Capítulo IV

El timbre sonó agresivamente. Tressilian se levantó de su asiento en la cocina y avanzó lentamente por el corredor. El timbre volvió a sonar. Tressilian frunció el ceño. A través del biselado cristal de la puerta se veía la silueta de un hombre con la cabeza cubierta por un viejísimo sombrero de fieltro. Era como si la escena se repitiera.

El mayordomo abrió la puerta. El que llamaba preguntó:

—¿Vive aquí mister Simeon Lee?

—Sí, señor.

—Quisiera verle.

En Tressilian se despertó un viejo recuerdo. El acento con que hablaba aquel hombre le hizo volver a muchos años atrás, cuando míster Lee acababa de llegar a Inglaterra.

—Míster Lee está inválido —replicó, moviendo dubitativamente la cabeza-. No recibe casi a nadie. Si usted... El desconocido le interrumpió con un ademán, luego sacó un sobre y lo tendió al criado.

—Haga el favor de entregar esto a míster Lee.

—Perfectamente, señor.

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