Capítulo 18

Declaración

Testimonio: James Purdy, director gerente, Pharmatec UK

Entrevistador: inspector Galbraith


Un día, en verano de 1993, me quedé hasta tarde en el despacho. Creía que no quedaba nadie más en el edificio. Al salir, sobre las nueve de la noche, vi que todavía había luz en uno de los despachos del fondo del pasillo. Era el despacho de Kate Hill, secretaria del director de servicios, Michael Sprate, y como me sorprendió que siguiera trabajando tan tarde, entré para hablar con ella. Kate ya me había llamado la atención cuando llegó a la empresa por su talla. Era delgada y bajita, de cabello rubio y hermosos ojos azules. Yo la encontraba muy atractiva, pero ése no fue el motivo por el que aquella noche entré en su despacho. Ella nunca me había dado a entender que estuviera interesada en mí. Por eso me llevé una sorpresa cuando se levantó y me dijo que se había quedado hasta tarde con la esperanza de que yo fuese a verla.

No me siento orgulloso de lo que pasó después. Tengo 58 años y llevo 33 casado, y nadie me había hecho lo que Kate me hizo aquella noche. Ya sé que parece absurdo, pero es el sueño de casi todos los hombres: que un día entrarán en una habitación y una mujer hermosa se les ofrecerá por las buenas. Después estuve preocupado porque supuse que ella debía de tener algún otro motivo para hacerlo. Pasé unos días muerto de miedo. Temía que Kate se tomara excesivas libertades conmigo, y en el peor de los casos que intentara algún tipo de extorsión. Sin embargo, ella fue sumamente discreta, no me pidió nada a cambio, y siempre fue muy educada conmigo. Cuando comprendí que no tenía nada que temer me obsesioné con Kate, hasta el punto de que soñaba con ella todas las noches.Un par de semanas más tarde, volví a encontrarla en su despacho, y la experiencia se repitió. Yo le pregunté por qué lo hacía, y ella contestó: «Porque quiero». A partir de ese momento ya no pude controlarme. En cierto modo ella es lo más hermoso que me ha pasado en la vida y no me arrepiento de nuestra aventura. Pero sin embargo la recuerdo como una pesadilla. Kate me partió el corazón en más de una ocasión, pero aún lo pasé peor cuando me enteré de que había muerto. Seguimos viéndonos durante varios meses, hasta enero de 1994, casi siempre en el piso de Kate, aunque en un par de ocasiones la llevé a un hotel de Londres con la excusa de un viaje de negocios. Yo estaba dispuesto a divorciarme de mi esposa para casarme con Kate, aunque siempre he querido a mi esposa y jamás le haría daño a propósito. Kate fue como una especie de enfermedad que alteró temporalmente mi equilibrio, porque una vez exorcizado, volví a la normalidad.

Un día, a finales de enero de 1994, Kate entró en mi despacho sobre las tres y media de la tarde y me dijo que se iba a casar con William Sumner. La noticia me sentó muy mal, y apenas recuerdo nada de lo que pasó a continuación. Por lo visto me desmayé, y cuando recobré el sentido estaba en el hospital. Me dijeron que había sufrido una crisis cardíaca. Después le confesé a mi esposa todo lo que había pasado.

Que yo sepa, William Sumner no sabe nada de la relación que tuve con Kate antes de su boda. Yo no se lo he contado, ni le he dado a entender nunca que fuéramos ni siquiera amigos. Claro que he pensado que su hija podría ser hija mía, pero nunca se lo he comentado a nadie porque no pretendo reclamar a la niña.

No he tenido ningún contacto con Kate Hill Sumner desde aquel día de enero de 1994 en que ella me comunicó su decisión de casarse con William Sumner.

James Purdy.


Declaración

Testigo: Vivienne Purdy, The Gables, Drew Street, Fareham

Entrevistador: inspector Galbraith


Me enteré de la aventura de mi marido con Kate Hill cuatro semanas después del infarto que tuvo en enero de 1994. No recuerdo la fecha exacta, pero fue el día en que Kate se casó con William Sumner o el día después. Me encontré a James llorando y eso me preocupó porque se estaba recuperando muy bien. Mi marido me explicó que lloraba porque había sufrido un desengaño amoroso.

Su confesión ni me sorprendió ni me dolió. James y yo llevamos muchos años casados, y yo sabía perfectamente que él tenía una relación con otra mujer. Mi marido nunca ha sabido mentir. Lo único que sentí fue alivio al ver que finalmente había decidido contármelo todo. No sentí ninguna animosidad hacia Kate.

Quizá me tomen por una insensible, pero perder al hombre con el que llevo treinta años viviendo no habría supuesto una desgracia para mí. De hecho, en cierto modo lo habría considerado una oportunidad para empezar una nueva vida, libre de deberes y responsabilidades. Antes de los sucesos de 1993-1994, James era un padre y un marido ejemplar, pero su familia siempre había ocupado un lugar inferior que sus ambiciones y deseos personales. Cuando me di cuenta de que tenía una aventura, indagué discretamente sobre la situación económica en que quedaría yo si el divorcio resultaba inevitable, y comprobé que la división de nuestras propiedades me conferiría una libertad considerable. Hace diez años reemprendí mi profesión de maestra, y gano un buen sueldo. También me he preocupado por cobrar una buena pensión. Por consiguiente, si James me hubiera pedido el divorcio yo no habría dudado en concedérselo. Mis hijos ya son mayores y, aunque les entristecería que sus padres se separaran, yo sabía que James seguiría interesándose por ellos.

En la primavera de 1994 le expliqué todo esto a James, y le enseñé la correspondencia que había mantenido con mi abogado y mi contable. Creo que eso le hizo ver claramente las opciones que tenía, y que descartó por completo la posibilidad de seguir viendo a Kate Hill. No quiero pecar de engreída, pero creo que mi marido se dio cuenta de que mi presencia en su vida ya no estaba garantizada, y que para él eso era mucho más importante que su relación con Kate Hill. Puedo decir con toda sinceridad que no les guardo ningún rencor a James ni a Kate porque fui yo la que ganó con aquella experiencia. Ahora tengo mucha más seguridad en mí misma y en mi futuro.

Supe que William y Kate Sumner habían tenido una niña en otoño de 1994. Mediante un sencillo cálculo comprendí que la niña podía ser de mi marido. Sin embargo, no hablé de eso con James. Ni con nadie, por supuesto. No me pareció que tuviera sentido hacer sufrir más a las partes implicadas, particularmente a la niña.

No conozco personalmente a Kate Hill ni a su marido.

Vivienne Purdy.

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