Capítulo 17

Plaza Alfalfa, Sevilla. Lunes, 18 de septiembre de 2006, 18.00


La Galería Zoca era propiedad de un caballero venerable para el que se había inventado la palabra «señorial». Tenía modales impecables, magníficas dotes conversacionales, sastrería perfecta, peinado de precisión y gafas de media luna con montura de oro que pendían del cuello con un cordón. No cabía duda, por su aspecto, de que este hombre provenía de un antiguo linaje extraordinario, pero él sería la última persona del mundo que lo diría.

Aunque Falcón conocía desde hacía muchos años a José Manuel Domecq, no lo había visto desde el siglo pasado. Se sentaron en un despacho de la trastienda de la galería, donde Domecq lo invitó a pasar tras un recibimiento auténticamente cordial. Trajeron dos cafés. Domecq vertió el sobre de azúcar en su taza y removió durante largo rato, con la paciencia que sólo puede tener un anciano.

– Sé que no tienes nada más que vender de tu padre, Javier -dijo-. Me han dicho que lo quemaste todo.

– Cumpliendo sus órdenes.

– Sí, sí, sí -dijo con tristeza-. Una farsa y una tragedia. ¿Y qué te trae por aquí?

– Sólo quería saber si has visto alguna vez a esta mujer -dijo Falcón, entregando a Domecq una fotografía que había impreso del ordenador después de su reunión con Lobo y Elvira.

Domecq se colocó bien las gafas en la nariz y se inclinó hacia delante para examinar la foto.

– Es un encanto, Marisa, ¿verdad? -dijo.

– ¿La conocías bien?

– Vino por aquí a pedirme que la representara en una ocasión, pero, ya sabes, las tallas de madera, lo étnico, no es lo mío -dijo-. Pero era muy atractiva, así que le pedí que viniera a algunas inauguraciones, y a veces venía y confería un ambiente exótico al encuentro. Un mango entre las naranjas, o mejor dicho, un leopardo entre los… eh… reptiles, quizá sea una descripción más precisa de algunos de mis coleccionistas. Les gustaba, les resultaba bastante interesante.

– ¿En qué sentido? -preguntó Falcón, pensando que algunas de las palabras y frases le sonaban muy familiares.

– La labor artística -dijo Domecq-. Aunque a mí no me gustaba lo que hacía, sabía hablar de arte.

– ¿Cuándo la viste por última vez?

– Hace ya bastante tiempo que no venía a las inauguraciones -dijo Domecq-. Pero no vivía lejos de aquí, así que se dejaba caer de vez en cuando a saludar. Probablemente la vi hace tres o cuatro meses.

– Muy bien, José Manuel. Muchas gracias -dijo Falcón, recogiendo la fotografía.

Unos minutos después, Falcón volvía caminando hacia la plaza arbolada de tres carriles. Entró en el coche y se sentó al volante con la fotografía en sus manos. La plaza Alfalfa estaba tranquila, el calor era demasiado opresivo para sentarse en la terraza del bar Manolo. La mujer encantadora de la foto lo miraba con ojos grandes y oscuros. Domecq tenía razón, era un encanto; pero era una foto de la actriz americana Halle Berry la que le había mostrado al propietario de la galería, no de Marisa Moreno.

Era evidente que Alejandro Spinola se había dado prisa en actuar. Primero, pidiendo a su padre que transmitiera la queja al comisario Lobo, nada menos. Cambiando ligeramente la versión de los hechos, de manera que Falcón «interrumpió una conferencia de prensa» sólo para hablar de la antigua novia de Calderón. Eso podía interpretarse como «conducta inestable». Y ahora, ahí estaba, borrando sus huellas en la Galería Zoca. Domecq debía de necesitar la red social y profesional de Spinola para mentir por él de ese modo.

Vibró el móvil. Cristina Ferrera.

– Diga -contestó.

– Mi contacto de la CGI acaba de informarme -dijo ella-. Pensé que te interesaría saber que Charles Taggart tiene una reserva para volar a Madrid desde Newark esta noche. Antonio Ramos vuela desde Barcelona también esta noche. Y esto es lo interesante: el I4IT ha fletado un avión privado para volar mañana a Sevilla. El piloto ha registrado su plan de vuelo y en él consta que la hora de despegue es las cinco de la tarde.

– ¿Se quedan a pasar la noche o vuelven el mismo día?

– El plan de vuelo del piloto indica como hora de despegue las once de la mañana del miércoles 20 de septiembre con destino a Málaga, lo que significa que mi amigo, que es una persona muy meticulosa, comprobó todos los hoteles de lujo de Sevilla y alrededores y encontró una reserva de cuatro suites a nombre de la empresa Horizonte en un hotel exclusivo que está en una casa solariega llamada La Berenjena, por la carretera de Huelva.

– ¿Cuatro suites?

– Debe de haber alguien más invitado a la fiesta.

– Qué contacto, el que tienes en la CGI -dijo Falcón-. Con todo lo que hace por ti, deberías casarte con él.

– Bueno, en realidad es una amiga -dijo Ferrera-. ¿No creerás que se puede obtener una información tan detallada a través de un hombre, verdad, inspector jefe?


* * *

Asistía demasiada gente a la reunión en las oficinas del juez, así que tuvieron que esperar media hora a que se despejase la sala de conferencias del edificio de los juzgados. En el extremo de la mesa estaba sentado el juez de instrucción, Aníbal Parrado. A su izquierda estaban el subinspector Emilio Pérez, Vicente Cortés y Martín Díaz. Enfrente de ellos estaban Falcón y Ramírez. Falcón presentó a Cortés y Diez, a quienes el juez no conocía. Luego hizo una introducción sobre los tres crímenes de los que iban a hablar y se sentó. Aníbal Parrado pidió una actualización de las últimas novedades del caso Marisa Moreno. Ramírez señaló que la joven testigo había visto a tres hombres por la calle Bustos Tavera. La descripción del tercer hombre como un culturista suscitó una interrupción de Cortés.

– Querrás decir levantador de pesas -precisó.

– ¿Conoces a alguien con esa constitución? -preguntó Falcón-. Porque tengo un testigo de Las Tres Mil, Carlos Puerta, que nos aportó una descripción similar del posible autor de los disparos en el piso del Pulmón.

– Nikita Sokolov -dijo Cortés-. Estuvo a punto de ganar una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, en la categoría de peso medio, es decir, alrededor de los setenta kilos, aunque ahora debe de pesar más, pero con seguridad no es más alto, y sigue entrenando. Hace unos cuantos meses que no lo vemos por la Costa del Sol… desde mayo o junio.

– ¿Qué hacía allí?

– Era sicario. Cuando el líder anterior de la banda rusa huyó a Dubái después de la Operación Avispa, él siguió trabajando para Leonid Revnik -explicó Cortés-. Su trabajo consistía en inducir a la gente a pagar o actuar y, si se negaban a hacer cualquiera de las dos cosas, los mataba. Te proporcionaré más información sobre él.

– Nos sería útil tener una foto -dijo el juez Parrado-. ¿Sólo hay un testigo en la investigación de Marisa Moreno, inspector Ramírez?

– No hay muchos residentes en la zona. El patio estaba apartado de la calle. La motosierra era eléctrica y, por tanto, silenciosa. Fue una chiripa que encontrásemos a esa testigo.

– ¿Información forense?

– Encontramos dos trajes de papel en unos cubos de basura de la esquina, junto a la calle Gerona. Estaban dentro de una bolsa de basura, que es lo que, según nuestra testigo, llevaba en las manos uno de los tres hombres que vio en la calle Bustos Tavera. La sangre de los trajes coincide con la de Marisa Moreno y las muestras de ADN proceden de los pelos encontrados en el interior de uno y de la secreción de semen encontrada en el otro. Los datos se han enviado a la jefatura del CICO en Madrid, para ver si encuentran alguna coincidencia en su base de datos.

– Eso podría llevar cierto tiempo -dijo Díaz-. Las coincidencias informáticas tienen que ser confirmadas por la inspección humana. Sería una suerte tener algún resultado antes de mañana, en el supuesto de que haya coincidencias en nuestra base de datos. Si no las hay, tenemos que pasar las muestras a la Interpol, y eso puede llevar semanas.

– Así que tenemos una testigo que vio a tres hombres, pero sólo hay ADN de dos -dijo Parrado.

– Nikita Sokolov nunca haría trabajos sucios como ése -dijo Cortés-. Es buen tirador, pero no participaría activamente en el descuartizamiento de una mujer. No se rebajaría a eso.

– ¿Rebajarse? -preguntó Parrado.

– Estos tíos cultivan la compañía masculina. Las mujeres para ellos son una forma de vida inferior. Están bien para preparar la comida, para el sexo y para pegarles palizas. Sokolov es un auténtico vor-v-zakone, lo que significa que es «un ladrón con un código de honor». Cuando volvió de las Olimpiadas, cumplió condena por asesinato en una cárcel. La mayor parte de los mañosos rusos de la Costa del Sol han adquirido últimamente el derecho de ser vor-v-zakone, pero Sokolov se lo ganó en la cárcel. Pudo haber supervisado la matanza de Marisa, pero seguro que no hizo el trabajo.

– ¿Tenemos archivado el ADN de Sokolov? -preguntó el juez Parrado.

– No estoy seguro -dijo Cortés-. Yo no participé en el caso, pero creo que Sokolov y el tío que se mató en la autopista, Vasili Lukyanov, eran amigos, y que los dos fueron procesados a raíz de una agresión sexual a una chica de la zona. Es posible que les extrajesen muestras de sangre para el análisis de ADN, antes de que la chica retirase los cargos y los hombres quedasen en libertad sin cargos. Consultaré si el grupo de Delitos Sexuales de Málaga todavía conserva esos datos.

– Los acusaban de violación -dijo Falcón-. Recuerdo que el comisario Elvira lo mencionó cuando informé por primera vez sobre el accidente de Vasili Lukyanov.

– ¿Así que Sokolov se dedicaba a agredir sexualmente a mujeres por aquel entonces? -preguntó Ramírez.

– Creo que le interesaba más la violencia contra las mujeres -dijo Cortés-. Revisaré el historial y te daré más información.

– Bueno, es un avance en el caso de Marisa Moreno -dijo Parrado-. Si encontramos coincidencias de ADN y localizamos a los sospechosos.

– En eso no hemos avanzado mucho -dijo Ramírez-. Antes de que ocurriese el suceso de Las Tres Mil, nuestros dos detectives, Serrano y Baena, estaban en Sevilla Este, intentando averiguar dónde se escondía uno de esos grupos rusos.

– ¿Por qué Sevilla Este?

– Creemos que Vasili Lukyanov estaba desertando de la banda de Leonid Revnik para unirse a una banda renegada dirigida por Yuri Donstov. El GPS del Range Rover de Lukyanov indicaba una dirección en la calle Garlopa de Sevilla Este.

– ¿Alguien ha visto a Yuri Donstov? -preguntó Falcón-. ¿O a algún ruso?

– Hay muchos edificios de pisos en la calle Garlopa y, hasta ahora, nadie ha informado de que haya visto a ningún ruso.

– Probablemente sólo era un punto de encuentro -dijo Cortés-. No creo que anotase un domicilio en el GPS. Tienen más cuidado desde la Operación Avispa.

– Tengo una fuente que me dice que Yuri Donstov podría estar en el polígono de San Pablo -dijo Falcón.

– No suelen ir pregonando su paradero -dijo Díaz.

– Pasemos a los dos asesinatos de Las Tres Mil -dijo Parrado-. El subinspector Emilio Pérez es el agente encargado de la investigación, creo.

– Todavía no dispongo del informe definitivo de balística -dijo Pérez, iniciando la intervención a su modo característico.

– Pero tienes lo que necesitamos saber, Emilio, así que cuéntanos -dijo Ramírez.

– De acuerdo, inspector. La autopsia reveló que los dos cadáveres murieron por heridas de bala de nueve milímetros, que suponemos que fueron disparadas con la misma arma, pero esto todavía no se ha confirmado.

Ramírez le indicó que acelerara girando rápidamente los dedos.

– El arma encontrada en el escenario del crimen era una Beretta 84FS Cheetah. Es un arma de calibre 350 y sólo disparó una bala, que apareció incrustada en la pared de la sala de estar, enfrente de la ventana. Tengo aquí el plano.

– Continúa, Emilio -dijo Ramírez.

– Se cree que esta bala hirió al agresor que tenía el arma de nueve milímetros. Los resultados preliminares de la autopsia revelan que la trayectoria de las balas que entraron en Miguel Estévez, la víctima cubana, indicaba que el arma se disparó desde el suelo, lo que nos induce a creer que el tirador ha resultado herido. La primera bala aplastó la columna de Estévez en la sexta vértebra, la segunda le dio en la cuarta costilla y le penetró en el corazón.

– ¿Sangre? -preguntó Ramírez.

– Se recuperaron tres manchas de sangre en el piso. Una es de Miguel Estévez, la segunda es de Julia Valdés, que era la novia del Pulmón, y la tercera es desconocida, pero se corresponde con las muestras encontradas en el suelo y la pared de la sala de estar donde apareció la bala de 380, en el umbral de la puerta del dormitorio donde dispararon a Julia Valdés, en las escaleras del edificio y abajo en la acera. Están analizando el ADN. No hemos tenido tiempo de extraer el ADN del pelo del Pulmón encontrado en su baño, pero creemos que…

– Él no mataría a su propia novia -dijo Ramírez-. ¿Y la Beretta?

– Los de balística dicen que se disparó desde la mesa, donde estaba en posición plana, con el tornillo dentro del guardamonte. Había otros tornillos que sujetaban el cañón. Creen que estaba cubierta por la revista. El retroceso lanzó el arma hacia atrás, hacia la ventana.

– ¿Y el cuchillo?

– El cuchillo de caza tenía las huellas de Estévez en el mango. El cuchillo que lo apuñaló no ha aparecido.

– ¿Conclusión?

– El primer disparo de la Beretta hirió al tirador. Estévez intentó apuñalar a Pulmón, que a su vez le apuñaló y luego giró al cubano para situarlo entre el Pulmón y el hombre herido en el suelo. El tirador disparó a Estévez dos veces. Las quemaduras de pólvora en la camisa indican que el segundo disparo se disparó mientras Estévez era empujado hacia el tirador. El Pulmón escapó. El tirador mató entonces a Julia Valdés y también salió del piso.

– Bien -dijo Ramírez-. ¿Algún testigo?

– Sólo uno -dijo Pérez-. Carlos Puerta, un cliente del Pulmón, el que ha mencionado antes el inspector jefe.

– ¿Hay cuatro disparos en un piso en medio del barrio y sólo tenemos un testigo? -preguntó el juez Parrado.

– Es Las Tres Mil -dijo Pérez, desesperanzado-. La única persona que estaba dispuesta a decir algo era el inquilino del piso superior al del Pulmón, que nos dijo que oyó los disparos hacia la una de la tarde. Cuando se trata de ver a gente ensangrentada corriendo por la calle, sobre todo si hay drogas de por medio, todo el mundo es sordo y ciego en Las Tres Mil.

– ¿Y qué vio Carlos Puerta?

– Vio a dos hombres que llegaron en un coche azul oscuro. No pudo ver el modelo ni la matrícula. Entraron en el edificio. Uno coincide con la descripción del cubano Miguel Estévez, y el otro es ésa persona que ahora sabemos que es el levantador de pesas ruso, Nikita Sokolov -dijo Pérez-. Oyó tres disparos. Puerta vio salir corriendo al Pulmón con una camiseta manchada de sangre y oyó un cuarto disparo. Luego salió el levantador de pesas, entró en el coche y se marchó.

– ¿Y Carlos Puerta no denunció el tiroteo? -preguntó Parrado.

– Es yonqui -dijo Pérez, a modo de explicación.

– ¿Y el Pulmón? -preguntó Falcón-. Es nuestro testigo más valioso.

– Hablé con Serrano y Baena antes de venir aquí y se han topado con el mismo muro de ladrillo -dijo Pérez-. El Pulmón se estaba retrasando con su mercancía, así que debía de haber muchos clientes esperando en la calle. Él también salió corriendo, manchado de sangre de Estévez. Debieron de verlo al menos cincuenta personas. Pero sólo Carlos Puerta se ha dignado hablar.

– ¿Y por qué Puerta estaba dispuesto a hablar? -preguntó Parrado.

– Dijo que era amigo del Pulmón -explicó Falcón-. Estaba muy disgustado por la muerte de la chica, Julia Valdés. Tiene más que ver con él de lo que está dispuesto a reconocer, pero sonsacárselo es otro cantar.

– Volveré a verlo esta tarde o mañana con los de Estupefacientes -dijo Pérez.

– Así que Puerta es poco de fiar, lo que significa que tenemos que encontrar al Pulmón -dijo Parrado.

– Si yo fuera el Pulmón, iría a parar lo más lejos posible de los sitios que frecuento -conjeturó Ramírez.

– Sabíamos que tenía coche -apuntó Pérez-, pero ya no está en Las Tres Mil. Tráfico lo está buscando.

– En ese caso, puede que esté fuera de Sevilla -dijo Ramírez.

– Antes era novillero -añadió Falcón-. Buscad el nombre de su patrocinador, a ver si tiene algún viejo amigo en esa comunidad.

– Hace años que dejó el toreo -dijo Pérez.

– Puede volver, Emilio -replicó Falcón-. No tiene nada que hacer con sus contactos del mundo de las drogas. También es improbable que recurra a la familia. Así que lo más probable es que lo apoyen sus viejos amigos, y los del toreo, en este momento difícil.

– Sobre todo si también tienen sangre gitana -dijo Ramírez.

– Me gustaría tener el ADN de las muestras de sangre pertenecientes al tirador de la nueve milímetros -dijo Cortés-. En caso de que, tal como espero, todavía tengamos archivado el ADN de Sokolov y obtengamos una coincidencia, eso lo situaría en el escenario del crimen de Las Tres Mil, y luego la chica que lo vio en la calle Bustos lo situaría también en el escenario de Marisa Moreno.

– No estoy seguro de que la testigo que tenemos, la que lo vio a él con sus dos «colegas» en la calle Bustos Tavera, sea lo suficientemente fiable para los tribunales -precisó Ramírez.

– ¿Por qué no? -preguntó Parrado.

– Era sábado por la noche… había consumido drogas.

– Si podemos situar allí a Sokolov, al menos nos será de utilidad como información -dijo Cortés.

– Tanto Marisa como el Pulmón tenían contacto directo con los rusos. Creemos que coaccionaron a Marisa, a través de las amenazas a su hermana, que trabajaba para los rusos como prostituta, para que iniciase una relación con Esteban Calderón y desempeñase determinadas tareas relacionadas con la conspiración del atentado del 6 de junio -explicó Falcón.

– ¿Y el Pulmón?

– No creo que exista una conexión entre él y la conspiración del 6 de junio -dijo Falcón-. Esto era sólo un negocio. Pero parece que Nikita Sokolov, el levantador de pesas, participó en la resolución del cabo suelto de Marisa Moreno, y ahora ha cometido un error al fracasar en el intento de matar al Pulmón. Si logramos encontrar al Pulmón, podemos utilizarlo para localizar a Nikita Sokolov, y si logramos atribuir a Sokolov los dos asesinatos de Las Tres Mil, esto nos dará cierto punto de apoyo en el caso de Marisa Moreno.

– Comprobar la coincidencia del ADN de los monos de papel con desconocidos de una base de datos va a llevar más tiempo que verificar si tenemos una muestra de ADN de Sokolov y contrastarla con las muestras del piso del Pulmón -dijo Parrado-. Así que empecemos por ahí.

– Todavía tenemos el problema de encontrar a cualquiera de ellos -dijo Ramírez.

– Nikita Sokolov tiene mucho interés en encontrar al Pulmón. Éste es el único testigo creíble que podemos encontrar que esté dispuesto a identificarlo como el tirador que estaba en su piso -dijo Falcón-. Hablaré también con mi hermano Paco. Después del accidente que tuvo en el ruedo, siempre ha intentado ayudar a los toreros heridos.

La reunión se interrumpió cuando llamaron a Parrado para una consulta urgente de otro caso. Todo el mundo cogió el móvil y se fue a la ventana a hacer llamadas.

Falcón llamó a su hermano criador de toros y recitó las excusas de rigor por no haber ido a la granja en varios meses.

– Paco, tengo una pregunta para ti como especialista -dijo Falcón, yendo al grano-. ¿Te acuerdas de un novillero llamado el Pulmón?

– Roque Barba, quieres decir. El Pulmón es como lo llamaron después del accidente -dijo Paco-. Sí, me acuerdo de él. Recibió una cornada en el pecho. Cuando lo llevaron de vuelta a Sevilla después de la operación inicial, fui a verle. Le dije que si necesitaba ayuda me llamase. Fue hace tres años. Lo vi unas cuantas veces en los meses siguientes a que saliera del hospital. Intenté convencerle de que viniera a la granja a trabajar. Luego perdimos el contacto.

– Han pasado muchas cosas desde entonces, Paco, y no muy buenas -dijo Falcón-. Se hizo camello de heroína en Las Tres Mil.

– ¿Camello? Joder, qué chungo.

– El caso es que tenemos que encontrarlo.

– Parece que está metido en un buen lío.

– Está metido en un buen lío, pero no por nosotros -dijo Falcón-. Ha tenido que esconderse después de que un gánster ruso intentara matarlo.

– Acabo de ver algo en Canal Sur sobre un tiroteo en Las Tres Mil. Han muerto dos personas -dijo Paco.

– Pues eso fue. Y ahora tenemos que encontrarlo antes de que lo encuentre el gánster ruso.

– Pues no está aquí, si es eso lo que quieres saber.

– Quiero que uses tus contactos para averiguar si todavía tiene amigos de sus tiempos de novillero. Encontrará algún sitio donde le den de comer y beber -dijo Falcón-. Es lo único que te pido. No quiero que hables con él, Paco. Es importante. Sólo quiero algunas ideas sobre dónde podría estar, y yo haré el resto.

– No mató él a ninguna de esas personas del piso, ¿verdad?

– No -dijo Falcón-. Las mató el gánster.

– ¿Qué es lo peor que le puede pasar?

– Que el gánster lo encuentre primero.

– ¿Y por vuestra parte?

– Queremos protegerle para que declare contra el gánster. El peor cargo contra él será tenencia ilícita de armas.

– Veré lo que puedo hacer.

Falcón volvió a la mesa. Los demás acabaron de hacer sus respectivas llamadas. Parrado volvió a la sala. Se reanudó la reunión.

– ¿Tenemos algo más de que hablar? -preguntó Parrado.

– Acabo de enterarme de que el pelo y la secreción de semen de los monos de papel no coinciden con ninguna de las muestras de ADN ruso que tenemos en la base de datos del CICO -dijo Díaz.

– Ha sido más rápido de lo que pensabas -comentó Parrado.

– La base de datos es más pequeña de lo que yo pensaba -repuso Díaz.

– He hablado con el grupo de Delitos Sexuales de Málaga y me dicen que Nikita Sokolov era, sin duda, el compañero de Vasili Lukyanov en la agresión a la chica de la zona. Él le pegó una paliza y la sujetó en el suelo, pero insistió en no agredirla sexualmente -dijo Cortés-. La buena noticia es que tienen una muestra de ADN de Nikita Sokolov.

– Felipe del departamento forense ha confirmado que tendrá analizado el ADN de las muestras de sangre del desconocido del piso del Pulmón antes de las once de la noche -dijo Pérez.

– Bien. Coteja eso con los datos de Cortés -dijo Parrado-. Ahora sabemos en qué dirección vamos. Tenemos que encontrar a Nikita Sokolov y al Pulmón antes de que se encuentren ellos.

Загрузка...