Capítulo 39

Los zapatos son vuestras armas, señoritas, ¿verdad? Los usáis para hacer todo el daño que podáis a los hombres, ¿no?

Sabéis a lo que me refiero: no hablo de daños físicos, de los golpes y las heridas que podéis hacerles en la piel a los hombres golpeándolos con ellos. Hablo de los sonidos que hacéis con ellos. Del clac-clac-clac de vuestros tacones sobre los suelos de madera, sobre las losas de cemento, sobre las baldosas, sobre los caminos de ladrillo.

Te pones esos zapatos tan caros. Y eso significa que vas a algún sitio… y que me dejas solo otra vez. Yo oigo ese clac-clac-clac cada vez más tenue. Es el último sonido que oigo de ti. Y el primero que oigo cuando vuelves. Horas más tarde. A veces hasta un día más tarde. No me cuentas dónde has estado. Te ríes de mí. Te mofas de mí.

Una vez, cuando volviste y yo estaba de mal humor, te me acercaste. Pensé que ibas a darme un beso. Pero no lo hiciste. Simplemente me clavaste el tacón de aguja con fuerza sobre el pie desnudo. Me atravesaste la carne y los huesos, hasta dar contra la madera del suelo.


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