Capítulo 110

Domingo, 18 de enero de 2010

Jessie se giró y se quedó mirando hacia la luz, con la mente trabajando a toda velocidad. El tipo no tenía una pistola, de eso estaba bastante segura, la habría usado para amenazarla en lugar del cuchillo. Estaba herido. Y no era grande. Ella tenía el cuchillo. Sabía algo de defensa personal. Pero aun así le asustaba.

Tenía que haber otra salida.

Entonces se apagó la luz.

Parpadeó ante la oscuridad, como si así fuera a ver mejor, o como si alguien fuera a encender las luces. Estaba temblando. Podía oír sus propios jadeos. Hizo un esfuerzo por respirar más pausadamente.

Ahora estaban iguales, pero él tenía una ventaja: se suponía que conocía el lugar.

¿Se estaría acercando a ella?

A la luz de la linterna había visto a su izquierda un amplio espacio con lo que parecía una especie de silo al final. Dio unos pasos y enseguida chocó. Se oyó un sonoro pingggggg metálico y algo salió rodando de bajo sus pies y salió volando, para caer en el agua segundos más tarde.

«Mierda.»

Se quedó inmóvil. ¡Entonces se acordó de su teléfono!

Si pudiera volver hasta la furgoneta, podría llamar y pedir ayuda. Entonces, cada vez más asustada, se lo pensó otra vez: ¿llamar a quién? ¿Dónde estaba? Atrapada en una jodida fábrica abandonada en algún sitio. Seguro que eso le sonaría estupendo a la operadora de emergencias.


Él ya había vuelto a la furgoneta. La cara le dolía terriblemente y no veía nada con el ojo derecho, pero aquello no le importaba; al menos no en aquel momento. No le preocupaba nada más que pillar a aquella zorra. Le había visto la cara.

Tenía que encontrarla. Tenía que evitar que huyera.

Tenía que hacerlo, porque si no le pillarían.

Y sabía cómo hacerlo.

No quería revelar su posición encendiendo la linterna, así que se movió lo más lentamente que pudo, tanteando el interior de la furgoneta hasta que encontró lo que buscaba: sus binoculares de visión nocturna.

Solo tardó unos segundos en localizarla. Una figura verde a través de la pantalla de visión nocturna, moviéndose poco a poco, avanzando muy despacio hacia la izquierda, como si caminara a cámara lenta.

«Te crees muy lista, ¿verdad?»

Buscó a su alrededor algo que le sirviera. Algo pesado y sólido con lo que pudiera noquearla. Abrió el armarito junto al lavabo, pero estaba demasiado oscuro para ver en el interior, incluso con los binoculares. Así que encendió la linterna un momento. Los binoculares de visión nocturna proyectaron un destello hiriente en su ojo derecho, cosa que le sobresaltó de tal modo que la linterna se le escapó de las manos. Trastabilló hacia atrás y se cayó de espaldas.

Jessie oyó el golpe. Miró en aquella dirección y al momento vio la luz en el interior de la furgoneta. Se alejó a toda prisa en dirección al silo que había visto, avanzando a ciegas, tropezando con algo y luego golpeándose la cabeza con un objeto saliente y afilado. Reprimió un gruñido. Luego siguió, a tientas, hasta llegar a una viga vertical de acero.

¿Sería uno de los pilares en los que se apoyaba el silo?

Se arrastró hacia delante, tanteando la curva descendiente de la base del silo, y se coló por debajo, aspirando un aire que olía a polvo seco. Entonces tocó algo que le pareció el travesaño de una escalerilla.


El hombre siguió buscando frenéticamente con la linterna, abriendo uno tras otro los cajones. En el último encontró unas cuantas herramientas. Entre ellas había una gran llave inglesa. La cogió, sintiendo que el dolor del ojo empeoraba a cada segundo, que la sangre le caía por la cara. Recuperó los binoculares y se dirigió a la puerta. Se los puso y miró hacia el exterior.

La zorra se había esfumado.

No importaba. La encontraría. Conocía toda la planta cementera como la palma de su mano. Había supervisado la instalación de todas las cámaras de vigilancia del lugar. Aquel edificio albergaba los hornos gigantes que calentaban la mezcla de caliza, arcilla, arena y cenizas a mil quinientos grados centígrados, que luego se vertía en dos gigantescas turbinas de enfriamiento, para pasar luego a la estación de molido y, una vez procesada, a una serie de silos de almacenamiento desde donde se vertía a los camiones. Si la zorra quería esconderse, había muchos sitios donde hacerlo.

Pero solo había una salida.

Y él tenía la llave del candado en el bolsillo.

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