15

– Opino que es un error, Alan. Pienso que deberíamos distanciarnos, no intentar hacernos cargo de la investigación. -Russell se encontraba junto a la mesa del presidente en el despacho Oval.

Richmond repasaba el articulado de una ley de asistencia sanitaria, un auténtico atolladero en el que no estaba dispuesto a invertir mucho de su capital político antes de las elecciones.

– Gloria, por favor, continúa con el programa. -Richmond estaba preocupado; las encuestas le daban una gran ventaja, pero pensaba que la diferencia tendría que ser aún mayor. Su oponente, Henry Jacobs, era bajo, poco agraciado y mal orador. Su único mérito eran los treinta años de trabajo en pro de los pobres y menesterosos del país. En consecuencia, desde el punto de vista de los medios era un auténtico desastre. En una era de cámaras y micrófonos tener buena pinta y un pico de oro era básico. Jacobs ni siquiera era el mejor entre un grupo bastante flojo que había visto apartados a los dos mejores candidatos por culpa de diversos escándalos, sexuales y de los otros. Todo esto hacía que Richmond se preguntara por qué la ventaja de treinta y dos puntos en las encuestas no eran cincuenta.

Por fin miró a la jefa de gabinete.

– Mira, le prometí a Sullivan ocuparme del asunto. Lo dije delante de audiencia nacional y me consiguió doce puntos en las encuestas que, al parecer, tu bien engrasado equipo electoral no puede mejorar. ¿Tengo que salir y declarar una guerra para que suban las encuestas?

– Alan, tenemos las elecciones en el bote; los dos lo sabemos. Pero tenemos que jugar a no perder. Debemos ser precavidos. Esa persona todavía anda por allí. ¿Qué pasará si le atrapan?

– ¡Olvídate de él! -Richmond se levantó enojado-. Si dejaras de pensar en él por un momento, verías que el hecho de haberme vinculado estrechamente al caso le resta a ese tipo cualquier pizca de credibilidad. Si no hubiera proclamado públicamente mi interés, algún reportero entrometido quizá se mostraría dispuesto a investigar cualquier rumor sobre la presunta implicación del presidente en la muerte de Christine Sullivan. Pero ahora que la nación sabe que estoy dispuesto a llevar al criminal ante la justicia, si se hace cualquier acusación, la gente pensará que el tipo me vio en la televisión y que está loco.

Russell se sentó. El problema radicaba en que Richmond no conocía todos los hechos. De haber sabido lo del abrecartas, ¿habría dado estos pasos? ¿De haber sabido que Russell había recibido la carta y la foto? Le estaba ocultando información a su jefe, una información que podía hundirlos a los dos para siempre.

Russell cruzó el vestíbulo en dirección a su despacho sin darse cuenta de que Bill Burton la miraba desde un pasillo. La mirada no era precisamente de afecto.

«Maldita puta.» Desde su posición podía haberle metido tres balas en la cabeza. Sin problemas. La charla con Collin lo había aclarado todo. Si aquella noche hubiese llamado a la policía hubiese habido problemas, pero no para él y Collin. El presidente y su compañera se habrían llevado la peor parte. La mujer le había embaucado. Y ahora todo aquello por lo que había trabajado y sufrido pendía de un hilo.

Sabía mucho mejor que Russell a lo que se enfrentaban. Y fue este conocimiento por lo que había tomado una decisión. No había sido fácil, pero era la única a su alcance. Era la razón por la que había visitado a Seth Frank. También era la causa por la que había hecho pinchar el teléfono del detective. Burton sabía que era dar palos de ciego, pero ahora ya no había nada seguro. Había que jugar con las cartas que tenían y confiar en que la fortuna les sonriese en algún momento.

Una vez más Burton se estremeció de furia por la posición en que le había puesto. La decisión que había tenido que tomar por su estupidez. Era lo único que podía hacer aparte de estrangularla con sus propios manos. Pero se prometió a sí mismo una cosa. Aunque le fuera la vida en ello se aseguraría de que esta mujer sufriera por sus actos. Él se encargaría de arrancarla de la protección de su carrera, la arrojaría a los lobos, y disfrutaría en el proceso.


Gloria Russell se arregló el pelo y la pintura de los labios delante del espejo. Era consciente de que se comportaba como una adolescente enamorada, pero había algo tan ingenuo y, al mismo tiempo, tan masculino en Tim Collin que había comenzado a distraer su atención del trabajo, algo que nunca le había pasado antes. Pero era un hecho histórico que los hombres en el poder siempre disfrutaban de algunas aventuras. Russell, que no era una ferviente feminista, no veía nada de malo en emular a los colegas varones. A su modo de ver, sólo era otra de las ventajas del cargo.

Mientras se quitaba el vestido y la ropa interior y se ponía su camisón más transparente, se recordó una y otra vez los motivos para seducir al joven. Le necesitaba por dos razones. Una, sabía su fallo con el abrecartas y ella necesitaba que mantuviese un silencio absoluto al respecto, y, segundo, necesitaba su ayuda para recuperar la prueba. Motivos racionales y coherentes y, sin embargo esta noche, como en las anteriores, le parecían algo muy distante.

En este momento sentía que podía follarse a Tim Collin todas las noches durante el resto de su vida y no cansarse nunca de las sensaciones que experimentaba después de cada encuentro. Su cabeza le ofrecía mil razones por las que debía dejarlo, pero el resto de su cuerpo, por una vez, no le hacía caso.

La llamada a la puerta llegó antes de lo esperado. Acabó de arreglarse el peinado, comprobó una vez más el maquillaje, y trastabilló mientras se calzaba los zapatos rojos de tacón alto al tiempo que cruzaba el vestíbulo. Abrió la puerta y sintió como si alguien le hubiese clavado un puñal entre los pechos.

– ¿Qué diablos hace aquí?

Burton metió la punta del zapato en la abertura y apoyó una de sus manazas contra la hoja.

– Tenemos que hablar.

Russell en un gesto inconsciente miró más allá del visitante en busca del hombre con el que pensaba hacer el amor esa noche.

– Lo lamento, el galán no vendrá esta noche, jefa -dijo Burton al ver la mirada.

Permaneció en la entrada con la mirada puesta en la jefa de gabinete, que ahora intentaba descubrir qué estaba haciendo él allí al mismo tiempo que intentaba cubrir las partes estratégicas de su anatomía. No tuvo éxito con ninguna de las dos.

– ¡Váyase, Burton! ¿Cómo se atreve a entrar aquí? Está acabado. Burton entró en la sala de estar; apenas si la rozó al pasar a su lado.

– Hablamos aquí o hablaremos en otra parte. Usted decide.

– ¿Qué diablos está diciendo? -preguntó mientras le seguía-. Le repito que se vaya. Al parecer se olvida del lugar que ocupa en la jerarquía oficial, ¿no?

– ¿Siempre atiende la puerta vestida así? -replicó él. Comprendía el interés de Collin. El camisón no ocultaba nada de la voluptuosa figura de la jefa de gabinete. ¿Quién lo hubiese pensado? Se hubiese sentido excitado a pesar de los veinticuatro años de matrimonio con la misma mujer y los cuatro hijos producto de aquella unión, de no haber sido que le repelía profundamente la mujer semidesnuda que tenía delante.

– ¡Váyase al infierno, Burton!

– Allí es donde acabaremos todos. Vístase, después hablaremos y me iré. Pero hasta entonces no pienso moverme de aquí.

– ¿Se da cuenta de lo que hace? Puedo aplastarle.

– ¡Estupendo! -Sacó las fotos del bolsillo de la chaqueta y las arrojó sobre la mesa. Russell intentó no mirarlas, pero al final las cogió. Le temblaban tanto las piernas que apoyó una mano en la mesa.

– Usted y Collin hacen una pareja muy bonita. No le miento. Pienso que a los medios les encantará Buen material para la película de la semana. ¿Qué le parece? Un agente del servicio secreto se folla a la jefa del gabinete.

Ella le dio una bofetada con tanta fuerza que le dolió el brazo. Fue como golpear contra un mueble. Burton le cogió la mano y se la retorció hasta que ella lanzó un grito.

– Escuche, señora, sé todo lo que pasa aquí. Todo. El abrecartas. Quién lo tiene. Y lo que es más importante, cómo lo consiguió. Ahora tenemos además las cartas de nuestro pequeño voyeur ladrón. Lo mire por donde lo mire estamos metidos en un follón, y a la vista de que usted ha metido la pata desde el principio, pienso que se impone un cambio de mando. Así que vaya y sáquese esas ropas de puta, y vuelva aquí. Si quiere que le salve ese culo tan bonito, hará exactamente lo que le diga. ¿Está claro? Porque si no lo entiende entonces sugiero que tengamos una charla con el presidente. Usted decide, jefa. -Burton pronunció la última palabra con un tono que dejaba bien claro la repugnancia que le producía la mujer.

Burton le soltó el brazo pero continuó dominándola con su presencia. El corpachón enorme parecía impedirle pensar. Russell se frotó el brazo y miró a Burton con una expresión casi tímida mientras comenzaba a entender la situación.

Fue al baño y vomitó. Le pareció que tardaba una eternidad. A continuación se lavó la cara con agua fría hasta que desaparecieron las náuseas. Se sentó a descansar un instante y después se dirigió a su dormitorio a paso lento.

Le daba vueltas la cabeza. Se puso pantalones y un jersey grueso. Arrojó el camisón sobre la cama, demasiado avergonzada incluso para mirarlo mientras caía; sus sueños de una noche de placer destrozados de una forma tan violenta como inesperada. Reemplazó los zapatos rojos por unos mocasines marrones.

Se frotó las mejillas ruborizadas, se sentía como si su padre acabara de sorprenderla con la mano de un chico debajo del vestido. Eso ya había ocurrido en su vida, y probablemente había contribuido a su absoluta dedicación a su carrera en detrimento de todo lo demás. Tanta era la vergüenza que había pasado. Su padre le había llamado puta y le había dado tal paliza que no pudo ir a la escuela durante una semana. Ella había rezado para que nunca más tuviera que sentir tanta vergüenza. Hasta esta noche sus plegarias habían sido atendidas.

Se obligó a respirar con normalidad. Cuando regresó a la sala vio que Burton se había quitado la chaqueta y sobre la mesa había una cafetera. Ella miró la pistolera y su mortífero ocupante.

– Crema y azúcar, ¿no?

– Sí -contestó la mujer sin desviar la mirada.

Burton sirvió el café y ella se sentó.

– ¿Qué le dijo Ti… Collin?

– ¿De ustedes dos? Nada. No es de los tipos que hablan de esas cosas. Creo que está enamorado. Ha follado con su cabeza y su corazón. No está mal.

– Usted no entiende nada, ¿verdad? -exclamó Russell que se levantó como si le hubiese explotado un petardo debajo del culo.

– Hay algo que tengo muy claro -respondió Burton sin perder la calma-. Estamos a punto de caernos al precipicio y ni siquiera se ve el fondo. Si quiere saber la verdad, me importa una mierda con quien se acuesta. No es por eso por lo que estoy aquí.

Russell volvió a sentarse y se obligó a beber el café. Ya no tenía el estómago tan revuelto. Burton se inclinó sobre la mesa y le cogió del brazo con toda la suavidad posible.

– Mire, señora. No voy a quedarme sentado aquí y meterle el rollo de que he venido porque me parece la mejor persona del mundo y quiero sacarla de este embrollo, y no hace falta que usted simule que me aprecia. Pero tal como yo lo veo, nos guste o no, estamos juntos en esto. Y la única manera de salir bien librados es trabajar en equipo. Este es el trato que le ofrezco. -Burton se echó hacia atrás sin dejar de mirarla.

Russell dejó la taza de café y se secó los labios con la servilleta.

– De acuerdo.

Burton volvió a inclinarse sobre la mesa.

– Sólo para dejar las cosas bien claras. El abrecartas todavía tiene las huellas dactilares del presidente y Christine Sullivan. Y la sangre de los dos. ¿Correcto?

– Sí.

– Cualquier fiscal daría un ojo de la cara por ese objeto. Tenemos que recuperarlo.

– Lo compraremos. Él quiere venderlo. En la próxima carta nos dirá cuánto quiere.

Burton la sorprendió por segunda vez. Puso un sobre en la mesa.

– El tipo es listo, pero en algún momento tendrá que decirnos dónde se hará la entrega.

Russell abrió el sobre, sacó la carta y la leyó. Estaba escrita en letra de imprenta como la anterior. El mensaje era breve:


Coordenadas llegarán pronto. Recomiendo avancen pasos para respaldo financiero. Para ese pago sugiero mitad siete cifras. Analizar bien consecuencias de cualquier fallo. Responder vía personales Post si interesados.


– Tiene un estilo bastante curioso, ¿verdad? Sucinto pero da en el clavo.

Burton sirvió más café. Después sacó otra de las fotos que Russell ansiaba recuperar con auténtica desesperación.

– Sabe cómo provocar, ¿no es así, señora Russell?

– Al menos da la impresión de estar dispuesto a negociar. -Estamos hablando de mucho dinero. ¿Está preparada para eso? -Deje eso de mi cuenta, Burton. El dinero no es un problema. -Recuperaba la arrogancia justo a tiempo.

– Supongo que no -asintió Burton-. Por cierto, ¿por qué diablos no dejó que Collin limpiara el abrecartas?

– No tengo por qué responder a eso.

– No, en realidad no, madam Presidenta.

Russell y Burton intercambiaron una sonrisa. Quizás ella se había equivocado. Burton era un grano en el culo, pero también era listo y precavido. Ahora comprendió que necesitaba esas cualidades más que la galante ingenuidad de Collin, incluso si iba acompañada de un cuerpo joven y vigoroso.

– Hay una pieza más del rompecabezas, jefa.

– ¿Cuál es?

– Cuando llegue el momento de matar a este tipo, ¿se pondrá remilgada conmigo?

Russell se ahogó con el café y Burton tuvo que palmearle la espalda hasta que ella volvió a respirar con normalidad.

– Supongo que eso responde a mi pregunta.

– ¿De qué diablos habla, Burton? ¿Matarlo?

– Sigue sin comprender lo que está pasando, ¿no? Pensaba que usted era una profesional brillante y astuta. Al parecer las torres de marfil ya no son lo que eran. O quizá necesita una pequeña dosis de sentido común. Deje que se lo explique de una forma bien sencilla. Ese tipo vio al presidente intentando matar a Christine Sullivan, a Sullivan intentando devolverle el favor, y a mí y a Collin haciendo nuestro trabajo liquidándola antes de que el presidente acabara ensartado como un pollo en el asador. ¡Un testigo ocular! Recuerde el término. Antes de que yo me enterara de la pequeña prueba que usted dejó atrás, pensaba que ya nos habían jodido. El tipo se las apaña para filtrar la historia y la bola comienza a rodar. Hay algunas cosas que no se pueden explicar, ¿verdad?

»Pero no ocurre nada -prosiguió Burton-, y yo supongo que estamos de suerte y el tipo tiene demasiado miedo como para dar la cara. Ahora descubro esta mierda del chantaje y me pregunto qué significa.

Burton miró a Russell para que le diera una respuesta.

– Significa que quiere dinero a cambio del abrecartas. Es su billete de lotería. ¿Qué otra cosa puede significar, Burton?

– No, significa que ese tipo se cachondea de nosotros -replicó el agente-. Nos viene con jueguecitos. Significa que tenemos a un testigo ocular en alguna parte que cada vez es más atrevido, más aventurero. Además, sólo un profesional de verdad pudo abrir la caja fuerte de Sullivan. Así que no es de los que se asustan por nada.

– ¿Y? Si conseguimos recuperar el abrecartas allá películas. -Russell comenzaba a vislumbrar dónde quería ir a parar Burton, pero todavía no lo tenía claro.

– Si no se queda con las fotos, que pueden acabar en la primera plana del Post cualquier día de estos. Una foto ampliada de la palma del presidente en un abrecartas sacado del dormitorio de Christine Sullivan en la página uno. Material de primera para una serie de artículos muy interesantes. Base suficiente para que los periódicos comiencen a investigar. Incluso el más insignificante rumor de una relación entre el presidente y el asesinato de Sullivan, y esto se acabó. Desde luego diremos que el tipo está majara y que la foto es un montaje, y quizá nos salga bien. Pero que una de esas fotos aparezca en el Post me preocupa mucho menos que nuestro otro problema.

– ¿Qué es? -Russell se sentó en el filo de la silla, la voz baja, casi ronca, como si intuyera algo muy terrible.

– Parece haber olvidado que este tipo vio todo lo que hicimos aquella noche. Todo. Cómo íbamos vestidos. Los nombres de todos. Cómo limpiamos el lugar, algo que estoy seguro todavía trae de cabeza a los polis. Él puede decirles cuándo llegamos y cuándo nos fuimos. Él puede decirles que busquen en el brazo del presidente las huellas de una herida de arma blanca. Él puede decirles cómo sacamos una bala de la pared y dónde estábamos cuando disparamos. Él puede decirle todo lo que quieren saber. Y cuando lo haga, primero pensarán que lo sabe todo de la escena del crimen porque estaba allí y es el hombre que apretó el gatillo. Pero después los polis se darán cuenta de que no lo hizo un hombre solo. Se preguntarán cómo sabe todas las otras cosas. Algunas son imposibles de inventar y ellos las verificarán. Investigarán sobre todos aquellos pequeños detalles que no tienen sentido, pero que este tipo puede explicar.

Russell se levantó, fue hasta el bar y se sirvió una copa de whisky.También sirvió otra para Burton. Pensó en lo que el agente había dicho. El hombre lo había visto todo. Incluso a ella y a un presidente borracho perdido haciendo el amor. Intentó borrar la imagen de su cabeza.

– ¿Qué necesidad tiene de aparecer después de cobrar?

– ¿Quién dice que aparecerá? Puede hacerlo a distancia. Morirse de risa mientras va al banco y hunde una presidencia. Caray, puede escribirlo todo y mandarlo por fax a los polis. Tendrán que investigar y quién nos dice que no encontrarán alguna cosa. Si encuentran alguna prueba física en aquel dormitorio, pelos, saliva, semen, lo único que necesitan es un cuerpo para compararla. Antes no tenían ningún motivo para mirar hacia nosotros, pero ahora ¿quién lo sabe? Si piden una prueba del adn de Alan Richmond estamos muertos. Muertos. ¿Y qué más da que el tipo no se presente voluntariamente? -añadió el agente-. El detective que lleva el caso no es ningún tonto. El instinto me dice que, con tiempo, acabará por encontrar al hijo de puta. Y un tipo enfrentado a pasar el resto de su vida en la cárcel o condenado a muerte hablará hasta por los codos. Créame, lo he visto infinidad de veces.

Russell se estremeció. Las palabras de Burton eran lógica pura. El presidente había estado muy seguro. Ninguno de los dos había considerado estas posibilidades.

– Además, no sé usted, pero yo no pienso pasarme el resto de mi vida mirando por encima del hombro a ver cuándo cae el hacha.

– Pero ¿cómo podemos encontrarlo?

A Burton le resultó divertido ver cómo la jefa de gabinete había aceptado sus planes casi sin discusión. Al parecer, el valor de una vida no significaba mucho para esta mujer cuando estaba en juego el propio bienestar. No había esperado menos.

– Antes de saber lo de las cartas, pensaba que no teníamos ninguna oportunidad. Pero si quiere cobrar el dinero del chantaje tendrá que fijar un punto de encuentro. Allí es donde será vulnerable.

– Pero le bastará con pedir una transferencia. Si lo que usted dice es cierto, ese tipo es demasiado listo como para buscar una maleta llena de dinero en un contenedor de basura. Y no sabremos dónde estará el abrecartas hasta mucho después de que se haya ido -rebatió la mujer.

– Quizá sí, quién sabe. Deje que yo me preocupe de ese tema. Lo más urgente ahora es que le dé largas al tipo. Si quiere cerrar el trato en dos días, usted diga cuatro. Lo que escriba en los anuncios personales lo dejo de su cuenta, profesora, pero que parezca sincero. Necesito que me consiga un poco de tiempo. -Burton se levantó. Ella le sujetó del brazo.

– ¿Qué va usted a hacer?

– Cuanto menos sepa mejor. Pero ¿tiene claro que si este asunto revienta nos hundimos todos, incluido el presidente? En este momento no hay nada que yo pueda o quiera hacer por evitarlo. A lo que a mí respecta, los dos se lo merecen.

– No se anda con rodeos.

– No sirve para nada. -Se puso el abrigo-. Por cierto, ¿es consciente de que Richmond le dio a Christine Sullivan una paliza de cuidado? Por el informe de la autopsia parece que intentó retorcerle el cuello como a una gallina.

– Creo que sí. ¿Tiene alguna importancia?

– Usted no tiene hijos, ¿verdad?

Russell sacudió la cabeza.

– Yo tengo cuatro. Dos hijas, no mucho más jóvenes que Christine Sullivan. Como padre, uno piensa en cosas como esas. Seres queridos en manos de algún cretino. Sólo quería advertirle qué clase de sujeto es su jefe. Si alguna vez el tipo se pone cachondo, quizá más le valga pensárselo dos veces.

Burton se fue y Russell se quedó sentada en la sala pensando en su vida destrozada.

Mientras subía al coche, Burton se tomó un momento para encender un cigarrillo. Desde hacía unos días, se dedicaba a repasar los últimos veinte años de su vida. El precio que pagaba por preservarlos se estaba volviendo astronómico. ¿Valía la pena? ¿Estaba dispuesto a pagarlo? Podía ir a la poli. Contarles todo. Desde luego, su carrera se habría acabado. Los polis le acusarían de obstrucción a la justicia, conspiración para cometer asesinato, quizás una acusación de homicidio involuntario por matar a Christine Sullivan y algunas cosillas más. Pero todo sumaría. Incluso si llegaba a un arreglo tendría que cumplir una condena bastante larga. Pero lo soportaría. También estaba dispuesto a soportar el escándalo. Toda la mierda que escribirían en los periódicos. Pasaría a la historia como un criminal. Estaría unido para siempre a la corrupta administración Richmond. Y sin embargo era capaz de soportarlo todo si se daba el caso. Lo que el duro Bill Burton no podría soportar sería la mirada de sus hijos. Nunca volvería a ver en sus ojos el respeto y el amor que le profesaban. Y la absoluta y total confianza en que su papá, este hombre grande como una montaña, era, sin lugar a dudas, uno de los buenos. Esto era algo demasiado duro, incluso para él.

Estos eran los pensamientos que le llenaban la cabeza desde la conversación con Collin. Una parte de él deseaba no haber preguntado. No haberse enterado del intento de chantaje. Porque eso le habría dado una oportunidad. Y las oportunidades iban siempre acompañadas de elecciones. Burton ya había hecho la suya. No estaba orgulloso de la misma. Si las cosas funcionaban según el plan, haría todo lo posible para olvidar que hubiera ocurrido alguna vez. ¿Y si las cosas no funcionaban? Bueno, mala suerte. Pero si él caía, también caerían todos los demás.

Este pensamiento provocó otra idea. Burton abrió la guantera. Sacó una minigrabadora y un puñado de casetes. Miró hacia la casa mientras daba una chupada al cigarrillo.

Puso el coche en marcha. Mientras pasaba por delante de la casa de Gloria Russell pensó que las luces permanecerían encendidas mucho tiempo.

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