Capítulo 6

Jueves, 1 de enero de 2010

Era Año Nuevo. ¡Y la marea estaba alta!

A Yac le gustaba mucho que la marea estuviera alta. Sabía que estaba así porque sentía que su casa se movía, se elevaba, balanceándose levemente. Su casa era un barco carbonero Humber Keel llamado Tom Newbound, pintado de azul y blanco. No sabía de dónde le venía aquel nombre al barco, pero era propiedad de una mujer llamada Jo, que era enfermera, y de su marido, Howard, que era carpintero. Yac los había llevado a casa una noche en su taxi y ellos habían sido muy amables. Con el tiempo se habían convertido en sus mejores amigos. Le encantaba el barco, le gustaba pasar tiempo en él y ayudar a Howard con la pintura, con el barniz o con la limpieza en general.

Un día le dijeron que se iban a vivir un tiempo a Goa, en la India; no sabían cuánto estarían allí. A Yac le disgustaba perder a sus amigos y sus visitas al barco. Pero le dijeron que querían que alguien se ocupara de su embarcación y de su gato.

Yac llevaba allí dos años. Poco antes de Navidad había recibido una llamada de ellos, diciéndole que iban a quedarse al menos un año más.

Aquello significaba que podía quedarse allí al menos un año más, lo que le hacía muy feliz. Y además tenía el premio de la noche anterior, un nuevo par de zapatos, lo que también le hacía muy feliz…

Zapatos de cuero rojo, con una curvatura preciosa, seis tiras, una hebilla y tacones de aguja de quince centímetros.

Los dejó en el suelo, junto a su «litera». Había aprendido términos náuticos. En realidad era una cama, pero en un barco se le llamaba «litera». Igual que al sótano no lo llamaban «bodega», sino «sentina».

Podría navegar desde allí a cualquier puerto del Reino Unido; había memorizado todas las cartas del Almirantazgo. Solo que el barco no tenía motor. Un día le gustaría tener una embarcación propia, con un motor, y entonces navegaría a todos esos lugares que tenía almacenados en su cabeza. Ajá.

Bosun le pasó el morro por la mano que tenía colgando al lado de la litera. En el barco, ese enorme gato de manto rojizo era el jefe. El verdadero patrón. Yac sabía que el animal lo consideraba su criado. A él no le importaba. El gato nunca había vomitado en su taxi, como algunas personas.

El olor del caro zapato llenó las fosas nasales de Yac. Oh, sí. ¡El paraíso! Despertarse con un nuevo par de zapatos.

¡Y marea alta!

Aquello era lo mejor de vivir en el agua. Nunca oías pasos. Yac había intentado vivir en la ciudad, pero no había funcionado. No podía soportar el sugerente sonido de todos aquellos zapatos repiqueteando a su alrededor cuando intentaba dormir. Allí no pasaba, en los amarres del río Adur, en Shoreham Beach. Solo el golpeteo del agua, tal vez el silencio de las marismas. El chillido de las gaviotas. A veces el llanto del bebé de ocho meses del barco de al lado.

Con un poco de suerte, el niño se caería en el fango y se ahogaría.

Pero de momento, Yac esperaba ansioso el día que se le presentaba. Levantarse de la cama. Examinar sus zapatos nuevos. Y luego catalogarlos. Después, quizá, contemplar su colección, que guardaba en los lugares secretos que había encontrado y convertido en suyos en el barco. Era donde guardaba, entre otras cosas, su colección de planos de cableado. Luego se iría a su pequeño despacho en la proa y se pasaría un rato frente al ordenador portátil, conectado.

¿Qué mejor modo podía haber de empezar un año nuevo?

Pero primero tenía que acordarse de dar de comer al gato.

Pero antes de aquello tenía que cepillarse los dientes.

Y antes, tenía que ir al baño.

Luego tendría que hacer todas las comprobaciones del barco y marcarlas en la lista que le habían dado los propietarios. Lo primero de la lista era comprobar los sedales. Después tenía que comprobar que no hubiera filtraciones. Las filtraciones no eran nada bueno. Luego tenía que comprobar los cabos del amarre. La lista era larga, y repasarla entera le hacía sentirse bien. Le gustaba sentir que lo necesitaban.

Lo necesitaba el señor Raj Dibdoon, propietario del taxi.

Lo necesitaban la enfermera y el carpintero, dueños de su casa.

Lo necesitaba el gato.

¡Y esa mañana tenía un par de zapatos nuevos!

Era una buena forma de iniciar un nuevo año.

Ajá.

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