Capítulo 11

Por supuesto, Hollywood Nate no sabía nada del debate de los policías surfistas que estaba teniendo lugar en la calle, frente a la casa de Aziz. Estaba sentado a la mesa del comedor, bebiéndose su vino y contemplando los ojos color ámbar de Margot Aziz, que seguía llenándole la copa e intentando convencerle de que hacía los mejores martinis de Hollywood.

Finalmente, dijo:

– No me gusta demasiado el martini. El vino es estupendo, y la pasta y la ensalada estuvieron sensacionales.

– Sólo eran unos simples fideos con cuatro quesos -dijo ella-. Los típicos macarrones con queso, como diría tu madre.

– Debería ayudarte a fregar los platos -dijo él-. Lo hago bien. Mi ex era una obsesiva de la limpieza y me convirtió en un esclavo de la cocina.

– Nada de fregar, muchacho -dijo ella-. Mi asistenta vendrá por la mañana y se enfada cuando no tiene nada que hacer. -Luego añadió-: ¿Tú y tu esposa tuvisteis niños?

– Eso fue lo único bueno de mi matrimonio. No hubo niños.

– Puede ser bueno o malo -dijo ella-. Nicky es lo único bueno de mi matrimonio, que si Dios me ayuda pronto estará oficialmente terminado.

Nate miró a su alrededor y dijo:

– ¿Te quedas con la casa?

– Está en venta -dijo ella-. Una lástima, porque éste es el único hogar que Nicky ha conocido. ¿Tu mujer se quedó con la casa?

– Era un apartamento -dijo Nate-. Lo único que tuvimos que dividir fueron los cacharros de cocina, más o menos. Ella salió mucho mejor parada que yo. Se casó con un médico y ahora vive como se supone que debe vivir una princesa judía. Su padre estaba indignado por que se hubiera casado con un policía. Ella debió haberle hecho caso. Yo mismo debí haberle hecho caso.

– Mi Nicky tiene cinco años y se merece mantener el estilo de vida que ha llevado siempre -elijo Margot.

– Claro -dijo Nate-. Por supuesto.

– Me preocupo mucho por él y eso es, en parte, de lo que quiero hablarte.

– Está bien -dijo Nate-. Te escucho.

– He comenzado a tener miedo de su padre -comenzó a decir Margot. Se detuvo, bebió un sorbo de vino y continuó-: ¿Seguro que no quieres un martini? Cuando hablo de mi marido, Alí Aziz, yo necesito beberme uno.

– No, de verdad -dijo Nate-. Tú bébetelo tranquila.

Margot Aziz se puso de pie y salió del comedor en dirección a la cocina. Nate alcanzó a oír que estaba usando un picahielos. Se levantó y fue a donde ella estaba, a observarla mientras se preparaba la bebida.

– No soy una chica muy de ciudad -dijo ella-. Nací en Barstow, California, donde los adolescentes pasan los sábados por la noche en Del Taco, la histórica fonda de comida rápida de la ciudad, y pierden la virginidad en el prehistórico motel El Rancho. Yo soñaba con pertenecer al mundo del espectáculo. Bailaba y cantaba en todas las obras de la escuela. Por entonces era Margaret Osborne, y en el bachillerato fui elegida la chica más talentosa de la clase.

Se quedó callada durante un momento, y cuando volvieron al comedor, dijo:

– Un martini con vodka a la James Bond. Agitado, no revuelto. ¿No te tienta?

– No, de veras, Margot. Estoy perfectamente -dijo, y se preguntó si la palabra «tentar» había tenido algún doble sentido. Esperaba que sí.

Ella probó el martini, hizo un gesto de aprobación y dijo:

– El caso es que cuando llegué a Hollywood y comencé a buscar agente y a asistir a castings y a audiciones, descubrí que aquí todas las chicas eran la chica más talentosa de su escuela. Y cambiarme el nombre de Margaret por el de Margot no aumentó mi caché -se encogió de hombros en un gesto de menosprecio.

– Ya sospechaba yo que eras bailarina -dijo Nate-. Esas piernas…

– Desde que cumplí los treinta tengo que esforzarme mucho más para mantener las cosas en su sitio -dio otro sorbo, dejó el martini y dijo-: No vine al mundo con todas estas cosas. Mi padre trabajaba para la oficina de correos, y mi familia casi se queda en bancarrota cuando enviaron a mi hermana mayor a la universidad. Por suerte para ellos, yo no quise ir. Yo quería bailar, y decidí que iba a entregarme a ello en cuerpo y alma. Lo hice durante casi cuatro años. Fui camarera para poder pagarme la comida y mantener el coche. Y luego hice otras cosas.

Nate pensó que ya había oído antes esa historia. O que la había visto en casi todas las películas que se habían hecho sobre aspirantes a famosos. Se mantuvo expectante mientras ella bajaba su mirada ámbar como si estuviese avergonzada, y finalmente preguntó:

– ¿Qué otras cosas?

– Me convertí en bailarina de topless en algunos de los clubes de los bulevares. Era bastante dinero comparado con lo que hasta entonces tenía para sobrevivir. A veces ganaba quinientos dólares por noche solamente en propinas.

Ella lo miró como esperando una reacción, así que él dijo:

– Una chica tiene que ganarse la vida de alguna manera. Ésta es una ciudad dura.

– Exacto -dijo ella-. Pero nunca bailé en clubes de desnudo integral. Esos tugurios donde no se vende alcohol atraen a los militares y a los chavales pendencieros. Y yo nunca me quitaría toda la ropa.

– Entiendo -dijo Nate, pero se preguntaba qué diferencia había entre no llevar nada y llevar sólo un tanga. Se acordó de un curso de escritura de guiones que había seguido en la UCLA. «Simplista», aquella exasperante historia era simplista.

– Y luego conseguí un trabajo en la Sala Leopardo -dijo Margot-, y conocí a Alí Aziz.

– Tu marido -dijo Nate.

Ella asintió y continuó su relato:

– Era dueño de dos clubes. Yo bailé en la Sala Leopardo durante más de dos años y gané un buen dinero para lo que estaba acostumbrada. Me mudé a un sitio bastante bonito y Alí me llevaba a cenar fuera y me compraba regalos caros, y se portaba como un auténtico caballero. Una y otra vez me rogaba que me mudara con él, pero yo no quería. Finalmente me convenció de que iba a ser un marido atento y amoroso. Tonta como soy, acepté su proposición y me casé con él, pero sólo cuando accedió a un matrimonio como Dios manda, sin acuerdo prematrimonial. Por cierto, ¿alguna vez has oído hablar de mi marido?

– El nombre me suena -dijo Nate-. Tenemos un Comité de Clubes Nocturnos que dirige la Oficina de Relaciones con la Comunidad. Me parece que tal vez haya visto su nombre.

– Él siempre se asegura de hacer donaciones a todas las entidades de caridad de la policía de Hollywood. Puede que te hayas topado con él en algún evento de la policía. Es amigo de muchos de los oficiales de la comisaría de Hollywood.

– Sí, creo que sí he oído hablar de Alí Aziz -mintió Nate, preguntándose hasta qué punto Alí podía ser amigo de los policías judíos de la comisaría.

– Mis padres no se pusieron muy contentos cuando les hablé de Alí, pero cuando lo llevé a casa, a Barstow, justo antes de la boda, sus buenos modales les impresionaron. Incluso llegó a asegurarle a mi madre que si teníamos hijos los íbamos a criar como cristianos -esta vez, cuando hizo una pausa bebió otro sorbo de martini y volvió a llenarle la copa de vino a Nate.

– En aquel momento todo parecía de color de rosa, ¿no? -dijo Nate, mientras pensaba que ella era la mujer más excitante con la que había cenado en toda su vida, aunque aquella melosa historia estuviera bajándole la erección.

– Claro -dijo Margot-. Pasamos la luna de miel en la Toscana y él me compró un Porsche pequeño como regalo de bodas, y por supuesto nunca tuve que volver a pisar la Sala Leopardo, excepto para ayudarlo con la contabilidad. El último verdadero trabajo que hice en ese sitio fue cuando le convencí de que hiciera una gran remodelación de la sala y dejó que yo misma me encargara del diseño.

Nate echó un vistazo a su reloj. Eran las diez y media y no estaban ni cerca de desnudarse. Y para colmo el jodido vino le estaba dando gases. ¡Pronto iba a empezar a soltar cuescos!

– Y después de algunos años de casados, ¿qué pasó? ¿Ya no se comportaba como un caballero? -preguntó.

– ¡Es un puto cerdo! -dijo Margot, de un modo tan violento que lo dejó perplejo.

– ¿Qué sucedió?

– Mujeres, cocaína, incluso apuestas. Y lo que más me asustaba era que no paraba de hablar de marcharse de Hollywood. De Estados Unidos. Quería volver a Oriente Medio con Nicky y conmigo.

– Cojonudo -dijo Nate-. Ya puedo imaginarte con un burka o con alguno de esos otros atuendos como de apicultor.

– Él decía que Arabia Saudí iba a gustarme. Decía que tenía contactos allí, aunque no es saudí. Le dije que antes muerta, y que no iba a llevarse a mi hijo a ninguna parte.

– ¿Y eso hizo que empezara la pirotecnia?

– Exactamente -dijo ella-. Y acabó con mi demanda de divorcio y el comienzo de una enorme batalla por la separación de bienes. Pero ésa es otra historia.

Finalmente, Nate decidió que incluso si todo eso era cierto, era difícil sentir compasión por la gente rica. Le dio la respuesta oficial de un policía:

– ¿Te ha lastimado o amenazado de alguna forma?

– Por eso quería hablar contigo esta noche -dijo ella-. Sí me ha amenazado, pero de maneras muy sutiles.

– ¿Cómo?

– Cuando viene a recoger a Nicky en su turno de visitas dice cosas como «Aprovéchalo mientras puedas», o «El chico necesita a su padre, no a una madre como tú». Y luego me hace señas.

– ¿Qué clase de señas?

– Me apunta con el dedo como si fuese un arma. Una vez hasta murmuró un «bang» mientras lo hacía. Cosas así.

– No es mucho para calificarlo de amenaza. Y sería su palabra contra la tuya.

– Eso es lo que me dijo el otro oficial.

– ¿Qué otro oficial?

– He hablado con otro policía sobre el asunto. Un oficial que conocí el año pasado con mi marido, en un acto para recaudar fondos de la Fundación Ayuda al Policía. No recuerdo su nombre. Le conté lo que estaba sucediendo, pero me dijo que tenía que discutirlo con el abogado que llevaba mi divorcio. Dijo que hasta ahora, mi marido no había hecho nada contra la ley que yo pudiese probar.

– Me ha quitado las palabras de la boca -dijo Nate.

– Pero la semana pasada, cuando Alí trajo a Nicky a casa, dijo algo que me heló la sangre.

Nate se acordó de su profesor de escritura de guión, cuando le decía que ningún guión debía tener expresiones como ésa.

– ¿Sí? -dijo, intentando mostrar entusiasmo.

– Dijo que si yo no accedía a firmar ciertos documentos, me iba a suceder algo muy malo.

– ¿Qué documentos?

– Documentos de los clubes, de la cartera de inversiones y de las propiedades que tenemos.

Nate entendía un poco sobre legislación de divorcio, y por fin algo captaba su interés.

– ¿Quieres decir que tú eres tan dueña como él de todos sus bienes?

– Sí, por supuesto -dijo ella.

Ahora Hollywood Nate comenzaba a tener otra erección. ¡Aquella belleza de Barstow tenía que ser un polvo de primera categoría como para haber conseguido un trato así con un tío de Oriente Medio!

– ¿Quiere que completes algunos trámites?

– Algunos trámites de los que no puedo ni hablar. Documentos que accedí a firmar para que él pudiera evadir algunos impuestos, y otras cosas que no puedo discutir contigo.

– Volvamos a las cosas malas que podrían ocurrirte -dijo Nate-. ¿Él las describió?

– Es demasiado listo como para hacer eso -dijo Margot-. Pero hizo el gesto de cortarse el cuello con un dedo.

«Aquí vamos otra vez», pensó Nate. Cortarse el cuello con un dedo. Cada vez que ella decía algo que él estaba dispuesto a aceptar, venía luego con unas frases que parecían sacadas de alguna de las películas de mierda en las que él había actuado.

– ¿Se lo contaste a tu abogado? -preguntó Nate.

– Por supuesto. Pero me dijo que Alí sencillamente lo iba a negar, y que cambiara las cerraduras y el código de la alarma, cosa que ya he hecho.

– ¿Alguna otra forma de amenaza?

– Sí. Una noche, la semana pasada, lo vi parado en la calle cuando yo volvía a casa de cenar con una amiga. Estaba a media calle de aquí, detrás de un coche aparcado. Cuando pasé junto a él con el coche se agachó, pero estoy segura de que era él. Cuando giré por el camino de la entrada a la casa vi unas luces traseras alejándose.

– ¿Llamaste a la policía?

– Sí. Llamé a la comisaría Hollywood y hablé con un oficial. Le dije que quería un coche que patrullara mi calle, y que si encontraban a mi esposo lo detuvieran para investigar. El oficial dijo que le diría al coche patrulla que estaba en la zona que estuviera alerta por si Alí estaba merodeando por aquí. Mi abogado me aconsejó que debía asegurarme de dejar cada incidente registrado de manera oficial.

– Así que se lo contaste al policía que conociste en el acto de la fundación, luego llamaste a la comisaría, y ahora me lo dices a mí. ¿Hay algún otro oficial de policía que sepa algo sobre esto?

– Sí, el sábado pasado oí pasos detrás del balcón de la habitación hacia las once de la noche, y volví a llamar a la comisaría. Vinieron dos oficiales junto con un sargento, pero no encontraron nada.

– ¿Recuerdas el nombre del sargento?

– Déjame pensar… no, pero era joven y solícito. Daba muchas órdenes a los oficiales.

– ¿Tenía labios?

– ¿Qué?

– ¿Se llamaba Treakle?

– Eso es, sargento Treakle.

«Bueno -pensó Nate-, ha hecho de todo menos colgarlo en MySpace y enviar señales de humo. ¡Socorro! Alí Aziz me está amenazando pero no puedo probarlo.»

– ¿Tu marido sigue viendo a tu hijo? -preguntó.

– Ah, sí. Tuve que acceder a un régimen de visitas razonable. Alí tiene una lujosa mansión en Beverly Hills y una asistenta a tiempo completo, y una canguro. No había nada que pudiera hacer para impedirlo.

Nate volvió a sentir que su erección se disparaba de nuevo, sobre todo cuando ella dijo:

– ¿No me dejas que te prepare un martini con vodka? Es maravilloso para levantar el ánimo.

Pero ella aún no se había terminado la mitad del suyo. Aquella chica estaba más interesada en darle cócteles a él que en beberse el suyo. ¿Qué sucedía con su ánimo? A Nate se le ocurrió que la gente rica podía llegar a ser muy desconcertante.

Rechazó el martini una vez más y dijo:

– Si realmente le tienes miedo, ¿por qué no has considerado mudarte a otro sitio?

– Lo he hecho -dijo ella-. Y me iré. Pero entretanto he ido a una armería que hay en el Valle donde tienen un campo de tiro, y he recibido clases. El dueño de la armería dijo que aprendo rápido. Estoy pensando comprarme una pistola. ¿Te gusta más la Glock o la Beretta?

– ¡Pero bueno! -dijo Nate-. ¿Tanto miedo tienes?

– Sí -dijo ella-. Ya me habría comprado una, pero con Nicky fisgoneando por cada rincón de esta casa, he tenido miedo de hacerlo. La otra opción es más cara, pero puede que sea más prudente.

– ¿Qué otra opción? -preguntó Nate.

– He estado pensando en contratar a alguien de una empresa de seguridad, para que haya alguien en la casa hasta que se arregle lo de la garantía. ¡Ah! ¿Te he dicho que ya la he vendido?

– No, no me lo habías dicho -dijo él.

– Pues sí, la vendí. Con la aprobación de mi marido y de su abogado. Las ganancias se dividen a partes iguales. Sólo voy a necesitar que haya alguien aquí durante cuarenta días más. O quizá menos, si el comprador puede cerrar el trato antes. Hay dormitorios y baños que no hemos usado nunca. Pero luego pensé que quién sabe qué clase de gente tendrán como empleados esas empresas de seguridad, y se me ocurrió que podría haber algún oficial de policía de la comisaría Hollywood que estuviese interesado en una bonita habitación con pensión completa, durante un mes o poco más. Creo que podría sentirme segura si aquí hubiera un auténtico oficial de policía. ¿Crees que sea factible?

Ahora a Nate esta mujer lo tenía tan desorientado que decidió probarla.

– Yo podría estar interesado -dijo.

– Estaba deseando oír eso, Nate -dijo Margot con un ligero suspiro-. De veras temo por mi seguridad y la de mi hijo.

– ¿Adonde te mudarás? -preguntó él.

– Aún no lo he decidido -dijo ella-. Ése es el otro tema por el que están peleando nuestros abogados. Él no quiere que me lleve a Nicky fuera de Los Ángeles, pero estamos intentando que el tribunal acepte que el ambiente de trabajo de Alí no es el sitio ideal para criar a Nicky. Alí sabe que a mí me encanta San Francisco, y Nueva York. Pero hasta que eso se resuelva voy a alquilar una casa para Nicky y para mí aquí mismo, en Los Ángeles.

– Buena suerte en la batalla -dijo Nate.

Ella dio otro pequeño sorbo a la copa de martini, y dijo, ahora con voz sensual:

– ¿Qué te gusta beber, además de vino? Llevémonos un par de cócteles frescos a la terraza y conversemos un poco más.

Entonces se activó su instinto policial de supervivencia, que estaba muy agudizado después de tantos años de jugar al juego de «adivina qué estoy pensando realmente» con los miles de bribones callejeros con los que había tenido que lidiar. Ella había bebido mucho menos vino que él, y apenas había probado su martini. Aquellos ojos, del color del buen whisky, quizá de un Jack Daniels o de un Johnnie Black, ejercían un efecto hipnótico sobre él, pero ante el ofrecimiento de más bebida lo que reaccionó no fueron sus hormonas, que estaban enardecidas, sino su radar policíaco.

– Vale, me encantaría charlar más sobre el asunto. Pero no soy muy aficionado a los cócteles. Me quedaré con mi copa de vino. Pero adelante, tú tómate otro de esos especiales a lo James Bond.

Pudo ver la inmediata desilusión en su rostro. Y entonces oyó que sonaba un móvil en la habitación que oficiaba de despensa. Margot se excusó, fue hacia allí y cogió el móvil de una de las estanterías.

– Sí -dijo, y escuchó. Luego cerró la puerta de la habitación y susurró-: No, cariño, no servirá -escuchó durante un momento y luego dijo-: Él no bebe… Por favor, amor, no digas eso. Volvemos al número uno. Voy a ir tras él en serio. Por favor. Dame una semana.

Mientras Margot estaba en la despensa, Nate tomó una decisión difícil. Iba a salir a la terraza para seguir conversando, pero iba a hacerle alguna proposición directa, para ver hacia dónde apuntaba todo aquello. Y si ella se resistía e intentaba darle de beber una vez más, se largaría. «Esto es Hollywood -pensó-, y hay personas muy extrañas en este lugar, personas hermosas y aterradoras, capaces de convertir un gran tronco ardiendo en un mero montón de serrín humeante.»Pero no tuvo oportunidad de poner en práctica su estrategia. Cuando Margot regresó de la despensa y entró en el comedor, le dijo:

– Nate, lo siento muchísimo. Era la canguro. Nicky tiene fiebre y está preocupada. Tengo que ir ahora mismo a recogerlo.

– Claro -dijo Nate, menos desilusionado de lo que hubiera podido predecir-. ¿Hay algo que yo pueda hacer?

– No, te llamaré mañana. Tengo tu número.

Cuando salía, Nate de pronto se dio cuenta de que no tenía el número de su móvil. Iba a pedírselo, pero pensó que era mejor marcharse. Ella tenía que atender a un niño enfermo, y además quería comprobar si aquella mujer, rica, deslumbrante y tan extraña, realmente iba a llamarlo al día siguiente. Lo sorprendente era que había estado tan desconcertado que no había actuado como siempre que conocía a una chica prometedora. Ni siquiera le había contado que tenía un carné de la SAG y que había aparecido en dos películas de la televisión.

Aquella noche, mientras conducía hacia su casa, recordó lo que le había dicho su primer instructor cuando él era un novato recién salido de la academia: «Hijo, esa placa puede conseguirte chicas, pero las chicas pueden quedarse con tu placa».


Jasmine tenía el ceño fruncido cuando salió como una tromba del baño de las bailarinas y se dirigió al camerino vestida únicamente con su tanga amarillo y los zapatos de aguja rojos. Luego guardó su teléfono móvil en la taquilla donde guardaba su ropa de calle.

Una de las bailarinas que compartía con ella el escenario esa tarde, una pelirroja de espaldas anchas llamada Tex, estaba sentada en una poltrona mirando fotos en una revista de moda. Tenía unos senos muy voluminosos gracias a sus implantes de suero y llevaba un tanga, un sombrero de vaquero, un chaleco corto de vaquero cubierto de lentejuelas, y botas de cowboy.

– ¿Qué sucede, Jasmine? ¿Problemas con tu novio? -preguntó Tex.

– Sí, problemas con mi novio -dijo Jasmine con el rostro ensombrecido de rabia y frustración.

– Si pudiéramos inventar un vibrador con un programa de respuestas de veinte palabras, no los necesitaríamos para nada -dijo Tex-. ¿Qué es? Jugador, adicto o borracho?

– Desde luego no es un borracho -dijo Jasmine-. Lo cual es una putada.

Tex estaba a punto de preguntarle qué quería decir con eso, cuando Alí Aziz asomó la cabeza por la puerta, sin molestarse en llamar, y dijo:

– Jasmine, tengo que hablar contigo.

– Ahora viene mi próximo número, Alí -dijo Jasmine.

Esa tarde Alí llevaba una chaqueta azul de seda cruda con botonadura doble, una corbata de seda azul y una camisa blanca con las mangas bordadas.

– Tex te reemplazará. Ven aquí.

Tex puso los ojos en blanco y dijo:

– Este trabajo es una puta mierda.

Cuando Jasmine entró en el despacho, Alí cerró la puerta con llave, se sentó en la silla de su escritorio y se sirvió un vaso de Jack Daniels. Jasmine se quedó de pie, esperando. Últimamente Alí llamaba a sus empleados al despacho sólo para despotricar, especialmente si había estado bebiendo, así que si la suerte estaba de su lado, esta vez no iba a pedirle que le hiciera una mamada.

– ¡Maldita puta! -dijo él-. ¡Coño de mierda!

Sólo podía estar hablando de una persona.

– ¿Margot? -preguntó Tex.

– ¡Maldita puta! -continuó él-. No hace nada de lo que dicen mis abogados. Nada de lo que digo yo. Siempre está tratando de apartar de mi lado a Nicky. Sólo me lo da cuando el juez la obliga. Hace que tenga que pagar al abogado por cualquier cosa. Cada semana, más dinero para el abogado. ¡Maldita puta!

Dio un buen sorbo a su whisky y continuó:

– Tú la conoces desde hace tres años. La ayudaste a decorar este sitio. Eres su amiga. Necesito que seas mi amiga, necesito que me ayudes más.

– ¿Ayudarte todavía más? -dijo Jasmine.

– Vigila a Nicky. La casa pronto estará vendida y ella se mudará. Eso es lo que le dijo a mi abogado. Pero ahora quiero que tú vigiles.

– Alí -dijo Jasmine-, ya estoy vigilando un poco a Nicky, tal como me pediste. Un poco. Pero con Margot puedo hablar solamente… ¿qué, dos veces por semana? Vive en Mount Olympus, y yo vivo en Thai Town. Por Dios, Alí, no me presiones tanto.

– Ella me ha dicho que va a llevarse a Nicky fuera de California cuando se acabe lo de la garantía de la casa y termine el divorcio. Dice que su abogado lo conseguirá. Dice que tiene un novio y que eso no es asunto mío. Todo eso me lo dijo ayer por teléfono. ¡Me estoy volviendo loco, Jasmine! ¡Mi Nicky! ¡Él es mi vida!

– Está bien, Alí. Voy a decirte algo que no quería decirte. La última vez que hablé con ella, estoy segura de que estaba colocada. Probablemente coca. Y Nicky también estaba allí, porque oí que ella le gritaba de un modo realmente muy desagradable.

De pronto, Alí Aziz comenzó a sollozar como un borracho y sacó un pañuelo rojo del bolsillo de su chaqueta.

Jasmine lo observó y esperó, y antes de que parara le dijo:

– Supongo que podría ir a visitarla una o dos veces por semana. Quizá podría llevarle esas galletas chinas que tanto le gustan. Así averiguaría si el novio se queda en la casa, y quizá podría preguntarle directamente si se está metiendo coca otra vez.

Alí dejó de llorar y dijo:

– Yo le pido, le ruego, le repito: «Por favor, Margot, no importa lo que suceda, no vuelvas a tomar cocaína. Tienes que cuidar de nuestro Nicky». Cuando la conocí, se estaba gastando todo su dinero en cocaína. Una bailarina joven y hermosa tomando tanta cocaína… Pronto me convertí en algo más que su jefe. Fui su amigo, y ella dejó la coca. Luego, al cabo de poco tiempo, nos casamos.

– Sí, ya me lo has contado -dijo Jasmine, mientras pensaba en lo mucho que detestaba hacer el último número. Pero ahora iba a tener que hacerlo para reemplazar a Tex, y encima tenía que escuchar aquella mierda por centésima vez.

– Jasmine, quiero que veas a Margot y que me cuentes cómo están las cosas. Te pagaré. No te preocupes, te pagaré todo el tiempo que inviertas. Tengo que saber lo que pasa por su cabeza. ¿Realmente quiere llevarse a mi Nicky a otro estado? ¿Tomar cocaína otra vez, con ese tipo nuevo? ¡Sin mi Nicky me moriré, Jasmine!

– Haré lo que pueda, Alí -dijo Jasmine. Y luego añadió-: Dime, Alí, ¿en qué situación quedarías tú si fuese Margot la que se muriera?

– ¿Morirse, Margot? ¡Dios quiera! -dijo Alí-. Entonces tendría conmigo a mi hijo. Pero por favor, Jasmine, no pienses que yo puedo hacer una cosa así. Soy un hombre de negocios. Un buen padre. No soy un asesino.

– Por supuesto que no -dijo Jasmine-. Pero tengo curiosidad por saber cuál es tu trato con ella. Me gustaría saber cómo hiciste para que tus bienes se enredaran tanto con los suyos.

– ¡Maldito abogado! ¡Puto contable! -dijo Alí-. Me deshice de ellos, pero demasiado tarde. Me dijeron que podía evadir impuestos si ella figuraba en las escrituras y en las licencias de algunas cosas. ¡Estúpidos cabrones! Ahora tengo que sufrir por ello.

– ¿Y qué pasa si tú mueres? -dijo Jasmine-. ¿Quién se queda con tu parte del dinero y de las propiedades?

– Hablas demasiado de muerte, Jasmine -dijo Alí, suspicaz.

– ¿Quieres que sea tu espía? Vale, pero tengo que saber lo que está pasando. No quiero ser partícipe de ningún plan violento.

– ¡No! ¡Nada de violencia! -dijo rápidamente Alí-. ¡No soy un hombre violento!

– Entonces dime, cuando tú mueras, ¿quién se queda con toda tu riqueza?

– Nicky, por supuesto. Mi abogado es… ¿cómo se dice? El albacea. Pero todo va para Nicky. Lloro al pensar en mi Nicky sin su papaíto y sólo con esa perra de madre para cuidar de él.

– Me cuesta imaginar cómo un empresario tan listo como tú se casó sin un acuerdo prematrimonial, para empezar -dijo ella.

– Tú no la conociste cuando era joven. La bailarina más bonita de Los Ángeles. Tenía unos ojos que mareaban. Era tan lista que podía hacerme parecer un estúpido. Siempre se negaba a hacerme una mamada. Ni siquiera quería darme besos, excepto algunas veces. Me hizo creer que era virgen. Me volví tan estúpido que fui corriendo a comprarle un anillo de diamantes enorme. Ni siquiera así quiso que tuviéramos sexo. Entonces le dije: «Firmamos un contrato y nos casamos». Me dijo que nada de casamiento con contrato. Fui el hombre más estúpido de Los Ángeles, porque ella me había enfermado la cabeza. La convertí en mi esposa. Sin contrato, sin nada. Dos años después, hice caso a mi estúpido abogado y a mi estúpido contable, y puse todo a su nombre. Me ahorré algún dinero en impuestos, pero ¡mira en qué situación me encuentro!

Jasmine sonrió y dijo:

– ¿Y qué tal estuvieron las mamadas, después de todo eso?

– Bien -dijo él-. Pero no como las que me haces tú.

– Si tú murieras, estaría muy bien ser la madre de Nicky -dijo Jasmine-. Habría maneras de obtener parte de la fortuna del niño.

– ¿Por qué hablas así, Jasmine? -dijo Alí-. ¡Para ya! Me das asco.

– Sólo estoy diciendo lo que tú debes de estar pensando -dijo Jasmine-. Si voy a hacer de espía en medio de un divorcio difícil en el que se manejan… ¿cuántos millones?

– ¡Por favor, Jasmine, para ya! -dijo Alí.

– Sólo quería decírtelo. Tengo que tener cuidado de dónde me meto, eso es todo. Ella podría tener amigos muy malos que se dieran cuenta de la enorme ventaja que supondría para ella el hecho de que tú de pronto estuvieras muerto. Y como tu agente, yo podría verme metida en serios problemas. Por ejemplo, ¿qué sabes tú sobre ese nuevo novio?

Alí se agarraba la cabeza, empezaba a dolerle.

– Nada. No sé nada.

– ¿Cómo sabes que no es uno de los que le pasaba coca en los viejos tiempos? ¿Cómo sabes lo que están tramando los dos? Podría ser un hombre muy peligroso.

– Te ruego que pares -dijo Alí.

– Sólo espero que te vayan bien las cosas, Alí -dijo Jasmine-. Por el bien de tu hijo.

– Cuando Nicky sea mayor, creo que se dará cuenta de que su madre es una arpía. Y seguro que querrá venirse a vivir con su papaíto. Eso es lo que dice mi nuevo abogado. Dice que tengo que tener mucha paciencia.

– Está bien, seguiré trabajando de incógnito para ti, pero voy a necesitar que me compenses de verdad.

– Sí, sí -dijo Alí-. Si está metiéndose coca con ese hombre, debes decírmelo enseguida. Entonces podré contárselo a mi abogado y quizá podamos solicitar al juez que me devuelva a mi hijo. Este país tiene leyes muy raras.

– ¿Quieres decir que es posible que yo tenga que ir a declarar o algo así? -dijo Jasmine-. No quisiera tener que hacer eso.

– Te pagaré, Jasmine. No te arrepentirás.

– ¿Traicionar a mi amiga? ¿Y quizá correr el riesgo de que su nuevo amiguito se entere? Eso tiene que valer mucho.

– Te pagaré con creces -dijo Alí-. Nicky es mi vida.

– Está bien, veré lo que puedo hacer -respondió Jasmine.

– Gracias, Jasmine, gracias -dijo Alí-. Ahora por favor ven aquí y hazme sentir como un hombre una vez más.

– No, otra vez, no -murmuró Jasmine, pero aun así se arrodilló frente a Alí, y mientras él se bajaba la cremallera, deseó que hubiese tomado Viagra.

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