Capítulo 17

Atlanta, miércoles, 31 de enero, 18.45 horas.


Chase estaba esperando junto a la mesa de reuniones cuando llegaron.

– ¿Está bien, Alex?

– Solo tengo náuseas matutinas que llegan un poco tarde -masculló ella en tono triste.

Chase abrió los ojos como platos.

– ¿Está embarazada?

Lo dijo en voz tan alta que Daniel crispó el rostro.

– No. Cállate. -Le ofreció una silla a Alex y la condujo hasta ella con suavidad-. Alex se ha mareado un poco por el camino y se me ha ocurrido decir lo de las náuseas matutinas para no llamar más la atención. En ese momento me ha parecido lo más apropiado.

Daniel empezó a masajear la nuca y los hombros de Alex. Ya sabía en qué partes de su cuerpo le gustaba que la tocara. Bueno, quizá no todas. Esa mañana se había apresurado demasiado, pero no volvería a cometer el mismo error. Cuando se acostaran en una cama como era debido, se tomaría su tiempo para explorar todas y cada una de esas partes. Después de todo, valía la pena ser meticuloso.

Chase se aclaró la garganta.

– Me alegro de que hayas sabido conservar la claridad mental -dijo con cierta ironía.

Daniel se sonrojó ante el comentario doblemente irónico de Chase.

– ¿Dónde está todo el mundo? Es tarde.

– Todos llegabais tarde y he cambiado la reunión a las siete.

– ¿Dónde está Hope? -preguntó Alex-. ¿Ha averiguado algo hoy la doctora McCrady?

– Algo. -Chase se apoyó en la mesa con los brazos cruzados-. Sabemos que la «varita mágica» es una flauta. Mary McCrady ha dejado una sobre la mesa y la niña ha empezado a tararear la melodía. El retratista forense ha dibujado a su padrastro a partir de unas cuantas fotos, señorita Fallon. Lo ha representado más mayor y con barba. Luego ha mezclado el retrato con los de media docena de hombres y Hope ha elegido el correcto.

Alex tensó la mandíbula y tragó saliva pero mantuvo los ojos bien abiertos y fijos en Chase.

– ¿Lo ha encontrado el agente Hatton en Woodruff Park?

– No. Hatton se ha enterado de que Crighton tiene un genio terrible y siempre anda metiéndose en peleas. A los otros mendigos les aterraba la mera idea de hablar de él.

– ¿Lo han detenido alguna vez? -quiso saber Daniel.

– No está fichado, por lo que he visto. -Chase miró a Alex con vacilación-. Uno de los mendigos dice que vio a Crighton discutir con una monja ayer a última hora de la tarde.

Daniel notó que Alex dejaba caer los hombros bajo sus manos.

– Santo Dios. ¿Craig le dio una paliza a la hermana Anne?

– Lo siento -dijo Chase con suavidad-. Creo que Crighton no quiere que nadie lo encuentre.

Ella sacudió la cabeza con hastío.

– No hago más que decirme que las cosas no pueden ir peor y cada vez se complican un poco más. ¿Dónde están Hope y Meredith?

– Están cenando en la cafetería -explicó Chase-. Cuando terminen, dos mujeres policía las acompañarán a la casa de incógnito. Una de las agentes se quedará con ellas y la otra irá a su casa de Dutton por sus cosas.

– Gracias. Todos tienen trabajo. Yo esperaré con Meredith y Hope.

Daniel la vio marcharse y deseó poder apartar de ella el pesar y el miedo y también poder apartar de sí la ligera culpabilidad que sentía al no poder dejar de imaginarse con ella en una cama como era debido. Se volvió y descubrió que Chase lo estaba mirando con incredulidad y desdén.

– No te quedaste en el sofá, ¿verdad?

Daniel no pudo contener la sonrisa que pareció apoderarse de su rostro.

– Sí, sí que lo hice.

Chase alzó los ojos en señal de exasperación.

– Por el amor de Dios, Daniel. ¿Lo hiciste en el sofá?

Daniel se encogió de hombros.

– En ese momento me pareció lo más apropiado.

– ¿El qué? -dijo Ed, que entraba por la puerta con una carpeta en la mano.

Chase se aguantó la risa.

– Da igual.

– Entonces es que es interesante -gruñó Talia, que entró detrás de Ed-. En el aparcamiento me he cruzado con la doctora McCrady y la doctora Berg, y Hatton y Koenig están de camino.

Al cabo de cinco minutos estaban todos sentados a la mesa. Mary McCrady se situó en un extremo y se dispuso a trabajar en otros casos hasta que la necesitaran. Daniel observó que Felicity se había sentado al lado de Koenig, lo más lejos posible de él sin apartarse del grupo. Eso lo puso un poco triste pero no sabía muy bien qué hacer al respecto, así que se centró en el trabajo.

– Koenig, empieza tú.

– El hombre que ayer disparó en la pizzería era Lester Jackson. Tiene un historial larguísimo: agresión con resultado de muerte, allanamiento de morada y robo a mano armada. Ha estado más tiempo dentro de la cárcel que fuera. El policía del Underground dice que hay un setenta y cinco por ciento de posibilidades de que fuera el mismo hombre que intentó atropellar a Alex. Y aún está más seguro de que el coche era el suyo.

– ¿Sabemos cómo es que Jackson fue a parar a Dutton anoche? -preguntó Chase.

– En su coche encontramos un móvil -explicó Ed-. En el registro aparecen tres llamadas hechas desde el mismo número y una efectuada por él también a ese número.

– ¿Cómo fueron las cosas exactamente? -quiso saber Chase.

– Esta mañana he tomado declaración al agente Mansfield -empezó Koenig-. Se ve que recibieron un aviso al saltar la alarma de la pizzería. Mansfield dice que ordenó al primer agente en acudir que lo esperara antes de entrar, pero Cowell no le hizo caso. Mansfield oyó los disparos de camino hacia allí. Entró justo cuando Lester Jackson disparaba a Cowell, y cuando vio que lo apuntaba a él, le disparó. -Koenig arqueó las cejas-. Pero la versión de Mansfield no cuadra. Por eso está aquí Felicity.

– La científica recogió cuatro armas -explicó Felicity-: el.38 de Jackson, el.45 de Sheila y dos de nueve milímetros que pertenecían a los agentes Cowell y Mansfield. El agente Cowell recibió dos disparos del.38 de Jackson. Cualquiera de ellos lo habría matado en el acto, y de hecho el primero lo hizo. Fue un disparo en la garganta desde unos tres metros.

– Que es la distancia que hay desde detrás de la barra, donde estaba Jackson, hasta el lugar donde cayó el agente Cowell -convino Daniel-. ¿Y la segunda bala?

– Ya estaba muerto cuando le atravesó el corazón -explicó Felicity-. Le dispararon de muy cerca.

– Jackson estaba junto a la caja registradora, disparó a Cowell una vez, rodeó la barra, se le acercó y volvió a dispararle. -Daniel sacudió la cabeza-. Qué hijo de puta.

– Cowell hirió a Jackson en el brazo -dijo Koenig-. Y Sheila no llegó a disparar el arma.

Daniel recordó la inquietante mirada de Sheila, desplomada en un rincón rodeando el arma con las dos manos.

– Debió de quedarse helada del susto.

– Jackson le disparó dos veces -explicó Felicity-. Pero por el ángulo desde el que lo hizo, no estaba detrás de la barra sino al lado del agente muerto.

– O sea que la versión de Mansfield no cuadra -dijo Koenig-. Dice que disparó a Jackson en cuanto entró porque Jackson acababa de disparar a Cowell.

– Pero entonces Jackson no podía estar detrás de la barra -Daniel se frotó la cabeza-. Así que o bien Mansfield se equivoca en cuanto al tiempo o bien esperó a que Jackson se situara detrás de la barra para dispararle.

Felicity asintió.

– La bala que mató a Jackson dibujó una trayectoria ascendente. Entró y salió en línea recta, lo que indica que Mansfield estaba agachado cuando le disparó.

– Y por el ángulo de entrada, no la dispararon desde la puerta -añadió Koenig-. Mansfield estaba agachado junto a Cowell.

– ¿Por qué miente? -preguntó Talia-. Mansfield es ayudante del sheriff. Seguro que sabía que el informe de balística revelaría la verdad.

– Porque esperaba que el asunto se resolviera dentro del cuerpo de policía -dijo Daniel sin alterarse-. Esperaba que fuera Frank Loomis quien investigara el caso, no nosotros.

Chase parecía contrariado.

– ¿Estamos insinuando que el sheriff de Dutton no es trigo limpio?

A Daniel aún le costaba aceptarlo.

– No lo sé. Lo que sé es que en la investigación del asesinato de Alicia Tremaine nada se hizo como era debido. No se tomaron fotos del escenario, las pruebas no se guardaron bien y se perdieron con las inundaciones y no hay ningún informe archivado. Creo que es posible que tendieran una trampa a Fulmore para incriminarlo. Lo que está clarísimo es que alguien está ocultando algo.

– Yo tampoco he conseguido el informe del juez de instrucción -dijo Felicity-. El doctor Granville me ha contado que su antecesor no hizo los trámites burocráticos pertinentes.

– Pero en el juzgado tiene que estar -dijo Talia.

– No está -repuso Daniel-. Le pedí a Leigh que solicitara las actas judiciales y todo el papeleo relacionado con el caso. Lo ha recibido esta mañana y el archivador está casi vacío. Dentro no hay nada de todo eso.

– ¿Y qué hay del abogado de la acusación y del juez? -insistió Talia.

– Uno está muerto y el otro se ha retirado a un lugar apartado del mundo -respondió Daniel.

– Las cosas no pintan bien para Loomis -opinó Chase-. Tendré que poner en alerta a la fiscalía del estado.

Daniel suspiró.

– Ya lo sé. De todos modos tenemos que averiguar qué o quién trajo a Jackson hasta Dutton anoche. Quien sea tiene que ver con el intento de atropello.

– La llamada que hizo Jackson desde el móvil tuvo lugar justo después de que intentaran atropellar a Alex -explicó Koenig-. Creo que debió de querer informar a quien lo hubiera contratado de que falló.

– Tenemos que averiguar a quién pertenece ese número -concluyó Chase.

– Lo haremos mañana -respondió Koenig reprimiendo un bostezo-. Entre vigilar por la noche en casa de Fallon y trabajar todo el día, estoy derrotado. -Dio un codazo a Hatton, que se había quedado dormido-. Despierta, corazón.

Hatton lanzó una mirada asesina a Koenig.

– No dormía.

– Ya le he contado a Daniel lo que habéis averiguado de Craig Crighton -dijo Chase-. Si no tenéis nada más que decir, ¿por qué no os vais los dos a casa a dormir?

– Yo daré una cabezada y luego iré a Peachtree-Pine a buscar a Crighton -dijo Hatton-. Sé de un sitio que suele frecuentar. Me vestiré para la ocasión, a ver si así no desentono tanto como antes.

– Entonces yo iré contigo -se ofreció Koenig-. Déjame dormir un rato y también me disfrazaré de mendigo. Te seguiré de cerca y te cubriré la espalda.

Chase sonrió.

– Informaré a la patrulla de la zona de que los dos estaréis por allí vestidos de mendigo.

Felicity Berg también se levantó.

– Las heridas de bala de Jackson son todo lo que tenía que contaros de nuevo. Yo también me voy.

– Gracias, Felicity -dijo Daniel con sinceridad, y la obsequió con una breve sonrisa.

– De nada. No me traigas más cadáveres, Daniel.

Una de las comisuras de los labios de Daniel se elevó.

– Sí, señora.

Cuando se hubieron marchado, Chase se volvió hacia Ed.

– El pelo.

– El ADN corresponde exactamente al de Alex -afirmó Ed sin pestañear.

A Daniel le dio un vuelco el corazón. Ahora no solo tendría que explicarle lo del pelo que habían encontrado en los cadáveres, también tendría que decirle que le había arrancado el de ella sin permiso.

– Mierda -masculló Chase.

– Tendríamos que habérselo dicho antes -masculló Daniel a su vez-. Ahora estoy bien jodido.

– ¿Qué has hecho? -quiso saber Talia.

– Le arrancó unos cabellos a Alex para que yo pudiera examinarlos sin que ella lo supiera -explicó Ed, y Talia puso mala cara.

– Muy mal, Danny. Ya lo creo que estás jodido.

– Puedes probar a contarle la verdad -sugirió Mary McCrady desde el extremo de la mesa. Chase la miró con desaprobación y ella se encogió de hombros-. Solo era una idea -justificó.

– Joder -gruñó Daniel-. No tendría que haberte hecho caso, Chase.

– Tú siempre me haces caso. Ahora sabemos que quien mató a Claudia, Janet y Gemma puede conseguir pelo de una de las gemelas. ¿Cómo?

– De un cepillo, tal vez -sugirió Talia-. ¿Adónde fueron a parar las cosas de Alicia después de su muerte?

– Es una buena observación -admitió Daniel-. Se lo preguntaré a Alex. Talia, ¿qué has averiguado tú?

– He hablado con Car la So lomon y Rita Danner. Sus historias cuadran perfectamente con la de Gretchen French. Todo es idéntico, incluida la botella de whisky. Al volver he ayudado a Leigh a buscar en los anuarios y hemos identificado a las otras nueve víctimas. Entre todas asistieron a tres de las escuelas públicas que hay en Dutton y Atlanta. Ninguna fue a la escuela privada en la que estudiaron las mujeres asesinadas, o sea que no hay ningún vínculo por esa parte.

Daniel pensó en su hermana, Susannah, y se preguntó si habría más víctimas de la academia Bryson. «Tengo que hablar con Suze, esta misma noche.»

– ¿Viven todas las otras víctimas de violación? -preguntó Daniel, y Talia asintió.

– Cuatro se han mudado a otros estados pero el resto sigue viviendo en Georgia. Necesito que se me paguen los gastos de viaje para ir a ver a las cuatro que viven fuera del estado. ¿Cómo ha ido en la cárcel, Daniel?

Daniel les contó lo sucedido y Mary se acercó para unirse al grupo.

– ¿De modo que crees que Gary Fulmore podría ser inocente? -preguntó Mary.

– No lo sé, pero hay cosas que no cuadran. Y a Alex parece preocuparle más que Fulmore no sea culpable que la agresión misma que sufrió su hermana.

– Es la única forma que tiene de dar el asunto por concluido, Daniel -dijo Ed en tono comprensivo.

– Es posible que tengas razón. -Daniel miró a Mary-. Mientras Fulmore hablaba del anillo que Alicia llevaba puesto, Alex se miraba las manos. Parecía haber entrado en trance.

– ¿Te ha dicho Alex que su prima y yo nos planteamos hipnotizarla?

Daniel asintió.

– Sí. Me parece una buena idea, si no empeora las cosas, claro.

– Lo único que hará la hipnosis es relajarla lo suficiente para que sus mecanismos de defensa no actúen. Creo que debemos practicarla lo antes posible.

– ¿Qué tal esta noche? -preguntó Daniel.

– La idea es que su prima saque el tema en el curso de una conversación.

– Muy bien. Cuando terminemos, iremos a casa de Bailey. Pero antes vamos a listar a los posibles miembros de la pandilla de violadores -sugirió Daniel-. Sospechamos de Wade, de Rhett y de Simon. Los tres se graduaron el mismo año y estaban en undécimo curso la primavera en que asesinaron a Alicia.

– Pero a Gretchen la violaron casi un año antes -le recordó Talia.

Daniel suspiró.

– El año en que expulsaron a Simon de la academia Bryson y lo enviaron al instituto Jefferson. Todo cuadra. Él entonces también tenía dieciséis años.

Chase extrajo una pila de folios de una de las cajas que había sobre la mesa.

– Leigh ha fotocopiado las fotos de los anuarios en las que aparecen todos los chicos que fueron al mismo instituto en el que estudió Simon. Estos -dijo, extrayendo una pila mayor- son los chicos que estudiaron en otros centros de enseñanza media, incluida la selecta escuela privada a la que fuiste tú, Daniel. -Chase arqueó una ceja con gesto ligeramente burlón-. En una votación salió que teníais más probabilidades de llegar a ser presidente de Estados Unidos.

Daniel soltó una risita cansina.

– Hay tanto material que no sabremos por dónde empezar.

– Leigh está creando una base de datos para que podamos manejar mejor la información y también está investigando el paradero de todos los chicos. De hecho, ya sabemos que unos cuantos han muerto. Además, todos los chicos que aparecían en las fotos de Simon eran de raza blanca, así que hemos descartado a los que no lo son.

Daniel miró la pila de fotocopias, medio mareado al pensar en la cantidad de horas y esfuerzo que harían falta para investigarlos a todos. Pestañeó con fuerza y apartó momentáneamente de sus pensamientos el montón de hojas.

– Chase, ¿qué hay de las chicas ricas?

– He obtenido una lista de todas las chicas que se graduaron en la academia Bryson el mismo año que Claudia, Janet y Gemma, y también de las que lo hicieron el año anterior y el posterior. Leigh y yo hemos telefoneado a todas las que hemos podido localizar y las hemos advertido de que tengan cuidado. La mayoría ya había oído las noticias y estaba sobre aviso. Algunas tienen guardaespaldas y otras lo han contratado expresamente. Mañana intentaremos ponernos en contacto con el resto.

Mary se estiró y le apretó el brazo a Daniel.

– La doctora Fallon y Hope ya deben de haber terminado de cenar. ¿Estás listo para preguntarle a Alex si está dispuesta a probar con la hipnosis esta noche?

Él asintió con gravedad.

– Sí. Acabemos con esto cuanto antes.


Dutton, miércoles, 31 de enero, 21.00 horas.


– Hope está en el coche con el agente Shannon -anunció Meredith mientras subía a la furgoneta que contenía el equipo de videovigilancia. La prima de Alex se había empeñado en acompañarla a la sesión de hipnosis y Hope se había puesto muy nerviosa cuando el agente Shannon trató de llevársela a ella sola a la casa de incógnito, así que Meredith había decidido que la niña también fuera-. Por suerte se ha quedado dormida por el camino. No sé cómo habría reaccionado al ver de nuevo su casa. ¿Has hecho esto alguna vez?

Meredith ocupó una de las sillas plegables que había junto a Daniel. Ed se encargaba de las cámaras de vídeo y Mary McCrady se encontraba en el porche de entrada a la casa con Alex, que parecía demasiado tranquila. Meredith, en cambio, estaba hecha un manojo de nervios.

– Relájate, Meredith -le aconsejó Daniel-. Todo irá bien.

– Ya lo sé, solo que me gustaría entrar con ella. -Entrelazó las manos sobre su regazo-. Se supone que soy yo quien debería estar tranquila, Daniel. He pasado por esto otras veces.

El procedimiento requería que solo el terapeuta y el sujeto estuvieran presentes durante la hipnosis. Así era como tenía que hacerse. Pero Daniel comprendía cómo se sentía Meredith.

– A mí también me gustaría estar con ella. Pero los dos haremos lo que más conviene, que es quedarnos aquí.

Ed, con su peculiar expresión comprensiva, giró el monitor para que Meredith viera mejor las imágenes.

– ¿Lo ves?

Ella asintió.

– Me siento como una fisgona -dijo con tristeza.

– Tranquila, no es la primera vez que miras lo que no debes -masculló Daniel.

Meredith se quedó muda de asombro unos instantes, pero enseguida se echó a reír.

– Gracias, Daniel. Lo necesitaba.

Ed se aclaró la garganta.

– Parece que van a entrar.

Mary y Alex aparecieron en la pantalla mientras penetraban en la sala de estar. Durante más de un minuto Alex permaneció rígida y temblorosa, y Daniel tuvo que contenerse para seguir allí sentado. Se oyó la voz de Mary por el altavoz, suave y tranquilizadora, y al final Alex se sentó en el sillón de piel reclinable que Mary había preparado hacía una hora.

– Es posible que Alex tenga que sentarse y levantarse unas cuantas veces -musitó Meredith-; sobre todo si Mary quiere conseguir que caiga en un sueño lo bastante profundo para inducirla a moverse por la casa.

Alex permanecía en la sala de estar, sentada en el sillón con los pies en alto y los ojos cerrados. Sin embargo, aún se la veía rígida y a Daniel se le formó un nudo en la garganta. Estaba asustada. No obstante, seguía allí sentada mirando a Mary mientras esta, con voz melosa, le pedía que pensara en un lugar tranquilo y se trasladara mentalmente hasta allí.

– ¿Y si no lo consigo? -preguntó Alex, aterrada-. ¿Y si no consigo pensar en un lugar tranquilo?

– Entonces piensa en un lugar donde te sientas segura -dijo Mary-. Donde seas feliz.

Alex asintió y suspiró, y Daniel se preguntó adónde se habría transportado.

Mary siguió hablando con lentitud y suavidad, y fue sumiendo a Alex en un estado de relajación cada vez más profundo.

– Así, ¿utilizas a menudo la hipnosis para casos de homicidio? -preguntó Meredith.

Daniel comprendió que necesitaba hablar y pensó que a ambos les iría bien distraerse un poco.

– De vez en cuando, sobre todo para conseguir pistas. De todos modos, nunca me lanzo a resolver un caso guiándome solo por lo que en un momento dado alguien consigue evocar, a menos que pueda verificarlo. Los recuerdos son muy frágiles, y muy fáciles de manipular.

– Eso es de sabios -respondió Meredith. Los dos tenían los ojos fijos en la pantalla y veían que Mary había pasado a comprobar la profundidad del estado de Alex. Esta miraba su brazo mientras lo levantaba y lo mantenía en alto-. Alex conoce la hipnosis por su trabajo y cree en ella; eso le facilita las cosas a Mary.

– Daniel. -Ed señalaba el monitor-. Creo que Mary ya la ha hipnotizado.

Alex mantenía ambos brazos extendidos en el aire y paseaba la mirada de uno a otro con aire indiferente. Mary le pidió que los bajara y ella le obedeció.

– Ahora iremos a la escalera -dijo Mary, y tomó a Alex de la mano con fuerza-. Quiero que pienses en el día en que murió Alicia.

– El día siguiente -repuso Alex con serenidad-. Es el día siguiente.

– Muy bien -accedió Mary-. Es el día siguiente. Dime qué ves, Alex.

Alex llegó al cuarto escalón y se detuvo en seco con la mano aferrada tan fuerte a la barandilla que Daniel vio sus nudillos blanquear en la pantalla.

– Ayer también llegó hasta ahí -musitó-. Creí que iba a darle un infarto de cómo se le disparó el pulso.

– Alex -le ordenó Mary en tono autoritario pero tranquilo-. Sigue subiendo.

– No. -Su voz había adquirido un tono de pánico-. No puedo. No puedo.

– De acuerdo. Dime qué ves.

– Nada. Está oscuro.

– ¿Dónde estás?

– Aquí, justo aquí.

– ¿Subes o bajas?

– Bajo. Dios mío. -Alex empezó a respirar de forma rápida y entrecortada y Mary la ayudó con suavidad a bajar y a sentarse en una silla. Luego la hizo salir del trance y volvió a hipnotizarla.

Cuando hubo recuperado el estado hipnótico, Mary empezó de nuevo.

– ¿Dónde estás?

– Aquí. La escalera cruje.

– Muy bien. ¿Sigue estando oscuro?

– Sí. No he encendido la luz del pasillo.

– ¿Por qué?

– No quiero que me vean.

– ¿Quiénes, Alex?

– Mi madre, y Craig. Están abajo. Los oigo abajo.

– ¿Qué hacen?

– Se pelean. Chillan. -Cerró los ojos-. Gritan.

– ¿Qué gritan?

– Te odio. Te odio -dijo Alex en un tono que de tan uniforme y sereno resultaba inquietante.

– Ojalá te mueras -musitó Daniel a la vez que Alex pronunciaba esas mismas palabras con voz igual de monótona-. Creía que su madre le había dicho eso a ella.

– Pero se lo estaba diciendo a Craig -advirtió Meredith en tono quedo.

– ¿Quién dice eso? -preguntó Mary.

– Mi madre. Mi madre. -Las lágrimas rodaban por sus mejillas pero su semblante conservaba la expresión calmada. Como un monigote. Un escalofrío de temor recorrió la espalda de Daniel.

– ¿Qué dice Craig? -preguntó Mary.

– Ella se lo ha buscado, con los pantalones tan cortos y esos tops que dejan toda la espalda al aire. Wade le ha dado su merecido.

– ¿Y tu madre? ¿Qué dice ahora?

Alex se puso en pie de repente y Mary hizo lo propio.

– El cabrón de tu hijo ha matado a mi pequeña. Y tú se lo has permitido, no has hecho nada por evitarlo. -Su respiración se aceleró y su voz se tornó más seca.

– Wade no la ha matado. -Bajó un escalón y Mary extendió los brazos para sujetarla si daba un paso en falso.

– Te la has llevado tú. Te la has llevado y la has dejado tirada en esa zanja. ¿Creías que no vería la manta? ¿Que no me daría cuenta?

Alex se detuvo y Daniel se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Se obligó a expulsar el aire y a inspirar de nuevo. Junto a él, Meredith estaba temblando.

– ¿Qué dicen? -la presionó Mary.

Alex negó con la cabeza.

– Nada. Ella ha roto el cristal.

– ¿Qué cristal?

– No lo sé. No lo veo.

– Pues colócate donde puedas verlo.

Alex bajó los escalones restantes y se dirigió a la puerta de la sala de estar.

– ¿Ahora lo ves? Alex asintió.

– El suelo está lleno de cristales. Yo los estoy pisando, me he cortado las plantas de los pies.

– ¿Gritas?

– No, no quiero que me oigan.

– ¿Qué cristal ha roto tu madre, Alex?

– El de la vitrina donde Craig guarda el arma. Ha sacado su pistola, lo apunta y grita.

– Santo Dios -musitó Daniel, y Meredith le aferró la mano muy, muy fuerte.

– ¿Qué grita, Alex?

– La has matado y la has envuelto con la manta de Tom, y luego la has tirado a la zanja como si fuera una bolsa de basura.

– ¿Quién es Tom? -susurró Daniel.

– El padre de Alex -musitó Meredith, horrorizada-. Murió cuando ella tenía cinco años.

Alex se había quedado quieta y callada, con la mano en el pomo de la puerta.

– Ella tiene la pistola, pero él quiere que se la devuelva.

– ¿Qué hace él? -preguntó Mary con voz muy tranquila.

– La agarra por las muñecas pero ella quiere soltarse. -Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Alex-. Te mataré. Te mataré igual que tú has matado a mi pequeña. -Sacudía la cabeza de un lado a otro-. Yo no la he matado, y Wade tampoco. No puedes decir eso, no te lo permitiré. -Dio un hondo suspiro.

– ¿Alex? -la llamó Mary-. ¿Qué ocurre?

– Ella te ha visto; te ha visto y me lo ha dicho.

– ¿Quién lo ha visto, Alex?

– Yo. Dice: «Alex te ha visto con la manta». -Crispó el rostro-. No, no, no.

– ¿Qué pasa? -preguntó Mary, pero Daniel ya lo sabía.

– Le ha dado la vuelta a la pistola y le ha apuntado en la barbilla. Le ha disparado. Mamá. -Alex apoyó la sien en la puerta, se abrazó a sí misma y empezó a mecerse-. Mamá.

Un sollozo hizo estremecerse a Meredith y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Daniel le apretó la mano con más fuerza; el nudo que se había formado en su garganta le impedía respirar.

Alex dejó de mecerse y volvió a quedarse quieta como una estatua.

– ¿Alex? -Mary recuperó su tono autoritario pero tranquilo-. ¿Qué ves?

– Él me ha visto. -El pánico le quebró la voz-. Corro. Corro.

– ¿Y luego?

Alex se volvió a mirar a Mary. Tenía el rostro pálido y angustiado.

– Nada.

– Dios mío. -Junto a Daniel, Meredith sollozaba en silencio mientras se presionaba los labios con el puño apretado-. Todo este tiempo… Ha vivido con eso todo este tiempo y no la hemos ayudado.

Daniel la atrajo hacia sí.

– No lo sabíais. ¿Cómo podíais saberlo? -Pero su voz era áfona, y cuando se llevó las manos a la cara notó que tenía las mejillas húmedas.

Meredith enterró el rostro en su hombro y se echó a llorar. Ed, situado junto al panel de control, tragó saliva con fuerza y siguió grabando. Mary, con apariencia serena y compuesta, guió a Alex hasta el sillón e inició el proceso para despertarla, pero cuando miro a la cámara su expresión era sombría y horrorizada.

Daniel, que aún rodeaba los convulsivos hombros de Meredith, sacó el móvil y marcó el número de Koenig.

– Soy Vartanian -dijo con voz fría, conteniendo a duras penas su furia-. ¿Has encontrado ya a Crighton?

– No -dijo Koenig en voz baja-. Justo ahora Hatton está hablando con unos pordioseros. Uno de ellos dice que lo ha visto hace dos horas. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

Daniel tragó saliva.

– Cuando lo encuentres, arréstalo.

– Claro -dijo Koenig despacio-, por agredir a la monja. -Hizo una pausa-. ¿Por qué más, Danny?

Daniel casi se había olvidado de la hermana Anne.

– Por el asesinato de Kathy Tremaine.

– Joder. Estás bromeando, ¿no? Mierda. -Koenig suspiró-. Lo haré. Te llamaré cuando Hatton sepa exactamente dónde para.

– Pide refuerzos antes de entrar a por él.

– Puedes tenerlo por seguro. Daniel, dile a Alex que siento lo de su madre.

– Lo haré. -Se guardó el móvil en el bolsillo y sacudió ligeramente a Meredith para que se moviera-. Vamos, Mary casi ha terminado. Tenemos que estar allí cuando Alex salga de la casa.


Загрузка...