Había sido una noche desprovista de acontecimientos para la unidad 6-X-66, pero ya les iba bien. Últimamente habían tenido una buena ración de lo que los policías de Hollywood llamaban «noches Star Wars». Tenían de sobra para una buena temporada. Primero fue la persecución de la furgoneta de helados que concluyó con un tiroteo en el cementerio de Hollywood, y después estaba el asunto de la mujer somalí pintada de blanco. Casi les da el síndrome del túnel carpiano mientras redactaban los informes.
Sólo habían atendido una llamada que les había llevado fuera de su área, hacia Hollywood Hills. No era gran cosa, sólo un residente quejica preocupado por un coche aparcado en Laurel Canyon Boulevard que resultó ser del sobrino de un vecino que había venido de visita desde Montana. Gert von Braun y Dan Applewhite se dirigieron hacia allí. Gert iba conduciendo cuando vieron un Jaguar hacer un giro violento hacia la hermosa carretera de árboles alineados que conducía hacia Mount Olympus.
– Ese tío casi vuelca -dijo Dan.
– Vamos a ver qué le pasa -dijo Gert.
Giró a la izquierda y encendió las luces del techo. En un momento cerró el paso al Jaguar, que tuvo que aparcar frente a una casa residencial a medio camino de Mount Olympus.
Alí Aziz estaba pasando por la mayor crisis de su vida. Si la policía lo sacaba de su coche y veían la pistola en su cinturón sería arrestado por llevar un arma oculta, aunque la hubiera adquirido legalmente dos años atrás en una armería. Si ponía la pistola cargada en el asiento tendría que dar muchas explicaciones y quizá lo llevarían hasta la comisaría Hollywood para interrogarlo. Si la intentaba ocultar bajo el asiento y la veían, seguro que lo arrestarían.
En ese momento de desesperación consideró la posibilidad de contarles las cosas terribles que Jasmine le había dicho, y pedirles que le acompañasen a su hogar. Pero sabía que eso no funcionaría puesto que Margot acabaría tranquilizando a los policías: les diría que todo iba bien y que no era más que otro amargo episodio de una cruel batalla de divorcio, y los policías le dirían que se fuese a casa y que hablase con su abogado por la mañana. Sabía por experiencia que las leyes de este país iban contra la gente que intentaba hacer lo correcto. Y entretanto su pequeño seguiría en la cama, llorando de terror, y quizá siendo víctima de un abuso inenarrable.
Alí no tenía tiempo y no podía arriesgarse. Decidió en ese breve instante controlar sus emociones y soltar la mayor mentira de su vida. Alí Aziz esbozó una pequeña sonrisa en su cara cuando la fornida mujer policía se acercó a su coche, mientras su compañero se quedaba de pie en el lado del pasajero, enfocando su linterna a través de la ventana.
– ¿Tenemos prisa, señor? -dijo Gert.
– Lo siento muchísimo, oficial -dijo Alí-, Soy Alí Aziz, propietario de la Sala Leopardo en Sunset Boulevard. Tengo mucha prisa por llegar a casa de mi ex mujer y recoger a mi hijo.
Con cautela buscó en el bolsillo de la chaqueta su monedero, mientras los dos policías alumbraban con sus linternas su mano izquierda. Rogó a Dios que no viesen la pistola cuando extrajese el permiso de conducir. También sacó tarjetas que llevaban el nombre del capitán de la comisaría Hollywood y uno con el de la capitana de división.
– Soy siempre el primero en conceder parte de mi tiempo a la Junta Consultiva de la Policía Comunitaria -dijo-. Siempre hago donaciones para la fiesta infantil. Todo el mundo conoce a Alí.
– Simple curiosidad -dijo Gert-. ¿Por qué va a recoger a su hijo a esta hora de la noche? ¿No estará durmiendo?
– Sí, así es -dijo Alí-. Pero trabajo hasta muy tarde en el club nocturno. Nicky dormirá en el coche mientras conduzco hasta mi apartamento.
A Gert von Braun no le gustaba la sonrisa congelada de aquel hombre y no le gustaban las burbujas de sudor que se formaban en la raya del pelo. Su antena azul le enviaba señales, pero la dirección de su licencia estaba colina arriba cerca de lo alto de Mount Olympus, y todo lo que había dicho tenía sentido. Miró por encima del techo del Jaguar a Dan Applewhite que se encogió de hombros.
– Conduzca con más cuidado cuando tenga usted a su hijo en el coche, señor Aziz -dijo ella, devolviendo a Alí su licencia.
– Sí, sí, oficial -dijo Alí-. Conduciré con sumo cuidado.
Cuando los policías volvieron a su coche Alí condujo lentamente colina arriba hacia la casa en el Mount Olympus.
Margot había recibido la llamada de dos timbrazos que le había enviado Jasmine veinticinco minutos antes. Significaba que Alí estaba de camino. El móvil estaba en modo vibrador y no tenía que contestar. Había estado sentada desnuda en el diván del dormitorio principal, en el lado opuesto a la cama extragrande donde Bix Rumstead seguía durmiendo. Se levantó, fue a su lado de la cama y sacó el arma de su funda. Rodeó la cama, y salió a la terraza a través de la puerta corredora, dejándola abierta. Se acercó a la barandilla, miró el cañón y lanzó el teléfono a la maleza.
Caminó suavemente hacia su vestuario en busca de una bata y la extendió a través del diván. Pero no se la iba a poner. Bix ya la había visto desnuda, aunque no se acordase. Se sentó entonces otra vez en el diván y esperó a oír el ruido de un coche en la parte delantera.
Alí Aziz aparcó en la entrada principal, pensó que en caso de tener que salir a toda velocidad con su hijo en una mano y la pistola en la otra, era mejor que estuviera cerca. Cerró la puerta del Jaguar con calma y caminó hacia la puerta, agradecido de que las luces de seguridad del jardín no estuvieran encendidas. De hecho, dentro y fuera todas las luces estaban apagadas, pero había luz de luna. Miró arriba y vio una luna llena.
La puerta estaba abierta, y Alí bendijo a Jasmine. Entró y dejó la puerta abierta para una salida rápida. Había decidido ir directo a la habitación de Nicky, sacarlo de la cama y correr con él escaleras abajo. Mañana él y su abogado, con la colaboración de Jasmine -que le ayudaría en cuanto le ofreciese veinticinco mil dólares- irían a la policía y al juez que llevaba su proceso de divorcio. Y si quedaba algo de justicia Nicky se quedaría con él para siempre. Rogó que el monstruoso traficante no hubiera dañado a su hijo.
Había una luz encendida. La lámpara que había en lo alto de la escalera sobre la mesa de mármol, bajo el inmenso espejo que le había costado una fortuna. Ascendió, giró a la izquierda y avanzó a lo largo del pasillo hacia la habitación de Nicky. Encontró la puerta completamente abierta. Pasó al interior, pero la cama estaba hecha y ¡Nicky no estaba! ¿Qué habían hecho con él? Volvió por el pasillo hacia el dormitorio principal. ¿Podía estar Nicky en la cama con ellos? La doble puerta del dormitorio estaba abierta. Ajustó la pistola en el interior de su cinturón de forma que le fuese más accesible. Unos pocos pasos más y estaría en medio del dormitorio principal.
Se quedó en el pasillo. Podía oír un débil ronquido, pero estaba muy oscuro ahí dentro. Dio otro paso. Había sólo una persona tumbada allá, durmiendo en el lado de la cama de su ex mujer. ¿Era Margot? ¿Estaba sola en el dormitorio? ¿Dónde estaba el hombre? ¿Dónde estaba Nicky? Estaba confundido. Dio otro paso hacia el interior. Y otro, sus pupilas se ajustaban a la oscuridad. Y entonces oyó el grito más fuerte que jamás había oído de los labios de Margot Aziz.
– Alí, ¡¡no dispares!! ¡¡Por favor, no dispares!! ¡¡No dispares!!
– ¿Qué? -dijo-. ¿Qué? ¿Margot?
Alí Aziz vio tres bolas de fuego y quizás oyó tres explosiones, o quizá no. Las tres bolas de fuego lo lanzaron contra la pared. Fue un tiro ejemplar, a una distancia de cuatro pies. Margot se había agachado ligeramente y había disparado sujetando el arma con las dos manos, tal y como el instructor le había enseñado en el campo de tiro. El pecho de Alí subía y bajaba y empezó a manar sangre, burbujeando por los últimos esfuerzos de las arterias. Su corazón se había detenido casi instantáneamente, perforado por una de las balas de nueve milímetros.
Las explosiones que habían lanzado a Alí Aziz contra el suelo despertaron a Bix Rumstead. Saltó de la cama y cayó de rodillas sin saber dónde estaba.
– ¡Bix! ¡Bix! -gritó Margot-. ¡Las luces! ¡Enciende las luces!
Pero Bix no sabía dónde estaban las luces. Bix estaba intentando decidir dónde estaba él mismo y no estaba seguro de quién era la persona que gritaba su nombre. Vio una lámpara y fue a alcanzarla, pero la derribó de la mesilla.
Margot Aziz no quería luz. Había dejado caer la pistola de Bix al suelo, y con un pañuelo en su mano izquierda palpaba alrededor de la cintura de Alí y en sus bolsillos. Pero ¡no había arma! ¿Dónde estaba la puta pistola? Trabajando con desesperación en la oscuridad decidió pasar su mano por debajo del cuerpo pero ¡tampoco estaba ahí! Entonces accidentalmente tocó su entrepierna y sintió el duro metal en el interior. La pistola se había resbalado dentro de sus calzoncillos al caerse.
Bix Rumstead se dio cuenta de que estaba en el dormitorio de Margot Aziz, y gritó:
– ¡Margot! ¿Dónde estás? ¿Dónde está el interruptor?
Ella lo vio dando tumbos en dirección a la puerta del pasillo, hacia el interruptor exterior, en el momento en que ella metía la mano por la entrepierna de Alí y lograba hacer subir la pistola introduciendo el pañuelo entre sus dedos y el metal. Cogió la pistola y la puso junto a la mano derecha de Alí.
Margot hizo una bola con el pañuelo en su mano izquierda y puso su mano derecha en el sangriento pecho de Alí, esparciendo algo de sangre en su propio pecho y en su mejilla para lograr un mayor efecto dramático.
– ¡Alí! -gritó-. ¡Alí! Bix, ¡creo que está muerto!
Bix Rumstead encontró el interruptor de pared junto a la puerta, encendió las luces del dormitorio y dijo:
– ¡Apártate de él! ¡No lo toques!
Margot se puso en pie, se llevó la mano ensangrentada a la cara y gritó:
– ¡Está muerto! ¡Alí está muerto! ¡Oh, Dios santo!
Bix Rumstead se tambaleó y escrutó la escena con horror, diciendo:
– ¿Dónde está mi ropa? ¿Dónde está mi maldita ropa?
– ¡Alí! -gritó Margot, corriendo hacia el baño, arrodillándose y haciendo el sonido de regurgitar mientras Bix encontraba su ropa en el armario y recogía el teléfono que había caído al suelo cerca de la cama.
Cuando Margot lo escuchó haciendo la llamada dejó de regurgitar y lanzó los pañuelos a la taza y tiró de la cadena. Al salir vio que Bix hablaba con el jefe de vigilancia de la comisaría Hollywood.
Margot se limpió la sangre de Alí de las manos, pero no del pecho ni de la cara. Se fue al armario y se puso un pijama, bata larga de seda y zapatillas de estar por casa. Entonces fue hacia la habitación de Nicky para sentarse y prepararse para el interrogatorio.
Las últimas palabras que cruzaría con Bix Rumstead fueron pronunciadas cuando él estaba escaleras abajo en el vestíbulo, aguardando en la puerta la llegada de la policía. Ella estaba arriba, junto a la barandilla, esperando en el exterior de la habitación de Nicky. Desde allí miró en dirección a Bix y dijo:
– Tenías razón, Bix. Éramos mala cosa el uno para el otro. Pero quiero que sepas que hubiera preferido que él me matase esta noche que verte arrastrado a esta horrible pesadilla. Lo siento muchísimo.
La llamada llegó primero a la unidad 6-A-15 de la Guardia 3, la patrulla matinal, pero cuando 6-X-66 oyó la localización, Gert von Braun le dijo a Dan Applewhite:
– Eh, ¡es la dirección que estaba escrita en el permiso de conducir de aquel tipo!
Cuando la unidad 6-X-46 lo oyó, Jetsam le dijo a Flotsam:
– Hermano, ¡es la casa en Mount Olympus!
Pronto había cuatro patrullas blanquinegras aparcadas en la calle, una de ellas era la del comandante de vigilancia. Y Bix Rumstead estaba de pie en el porche frontal de la casa, diciéndoles que no entrasen para conservar todo limpio para el equipo de forenses, los criminalistas de la División de Investigación Científica, y los dos equipos de homicidios de Hollywood que venían desde la central. Sólo un exitoso argumento telefónico del capitán de área, que dijo que este incidente debía ser contenido tanto como fuese posible, impidió que fuesen convocados los detectives de robos y homicidios de la central como solía hacerse en los casos de elevada importancia. Con un policía del LAPD involucrado, éste era un caso de suma importancia.
Los policías surfistas se quedaron en la pista de entrada, Jetsam miraba a la luna llena iluminando el tejado de tejas de la casa. Durante unos segundos flotaron pequeñas telarañas de nubecillas a través de la deslumbrante capa de nubes que se extendía sobre las cabezas de todos por el cielo negro terciopelo de Hollywood.
Y Jetsam le dijo a su compañero:
– El Oráculo debería habernos dicho que estuviésemos alerta esta noche. Hay luna llena allá arriba. Y hermano, esta puta casa está llena de mal yuyu.