Capítulo 113

Domingo, 18 de enero de 2010

A Grace aquella tarde se le estaba haciendo eterna. Sentado en su despacho, examinaba el árbol genealógico de Jessie Sheldon, trazado por uno de los miembros de su equipo. En aquel momento, dos atareados miembros de la Unidad de Delitos Tecnológicos, que habían sacrificado su día libre, examinaban los registros de su ordenador y de su teléfono móvil.

El único informe que había recibido hasta el momento era que Jessie se mostraba muy activa en las redes sociales, algo que tenía en común con la mujer que a punto había estado de convertirse en víctima del Hombre del Zapato el jueves por la tarde, Dee Burchmore.

¿Era así como seguía a sus víctimas?

Mandy Thorpe también escribía mucho en Facebook y en otros dos sitios. Pero ni Nicola Taylor, violada en el hotel Metropole en Nochevieja, ni Roxy Pearce, violada en su casa en The Droveway, tenían un perfil en ninguna red social.

El vínculo que unía a todas aquellas mujeres volvía a ser el mismo: todas acababan de comprarse zapatos caros en alguna tienda de Brighton. Todas menos Mandy Thorpe.

A pesar de la insistencia del doctor Proudfoot, el superintendente seguía creyendo que esta no había sido violada por el Hombre del Zapato, sino por otra persona. Quizás un imitador. O quizá fuera una coincidencia temporal.

Le sonó el teléfono. Era el agente Foreman, desde la SR-1.

– Acabo de recibir un informe de Hotel 900, que va a aterrizar para repostar, señor. Hasta ahora no hay nada destacable, salvo dos posibles anomalías en la vieja cementera.

– ¿Anomalías? -dijo Grace, preguntándose qué podía significar aquello para los pilotos del helicóptero.

Sabía que disponían de equipo de visión térmica a bordo, con el que podían detectar presencia humana en una oscuridad total o entre la densa niebla solo por el calor emitido por los cuerpos. Desgraciadamente, aunque resultaba útil para seguir la pista a los cacos que robaban un coche e intentaban ocultarse en el bosque o en ciertos callejones, muchas veces recibían pistas falsas procedentes de animales o de cualquier otra cosa que desprendiera calor.

– Sí, señor. No pueden asegurar que se trate de seres humanos; podrían ser zorros, o tejones, o gatos o perros vagabundos.

– Vale, envía una patrulla para comprobarlo. Mantenme informado.

Media hora más tarde, Foreman volvió a llamar a Grace. Una patrulla había ido hasta la entrada de la vieja cementera y había informado de que el lugar estaba seguro. Las puertas de entrada eran de tres metros y medio, con alambre de espino por encima y había un amplio dispositivo de vigilancia.

– ¿Qué tipo de vigilancia? -preguntó Grace.

– Cámaras de control remoto. Una empresa de Brighton de buena reputación, Sussex Remote Monitoring Services. Si estuviera pasando algo, ya lo habrían detectado, señor.

– Ya sé quiénes, son -dijo Grace.

– La Policía trabaja con ellos. Creo que instalaron los sistemas de alarma de la Sussex House.

– Ya, bueno.

Como cualquier otro vecino de Brighton, había oído hablar de la cementera. Era un lugar de referencia, situado hacia el oeste, y corrían rumores de que en algún momento volverían a ponerla en marcha tras casi dos décadas de abandono. Era un lugar enorme, situado en una cantera de caliza abierta en los Downs y que comprendía diversas estructuras, cada una de ellas más grande que un campo de fútbol. Ni siquiera sabía con seguridad quiénes eran los propietarios actuales, pero sin duda habría un cartel en la entrada.

Para hacer un registro tendría que conseguir su consentimiento o una orden de registro. Y para que el registro fuera efectivo, tendría que desplazar un gran equipo. Habría que hacerlo con luz de día.

Se puso una nota en el cuaderno para la mañana siguiente.

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