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Saul Lynx había dicho a menudo que pensaba en mí como el detective a su pesar. Cuando le pregunté qué quería decir con eso me contestó:

– No es una profesión para ti. Sólo sales para ayudar a la gente, porque no te gusta lo que les ha ocurrido. Pero en realidad preferirías estar leyendo un libro.

– ¿Y no preferiría todo el mundo ser rico a trabajar? -le pregunté.

– Eso dicen, pero la mayor parte de la gente que tiene un trabajo como el nuestro están en esto porque les gusta mirar por las cerraduras y mezclarse con la chusma.

Bueno, pues yo ya no era un detective a mi pesar. Me dirigía voluntariamente hacia un destino, aunque no tenía ni idea de dónde estaba ni de cuál era.


Durante algún tiempo el Ratón tuvo una novia llamada Lynne Hua, una belleza china que había aparecido en diversas películas y programas de televisión. Nunca llegó a tener papeles de más de dos líneas, a veces ni siquiera eso, pero era muy guapa y tenía trabajo regularmente. No quería casarse ni vivir con nadie, y por eso era la novia perfecta para el Ratón, que tenía el problema perenne de que sus amantes temporales querían sustituir a EttaMae y convertirse en la señora Ratón.

La compañera de Jesus, Benita, fue una de esas chicas en tiempos. Cuando ella quiso más atención por parte del Ratón él la dejó y ella se tomó cuarenta y siete pastillas para dormir. Después de llevarla al hospital para que expulsara las pastillas y curar su corazón, yo me la llevé a casa, donde Jesus empezó a cuidar de ella como había hecho con todos aquellos a los que había ido recogiendo.

Iba de camino desde el centro de Los Ángeles a Santa Monica cuando pensé en Lynne. Salí de la autopista en La Brea y me dirigí hacia el norte, a Olympic, donde ella vivía, en el tercer piso de un edificio de apartamentos estilo colonial.

Ya había ido a casa de Lynne antes, con Ray. Me había tomado un refresco con ellos antes de que fueran a no sé qué fiesta elegante de Hollywood. Quizá Lynne no fuese una estrella, pero tampoco tenía que preocuparse porque la gente del cine se sintiera desconcertada por el hecho de que fuera con un hombre negro. A nadie salvo a sus tías chinas les preocupaba que saliera con Ray.

La escalera era externa y de color óxido, y conducía hacia arriba en una espiral cerrada. Cuando llegué ante su puerta me detuve y me pregunté qué diría si encontraba allí al Ratón. A él no le gustaría que yo estuviera intentando encontrarle por Etta. No, ese no era el enfoque adecuado. Yo necesitaba ayuda a causa de Navidad, eso es lo que diría.

Me abrió vestida con un corto quimono de seda roja sin nada debajo. Iba maquillada y llevaba un martini en la mano. Por un momento pensé que había encontrado a mi amigo descarriado.

Sus labios dijeron: «hola, Easy», pero el tono de su voz y su sonrisa decían: «me pregunto por qué habrás venido tú solo».

– Hola, Lynne -le dije yo, respondiendo a sus palabras-. Busco al Ratón -añadí, replicando a su insinuación.

– No está aquí. Pero ¿por qué no pasa? No me gusta nada beber sola.

La habitación principal del apartamento de Lynne era su salón, un espacio grande y octogonal con un ventanal que ocupaba casi toda la pared y que daba a las colinas de Hollywood. Había estanterías con libros en todas las paredes, y un sofá amarillo perfectamente redondo, de dos metros y medio de diámetro, descentrado con mucha gracia.

– ¿Zumo de sandía y vodka? -me ofreció.

– Ahora no bebo -dije, aunque sí que quería.

– Vamos, siéntese.

Ella se dejó caer incitadoramente en el sofá, y yo me senté junto a ella, como un colegial con picores.

– No he visto a Raymond desde hace una semana -dijo Lynne, haciendo un pequeño puchero.

– ¿Sabe dónde ha estado?

– No. Decía que tenía varios negocios. Eso significa que no quería que le preguntara adónde iba o cuándo volvería.

– ¿Estaba preocupado?

– Nunca se preocupa. Nunca se asusta por nada. Yo ya sé que es malo enamorarse de un hombre así. -Ella estaba apoyada en la espalda, mirándome a los ojos. Yo veía con toda claridad su pecho izquierdo, y ella notaba que lo miraba-. ¿Ha vuelto su novia? -me preguntó, incorporándose. Su cabello negro cayó en torno a ambos lados de su cara.

– Se va a casar.

Una combinación de travesura y tristeza se fue formando en el bello rostro de Lynne.

– Lo siento muchísimo -dijo-. ¿Puedo hacer algo por usted?

Me tocó el antebrazo izquierdo con la yema de los dedos.

– Sí. Sí que podría.

– ¿El qué? -me preguntó, esbozando una sonrisa cómplice.

– Vaya a ponerse algo para que yo no pierda la cabeza y nos maten a los dos.

Esto trajo consigo una serie de cambios en aquella actriz. Primero su rostro se tensó, luego se puso en pie y asintió con la cabeza. Mientras se alejaba por la habitación me pregunté si comprendía algo en realidad de las mujeres… y de los hombres.

Fui hacia las estanterías y empecé a examinar los títulos de los libros, que eran eclécticos. Había un libro de texto de física junto a Moby Dick; libros en francés, inglés, chino y español; una guía para hacer punto. Después de ver los distintos títulos e idiomas pensé que los libros no eran más que una decoración del diseñador, un contrapeso para la carga erótica de la sala, pero luego me di cuenta de que estaban colocados por orden alfabético, por título.

Mientras me preguntaba por su biblioteca, Lynne Hua volvió. Ahora llevaba una falda de colegiala a cuadros verdes y blancos y una blusa blanca abrochada hasta la garganta. Incluso llevaba zapatos negros y calcetines tobilleras blancos.

Su sonrisa parecía hacer esfuerzos por reprimir algo de sorna. Se sentó y yo también me senté.

– Lo siento -me dijo-. No he trabajado desde hace un tiempo y Raymond se ha ido, no sé por cuánto tiempo. A veces bebo demasiado.

Ya tenía toda la información que necesitaba de ella, pero no podía salir sin más después de hacer que se vistiera.

– ¿No tiene trabajo? -le pregunté.

– Estaba esperando a empezar con uno.

– ¿Y cuál es?

La sorna semioculta fue desapareciendo.

– Una nueva serie de televisión llamada Mi padre es soltero, que se supone que saldrá en antena este otoño. Yo tengo un papel que aparece regularmente.

– ¿Y de qué trata?

– Usted sel homble muy estlaño, señol Lawlins. Yo chica chinita hablo lalo, palezco patito feo junto a blanco cisne. -Representó el papel para mí y yo sonreí con compasión.

– Oh.

– Pagan bien -dijo-. El papá soltero tiene un criado chino que le cuida a los niños. El criado, Ralph, tiene una novia que siempre le está chillando e insultando en chino. Es lo único que hace. Él le dice algo y ella le chilla. Salgo una vez cada tres semanas para hacer eso, y ellos me pagan el alquiler.

– Pero ¿por qué hablan de una mujer tan guapa como usted como si fuera una mujer fea? -pregunté.

– A usted le parezco fea… -dijo.

– Sabe que eso no es cierto. Me parece tan guapa que tengo que cruzar las piernas para mantener la decencia. Lo que pasa es que Ray es amigo mío, y como bien ha dicho, es un hombre muy serio.

La sonrisa que mostró ante la insinuación de la muerte era todo lo que yo necesitaba saber de Lynne Hua.

– Mamadas -dijo.

– ¿Cómo dice?

– Hago unas mamadas estupendas. Hay un tipo que hace cástings para anuncios y que actúa como si fuera agente mío porque sabe que si consigo un trabajo, él obtiene una recompensa.

Ella intentaba epatarme y lo consiguió. No es que me sorprendiera lo que podía hacer un hombre por conseguir que una mujer se arrodillara ante él, pero me sorprendió que ella lo admitiera tan despreocupadamente.

– ¿Le he escandalizado, señor Rawlins?

– No… En realidad, sí.

– ¿No cree que una mujer tenga que hacer esas cosas para salir adelante?

– Ah, no, sí, sí, claro que tienen que hacerlas. No es eso -dije-. Es el hecho de que me lo cuente.

– ¿Cree que debería contarle a Raymond lo que hago para conseguir trabajo?

– No. Sólo me preguntaba por qué me lo cuenta a mí.

– Tengo que explicárselo a alguien. -Su rostro aparecía completamente serio y con un aspecto honrado. Las palabras que decía, de eso estaba seguro, eran la pura verdad.

– Pero ¿por qué yo?

– Porque -dijo Lynne-, Raymond dice que usted es el hombre más fiable que ha conocido en su vida. Dice que a Easy se le puede contar cualquier cosa. Dice que es como tirar un arma homicida en la parte más profunda del océano.

El zumo de sandía con vodka era su receta para los momentos de soledad. Simplemente, coincidió que yo pasé por allí cuando ella estaba bajo el influjo de su medicina.

– Y por eso quería hacer el amor con usted -dijo.

– ¿Por qué?

– Pensaba que después podría contarle lo que hacía, que usted me perdonaría y que guardaría mi secreto. Pero ni siquiera he tenido que hacerlo, ¿verdad?

Tendí una mano hacia ella y ella me envolvió entre sus brazos. Nos quedamos un momento sujetos en aquel abrazo. Yo le besé la coronilla y le apreté el hombro. Cuando nos soltamos le pregunté:

– ¿Cómo haría para encontrar al Ratón si tuviera que hacerlo, Lynne?

– Mama Jo.

Por supuesto.

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