– Tú decides, Jack1 -dijo Fawcett.
Estaban hablando los dos tras el regreso de Fawcett de su expedición de 1921. Durante su ausencia, Nina había trasladado a su familia de Jamaica a Los Ángeles, adonde también se habían desplazado los Rimell. Una vez allí Jack y Raleigh sucumbieron al embrujo de Hollywood: se engominaron el pelo, se dejaron bigote a lo Clark Gable y visitaron los estudios cinematográficos con la esperanza de conseguir un papel. (Jack había conocido a Mary Pickford y le había prestado su bate de criquet para la producción de El pequeño lord.)
Fawcett tenía una propuesta para su hijo. El coronel T. E. Lawrence -el célebre espía y explorador del desierto más conocido como Lawrence de Arabia- se había ofrecido voluntario para acompañar a Fawcett en su siguiente viaje en busca de Z, pero este recelaba de admitir en su expedición a un compañero con un ego tan grande y que carecía de experiencia en un entorno como el del Amazonas. Según escribió a un amigo: «[Lawrence] podría ser un buen compañero en una exploración en Sudamérica, pero, para empezar, probablemente exija un salario que no puedo sufragar y, en segundo lugar, haber hecho un trabajo excelente en Oriente Próximo no asegura poseer la capacidad o la disposición para cargar con una mochila de casi treinta kilos, vivir un año en la selva, sufrir el envite de legiones de insectos y aceptar las condiciones que yo impondría».2 Fawcett propuso a Jack participar en la expedición en lugar de Lawrence. Sería una de las más difíciles y peligrosas en la historia de la exploración, la prueba última, en palabras de Fawcett, «de fe, coraje y determinación».3
Jack no dudó.
– Quiero ir contigo,4 -le dijo.
Nina, que estaba presente en estas conversaciones, no puso objeción. Por una parte, confiaba en que los poderes aparentemente sobrehumanos de Fawcett protegerían a su hijo y, por otra, creía que Jack, heredero natural de su padre, poseería capacidades similares. No obstante, parece ser que sus motivaciones eran más profundas: dudar de su esposo tras tantos años de sacrificio equivalía a dudar del sentido de su propia vida. De hecho, necesitaba Z tanto como él. Y aunque Jack no tuviera experiencia como explorador y ello suponía un peligro extraordinario, nunca consideró, como tiempo después comentó a un periodista, la posibilidad de «retener» con ella a su hijo.
Obviamente, Raleigh también tendría que ir. Jack dijo que no podía llevar a cabo la experiencia más importante de su vida sin él.
La madre de Raleigh, Elsie, se mostró reticente a permitir que su hijo pequeño -su «chico», como le llamaba -participara en una empresa tan peligrosa. Pero Raleigh insistió. Sus aspiraciones en el cine habían fracasado, y se estaba dejando la piel en la industria maderera. Tal como dijo a su hermano mayor, Roger, se sentía «insatisfecho e inestable».5 Aquella era una oportunidad no solo de ganar un «montón de pasta», sino también de hacer algo bueno con su vida.
Fawcett informó a la RGS y a los demás que contaba con dos acompañantes idóneos («ambos fuertes como caballos y entusiastas»),6 e intentó una vez más conseguir financiación. «Solo puedo decir que se me ha otorgado la medalla del Fundador […] y que, por tanto, merezco confianza»,7 sostuvo. Aun así, el fracaso de su expedición anterior -aunque fuera la primera y única de una brillante trayectoria- había proporcionado más munición a sus detractores. Además, sin patrocinadores, y tras haber agotado en su último viaje los pocos ahorros que tenía, ya no pudo seguir costeándose la vida en California y se vio obligado a desarraigar una vez más a su familia para regresar a Stoke Canon, Inglaterra, donde alquiló una casa vieja y destartalada, sin agua corriente ni electricidad. «Hay que bombear el agua y serrar en pedazos troncos inmensos, lo que supone mucho más trabajo»,8 escribió Nina a Large. El esfuerzo era extenuante. «Al final me derrumbé hace cinco semanas y enfermé seriamente», dijo Nina. Una parte de ella deseaba huir de todos aquellos sacrificios y responsabilidades, pero, como ella misma comentó, «la familia me necesitaba».
«La situación es difícil -admitió Fawcett a Large-. Uno aprende poco de la vida cómoda, pero no me gusta arrastrar a otros a las dificultades que me han perseguido con tanta persistencia […]. No es que desee lujos. Me importan poco esas cosas, pero detesto la inactividad.»9
No podía permitirse enviar a Jack a la universidad, y Brian y Joan dejaron la escuela para ayudar en las tareas domésticas y trabajar ocasionalmente para ganar dinero. Se desprendieron de fotografías y cuadros mientras Fawcett vendía las pertenencias y las reliquias de la familia. «Hace unos días mi hombre llegó a sugerir que sería conveniente vender esas sillas españolas antiguas si […] alcanzaban un buen precio»,10 escribió Nina a Large. En 1923, Fawcett disponía de tan poco dinero que ya no podía pagar la cuota de socio de la RGB de tres libras anuales. «Le agradecería que me concediera el beneficio de su consejo sobre si podría renunciar […] sin provocar algún tipo de escándalo tratándose de un miembro galardonado con la medalla del Fundador -escribió Fawcett a Keltie-. El hecho es que la inercia forzada y […] el traslado de la familia a California me han dejado sin blanca. Había confiado en sobrellevar la situación, pero tales esperanzas parecen marchitarse, y no creo que pueda aguantar. -Y añadía-: Es como haber caído de un sueño.»11
Aunque consiguió dinero suficiente para pagar otro año de alquiler, Nina estaba preocupada por su marido. «P. H. F. se encuentra en el abismo de la desesperación»,12 confesó a Large.
«La impaciencia de mi padre por partir en su último viaje cada vez le consumía más -recordó Brian tiempo después-. De carácter habitualmente reservado, se convirtió en un ser hosco.»13
Fawcett empezó a arremeter contra la élite científica; consideraba que le había dado la espalda. Dijo a un amigo: «Las ciencias arqueológica y etnológica se fundamentan en las arenas de la especulación, y sabemos lo que puede ocurrirles a las casas así construidas».14 Denunciaba a sus enemigos de la RGS y, por todas partes, sospechaba de «traición». Se quejaba del «dinero desperdiciado en esas inútiles expediciones a la Antártida»,15 de los «hombres de ciencia», que habían «desdeñado en su día la existencia de las Américas, y, después, las ideas sobre Herculano, Pompeya y Troya».16 Afirmaba que «todo el escepticismo propio de la cristiandad no me hará cambiar ni un ápice de opinión»17 en la creencia en Z, y que lo «conseguiré de un modo u otro aunque tenga que esperar otra década».18
Empezó a rodearse de espiritualistas que no solo confirmaban su visión de Z sino que la embellecían aún más. Un vidente le dijo: «El valle y la ciudad están repletos de joyas, joyas espirituales, pero también de una inmensa abundancia de joyas auténticas».19 Fawcett publicó artículos en revistas, como la Occult Review, en los que hablaba de su empresa espiritual y de «los tesoros del Mundo invisible».20
Otro explorador sudamericano y miembro de la RGS dijo que mucha gente creía que Fawcett se había vuelto «algo desequilibrado».21 Algunos lo llamaban «maníaco científico».22
En la revista espiritualista Light, Fawcett publicó un artículo titulado «Obsesión». Sin mencionar su propia idée fixe, describía cómo las «tormentas mentales»" podían consumir a una persona en una «espantosa tortura». «Sin duda, la obsesión es el diagnóstico de muchos casos de locura», concluía.
Rumiando día y noche, Fawcett se planteaba diferentes posibilidades -explotar nitrato en Brasil, prospectar petróleo en California- con el fin de conseguir dinero para la expedición. «El Mining Syndicate [«Sindicato Minero»] ha fracasado» porque era un «nido de desvergonzados»,24 escribió Fawcett a Large en octubre de 1923.
Jack dijo a otro amigo de la familia: «Era como si algún geniecillo malvado estuviera tratando de poner todos los obstáculos posibles en nuestro camino».25
Pese a ello, Jack seguía un entrenamiento físico en caso de que el dinero acabara llegando. Sin la alegre influencia de Raleigh, adoptó el ascetismo de su padre y renunció a ingerir carne y alcohol. «Hace poco tiempo tuve la idea de que debía someterme a una prueba extremadamente difícil que exigiera un tremendo esfuerzo -escribió a Esther Windust, una amiga de la familia que era teósofa-. Con grandes esfuerzos lo he conseguido y ya he notado los beneficios. -Y añadía-: Disfruto inmensamente de la vida y de las doctrinas de Buda [que] llegaron hasta mí, produciéndome una gran sorpresa por su absoluta afinidad con mis propias ideas. Uno percibe su rechazo a los credos y al dogma.»26 Una persona, durante una visita a la familia, quedó impresionada con la presencia de Jack: «Su capacidad de amar y su leve moderación ascética en cierto modo hacen pensar en los caballeros del Grial».27
Fawcett, mientras tanto, intentaba conservar la fe en que tarde o temprano «los dioses me aceptarán a su servicio».28 En cierto momento, su amigo Rider Haggard le dijo que tenía algo importante que darle: era un ídolo de piedra, de unos veinticinco centímetros de alto, con ojos almendrados y jeroglíficos tallados en el pecho. Haggard, que lo conservaba sobre su escritorio mientras escribía en 1919 el libro Cuando el mundo se estremeció, le dijo que se lo había dado en Brasil alguien que creía que procedía de los indígenas del interior.
Fawcett se llevó el ídolo y pidió a varios expertos museísticos que lo examinaran. La mayoría dictaminó que era falso, pero Fawcett, en su desesperación, se lo mostró incluso a un adivino, y concluyó que podía ser una reliquia de Z.
En la primavera de 1924, Fawcett supo que el doctor Rice, tras recurrir a su inagotable cuenta bancaria, estaba organizando una de las expediciones más extraordinarias jamás llevadas a cabo. Había reunido a un equipo que reflejaba la nueva necesidad de contar con especialistas en todos los ámbitos: expertos en botánica, zoología, topografía, astronomía, geografía y medicina, así como uno de los antropólogos más prestigiosos del mundo, el doctor Theodor Koch-Grünberg, y Silvino Santos, considerado el primer cinematógrafo del Amazonas. Más asombroso aún era el arsenal que constituía el equipamiento de la expedición: el Eleanor II, junto con otra elegante embarcación, y un nuevo sistema de radio, en esta ocasión no solo capaz de recibir señales sino también de transmitirlas. Sin embargo, no fue esta nueva tecnología la que provocó el gran revuelo que se había formado en torno a la expedición. Según informó el The New York Times, Rice llevaría consigo un hidroavión de ciento sesenta caballos, seis cilindros, hélices de roble y capacidad para tres personas, al que se había acoplado un sistema de cámaras aéreas.
Fawcett creía que no podría sacarse el máximo provecho al equipamiento del doctor Rice en un entorno como el Amazonas: las radios que llevaban consigo eran tan voluminosas que solo podrían utilizarse en las travesías en barco, y la observación y la fotografía aéreas no necesariamente permitirían ver más allá del dosel que formaba la vegetación. Existía también el riesgo de aterrizar en zonas hostiles. El Times informaba que el hidroavión iba cargado con «un suministro de bombas» que se utilizarían para «atemorizar a los indios caníbales»,29 una táctica que horrorizó a Fawcett.
Sin embargo, Fawcett sabía que un aeroplano podía llevar incluso al explorador más inepto a los lugares más recónditos.
El doctor Rice afirmó que iba a «revolucionar las técnicas de la exploración y de la cartografía geográfica».30 La expedición -o, al menos, la grabación que Santos pretendía hacer- se denominó No rastro do Eldorado, o Tras la pista de El Dorado. Aunque Fawcett consideraba que su rival seguía buscando demasiado al norte de donde él creía que se hallaba Z, se quedó estupefacto.
Aquel mes de septiembre, mientras Rice y su equipo se dirigían hacia el Amazonas, Fawcett conoció a un intrépido corresponsal de guerra británico y antiguo miembro de la RGS llamado George Lynch. Este tenía buenos contactos tanto en Estados Unidos como en Europa, y frecuentaba el Savage Club de Londres, donde escritores y artistas se reunían, tomaban copas y fumaban cigarros. Lynch, de cincuenta y seis años, le pareció a Fawcett un «hombre altamente respetable, de carácter intachable y de excelente renombre».31 Y, lo más importante, también le fascinaba la idea de encontrar Z.
A cambio de un porcentaje de los beneficios que pudieran devengarse de la expedición, Lynch, mucho más avezado que Fawcett en el plano comercial, se ofreció a ayudarle a conseguir dinero. Fawcett había centrado sus esfuerzos por encontrar financiación en la RGS, menoscabada económicamente. Ahora, con la ayuda de Lynch, buscaría apoyo en Estados Unidos, ese nuevo y bullicioso imperio en constante expansión hacia nuevas fronteras y rebosante de capital. El 28 de octubre, Jack escribió a Windust para decirle que Lynch había ido a Estados Unidos «para ponerse en contacto con millonarios».32 Consciente del poder de la leyenda de Fawcett y del valor comercial de su historia -«la mejor historia de exploración que creo se ha escrito en nuestros tiempos»,33 como la definió Fawcett-, en un principio Lynch recurrió a sus contactos en los medios de comunicación. En cuestión de días, se había asegurado miles de dólares vendiendo los derechos del relato de la expedición de Fawcett a la North American News-paper Alliance, o NANA, un consorcio de publicaciones con presencia en casi todas las principales ciudades de Estados Unidos y Canadá. El consorcio, que incluía el New York World, Los Angeles Times, el Houston Chronicle, el Times-Picayune y el Toronto Star, era conocido por conceder acreditaciones de prensa a reporteros no profesionales que pudieran proporcionar información que fascinara al público desde los lugares más exóticos y peligrosos. (Tiempo después, alistó a Ernest Hemingway como corresponsal en el extranjero durante la guerra civil española y financió expediciones como la travesía del Pacífico en balsa de Thor Heyerdahl, en 1947.) Habitualmente, los exploradores redactaban sus aventuras después de haberlas vivido; sin embargo, Fawcett enviaría a mensajeros indígenas con comunicados durante el viaje; incluso, de ser posible, desde «la misma ciudad prohibida», según había informado un periódico.
Lynch también vendió los derechos de la expedición de Fawcett a periódicos de todo el mundo, de modo que decenas de millones de personas de prácticamente todos los continentes leerían el devenir de su viaje casi en tiempo real. Aunque Fawcett temía trivializar sus empeños científicos con tanta «jerga periodística», agradecía cualquier ayuda financiera. Además, aquel despliegue de medios le garantizaba la gloria absoluta. Lo que más le alegró, no obstante, fue un cable de Lynch en el que le informaba que su propuesta estaba generando el mismo entusiasmo entre prestigiosas instituciones científicas estadounidenses. Estas fundaciones no solo tenían más dinero que sus homologas europeas, sino que además se mostraban de acuerdo con la teoría de Fawcett. El director de la American Geographical Society, el doctor Isaiah Bowman, había sido miembro de la expedición en la que Hiram Bingham descubrió el Machu Picchu, un enclave que los científicos del momento nunca esperaron encontrar. El doctor Bowman dijo a un periodista: «Conocemos al coronel Fawcett desde hace muchos años como un hombre de carácter firme y de absoluta integridad. Le profesamos una confianza absoluta, tanto en su capacidad y en su competencia como en su fiabilidad como científico».34 La American Geographical Society ofreció a la expedición una subvención de mil dólares; el Museum of the American Indian añadió otros mil dólares.
El 4 de noviembre de 1924, Fawcett escribió a Keltie, diciéndole: «Por el cable y las cartas de Lynch, deduzco que todo el asunto […] está estimulando la fantasía de los estadounidenses. Supongo que se trata de la vena romántica que ha erigido y sin duda erigirá imperios».35 Tras advertir a la institución británica que estaba a punto de saberse que «un Colón moderno ha sido rechazado en Inglaterra»,36 le ofreció una última oportunidad para respaldar la misión. «La RGS me formó como explorador, y no quiero que se quede fuera»37 de una expedición que sin duda iba a hacer historia, dijo. Finalmente, con Keltie y otros partidarios presionando a su favor, y con científicos de todo el mundo considerando seriamente la posibilidad de la existencia de Z, la Royal Society votó por apoyar a la expedición y ayudar a completar el equipamiento.
El total ascendió a apenas cinco mil dólares, menos que el coste de una de las radios del doctor Rice. No era suficiente para que Fawcett, Jack o Raleigh pudiesen cobrar un salario, y gran parte de la financiación ofrecida por los periódicos se recibiría una vez concluido el viaje. «Si no regresan, no habrá nada»38 de lo que pueda vivir la familia, le dijo Nina más tarde a Large.
«No es una suma que inspiraría a la mayoría de los exploradores»,39 comentó Fawcett a Keltie. Pero añadía en otra carta: «En cierto sentido, me alegro de que ninguno de los tres vaya a ganar un céntimo a menos que el viaje tenga éxito, ya que nadie podrá decir que íbamos tras el dinero al emprender esta peligrosa empresa. Es una investigación científica honrada fomentada por su interés y su valor excepcionales».40
Fawcett y Jack visitaron la RGS, donde los resentimientos y las frustraciones parecían haber desaparecido de pronto. Todos les desearon suerte. Reeves, el conservador cartográfico de la Royal Society, recordó tiempo después el «joven admirable» que era Jack: «Corpulento, alto y fuerte, como su padre».41 Fawcett expresó su gratitud a Reeves y a Keltie, que nunca habían vacilado en apoyarle. «Me alegrará inmensamente narraros la historia completa dentro de tres años»,42 les dijo.
De vuelta en Stoke Canon, Fawcett, Jack y el resto de la familia se sumieron en un frenesí de embalajes y planes. Se decidió que Nina y Joan, que contaba entonces catorce años, se trasladarían a la isla portuguesa de Madeira, donde la vida era más asequible. Brian, que estaba disgustado porque su padre no le había escogido a él para la expedición, había desviado su atención hacia la ingeniería ferroviaria. Con la ayuda de Fawcett, encontró un empleo en una compañía de Perú y fue el primero en partir hacia Sudamérica. La familia acompañó a Brian, quien entonces tenía solo diecisiete años, a la estación de tren.
Fawcett dijo a Brian que sería responsable del cuidado de Nina y de su hermana mientras ellos estuviesen de expedición, y que cualquier ayuda económica que su hijo pudiera enviarles contribuiría a que sobrevivieran. La familia hizo planes para el regreso de Fawcett y de Jack como héroes. «Al cabo de dos años estarían de vuelta y, en cuanto yo tuviera mi primer permiso, todos volveríamos a encontrarnos en Inglaterra -recordó Brian tiempo después-. Luego la familia se instalaría en Brasil, donde sin duda estaría el trabajo de los años venideros.»43 Brian se despidió de ellos y subió al tren. Mientras este se ponía en marcha y empezaba a alejarse, los miró desde la ventanilla y lentamente vio desaparecer a su padre y a su hermano en la distancia.
El 3 de diciembre de 1924, Fawcett y Jack se despidieron de Joan y de Nina y subieron a bordo del Aquitania rumbo a Nueva York, donde iban a encontrarse con Raleigh. El camino hacia Z parecía al fin asegurado. Sin embargo, cuando desembarcaron en Nueva York, una semana después, Fawcett supo que Lynch, su socio de «carácter intachable», se había confinado, borracho y rodeado de prostitutas, en el hotel Waldorf-Astoria. «Había sucumbido a la trampa de la omnipresente botella en aquella Ciudad de la Ley Seca»,44 escribió Fawcett a la RGS. Dijo que Lynch «debe de haber sufrido una aberración alcohólica. Podría ser algo más grave, pues sufre algún trastorno sexual».45 La aberración había costado más de mil dólares de los fondos para la expedición, y Fawcett temía que la misión fracasara antes incluso de empezar. No obstante, la inminente gesta ya se había convertido en un acontecimiento internacional; incluso John D. Rockefeller Jr., descendiente del multimillonario fundador de la Standard Oil y aliado del doctor Bowman, extendió un talón por la suma de cuatro mil quinientos dólares para que «el plan pueda ponerse en marcha de inmediato».46
Con el camino a Z despejado, Fawcett ni siquiera pudo dar rienda suelta a su conocida ira contra Lynch, que había regresado a Londres totalmente desacreditado. «Él propició esta exploración, algo que le honra, y a veces los dioses eligen a curiosos agentes para sus propósitos»,47 escribió Fawcett a la RGS. Además, dijo: «Creo enormemente en la Ley de la Compensación».48 Estaba seguro de que había sacrificado todo cuanto tenía para llegar a Z. Ahora confiaba en recibir lo que él denominaba «el honor de la inmortalidad».49