Capítulo IV

El inspector Sugden había llamado tres veces al timbre. Por fin, desesperado, golpeó furiosamente con el llamador.

Walter, el otro criado, acudió al fin a abrirle. Al ver al policía, un profundo alivio se reflejó en su rostro.

—Iba a llamar a la policía —dijo.

—¿Por qué? —preguntó Sugden-. ¿Qué ocurre?

—Han matado a míster Lee, al viejo —murmuró con voz reprimida Walter.

El inspector le empujó a un lado y subió corriendo por la escalera. Llegó a la habitación de Simeon Lee sin que ninguno de los que allí estaban se diera cuenta de su presencia. En el momento en que entraba vio que Pilar recogía algo del suelo. David Lee se había cubierto los ojos con las manos. Los demás formaban un pequeño grupo. Alfred Lee era el que estaba más cerca del cadáver de su padre.

George Lee declaraba con voz engolada:

—Que nadie toque nada... recordadlo bien... Nada, hasta que llegue la policía. Eso es muy importante. —Ustedes perdonen —dijo Sugden, avanzando y echando a un lado a las señoras.

Alfred Lee le reconoció.

—¿Es usted, míster Sugden? —dijo-. Ha venido muy deprisa.

—Sí, míster Lee. —El inspector no perdió tiempo en explicaciones-. ¿Qué significa esto?

—Mi padre ha sido asesinado —explicó Alfred con voz quebrada.

Magdalene empezó a sollozar histéricamente. Con un autoritario ademán, Sugden ordenó:

—Hagan el favor de salir todos de aquí. Todos menos míster Alfred Lee y George Lee.

Los demás retrocedieron de mala gana hacia la puerta. El policía cerró el paso a Pilar.

—Usted perdone, señorita —dijo amablemente-. No debe tocarse nada de cuanto se encuentra en el lugar del crimen.

La joven le miró y Stephen Farr dijo impaciente: —Desde luego. La señorita ya lo ha comprendido. Siempre con la misma amabilidad, el inspector añadió:

—¿Recogió algo del suelo hace un momento?

Pilar le miró incrédulamente y al fin contestó:

—No, señor.

El policía seguía mostrándose amable.

—La vi recogerlo, señorita —explicó. —¡Oh!

—Tenga la bondad de entregármelo. En estos momentos lo tiene en la mano.

Poco a poco, Pilar abrió la mano. En la palma tenía una especie de vejiga de goma y un pequeño objeto de madera. El inspector Sugden los guardó en un sobre que se metió en un bolsillo.

Después de dar las gracias a Pilar, se volvió hacia el centro de la habitación. Stephen Farr reflejó en sus ojos un sorprendido respeto. Era como si reconociese haber subestimado la capacidad del alto y atractivo policía.

Luego salieron de la habitación. Detrás de ellos se oyó la voz del inspector que solicitaba:

—Y ahora tengan la bondad...

Загрузка...