Capítulo 9

Jueves, 25 de diciembre de 1997

Se estaban moviendo. La furgoneta estaba en marcha. Rachael oía el ronquido sordo y constante del tubo de escape que le intoxicaba los pulmones. Oía el ruido de los neumáticos salpicando agua por el asfalto. Sentía cada bache, que la lanzaba por encima de los sacos sobre los que estaba tirada, con los brazos a la espalda, incapaz de moverse o hablar. Lo único que veía era la parte trasera de la gorra de béisbol del tipo al volante y las orejas asomando a los lados.

Estaba helada de frío y de pánico. Sentía la boca y la garganta secas, y la cabeza le dolía terriblemente por los golpes recibidos. Todo el cuerpo le dolía. Sentía asco, se sentía sucia, mugrienta. Necesitaba con desesperación una ducha, agua caliente, jabón, champú. Quería lavarse por dentro y por fuera.

Notó que la furgoneta giraba en una esquina. Vio la luz del día. Una luz de día gris. La mañana de Navidad. Debería estar en su piso, abriendo el calcetín con regalos que su madre le había enviado por correo. Cada año de su infancia había recibido un calcetín lleno de regalos por Navidad, y a sus veintidós años seguía recibiéndolo.

Se echó a llorar. Oía el repiqueteo de los limpiaparabrisas. De pronto en la radio empezó a sonar Candle in the wind, de Elton John, con alguna interferencia, y vio que el hombre balanceaba la cabeza al ritmo de la música.

Elton John había cantado aquella canción en el funeral de la princesa Diana, cambiando la letra. Rachael recordaba aquel día claramente. Ella había estado entre los cientos de miles de personas que habían acudido a presentar sus respetos en el exterior de la abadía de Westminster, escuchando aquella canción, viendo el funeral en una de las enormes pantallas de televisión. Había pasado la noche en una tienda de campaña en la acera, y el día antes se había gastado gran parte de su salario semanal, ganado en el mostrador de información del Departamento de Relaciones con el Cliente de la oficina de American Express en Brighton, en un ramo de flores que colocó, junto a otros miles, frente al palacio de Kensington.

La princesa era un ídolo para ella. Algo murió en su interior el día en que Diana falleció.

Y ahora había empezado una nueva pesadilla.

La furgoneta frenó de pronto y ella cayó unos centímetros hacia delante. Intentó mover de nuevo las manos y las piernas, donde sentía unos calambres insufribles. Pero no podía mover nada.

Era la mañana de Navidad y sus padres la esperaban para brindar con champán, almorzar juntos y oír el discurso de la reina. Una tradición anual, como la del calcetín.

Volvió a intentar hablar de nuevo, pedirle clemencia al hombre, pero tenía la boca tapada con una cinta adhesiva. Necesitaba orinar y ya se lo había hecho encima antes. No podía hacerlo otra vez. Oyó un ruido. Su teléfono móvil; reconoció la melodía de Nokia. El hombre giró la cabeza un instante; luego volvió a mirar adelante. La furgoneta se puso en marcha. Pese a que tenía la mirada borrosa y a la lluvia que caía sobre el parabrisas, vio que dejaban atrás un semáforo verde. Luego vio a su izquierda unos edificios que reconoció. Gamley's, la tienda de juguetes. Estaban en Church Road, en Hove. Se dirigían hacia el oeste.

El teléfono dejó de sonar. Poco después oyó un doble pitido que indicaba un mensaje.

¿De quién?

¿Tracey y Jade?

¿O sus padres, que llamaban para felicitarle la Navidad? ¿Su madre, que querría saber si le había gustado el calcetín?

¿Cuánto tiempo pasaría antes de que empezaran a preocuparse por ella?

«¡Dios santo! ¿Quién demonios es este hombre?»

Cuando la furgoneta giró a la izquierda de repente, cayó rodando hacia la derecha. Luego giró a la izquierda. Luego otro giro. Y luego se detuvo.

La canción acabó y una voz masculina y alegre empezó a hablar de dónde pasaría la Navidad el magnífico Elton John.

El hombre salió, dejando el motor en marcha. A Rachael el humo y el miedo le provocaban cada vez más náuseas. Necesitaba desesperadamente beber agua.

De pronto él volvió a meterse en la furgoneta, que avanzó hacia un lugar cada vez más oscuro. Luego el motor se paró y hubo un momento de silencio completo cuando la radio también dejó de sonar. El hombre desapareció.

Se oyó un sonido metálico al cerrarse la puerta del conductor.

Luego otro sonido metálico que la sumió en una oscuridad total.

Se quedó tendida, temblando de miedo, a oscuras.

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