Capítulo 94

Sábado, 17 de enero de 2010

Grace, sentado en el despacho al final de la sala de operaciones, estaba dando cuenta de un horrible pegote de chow mein de pollo y gambas casi helado que algún agente bien intencionado le había traído. Si no hubiera estado muerto de hambre, lo habría tirado a la basura. Pero no había comido nada desde su cuenco de cereales de primera hora de la mañana, y necesitaba la energía.

En el garaje de detrás de Mandalay Court no se había registrado movimiento. Pero el número y la calidad de los candados de aquella puerta seguían dándole que pensar. El subdirector Rigg enseguida le había dado permiso para que Darren Spicer les contara lo que había visto sin que ello le acarreara consecuencias, pero de momento Branson no había podido encontrarle. Grace esperaba que el violador en serie no estuviera jugando a algún juego macabro con ellos.

Hundió el tenedor de plástico en el recipiente de cartón, mientras miraba la imagen cuadriculada que tenía en la pantalla de la mesa de delante. Todos los coches y los treinta y cinco agentes de aquella operación estaban equipados con transmisores que comunicaban su posición exacta, con un margen de error de un par de metros.

Comprobó la posición de cada uno de ellos, y luego las imágenes de las calles de la ciudad a través de las cámaras de circuito cerrado. Las pantallas de la pared mostraban tanto las imágenes de visión nocturna como lo grabado a la luz del día. Desde luego la ciudad estaba más animada que el día anterior. La gente se habría quedado en casa la noche del viernes, pero parecía que la del sábado iba a ser toda una fiesta.

Mientras masticaba una gamba correosa, la radio cobró vida con un crujido y se oyó una voz excitada:

– ¡Objetivo Uno localizado! ¡Girando a derecha-derecha por Edward Street!

«Objetivo Uno» era el código asignado a John Kerridge: Yac. Objetivo Dos y los números siguientes se aplicarían a cualquier furgoneta blanca o peatón que despertaran sospechas.

Al momento, Grace dejó el plato de cartón en la mesa y tecleó el comando para mostrar en uno de los monitores de la pared la imagen de la cámara situada en el cruce de Edward Street con Old Steine. Vio un taxi Peugeot, con los colores oficiales de Brighton, turquesa y blanco, pasando frente a la cámara hasta perderse de vista.

– Una pasajera. Mujer. En dirección este-este -oyó.

Un momento más tarde, Grace vio un pequeño Peugeot que se dirigía en la misma dirección. El transmisor que apareció en la cuadrícula le indicó que era uno de sus coches camuflados, el número 4.

Conectó la siguiente imagen en la secuencia de cámaras del circuito cerrado y vio el taxi cruzando la intersección con Egremont Place, donde Edward Street se convertía en Eastern Road.

«Casi el mismo patrón que anoche», pensó Grace. Pero esta vez, aunque no podría explicar por qué, había cambiado algo. Al mismo tiempo, le seguía preocupando la gran fe que había puesto en las opiniones de Proudfoot.

Comunicó por el teléfono interno con su oficial de nivel plata.

– ¿Hemos preguntado el lugar de destino a la compañía de taxis?

– No, jefe, no hemos querido alertarlos, por si la operadora le dice algo al taxista. Tenemos suficiente cobertura como para mantenerlo controlado, si se mantiene en la zona.

– De acuerdo.

Otra voz excitada sonó en la radio.

– Gira a la derecha…, a la derecha por… ¿Cómo se llama esa calle? Montague, creo. ¡Sí, Montague! ¡Se para! ¡Se abre la puerta de atrás! ¡La chica sale del coche! ¡Oh, Dios mío, está corriendo!

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