Capítulo 103

Domingo, 18 de enero de 2010

Una vez más, Jessie oyó la vibración de su teléfono en la semioscuridad. Estaba muerta de sed. De vez en cuando sentía que la vencía el sueño, pero luego se despertaba de nuevo presa del pánico, esforzándose por respirar a través de la nariz congestionada.

Los hombros le dolían terriblemente, de tener los brazos estirados hacia los lados y hacia delante. A su alrededor se oían ruidos de todo tipo: sonidos metálicos, crujidos, golpes, chirridos… Con cada uno de ellos volvía el temor de que aquel hombre hubiera regresado, de que estuviera acercándose por detrás en aquel mismo momento. Su mente flotaba en un torbellino constante de miedo y pensamientos confusos. ¿Quién era aquel tipo? ¿Por qué la había llevado hasta aquel lugar, dondequiera que estuviera? ¿Qué pensaba hacer? ¿Qué quería?

No podía dejar de pensar en las películas de terror que más la habían asustado. Intentó apartarlas de su mente, pensar en momentos felices. Como sus últimas vacaciones con Benedict en la isla griega de Naxos. Los planes de boda que habían hecho, sus proyectos para una vida en común.

«¿Dónde estás ahora, Benedict, cariño mío?»

El sonido vibratorio del teléfono se repitió. Cuatro tonos, y luego se detuvo otra vez. ¿Significaba aquello que tenía un mensaje? ¿Sería Benedict? ¿O sus padres? Intentó liberarse una y otra vez, desesperadamente. Agitándose y revolviéndose, intentando aflojar las ataduras de las muñecas, soltar las manos. Pero lo único que conseguía era acabar rebotando, haciéndose más daño, con los hombros casi desencajados y dando con el cuerpo contra el duro suelo para volver a subir luego, hasta quedar exhausta.

Al final lo único que pudo hacer fue permanecer allí tendida, frustrada. La mancha húmeda de la ingle y los muslos ya no estaba caliente y empezaba a picarle. También le picaba la mejilla y tenía unas ganas irrefrenables de rascarse. Y tenía que hacer un esfuerzo constante por tragar saliva para contener la bilis que le subía por la garganta y que podría llegar a ahogarla, era consciente de ello, si daba rienda suelta a sus ganas de vomitar teniendo la boca amordazada.

Lloró de nuevo, con los ojos irritados por la sal de sus lágrimas.

«Por favor, que alguien me ayude, por favor.»

Por un momento se preguntó si no debería dejarse llevar y vomitar, ahogarse y morir. Acabar con todo antes de que aquel hombre volviera a llevar a cabo las aberraciones que tuviera pensadas. Al menos, le quitaría esa satisfacción.

Pero no lo hizo: decidió depositar una confianza que ya sentía mermada en el hombre que amaba, cerró los ojos y rezó por primera vez en mucho tiempo, más del que podía recordar. Tardó un poco en rememorar las palabras exactas.

En cuanto acabó, el teléfono volvió a sonar. Los cuatro tonos de siempre, y luego se paró. Entonces oyó un sonido del todo diferente.

Un sonido que reconoció.

Un sonido que la dejó helada.

El ruido del motor de una motocicleta.


Загрузка...