rubios-, ¿qué has visto?

Pero Hope no dijo nada y a Alex le dio un vuelco el corazón.

– Ven, cariño. Te daré un baño.


Bernard, Georgia, miércoles, 31 de enero, 6.25 horas.


– Qué ágil es el muy cabrón -masculló el agente Koenig, situado detrás de Daniel.

Daniel observó a Jim Woolf subirse a un árbol.

– Nadie lo habría dicho. -Tensó la mandíbula al mirar a través de los árboles hacia la zanja que bordeaba la carretera-. Ha tomado muchas fotos antes de elegir el árbol. No quiero saber de quién se trata esta vez.

– Lo siento, Daniel.

– Yo también. -El teléfono móvil vibró en su bolsillo. Era Chase-. Acabamos de llegar -dijo-. Koenig y yo. Todavía no hemos examinado el escenario. ¿Dónde estás tú?

– No muy lejos. He venido con las luces puestas. Acercaos y mirad qué hay. Me esperaré.

Daniel se abrió paso entre los árboles sin despegar el móvil de la oreja mientras imaginaba a Jim Woolf fotografiándolo con cara de asombro. Al llegar al borde de la zanja se detuvo.

– Hay otra víctima -dijo a Chase-. Otra manta marrón.

Chase emitió un sonido gutural de enojo.

– Haced bajar a ese imbécil del árbol y controladlo todo. Yo ya estoy saliendo de la carretera interestatal, y la científica y los forenses están de camino.


Dutton, miércoles, 31 de enero, 6.45 horas.


Enfiló el camino de entrada a su casa aliviado y exhausto; tenía todo el cuerpo rígido excepto donde habría querido tenerlo así. Pero Kate estaba sana y salva, y eso era lo que importaba. Le quedaba una hora para ducharse, vestirse y tranquilizarse antes de la reunión informativa en casa del congresista Bowie.

En la vida había drama y política, pensó. A veces eran una misma cosa. Se detuvo en el porche de la entrada para recoger el periódico y, a pesar de que esperaba la noticia, el corazón le dio un brinco.

– Rhett -masculló-. Imbécil. Te lo advertí.

La puerta de entrada se abrió y en el vano apareció su esposa. Tenía la mirada llena de dolor.

– Antes procurabas que los vecinos no se enteraran de tus escapadas nocturnas. Y los niños menos.

Él estuvo a punto de echarse a reír. Después de todas las veces que su esposa había hecho la vista gorda cuando regresaba a casa tras haber pasado la noche con otra mujer, tenía que elegir precisamente ese día para discutir. Justo el día en que no había hecho nada malo.

«Sí, sí que has hecho algo malo. Tendrías que haberle dicho a Vartanian lo de las otras siete mujeres. No hay bastante con que Kate esté a salvo. Si alguna otra muere… la responsabilidad será tuya.»

Su mujer entornó los ojos para escrutarlo.

– Da la impresión de que hayas dormido vestido.

– Así es. -Las palabras brotaron de su boca antes de que pudiera evitarlo.

– ¿Por qué?

No podía contárselo. No la amaba, ni siquiera estaba seguro de haberla amado alguna vez. Pero era su esposa y la madre de sus hijos, y descubrió que todavía tenía suficiente amor propio para admitir que su opinión le importaba. No podía contarle lo de Kate, no podía contarle nada.

En vez de eso le tendió el periódico.

– Rhett ha muerto.

Su esposa exhaló un suspiro trémulo.

– Lo siento.

De verdad lo sentía, porque era una persona decente. Nunca le había caído bien Rhett, nunca había aprobado su «amistad». Ja. Amistad. Más bien era un pacto de supervivencia. Mantén una buena relación con tus enemigos; así sabrás si alguna vez piensan traicionarte. Era un sabio consejo que había recibido de su padre hacía mucho tiempo.

Su padre se refería a los enemigos políticos, no a los supuestos amigos, pero el consejo era igualmente válido.

– Se… mmm… se ha salido de la carretera.

Ella abrió la puerta un poco más.

– Entra.

Él cruzó el umbral y la miró a los ojos. Durante todos esos años había sido una buena esposa. Él nunca había querido hacerle daño. No fue capaz de controlarse, eso era todo. Ninguna de sus aventuras había significado nada para él, excepto la última.

Aún se sentía fatal con respecto a ella. Normalmente solo utilizaba a las mujeres para practicar sexo. Sin embargo, Bailey Crighton le había servido para obtener información. Había cambiado desde que nació su hija, ya no era la puta con quienes todos se habían acostado en un momento u otro.

Ella creía que le importaba de veras, y en cierta manera así era. Bailey había tratado por todos los medios de forjar un futuro para ella y para Hope, y ahora había desaparecido. Él sabía dónde estaba y quién se la había llevado pero no podía hacer nada por ayudarla, igual que tampoco podía hacer nada por ayudar a las otras siete mujeres que estaban en el punto de mira del asesino.

– Te prepararé unos huevos mientras te duchas y te cambias -dijo su esposa en tono quedo.

– Gracias -respondió él, y ella abrió los ojos como platos. Pensó que muy pocas veces le había agradecido algo. Claro que, si revisaba la lista de todos sus pecados, el hecho de ser descortés no era nada comparado con haber violado a alguien. O con ser responsable de la muerte de las mujeres a quienes se había negado a ayudar.


Atlanta, miércoles, 31 de enero, 8.45 horas.


Daniel se dejó caer en la silla junto a la mesa de reuniones. Se pasó las manos por el rostro; ni siquiera había tenido tiempo de afeitarse. Gracias a Luke, por lo menos se había cambiado de ropa.

Claro que el mérito era de mamá Papadopoulos, que la tarde anterior había estado llamándolo a cada hora, preocupada por «el pobre Daniel». Luke le había llevado un traje al despacho de camino al trabajo. Se le veía cansado y ojeroso, y Daniel comprendió que su amigo también tenía problemas. Pensó en las fotografías que Luke tenía que mirar todos los días para descubrir a los cabrones que difundían imágenes prohibidas de niños por internet.

Pensó en Alex. No era más que una niña cuando Wade la agredió, aunque ella no quisiera reconocerlo. Un odio primario lo encendió por dentro y se alegró de que Wade Crighton estuviera muerto. Los cabrones como Wade y los rapaces que Luke perseguía hacían mucho más daño a sus víctimas que el meramente físico. Les robaban la confianza, la inocencia.

Daniel pensó en el aspecto que tenía Alex la noche anterior; se la veía frágil y vulnerable. Se estremeció al recordarlo. Aquella relación íntima había sido la más extraordinaria de su vida. El estar con ella lo había convulsionado hasta los cimientos mismos de su ser y la idea de perderla lo asustaba muchísimo.

Tenía que detener aquella locura. Tenía que detenerla ya. «Ponte a trabajar, Vartanian.»

Chase, Ed, Hatton y Koenig se acomodaron junto a él en la mesa con tazas de café en las manos y aspecto sombrío.

– Aquí tienes -dijo Chase, ofreciéndole una taza de café-. Es fuerte.

Daniel dio un sorbo y crispó el rostro.

– La víctima número tres es Gemma Martin, de veintiún años. Tres coincidencias para tres víctimas. Las tres se criaron en Dutton, las tres se graduaron en la academia Bryson y las tres lo hicieron el mismo año. Gemma vivía con su abuela. La mujer ha empezado a preocuparse al ver que no bajaba a desayunar y cuando ha subido a su dormitorio y ha encontrado la cama sin deshacer nos ha avisado.

– Le hemos identificado por las huellas dactilares -explicó Ed-. El escenario del crimen era idéntico a los anteriores, incluso en lo de la llave y el pelo atados al dedo del pie.

– Quiero saber dónde la asaltó -dijo Chase-. ¿Dónde estuvo Gemma anoche?

– Le dijo a su abuela que no se encontraba bien y que se acostaría temprano, pero según la mujer Gemma mentía a menudo. Su Corvette no está en el aparcamiento. Empezaremos por investigar los lugares que frecuentaba.

– ¿Qué hay de las grabaciones del establecimiento donde Janet alquiló la furgoneta? -preguntó Chase.

– Las dejé en el laboratorio anoche, cuando traje a Hope para que Mary la viera. ¿Ed?

– Uno de los técnicos se ha pasado toda la noche revisándolas -respondió Ed, y deslizó una fotografía sobre la mesa-. Hemos tenido mucha suerte. ¿Os suena?

Daniel tomó la foto.

– Es el chico que compró las mantas.

– Esta vez tampoco ha intentado pasar desapercibido. Tenía las llaves del Z4 de Janet.

– ¿Y no tenéis ni idea de quién es?-preguntó Chase.

– Hemos colgado su foto en el parasol de todos los coches patrulla de la ciudad, Chase -explicó Ed-. Lo próximo será pasarla a los informativos para que la difundan por televisión.

Daniel miró a Chase.

– Si hacemos eso, puede que desaparezca.

– Creo que tenemos que correr ese riesgo -opinó Chase-. Hacedlo. ¿Qué más?

– Necesitamos los anuarios de las escuelas -dijo Daniel-. Nos servirán para identificar a las mujeres de las fotografías.

– Ya he empezado con eso -dijo Chase-. Le he pedido a Leigh que llame a todos los institutos en un radio de treinta kilómetros de Dutton y les pida los anuarios de los últimos trece años.

Ed se recostó en el asiento, perplejo.

– ¿Por qué de hace trece años? Entonces Janet, Claudia y Gemma tenían nueve, todavía no iban al instituto.

– Yo os lo explicaré. -Daniel sacó de su maletín las fotografías hechas por Simon y contó al resto del equipo la versión de la historia que la noche anterior Chase y él habían convenido.

– Daniel entregó las fotos a la policía de Filadelfia -explicó Chase-. El detective que se encarga del caso es muy eficiente y a primera hora de la mañana las ha escaneado y nos las ha enviado por email. Los originales llegarán por correo postal.

Daniel se sentía fatal por que Vito Ciccotelli hubiera tenido que escanear y enviar las fotos, pero había sido completamente sincero con él cuando hablaron por teléfono la noche anterior. Vito se ofreció enseguida a escanear las fotografías, Daniel no tuvo ni que pedírselo.

Vito había rechazado cualquier gesto de agradecimiento escudándose en que Daniel le había regalado algo mucho más preciado: lo había ayudado a salvarle la vida a su novia, Sophie. Daniel pensó en Alex y comprendió que Vito considerara aquello lo mejor que le había pasado en la vida.

Ed sacudió la cabeza.

– De acuerdo. O sea que Simon tenía esas fotos, incluida la de Alicia Tremaine y la de la camarera a quien mataron anoche, Sheila Cunningham.

– Sí. Alex ha conseguido identificar a cuatro chicas más. Una está muerta, se suicidó. A las otras tenemos que identificarlas mediante las fotos de las escuelas locales. Para eso queremos los anuarios.

Ed dio un resoplido.

– Se te da bien complicar las cosas, Vartanian.

– Pues te aseguro que no es mi intención -masculló Daniel-. ¿Qué más tenemos?

Hatton se acarició la barba con aire distraído.

– La monja del centro de acogida. La hermana Anne.

A Daniel le dio un vuelco el estómago.

– Por favor, no me digas que está muerta.

– No, no está muerta -dijo Hatton-. Pero casi. Los policías que fueron a verla anoche no la encontraron en el centro de acogida y tampoco contestaba en casa. No sabían que la vida de la mujer corría peligro, solo sabían que tú la buscabas, y no entraron en el piso.

– ¿Y esta mañana? -preguntó Daniel en tono grave.

– Cuando los he llamado he insistido en que el asunto era importante. -Hatton hablaba con voz tranquila pero sus ojos denotaban que no lo estaba-. Han echado la puerta abajo y la han encontrado allí. Le habían dado una paliza. Al parecer alguien entró por la ventana. La han llevado al hospital provincial hace una hora, me han dicho que estaba inconsciente y eso es todo cuanto sé.

– ¿Lo sabe Alex?-preguntó Daniel.

– Todavía no. Pensaba que querrías decírselo tú.

Daniel asintió, aunque la idea lo horrorizaba.

– Yo se lo diré. ¿Qué sabes del peluquero, Desmond?

– Está bien. No ha recibido ninguna visita ni ninguna llamada; no hay problema.

– Por lo menos no tengo que darle dos malas noticias.

– Así… -Chase tamborileó sobre la mesa-. Nuestro único testigo es una niña de cuatro años que no habla.

– En estos momentos Hope está con McCrady y con el retratista forense -explicó Daniel.

– Ha hablado -anunció Hatton-. Ha dicho una palabra. Me ha llamado «yayo». Parece que su abuelo tiene una barba como la mía.

Daniel frunció el entrecejo.

– O sea que Bailey lo encontró.

– ¿Lo sabe McCrady? -preguntó Chase.

– Sí. -Hatton miró a Daniel-. También hay algo relacionado con una varita mágica.

– Por el amor de Dios -musitó Chase.

– Chase -lo acalló Daniel, exasperado-. ¿Qué pasa con la varita mágica? -preguntó a Hatton.

– La señorita Fallon dice que las dos veces que han pronunciado «varita mágica» Hope ha dejado lo que estaba haciendo y se ha mostrado asustada. Ni siquiera la señorita Fallon sabe lo que significa. Creo que deberíamos buscar al padre de Bailey. Puedo hacer una batida por las calles si queréis. He conseguido la fotografía del último permiso de conducir de Craig Crighton. Es de hace quince años, pero no tenemos nada mejor.

– ¿Hace quince años que no renueva el permiso de conducir? -se extrañó Daniel.

– Caducó dos años después de la muerte de Alicia -dijo Hatton-. ¿Queréis que le siga la pista?

– Si gracias. ¿Qué más?

– ¿Qué hay de Woolf, el trepador? -quiso saber Koenig.

Daniel negó con la cabeza.

– He comprobado todos los aparatos que tenemos permitido rastrear para averiguar cuándo lo informaron de lo de Gemma, pero no había ninguna llamada nueva. Lo que me gustaría saber es cómo se enteró de lo de Rhett Porter.

– El vendedor de coches que se salió de la carretera anoche -puntualizó Chase-. ¿También guarda relación con el caso?

– El accidente tuvo lugar en la US-19, a más de cien kilómetros de Dutton. Nadie vio a Porter salirse de la carretera. Quien informó del accidente fue un motorista que pasó por allí cuando el coche ya se había incendiado y el fuego estaba casi extinguido.

– ¿Cómo supieron que era Porter? -preguntó Ed, mirando la foto de primera plana del Dutton Review-. Supongo que no debía de quedar gran cosa de él.

– De hecho aún no han identificado el cadáver -respondió Daniel-. Esperan poder utilizar el registro dental. Pero Porter vendía coches y solía conducir vehículos de prueba con placas de matrícula magnéticas. Una de las placas salió disparada cuando el coche cayó por el terraplén y por eso pudieron identificarlo.

– Y ¿cómo se ha enterado Woolf? -preguntó Chase, y Daniel sacudió la cabeza, indignado.

– Todavía no lo sabemos. Según lo que el propio Woolf me ha dicho esta mañana cuando lo he echado del árbol a patadas, la esposa de Porter le dijo que la semana pasada se le veía alterado. Además todo el mundo sabía que el Lincoln que se estrelló era el modelo que Porter llevaba. Claro que de ahí a cómo Woolf llegó al escenario justo a tiempo de tomar la foto… Woolf se niega a revelar quién es su informador y, a menos que la comunicación tuviera lugar por alguna de las vías que estamos investigando, no sabremos nada.

– Y aparte del hecho que Rhett Porter vivía en Dutton, de que estaba alterado y de la presencia de Woolf, ¿qué más hay que lo relacione con los tres asesinatos? -preguntó Chase.

– Estudió con Wade Crighton y Simon. Alex recuerda que era amigo de Wade. Además era el hermano mayor de los chicos que encontraron el cadáver de Alicia.

Chase refunfuñó.

– Daniel.

Daniel se encogió de hombros.

– Solo relato los hechos. Además, no pierdas de vista que Jim Woolf estuvo en el lugar del accidente. He pedido a la jefatura superior de Pike County que siga de cerca la investigación, quiero que examinen el coche centímetro a centímetro. También quiero que se siga la pista a Woolf las veinticuatro horas del día. De momento no ha hecho nada por lo que podamos arrestarlo, pero sé que acabará haciéndolo.

Daniel exhaló un suspiro, no le apetecía nada decir lo que venía a continuación.

– Cuando Leigh consiga los anuarios, tendremos que averiguar quién más iba a clase con Wade, Simon y Porter. Es posible que los violadores que aparecen en las fotos de Simon sean todos de Dutton.

– Alguien se está poniendo nervioso -dijo Hatton con su tono quedo-. Se descuidaron un poco al intentar atropellar a la señorita Fallon pero parece que con Porter lo han hecho mejor.

– Eso parece. -Daniel se volvió hacia Ed-. Nos quedan la casa de Bailey y la pizzería. ¿Algo nuevo?

– En casa de Bailey no hemos descubierto nada más, nada que indique dónde estaba Hope cuando vio que se llevaban a Bailey. Hemos comparado el grupo sanguíneo de Bailey con el de la sangre del suelo. También tomamos un poco de pelo de un cepillo del baño. Efectuaremos un análisis pero estoy casi seguro de que la sangre es de Bailey.

– ¿Y de la pizzería?

– Hemos tomado las huellas al hombre que disparó y hoy las compararemos con el AFIS. También queremos hablar con el agente que persiguió el coche que ayer trató de atropellar a Alex -añadió Ed-. A ver si conseguís identificar el coche o al hombre.

– Yo me encargo de eso -se ofreció Koenig.

Daniel tomó nota de los siguientes pasos en su cuaderno.

– Gracias. Yo interrogaré a las víctimas de violación de hace trece años. Quiero que me acompañe una agente.

– Irás con Talia Scott -ordenó Chase-. Es buena en ese tipo de interrogatorios.

Daniel asintió.

– De acuerdo. Cuando Leigh consiga los anuarios de la academia Bryson, pídele que confeccione un listado con todas las compañeras de estudios de Janet, Claudia y Gemma. Tenemos que descubrir por qué el asesino las ha elegido para recrear el crimen de Alicia. Puede que alguna de sus compañeras nos ayude a descubrir lo que las relaciona con Alicia y con las otras víctimas.

– Y también tenemos que advertirlas -dijo Chase-, si es que no están ya sobre aviso y han tomado precauciones.

– Yo me encargo de eso -se ofreció Chase-. Tenemos que canalizar la información, no es aconsejable que cunda el pánico y no tenemos recursos suficientes para ofrecer protección a todas las víctimas potenciales.

Daniel se puso en pie.

– Entonces en marcha. Nos encontraremos aquí de nuevo a las seis.


Atlanta, miércoles, 31 de enero, 9.35 horas.


– Alex, ¿te sientas?

Alex dejó de pasearse y observó la imagen de Meredith reflejada en la luna de efecto espejo. Meredith se encontraba sentada tras ella, trabajando tranquilamente con el portátil, mientras Alex era un manojo de nervios. Al otro lado del cristal estaba Hope con la psicóloga infantil Mary McCrady y un retratista forense que parecía tener más paciencia que un santo.

– ¿Cómo puedes estar tan tranquila? No están consiguiendo nada.

– Ayer estaba destrozada; todo era culpa de la música. -Se encogió de hombros-. Hoy no he tenido que oír más música y he podido salir a correr. Por eso estoy bien. -Observó a Hope, que se negaba a mirar a los ojos tanto a la psicóloga como al retratista-. Acaban de empezar, Alex. Dale un poco de tiempo a Hope.

– ¿Un poco de tiempo? No tenemos tiempo. -Alex se aferraba los dedos y se los retorcía-. Hace siete días que Bailey desapareció. Cuatro mujeres han muerto. No tenemos tiempo que perder.

– Por mucho que te pasees no cambiarás las cosas.

Alex alzó los ojos en señal de exasperación.

– Ya lo sé -dijo entre dientes; estaba frenética-. ¿No crees que ya lo sé?

Meredith dejó el portátil a un lado y rodeó a Alex por los hombros.

– Alex…

Alex posó la cabeza en el hombro de Meredith.

– Han encontrado a otra víctima -musitó, sintiéndose… impotente. Por unos momentos, mientras estaba con Daniel en el sofá, se había sentido poderosa, importante. Ahora la realidad se abría paso y le demostraba lo impotente que era en realidad.

– Si fuera Bailey, Daniel te lo habría dicho.

– Ya lo sé; pero, Mer… Son tres mujeres además de Sheila. Y el padre Beardsley. Esto es peor que la más horrible de mis pesadillas.

Meredith abrazó a Alex más fuerte y juntas observaron a Hope a través del cristal. Cuando la puerta se abrió tras ellas, las dos se volvieron de golpe y vieron a Daniel cerrarla.

El pulso de Alex se aceleró y su ánimo se elevó. Pero él no sonreía y supo que lo que tenía que decirle no era agradable. Se abrazó, preparándose para lo peor; aunque no sabía muy bien qué podía ser peor todavía.

– No dispongo de mucho tiempo -musitó él-, pero tenía que hablar contigo.

– ¿Quieres que salga? -preguntó Meredith, y Daniel negó con la cabeza.

– No hace falta. -Estrechó los brazos de Alex-. No sé cómo decirte esto, así que lo soltaré y punto. La hermana Anne está en á hospital. Anoche le dieron una paliza y no está bien.

Alex notó que le flaqueaban las rodillas y se dejó caer en una silla; de pronto se sentía extenuada.

– Oh, no.

Él se agachó para mirarla a los ojos.

– Lo siento, cariño -dijo con suavidad. Le asió las manos y la hizo entrar en calor-. Hemos enviado a un equipo de la científica a registrar su piso.

Ella tragó saliva.

– ¿Y Desmond?

– Él está bien.

Alex suspiró con una mezcla de alivio y miedo.

– La hermana Anne. Santo Dios.

Él le apretó las manos.

– Alex, no es culpa tuya.

– Me siento tan impotente…

– Ya lo sé -susurró él, y Alex observó también la angustia en sus ojos. Se aclaró la garganta-. He oído que Hope ha llamado «yayo» a Hatton.

Alex asintió. El violento chillido que se formaba en su cabeza al oír mencionar a Craig Crighton ya no la pillaba por sorpresa.

– Creemos que Bailey encontró a su padre. Puede que le diera la carta que Wade le escribió.

– Hatton irá hoy en su busca.

Alex utilizó la poca energía que le quedaba para apartar de sí el grito.

– Yo iré con él.

Daniel se puso en pie con semblante prohibitorio.

– No, es demasiado peligroso.

– Él no sabe qué aspecto tiene Craig.

– Tiene la foto de su permiso de conducir.

– Tengo que acompañarlo, Daniel. -Lo aferró por el brazo, necesitaba que lo comprendiera-. Cada vez que alguien menciona su nombre, los gritos empiezan a formarse en mi cabeza. Es uno de los detonantes. Necesito verlo, necesito comprender por qué.

Él le dirigió una mirada penetrante y su expresión se tornó severa.

– Yo necesito que estés a salvo.

– Y yo necesito terminar con esto de una vez -soltó ella entre dientes-. Tengo que descubrir por qué me inspira tanto miedo. Tengo que averiguar si sabe quién se ha llevado a Bailey. -Señaló el cristal con mano trémula-. Hope lleva una semana sin hablar. Tengo que averiguar qué ha ocurrido.

Él la asió de la barbilla para que lo mirara a los ojos.

– ¿Qué ha ocurrido ahora o qué ocurrió entonces, Alex? -preguntó.

– Las dos cosas. Me dijiste que podía confiar en Hatton. Con él estaré segura. No me obligues a quedarme. -Él le aferró el brazo más fuerte-. Daniel, por favor. Tengo la impresión de estar volviéndome loca.

Él le sostuvo la mirada un minuto, que a Alex se le hizo eterno sus ojos reflejaban una auténtica tempestad. Entonces le dio un beso en la frente.

– Si a Hatton le parece bien, no seré yo quien te lo impida. Sé de buena fuente que eres lo bastante mayor para tomar tus propias decisiones.

Ella esbozó una sonrisa triste y él la besó en la boca con ternura.

– Gracias, Daniel.

Él la atrajo hacia sí con fuerza y luego la soltó.

– Tengo que cambiarme de ropa. Voy a ir a ver a las mujeres que reconociste en las fotos. Llámame cada hora -le dijo con firmeza-. Si no contesto, déjame un mensaje en el buzón de voz. Prométemelo.

– Te lo prometo.

– Tendría que estar contigo cuando hablaras con él -dijo.

Ella se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla sin afeitar.

– Estaré bien. Te llamaré, te lo prometo.

– Daniel. -Meredith estaba apoyada en la pared, observándolos-. Dijiste que podíamos llevar a Hope a una casa de incógnito.

Daniel asintió.

– Puedo arreglarlo para hoy mismo.

– Irán Hope y Meredith -puntualizó Alex.

La mirada de Meredith denotaba desaprobación, pero asintió de todos modos.

– ¿Alex no estará sola?

– No -respondió Daniel. Su tono volvía a ser decidido, igual que su expresión-. Me aseguraré de ello.

Una de las comisuras de los labios de Meredith se curvó hacia arriba.

– No sé por qué me parece que sí que lo harás -dijo en tono burlón.

– Es la primera cosa agradable que me ha sucedido en varios días. -Se dispuso a alejarse, pero Alex lo retuvo.

– Daniel, ¿quién es la nueva víctima?

– Gemma Martin. ¿La conocías?

– No. Me suena el apellido, claro, pero nunca hice de canguro para esa familia. Los Martin tenían niñeras y mayordomos. ¿Era de la misma edad que las otras dos?

Él asintió.

– Las otras dos vivían en Atlanta, en cambio Gemma vivía con su abuela en Dutton. Lo único que parece vincularlas es la escuela en la que estudiaron. -Le cubrió la boca con un último beso-. No te olvides de llamarme.

– Te llamaré cada hora -dijo Alex con diligencia-. Te lo prometo.

Alex pensó en lo que Daniel estaba a punto de hacer, en las mujeres con quienes estaba a punto de ir a hablar.

– Buena suerte.

Él la saludó con un breve movimiento de cabeza y se marchó.

Durante unos instantes reinó el silencio, hasta que Meredith habló.

– Así, ¿ya lo sabes?

Alex miró fijamente a Hope a través del cristal.

– ¿El qué? -Aunque ya conocía la respuesta.

– Que el pensar en Craig Crighton es lo que desencadena los gritos.

Alex tragó saliva, estaba demasiado cansada para apartarlos de sí otra vez.

– Siempre he sabido que algo tiene que ver con Craig, y nunca he querido saber qué es.

– Alex… ¿Abusó de ti el padre de Bailey?

Alex vio reflejado en el cristal el movimiento de su cabeza al echarla hacia atrás y erguirla de nuevo con lentitud.

– No creo, pero no lo sé seguro. Siempre que trato de recordarlo… -Cerró los ojos-. Ahora los gritos no paran. No puedo pararlos.

– Alex, ¿qué recuerdas del día en que fuimos a recogerte a Dutton y te llevamos a casa?

Alex apoyó la frente en el cristal.

– Recuerdo a las horribles ancianas que hablaban de Alicia y de mí. Y a la tía Kim chillarte por haberlo permitido.

– ¿Y luego?

– Vino él. -Se obligó a pronunciar su nombre-. Craig. Con Bailey. Y Wade. Discutió con Kim. Quería llevarme consigo, dijo que me quería. Dijo que yo lo llamaba «papá». -La palabra le atoraba la garganta y le producía mal sabor de boca.

– Pero no era cierto.

– No. Nunca lo hice. Él no era mi padre, era el padre de Bailey. Siempre lo fue.

Meredith no dijo nada y aguardó con paciencia. Alex volvió la cabeza para notar el frescor del cristal en la mejilla.

– Solía ser muy duro con nosotras, con Alicia y conmigo. Decía que mamá nos malcriaba, y es posible que tuviera razón. Vivimos mucho tiempo las tres solas después de que mi verdadero padre muriera. Pero me preguntabas si Craig… Si nos obligaba a mantener relaciones sexuales con él. No, no recuerdo nada parecido. Supongo que me acordaría de una cosa así.

– Puede que no. -Meredith hablaba en tono tranquilo-. ¿Qué más recuerdas de ese día, Alex? Del día que te sacamos del hospital y te llevamos a Ohio.

Alex abrió los ojos y se quedó mirando su puño apretado.

– Más pastillas. -Volvió a posar la frente en el cristal para poder mirar a Meredith mientras un recuerdo se abría paso entre la cacofonía que invadía su mente-. Tú me las quitaste.

– No sabía qué hacer con ellas. Yo era una niña muy protegida, un ratón de biblioteca. No había visto las drogas en mi vida. Me diste miedo, allí sentada en el hospital con la mirada perdida.

– Igual que Hope.

– Igual que mucha gente después de sufrir un trauma -la tranquilizó Meredith-. Papá te levantó de la silla de ruedas del hospital y te sentó en el coche. Entonces pediste agua. Estábamos tan contentos de que hubieras hablado… Mamá te dio agua y proseguimos el viaje. Y entonces te vi mirar el puño cerrado y decidí vigilarte. Cuando creías que estabas sola intentaste tomarte las pastillas pero yo te las quité. Nunca me dijiste ni una palabra al respecto.

– Ese día te odié -susurró Alex.

– Ya lo sé, lo vi en tus ojos. No querías vivir y yo no pensaba permitir que murieras, significabas demasiado para mi madre, eras todo lo que le quedaba de la tía Kathy. Ya había habido bastante violencia, no podía permitir que lo hicieras.

– Por eso todos los días al regresar de la escuela venías a mi dormitorio y te sentabas a mi lado. No querías que lo hiciera.

– No bajo mi responsabilidad. Y luego, poco a poco, te hiciste a nosotros.

Alex notó el escozor de las lágrimas en los ojos.

– Vosotros me salvasteis la vida.

– Mis padres te querían, y yo te sigo queriendo. -A Meredith empezó a temblarle la voz y se aclaró la garganta-. Alex, ¿recuerdas de dónde sacaste las pastillas?

Ella trató de pensar, de concentrarse en el silencio.

– No. Recuerdo que me miré la mano y allí estaban. Recuerdo que no me importaba de dónde hubieran salido.

– Los tres Crighton te abrazaron antes de que te marcharas con nosotros.

Alex tragó saliva.

– Ya lo sé, de eso sí que me acuerdo.

– Siempre he sospechado que uno de ellos te dio las pastillas.

Alex se apartó del cristal, de pronto le pareció muy frío.

– ¿Por qué habrían hecho una cosa así?

– No lo sé. Pero ahora que sabemos lo de Wade y Simon… y Alicia… tenemos que tenerlo en cuenta. Tal vez sea por eso por lo que siempre has experimentado rechazo al oír el nombre de Craig.

Alex dominó el escalofrío.

– ¿Lo sabías?

– Sí. Imaginaba que lo afrontarías cuando estuvieras preparada. Lo más fácil era no pronunciar su nombre. Pero ahora… tenemos que hacerlo. Tenemos que saber qué ocurrió. Por Bailey, por Hope y también por ti.

– Y por Janet, Claudia y Gemma -añadió Alex-. Y por Sheila y todas las otras chicas. -Una oleada de tristeza la acometió-. Cuántas vidas destrozadas.

– Tú todavía tienes la vida por delante, Alex. Y ahora tienes a Hope. Bailey cambió de vida por ella, no le falles.

– No lo haré. Encontraré a Craig y averiguaré qué sabe. -Apretó los dientes-. Y entraré en esa casa, y subiré la escalera. Lo haré aunque me cueste la vida. -Se estremeció ante lo que acababa de decir-. Lo siento.

– Daniel me contó lo del ataque que sufriste en la escalera. Ayer estuve hablando con la doctora McCrady sobre la posibilidad de utilizar una forma de hipnosis con Hope para superar el muro que ha construido en su mente. Como tú eres su tutora, tienes que firmar el permiso.

– Claro.

– Y luego quiero hacer lo mismo contigo.

Alex exhaló un suspiro.

– ¿En la casa?

Meredith le acarició la mejilla y la miró con determinación.

– ¿No crees que ya es hora?

Alex asintió.

– Sí. Ya es hora.

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