Capítulo 41

Sábado, 10 de enero de 2010

Siempre que se compraba un par de zapatos, Dee Burchmore sentía un acceso de emoción y de culpa. No tenía ninguna necesidad de sentirse culpable, por supuesto. Rudy le animaba a que se vistiera bien, a que se pusiera guapa. El era ejecutivo del American & Oriental Banking, destinado durante cinco años a la sede de Brighton, recién inaugurada, para potenciar el arraigo de la compañía en Europa, así que para él el dinero no era en absoluto un problema.

Ella estaba orgullosa de Rudy y lo quería. Le encantaba que se esforzara en mostrar al mundo que, tras los escándalos económicos que habían sacudido a la banca estadounidense en los últimos años, aún había quien se preocupaba por los clientes. Rudy estaba atacando el mercado hipotecario británico con empeño, haciendo ofertas a los compradores de primera vivienda que ninguna de las entidades británicas, aún en proceso de recuperación tras la crisis financiera, podían plantear. Y ella tenía un papel importante en el proceso, en lo referente a las relaciones públicas.

En las horas que le quedaban a Dee entre el momento de llevar a sus hijos -Josh, de ocho años, y Chase, de seis- al colegio y el de recogerlos, Rudy le había encomendado la tarea de establecer todas las relaciones que pudiera por la ciudad. Quería que encontrara organizaciones benéficas a las que pudiera hacer significativas contribuciones el American & Oriental (ganándose así, por supuesto, una publicidad considerable como benefactores de la ciudad). Era un papel que a ella le iba que ni pintado.

Era una golfista experimentada, así que se había apuntado a la sección femenina del club de golf más caro de la ciudad, el North Brighton. Se había hecho socia del Rotary Club que le pareció más influyente de la ciudad, y se había prestado a participar en los comités de organización de varias de las principales instituciones de beneficencia de la ciudad, entre ellas el Martlet's Hospice, reputado centro de cuidados paliativos para enfermos terminales. La última cita que había tenido había sido con el comité de recaudación de fondos para el principal refugio para indigentes de Brighton y Hove, el Saint Patrick's, que contaba con un centro muy particular, con espacios privados al estilo de los hoteles-nicho japoneses para los indigentes, entre ellos exreclusos en proceso de reinserción.

Se quedó allí de pie, en la tiendecita, observando cómo la dependienta envolvía sus bonitos Manolos azules en papel de seda, para meterlos después con toda delicadeza en la caja. No veía el momento de llegar a casa y probarse el vestido con aquellos zapatos y con el bolso. Sabía que le iban a quedar estupendos. Justo lo que necesitaba para sentirse más segura de sí misma la semana siguiente.

Entonces miró el reloj: las 15.30. ¡Mierda! Había tardado más de lo que pensaba. Iba a llegar tarde a su manicura en el Nail Studio, en Hove, en la otra punta de la ciudad. Salió a toda prisa de la tienda, sin fijarse apenas en la extraña mujer con la peluca rubia torcida que miraba algo en el escaparate.

Por el camino hasta el aparcamiento, no se volvió ni una vez.

Si lo hubiera hecho, habría visto que aquella misma mujer la estaba siguiendo.


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