22 La llamada esperada

Espy Martínez telefoneaba sin pausa, con insistencia, no segura del todo de que fuera a encontrar lo que necesitaba, pero tampoco de que no fuera a encontrarlo.

Tal como habían sugerido Walter y Simon, había empezado por Procesos Especiales del Departamento de Justicia, sólo para descubrir que aquél era, en el mejor de los casos, un nombre inapropiado. Se había enterado de que Procesos Especiales era una pequeña oficina y que sus funcionarios ya no trabajaban a jornada completa. Era más bien una denominación asignada a todo fiscal al que le hubieran asignado un caso sobre un probable nazi. En otro tiempo había sido una oficina de verdad, pero ahora tenía un carácter muy secundario. A medida que pasaban los años iba apartándose de las oficinas principales y languideciendo con la misma erosión que el tiempo imponía a las personas a las que se pretendía detener. Había sólo dos casos en curso: el de un carnicero de Milwaukee que había sido guardia del campo de concentración de Treblinka, y el de un sacerdote de un monasterio de Minnesota que había sido miembro de un batallón de exterminio Einsatzgruppen de las SS en Polonia. Ambos casos habían sido derivados al Servicio de Inmigración y Naturalización, donde, según Espy pudo determinar, fueron archivados a la espera de la comodidad burocrática que la vejez trae con la muerte.

El Departamento de Estado había sido ligeramente de más ayuda; tras media docena de llamadas, cambiando de un despacho a otro, una secretaria le proporcionó el número del enlace policial en la Embajada de Estados Unidos en Bonn.

Había persistido, trabajando hasta bien entrada la noche, y finalmente la pusieron con un tipo de voz alegre y simpática que por casualidad era oriundo de Tallahasee y estaba encantado de hablar con alguien de su estado. El hombre le confirmó que las autoridades alemanas probablemente estarían dispuestas, pero no exactamente entusiasmadas, a ayudarla en su búsqueda… pero sólo después de que ella les proporcionara un nombre.

– Son nazis a los que estoy buscando -replicó ella.

– Sí, señora, lo comprendo. La policía de aquí está tomando medidas enérgicas contra toda clase de actividades neonazis.

– No me interesan los neonazis -dijo Espy, pensando que a lo mejor la distancia y lo tarde de la hora estaban dificultando la comprensión de lo que decía-. Se trata de nazis auténticos. Nazis originales, nazis de la Segunda Guerra Mundial.

– Oh. Bueno, puede que eso sea un problema.

– ¿Y por qué?

– Bueno, después de la guerra los Aliados, y a continuación las autoridades de la Alemania Occidental, acusaron a varios criminales de guerra, pero eran de los rangos superiores, los tipos que se encargaban de la teoría y la planificación. Los que llevaban las órdenes a la práctica, bueno, ésos fueron reasimilados en su mayoría.

– ¿Quiere decir que volvieron a sus actividades de antes de la guerra?

– Sí, señora. Eso fue lo que ocurrió mayormente. Verá, si hubieran intentado procesar a todos los que fueron nazis o trabajaron para ellos, o los ayudaron de un modo u otro, diablos, todavía hoy se estarían celebrando juicios. Claro que siempre hay excepciones. Los oficiales de los campos de concentración, las personas que tomaron parte en ejecuciones masivas. Pero no tengo noticia de que ninguno de esos casos haya sido llevado a juicio últimamente. Si consulta las leyes del Bundestag sobre esta cuestión, se encontrará con una maraña de amnistías, perdones y redefiniciones de qué crímenes eran qué cosa. Y después se topará con un montón de estatutos y limitaciones. Diablos, si hasta han votado un par de veces leyes distintas intentando definir qué es un asesinato en tiempo de guerra.

El hombre hizo una pausa y luego añadió:

– La memoria es algo muy curioso, señora. Por lo que parece, cuanto más nos alejamos de la guerra, menos personas quieren recordar. Y luego tiene a todos esos nuevos fascistas organizando manifestaciones por las calles contra los extranjeros, y cometiendo atracos e incluso asesinatos, y agitando esvásticas, y leyendo Mein Kampf. Están poniendo muy nerviosas a las autoridades.

– Pero las listas… los miembros, toda la documentación…

– Ya, en eso tiene razón, señora. En alguna parte existe una lista, probablemente una que contenga los nombres que le interesan a usted. Pero dar con ella, en fin, ahí radica el problema. Aquí cuentan con un enorme centro de documentación, pero aún están clasificándolos y catalogándolos. Y no es tarea sencilla, ahora que los rusos y los ex alemanes orientales están enviando millones de papeles. Si viniera por aquí y se mostrara muy insistente, supongo que encontraría a alguien que le encontraría lo que anda buscando. Obtenga los nombres, y después mis contactos policiales los encontrarán, si es que aún están vivos. Pero es un trabajo tremendo. ¿De cuánto tiempo dispone, señora?

– No mucho.

El hombre se mostró pesimista.

– Verá, señora, el problema es que lo que usted busca no se considera un asunto policial. Ya no. Ahora corresponde a los historiadores. El mundo quiere seguir adelante. ¿Sabe?, por aquí es un tema de debate lo que se explica de esa época en las aulas. Hay un porcentaje significativo de gente que no quiere que se hable de ello o piensa que en realidad no fue tan malo. Excepto los perdedores, claro está.

Espy suspiró y se preguntó en qué momento el asesinato había salido del territorio de la policía y los fiscales y había pasado a ser tema de postulantes a un doctorado.

El hombre, con su acento del norte de Florida, pareció titubear, como si estuviera pensando.

– En fin, señora, no soy yo quien debería sugerírselo…

Ella prestó atención.

– ¿El qué?

– Bueno, mi opinión es que debería preguntar a las únicas personas que aún siguen a la caza de nazis. Personas que no tienen interés por lo que pueda decir el Bundestag al respecto. Me refiero a que hay algunas personas que piensan que algunos crímenes cometidos entonces siguen mereciendo ser juzgados.

– ¿Y quiénes son esas personas?

– No voy a darle ningún número -replicó el enlace-. No la conozco, y lo negaré si alguna vez me preguntan, ya sabe. Cooperamos con los alemanes, que son nuestros mejores amigos, pero se vuelven muy quisquillosos en lo referente a los antiguos nazis. No son muy abiertos que digamos. Sobre todo cuando la indagación proviene de fuera de sus fronteras. No les gusta que les recuerden esas cosas. Y la verdad es que no les gusta demasiado ese tipo. Él y su gente les recuerdan su, cómo diría yo, su lado oscuro.

– ¿Y su número es…?

– De hecho, es lo único que hacen, recordárselo a la gente. A mí me parece algo muy honorable, pero claro, todo el que ha sido alguna vez víctima de un crimen, y mucho más del crimen más grande jamás cometido, tiene muy buena memoria.

– ¿Quién es?

– Está en Viena. El Centro Simon Wiesenthal. Lo integra únicamente este tipo, que gracias a Dios tiene una memoria imperecedera, y unas cuantas personas entregadas que trabajan para él. Si hay alguien que sepa quién dirigía esa sección en Berlín en 1943, son ellos. Y seguro que van a mostrarse más que deseosos de ayudarla cuando se enteren de lo que está buscando. Puede que tenga suerte y le proporcionen un par de nombres; entonces vuelva a llamarme y conseguiré que mis amigos en la policía nos faciliten una dirección antes de que se vuelvan demasiado suspicaces.

El enlace policial le dio un número y acto seguido colgó. Espy pensó: «Todos tenemos recuerdos de pesadilla», y se preguntó por qué estaría el mundo tan deseoso de olvidarlos. Recordó a su hermano asesinado y se dijo que jamás olvidaría lo que le había sucedido. Después, con igual rapidez, dudó que aquello fuera sensato. Y como no le gustaba estudiarse a sí misma hasta tal punto, contempló el número y levantó el auricular.

Tardó un poco en establecer la comunicación internacional, y luego tuvo que dejar un mensaje, de manera que transcurrió una hora hasta que le devolvieron la llamada. Era una mujer joven que por la voz parecía de su misma edad, aunque hablaba un inglés de acento culto y propio de algo que Espy no logró situar. No era alemana. Se identificó como Edie Wasserman y dijo que era empleada del centro. La persona que daba nombre al mismo, se apresuró a decir, había ido a Israel a recibir un premio.

– Pero dígame cuál es el objeto de su interés, señorita Martínez.

– Estoy buscando a una persona que trabajó en una sección particular de Berlín durante la guerra.

– ¿Tiene el número de la sección?

– Sí. Sección 101, Geheime Staatspolizei…

– La Gestapo. Se les daba mejor que a otros grupos destruir documentos. Las SS, por ejemplo. Su crueldad en ocasiones sólo era igualada por su arrogancia. Bien, así que le interesa la Gestapo en Berlín en 1943. Resulta muy curioso. Hoy, una fiscal de Miami se pregunta por lo que hacía la Gestapo en Berlín mucho antes de que ella hubiera nacido. Es de lo más inusual. ¿Qué sección es ésta en particular?

– El Departamento de Investigación Judío -respondió Espy.

Hubo un silencio. Cuando la joven contestó, lo hizo lentamente:

– Sí, conocemos esa sección. Los cazadores.

– En efecto.

– Una fiscal de Miami, Florida, nos llama, así… ¿cómo dicen ustedes? ¿De sopetón? Sí, de sopetón, interesada por los cazadores. Pues resulta sumamente intrigante, señorita Martínez. ¿Qué desea saber?

– Estoy buscando información acerca de alguien que llamaban la Sombra…

Der Schattenmann está muerto, señorita Martínez.

De nuevo el silencio flotó en el aire frente a ella.

– ¿Por qué dice eso?

– Porque cuando una mujer de apellido Kubler, conocida como el Fantasma Rubio y que hizo cosas similares a las hechas por Der Schattenmann, fue detenida y juzgada, se le preguntó por varios de los otros cazadores, y contestó que fueron enviados al Este en los últimos transportes. ¿Sabe lo que significa eso, señorita Martínez? Significa que uno estaba muerto.

– ¿Pero usted sabe algo de esa sección?

– Sí. De las actas del juicio de Kubler salió mucha información a la que sólo hemos tenido acceso recientemente porque esa mujer fue juzgada y encarcelada en la Alemania del Este. Hay muchos nombres que no conocíamos y hay otros documentos que se nos entregan en privado. Pero los datos de la Gestapo son muy valiosos, señorita Martínez, aunque desgraciadamente incompletos. ¿Pero por qué le interesa un hombre que a todas luces ya está muerto? ¿Es usted historiadora o periodista?

– Porque no creo que esté muerto.

– ¿Der Schattenmann vivo? ¿Tiene alguna prueba?

– Tengo muertes, señorita Wasserman. Personas que aseguraron haberlo visto aquí, y a continuación fueron asesinadas.

– ¿Personas? ¿Quién podría reconocer a Der Schattenmann?

– Pues un puñado de supervivientes.

Espy Martínez oyó que la joven daba un respingo y a continuación aguardaba, hasta que respondió:

– Necesito saber más. La ayudaré en todo lo que me sea posible, pero hemos de saber más. Si ese hombre está vivo, debe ser encontrado y castigado. Esto es importante, señorita Martínez. Crucial.

– Necesito nombres. Si podemos averiguar quién era en aquella época, tal vez podamos averiguar quién es ahora.

– Por supuesto. Me pondré a ello inmediatamente. La llamaré en cuanto tenga algo.

Y colgó, dejando a Espy con la certeza de que estaba haciendo progresos. Pensó en llamar a Walter para ponerlo al corriente, pero decidió esperar a saber algo. De modo que se puso a pasear impaciente por su pequeño despacho y a entretenerse con otros casos pendientes que últimamente había desatendido. Pero eso sólo sirvió para ponerla más nerviosa, y no tardó mucho en dejar a un lado aquellos expedientes y quedarse sentada a su mesa con la vista fija en el teléfono. El tiempo parecía pasar con cuentagotas mientras esperaba la llamada de la mujer de Austria.

Ya era más de la una cuando por fin sonó el teléfono.

– ¿Señorita Martínez?

– ¿Señorita Wasserman?

– Tengo varios nombres, pero antes debe prometerme una cosa.

– ¿De qué se trata?

– De que si logra encontrar vivo a la Sombra, nos informará de lo que descubra. No solamente quién es, sino cómo escapó a la muerte en 1944 y cómo llegó a Estados Unidos. Todos los detalles de su pasado, señorita Martínez. No hay nada que no nos interese. -Hizo una pausa y añadió-: Envió a mucha gente a la muerte, señorita Martínez. Y a algunos los mató él personalmente. Es un hombre al que muchos quisieran llevar ante la justicia.

– Eso es lo que estoy intentando precisamente, señorita Wasserman -repuso Espy Martínez.

– Quizá no estemos hablando de la misma justicia.

– Le proporcionaré toda la información que pueda, siempre que con ello no ponga mi caso en peligro. A usted le interesan unas muertes ocurridas hace cincuenta años, pero yo quiero procesarle por asesinatos actuales cometidos aquí.

– Entiendo. -La mujer volvió a titubear-. Señorita Martínez, uno experimenta una sensación especial cuando por fin consigue acercarse a uno de esos hombres. Habitualmente son SS, personal de los campos de concentración. Desprenden un frío especial. Quizá sea debido a que llevan tantos años viviendo con mentiras tan tremendas, que han llegado a convencerse de que no hicieron nada malo… -Hizo otra pausa y luego concluyó-: He sacado cinco nombres de nuestros archivos, es todo lo que he podido conseguir en tan poco tiempo. No obstante, seguiré trabajando en ello. Hay dos que tenían el rango equivalente a mayor, lo cual quiere decir que en 1943 tendrían de treinta a cuarenta años, de modo que yo no esperaría que aún vivan. Los otros tres eran un capitán y dos sargentos, más jóvenes pero también menos importantes. Buena suerte. Dudo que colaboren, pero nunca se sabe.

Espy anotó los nombres y se los quedó mirando, mientras bebía café despacio, esperando a que amaneciera en Berlín. Cuando fueron las ocho de la mañana al otro lado del Atlántico, marcó el número del enlace policial de Bonn. Para su sorpresa, estaba sentado a su mesa.

– ¿Algún resultado, señorita Martínez?

– Quizá. Tenía usted razón: se han mostrado deseosos de ayudar…

– Estaba seguro.

– Tengo varios nombres. ¿Podría pasarlos por algún banco de datos, listas de contribuyentes, permisos de conducir…? Todos serán ya ancianos…

– A ver qué puedo hacer. No se vaya muy lejos del teléfono. Voy a decir a la policía que han aparecido estos nombres en la investigación de un asesinato en Estados Unidos. Les diré que estamos buscando algún pariente cercano, o algo. La policía se mostrará recelosa, pero ya veremos.

Colgó y se reclinó en su sillón y observó cómo avanzaba la manilla del segundero del reloj de pared. El agotamiento empezó a embotarla y se pasó una mano por la cara. Apoyó la cabeza en la mesa.

La despertó el teléfono. Sobresaltada, casi perdió el equilibrio cuando alargó el brazo para coger el auricular. Lanzó una mirada al reloj y vio que eran casi las cinco de la mañana, y experimentó un momentáneo mareo al contestar. Era el enlace policial en Bonn.

– ¿Señorita Martínez?

– Sí.

– Veo que está quemándose las pestañas. Debe de tenerle muchas ganas a ese individuo. ¿Qué tiempo hace en casa?

Ella se sacudió la somnolencia lo más rápidamente posible.

– Pues, que yo pueda decirle, dentro del Palacio de Justicia tenemos una temperatura constante de veinte grados. Llevo horas sin salir a la calle.

– Cómo lo echo de menos. Aquí no hay palmeras, ni tampoco hace ese maravilloso calor pegajoso de Florida. Uno no sabe lo que tiene hasta que se va a vivir a un lugar frío como Alemania.

– Supongo.

– En fin, le diré lo que le he conseguido. De esos cinco nombres, sólo dos han dado algún resultado introduciendo el factor de la edad y la ubicación. Son los hombres que usted calcula que tenían el rango de sargento. El apellido de uno de ellos, Friedman, es como Smith en Nueva York: hay cientos de ellos. El otro, el tal Wilmschmidt, es menos común. Aun así, he encontrado dos docenas de coincidencias repartidas por todo el país. Si quiere, puedo enviarle la lista entera por fax.

– De acuerdo -respondió ella en tono cansado-. Sería estupendo. Puedo empezar…

– Bien, se la enviaré, pero hay un apellido que me ha llamado la atención especialmente.

Espy se irguió.

– Le escucho.

– Bueno, la edad es la adecuada y todavía vive a las afueras de Berlín, pero lo importante es que según los archivos es un policía jubilado. Estuvo en activo en los años cuarenta. ¿Se acuerda de que le dije que muchos fueron asimilados durante la Ocupación?

– Claro.

– Bueno, pues recuerde cómo estaba este país en 1945. No había más que muerte y escombros. Así era. ¿Recuerda la historia? ¿El puente aéreo de Berlín? Fuera como fuese, alguien tenía que imponer el orden, así que los Aliados escogían a personas que tuvieran experiencia. De modo que si uno había pertenecido a la Gestapo, no le resultaba difícil dar el salto a la policía. No es más que una suposición, pero yo empezaría a buscar por ahí a mi hombre misterioso. Hasta ahora ha tenido suerte, ¿por qué no prueba con él?

Espy anotó el número y le dio el número de fax de la fiscalía de Dade. Se quedó contemplando el número, intentando ordenar los pensamientos y sacudirse el agotamiento.

¿Por qué no?, se dijo. Merecía la pena intentarlo.

Marcó el número, no muy segura de lo que iba a decir.

Hubo media docena de tonos antes de que contestaran.

Hallo?

– Quisiera hablar con el señor Klaus Wilmschmidt. ¿Es usted?

Was ist das? Ich spreche kein Englisch. Eine Minute…

El teléfono enmudeció, y poco después habló una voz titubeante, más joven:

– ¿Diga? ¿Quién llama, por favor?

– ¿Habla usted inglés?

– Sí. ¿Quién es, por favor?

– Me llamo Martínez. Soy fiscal del condado de Dade en Miami, Florida. Tengo entendido que el señor Klaus Wilmschmidt puede facilitarnos cierta información respecto a una investigación de asesinato. Quiero hablar con él.

– Sí, ésta es su casa. Yo soy su hija. Pero… ¿un asesinato? No entiendo. Mi padre nunca ha estado en Estados Unidos.

Espy oyó al fondo a alguien que preguntaba algo en alemán, pero la mujer lo mandó callar.

– La información que estamos buscando data de hace cincuenta años -añadió Espy-. De la sección 101 de la Gestapo en Berlín, durante la guerra. ¿Era ahí donde trabajaba su padre?

No hubo respuesta.

– ¿Señorita Wilmschmidt?

La línea permaneció muda.

– ¿Señorita Wilmschmidt?

Al otro lado se oyó un torrente de palabras en alemán, un diálogo breve y tenso, y después la hija contestó:

– Eso pertenece al pasado. Mi padre no puede ayudarla. Yo no lo permitiré. -Le temblaba la voz.

Espy habló deprisa.

– Intento averiguar algo acerca de un hombre que trabajó en esa sección. Alguien que quizás haya cometido asesinatos actualmente. Es importante. A lo mejor su padre posee alguna información…

– No quiere hablar de esa época. Pertenece al pasado, señorita… no recuerdo su nombre…

– Martínez.

– Señorita Martínez, mi padre ya es mayor, y esa época ha quedado muy atrás en nuestra historia. Él ha llevado una vida decente, señorita Martínez. Fue policía y un buen hombre. No pienso hacerle recordar esos tiempos. Ahora es mayor y no se encuentra bien, y se merece terminar su vida en paz. Así que no voy a ayudarla, no.

– Señorita Wilmschmidt, por favor, sólo una pregunta. Pregúntele si conoció a un hombre llamado Der Schattenmann. Si dice que no, entonces…

– Lo siento. Mi padre no se encuentra bien. Se merece un poco de paz.

– Señorita Wilmschmidt…

Antes de que pudiera terminar la súplica, volvió a oír al fondo la voz áspera que exigía algo en alemán, seguida de una serie de toses. La mujer le respondió enfadada, y hubo un airado intercambio de frases antes de que la hija volviera al teléfono.

– ¿Qué nombre ha dicho, señorita Martínez?

Der Schattenmann.

Espy oyó que la joven se apartaba del auricular y pronunciaba el nombre en cuestión. Hubo un silencio. Tras una pausa considerable, oyó más palabras en alemán. Luego la mujer regresó al auricular, con cierta vacilación en la voz, como si de pronto se hubiera asustado.

– ¿Señorita Martínez?

– ¿Sí? -Percibió que la hija del policía luchaba por reprimir un sollozo.

– Mi padre dice que está dispuesto a hablar con usted si viene aquí personalmente.

– ¿Sabe algo?

– Estoy sorprendida. Nunca ha hablado de aquellos tiempos, por lo menos con… -Tomó aire y continuó-. ¿Vendrá? Él no puede viajar, está demasiado enfermo. Pero está dispuesto a hablar con usted.

Al fondo se oyó hablar en alemán otra vez.

– No entiendo nada -dijo la mujer.

– ¿Qué pasa? -quiso saber Espy.

– Ha dicho que ha esperado esta llamada suya todos los días durante cincuenta años.

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