Capítulo II

El inspector Sugden se acercó al detective.

—Buenos días —saludó bastante sombrío-. No se presta mucho el momento para desearle unas alegres Navidades.

—Mon cher collégue, realmente no observo en usted la menor alegría. ¿No ha progresado nada?

—He comprobado la verdad de muchas de las declaraciones. La coartada de Horbury es perfecta. El portero del cine le vio entrar con la muchacha y aseguró que no salió durante la representación. La muchacha que iba con él también lo afirma. Eso nos devuelve a donde estábamos antes. El crimen tiene que haber sido cometido por alguno de los que estaban en la casa. Pero, ¿quién fue?

—¿No tiene nuevos datos o pistas?

—Sí, míster George Lee llamó por teléfono a Westeringham a las nueve menos dos minutos. La conferencia duró seis minutos.

—¡Ah!

—Y no hizo ninguna otra llamada a Westeringham ni a ningún otro sitio.

—Muy interesante —aprobó Poirot-. Míster George Lee afirma que estaba acabando de telefonear cuando oyó el ruido arriba, y ahora descubrimos que terminó diez minutos antes. ¿Dónde estuvo durante esos diez minutos? Su esposa afirma que fue a telefonear, pero ahora sabemos que no lo hizo. ¿Dónde estaba?

—Hace un momento estaba usted hablando con ella, ¿verdad, monsiem Poirot?

—Está en un error.

—¿Eh?

—No era yo quien hablaba con ella, sino al revés, ella conmigo.

—¡Oh! ¿Dice que ella hablaba con usted?

—En efecto. Acudió a mí con ese definitivo propósito. Deseaba poner de relieve ciertos puntos. El carácter extranjero del crimen; la posibilidad de indeseables antecedentes en la ascendencia de mademoiselle Estravados y el hecho de que la señorita española recogiera furtivamente algo del suelo en la habitación del crimen.

—¿Eso le dijo? —preguntó Sugden con visible interés.

—Sí. ¿Qué fue lo que recogió la señorita?

—Lo que en todas las novelas policíacas resuelve el misterio —suspiró Sugden-. Si saca usted en limpio algo de ello, me retiro del servicio.

—Enséñemelo.

Sugden sacó un sobre y vació su contenido en la palma de la mano. En su rostro se dibujaba una sonrisa.

—Aquí lo tiene. ¿Qué le parece?

En la amplia palma de la mano del inspector veíase un trocito triangular de goma roja y una chapita de madera.

—Este trozo de goma debe de haber sido cortado de una esponja —comentó Poirot.

—Sí. De una esponja del cuarto de baño de míster Lee. Ha sido cortado con unas tijeras muy afiladas. Tal vez lo hizo el mismo míster Lee, aunque no comprendo por qué lo haría. En cuanto a la chapita de madera es del mismo tamaño que una ficha de póker, pero ésas generalmente las hacen de marfil.

—Es realmente muy curioso —comentó Poirot.

—Guárdelo si quiere —indicó Sugden-. A mí no me hace ninguna falta.

—No deseo privarle de su hallazgo.

—¿No le indica nada?

—En absoluto.

—¡Magnífico! —exclamó con perceptible sarcasmo el policía-. No cabe duda de que vamos progresando.

—La señora de George Lee declara que mademoiselle Pilar Estravados recogió esos objetos de una manera furtiva. ¿Es cierto?

—No... no puede decirse, exactamente, que lo hiciera así. Lo único sospechoso es que lo recogió muy de prisa. Y estoy seguro de que no se dio cuenta de que yo la había visto. Cuando le pedí que me lo entregara se sobresaltó.

—Entonces es que había algún motivo. Pero ¿cuál? Ese trozo de goma no parece haberse utilizado para nada. Y sin embargo...

—Bien, puede usted seguir preocupándose por ello —dijo Sugden con cierta impaciencia-. Yo tengo otras cosas en qué pensar.

—¿Y qué opina usted de la situación del caso? Sugden sacó su cuaderno de notas.

—Aquí tengo hechas algunas notas que acaso le interesen. Primero he anotado los nombres de las personas que no pudieron cometer el crimen: Alfred y Harry Lee. Ambos tienen una magnífica coartada. También la señora de Alfred Lee, que fue vista por Tressilian un minuto antes de que se oyera el ruido de la lucha. Esos tres están limpios de culpa. En cuanto a los otros, aquí están sus nombres. Los he anotado así para mayor claridad.

Y Sugden tendió su cuaderno a Poirot.

EN EL MOMENTO DEL CRIMEN

George Lee..............

¿Dónde estaba?

Su esposa...............

¿Dónde estaba?

David Lee...............

Estaba tocando el piano en la sala de música. (Su esposa confirma su declaración.)

Su esposa...............

Estaba en la sala de música. (Su esposo confirma su declaración.)

La señorita Estravados..

Estaba en su dormitorio. (Nadie lo confirma.)

Stephen Farr............

Estaba en la sala de baile tocando el gramófono. (Lo confirman tres criados que estuvieron oyendo la música.)

—Como ve, George Lee pudo matar al viejo —siguió Sugden-. Su mujer también pudo matarle. También puede ser Pilar la asesina. Y también David Lee o su mujer, pero no los dos.

—Entonces, ¿no cree usted en la coartada? Sugden movió enfáticamente la cabeza.

—No puedo creer una declaración sostenida por un matrimonio que se adora. Es indudable que alguien se encontraba en la sala de música, haciendo sonar el piano, pero aunque es casi seguro que ese alguien era David, también podía ser su esposa, que estaba interpretando la Marcha Fúnebre mientras su marido subía a cometer el crimen. Es un caso completamente distinto del que tenemos en el comedor. Alfred y Harry son hermanos, pero se odian a muerte. Ninguno de ellos juraría en falso por salvar al otro.

—¿Y Stephen Farr?

—Es un posible sospechoso, ya que la coartada del gramófono es muy poco consistente. Por otra parte, pertenece a la clase de coartadas reales. Cuando es demasiado consistente. hay muchas probabilidades de que haya sido preparada de antemano.

Poirot inclinó la cabeza.

—Ya entiendo —dijo pensativo-. Es la coartada de un hombre que ignora que se hallaría en la necesidad de probarla.

—Eso mismo. Además no creo que en este crimen haya intervenido ninguna mano extraña.

—Estoy de acuerdo con usted —declaró Poirot-. Se trata de un asunto de familia. Hay mucho odio en él y va a ser difícil la solución. Míster Lee no era ningún santo.

—Cierto que no. Era de esos hombres que venderían su alma al diablo y se quedarían muy satisfechos con el negocio. Era orgulloso como Lucifer.

—¡Orgulloso como Lucifer! —repitió Poirot-. Eso me da una idea.

—No creerá que le asesinaron porque era orgulloso.

—No, quiero decir que hay mucho de cierto en la herencia del carácter. Simeon Lee pudo legar su orgullo a sus hijos...

Poirot se interrumpió. Hilda Lee había salido de la casa y estaba mirando a su alrededor.

Загрузка...