Capítulo 25. El caballero acaba con el arzobispo

Murray accedió a publicar la historia de mala gana.

– Tendré que contarle a Gil la historia entera -me advirtió. Gil era el editor de la primera página.

Le expliqué toda la situación: Ajax, el Banco Ambrosiano, Corpus Christi…

Murray se terminó la cerveza y pidió otra a la camarera. Sal estaba ocupada en la barra con la gente que salía de las oficinas a aquella hora.

– ¿Sabes? Es posible que O'Faolin hiciese al FBI retirarse del caso.

Asentí.

– Eso es lo que creo yo. Entre la señora Paciorek y él tienen suficiente dinero y poder como para cerrar una docena de investigaciones. Me gustaría llevar a Derek al convento conmigo mañana, pero no me escucha ni en el mejor de los casos. Bobby tampoco. Y éste no es el mejor de los casos.

Pasé una tarde frustrante al teléfono. Tuve una larga conversación con Bobby, en la que me leyó la cartilla por no haber contado antes lo de Novick. Se negó a escuchar mi historia. Se negó a mandar a un hombre al convento para interrogar al arzobispo o a Pelly. Y se horrorizó ante la acusación contra la señora Paciorek. Bobby era un católico furibundo; no iba a ir contra un príncipe de la Iglesia. Ni contra una princesa.

Derek Hatfield fue aún menos cooperador. La sugerencia de que al menos retuviese a O'Faolin durante cuarenta y ocho horas se encontró con un rechazo gélido. Como solía ocurrir en mis encuentros con Derek, terminé la discusión con una observación grosera. Es decir, yo hice una observación grosera y él colgó. Que es lo mismo, la verdad.

Una conversación con Freeman Cárter, mi abogado, fue más aprovechable. Era tan escéptico como Bobby o Derek, pero al menos trabajaba para mí y me prometió conseguir unos cuantos nombres… a cambio de ciento veinticinco dólares la hora.

– Estaré en el convento -prometió Murray.

– No es que quiera faltarte al respeto, pero preferiría una docena de hombres con revólveres.

– Recuerde, señorita Warshawski: la pluma es más poderosa que el lápiz -dijo Murray siniestramente.

Me reí sin ganas.

– Lo grabaremos -prometió Murray-. Y llevaré a alguien con una cámara.

– Será útil… ¿Y te llevarás al tío Stefan a casa contigo?

Murray hizo una mueca.

– Sólo si pagas mi funeral cuando Lotty descubra lo que he hecho -conocía a Lotty lo bastante como para saber el genio que tenía.

Miré el reloj y me excusé. Eran casi las seis, la hora a la que tenía que llamar a Freeman a su club antes de que se marchase a una cita para cenar.

Sal me dejó usar el teléfono del cubículo que ella llama su oficina, una habitación sin ventanas que está detrás de la barra con un espejo que mira hacia el suelo. Freeman fue tajante y breve. Me dio dos nombres, el del abogado de la señora Paciorek y el de su broker. Y, en efecto, el broker había llevado a cabo una transacción de doce millones de dólares para que Corpus Christi comprase acciones de Ajax.

Silbé para mis adentros cuando Freeman colgó. Valían la pena los ciento veinticinco dólares. Volví a mirar el reloj. Tenía tiempo para hacer una llamada más, esta vez a Ferrant, que estaba aún en las oficinas de Ajax.

Parecía más cansado que nunca.

– Hablé hoy con la directiva y traté de convencerles de que me encontrasen un sustituto. Necesitan a alguien que domine las operaciones aseguradoras, o todo esto se irá al infierno y no quedará nada que adquirir. Toda mi energía se va en reuniones con águilas legales y brujos financieros y no tengo tiempo de hacer lo único que sé hacer bien: operaciones bursátiles de compañías de seguros.

– Roger, creo que tengo una salida para el problema. No quiero decirte lo que es, porque tendrías que decírselo a tu socio y a la directiva. Puede que no funcione, pero si lo sabe demasiada gente, no funcionará seguro.

Roger se quedó pensándolo. Cuando volvió a hablar, su voz tenía más energía.

– Sí. Tienes razón. No te presionaré… ¿Podría verte esta noche? ¿Para cenar quizá?

– Una cena muy tardía. ¿Hacia las diez?

Le venía muy bien; iba a estar encerrado con águilas y brujos durante unas cuantas horas más.

– ¿Puedo decirles que quizá tengamos una solución cerca?

– Mientras no les digas quién te lo ha dicho…

Cuando volví a la mesa, Murray me había dejado una breve nota arrancada de su cuaderno, informándome de que se iba a hablar con Gil para intentar meter aquello en la última edición.

La única ventaja que tenía el Toyota alquilado sobre mi pequeño Omega era que la calefacción funcionaba. Enero se deslizaba hacia febrero sin ningún cambio visible en el tiempo. El termómetro había caído a bajo cero el día de Año Nuevo y no había vuelto a subir desde entonces. Mientras salía del garaje subterráneo y giraba hacia Lake Shore Drive, el coche se calentó lo bastante como para que pudiera quitarme la chaqueta.

Al salir a Half Day Road, me preguntaba si sería prudente ir en el coche hasta la puerta delantera de la casa de los Paciorek. ¿Y si el doctor Paciorek estaba compinchado con O'Faolin para acabar conmigo? Eso podría salvar la reputación de su esposa. ¿Y si O'Faolin le golpeaba con un crucifijo y me disparaba?

El doctor me recibió a la puerta con el rostro grave y arrugado. Parecía como si no hubiese dormido desde que le dejé la noche anterior.

– Catherine y Xavier están en el cuarto de estar. No saben que estás aquí. Pensé que Xavier no se quedaría si sabía que ibas a venir.

– Seguramente.

– Le seguí por el familiar pasillo hasta el cálido cuarto de estar.

La señora Paciorek estaba sentada, como de costumbre, junto al fuego. O'Faolin había acercado una silla de respaldo recto al sofá en el que ella se sentaba. Cuando el doctor Paciorek y yo entramos, miraron hacia la puerta y dieron sendos respingos.

O'Faolin se puso de pie y se acercó a la puerta. Paciorek extendió un brazo, fuerte por haber abierto a tanta gente a lo largo de los años, y le empujó otra vez hacia el interior de la habitación.

– Tenemos que hablar -su voz había recobrado su firmeza-. Tú y Catherine no me habéis aclarado nada; Victoria podrá ayudarnos.

O'Faolin me lanzó una mirada que me encogió el estómago. Odio y destrucción. Intenté dominar la furia que me embargó al verle: el hombre que había tratado de dejarme ciega, que quemó mi casa. No era el momento de estrangularle, pero me dieron verdaderas ganas.

– Buenas noches, arzobispo. Buenas noches, señora Paciorek -me gustó oír mi voz saliendo sin vacilaciones-. Hablemos de Ajax, de Corpus Christi y de Agnes.

O'Faolin también se había dominado.

– Temas de los que sé muy poco, señorita Warshawski.

La voz sin acentos era altanera.

– Xavier, espero que tenga usted un confesor con mucha influencia.

Entrecerró los ojos un poco, no sé si por mi uso de su nombre de pila o por la acusación.

– ¿Cómo te atreves a hablar así al arzobispo? -escupió la señora Paciorek.

– Me conoces, Catherine; lo bastante valiente como para intentar cualquier cosa. Todo se consigue con la práctica.

El doctor Paciorek levantó las manos conciliador.

– Ahora que ya se han insultado todos, ¿podemos ponernos a hablar en serio? Victoria, la noche pasada hablaste de la conexión entre Corpus Christi y Ajax. ¿Qué pruebas tienes?

Rebusqué en mi bolso y saqué la grasienta fotocopia de la carta de Raúl Díaz Figueredo a O'Faolin.

– Creo que lo que tengo en realidad es la prueba de la participación de O'Faolin en la adquisición encubierta de Ajax. Lee usted en español, ¿verdad?

El doctor asintió en silencio y le tendí la fotocopia. Él la leyó con atención, varias veces, y luego se la mostró a O'Faolin.

– ¡Así que fue usted! -silbó.

Me encogí de hombros.

– No sé a qué se refiere, pero sé que esta carta demuestra que sabía usted que Ajax era el objetivo mejor, si no el más fácil, para ser adquirido encubiertamente. Cogió usted mil millones de dólares del capital del Banco Ambrosiano colocado en bancos panameños. No puede usted utilizarlo; si retira el dinero y se pone a gastarlo, el Banco de Italia se echaría sobre usted como leones sobre un antiguo cristiano.

»Así que se acordó usted de Michael Sindona y el Francklin National Bank y se dio cuenta de que lo que necesitaba era una institución financiera americana para blanquear el dinero a través de ella. Y una compañía de seguros es mejor que un banco en muchos sentidos porque se pueden disimular mucho más las jugadas. Figueredo consiguió que alguien se enterase del capital disponible de las compañías. Pienso que les gustó Ajax porque está en Chicago. Los chicos de finanzas no ven nada cuando las cosas ocurren fuera de la ciudad de Nueva York. Les lleva demasiado tiempo averiguarlo todo. ¿Me ocurrirá a mí también?

Catherine se había puesto bastante pálida. Su boca se había convertido en una línea delgada. O'Faolin, sin embargo, estaba tan tranquilo, sonriendo con desprecio.

– Es una bonita teoría. Pero si un amigo mío me señala que Ajax es un buen objetivo, eso no tiene nada de ilegal. Y si yo la adquiero, tampoco es ilegal, aunque de dónde sacaría yo ese dinero es una buena pregunta. Pero que yo sepa, no la voy a comprar.

Se echó hacia atrás en su silla, con las piernas estiradas y los tobillos cruzados.

– Lástima por la venalidad de la condición humana -yo también intenté sonreír despreciativamente, pero no me va ese tipo de cosas-. Mi abogado, Freeman Cárter, habló con el suyo esta tarde, señora Paciorek. Freeman pertenece al mismo club que Fuller Gibson y a Fuller no le importó contarle quién está llevando el negocio de compra y venta de acciones para el Paciorek Trust. De ese modo no fue demasiado difícil conseguir verificar la nota que Agnes me dejó: Corpus Christi utilizó doce millones para comprar acciones de Ajax en nombre de la compañía Wood-Sage.

Nadie dijo nada durante un minuto. La señora Paciorek hizo un extraño ruidillo y se desmayó, cayendo sobre el sofá. Paciorek acudió junto a ella mientras O'Faolin se ponía de pie y se dirigía a la puerta. Me planté en la puerta, cerrándole el paso. Era algo más alto que yo y quizá unos veinte kilos más pesado, pero yo tenía veinte años menos.

Intentó apartarme con el brazo izquierdo. Como su peso se inclinaba hacia ese lado, le agarré del brazo y tiré de él, mandándole al pasillo de cabeza. Aquella pequeña violencia desató su furia contenida. Jadeando ligeramente, esperé a que se pusiera de pie.

Se levantó retrocediendo con cautela.

– No me tendrá miedo, ¿verdad, Xavier?

Doblé los dedos de la mano derecha por la segunda falange y le di un golpe con el codo izquierdo en el diafragma. Él me lanzó un inexperto golpe al hombro y le metí los dedos doblados en los ojos. Sujetando la parte trasera de su cabeza con la mano izquierda, apreté con la derecha mientras él me empujaba y daba patadas. No era un gran luchador.

– Podría dejarle ciego. Podría matarle. Si se resiste, aumentará la presión.

Sentí un brazo en el hombro izquierdo, tirando, y me sacudí, pero el brazo tiraba insistentemente. Me desprendí, jadeando para coger aire, con una furia roja dándome vueltas a la cabeza.

– ¡Suélteme! ¡Suélteme!

– ¡Victoria! -era el doctor Paciorek. Sentí un pinchazo en la cara, me di cuenta de que me había abofeteado y retrocedí lentamente por el pasillo de mármol.

– Intentó dejarme ciega -jadeé-. Intentó quemarme viva. Seguramente fue él el que mató a Agnes. Tendría que haberme dejado matarle.

O'Faolin estaba blanco con excepción de sus ojos: la piel alrededor de ellos estaba púrpura a causa de la presión de mis dedos. Se colocó el alzacuellos.

– Está loca, Thomas. Llama a la policía.

Paciorek me soltó el brazo y me apoyé contra la pared. Mientras volvía a la realidad, recordé la otra parte de mi plan.

– Ah, sí, Stefan Herschel murió anoche. Es otro crimen más del que es responsable este príncipe de la paz.

Paciorek frunció las cejas.

– ¿Quién es Stefan Herschel?

– Era un anciano, un maestro grabador, que intentó que aquí Xavier se interesase por un certificado de depósito falsificado. Xavier robó el certificado, pero no antes de que su compinche Walter apuñalase al anciano. Walter era el hombre que estaba herido en el jardín anoche. Se mueve mucho.

– ¿Es verdad eso? -preguntó Paciorek.

– Esta mujer es una lunática, Thomas. ¿Cómo puedes creer lo que está diciendo? El viejo está muerto, por lo que se ve, así que ¿cómo puede verificar la historia? De todos modos, todo esto no es más que palabrería: un viejo muerto; Corpus Christi comprando acciones de Ajax; Figueredo escribiendo acerca de las posibilidades de invertir en Ajax… ¿De qué modo me implica a mí todo eso en un delito?

Paciorek estaba pálido.

– Estés implicado o no, Catherine sí lo está. Gracias a ti, es su dinero el que sostiene a Corpus Christi aquí en Chicago. Y es el dinero que se está utilizando para comprar las acciones de Ajax. Y ahora resulta que, quizá porque estaba investigando este asunto, mi hija mayor está muerta. O'Faolin, te hago responsable. Mezclaste a Catherine en todo esto.

– Durante años insististe en que yo era el genio maléfico de Catherine, su Rasputín -O'Faolin se mostraba altanero-. Así que no me sorprende que me culpes ahora.

Dio la vuelta y se marchó. Ni Paciorek ni yo hicimos ningún movimiento para detenerle. Paciorek parecía más cansado que nunca.

– ¿Qué es verdad de todo esto?

– ¿De qué? -dije irritada-. ¿Está Corpus Christi detrás de Wood-Sage? Sí, es verdad. ¿Y Wood-Sage detrás de la adquisición fraudulenta de Ajax? Sí, lo registraron en el SEC el viernes. ¿Y mataron a Agnes por investigarlo? Eso nunca se demostrará. Pero es probable.

– Necesito una copa -murmuró-. Pasan meses y no bebo más que un vaso de vino. Y heme aquí bebiendo dos días seguidos -me guió a través del laberinto hasta su estudio.

– ¿Cómo está Catherine?

– ¿Catherine? -el nombre pareció sorprenderle-. Oh, Catherine. Está bien. No es más que el shock. No me necesita en cualquier caso -miró en su mueble bar-. Nos acabamos el coñac anoche, ¿verdad? Tengo un poco de whisky. ¿Tomas Chivas?

– ¿Tiene Black Label?

Rebuscó en el mueble. No había Black Label. Acepté el Chivas y me senté en el sillón de cuero.

– ¿Qué ocurrió con el anciano? ¿Con el grabador?

Me encogí de hombros.

– Ha muerto. Eso convierte a O'Faolin en cómplice, si Novick es identificado. El problema es que no lo será a tiempo. Estará en el avión de Roma mañana a las diez. Si no vuelve nunca a Chicago, estará libre.

– ¿Y la compra de Ajax? -se terminó el whisky de un trago y se sirvió otro. Me ofreció la botella, pero la rechacé; no quería estar borracha cuando tuviese que conducir de vuelta a Chicago.

– Creo que puedo detener esto.

– ¿Cómo?

Sacudí la cabeza.

– Es una pequeña nota en las leyes del SEC. Tan pequeña que probablemente Xavier nunca la tuvo en cuenta.

– Ya -se había terminado la segunda copa y se sirvió una tercera.

No servía de nada ver cómo se iba emborrachando. En la puerta me volví un momento a mirarle. Estaba contemplando el fondo del vaso, pero se dio cuenta de que me iba.

– Dijiste que la muerte de Agnes no se comprobaría nunca. Pero ¿estás completamente segura?

– No hay pruebas -dije inútilmente.

Dejó el vaso sobre la mesa con un golpe seco.

– No estés tan segura. Cuando alguien está mortalmente enfermo del corazón, se lo digo. Le digo que esas cosas no son nunca seguras y que pueden pasar las cosas más raras. Pero sé lo que pasa sin necesidad de exámenes. De un profesional a otro, dime, ¿qué seguridad tienes acerca de lo de la muerte de Agnes?

Miré sus ojos castaños y vi el brillo de unas lágrimas.

– De un profesional a otro: toda la seguridad.

– Ya. Eso es todo lo que quería saber. Gracias por haber venido esta noche, Victoria.

No quería dejarle en semejante estado. Él ignoró mi brazo tendido, cogió un periódico que estaba en un rincón y se puso a estudiarlo con atención. No le dije que estaba al revés.

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