Capítulo IV

—Adiós, Alfred —dijo George-. Adiós, Lydia. ¡Qué días más terribles hemos pasado! Ahora falta el juicio. Supongo que saldrá a relucir toda la desagradable verdad. Se descubrirá que Sugden es hijo de nuestro padre. Si se pudiera conseguir que declarase que obró impulsado por móviles comunistas, disgustado por ser mi padre un capitalista...

—Querido George, no esperes que un hombre como Sugden diga mentiras para evitarnos un disgusto —sonrió Lydia.

—Tal vez no. En fin, creo que fe entiendo. Pero no cabe duda de que el hombre ese estaba loco. Bueno, adiós.

—Adiós —dijo Magdalene-. El año que viene podremos irnos todos a la Riviera a disfrutar de verdad.

—Depende de cómo esté el franco —dijo George. —No seas tacaño —murmuró Magdalene.

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