Capítulo 92

Sábado, 17 de enero de 2010

Poco después de las dos de la tarde, Grace entró con el coche en la vía de acceso a un gran bloque de apartamentos algo viejo, Mandalay Court, y luego por una rampa lateral, tal como le habían indicado. Tenía curiosidad por ver adonde los llevaba la pista de Spicer.

Al pasar por la parte trasera del edificio, con los limpiaparabrisas en pleno funcionamiento a causa de la llovizna, vio una larga fila de vetustos garajes cerrados que daban la impresión de no haber sido usados desde hacía años. Junto al último vio tres vehículos: el Ford Focus plateado de Glenn Branson, idéntico al que había traído él; la pequeña furgoneta azul que suponía que pertenecería al cerrajero; y la furgoneta blanca de la policía, con dos miembros del Equipo de Apoyo Local, convocados por si había que entrar a la fuerza, provistos de un ariete por si fuera necesario. Aunque por la experiencia que él tenía, no había muchas puertas que pudieran resistirse al siempre sonriente Jack Tunks, encargado del mantenimiento de las cerraduras de la cárcel de Lewes.

Tunks, vestido con su mono azul de trabajo y con una sucia bolsa de herramientas a su lado, en el suelo, ya estaba inspeccionando los candados.

Grace salió del coche con la linterna en la mano y saludó a su colega; luego hizo un gesto con la cabeza señalando el último garaje de la fila.

– ¿Es ese?

– Sí. El número 17. No está muy clara la numeración.

– Branson repasó la orden de registro firmada media hora antes por el juez-. Sí.

– Caray -exclamó Tunks-, ¿qué guardan aquí? ¿Las joyas de la Corona?

– Sí, me parecen muchos candados -dijo Grace.

– Quien haya puesto todo esto no se anda con tonterías. Estoy seguro de que la puerta también está reforzada por detrás.

Grace detectó un tono de respeto en su voz. El reconocimiento de la obra de un profesional por parte de otro.

Mientras Tunks empezaba a trabajar, él se quedó frotándose las manos para combatir el frío.

– ¿Qué sabemos del dueño de este garaje?

– Estoy en ello -respondió Branson-. Tengo a dos agentes preguntando por el bloque, por si alguien conoce al dueño, o al menos a la persona que lo usa. Si no funciona, veremos qué podemos sacar consultando el registro de la propiedad por Internet.

Grace asintió, se secó la nariz con el pañuelo y luego se sorbió, con la esperanza de no estar incubando un resfriado; no quería contagiarle ninguna infección a Cleo durante el embarazo.

– ¿Has comprobado que esta sea la única entrada?

El sargento, que llevaba una larga gabardina color crema con cinturón y trabillas y unos guantes de brillante cuero marrón, hizo un gesto de resignación con la cabeza, agitándola de lado a lado.

– Ya sé que no soy el más espabilado de la clase, colega, pero sí, ya lo he comprobado.

Grace esbozó una sonrisa y se fue hasta el lateral del edificio para comprobarlo él mismo. Era un garaje largo, pero no tenía ventanas ni puerta de atrás. Volvió al lado de Branson.

– Bueno, ¿y qué noticias tenemos de Ari? -preguntó.

– ¿Has visto la película La guerra de los Rose?

Se quedó pensando un momento.

– ¿Michael Douglas?

– Exacto. Y Kathleen Turner y Danny DeVito. Acaban tirándose los platos a la cabeza. Nosotros estamos, más o menos, a ese nivel…, pero peor.

– Ojalá pudiera darte algún consejo, colega.

– Yo sí puedo dártelo -respondió Glenn-. No te molestes en casarte. Busca directamente una mujer que te odie y dale tu casa, tus hijos y la mitad de tu sueldo, y acabarás antes.

El cerrajero anunció que ya había acabado y empujó la puerta unos centímetros hacia el interior y hacia arriba, para demostrar que ya estaba desbloqueada.

– ¿Quiere hacer los honores? -preguntó, y se hizo a un lado, cauteloso, como si pensara que de allí dentro pudiera salir algún monstruo.

Branson respiró hondo y tiró de la puerta hacia arriba. Pesaba mucho más de lo que se había imaginado. Tunks tenía razón; la habían reforzado con una plancha de acero.

La puerta subió siguiendo las guías hasta quedar paralela al techo. Todos miraron al interior.

Estaba vacío.

Entre la sombras pudieron distinguir una mancha oscura irregular hacia el extremo de atrás, aparentemente de aceite de algún vehículo. Roy Grace detectó un leve olor a motor. A la derecha, al fondo del garaje, había una estantería de madera del suelo al techo. Había un viejo neumático desgastado apoyado contra la pared de la izquierda. Un par de llaves inglesas y un viejo martillo de orejas colgaban de unos ganchos en la pared de la izquierda. Pero nada más.

Glenn se quedó mirando al vacío con el ceño fruncido.

– Se está riendo de nosotros, ¿no?

Grace no dijo nada, mientras con la linterna iba enfocando las paredes y luego el techo.

– ¡A ese cabrón de Spicer le arranco la cabeza! -exclamó Glenn.

Entonces, al enfocar la luz hacia el suelo, ambos vieron a la vez dos tiras de plástico en el suelo. Dieron un paso adelante. Grace se puso un par de guantes de látex, se arrodilló y recogió la primera tira.

Era la matrícula frontal de un vehículo, con letras negras sobre una superficie reflectante blanca.

Reconoció la matrícula al momento. Era la de la furgoneta que había salido a toda mecha del aparcamiento del Grand Hotel el jueves por la tarde, con toda probabilidad conducida por el Hombre del Zapato.

La segunda tira de plástico era la matrícula de atrás.

¿Habían encontrado la guarida del Hombre del Zapato?

Grace se acercó hasta la pared del fondo. En un estante había un paquete de rollos de cinta americana. El resto de los estantes estaban vacíos.

Branson se acercó a la pared izquierda. Grace le detuvo.

– Mejor no lo manoseemos todo, colega. Intentemos volver sobre nuestros pasos y dejarlo todo lo limpio que podamos para la Científica. Quiero que vengan inmediatamente.

Miró a su alrededor, pensativo.

– ¿Tú crees que esto es lo que vio Spicer? ¿Esas matrículas?

– No creo que sea tan listo como para haber atado cabos solo con esas matrículas. Yo creo que vio algo más.

– ¿Como qué?

– No hablará a menos que le dé inmunidad. Tengo que decir que al menos fue suficientemente listo como para volver a cerrar la puerta.

– Hablaré con el subdirector -decidió Grace, pisando con todo cuidado al salir-. Necesitamos saber qué es lo que podría haber habido aquí antes, que ya no está.

– ¿Quieres decir que podría haberse llevado algo?

– No -respondió-. No creo que Spicer se llevara lo que había aquí dentro. Creo que lo que vio aquí probablemente fuera una furgoneta blanca. Aquí ha habido un motor en marcha en las últimas horas. Si la furgoneta no está, ¿dónde demonios está? Y, más importante, ¿por qué se ha ido? Ve y habla con él. Apriétale las tuercas. Dile que, si quiere tener alguna oportunidad de cobrar esa recompensa, tendrá que decirnos lo que vio. De lo contario no hay trato.

– Tiene miedo de volver a la cárcel por allanamiento.

Grace miró a su colega.

– Dile que mienta, que diga que la puerta estaba abierta. No tengo ningún interés en trincarlo por allanamiento.

Branson asintió.

– Vale, iré a hablar con él. Se me acaba de ocurrir que, si traes a la Científica y el Hombre del Zapato vuelve y los ve, saldrá corriendo. ¿No es mejor poner a alguien a vigilar el lugar? ¿Decirle a Tunks que vuelva a cerrarlo para que no sepa que hemos estado aquí?

– Eso suponiendo que no nos esté observando ahora mismo -objetó Grace.

Branson miró a su alrededor y luego hacia arriba, con gesto de preocupación.

– Sí, suponiendo eso.

Lo primero que Grace hizo al llegar a la sala de control de operaciones de John Street, veinte minutos más tarde, fue informar a sus oficiales de los niveles plata y bronce de que cualquier furgoneta Ford Transit blanca avistada en las cercanías de Eastern Road durante el resto del día debería someterse a estrecha vigilancia. Luego hizo una llamada más amplia a todas las unidades de la ciudad, para que estuvieran atentos a cualquier furgoneta Ford Transit de color blanco.

Si no se equivocaba, doce años antes el Hombre del Zapato usó ese tipo de vehículo para su ataque. La teoría de la simetría de Proudfoot hacía pensar que podría hacer lo mismo esa noche.

¿Por qué habría retirado alguien aquellas páginas en particular del dosier, las relativas a la declaración de un testigo sobre el secuestro de una mujer con una furgoneta blanca? ¿Contenían pistas vitales sobre su conducta? ¿Su modus operandi? ¿Sobre la furgoneta?

Había algo en aquel garaje que le había tenido pensando todo el rato y que ahora le inquietaba aún más. Si el Hombre del Zapato había sacado la furgoneta del garaje, ¿por qué se había molestado en cerrar los cuatro candados? Allí no había nada que robar más que dos inútiles matrículas.

Aquello no tenía ningún sentido.


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