– No me dejó conservar la fotografía.
Philip Main estaba casi tumbado en el sillón con los pies sobre la mesa. Los bajó, cruzó las piernas, volvió a descruzarlas, posó los tacones de los zapatos sobre un montón de papeles, después se irguió sobre los codos y dejó descansar su peso en los brazos del sillón. Miró pensativamente el teléfono frente a él.
– Extraordinario, este tipo, Bosley. ¿La abandonó allí?
– Al parecer así fue.
– ¿La encadenó en un sótano?
Alex afirmó con el rostro blanco como el papel.
– ¿Y la dejó allí?
– Sí.
– ¿Sin decírselo a nadie?
Alex no respondió.
– ¿Tenía algún motivo de rencor… contra las mujeres?
Alex giró el cigarrillo.
– Una de ellas le dio calabazas.
– Extraordinario. Realmente extraordinario. Un médico. Debía de ser un tipo inteligente… Esa clase de cosas parecen más propias… -Abrió las manos en gesto expresivo-. La gente hace cosas realmente extraordinarias.
– ¿Por qué, Philip?
La estancia se oscureció de pronto y Alex oyó el sonido de la lluvia fuera de la casa. Pensó en un sótano frío y húmedo, en una mujer encadenada, sentada en el suelo, gimiendo, tiritando al oír el gotear del agua. Se estremeció.
Main puso un cigarrillo entre las frondas de su bigote y lo dejó colgar de sus labios, apagado.
– ¿Quién te dio la idea?
– ¿La idea?
– De ir a ver al capellán.
Alex se encogió de hombros.
– No lo sé. Telefoneé a Broadmoor para preguntar si podía visitar a Bosley. -Sonrió repentinamente, con timidez-. Me respondieron como si se tratara de un hotel.
– ¿Y accedieron a la visita?
– Había que solicitarlo al consejo de dirección, me dijeron. Pregunté si había alguien con quien pudiera hablar. -Hizo una pausa-. Y me pusieron con el capellán.
Alex recorrió con la mirada el caótico estudio, vio a Black dormido sobre el sofá. Su escritorio, la mesa de trabajo, los archivadores, un arcón militar y casi todo el suelo cubierto de montones de papeles. Una anticuada máquina de escribir eléctrica estaba medio cubierta entre los papeles, al igual que la pantalla, el teclado y la impresora de su ordenador personal. El papel lo cubría todo, como la nieve tras una copiosa nevada.
– Esto me recuerda tu coche -dijo.
– ¿Mi coche?
– Tu despacho. ¿Cómo puedes trabajar aquí?
– Me las arreglo.
Alex sonrió.
– No recuerdo haber estado antes en el estudio de ninguno de mis escritores. Realmente es algo digno de ser visto.
Philip miró a su alrededor y movió la cabeza.
– Ahora tampoco vas mucho por tu oficina.
– ¿Me estás controlando?
– No, Dios mío, claro que no. Creo que es muy conveniente que te quedes en el campo con David.
– Está intentando mantenerme en mi sano juicio.
Philip jugueteó con una caja de cerillas.
– ¿Vas a… vas a volver con él? -Su voz sonó turbada-. ¿Vais a reconciliaros?
Ella negó con la cabeza.
Philip encendió una cerilla y prendió su cigarrillo, mientras la contemplaba con mirada burlona. Alex se ruborizó.
– Se está portando muy bien conmigo, es muy amable. Tiene una gran fortaleza. Supongo que en estos momentos lo necesito, y eso no me gusta; no quiero volver a hacerle daño. -Hizo una pausa-. Se merece alguien mejor que yo.
– ¡Caramba, no te menosprecies, muchacha!
Sintió que unas lágrimas humedecían sus ojos y los cerró fuertemente durante un momento, mientras agitaba la cabeza.
– ¡Estoy tan asustada, Philip!
– ¿Qué opina David?
Ella miró por la ventana al mugriento muro trasero de la casa de enfrente.
– Quiere que vaya a ver a un psiquiatra.
Main movió enérgicamente la cabeza.
– ¡No -exclamó-, de ningún modo!
– ¿Qué crees que debo hacer? Tú mismo estás lleno de contradicciones, ¿no es así, Philip? Y yo necesito apoyo, a alguien que me ayude. -Lo volvió a mirar-. Tú me dijiste la última vez que hablamos que en ocasiones los espíritus tratan de volver porque se dejaron algún asunto importante sin terminar.
– Es una teoría. Simplemente una teoría.
– Para ti todo son teorías, malditas teorías. -Philip pareció herido por la observación y su mirada recorrió la habitación, indecisa-. Lo siento -se excusó-. No quería enfadarme, pero lo único que haces, siempre, es ofrecerme condenadas teorías. La pasada noche ya tuve tres horas para oír la teoría de David, según el cual, como sufro de una alteración emocional, lo que necesito es la ayuda de un psiquiatra. Tengo, también, la teoría de Morgan Ford sobre las oscuras fuerzas satánicas. Y ahora te tengo a ti con tu teoría sobre los genes… ¿cuál es? ¿Que somos prisioneros de nuestros genes? -Se echó hacia adelante en su rígida silla-. El capellán también me habló de los genes; me dijo que la esquizofrenia puede ser transmitida genéticamente. Ford también se refirió a los genes. Dijo que eran muy importantes en el mundo del espíritu; algo así como que eran el anteproyecto sobre el que se edificaría nuestro carácter.
Main afirmó lentamente con la cabeza.
– Y lo son.
Sonó el teléfono. Main se adelantó y cogió el auricular.
– ¿Diga? -preguntó con voz preocupada.
Alex lo observó. Se sentía segura allí, entre aquellas nubes de humo y su chaqueta arrugada y el sólido mobiliario. Y el conocimiento; Philip sabía muchas cosas, demasiadas, tenía la respuesta a muchos misterios. Era un hombre que se sentía cómodo con la vida.
Excepto… Había una excepción, pensó con un escalofrío al recordar la última vez que Philip estuvo con ella en su salón.
Philip tomó una pluma y escribió algo en la parte posterior de una de las hojas de papel.
– ¡Dios mío! -Hizo una pausa y después continuó escribiendo durante un buen rato-. Bien -dijo finalmente-. Terrible. Hasta luego. -Colgó el teléfono y miró a Alex. Había algo en sus ojos, como un grave peso que no se atreviera a salir y se escondiera en ellos asustado-. Era mi… eh…el psiquiatra de la prisión.
– ¿Sí?
Philip se suavizó el bigote con los dedos.
– Uno que solía trabajar en Broadmoor.
– Volvió muy pronto.
Main tomó la hoja de papel y la miró con atención, después alzó la vista para observar a Alex con expresión preocupada.
– ¿Te dijo algo el capellán sobre… -vaciló- la visita de Fabián?
Alex palideció.
– ¿Cuándo?
– Hace aproximadamente un año.
Ella negó con la cabeza.
– No, excepto… -Hizo una pausa-. Iba a decirme algo, pero no lo hizo. Pareció cambiar de idea, quizá porque estaba escaso de tiempo, pero no lo creo. ¿Estuvo allí Fabián? ¿Para ver a Bosley?
– Fue una visita muy rápida, aparentemente -apretó la colilla de su cigarrillo y sacó otro del arrugado paquete-. Una visita rápida. -Miró de nuevo sus notas, frotó la cerilla y encendió el cigarrillo.
Alex miró las botas negras, otra vez sobre la mesa, y se dio cuenta de que los tacones estaban desgastados por la parte de atrás.
– Al parecer fue mientras el capellán estaba de vacaciones. Tiene un sustituto, un interino… El vicario de Sandhurst, que está autorizado a entrar en la institución… al igual que sus curas. -Hizo girar el cigarrillo en su mano-, Fabián conocía a algunos estudiantes de teología y se las arregló para, en compañía de otros compañeros, hacerse pasar por curas y entrar en Broadmoor. -Levantó los ojos por encima de ella, que le devolvió la mirada, intrigada.
– ¿Por qué entraron?
– Para realizar un exorcismo.
La habitación se oscureció de repente y Alex sintió miedo.
– ¿Y qué ocurrió?
– No se descubrió el engaño hasta que fue demasiado tarde.
– ¿Demasiado tarde?
Main se estremeció.
– ¿No crees que Fabián tenía buenas intenciones? -dijo Alex hablando lentamente-. ¿Que pensaba que actuaba correctamente? ¿No tratarías tú de ayudar a tu padre?
La habitación se estaba quedando fría, terriblemente fría y Alex sentía corrientes de aire que la rodeaban por todas partes.
Black se sentó en el sofá y dejó escapar un aullido ronco y prolongado.
Main jugaba nerviosamente con su cigarrillo.
Alex lo miró asustada, terriblemente asustada.
– Era un buen chico, estoy segura de que trató de ayudarle -pensó en un sótano oscuro y frío, en una mujer encadenada, sentada en el suelo, gimiendo, temblando, y oyó el ruido del gotear del agua-. ¿Quiénes estuvieron allí?
– Fabián, el estudiante de teología, un muchacho llamado Andrew Castle y otro muchacho de Cambridge, que naturalmente no era cura… -Philip estudió sus notas-, alguien llamado Otto von Essenberg.
La habitación pareció resbalar bajo sus pies.
– Está claro -dijo Alex con amargura-. Tenía que ser Otto. Fabián lo seguía siempre como un cordero. -Sacudió la cabeza-. ¿Qué pasó con el exorcismo?
– Trataron de expulsar a los demonios… a los espíritus malignos fuera de la persona a la que habían poseído.
– Suena un poco bárbaro.
– Es bárbaro -aseguró, y alzó las cejas con aire de misterio.- Pero a veces los viejos remedios son los mejores.
– ¿Hablas en serio?
– Hay pruebas de ello, muchacha. Parece ser que dieron buen resultado en muchas ocasiones.
– ¿Dieron buenos resultados en Bosley?
Miró sus notas escritas.
– Cambió su personalidad… y continuó cambiada. Antes siempre fue agresivo y cruel, después se hizo dócil, inseguro.
– ¿No es eso un síntoma de su esquizofrenia?
Philip dio una profunda chupada a su cigarrillo y no dijo nada.
Alex insistió:
– ¿No lo crees, Philip? Seguro que eso es parte de su condición mental.
– Quizá -respondió Main distante.
Alex sintió un escalofrío y vio que Philip la observaba con una expresión de preocupación en el rostro mientras jugueteaba con su bigote.
– Estoy asustada, Philip. -Cerró los ojos y suplicó-: ¡Oh, Philip, ayúdame, ayúdame, por Dios!
– Ya te sugerí que lo dejaras todo.
– ¡No! -Movió la cabeza violentamente-. ¡No!
– Hubiese sido mejor.
Alex lo miró con fijeza.
– Eso es fácil de decir. Fabián no es tu hijo.
Main se levantó y cariñosamente puso sus manos sobre los hombros de ella.
– Pronto estarás bien, muchacha, no te preocupes. ¿Quieres una taza de café?
Alex afirmó en silencio y cerró los ojos; oyó cómo Philip salía de la habitación y escuchó el ruido de la lluvia, como un gotear continuo que despertaba un eco en la estancia, a su alrededor, como en torno de una cámara oscura y vacía.
– Está caliente.
Levantó los ojos y tomó con cuidado la alta taza. Fuera sonó el claxon de un automóvil. Normalidad. Fuera de allí, en algún lugar existía un mundo real, con gente normal y corriente que hacía cosas normales y corrientes. Le hubiera gustado estar fuera de allí, entre aquella gente ordinaria.
– ¿Qué puedo hacer? -preguntó.
– Vete de aquí, tómate unas vacaciones.
– Ni siquiera intentas comprender.
Él sonrió amablemente.
– Lo hago, puedes creerme.
– Nada cambiará si yo me voy; todo volverá a ser igual cuando regrese. -Sintió que el miedo y la desesperación se apoderaban de ella.
El se dejó caer de nuevo en su butaca.
– ¡Oh!, querida, muchacha -exclamó Philip-. ¡Querida…!
Alex buscó un pañuelo al ver que las lágrimas corrían por sus mejillas, sorbió y se limpió la nariz.
– Otto dijo que Saffier no lo sabía.
– ¿No lo sabía? -preguntó Philip intrigado-, ¿Qué era lo que no sabía?
– No sabia nada de Bosley, de su situación mental. Era sólo un estudiante normalmente sano. Nada de lo sucedido ocurrió hasta mucho tiempo después del nacimiento de Fabián.
– ¿Cómo lo descubrió?
– Fue Otto… -Hizo una pausa, de repente, como si una cortina se hubiera cerrado en su mente-. Fue Otto -repitió, y sus palabras sonaron como un eco-. Yo… eh… -Pero había olvidado lo que había estado a punto de decir.
Pareció como si la temperatura en la habitación descendiera aún más. Tomó un sorbo de café y suspiró de nuevo. Philip encendió otro cigarrillo y expulsó el humo por la nariz. Alex observó el vapor que se elevaba de su taza de café.
– Si un exorcismo tiene éxito, Philip, ¿qué sucede con el espíritu, el demonio o lo que sea que es expulsado? -Se estremeció al sentir que un escalofrío recorría su cuerpo.
Philip comprobó la temperatura de su café con el dedo y se quedó mirando la taza con aire preocupado.
– Tiene que buscar un nuevo anfitrión, un nuevo cuerpo que lo reciba.
– ¿Alguien con el mismo plano genético?
– Es una posibilidad. -Volvió a comprobar su café-. Hay una escena en la Biblia… Jesús expulsando a los demonios. Cristo los manda refugiarse en un cerdo.
– Yo no vi cerdos en Broadmoor.
Philip la miró fijamente y Alex sintió que su rostro se enrojecía; la mirada de Philip era penetrante, como si quisiera llegar muy dentro de ella, hasta el sanctasanctórum más íntimo de su mente. Él comprendió su comentario.
– Quizá sí, muchacha -dijo.
– Eso podía explicar muchas cosas, Philip.
– Quizá sí -aceptó-. Es un verdadero trabajo averiguarlo.
– Todo es difícil de averiguar y requiere mucho trabajo.
Main afirmó y de nuevo pareció preocupado.
– Debes ir con cuidado con tu médium -dijo de repente.
Alex lo miró.
– ¿Por qué?
– A veces pueden resultar peligrosos.
Alex trató de leer en su rostro pero le resultó imposible.
– ¿Qué quieres decir con ese «peligrosos»?
– Su deseo de enfrentarse con cosas -hizo una pausa- de las que ni ellos mismos están seguros.
Alex se limpió la nariz y volvió a sorber de nuevo.
– Tú lo sabes, ¿verdad, Philip? Tú lo sabes todo.
Philip dejó pasar mucho tiempo antes de responder.
– No, no lo sé. -Movió la cabeza lentamente, de un lado a otro; después se levantó y se dirigió hacia sus estanterías llenas de libros y se quedó mirando sus títulos-. No, Dios mío, estoy muy lejos de saberlo todo.
Hubo un largo silencio.
– Philip -dijo ella finalmente-, la última vez que hablamos, me dijiste que a veces los espíritus tratan de regresar -se sintió plenamente consciente al repetir una vez más las palabras- porque dejaron sin terminar algunos asuntos. ¿Cómo lo hacen?
Alex habló suavemente, casi con tono de disculpa.
– El punto de vista espiritualista es que para regresar tienen que hacerlo a través de alguien.
– ¿A través de alguien?
– Encarnándose en alguien. En un ser vivo.
– ¿Poseyéndolo?
Main afirmó.
– Los espíritus desencarnados no tienen energía.
– Así que utilizan la de un ser humano.
– Ése es el punto de vista espiritualista.
– ¿De un anfitrión?
Él afirmó.
– ¿Lo mismo que cuando un espíritu tiene que ser exorcizado?
Volvió a afirmar, tímidamente.
– ¿Cómo logran encontrar alguien que los acoja? -preguntó sintiendo de pronto que la garganta se le secaba.
Él se encogió de hombros.
– El espíritu buscará alguien con una debilidad suficiente.
– ¿Qué quieres decir con esa palabra, debilidad?
– Indefensión. -Se llevó el cigarrillo a la boca y sopló furiosamente, después aspiró el humo con fuerza, con un soplido. Alex lo miró y vio que Philip estaba temblando, profundamente disgustado-. Los espíritus malignos son muy astutos. Pueden engañar a la gente.
– ¿Engañar?
– Sí, eso es algo que siempre se supo.
– ¿Qué tipo de engaños?
– A veces se hacen pasar por otras personas.
Alex sintió el mismo escalofrío que la invadía como si fuera una marea; casi la hizo caer de la silla.
– Buscan a alguien que está en baja forma; la gente que sufre puede ser el objetivo más fácil de todos.
«Deja de mirarme -pensó Alex-, por favor, deja de mirarme de ese modo.»
– No -dijo moviendo la cabeza-. No.
– Pueden ser muy inteligentes. Mucho más inteligentes de lo que es posible imaginarse.
– ¿No puedes detenerlos? -preguntó Alex con voz que era apenas un suspiro.
– ¿Como científico?
Ella movió la cabeza.
– No -respondió Alex, y su voz se hizo más aguda-. Como una persona honesta consigo misma.
Él la miró. Después, visiblemente turbado, apartó la vista, bajó los ojos al suelo y movió el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Apagó su cigarrillo y sacó un nuevo paquete de debajo de un montón de papeles.
– A través de los años, siempre, sólo hubo un procedimiento efectivo. -La miró y después volvió a concentrar su atención en abrir la nueva cajetilla de cigarrillos-. El poder de la oración.
«De repente parece aliviado -pensó Alex-, como si hubiera logrado superar un profundo conflicto interior y darle salida con sus palabras.»
– ¿Rezar?
– Sí…
– ¿Qué clase de rezos?
El rostro de Philip enrojeció y sus ojos siguieron fijos en el suelo, como si estuviera leyendo algo escrito allí.
– Exorcismo.
Alex comenzó a temblar violentamente. La temperatura en la habitación pareció descender todavía más.
– ¿No hace mucho frío aquí? -No obtuvo respuesta-. Philip… -Se dio cuenta de que su voz temblaba vacilante-. Philip… -Miró de un lado a otro y giró la cabeza. Philip Main estaba detrás de ella, con una cariñosa mirada de preocupación en sus ojos-. ¿No hace mucho frío aquí?
– Cerraré la ventana.
– ¡No! -exclamó. No quería que la cerrara, no quería quedarse aislada, que el mundo exterior quedara excluido-. Es posible que me haya resfriado. -Sintió que sus fuertes manos acariciaban sus hombros y trató de dejar de temblar, pero no pudo conseguirlo-. Haría cualquier cosa en este mundo para acabar con esta pesadilla.
– En ese caso consulta a un sacerdote -le sugirió con calma y volvió a acariciar con ternura sus hombros-. Creo que será lo mejor para nosotros dos.