Alex abrió los ojos y con mirada turbia contempló el retrato del caballo en la pared. En algún lugar, en la distancia, oyó el rumor de voces. Miró a su alrededor, extrañada, tratando de ver dónde estaban todos. ¿Era cierto que había estado en la habitación de Fabián? Ahora se encontraba en el salón. Antes hubo mucha gente a su alrededor; ahora sólo podía ver a dos personas, a David y a Morgan Ford, y ambos parecían estar muy lejos, tanto que bien podían hallarse en otra habitación. O, quizás, hasta en otra casa.
– Nunca me despido de nadie.
Ellos no se dieron cuenta de su presencia.
– Sus conjuros trucados pueden ser muy adecuados para señoras ancianas -le oyó decir a David.
– La presencia de objetos se da con frecuencia, señor Hightower.
¿Qué hora era?, se preguntó Alex. ¿Cuánto tiempo llevaba ya en el sofá? ¿Qué había pasado con los otros?
– ¿Quiere usted decir, verdaderamente, que las rosas pueden desmaterializarse, viajar por el tiempo y el espacio y volver a materializarse posteriormente? -preguntó David.
– En el mundo del espíritu ocurren cosas que no pueden ser explicadas en términos ordinarios. Esos objetos que se materializan son mensajes que los difuntos dedican a las personas amadas; es su único medio de ofrecer pruebas tangibles.
– ¿Qué clase de prueba es una rosa quemada?
– Nunca me despido de nadie -repitió Alex. Tampoco ahora los dos hombres parecieron apreciar su presencia.
– Sabemos sólo muy poco sobre el mundo del espíritu; pero aprendemos continuamente.
– ¿Experimentando con aquellos que están en sus peores momentos?
– Nunca dejo formar parte de una sesión a alguien si no estoy seguro de que es lo suficientemente fuerte para resistirlo.
– Mi mujer no lo era. ¡Fíjese lo que le ha ocurrido!
– Pronto estará bien, sólo está muy cansada. El ceder energía es algo muy agotador. Hace muy poco tiempo que ocurrió la pérdida del ser querido. Normalmente es preferible dejar pasar unos pocos meses antes de celebrar estos actos.
– ¿Y por qué no lo hizo? -quiso saber David.
– Era muy importante hacerlo ahora.
Hubo un prolongado silencio.
– ¿Qué quiere decir?
– Hay un espíritu maligno alrededor.
– No -dijo Alex, de repente, en voz alta-. No lo hay. -Vio cómo los dos se giraban para mirar en su dirección, como si trataran de confirmar una señalización distante.
– ¿Cómo te encuentras, querida? -preguntó David con ternura.
David se inclinó sobre ella, vio su barba y sus ojos que se fijaron en los suyos, alternativamente, primero en uno y después en otro.
– ¿Quieres que llame a un médico?
– Ahora se está tranquilizando -aseguró Ford-. Dentro de media hora estará perfectamente. Esas aportaciones del más allá provocan un gran estrés emocional.
– Aportaciones… -comentó David. Alex oyó un crujir como de pergamino y vio a David que hacía girar en sus manos un objeto negruzco- sólo una rosa, una vieja rosa seca encontrada en una hoguera, que usted o alguno de sus cómplices dejaron caer en el regazo de Alex mientras nos cogíamos las manos en la oscuridad. Alguien con un sentido del humor muy enfermizo.
– David -le suplicó Alex-. No te enfades, por favor.
– No estoy enfadado, cariño. Estoy convencido de que el señor Ford actúa de buena fe. Quizás hay personas que se sienten consoladas y animadas con estas cosas, pero está claro que tú no te cuentas entre ellas. Trata de dormir un poco más.
– Quisiera un cigarrillo -dijo Alex sentándose en el sofá.
La habitación parecía resbalarse hacia un lado y por un momento se vio mirando una de las paredes; seguidamente se enderezó con un esfuerzo que le revolvió el estómago.
– No te sientes todavía, querida. Sigue echada unos minutos más.
– Las cosas no fueron como yo había pensado -confesó Alex alzando los ojos para mirar a Ford.
– Nunca lo son -afirmó éste sonriendo amablemente.
– La presencia de Fabián era tan clara.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó David.
– Fabián.
– ¿Fabián? -repitió David con un eco débil.
– Sí, Fabián, cariño; estoy segura de que lo oíste.
Alex observó la sorpresa en el rostro de David, vio cómo éste se volvía a Ford y después de nuevo hacia ella.
– ¿Oírlo?
– Sí. Y a Carrie, ya… -hizo una pausa y enrojeció.
– No ocurrió nada, querida, debes de haberlo imaginado.
David miró de nuevo a Ford y se dio cuenta de que éste apartaba la mirada para fijarla en su esposa.
– Fabián me habló -insistió ella.
– Pues no lo hizo conmigo. La única persona que habló fue el señor Ford. Y aquellos dos tipos; uno de ellos parecía estar enfermo y el otro como si lo estuvieran estrangulando.
De nuevo, repentinamente, Alex se sintió asustada; asustada y aislada. Sola.
– ¿Quieres decir que no oíste nada?
– No podía, señora Hightower -le explicó Ford tranquilizador-. No es una persona sensible -Ford tosió y se volvió a David-, pero su papel fue esencial, puesto que esta noche estábamos rodeados de un ambiente maligno. Usted nos mantuvo unidos al mundo terrenal; sin su ayuda los resultados hubieran sido mucho menores.
– ¿Resultados? -exclamó David con incredulidad-. ¿Qué diablos consiguió usted?
– Creo que será mejor que se lo pregunte a su esposa -le dijo Ford.
Alex vio que su marido la miraba con fijeza.
– Querido -le pidió dándose cuenta de que se ruborizaba-, ¿te importaría mucho si tengo unas palabras a solas con el señor Ford? -David los miró; primero a ella, después al médium-. ¿Podrías hacernos unas tazas de té?
David se levantó de mala gana y se frotó la barba.
– Sí… voy a poner agua a calentar. -Miró a su alrededor, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y la sacó casi de inmediato.
Salió fuera de la habitación y Alex oyó el ruido del pestillo de la puerta al cerrarse. Se levantó y tuvo la sensación de que el suelo se inclinaba bajo sus pies. Vaciló un momento, recuperó las fuerzas y cruzó la habitación hacia el armarito de las bebidas.
– ¿Te encuentras ya mejor, Alex?
La dueña de la casa sacó un cigarrillo de la caja y se dio cuenta de que era la primera vez que Ford la tuteaba y usaba su nombre de pila.
– Gracias. Creo que sí. Ha sido una experiencia agotadora que ha exigido mucho de mí. -Sus ojos vieron la rosa que David había dejado sobre un lado de la mesa; se acercó a ella y la tocó cariñosamente-. ¿Es cierto que Fabián la envió?
– Algo le pasó. Alguien la quemó por el camino.
– ¿Un espíritu?
– Sí -respondió Ford con calma.
– Con frecuencia me enviaba rosas, quizá me traía una de Francia y se quemó en el accidente. ¿Podría ser eso?
Movió la cabeza.
– Es una posibilidad -concedió y frunció el ceño.
– Pero no lo cree.
– Esta noche había otros espíritus a nuestro alrededor, haciendo travesuras diabólicas. -Se estremeció.
– ¿Y uno de ellos pudo quemar la rosa?
– Es posible. Esta noche han ocurrido muchas cosas que no acabo de entender.
– ¿Quiere decir que no tuvimos éxito?
– No lo sé. Nuestra intención era rescatar a Fabián, liberarlo del plano terrenal. Pero había demasiadas interferencias, demasiada confusión. No estoy seguro de haberlo conseguido.
– Interferencias por parte de la chica, ¿es eso lo que quiere decir?
Ford sacudió la cabeza.
– Parcialmente.
Alex encendió su cigarrillo y de nuevo se dejó caer en el sofá.
– Se manifestó ya con anterioridad, en el salón de su casa. Una chica llamada Carrie, con la que Fabián acostumbraba a salir.
– Pero tenemos también a ese hombre que decía ser el padre de Fabián. -Miró a Alex con fijeza-. Se llamaba John Bosley o algo semejante, ¿no es eso? No comprendo cómo se introdujo en el círculo, pero en ocasiones los espíritus malignos suelen hacernos esas malas faenas.
Una vez más Alex sintió que el rostro le ardía.
– ¿Ha tenido alguna experiencia -preguntó- de espíritus que deseaban regresar?
– ¿En forma humana?
Ella afirmó con la cabeza.
– ¿Quiere decir posesión?
– No estoy segura de cómo se le puede llamar. Alguien que quiere volver al plano terrenal porque dejó sin terminar asuntos importantes.
Ford consultó su reloj.
– Muchos espíritus se sienten confusos después de su muerte, los que se sienten muy unidos a la tierra; con frecuencia no se dan cuenta de que han muerto; sólo cuando tratan de entrar en contacto con las personas amadas o con los amigos y ven que nadie puede verlos ni oírlos comienzan a comprender lo que les ha ocurrido. Hasta ese momento muchos de ellos tratan de seguir actuando como antes de su muerte, acuden a su trabajo y se imaginan que hacen todo como cuando aún estaban vivos.
– ¿Lo consiguió alguien… continuar haciendo su trabajo?
– Sí.
– ¿Cómo?
– Utilizan el cuerpo y la mente física de alguna persona viva. Se introducen en ella y usan su cuerpo. Eso es lo que conocemos como estado de posesión. -El médium sonrió-. Hay experiencias bien probadas de espíritus que continuaron su trabajo mediante su influencia sobre otras personas vivas. Se han dado casos de cirujanos, pintores y compositores. Mozart componía una música genial a los cuatro años; es muy posible que lo hiciera bajo la influencia de un espíritu.
– ¿Y qué hay de la posesión diabólica?
– Hitler -dijo Ford-. No hay evidencia concreta pero sí bastantes cosas que indican que Hitler y muchos otros miembros del Tercer Reich estuvieron poseídos por espíritus malignos, lo cual explicaría sus actos.
– Cuando fui a visitarle por primera vez, usted me dijo al final de la reunión que Fabián deseaba regresar. ¿Es eso lo que quiso decirme? ¿Que había dejado sin terminar algunos asuntos?
De pronto Ford pareció nervioso. Parecía incómodo con el tema y Alex se preguntó si había llegado al límite.
– ¿Asuntos sin terminar?
– Sí.
– ¿Qué tipo de asuntos podrían ser, a tu juicio?
Alex bajó los ojos a la alfombra.
– ¡Qué extraño me parece…! Hablar de él como si estuviera…
Hizo una pausa y después se puso de pie súbitamente, cruzó la habitación y sacudió la ceniza de su cigarrillo en la papelera.
– ¿Como si aún siguiera vivo?
Ella afirmó.
Ford sonrió misteriosamente.
– Eres una mujer muy sensible, quizá demasiado sensible.
– ¿Qué diantres quieres decir? -Ford movió la cabeza y volvió a sonreír-. No lo entiendo.
– Creo que un día lo comprenderás.
El rostro de Ford se oscureció y de nuevo Alex se sintió incómoda.
– Creo que debemos celebrar otro círculo, el próximo jueves -dijo el médium.
– No.
– Es muy importante para tu hijo.
– Tengo demasiado miedo.
– Siempre causa miedo la primera vez. Pero las cosas no han quedado resueltas. -Con ansiedad miró a su alrededor-. Te sentirás mucho mejor cuando lo estén.
– No puedo ni imaginármelo.
– No -insistió Ford-. No podrás en tanto que el espíritu extraño siga rondando por aquí. Cuando hayamos ayudado al espíritu de tu hijo a pasar a su mundo, encontrarás la paz y comenzarás la curación.
– ¿No piensas, quizá, que he estado removiendo demasiado las cosas y que sería mejor dejarlas como están?
– Tienes que pensar en tu hijo.
Miró intensamente a Ford tratando de descubrir su verdadera personalidad. ¿Era todo aquello un truco, un engaño, como David había insinuado? ¿Había sido hipnotizada, lo había imaginado todo? No, las voces fueron demasiado claras, demasiado reales. Sin embargo una sombra de duda comenzó a surgir en su interior. Al fin y al cabo Ford estaba interesado en seguir adelante, mientras pudiera continuar con sus trucos y pudiese darle trabajo a sus extraños colegas, con sus pendientes de oro y sus pies enormes.
– Tengo que pensar en mi marido.
– ¿Porque es escéptico?
– Ésa es otra razón. -Se paseó por la habitación y volvió a sentarse-. Ese hombre que se entrometió, afirmando ser el padre de Fabián…
– ¿El espíritu engañoso?
Alex movió la cabeza.
– No necesariamente engañoso. -Hizo una pausa-. David no es el padre de Fabián.
Ford la miró con aire inquisitivo, pero en seguida bajó la vista y se puso a comprobar la inmaculada limpieza de sus uñas perfectamente manicuradas. Algo le preocupaba a fondo, pensó. Su revelación debería haberle clarificado las cosas, pero al contrario, parecía empeorarlo todo.
– Bosley, ¿no era ése el nombre? -preguntó Ford.
– Yo no sé quién es el padre de Fabián.
Vio que Ford la miraba extrañado y le sonrió débilmente.
– No, no es lo que piensas -explicó Alex-. No podíamos tener hijos, ¿sabes? -Se dio cuenta de que se ruborizaba-. La cuenta espermática de mi marido era demasiado baja.
– ¿Y consiguió un donante?
– No exactamente, pero sí algo parecido. -Suspiró y después aspiró profundamente-. No quise someterme a inseminación artificial. Quería que el hijo fuera de David. Nos pusimos en contacto con un especialista que aquellos días estaba experimentando, con la mezcla del esperma del donante y la del marido, para conseguir lo que él llamaba un esperma de elevada movilidad. -Alex sonrió tristemente-. De ese modo, así se suponía, nunca podría saberse si el padre era el marido o el donante… -Se detuvo vacilando.
– Y ahora piensas que…
Alex enrojeció.
– David siempre estuvo convencido de que Fabián era su hijo, lo cual era muy conveniente para todos. Pero yo siempre supe que no era así.
– ¿Por qué?
Alex se ruborizó aún más.
– No dio resultado. El especialista me dijo que el esperma de David era demasiado hostil… Nunca llegué a entenderlo bien. Algo en la composición química no funcionaba. Le pedí al especialista que me sometiera a inseminación artificial… sin que David lo supiera.
Ford afirmó con la cabeza.
– Los genes son muy importantes en el mundo de los espíritus, ¿sabes? -señaló Ford-. Son como el anteproyecto del carácter. Nosotros sabemos que son esenciales para el cuerpo y la mente carnales y que dan forma y lo controlan todo. Y yo creo que son igualmente importantes en el estado incorpóreo.
– ¿Quieres decir que al morir nos llevamos nuestros genes con nosotros?
– La parte de ellos relacionada con nuestro carácter.
– Es decir, que ahora Fabián ha encontrado a su verdadero padre.
– Es posible.
– No quiero que David lo sepa -dijo Alex-. ¡Quería tanto a Fabián! Se sentía orgulloso de ser su padre y no quiero que deje de estarlo.
– Lo comprendo -aceptó Ford-, pero tu marido no es lo que nosotros llamamos una persona «sensitiva». No se enterará por la comunicación de los espíritus; sólo lo sabrá si tú se lo dices.
Alex hundió la cabeza entre las manos.
– ¡Oh, Dios mío! Me siento confusa, muy confusa y asustada.
– Alex -empezó Ford amablemente-. Se está produciendo un terrible conflicto entre tu hijo y su verdadero padre. Es algo que necesitamos resolver porque puede causar graves daños a tu hijo… y a ti también.
– ¿Qué quieres decir?
– Hay una fuerza oscura muy fuerte que hace acto de presencia y yo he tratado de quitarle importancia para no asustarte, pero la verdad es que jamás en mi vida encontré algo tan potente. Tu marido supone que soy un charlatán; me parece que tú me crees, aunque tienes ciertas dudas. Para probar mi sinceridad estoy dispuesto a renunciar a mis honorarios, pero a cambio de ello tienes que hacer exactamente lo que diga.
Alex sacudió la cabeza.
– No -respondió-, no quiero seguir adelante.
– Alex -insistió el médium gentilmente-, no se puede entrar y salir del mundo de los espíritus como quien aprieta un botón o abre y cierra un grifo. Si uno no se enfrenta a esas cosas, son ellas las que llegan a enfrentarse con uno.
Alex sintió una vez más el soplo helado que descendía sobre su nuca, como una brisa que soplaba dentro de su blusa, un horrible viento frío y húmedo que hacía que la blusa se le pegara a la piel, como si se la hubiera puesto estando todavía mojada.
– ¿Podrías hacer algo para descubrir la verdadera identidad del padre de tu hijo?
– Fui a visitar a un hombre en Wimpole Street. Un especialista en el tratamiento de la infecundidad, Saffier, doctor Saffier. Utilizaba el esperma de donantes que, según él, elegían cuidadosamente para que coincidiera con los requerimientos de la esposa. -Hizo una pausa-. Color del cabello, de los ojos y cosas semejantes.
– ¿Y logró ayudarte?
– Sí.
– Creo que deberías ir a verlo y tratar de saber todo lo posible sobre ese John Bosley.
– Ni siquiera sé si aún vive.
– Es muy importante -insistió Ford.
– ¿Por qué?
– Ya lo comprenderás.
Se abrió la puerta y entró David.
– ¿Lo quiere con leche, señor Ford?
Ford se levantó.
– Lo siento, pero se me ha hecho tarde. Tengo que ponerme en camino.
– ¿Quiere una escoba o se trajo la suya? -preguntó David sonriendo.
Ford se levantó y devolvió amablemente la sonrisa.
– ¡Oh no, amigo mío! Yo no necesito esos artilugios. Me desmaterializaré delante de sus ojos si no tiene inconveniente.