Capítulo 58

Lunes, 12 de enero de 2010

El cambio de humor en la sala de reuniones era palpable. Roy sintió el repentino murmullo de excitación. Sucedía cada vez que aparecía un dato potencialmente decisivo en una investigación. Y aun así, en aquel momento él era el menos excitado de todo su equipo.

– Lástima que no lo supiéramos ayer -observó Branson-. Podríamos haberlo cazado con eso.

Nicholl asintió.

– Ahora ya tenemos suficiente para detenerlo, jefe, ¿no? -preguntó Foreman.

Grace miró a Ellen.

– ¿Sabemos dónde aparecieron después los zapatos?

– No, me temo que no -respondió ella-. No tengo esa información.

– ¿Tendrían algún valor económico para él? -preguntó Nicholl.

– Por supuesto -dijo Bella Moy-. Unos Roberto Cavalli nuevos como esos… En la ciudad hay montones de tiendas de ropa de segunda mano que los comprarían a precio de saldo. Yo a veces les compro cosas. Puedes encontrar gangas estupendas.

Grace se la quedó mirando un momento. Bella tenía poco más de treinta años, era soltera y vivía en casa con su anciana madre. Le daba un poco de pena, porque no es que no fuera atractiva, pero daba la impresión de que no tenía una vida real, aparte de su trabajo.

– ¿El diez por ciento de su precio, Bella? -preguntó.

– No lo sé. Pero no pagarían mucho. Veinte libras, quizá. Como mucho.

Grace pensó. Aquel dato nuevo sin duda justificaría el arresto de Darren Spicer. Y aun así… no le parecía bien. Era un sospechoso casi demasiado obvio. Sí, el tipo había salido a tiempo para cometer la primera violación, el día de Año Nuevo. Y, por si fuera poco, trabajaba en el hotel Metropole, donde había tenido lugar. Y ahora se acababan de enterar de que en su último allanamiento con agresión se había llevado los zapatos de su víctima. Pero a Grace le inquietaba algo: ¿era posible realmente que aquel tipo fuera tan tonto?

Aún más significativo era que Spicer siempre se hubiera dedicado a robar casas y a traficar con drogas. Se ganaba la vida, si se podía decir así, metiéndose en la casa de la gente y abriendo cajas fuertes, llevándose joyas, relojes, plata y efectivo. Ni Nicola Taylor ni Roxy Pearce habían denunciado hasta el momento ningún robo aparte del de sus zapatos y, en el caso de Nicola, también su ropa. Lo mismo que en el caso de Mandy Thorpe, el sábado por la noche. Solo habían desaparecido los zapatos. A menos que Spicer hubiera cambiado en prisión -algo que dudaba, dado su historial-, no parecía que aquello fuera su típico modus operandi.

Por otra parte, ¿cómo podía estar seguro de que Spicer no hubiera cometido otros delitos sexuales por los que no hubiera resultado condenado? ¿Podía ser que fuera él el Hombre del Zapato? La información recabada por Ellen mostraba que estaba en la calle en el momento de todos los ataques del Hombre del Zapato. Pero este violaba y atacaba a sus víctimas con agresividad. No se limitaba a intentar besarlas, como había hecho Spicer. Una vez más, el modus operandi no coincidía.

Sí, podrían detenerlo. Los jefazos se pondrían contentos al realizar un arresto tan rápido, pero ese placer podría durar poco. ¿Qué iba a hacer luego con Spicer? ¿Cómo conseguiría las pruebas necesarias para condenarlo? El agresor llevaba máscara y apenas hablaba, así que no contaban con una descripción facial o con una voz a las que agarrarse. Ni siquiera tenían una declaración fiable de la altura del tipo. Lo más seguro es que fuera de altura media y constitución ligera. Con poco vello corporal.

Los exámenes forenses demostraban que el agresor no había dejado semen en ninguna de las tres víctimas. Hasta el momento no había coincidencias de ADN en ninguno de los pelos, las fibras o los rastros de los arañazos, aunque aún era muy pronto. Tardarían un par de semanas en examinarlo todo, y no podían retener a Spicer todo ese tiempo sin acusarle de nada. Estaba claro que la Fiscalía del Estado no consideraría que tuvieran suficientes pruebas para presentar cargos.

Podían interrogarle sobre por qué se llevó los zapatos de Marcie Kallestad, pero si de verdad era el Hombre del Zapato, eso le pondría en guardia. Igual que si pedían una orden de registro para su taquilla en el albergue. Por lo que habían dicho Glenn y Nick, Spicer pensaba que había estado muy listo y que los había dejado satisfechos. Ahora quizá no le preocupara volver a delinquir. Si mostraban demasiado interés en él, quizás aquello frenara sus pasos, o incluso podía ahuyentarlo. Y Grace quería un resultado, no otros doce años de silencio.

Se quedó pensando un momento y luego le preguntó a Branson:

– ¿Spicer tiene un coche, o acceso al de alguien?

– No daba la impresión de que tuviera nada. Lo dudo, jefe. No.

– Dijo que va a pie a todas partes para ahorrarse el autobús, jefe -añadió Nicholl.

– Probablemente pueda conseguir uno cuando lo necesite -apuntó Zoratti-. Tiene un par de antecedentes por robo de vehículo: una furgoneta y un coche particular.

Que no tuviera un medio de transporte era algo bueno, pensó. Haría mucho más sencilla la tarea de mantenerlo vigilado.

– Creo que, por el momento, es más fácil que obtengamos algo si lo observamos que si le apretamos. Sabemos dónde está entre las 8.30 de la tarde y las 8.30 de la mañana, gracias al toque de queda del albergue. Tiene su trabajo de reinserción en el Grand Hotel, así que sabremos dónde está durante el día, los días laborables. Voy a contactar con Seguimiento para que lo observen cuando sale del trabajo y para que se aseguren de que no sale del albergue por la noche.

– Si realmente es un «sujeto de interés», Roy, que parece que sí -intervino Proudfoot-, yo diría que vale la pena que actúes rápido.

– Espero que se pongan en marcha hoy mismo -respondió Grace-. Este sería un buen momento para que nos dijera qué piensa.

El psicólogo forense se puso en pie y se acercó a una pizarra blanca en la que había colgada un gran hoja con una gráfica. Presentaba varias líneas irregulares trazadas con tintas de diferentes colores. Se tomó su tiempo para hablar, como si quisiera demostrar que era tan importante que no tenía por qué darse prisa.

– El patrón de agresión del Hombre del Zapato y del agresor de este caso son muy similares -expuso-. Esta gráfica muestra los factores vinculantes hasta el momento entre los dos. Cada color es un aspecto diferente: el lugar, la hora del día, el acercamiento a las víctimas, la forma del ataque y el aspecto externo del agresor.

Señaló cada una de las líneas, se hizo a un lado y prosiguió:

– Hay una serie de aspectos de las agresiones del Hombre del Zapato que nunca se hicieron públicas, y que, sin embargo, aparecen en el modus operandi del agresor actual. Eso me lleva a afirmar con cierta seguridad que, en este momento, tenemos, suficientes factores vinculantes como para suponer que nos enfrentamos a la misma persona. Uno de los más significativos es que usara el mismo nombre, Marsha Morris, para registrarse en el Grand Hotel en 1997 y en el Metropole la Nochevieja pasada, y que ese nombre nunca se filtró a la opinión pública.

Avanzó unos pasos, hasta una pizarra en blanco.

– También estoy bastante seguro de que el agresor es un hombre de la zona, o por lo menos un tipo con buenos conocimientos del lugar, que ha vivido aquí antes.

Rápidamente dibujó con un rotulador negro unos cuadraditos en la mitad superior de la pantalla y los numeró del 1 al 5, sin dejar de hablar mientras lo hacía.

– La primera agresión sexual del Hombre del Zapato de la que tenemos denuncia fue un ataque frustrado el 15 de octubre de 1997. Voy a pasar esa por alto para centrarnos en lo que nos interesa, y nos centraremos en los ataques que consiguió llevar a término. El primero fue en el Grand Hotel, la madrugada del 1 de noviembre de 1997. -Escribió GH sobre el primer cuadrado-. El segundo fue en una vivienda privada de Hove Park Road, dos semanas más tarde. -Escribió HPR sobre el segundo cuadrado-. El tercero fue bajo el muelle del Palace Pier, dos semanas más tarde. -Escribió PP sobre el tercer cuadrado-. El cuarto fue en el aparcamiento de Churchill Square, otras dos semanas más tarde. -Escribió CS sobre el cuarto-. Un posible quinto ataque tuvo lugar la Nochebuena, otras dos semanas más tarde, en Eastern Terrace, aunque ese no está confirmado. -Escribió ET sobre la quinta casilla-. Luego se giró hacia el equipo, pero fijó la mirada en Roy Grace.

»Sabemos que las cinco mujeres se habían comprado un par de zapatos caros en alguna zapatería de Brighton inmediatamente antes de los ataques. Creo que es probable que el agresor conociera bien estos lugares. También podría haber sido alguien de fuera, claro, pero no lo creo. Los foráneos no suelen quedarse por la zona. Atacan y cambian de escenario.

Grace se giró hacia Foreman, que dirigía el Equipo de Investigaciones Exteriores.

– Michael, ¿has estado en las zapaterías donde habían comprado los zapatos nuestras víctimas, para ver si tienen circuito cerrado de televisión?

– Estamos en ello, jefe.

Entonces Proudfoot trazó un círculo alrededor de las cinco casillas.

– Vale la pena observar la extensión relativamente limitada de la zona de la ciudad donde tuvieron lugar estos ataques. Ahora pasemos a la serie de agresiones de ahora.

Cambió el rotulador negro por uno rojo, dibujó tres casillas en la mitad inferior de la pizarra y las número del 1 al 3. Se giró un momento hacia su público, y de nuevo hacia la pizarra.

– La primera agresión tuvo lugar en el hotel Metropole que, como saben, está junto al Grand. -Escribió MH sobre la primera casilla-. El segundo ataque, aproximadamente una semana más tarde, tuvo lugar en una casa particular de una elegante calle residencial, The Droveway. -Escribió TD sobre la segunda casilla-. El tercer ataque, y acepto que hay diferencias en el modus operandi, tuvo lugar apenas dos días después en el Palace Pier, o Brighton Pier, como creo que lo llaman ahora. -Escribió BP sobre la tercera casilla, y luego volvió la cara de nuevo hacia el equipo.

»The Droveway es paralela a Hove Park Road. No creo que ninguno de nosotros necesite un máster en ciencia aeroespacial para ver las coincidencias geográficas en estos ataques.

El agente Foreman levantó la mano.

– Doctor Proudfoot, esa es una observación muy inteligente. ¿Qué nos puede decir sobre el agresor, por su amplia experiencia en el tema?

Proudfoot sonrió. Los cumplidos habían alcanzado el punto G de su ego.

– Bueno -dijo, abriendo los brazos ostentosamente-, sin duda habrá tenido una infancia disfuncional. Es más que probable que haya sido hijo de padre o madre solteros, o puede que haya sufrido una educación religiosa muy represiva. Quizás haya sufrido abusos sexuales en su infancia por parte de un progenitor o un familiar cercano. Es probable que haya cometido algún delito menor en el pasado, empezando con actos de crueldad a animales durante la infancia y quizá pequeños robos a sus compañeros de colegio. Sin duda habrá sido un tipo solitario, con pocos amigos de infancia, si es que ha tenido alguno.

Hizo una breve pausa y se aclaró la garganta antes de proseguir:

– Desde el inicio de su adolescencia, es probable que se haya obsesionado con la pornografía violenta, y posiblemente haya cometido algunos delitos sexuales leves: exhibicionismo, abusos deshonestos, cosas así. De ahí habrá pasado a recurrir a prostitutas, probablemente a las que ofrecen servicios sadomasoquistas. Y es muy posible que consuma drogas: cocaína, quizá. -Hizo una pausa-. El uso de ropas de mujer como disfraz es indicativo tanto del mundo de fantasía en el que vive como del hecho de que es inteligente, y de que quizá tenga un perverso sentido del humor que podría resultar significativo, en cuanto a la elección de los escenarios de sus ataques en 1997 y a la de los de ahora (y también en la del momento). El hecho de que sea tan cuidadoso y no deje pruebas también es indicativo de que es inteligente, y que tiene conocimientos sobre los métodos de la Policía, quizá por experiencia directa.

La agente Boutwood levantó la mano.

– ¿Puede sugerirnos alguna teoría, si es que es el Hombre del Zapato, que explicara por qué ha dejado de delinquir durante doce años y luego ha vuelto a las andadas?

– No es nada raro. Hubo un asesino en serie en Estados Unidos, llamado Denis Rader, que dejó de matar durante doce años, al casarse y formar una familia. Estuvo a punto de empezar de nuevo cuando se cansó de la relación, pero afortunadamente le pillaron antes de que pudiera hacerlo. Podría ser el caso de nuestro agresor. Pero también es posible que se haya mudado a otro lugar del país, o incluso al extranjero, que haya seguido delinquiendo allí y que ahora haya vuelto.

Cuando acabó la reunión, Grace le pidió al psicólogo forense que se pasara por su despacho. El policía cerró la puerta. Era un día de tormenta y la lluvia repiqueteaba contra las ventanas tras su mesa.

– No quería discutir con usted delante del equipo, doctor Proudfoot -dijo con voz firme-, pero me preocupa mucho el tercer ataque, el del Tren Fantasma. El modus operandi es completamente diferente.

Proudfoot asintió, sonriendo como lo haría un padre que le sigue la corriente a su niño.

– Dígame cuáles considera que son las principales diferencias, superintendente.

Aquel tono le pareció condescendiente e irritante, pero intentó no caer en la trampa. Levantó un dedo y se limitó a enumerar:

– En primer lugar, a diferencia de las otras víctimas,

Mandy Thorpe no se acababa de comprar los zapatos que llevaba en el momento de la agresión (e incluyo en la cuenta a Rachael Ryan, de quien aún no podemos asegurar nada). Las cinco mujeres agredidas años atrás se acababan de comprar un caro par de zapatos de diseño, horas o días antes del ataque. Igual que las dos primeras víctimas de este caso, Nicola Taylor y Roxy Pearce. Mandy Thorpe era diferente. Se había comprado los zapatos meses atrás, en unas vacaciones en Tailandia.

Levantó otro dedo.

– En segundo lugar, y creo que puede ser algo significativo, Mandy Thorpe llevaba unos zapatos de diseño falsos, unos Jimmy Choo de imitación.

– Con todo el respeto, yo no soy un experto en la materia, pero tenía entendido que el objetivo de las imitaciones era que no pudieran distinguirse de los originales.

Grace sacudió la cabeza.

– No se trata de distinguir los zapatos. Las víctimas las encuentra en las zapaterías. En tercer lugar (y eso es muy importante), no obligó a Mandy Thorpe a masturbarse con los zapatos. Así es como se excita, imponiendo su voluntad sobre las víctimas.

Proudfoot se encogió de hombros, dando a entender que podría estar de acuerdo con Grace… o no.

– La joven estaba inconsciente, así que no sabemos lo que le hizo.

– Las muestras vaginales tomadas demuestran que fue penetrada por alguien que se había puesto un condón. No había ningún indicio de penetración vaginal o anal con un zapato.

– Quizá le interrumpieran y tuviera que marcharse a toda prisa -propuso Proudfoot.

Grace levantó otro dedo y prosiguió.

– Quizá. Cuarto: Mandy Thorpe está rellenita. Gorda, por decirlo llanamente. Obesa. Todas las otras víctimas eran delgadas.

El psicólogo sacudió la cabeza.

– El tipo de las mujeres no es el factor significativo. El agresor va de caza. Lo significativo son los tiempos. Antes, el Hombre del Zapato actuaba a intervalos de dos semanas. Esta vez ha empezado con intervalos de una semana, que ahora se han reducido a dos días. Ninguno de nosotros sabe qué es lo que ha estado haciendo estos doce años de silencio, pero quizá su apetito se haya intensificado, sea por el tiempo de contención, si es que se ha reprimido todo ese tiempo, o por la confianza, si ha seguido delinquiendo sin que le pillaran. De una cosa estoy seguro: cuanto más se sale con la suya un agresor, más invencible se siente y más va a aumentar su deseo.

– Tengo una rueda de prensa a mediodía, doctor Proudfoot. Lo que diga entonces puede pasarnos factura más tarde. Quiero dar una información precisa que nos ayude a atrapar a nuestro hombre y tranquilizar a la población, en la medida de lo posible. Por el bien de su reputación, usted también querrá que dé una información veraz; no querrá que luego le señalen por algún error.

Proudfoot sacudió la cabeza.

– Yo me equivoco muy poco, superintendente. Si me escucha, usted tampoco se equivocará de mucho.

– Es un alivio saberlo -respondió Grace con frialdad.

– Usted es un veterano, como yo -prosiguió Proudfoot-. Sufre presiones de todo tipo; lo sé, les pasa a todos los superintendentes con los que he trabajado. El asunto es este: ¿qué es lo peor para la opinión pública? ¿Que crean que hay un violador suelto por ahí, buscando mujeres a las que atacar, o que hay dos? -El psicólogo se quedó mirando a Grace y levantó las cejas-. Yo sé con qué me quedaría si quisiera proteger la reputación de mi ciudad.

– No voy a dejarme llevar por la política a la hora de tomar una decisión -replicó Grace.

– Roy… ¿Puedo llamarle así?

Grace asintió.

– No nos enfrentamos con alguien cualquiera, Roy. Este tipo es inteligente. Va de caza. En su cabeza hay algo que le lleva a hacer lo mismo que hizo tiempo atrás, pero sabe, porque no es tonto, que tiene que variar su rutina o sus métodos. Se partiría de la risa si pudiera oír esta conversación que estamos teniendo. No disfruta únicamente imponiendo su poder sobre las mujeres; también le gusta sentir que lo hace sobre la Policía. Todo ello forma parte de su juego enfermizo.

Grace se quedó pensando unos momentos. Su formación como oficial de Policía le decía que debía escuchar a los expertos, pero no dejarse influir por ellos, y formarse siempre sus propias opiniones.

– Ya entiendo lo que dice.

– Espero que lo tenga bien claro, Roy. Si tiene alguna duda, repase mi historial en otros casos. Voy a decirle algo de este delincuente: es una persona que necesita una zona cómoda, un poco de rutina. Se está ajustando al mismo patrón de la otra vez. Esa es su zona cómoda. Asaltará a sus víctimas en lugares idénticos o, al menos, similares. Antes de que acabe la semana va a producirse un asalto con violación en un aparcamiento en el centro de esta ciudad, y el agresor se llevará los zapatos de la víctima. Puede decirles eso en la conferencia de prensa, de mi parte.

La petulancia de aquel hombre estaba empezando a irritar increíblemente a Grace. Pero lo necesitaba. En aquel momento precisaba de todos los recursos de los que pudiera disponer.

– No puedo poner en alerta todo el centro de la ciudad: no disponemos de suficientes recursos. Si llenamos de uniformes todo el centro, eso no nos ayudará a cogerle. Simplemente le ahuyentará, y se irá a otro sitio.

– Yo creo que su» hombre es lo bastante listo y osado como para hacerlo ante sus narices. Puede que eso incluso le excite. Puede cubrir la ciudad de policías, y aun así conseguirá a su víctima.

– Muy tranquilizador -dijo Grace-. Así pues, ¿qué sugiere usted?

– Va a tener que hacer alguna apuesta… y confiar en la suerte. O… -Hizo una breve pausa, pensativo-. Estaba dándole vueltas al caso de Dennis Rader, en Estados Unidos: un tipo especialmente retorcido, que firmaba como ATM, iniciales de «Ato, Torturo, Mato». Le cogieron tras doce años de silencio, cuando el periódico del lugar escribió algo sobre él que no le gustó. No era más que una especulación…

– ¿De qué tipo? -preguntó Grace, de pronto muy interesado.

– Creo que era algo que cuestionaba la virilidad del tipo. Algo así. De algo puede estar seguro: su violador estará muy pendiente de los medios y leerá cada palabra de lo que salga impreso en los periódicos locales. El ego.

– ¿Cree que irritarlo puede provocarle y hacer que actúe con mayor violencia?

– No, no creo. Hace doce años perpetró las mismas agresiones y salió indemne. Y solo Dios sabe si durante este tiempo no ha perpetrado nuevos delitos, por los que tampoco ha recibido castigo. Y ahora estas violaciones. Imagino que se cree invencible, listísimo, poderoso. Esa es la imagen que ha dado de él la prensa. Cogen a nuestro Hombre del Zapato, crean un demonio y ¡bingo!, las ventas de periódicos se disparan en todo el país, así como las cifras de audiencia de las cadenas de televisión. Y en realidad de lo que se está hablando todo el rato es de un inadaptado asqueroso y retorcido al que le falta un tornillo.

– ¿Así que tenemos que conseguir que el periódico local diga algo que ataque a su virilidad? ¿Que tiene una polla minúscula… o algo así?

– ¿Qué tal decir la verdad, que no se le levanta… o que le cuesta mantenerla en alto? A ningún hombre le va a gustar leer eso.

– Peligroso -dijo Grace-. Podríamos ponerle colérico.

– Ahora mismo ya supone un gran peligro, Roy. Pero por ahora se muestra inteligente, calculador, paciente y meticuloso. Cabréelo, haga que pierda los nervios… y así cometerá algún error. Y entonces lo pillaremos.

– O «los» pillaremos.


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