Capítulo 18

Santa María la Blanca, Sevilla. Lunes, 18 de septiembre de 2006, 20.15


Estaban en una terraza de la plaza, delante de la iglesia de Santa María la Blanca, que se había dorado con la luz de poniente. Tenían las americanas dobladas en el respaldo de las sillas, los botones superiores de la camisa desabrochados, el nudo de la corbata flojo. Les habían servido cervezas en vasos helados y ahora una chica descargaba platos de jamón, anchoas fritas, patatas bravas con salsa de tomate picante, pan y aceitunas. Hablaban de Nikita Sokolov, pero era una conversación vaga, dispersa, ligeramente cansina después del fin de semana de trabajo y un lunes muy largo.

– Bien, vamos a pensar en esto científicamente -dijo Ramírez-. ¿Cuánto creéis que mide Sokolov?

– Es bajo, metro sesenta y seis -dijo Cortés-. Cuanto más cerca estás del suelo, menos distancia tienes que recorrer con el peso a cuestas. Y probablemente pesa diez kilos más que en sus tiempos olímpicos. Yo diría que cerca de noventa kilos. Creo que una 38 es lo mínimo que necesitas para derribarlo.

– ¿Qué altura tiene la mesa del piso del Pulmón, Emilio?

– Setenta y cinco centímetros.

– Más dos centímetros del arma, son setenta y siete -dijo Ramírez-. ¿Dónde le habría dado una bala a un tío de un metro sesenta y seis desde esa altura?

– En la pierna o en la cadera, si eres normal -dijo Falcón-. Pero Carlos Puerta no dijo que Sokolov cojease cuando entró en el coche después del tiroteo.

– Puerta no es muy de fiar.

– Pudo haberle dado en una mano o en la muñeca -dijo Falcón.

– ¿Pero una herida en la mano o en la muñeca lo habrían derribado? -preguntó Cortés.

– Pudo haberse caído al suelo como acto reflejo por el susto del ruido -dijo Falcón-. Hacía calor, no hay aire acondicionado en el piso; el Pulmón debía de llevar una camisa, sin ningún lugar donde esconder el arma, así que la disparó desde debajo de la revista. Lo único que quería era distraer a todos los presentes en la sala y dar el siguiente paso. Sokolov se cayó al suelo como un acto evasivo.

– Pero le dieron -dijo Ramírez-. Una herida en la mano o en la muñeca explica mejor el reguero de sangre. Si sangrase por la pierna se le empaparían los pantalones, y las gotas no serían tan constantes en la sala o al bajar por las escaleras.

– Todas las gotas estaban en el lado derecho de las escaleras -dijo Emilio.

– Vale, mano o muñeca derecha, o quizá la pierna o la cadera derecha -dijo Ramírez-. La siguiente pregunta es: ¿para quién trabaja Nikita Sokolov?

– Es amigo de Vasili Lukyanov, y creemos que Lukyanov se estaba pasando de la banda de Leonid Revnik a la de Yuri Donstov, así que… -apuntó Falcón.

– Y hace tiempo que no vemos a Sokolov en la Costa del Sol.

– Mi fuente de los servicios secretos me dijo que Yuri Donstov organizó una ruta de tráfico de heroína de Uzbekistán a Europa y eligió Sevilla como centro de operaciones -dijo Falcón-. El Pulmón era camello de heroína. Los de Estupefacientes dicen que la heroína que circulaba hasta hace poco por Las Tres Mil era siempre mercancía italiana, pero las cosas empezaron a cambiar. Me parece que Nikita Sokolov estaba intentando crear un mercado exclusivo para la mercancía de Donstov en Las Tres Mil y, por algún motivo, el Pulmón no estaba conforme.

Atacaron las tapas durante unos minutos, bebieron cerveza. Ramírez pidió otra.

– ¿Creéis que fue Revnik o Donstov el que participó en el atentado del 6 de junio? -preguntó Cortés.

– El CICO de Madrid cree que Yuri Donstov lleva operando desde septiembre de 2005, es decir, nueve meses antes del atentado del 6 de junio -dijo Falcón-. No sé si es tiempo suficiente para desarrollar una conspiración de tal complejidad.

– Lo único que tenían que hacer es colocar un pequeño artefacto explosivo -dijo Pérez.

– Pero antes había que organizar muchas cosas. Piensa en el elemento político: el partido Fuerza Andalucía, la creación de su nuevo líder -replicó Falcón-. No creo que un empresario como Lucrecio Arenas hubiera permitido que entrase en la conspiración nadie con quien no llevase trabajando cierto tiempo. Siempre he pensado que trataba con gente a la que le había movido el dinero por todo el mundo cuando trabajaba en el Banco Omni, pero puede que me equivoque.

– ¿Así que te inclinas por Leonid Revnik como autor del atentado? -preguntó Díaz-. Pero él sólo llevaba aquí desde que su predecesor huyó a Dubái en junio de 2005.

– Supongo que sí. No hay motivo para que Revnik y su predecesor no estuvieran en contacto-dijo Falcón-. Pero después de saber lo que ocurrió con Yuri Donstov, empiezo a pensar que Donstov podría haber encontrado un papel adecuado para sí mismo en una nueva conspiración que tiene sus orígenes en el atentado del 6 de junio. Aquél fue un intento de conquistar el poder en toda Andalucía. Ahora pienso que el objetivo es menos ambicioso. Parece que Donstov se está preparando para dirigir una importante empresa criminal. La entrega de los discos por parte de Vasili Lukyanov era un elemento crucial, no sólo para esa empresa, sino para un proyecto más localizado. Los discos le van a dar influencia, sobre todo en I4IT y Horizonte, cuyos directivos aparecen filmados en situaciones comprometidas.

– ¿En qué consiste ese proyecto? -preguntó Díaz.

– No lo sé -dijo Falcón-, pero creo que esta vez no tiene que ver con el poder político sino más bien con el dinero.

– No hemos hablado del dinero -dijo Ramírez-. Olvidé mencionar que esta tarde Prosegur se llevó el dinero encontrado en el maletero del Range Rover de Vasili Lukyanov. Ahora está en el Banco de Bilbao.

– ¿Cuánto dinero hay? -preguntó Díaz.

– Siete millones setecientos cuarenta y ocho mil doscientos euros -dijo Ramírez-. Yo estaba presente cuando Elvira firmó el albarán.

– Mira, Javier, si pretendes trincar a los rusos por el atentado del 6 de junio, dudo que lo consigas a través de Nikita Sokolov -dijo Cortés-. No creo que sea de esa clase de tíos dispuestos a hablar. Puede que le cargues los crímenes de Las Tres Mil, pero no te servirá de nada. Es vor-v-zakone y su código, como la omertà de la mafia siciliana, es el silencio.

– Y los peces gordos de los que hablamos son hombres invisibles -dijo Díaz-. Sólo tenemos una fotografía del antecesor de Revnik, de principios de 2005. No tenemos ninguna de Leonid Revnik y sólo contamos con la foto antigua de gulag de Yuri Donstov. Podríamos cruzarnos por la calle con cualquiera de estos tíos sin saberlo.

– Y ninguno de los cargos actuales contra el predecesor de Revnik es el asesinato -dijo Cortés-. Lo detuvieron por blanqueo de dinero, falsedad documental, quiebra fraudulenta y pertenencia a organización criminal. Nada de drogas. Ni tráfico de personas. Ni extorsión. Ni asesinato.

Vibró un móvil. Pérez atendió la llamada.

– ¿Tenéis a alguien infiltrado en la banda de Revnik? -dijo Falcón, mirando a Cortés y Díaz.

– Tenemos informantes -dijo Díaz.

– ¿En qué punto de la jerarquía? -preguntó Falcón-. Todos estos negocios propiedad de los gánsteres deben de estar regentados por gente de la zona.

– Pero ninguno tiene acceso a Revnik -dijo Cortés.

Díaz y Cortés se miraron, y el gesto negativo de este último con la cabeza era apenas perceptible en la luz mortecina de la plaza.

– Eran los de Tráfico -dijo Pérez-. Han encontrado el coche del Pulmón en la calle Hernán Ruiz. Hay una camiseta manchada de sangre en el asiento trasero. Más vale que me acerque por allí.

– Vete con Felipe, del departamento Forense -dijo con Ramírez, suspirando-. Yo también voy; me queda de camino.

Pagó Falcón. Intercambió números de teléfono con Cortés y Díaz, que seguían acabándose las cervezas. Volvió al Palacio de Justicia a recoger el coche.

Salieron a su encuentro en los jardines Murillo.

– Lo siento, Javier -dijo Cortés-. Necesitábamos conseguir autorización antes de hablar contigo sobre nuestros informantes y no queríamos hacerlo en compañía.

– Acabamos de colocar a una informante cerca de Leonid Revnik -dijo Díaz-. Es una malagueña de veinticinco años…

– Que es un monumento de la leche -precisó Cortés-. Podría estar dándose la vida padre con cualquier futbolista o estrella de cine, pero la pobre zorra estúpida ha elegido a un gánster que responde al nombre de Viktor Belenki.

– El nombre me suena -dijo Falcón, recordando que Pablo del CNI lo había mencionado-. Es la mano derecha de Revnik y dirige todas las empresas de construcción de la Costa del Sol. ¿Y por qué la chica informa sobre él?

– Estamos en las primeras fases -dijo Cortés-. El mes pasado encontramos al hermano de la chica en un yate con los imbéciles de sus amigos y setecientos kilos de hachís, y no es de esa clase de críos que durarían mucho en una prisión de alta seguridad.

– ¿Tiene nombre, la chica?

– Por el momento la llamamos Carmen -dijo Díaz.


* * *

La luz estaba apagada en el portal de la casa de Falcón en la calle Bailen. Dio marcha atrás y dejó el coche en los adoquines entre los naranjos. Mientras subía hasta la puerta de la entrada, tropezó y sintió un escalofrío en las tripas cuando vio aparecer entre las sombras a una persona que lo agarró del brazo.

– Cuidado, Javier -dijo Mark Flowers-. ¿Has bebido?

– Me he tomado un par de cervezas, pero eso no es nada -dijo Falcón-. Me preguntaba cuándo vendrías…

– ¿Reptando como la carcoma?

– A verme.

– Pues aquí me tienes -dijo Flowers-. ¿Entramos?

Falcón nunca sabía dónde estaba con Mark Flowers, pero así era el estilo de Flowers. Quería ser indescifrable. ¿Qué sentido tendría ser agente de comunicaciones en el Consulado Estadounidense de Sevilla si todo el mundo supiera que en realidad era un agente de la CIA que informaba para Madrid?

Flowers era un tipo apuesto de cincuenta y cuatro años, varias veces casado y divorciado. Se le había caído mucho el pelo en los últimos dos años, de modo que tenía que recurrir al peinado en tejadillo para cubrir la calvicie. Era un pelo ya entrecano, pero se lo teñía. Y Falcón sospechaba que, durante unas largas vacaciones en Estados Unidos, Flowers había recurrido a cierta clase de cirugía plástica en el contorno de los ojos y en el cuello.

– ¿Estás de luto, Mark? -preguntó Falcón, comprendiendo que el motivo por el que no había visto a Flowers era que iba totalmente vestido de negro.

– Me hace más delgado -dijo Flowers, ondeando la camisa holgada de manga corta sobre su creciente barriga-. Al llegar a mi edad y mi peso, hay que echar mano a todos los recursos.

Salieron al patio de la casa. El chico de bronce corría por la fuente, el agua estaba lisa como un espejo.

– ¿Nos sentamos aquí fuera? -sugirió Falcón-. Te apetecerá tomar un whisky. Supongo que ya has cenado.

– Ya me conoces, Javier. Acabo antes de las seis y media.

– ¿Glenlivet?

– Magnífico, para variar de la turbera que sirves habitualmente.

– Como sabes, estuve en Londres -dijo Falcón-. Siempre estoy pensando en ti.

– Con hielo, no le eches agua -dijo Flowers.

Falcón fue a la cocina, volvió con las copas. Una cerveza fría para él. Unas aceitunas. Un cuenco de patatas fritas.

– Últimamente mis días son muy largos -dijo Falcón, mientras le daba el whisky-. He perdido la cuenta de dónde estoy. ¿Qué hora es?

Flowers estaba a punto de mirar la hora. Recordó.

– No voy a picar tan fácilmente, Javier.

Era una broma que se traían desde que Falcón observó que un día Flowers miraba ostentosamente su reloj, un Patek Philippe. En aquel momento no significaba nada para Falcón, hasta que vio en una revista a bordo que su precio de venta al público era de 19.500 euros. Se lo había comentado a Flowers, que le dijo: «Nunca llegas a tener un Petek Philippe, Javier. Te limitas a cuidarlo para la siguiente generación». Posteriormente Falcón había averiguado que las palabras de Flowers procedían del eslogan del anuncio de Patek Philippe, y empezó a tomarle el pelo con el tema. Uno de los motivos por los que Falcón hacía esto era que quería sentirse más relajado en compañía de un hombre en el que no confiaba del todo.

– Días largos en Londres -dijo Flowers, mientras dejaba el vaso en la mesa.

– Y aquí.

– ¿Qué está pasando aquí?

– El sábado, mientras yo estaba en Londres, secuestraron al hijo pequeño de Consuelo.

Flowers asintió. Ya lo sabía. Lo que significaba que había hablado con el CNI.

– Lo siento -dijo-. Es una enorme presión. ¿Qué coño está pasando, Javier?

Falcón recitó la retahíla sobre Marisa Moreno y las llamadas amenazadoras de los rusos. Flowers quería saber qué tenían que ver los rusos en todo eso y Falcón empezó desde el principio, con el accidente de coche de Lukyanov, el dinero, los discos y el vínculo que estableció Ferrera con Margarita, la hermana de Marisa.

– Es un duro trabajo policial, Javier.

– Tengo un equipo muy bueno. Todos están dispuestos a hacer un poco de trabajo extra, y es entonces cuando puedes tomarte un respiro -dijo Falcón-. Puede que te interese la identidad de uno de los tipos que vimos en los discos.

– No me digas que era alguien del Consulado Americano. Tengo que mirarles a los ojos todos los días.

– Un tipo llamado Juan Valverde.

Flowers no reaccionó.

– ¿Tiene que sonarme? -preguntó Flowers-. Si es un jugador de fútbol, no tengo ni idea, Javier.

– ¿Te acuerdas de aquella empresa que te pedí que investigases en junio?

– I4IT, propiedad de Cortland Fallenbach y Morgan Havilland.

– Juan Valverde es el director general de la división europea -dijo Falcón-. ¿Sabes si tienen algún plan de inversión en Sevilla, o al sur de España?

– Sólo tengo la información que me pediste en junio -dijo Flowers-. No hago un seguimiento de sus movimientos, Javier.

– En esos discos aparece otro tipo que seguramente te sonará.

– A ver.

– Charles Taggart.

– ¿El predicador caído?

– Es asesor de I4IT.

– ¿Asesor de qué? -preguntó Flowers brutalmente.

– ¿De asuntos religiosos? -dijo Falcón, y los dos se rieron-. Pensaba que había que ser un pecador reformado para integrarse en I4IT.

– El que hace un cesto hace ciento -dijo Flowers-. No creo en esa gilipollez de la redención: confiesa tus pecados, haz borrón y cuenta nueva, sal a la calle y sigue cometiendo más. Así mantendrás la iglesia en funcionamiento.

– ¿Y tú qué haces con tus pecados, Mark?

– Me los reservo para mí -dijo Flowers-. Si los confesase todos, envejecería cien años, y el cura también.

– ¿Cuál era tu línea, Mark? -dijo Falcón-. Hace falta una profunda certeza moral para comportarse inmoralmente.

– En el espionaje, Javier -dijo Flowers.

Bebieron. Flowers inhaló el denso aire nocturno y mordisqueó el hielo.

– Londres -dijo Flowers-. ¿Sabes cómo ocurrió? Recibí una llamada de mi jefe central en Madrid y me dijo que estás dirigiendo a un agente que ha salido rana y los británicos están… ¿qué expresión utilizan? Están que trotan. Me gusta eso. Le dije: «¿Cómo va a estar dirigiendo a un agente que ha salido rana? Si un agente ha salido rana, nadie lo controla». ¿Así que qué cojones estás haciendo, Javier?

– Tengo un agente…

– Llamémoslo Yacub, para evitar confusiones -dijo Flowers-. Es tu único agente.

– Yacub está sometido a una enorme presión.

– ¿Y qué esperaba al meterse en este negocio? -dijo Flowers-. La presión es con lo que hemos convivido desde la noche de los tiempos, desde que sentimos la necesidad de que nuestros genes sobrevivieran, desde que la primera cavernícola vio a su hombre durmiendo en el suelo y pensó que él tenía que ir de caza. La presión es una constante. Es como la gravedad, sin ella vagaríamos sin rumbo.

– Sé lo que es la presión, Mark -dijo Falcón-. Si tu jefe central habla con los británicos, entonces sabrás que el GICM ha reclutado al hijo de Yacub, Abdulá, como muyahidín.

– Eso es casi un procedimiento estándar para un agente como Yacub -dijo Flowers-. Un grupo como ése no se iba a exponer a un forastero con costumbres y amigos cuestionables sin tomar ciertas precauciones.

– Pues yo no lo había previsto.

– Eso es porque eres un aficionado -dijo Flowers-. Un recluta novato que tuvo que encargarse del reclutamiento. El jefe del CNI, Juan, tendría que haberlo previsto, aunque Pablo no. Pero seguramente no te lo dijeron. No quisieron confundirte.

– Quieres decir que no querían que fracasase en mi misión de reclutamiento.

Flowers se encogió de hombros, levantando las manos como si fuera tan evidente que no valía la pena mencionarlo.

– Ése es el problema que tengo con Yacub -dijo Falcón-. Ya no confía en nadie más. Dice que es como si estuviera en una pecera, con todas esas agencias y sus enemigos mirando.

– Más bien como en un acuario turbio -dijo Flowers-. Me han dicho que se le da bien desaparecer cuando quiere.

– ¿Y a ti no?

– Yo no tengo que esconderme.

– Pero lo ocultas.

– Mira, Javier, Yacub es un activo valioso. Es el agente perfecto, ha llegado al núcleo del enemigo. Todos tenemos gran interés en mantenerlos a él y a su hijo con vida y felices. Nos interesa el tipo de información que puede proporcionarnos -dijo Flowers-. Nosotros, más que nadie, entendemos lo que está soportando. No hay motivo para que él, o tú, dejéis de hablar con nosotros. Es el único modo de poder ayudaros.

– Cuando estaba a punto de reclutar a Yacub, me dijiste que no le gustaban los americanos. Por eso no trabajaba para ti.

– ¿Tan distintos sois tú y el CNI?

– No hablará con el CNI, sólo hablará conmigo, porque confía en mí.

– ¿De verdad? -dijo Flowers, clavándole la mirada desde el otro lado de la mesa-. ¿Por qué no te contó que ya estaba formado?

– Probablemente por el mismo motivo por el que Juan y Pablo no me advirtieron de las medidas que podía tomar el GICM con Yacub. No por desconfianza, sólo por omisión -dijo Falcón-. Y en cualquier caso, su formación previa se limitaba a controlar que no lo siguieran y a zafarse de posibles vigilantes. No eran conocimientos de espionaje en toda regla.

– ¿Cómo describirías el estado mental de Yacub desde que te reuniste con él en Madrid?

– El hecho de que sepas que me reuní con él en Madrid respalda la teoría de la pecera -dijo Falcón-. Lo estáis mirando y no confiáis en lo que veis.

– Ésta es la Guerra contra el Terror, Javier. Eso se llama recabar recursos.

– Estaba angustiado, en Madrid. Nervioso. Desesperado. Evasivo. Me alarmó. Pensaba que había «perdido» a su hijo y eso lo había vuelto, a mi modo de ver, poco fiable.

– ¿Y cómo es que logró ser mucho más persuasivo en Londres?

– Aceptó su situación. Se tranquilizó.

– En Madrid te mintió.

– No es tanto que me mintiera como que la paranoia le inducía al error.

– ¿Qué ocurrió contigo entre Madrid y Londres? -dijo Flowers, continuando la sucesión de preguntas densas y rápidas-. Primero estás lo bastante nervioso para pedir consejo a Pablo, luego estás tan relajado que afrontas solo la situación y das rienda suelta a Yacub.

– Pero se lo dije a Pablo.

– Sólo una parte.

– Sólo lo que sabía, pero tenía que decírselo -dijo Falcón-. Eso ya era una vulneración de la confianza de Yacub, pero, dado su estado volátil y mi inexperiencia, sentí que era un paso necesario.

– Así que te reconfortó contárselo a Pablo. Lo entiendo -dijo Flowers-. ¿Pero por qué no dejaste que los británicos escuchasen tu conversación con Yacub en el Brown's Hotel?

– Quería restablecer la confianza. No podía, si estaba escuchando el MI5.

– ¿Y cómo te convenció Yacub de que seguía siendo digno de confianza?

– El instinto.

– Mira, hay mucha gente por ahí que puede hacerte creer que te quiere -dijo Flowers-. Sobre todo cuando les parece importante que crean en ellos.

– ¿Qué puedes hacer tú al respecto?

– Deja que otros echen un vistazo -dijo Flowers-. Gente con total objetividad.

– Pero no gente que está remunerada y nombrada por un gobierno que tiene intereses.

– Así que Yacub está protegiendo a su hijo -dijo Flowers, cambiando de táctica-, ¿y a cuántos más?

– A otra persona.

– ¿Esa persona es un amante?

– No me lo vas a sonsacar, Mark inteligente. Yacub también. Me has recordado que Yacub me mintió, que ya lo traicioné porque necesitaba el apoyo del CNI. Así que ¿qué importa una traición más? Y la respuesta es: posible muerte. Yacub perderá el control, porque todos los servicios secretos empezarán a proteger sus propios intereses y eso creará más incertidumbre. Podría fácilmente tomarse la decisión de que Yacub es prescindible, a pesar de la información secreta proporcionada por él.

– Tal como lo pintas, la cosa es grave -dijo Flowers-, como si pudiera haber graves consecuencias geopolíticas. Lo pintas como si fuera algo que realmente tenemos que saber.

– Pero todavía no.

– Antes ya hablamos de la presión -dijo Flowers-. Lo que te puedo decir, Javier, es que tengo experiencia en situaciones de presión. Soy experto en materia de presión… en ejercerla, quiero decir.

– Lo que pasa con la presión, Mark, es que siempre se ejerce con el fin de causar dolor. El GICM mantiene a Yacub bajo control reclutando a su hijo. Los rusos quieren impedir que investigue su participación en el atentado del 6 de junio en Sevilla, así que secuestran al hijo pequeño de Consuelo. Incluso lo hacemos en la policía. Inducimos a una mujer a que informe sobre su amante criminal, amenazando a su hermano con una larga condena de cárcel.

– Es cierto, Javier. Estamos en el mismo negocio. Los buenos y los malos. ¿Y cuál es tu posición?

– Intento ofrecer soluciones en vez de amenazas -dijo Falcón.

– ¿Qué podría hacer por ti que te hiciera sentir suficientemente en deuda conmigo para decirme lo que está tramando Yacub?

– Si pudieras devolverme al hijo de Consuelo -dijo Falcón-. Eso generaría una enorme gratitud en mí.

Flowers asintió. La luz del patio significaba que sólo la mitad de su cara era visible, la otra mitad estaba totalmente opaca. Una parecía informar a la otra, pensó Falcón. Siempre era mucho más fácil amenazar que ofrecer soluciones.

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